Y
entre tanto en el mundo natal del príncipe pasaron las semanas. Las cuatro
hermanas junto a Esmeralda se turnaban en la vigilancia de la reina. El estado
de la soberana era cada vez más preocupante. El rey pasaba a verla a menudo,
casi sin ocuparse de otra cosa. Coraíon recordaba con ella los viejos tiempos.
-¿Cómo te
encuentras hoy, querida?- Le preguntaba lleno de preocupación.-
-Mejor.-
Susurraba ella casi sin fuerzas aunque deseando saber a su vez.- ¿Hay noticias
de Diamante?
-Estará a
punto de retornar. - Contestó su esposo
quién dándose cuenta de la mirada de ella, le contó.- Me ha informado de su
estancia en la Tierra. Dijo que Serenity ha sido muy amable con él. Y que te
envía recuerdos.
-Ya.- Suspiró
la soberana.-
Pese a su estado, Amatista conservaba
todavía esa intuición innata de las mujeres de su linaje. Se daba perfecta
cuenta de que Coraíon le ocultaba algo. Seguramente no lo hacía de mala fe.
Sino que estaría tratando de no darle ninguna mala noticia que la afectase. Así
las cosas, eso apenas importaba ya y eligió sonreír musitando.
-Tengo tantas
ganas de verle otra vez…
-Le verás
pronto.- Aseguró su esposo comentando.- Pero debes recobrarte, tomar tus
medicinas y salir un poco al jardín.
-No deseo más
medicinas. Y menos si provienen de ese Sabio.- Replicó ella, tornando su gesto
serio.-
-Cariño,
solamente intenta ayudarte…
-No me fio de ese
tipo. Y tú tampoco deberías hacerlo.- Suspiró ella.- A la larga nos traerá la
ruina.
-Eres injusta
con él. Lleva años aquí y nos ha ayudado mucho. Gracias al Hombre Sabio hemos
mejorado las condiciones de vida de todo el planeta. Y asegurado la defensa
exterior.- Le respondió su marido con tono conciliador.-
Amatista movió levemente la cabeza
pero no insistió. No le serviría de nada y no quería discutir. Sabía que no le
quedaba mucho y ya únicamente deseaba sentirse feliz junto a su amado esposo
durante todo el tiempo que le fuese posible. De modo que afirmó.
-¿Harás algo
por mí?
-Ya sabes que
sí, lo que sea, mi amor…- Respondió inmediatamente él, acariciando ese largo y
sedoso cabello rubio de ella.-
-Quisiera
bailar contigo esa canción. ¿Te acuerdas?.- Sonrió Amatista.-
-¿Cómo iba a
olvidarla?- Sonrió asimismo él.-
Los
recuerdos de ambos volaron años atrás. Hasta aquella recepción en la Luna,
cuando se conocieron. Allí estaban, tras ser presentados por la reina Selene,
ante los mismísimos reyes de la Tierra.
-¿Tuvisteis un
buen viaje?- Le preguntaba ella mirándole a los ojos.-
-Ahora mismo. Al
ver vuestros ojos ni siquiera recuerdo el viaje que hice.- Sonrió él,
devolviéndole esa mirada.-
Sin casi darse cuenta se apartaron
del resto. Charlaron un poco sobre temas triviales. Después derivaron hacia las
construcciones de la Luna.
-Desde los
tiempos de mi bisabuela la Hermosa y Gentil reina Neherenia, se han construido
cúpulas, domos y sistemas de ventilación y canalización de agua por toda la
cara oculta. Gracias a ellos se pudo vivir bien aquí y además han servido para
cultivar y producir toda clase de flores y plantas.- Le contó Amatista.-
-Sí, me fijé
antes de la fiesta en algunos de vuestros hermosos jardines.- Confesó el joven
Coraíon.- Y vi también algunos retratos y holo fotos de vuestras antepasadas.
Todas eran muy hermosas.
-¡Y morenas!-
Se rio la joven.- Os debe de extrañar que yo sea rubia. Mientras que mi madre, mi
abuela y mi bisabuela, tenían el cabello oscuro.
-En absoluto.
En mi mundo el color de los ojos y del pelo de los hijos no tienen por qué
coincidir con el de sus padres.- Le contó él.- Es por la ingeniería genética.
Al principio, para los primeros colonos, nuestro planeta era un lugar muy
inhóspito y ellos eran muy pocos. Tuvieron que variar artificialmente algunos
genes para asegurar su supervivencia y evitar los problemas de la endogamia.
Eso afectó a otros atributos.
-Sí, lo
entiendo.- Asintió la muchacha desvelando.- En mi caso, seguramente se debe a
que mi madre se desposó con un hombre de la Tierra que tenía antepasados de
cabello rubio. Debí de reunir dos genes recesivos de ese color de pelo.
-¿Y vuestros
ojos?- Quiso saber él, afirmando con galante admiración.- ¿Qué clase de obra de
ingeniería son? No he visto nada tan hermoso en toda la Luna.
-Supongo que
serán también herencia de algún remoto antepasado.- Sonrió algo ruborizada ella.-
Y quiso la casualidad que pasasen
cerca de uno de los cuadros que presidía el salón de recepciones. Precisamente
el retrato de Neherenia.
-Esta es
vuestra mítica bisabuela.- Recordó Coraíon.-
-Sí, fue una
mujer sobresaliente en todas las facetas.- Declaró la muchacha, contándole a su
sorprendido invitado.- Incluso fue a estudiar a la Tierra. A una modesta
universidad, haciéndose pasar por una chica corriente. Allí hizo grandes
amigas. Hasta llegó a cantar y todo.
-¿De veras? Me
hubiese gustado oírla.- Dijo el joven.-
Amatista sonrió entre divertida y
pícaramente. Entonces le indicó a su interlocutor que se aproximase. Él así lo
hizo y la siguió hasta una consola que había en un rincón de la sala. Entonces la
princesa de la Luna le preguntó.
-¿Bailaríais
conmigo, Alteza?
-Con sumo
placer, Alteza.- Asintió sonriendo él.-
Y ella le devolvió esa misma
sonrisa, para dirigirse al ordenador y pedirle.
-Quiero que
reproduzcas la canción Inmortalidad, interpretada por la reina Neherenia.
-Entendido.- Replicó
una voz femenina automatizada.-
Al poco una melodía comenzó a sonar.
Amatista le ofreció su brazo a Coraíon que lo tomó. Ambos se abrazaron listos
para bailar. Y ante la perpleja y sonriente mirada de los presentes, danzaron
en tanto escuchaban…
Pues estoy es lo que soy
Y es todo lo que sé
Y debo elegir el vivir
Por todo lo que puedo dar
La chispa que hace crecer el poder
Y me quedaría para soñar, si pudiera
Símbolo de mi fe en lo que soy
Pero tú eres el único
Y debo seguir el camino que tengo por adelante
Y no dejaré que mi corazón controle mi mente
Pero tú eres el único
Y no decimos adiós
Y yo sé lo que debimos hacerlo
Inmortalidad
Haré mi viaje por toda la eternidad
Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro
Cumple con tu destino
Está aquí en tu hijo
Mi tormenta nunca terminará
Mi destino está en el viento
El rey de corazones, el loco bromista
No dijimos adiós
No dijimos adiós
Haré que todos me recuerden
Pues encontré un sueño que debe volverse realidad
Cada parte de mí, debe verlo realizado
Pero tú eres mi único
Perdóname, que no tenga un papel por amor que interpretar
Confiando en mi corazón, encontrare mi camino
Haré que ellos me den
Inmortalidad
Hay un sueño y un fuego en mí
Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro
Y no decimos adiós
No nos decimos adiós
Con todo mi amor por ti
Y qué más puedo hacer
No decimos adiós
(Celine Dion y Bee Gees, Inmortality, crédito a los artistas)
Al concluir la música hubo grandes aplausos. La misma
reina Serenity se aproximó a ellos, sonriente y declaró.
-Una hermosa canción. Y
muy significativa.
-Para mis antepasadas lo
fue, Majestad.- Convino Amatista haciendo una inclinación a la recién llegada.-
Vos lo sabéis…
-Sí, lo sé muy bien.-
Admitió ésta suspirando con nostalgia.- Todas las soberanas de la Luna Nueva
han sido unas grandes reinas. Siempre pensando en el futuro. Eso es lo que esta
canción significaba para Nehie. El pensar que sería inmortal, a través de su
legado. Y eso incluyó a tu abuela Alice,
a tu madre Selene y ahora a ti. Y un día tú también serás inmortal, querida mía,
porque dejarás un legado que te perpetuará.
-Lo tengo muy presente.-
Afirmó la joven, bajando ahora su mirada.- Y así debe ser.
La soberana de la Tierra y reina de la Luna Blanca se
limitó a posar una mano entre las de ella y a saludar con una ligera
inclinación a Coraíon que correspondió de inmediato. Ahora, tendida en su
lecho, y rememorando aquello, Amatista le confesaba a su esposo.
-Y me entristecí, puesto
que pensé que ella se refería a que mi deber sería seguir en la Luna y suceder
a mi madre. Pero luego…
-Sí, pudimos estar juntos
y te convertiste en mi reina. ¿Sabes una cosa?- Musitó él con emoción.- A veces
no dejo de sentirme culpable. Quizás, si no hubieses venido aquí…
Aunque Amatista alargó una de sus manos tapándole
suavemente los labios y negando con la cabeza sentenció.
-Si hubiera sabido
entonces cual sería mi destino y me hubiesen permitido elegir, te habría
escogido otra vez. No cambiaría mi vida contigo ni a nuestros dos preciosos
hijos por nada. Sí.- Suspiró.- Ahora entiendo lo que la reina Serenity quiso
decir en verdad. Porque para que se cumpliera ese destino que me auguró y la
letra de la canción se hiciese realidad, nosotros debíamos estar juntos.
Coraíon la abrazó
con mucha ternura y cariño. Le mortificaba ver como su otrora enérgica y alegre
esposa se marchitaba. Pero él lucharía con todas sus fuerzas para impedirlo.
Recurriría a lo que fuera con tal de que ella mejorase. Y el Sabio le había
prometido que, con sus remedios, la reina tendría alguna posibilidad.
-Confío en lo que el Sabio me dice. Pero aun si fuera el
demonio en persona, haría cualquier cosa que me pidiera con tal de mantenerte a
mi lado.- Pensó mientras besaba el cabello y la frente de su mujer.-
Y
luego la dejó descansar, yendo él mismo a dormir. Apenas se ocupaba ya de nada
en lo referente al gobierno, fiando en su consejero y en su hijo menor. A su
vez, el príncipe Zafiro también hizo acto de presencia en varias ocasiones para
visitar a su progenitora. Aunque la reina no dejaba de preguntar por su hijo
mayor. A medida que los días pasaban, Amatista parecía irse sumiendo en una
ensoñación cada vez más permanente. A esas alturas de su enfermedad la pobre
mujer no parecía recordar que Diamante estaba de viaje en la Tierra. Ni
siquiera Esmeralda se atrevía ya a informarla de ello y siempre le decía que su
hijo la quería mucho y que enseguida vendría a lo que la enferma sonreía
pareciendo encontrarse más aliviada. Pero eso no era todo. La joven duquesa tuvo
que lidiar con más problemas tan embarazosos como inesperados. Un día caminaba
hacia las estancias de la soberana cuando el Sabio se aproximó, levitando como
siempre, sin que le hubiese sentido ni tan siquiera llegar.
-¿Qué tal
sigue la reina?, Esmeralda - Quiso saber él.-
-Voy ahora a
relevar a las hermanas y les pediré que me informen.- Le respondió su interlocutora.-
Pero no pudo decir más. Se
escuchaban ruidos de peleas e insultos. Para asombro de la muchacha e incluso
de su acompañante, Petzite y Calaverite rodaban por el suelo agarrándose de los
pelos y propinándose sendas bofetadas. Apenas repuesta de esa impresión,
Esmeralda gritó para hacerse oír.
-¿Se puede
saber qué está pasando aquí?...
Aunque le costó persuadirlas de ello,
ambas hermanas detuvieron la pelea y se levantaron. Apenas sí se atrevían a
enfrentar la mirada con la duquesa y menos con la del consejero Real. Éste no
dijo nada. Fue la joven hija del duque de Green-Émeraude quien les inquirió,
como camarera mayor.
-Tendréis una
buena explicación para esto… ¿Es que no os dais cuenta de que las estancias de
la reina están a unos pasos de aquí?...
-Lo sentimos
profundamente, Señora.- Pudo replicar Petz bajando la cabeza en tanto respiraba
todavía agitada.-
-Sí, no volverá
a repetirse, lady Esmeralda. - Convino Calaverite del mismo modo.-
-Eso espero.-
Terció entonces el Sabio, para declarar en lo que parecía un tono teñido por la
decepción.- Vuestro padre el conde Ayakashi ha viajado con el príncipe Diamante
en una importantísima misión. Me dejó encargado de velar por vuestra seguridad.
No quisiera tener que darle cuenta de este desagradable incidente que le
avergonzaría profundamente. Además de deshonrar a vuestra familia que tan
lealmente y durante tantos años ha servido a la corona.
-Te suplicamos
que no se lo digas a nuestro padre.- Musitó Petzite con evidente temor.- ¡Por
favor! Amo Hombre Sabio.
-Sólo ha sido
una simple pelea entre hermanas.- Convino Calaverite de la misma manera.- Nada
importante.
El Sabio les dedicó unos instantes
de silencio durante los cuales ambas se sintieron como si las estuvieran
atravesando con la mirada. Al fin, el encapuchado declaró con desaprobación…
-Tengo
importantes asuntos que atender. Dejo esta lamentable situación en tus manos, Esmeralda…
-Sí, confía en
mí.- Repuso ésta con tono y expresión severa, remachando.- Yo me ocuparé.
Una vez el Sabio se alejó, fue la
menor de ambas hermanas quién se atrevió a
tratar de quitar hierro al asunto.
-No es la
primera vez que tenemos nuestras diferencias.- Pudo sonreír Calaverite,
requiriendo ahora a su hermana mayor.- ¿Verdad Petzite?
La aludida no pudo replicar,
Esmeralda se adelantó para reprenderlas de nuevo.
-¡Debería
daros vergüenza! No sé a qué clase de cosas estaríais acostumbradas en vuestra
casa, pero este es el palacio Real. Y sois nobles camareras de su
Majestad…Conviene que nunca lo olvidéis. Si algo así vuelve a suceder daré
parte de vosotras. ¡Ahora marchaos!
Las dos hermanas ni siquiera se
atrevieron a replicar, salieron con paso presuroso. Ahora Petzite recordaba
aquel incidente. Horas antes había estado dirigiéndose hacia las estancias de
la soberana. Pasó por una de las habitaciones anexas de un largo corredor que
estaba desierto y escuchó unos jadeos. Apenas pudo asomarse a la entrada de esa
estancia y quedar perpleja. Su hermana Calaverite estaba allí, desnuda y bajo
un Rubeus en las mismas condiciones. Quedaba muy claro lo que hacían. Con
presteza se apartó de la puerta. Esos dos no parecieron darse cuenta de su presencia,
o si fue así no les importó en absoluto. Petzite esperó durante unos largos,
tensos y embarazosos minutos. Al fin, fue su amo el que salió de allí ya
vestido. Pese a que ella se había movido para no estar cerca él la vio y
aproximándose sonriente le susurró.
-Vaya, querida
Petzite… cuando quieras sabes dónde encontrarme. No es justo que sea solamente
tu hermana la que disfrute de mis atenciones.
-Yo… no sé a
qué te refieres, amo Rubeus.- Pudo tratar de mentir realmente envarada y muy
violenta.-
-¡Oh! - Se
sonrió ladinamente él moviendo la cabeza.- ¡Pobrecita Petzite! Esperando a su
príncipe azul… y nunca mejor dicho… ¡Ja, ja, ja! Créeme. En vista de cómo es no
deberías perder el tiempo aguardando…ya tiene droidas de sobra.. ¡o droidos!
Uno nunca sabe…
Y sin darle ocasión a tratar de
replicar ese tipo se perdió silbando por el corredor. A Petzite le faltó tiempo
para entrar en ese cuarto y ver a su hermana, que ya estaba vestida,
colocándose su lazo amarillo tras el pelo.
-¿Se puede
saber qué estabas haciendo con él?- Le inquirió indignada.-
-¡Imagínatelo!
- Sonrió descaradamente su interlocutora, para añadir con voz melosa.- Es un
hombre realmente formidable.
Y salió de allí, siendo seguida por
su hermana mayor. Iban de camino a las estancias reales. Entre tanto proseguían
con aquella discusión.
-¿Cómo has
podido manchar el nombre de nuestra familia de ese modo?- Quiso saber Petzite
con visible ira.-
-Vamos, no
seas tan puritana. – Replicó la joven con tono despreocupado.- No soy la única…
Bueno, lo cierto es que Bertierite y Kermesite todavía no han empezado, pero no
creo que tarden. Al menos el amo Rubeus sabe cómo iniciar a una chica, te lo
puedo asegurar… Y sé que siente algo especial por mí. Eso está claro…pero
tranquila, no me importa compartirle un poco con vosotras.
-¡Eres una
golfa además de una estúpida!, ¿es que no te das cuenta de que no eres sino
otra zorra más de su harén?- Exclamó su indignada contertulia.-
Y es que Petzite le había visto
también en actitudes muy cariñosas hacia otras mujeres. Pero su hermana, quizás
molesta por ese recordatorio, le contestó ahora con patente malestar a su vez…
-Al menos yo
soy algo para alguien. ¡Ya quisieras tú ser tan zorra como yo!… pero con el
príncipe Zafiro. Lo siento mucho hermanita, me da a mí que ese no comparte tus
deseos. Rubeus estará en lo cierto. ¡Con sus droidas debe de tener más que
suficiente!…
Una airada Petz replicó dándole una
sonora bofetada a su interlocutora. Pero ésta no se arredró devolviéndosela. Su
hermana mayor reaccionó lanzándose contra ella, derribándola en el suelo y
cayendo a su lado. Se enzarzaron en aquella pelea y justo al poco rato
aparecieron Esmeralda y el Hombre Sabio. Ahora las dos se separaron sin
dirigirse la palabra en cuanto encontraron una bifurcación. Calaverite pensaba
también en eso. Como por primera vez Rubeus,
durante otro día de hacía ya tiempo, fue a buscarla a su habitación.
Ella estaba entretenida con su traje de faena, ese corpiño dorado y esa falda
corta roja que tanto le gustaban. Iba a prepararse para salir cuando su
superior abrió la puerta.
- Amo Rubeus.-
Exclamó ella, atónita.- ¿Qué haces aquí?..
-¿Estás sola,
Calaverite?- Quiso saber él, clavando sus ávidos ojos en ella.-
-Sí amo, mis
hermanas están de turno. Ahora entraré yo.- Sonrió.-
De hecho no podía dejar de fijarse
en él, tan varonil y robusto. Con esa mirada encendida. No hubo muchas más palabras.
Su jefe se aproximó despacio y alargó su mano acariciándola el mentón, después
le plantó un beso en uno de sus hombros. Ella se quedó clavada, sin saber cómo
reaccionar. Después él la tomó entre sus brazos y la besó. Al principio de modo
suave, luego con pasión, en la boca. Cuando la chica quiso darse cuenta se
estaban quitando la ropa y rodando sobre la cama de ella.
-¡Por favor! -
Jadeó la joven con creciente excitación.- Yo nunca…
-Seré
cuidadoso. - Le prometió él.-
Y así fue, al menos las primeras
veces. Luego pasó a montarla con evidente vigor, cosa que a ella no le
disgustaba. Rubeus le enseñó a hacer
bastantes más cosas. Y eso sí, siempre con la protección adecuada. Salvo
aquella primera vez en la que tras acabar él le aconsejó que tomase pastillas
anticonceptivas. Consejo que Calaverite siguió de inmediato. La muchacha no
podía evitar sentirse muy atraída por él, dándose cuenta de que estaba
enamorada de su jefe. A fin de cuentas ese apuesto chico le dedicaba toda su
atención. Pensaba ahora en su hermana Petzite, estaba claro que era una
amargada que había apuntado demasiado alto. Seguro que no le dirigiría la
palabra en una buena temporada. Hasta
que esa boba remilgada aceptase aquello. Bueno… le daba igual. Incluso sería
mejor. Así no tendría que aguantar sus constantes regañinas. Y por otro lado
estaba convencida de que dentro de poco Rubeus le propondría matrimonio y sería
la marquesa de Crimson.
-¡No soy un
mal partido! Nuestro padre es alguien muy importante en la Corte. ¡Allá con la
idiota de mi hermana! Bueno, tendré que volver a mis obligaciones.- Se dijo
suspirando en tanto se recomponía la ropa.-
Aunque
pasaron unos días y las aguas parecieron volver a su cauce. Tristemente
llegaron malas noticias desde el condado de Ayakashi que las reconciliaron. Al
parecer Idina Kurozuki estaba enferma. Al menos esa era la versión
oficial. Eso preocupó a las hermanas.
Sobre todo a la mayor, que tenía muchos deseos de ver a su madre. Lo malo era
que las cuatro no podían ausentarse a la vez. Petzite, siendo la de más edad,
fue asimismo la encargada de pedir permiso a la camarera mayor, Esmeralda. La
joven estaba sentada en un butacón de la sala de espera, que custodiaba el
camino hacia las dependencias de la reina. De modo protocolario y casi sumiso,
la mayor de las Ayakashi hizo una leve reverencia y pudo dirigirse a ella.
-Disculpad, Lady Esmeralda. Quisiera hablar con vos un momento,
si me lo permitís.
-¿Qué es lo
que sucede, Petzite?- Quiso saber ésta, observándola con esos penetrantes ojos
avellana que tenía.-
-Veréis. Me
han llegado noticias de mi madre. No está bien de salud y quisiera ir a verla.
Su interlocutora la observó con
gesto muy atento y enseguida respondió algo apurada.
-Sabes que no
puedo dejar que vayáis todas. Os debéis al servicio de la soberana…
-Sería yo la
única que fuese.- Le comentó la joven.- Mis hermanas quedarían aquí. Por favor,
Señora.- Imploró con tono angustiado.- Hace mucho tiempo que no la vemos.
-No sé. No
estoy segura de que lo aprueben en la Corte. Además, estáis sujetas a la
jurisdicción del hijo del marqués de Crimson. No puedo darte permiso sin
hablarlo con él…-Musitó de mala gana.-
Su contertulia se sentía
desfallecer. Su amo Rubeus no le daría ese permiso. Al menos desde que ella no
se recatara en mirarle de esa forma despectiva, tras lo que descubrió que había
entre Calaverite y él. Pero tendría que tragarse su orgullo e ir a suplicarle.
Temblaba sólo de pensar en qué podría pedirle a cambio. Sin embargo, una voz de
hombre la sacó entonces de esos pensamientos tan inquietantes. Enseguida la
reconoció. Tanto ella como Esmeralda hicieron una inclinación. Era el infante
Zafiro quien, con una media sonrisa, declaró dirigiéndose a la atónita Petzite.
-Perdona, no
he podido evitar escucharos cuando venía hacia aquí. No te preocupes, yo
hablaré con Rubeus y se lo diré a mi madre. No habrá problema. Puedes ir bajo
mi responsabilidad.
La chica apenas pudo sino despegar
los labios para musitar emocionada incluso.
-Muchísimas
gracias, Alteza. No sé cómo agradecéroslo.
El muchacho sonrió, aunque con un
deje de amargura para replicar.
-No tienes por
qué dármelas. Sé perfectamente lo que sientes. Mi madre está enferma, mi
hermano en esa condenada misión diplomática en la Tierra. Mi padre tan apenado
por el estado de mi madre que apenas sí hablamos. Conozco perfectamente lo que
es estar sólo. Y tú también lo sabes. ¿No es así, Esmeralda?
-Sí. - Pudo
susurrar ésta asintiendo despacio y bajando la vista para admitirlo.- Lo sé muy
bien. Sé lo que es estar lejos de casa y de la familia. Por mí no hay problema.
Seguro que si vuestra Alteza así lo dispone, Rubeus tampoco se opondrá.
Y Petzite pudo sonreír contenta por
primera vez en mucho tiempo. Le estaba muy agradecida al infante Zafiro pero no
se atrevió a decir nada más. Seguía sonrojándose cuando le veía. De modo que, tras
solicitar permiso para retirarse, tuvo el tiempo justo para ver a su hermana
Calaverite e informarla. Las cosas seguían tensas entre ellas, aunque por mor
de sus obligaciones debían de cruzar conversación. Y en este caso con más
motivo. Aunque Kalie se la tenía guardada y en esta ocasión, se enfadó bastante,
para cargarse de razón y no pudo dejar de reprocharla.
-¡Claro! Así
que eres tú la única que tiene derecho a ver a nuestra madre.
-Escúchame. No
era posible hacer otra cosa. No podemos ir las cuatro. Ni tan siquiera dos. Y
yo soy la mayor…
-¡Siempre
estás con lo mismo! – Estalló su interlocutora.- Ya estoy harta. Eres la mayor…
pero para trabajar todas somos iguales…
-¡Si no te
gusta, haber sido tú la que hubiera ido a pedírselo a Lady Esmeralda! - Se
enojó su hermana a su vez, sin tardar en recordarle.- También yo estoy harta de
ver tus devaneos con Rubeus. ¡Y de que vayas a tu aire continuamente! Nada te
importamos nosotras, ni nuestra familia. Ni siquiera en estos momentos.
Su contertulia no replicó,
simplemente frunció el ceño, la miró con enfado y se alejó. Petzite suspiró. No
tenía tiempo para ir tras de ella y solucionar aquello. Por el contrario,
aprovechó a hacer un mínimo equipaje y salir deprisa para tomar un transporte.
El viaje duró varias horas. De camino tenía una mezcla de ansiedad, alegría y
preocupación. No sabía a ciencia cierta cómo estaría su madre. Pero las
noticias no parecían muy halagüeñas. Al fin llegó a su casa. Unas droidas de
servicio que no reconoció la abrieron.
-¿Quién eres
tú?- Inquirió mirando a aquel androide con extrañeza.-
-Droida Duba,
mi ama.- Se presentó ésta.- Comunicación y relaciones públicas.
Tenía
apariencia de una mujer de cabellos cortos anaranjados, vestida con leotardos
hasta las caderas, una especie de traje ajustado de corpiño y guantes que le
llegaban hasta los codos. Asimismo poseía dos largas antenas sobre su cabeza.
-¿Comunicación
y relaciones públicas?- repitió la perpleja Petzite.-
-Sí señora.
Puedo saber quién sois vos para anunciaros a mi ama.- Inquirió ese androide.-
-Soy Petzite
Ayakashi. ¿Dónde está mi madre?- Le preguntó.-
-En sus
estancias, Ama.- Repuso sumisamente la droida.-
Tras
dedicarle una última mirada a ese extraño androide que al momento se retiró, la
joven pasó a las habitaciones de su madre preguntando con tono dubitativo.
-¿Mamá?... Soy
Petzite… ¿Estás aquí?...
Entonces una figura bastante
demacrada con el cabello lacio y ya bastante canoso salió a su encuentro. Para
su horror la chica pudo reconocer a su madre. Ésta venía casi trastabillándose
y al ver a la joven se detuvo en seco, señalándola con un dedo acusador.
-Tú… eres…
-Soy Petzite,
mamá.- Replicó la chica tratando pese a aquella impresión de sonreír.-
-¡Eres una de
ellos! - Exclamó la mujer.- ¡Apártate de mí!, no eres mi hija.
-Pero,… mamá.-
Contestó la asustada muchacha.- Soy yo…he venido a verte.
Pero aquella enloquecida mujer movía
la cabeza con un rictus de temor y casi desesperación, musitando de forma
inconexa…
-Todos
corrompidos. ¡La Luna Negra!…¡mis hijas, mis niñas!… ¿Dónde están? ¿Qué habéis
hecho con ellas?...- Chilló ahora.-
-¡Mamá! ¿Qué
te ocurre?- Pudo sollozar Petzite realmente impactada por aquella dantesca escena.-
Soy yo, de veras que lo soy…
Aunque esa mujer pareció reaccionar
mirándola entones con otra expresión, lloraba ahora y se lanzó a abrazar a la
asustada chica.
-Petzite,
cariño… no dejes que te capturen a ti también. ¡No les creas!…
-¿Capturarme?
¿Quién?.. ¿Qué te ha pasado?... ¿Has enviado algún mensaje a papá?- Quiso saber
la muchacha que estaba totalmente sobrepasada por aquello.-
-¿Papá?-Gimió
nuevamente su madre, que agregó con tono desvalido y lloroso.- Papá ha venido a
verme…Mis niñas también. Abuela…cuéntame más cosas de la Tierra…
La muchacha no podía evitar llorar
viendo el lamentable estado de su pobre madre. Por más que lo intentó no logró
sacarla ya de esas ensoñaciones que la poseían. Estuvo un rato allí,
asegurándose de que esa pobre infeliz estuviese cómoda.
-No, no dejes
que te engañen.- Le susurraba Idina a su estupefacta y desolada hija.-
-¿Quiénes
mamá?- Le preguntó la muchacha tratando de no sollozar ante tan lamentable
espectáculo.-
-Ellos, están
por todas partes. No puedes fiarte de nadie.- Le contestó su madre quien
inopinadamente cambió de humor para sonreír, afirmando.- ¡Cuando sea mayor iré
a la Tierra! Para ver todas esas cosas tan maravillosas que me ha contado la
abuela Kurozuki. ¿No sabes quien era la abuela verdad?- Inquirió con un tinte
entre animado y sorprendido.-
-Claro, mi
bisabuela, y la madre de la abuela Kim.- Pudo sonreír Petz.-
Aunque
su progenitora daba la impresión de divagar pasando de un tema a otro. Petz no
era capaz de entablar una conversación
con ella. Finalmente se marchó, musitando entre sollozos.
-Adiós,
mamá…te quiero. ¡Por favor, cuídate mucho!
Recordó al volver, como su hermana
Calaverite parecía estar de mejor talante cuando la interrogó.
-Y bien… ¿Qué
tal está mamá?...
Sin embargo, pese a todos sus
esfuerzos, Petzite no pudo evitar derrumbarse al oír esa pregunta y romper a
llorar ante la atónita y preocupada mirada de su hermana.
-¡Petzite! –
Pudo exclamar Calaverite con visible inquietud.- ¿Qué ha pasado?....
Tras una seria pugna por dominarse
la interpelada le contó lo sucedido. Calaverite tampoco pudo evitar las
lágrimas. Entonces la mayor le ordenó recobrando su tono más serio y
autoritario.
-Ni una
palabra de esto a Bertierite y a Kermesite. Les diremos que estaba bien y que
nos echa mucho en falta. Pero que no podemos ir a verla todas. Al menos por
ahora. Que al menos ellas recuerden a mamá tal y como fue.
Y en este caso su contertulia
asintió con celeridad. Estaba totalmente de acuerdo.
-Pero tenemos
que hacer algo por ella.- Afirmó entre sollozos Calaverite.- No podemos dejarla
así.
-Eso está
claro. Y evidentemente que haremos lo que haga falta.- Le aseguró su hermana
mayor.- Pero tenemos que averiguar qué le ha sucedido.
-Llamemos a
los tíos Grafito y Agatha. -Propuso su interlocutora.-
-A ellos o a
los primos Kiral y Akiral. – Convino Petzite afirmando convencida.- Y entre
tanto debemos estar unidas. A pesar de nuestras disputas somos hermanas. Solo
nos tenemos las unas a las otras.
Calaverite
asintió, y una vez acordado eso las dos se abrazaron llorando para zanjar aquel
desencuentro que habían mantenido. Se daban perfecta cuenta de que se
necesitaban. Por su parte y ajena al drama personal de las hermanas, Esmeralda
fue a ver como estaba la reina. Esperaba que aquellas algaradas de días atrás
no hubiesen llegado a sus oídos. Por fortuna no fue así. La soberana parecía estar
algo mejor, más despejada. Incluso se había levantado de la cama. Viendo que no
llegaban a su hora, la muchacha le dijo que dos de sus camareras estaban
indispuestas y que iba a buscar a otras. Tras el asentimiento de Amatista, la
joven salió a toda prisa para localizar a las dos menores de las cuatro
hermanas. Pero cuando la reina creía que eran las chicas de servicio quienes
venían recibió una desagradable sorpresa. Era el Sabio que acertó a pasar justo
en ese momento a “saludar” a su Majestad.
-Celebro veros
mejor, Señora.- Afirmó el encapuchado, al entrar en los aposentos reales.- He
rogado mucho por vos.
Amatista clavó sus ojos en esa
nefasta visión, era como si su estado de aturdimiento se desvaneciese por unos
momentos. Más consciente de lo que ocurría a su alrededor, endureció su
expresión y con tono lleno de contrariedad le espetó.
-¡No quiero
que entres aquí, Sabio!
-Lamento
importunaros. Vine sólo a interesarme por vuestro estado.- Pudo decir él con su
tono monocorde y pausado tan habitual.-
-Pues yo lamento
desilusionarte, hoy estoy mejor…- Replicó ella con sarcástico desprecio.- De
hecho, mucho mejor desde que no tomo tus malditos mejunjes. ¿Qué te creías?
¿Que no conocía tu juego? Hazme un favor. Mátame del modo en que más te plazca,
pero no me consideres una estúpida pelele como haces con otros a los que
manejas a tu antojo. ¡Puedo tolerar que desees asesinarme, pero no que me
insultes!
Aquel ser extraño pareció clavar en
ella un par de ojos que refulgieron como carbunclos desde el fondo de su
capucha. Y susurró con tintes de irónico respeto que casi dieron la impresión
de tratarse de una velada amenaza.
-Jamás se me
ocurriría pensar eso de vos, Majestad…sé perfectamente con quién estoy hablando
y nunca os subestimaría.
Aun
así, la soberana le sostuvo la mirada sin arredrarse y añadió con decisión e
incluso esbozando una sonrisa de bravura.
-Haces bien. No
te tengo ningún miedo. Te conviene no olvidarlo.
- Quizás eso
no sea necesario en vuestro caso.- Replicó imperturbablemente él. Extinguiendo
ese brillo.- No, en verdad sois una mujer decidida y valiente…
-Así es. De
modo que. ¡Ven por mí!, si te atreves.- Le desafió ella apretando los puños.- Entre
otros apellidos ilustres que llevo, soy una descendiente de los Lassart, desde
hace mucho que mi familia ha luchado contra villanos como tú…
-Señora. No
voy a por vos…os equivocáis de adversario.- Rebatió el encapuchado. Agregando
en lo que parecía un conciliador tono.- Lo único que deseo es que este planeta
prospere. El enemigo está en la Tierra. Ese mismo que conspiró para enviaros
aquí…- Añadió haciendo que esa especie de ojos volviesen a brillar como ascuas.-
Ahora
Amatista trató de sustraerse a esa mirada que parecía hipnotizarla pero no pudo
lograrlo. Era como si su mente se poblase de imágenes y recordara cosas que ni
siquiera hubiese vivido. Veía a Serenity y Endimión conversando con su propia
madre. Amenazándola con quitarle su reino si no se deshacía de ella.
-¿Me oyes,
Selene?- Resonaba la voz de Endimión, que mostraba un taimado gesto.- Este
reino de la Luna siempre ha sido nuestro. Únicamente os permitimos vivir en él
porque estábamos muy ocupados en otras cosas.
-Ahora lo
queremos de vuelta. Todo entero.- Añadía Serenity con expresión
despiadada.-Será para nuestra hija, la Pequeña Dama. Cuando al fin logremos que
crezca.
-Pero…yo he sido
la reina, desde tiempos de mi abuela…la reina Neherenia.- Podía oponer la
soberana.-
- ¡Tu abuela
era una loca! Obsesionada con su imagen y su decrepitud. Yo la saqué de ese
infierno y a cambio me sirvió bien.- Replicó su interlocutora.- Le di juventud
y belleza, otra oportunidad. Y entonces cumplió con mis deseos. Ser la
guardiana y protectora de mi hacienda. Como una vulgar guardesa. Nada más.
Además, le conseguimos un ventajoso matrimonio.
-Sí, hubo que
eliminar a otro pretendiente que tenía. La muy estúpida se enamoró del tipo
equivocado. - Sonreía Endimión con sádica expresión.- Pero mereció la pena. Forjamos
grandes alianzas…
-No… ¡eso no
es cierto! – Protestaba Amatista moviendo la cabeza entre lágrimas.- ¡No es
verdad!
-¡Sí es cierto!
- Replicó el Sabio con tono divertido y sádico, añadiendo.- Hicieron lo mismo
con tu abuela Alice, y con tu madre, la reina Selene. Y también tú les
molestabas…Por eso te casaron con Coraíon, haciéndote creer que le amabas. Tú
nunca le quisiste, siempre estuviste prisionera en este planeta, en este
palacio… en este cuarto. Solamente para dar a luz a los herederos…- Remachó con
tintes crueles.- Sólo para perpetuar la semilla de su odio hacia la Tierra. Y
en eso debo admitir que has cumplido bien.
La
soberana temblaba. Apenas sí pudo sentarse en la cama. Se negaba a creer
aquello, pero las visiones eran demasiado claras. Demasiado sí… En un acto
reflejo rompió un vaso de cristal y se cortó en un brazo con él. Entonces
aquello desapareció. Agotada pudo decir en tanto sujetaba su sangrante brazo.
-¡Maldito seas
Hombre Sabio, no me creo ninguna de tus mentiras y nunca las creeré! Vas a
necesitar mucho más que esa persuasión tan endeble para subyugarme. -¿Acaso no
sabes quién soy yo?. Soy la reina Amatista Nairía de Némesis y princesa de la
Luna Nueva, desciendo de guerreros muy poderosos y de valerosas luchadoras por
la justicia. Hace falta mucho más poder del que tú, ni esa tal Marla del
demonio tenéis para doblegarme. ¡Ve y díselo a tu amo!
Pero su interlocutor no estaba allí.
En su lugar, una droida y la joven Bertierite la vendaban el brazo. La niña la
observaba con visible preocupación y temor, apenas se atrevió a preguntar con
voz temblorosa.
-Señora.
¿Estáis bien?...
La
muchacha, muy asustada, había entrado en la habitación justo a tiempo de ver como la reina rompía un vaso,
gritaba y se cortaba con él cerca de la muñeca de su brazo derecho. Luego
soltaba toda aquella perorata al vacío. Rápidamente salió de la cámara y avisó
a la guardia. Una droida acudió al llamado…Con un equipo de primeros auxilios
enseguida vendó a la monarca. Nairía, repuesta de aquello, se centró entonces…
-¿Le has
visto, mi niña?- Quiso saber.- ¿Estaba aquí, verdad?
-¿A quién, Señora?-
Preguntó la confusa Bertierite a su vez.- No había nadie con vos cuando llegué.
Pero Amatista guardó silencio, no
tenía caso decir más. La tomarían por loca. Ese era el juego de aquel malnacido.
O matarla o desquiciarla, lo sabía bien, tenía pruebas de precedentes, y no se
lo iba a poner tan fácil. Movió la cabeza y pudo declarar, tratando de sonreír
mientras recobraba poco a poco la calma.
-A nadie
cariño…perdóname, debí de tener una pesadilla.
-Sí, mi
Señora. Mirad. Os he traído esto del jardín.- Repuso la cría mostrándole un
gran ramo de flores amarillas que había puesto en agua dentro de un jarrón.-
¿Os gustan?
-Son flores de
la kerria japónica. - Comentó su interlocutora declarando con afecto hacia la
muchacha. - Me gustan mucho, tienen un bonito nombre.
-Sí. - Sonrió
la chica declarando.- Es un nombre precioso. Si algún día tengo una hija me
gustaría llamarla así.
-Seguro que acertarías con el nombre. Aunque
mis flores favoritas son las de jazmín, igual que son las preferidas de mi hijo
mayor.- Recordó la soberana, ahora tiñendo su voz con palpable tristeza y añoranza.- Mi amado
Diamante…que sigue tan lejos de aquí.
-Perdonadme,
la próxima vez os traeré de esas.- Se apresuró a decir la apurada joven.-
-No niña.-
Repuso Amatista Nairía acariciando con suavidad el rostro de la chica para
comentar.- Son muy bonitas y sé que lo has hecho con todo tu cariño. Pero te
pido que no arranques ya más flores para mí. Es mejor dejarlas vivir…-Aseveró
la reina para añadir tras un instante de reflexión.- Dime una cosa… ¿Sabes tú
cuál es la diferencia entre que simplemente te guste algo y amarlo?
La interpelada negó confusa con la
cabeza, observando muy atentamente a su interlocutora que, algo debilitada
trató de ponerse en pie, en tanto le explicaba con voz queda…
-Cuando te
gustan las flores, por ejemplo, las arrancas para traerlas a casa y
contemplarlas en un jarrón. Pero si de veras las amas, las dejas vivir tal y
como son, en su medio natural y eres tú quién se molesta en ir a verlas. Jamás
olvides esto, Bertierite. Si de veras amas a alguien serás tú quién se sacrificará
por esa persona, nunca harás que ella se sacrifique por ti…y yo sé muy bien que
debo sacrificarme…por… todos aquellos a quienes… amo…
No obstante la reina no pudo decir
más, la vista se le nubló, luego todo se volvió negro y cayó al suelo. Bertie,
aterrada, trató de reanimarla y al no lograrlo corrió en busca de ayuda…
-¡Socorro! Su
Majestad la reina se ha desmayado. – Chillaba por los pasillos, presa de la
angustia y el miedo.-
Al punto,
y atraídos por el revuelo de esos gritos, todos se presentaron allí.
Coraíon fue el primero en tomar la mano de su esposa y Zafiro estuvo presto a
arrodillarse ante la cama de su madre. Algo más apartada estaba Esmeralda que
lloraba desconsolada y a la puerta las cuatro hermanas que hacían lo propio.
Ellas también habían llegado a estimar mucho a su reina que las había tratado
con mucho cariño y dulzura.
-¿Dónde
estamos?- preguntaba Amatista que casi no parecía reconocer nada de lo que
tenía a su alrededor. -
-En palacio,
mi amor.- Pudo susurrarle el rey –
-¡La fiesta va
a empezar! – Replicaba la soberana esbozando una débil sonrisa para decir
mirando al vacío. - Padre, ¿crees que al príncipe Coraíon le gustará mi vestido
nuevo?
-Claro que sí.
– Sollozaba él apretando la mano de su esposa entre las suyas. - Eres la chica
más guapa del baile del Milenario de Plata y Neo Cristal Tokio. Ni la mismísima
reina Serenity puede competir con tu belleza.
-¿Y mi niño?
¿Dónde está?- Replicó ella, cuyos pensamientos divagaban ya sin control. -
-Madre estoy
aquí. – Le dijo éste, también tratando de dominar su dolor. -
Ahora
Amatista pareció reconocer a su hijo puesto que le acarició la cara con
suavidad y sonriendo, añadió.
-Zafiro, mi
amor. ¿Dónde está tu hermano?- ¿No ha podido venir?
-Enseguida
viene. – Fue la invariable respuesta que pudo darle él. – Ya llega. No tardará.
La
reina respiraba ya con mayor dificultad. El rey hizo un gesto a Esmeralda que,
llorosa, fue a buscar al Sabio. Le encontró a pocos metros fuera de la
habitación.
-¡Por favor! –
Le suplicó la chica con lágrimas cayendo por sus mejillas. - Trata de hacer
algo por la reina.
Aunque
el interpelado respondió con su voz teñida de lúgubre pesar.
-Desgraciadamente
esto supera ya los límites de mis conocimientos. Contra el mal que le han
enviado soy impotente, querida niña.
Esmeralda
le dedicó una mirada atónita entre sus lágrimas. ¿Qué había querido decir con
eso de “le han enviado”?. Aunque rápidamente se olvidó de ello cuando Calaverite
salió a buscarla con gesto triste y preocupado.
-¡Lady
Esmeralda, deprisa, la reina os llama!
La
muchacha se apresuró a ir, arrodillada también junto a la soberana, en tanto
Zafiro le cedía su sitio tratando de que sus lágrimas no fueran evidentes a su
madre. Petzite pudo acercarse entonces al príncipe llena también de
conmiseración. Quería decirle algo, algunas palabras que fueran de consuelo al
verle tan deprimido, pero sus labios eran incapaces de pronunciar nada.
Esmeralda en tanto se acercó a la soberana que, con las pocas fuerzas que le
quedaban, acarició su largo y sedoso pelo y musitó.
-Mi niña,
trata de cuidarle bien. Yo no he podido hacerlo.
-Os pondréis
bien, Señora. – Replicó la pobre muchacha sin poder evitar llorar. -
-Quise ser una
buena reina para mi pueblo. Quise traer la paz y la alegría a Némesis y a la Luna…
- Suspiró aquella mujer con sus últimas reservas de energía. -
-Y lo hiciste.
Siempre has sido la luz de mi vida y de este reino. ¡La esperanza de todos! –
Le aseguró amorosamente el rey que seguía sin soltarle la mano. – ¡Eres mi
amor, te quiero!…
Amatista
Nairía recordaba ahora con sus últimas energías cuando, siendo una joven dama
casadera, conoció al entonces príncipe Coraíon en esa audiencia. Después
celebraron aquel baile de gala del Milenio de Plata en Cristal Tokio. Ambos se
miraron embelesados desde el primer momento. Bailaron juntos toda la noche y,
poco tiempo después, el príncipe volvió y fueron conociéndose mejor. En esa
época las relaciones entre sus mundos pasaban por un momento de distensión y
que aquellos dos jóvenes se enamorasen fue algo muy celebrado en la Corte de la
Tierra. Asimismo debió serlo en Némesis porque, tras el mensaje de Coraíon para
consultar a su abuelo el rey Corindón, llegó la petición de oficial de mano.
Luego fue su madre la que habló con ella. Diciéndole con pesar que debería
renunciar al trono de la Luna para celebrar ese enlace. Pero la muchacha lejos
de lamentar aquello, fue inmensamente feliz. Al poco la princesa fue llamada a presencia de su
soberana la reina Serenity y del rey Endimión. Ambos la recibieron sentados en
sus tronos. Ella, vestida con ropas sedosas e inmaculadas, él, con un traje
negro tachonado de ribetes dorados y una capa a juego. La joven doncella hizo
una gran reverencia en tanto el rey le decía.
-Mucho nos
complacen las nuevas que hemos recibido de Némesis. Desean firmar un tratado de
amistad duradero y a cambio proponen vuestro matrimonio con el príncipe
heredero.
-Aunque
sabemos que ese mundo es duro y hostil. Por ello solamente vos, princesa
Amatista, debéis decidir si aceptáis o no la propuesta. Como suponemos que
vuestra madre os habrá informado, será mucho a lo que tendréis que renunciar. –
Agregó Serenity mirándola con simpatía y algo de pesar. –
Nairía
sabía que su linaje era uno de los pocos que conservaba sangre real. Al margen
de las guardianas personales de la reina, cada una princesa de su propio
planeta, ella era la única que tenía un rango capaz de permitirla emparentar
con la realeza. Siendo además la heredera al trono de la Luna Nueva y sabiendo
que tendría que renunciar a ese derecho. Pero a ella eso no le importaba tanto
como sus propios sentimientos. Y estaba enamorada de ese gentil príncipe de
Némesis. No tardó por ello en replicar con respeto e ilusión en su tono y
semblante.
-Para mí será
un placer y un honor. Además de una gran felicidad, Majestades. Amo al príncipe
Coraíon como sé que él me quiere a mí. Y con nuestra boda sellaremos la amistad
y la reconciliación permanente entre nuestros mundos. No podría desear nada
mejor.
Serenity
sonrió de forma luminosa, se levantó del trono y cuando aquella joven dobló la
rodilla ella la hizo erguirse ayudándola personalmente a ello para declarar con
dulzura.
-Vuestros
bisabuelos, abuelos y padres fueron aliados y, sobre todo, amigos leales. Vos
lo habéis sido también. No hay nada que me haga más feliz que aceptéis este
matrimonio por amor. Siempre os tendremos en la más alta consideración princesa
Amatista Nairía de la casa Moon Light. Recordad que, por encima de todo, la paz
es la meta y la bondad el camino para conseguirla.
-Gracias, mi
reina…Reina Serenity…rey Endimión, es todo por vos…-Musitó esto último de un
modo inteligible para el resto. -
-Cariño.- Le pidió
Coraíon.- Resiste.
-Quiero
bailar, contigo…otra vez..- Le pidió ella, tratando de elevar un brazo y
acariciarle.-
El rey no lo dudó, tomándola en sus
brazos la levantó del lecho, y la abrazó sujetándola para pedirle a una llorosa
Esmeralda.
-Pon su
canción…¡Vamos!- La urgió…
Aunque la pobre y devastada chica no
sabía a la que se refería. Fue la agonizante reina quien susurró.
-¡Inmortalidad!
Y la joven camarera repitió la
orden. El computador reprodujo esa melodía y la canción. Así, Coraíon la llevó
dando vueltas despacio por toda la habitación, abrazado a ella. Y entre tanto,
los presentes se hicieron a un lado entre emocionados y rotos por el pesar.
-Inmortalidad… Inmortalidad. Haré mi trabajo por toda la eternidad. Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro.- Pudo apenas musitar ella, remachando.- Nunca decimos adiós…
Aquello
fue casi lo único que la pobre mujer pudo musitar al borde del
desfallecimiento. La canción acabó y ella regresó de nuevo a la realidad de su
agonía, mientras su destrozado marido la depositaba en su lecho. Con toda su
familia allí, excepto su primogénito al que tanto amaba. Como pudo, ella se
esforzó por añadir.
-Recordad
siempre que… por encima de todo,… la paz es la meta y la bondad…el camino… – Pudo
susurrar la agotada reina que ya no volvió a hablar.-
La
cabeza de Amatista cayó suavemente hacia un lado y tanto el rey como su joven
doncella parecieron aguardar unos instantes como si el tiempo se hubiera
detenido. Fue el monarca quién, sobreponiéndose al dolor, cerró los ojos de su
esposa. Esmeralda no pudo dejar de llorar sobre el pecho de la soberana y tanto
Zafiro como las hermanas lo hicieron también en silencio. Ellas bajando las
cabezas, apesadumbradas junto a su príncipe.
-¡Oh, Señora!-
Sollozaba Kermesite abrazada a su hermana Bertie.-
La
pequeña de las Ayakashi recordaba a aquella estupenda mujer que hizo también el
papel de madre para ellas, desde que estuvieran alejadas de la suya propia. La
chica pensaba en aquellos días en los que, estando mejor de salud, la reina
Nairía la observaba dando clases a los más pequeños.
-A ver.-
Preguntaba la muchacha a un grupo de niños que no debían de pasar de los ocho o
nueve años y que la escuchaban atónitos.- ¿Quién sabe dónde está la Tierra?
-Pues bajo el
suelo.- Respondió uno de los niños, de color verde de pelo y regordete, como si
tal cosa.-
-¿Qué Tierra?-
Quiso saber una niña rubita a su vez.-
-Pues el
planeta.- Le aclaró Kermesite.-
-¿Qué es un
planeta?- Preguntó un crío de apenas cuatro años.-
-Un planeta
es…- su improvisada maestra se llevó la mano a la barbilla y entonces pudo
decir.- Es una bola muy grande en la que hay cosas…por ejemplo gente.
-¿Entonces en
la Tierra hay gente?- Inquirió la niña rubia de antes.-
-Claro, mucha.-
Sonrió Kermesite.-
-¿Y qué
aspecto tienen? ¿Son feos? –Preguntó el crío regordete.-
Su
interlocutora iba a decir algo cuando tras de ella escuchó la voz de la
soberana, que, risueña, respondió en su lugar.
-Pues son más
o menos como yo.
Pese a los años de enfermedades y
desgaste la reina seguía siendo una bella mujer, quizás no tan vigorosa, con el
pelo algo encanecido y ligeras arrugas en su semblante. Sin embargo, aún
mantenía esa figura esbelta y ese porte señorial. Nada más ser conscientes de su presencia
tanto Kermesite como los niños de más edad enseguida hicieron una reverencia.
La muchacha incluso se disculpó con azoramiento.
-Lo siento,
Majestad… Es que estaba cuidando a estos niños y quise entretenerles…
-Me parece muy
bien. Y hasta has montado tu propia clase.- Se sonrió divertida, para preguntar
de modo jovial.- ¿Te gustaría ser maestra, Kermesite?
-Me gusta
contar cosas.- Pudo replicar la aludida, no sin rubor.- Y enseñar a los
pequeños, sí.
-Claro, tú
eres la pequeña de tus hermanas, por eso te gusta tener a niños y niñas a los
que poder enseñar lo que has aprendido. Lo comprendo y es algo muy bonito.
Ojalá puedas hacerlo realidad algún día.
-También me
gustan los cosméticos, Majestad…-Se atrevió a añadir la chica más animada.- ¡Y
bailar!
Amatista sonrió y con un ademán
invitó a la joven a sentarse junto a los niños, ella ocupó una sencilla
banqueta y mirando a todos con amoroso gesto les dijo.
-¿Queréis que
os cuente cosas de la Tierra? Yo nací allí… Bueno, realmente fue en la Luna,
pero visité la Tierra muchas veces, incluso viví en ella algún tiempo.
-¡Sí, sí! –
Corearon los críos, que no eran aún muy duchos en seguir los rituales
cortesanos.-
-Niños, es la
reina.- Pudo musitar una envarada Kermesite, poniéndose colorada.-
Pero la soberana se rio divertida y
refrescada por aquello. Le encantaba
estar rodeada de aquellos pequeños a quienes no les importaba su rango, sino su
simpatía. Y que mostraban tenerle mucha estima sin buscar nada a cambio. Esa
inocencia podía sentirse y eso la animaba mucho. Entonces comenzó a referir,
entre las atentas miradas de los niños y de Kermesite…
-La Tierra es
un mundo muy hermoso, de cielos y océanos azules, con muchas nubes flotando.
Con enormes bosques y muchísimos animales…
Y habló durante un largo rato, y les
narró relatos sobre muchas cosas, de la vida, de las costumbres, incluso de sus
propios antepasados…Al final, algunos niños levantaron la mano, la cría rubita
le preguntó.
-¿Y está muy
lejos?
-Sí, lo está.-
Afirmó la reina.-
-¿Algún día podremos
ir?- Inquirió el niño regordete.-
Por un momento el rostro de la
soberana se ensombreció. Aunque enseguida recuperó una sonrisa declarando.
-No veo por qué
no.- En origen todos erais terrestres, los padres de vuestros padres vinieron
aquí hace mucho, mucho tiempo…
-Mi mamá me ha
dicho que tuvieron que venir huyendo, porque los terrícolas nos odian.- Terció
una pequeña morena de apenas cinco años.-
La soberana le dedicó una
entristecida mirada, aunque se rehízo de inmediato.
- ¡No cielo…no
nos odian! Quizás lo que pasó es que hubieron muchos malos entendidos.- Replicó
afablemente Amatista, para sentenciar.- Pero estoy convencida de que, un día…
podremos ir a visitar la Tierra e incluso a vivir allí si queremos. ¿Quién
sabe?- Le sonrió animosamente ahora a Kermesite para remachar.- ¡Puede que los
chicos de tu generación sean los primeros en retornar!
Ahora la joven aludida volvía de
esos recuerdos, observando el cuerpo sin vida de la reina, tumbada en el lecho.
La pequeña de las hermanas no podía parar de llorar. Su hermana Bertierite
sufría de igual modo. La muchacha también recordó esas palabras que la reina le
dijera, sobre las flores…incluso rememoró aquella vez, siendo tan cría,
visitando los jardines reales con su padre y sus hermanas, cuando la conoció
tomándola por una mera trabajadora. Lo mismo les sucedía a Petzite y a Calaverite, quienes estaban
visiblemente compungidas. Tanto que olvidaron incluso sus diferencias. Las dos
tuvieron ocasión y el honor de servir a esa mujer que siempre las trató de
forma muy amable e incluso afectuosa…
Petzite estaba arreglando la
habitación de la soberana, era su primera semana allí. Apenas sí había visto a
la reina hasta entonces. Fue ésta la que entró en ese momento y la muchacha
hizo una prolongada reverencia.
-¡Majestad!-
Pudo decir algo cohibida.- Perdonadme, no he tenido tiempo de terminar…
Y para sorpresa de la joven, la
reina la ayudó a doblar una manta y a colocar algunas cosas en tanto le decía
sonriente.
-No te apures
por eso. ¿Eres Petzite, verdad?- Le preguntó con amabilidad.-
-Sí, mi
Señora.- Acertó a responder bajando la cabeza.-
-Eres una
jovencita muy hermosa y trabajadora. Sé que eres la mayor y que, además de
atender a tus obligaciones, cuidas a tus hermanas pequeñas. ¿No es así?..
-Hago lo que
debo hacer, Majestad.- Replicó tímidamente.- Mi madre así me lo pidió…
-Tu madre
seguramente os echará muchísimo de menos.- Dijo la soberana.- Lo comprendo, también
tengo hijos…
La muchacha no supo que contestar a
eso, o si debía o no hacerlo. Permaneció en un respetuoso silencio y oyó a la
reina añadir.
-Algún día,
seguramente que te casarás y tendrás a tus propios hijos. Entonces ellos serán
para ti lo más valioso.
-Sí, Señora.-
Repuso al fin la joven.- Será sin duda como vos decís.
-¿Y tienes ya
a algún muchacho especial?- Le inquirió la reina con un tono de complicidad que
la sorprendió.- ¿Alguno que haga saltar tu corazón cuando piensas en él?
Desde luego no iba a decir de quién
se trataba, pero no pudo evitar enrojecer. Amatista se dio cuenta de eso y le
sonrió cariñosamente, para declarar en voz alta.
-¡Ojalá que,
sea quien sea, te quiera igual que tú a él! Y que podáis ser felices un día los
dos juntos. Yo deseo eso mismo para mis dos hijos. Que encuentren a personas
buenas y que de veras les amen, no por su posición, sino por como son ellos
realmente.
-Seguro,
Señora.- Se atrevió a responder ahora la chica.- El príncipe Zafiro y el
príncipe Diamante son unos jóvenes muy apuestos y amables.
Amatista la observó con detenimiento,
sonrió y Petzite podría jurar que leyó en ella como en una pantalla de
ordenador. Sobre todo cuando la reina se permitió acariciarla en una mejilla y
suspirar con patente afecto.
-Mi niña… Yo
sería muy dichosa si los dos tuvieran la suerte de encontrar a alguien como tú…
Ahora esa pobre mujer ya no podría
ver a sus hijos felizmente emparejados. Y ella misma pensaba que su amor era
imposible. No podía dejar de llorar pensando en ambas cosas. La soberana era la
única que la había tratado como a una hija y la había escuchado en mucho
tiempo.
-Mi
señora…Némesis no será lo mismo sin vos.- Pensaba realmente apenada.- Ni yo
tampoco.
Calaverite también lo sintió
muchísimo. Ella siempre había sido mucho más desapegada que sus hermanas en
según qué cosas y desde luego más lanzada, sobre todo a la hora de entablar
relaciones con el sexo opuesto. Pero siempre apreció mucho a su reina. Incluso
cuando ésta la reconvenía a veces…recordaba una de las ocasiones en las que
llegó tarde…
-Siento el
retraso, mi Señora.- Se disculpaba bajando la cabeza y haciendo una inclinación
ante la reina, que estaba sentada en un sofá.-
-Calaverite.-
Le dijo ésta con tono entre paciente y reprobatorio.- Es la tercera vez esta
semana…
-Lo lamento
muchísimo, de veras.- Se apresuró a repetir inclinándose de nuevo.- No volverá
a ocurrir.
La soberana se levantó entonces y
pudo aproximarse a ella, la chica no se atrevía a mirarla esperando a buen
seguro una buena y merecida reprimenda. Y es que sus ganas de fiesta y sus
salidas de palacio le pasaban factura. Simplemente quería divertirse un poco.
Aunque si su hermana Petzite se enterase sería incluso peor todavía. Entonces,
para sorpresa suya, escuchó la reina
decirle con tono amable.
-No te
preocupes. También he sido joven. Aunque te parezca imposible me encantaban las
fiestas, los bailes y estar rodeada de chicos guapos. Bueno, al menos hasta que
conocí a su Majestad el Rey. Te comprendo bien. Y sé que también debes echar
muchísimo de menos a tus padres. Es duro separarse de los tuyos y dejar atrás
tu hogar.
-Sí señora.-
Musitó la desconcertada muchacha.- Lo es.
-Por eso,
acepta este pequeño consejo que te doy. Apóyate siempre en los que te quieren,
tú tienes a tus hermanas. No ignoro que Petzite y tú discutís muchas veces.
Pero tampoco ignoro que, en el fondo, os queréis. Tú eres la segunda en edad. Y
sé que posees mucho talento e inteligencia. Tienes que usarlos para hacer el
bien porque, mi niña, luego es tarde para dar marcha atrás. Ahora querida…debes
empezar con tus obligaciones.
Y Calaverite así lo hizo. Esa mujer
había sido una magnífica reina y buena persona. Y pese a la diferencia en rango
notó en ella el cariño que echaba en falta en numerosas ocasiones. Ahora
sollozaba también, sin poder evitarlo.
-Trataré de
mejorar por vos, Señora.- Se decía.- Os lo prometo.
Y Esmeralda no era menos que el
resto. La desconsolada joven sí que había tenido una madre en esa mujer. Ambas
se consolaban respectivamente por sus carencias. Amatista, por las prolongadas
ausencias de su esposo e hijos, siempre al cuidado del reino y la propia joven
por la falta de una madre y la no presencia de su padre. Un día recordaba cómo
la reina daba un paseo y la llamó. La muchacha vino ataviada con un sedoso vestido
ajustado de color negro, botas altas y
de tacón a juego y un ornamento compuesto de tres grandes gemas verdes que se
repartían sobre su pecho. Aquello sorprendió
a la reina.
-¿De dónde
sacaste ese vestuario? Hay que reconocer que es elegante y muy bonito…
-¿Os gusta, mi
Señora?- Peguntó la chica esperanzada, al desvelar.- Seguí vuestro consejo. Yo
misma lo diseñé y una de las droidas me ayudó a fabricarlo.
-Eres
realmente muy talentosa.- Afirmó Amatista con satisfacción.- Me recuerdas mucho
a las historias que mi propia abuela me contaba.
-¿Vuestra
abuela la reina Alice de la Luna?- Quiso recordar su interlocutora.-
-No, mi abuela
paterna, Crista. – Repuso la soberana, sonriendo para relatar.- Ella fue modelo
y llegó a ser la directora de una gran casa de modas terrestre, en París. Eso
fue hace mucho…creo que antes del Gran Sueño. Ya no me acuerdo de los detalles.
Pero creo que su mentora fue una gran diseñadora. Y mi abuela siempre me contaba
que la nieta de su maestra era su mejor amiga. Y que esa amiga tan querida tuvo
que irse a un largo viaje. Yo llevo el nombre de la madre de su amiga, que era
la hija de esa legendaria diseñadora.
-Es un nombre
muy bonito, Amatista.- Declaró Esmeralda, afirmando con genuino deseo de que
así fuera.- Si algún día tuviera una hija, me gustaría que me honraseis
permitiéndome llamarla como vos.
-Mi niña.-
Sonrió la soberana.- El honor sería mío. ¿Sabes? Los nombres transmiten muchas
cosas. Y una de ellas son los recuerdos y el legado de los que nos precedieron.
Yo estoy muy orgullosa del mío, puesto que mi abuela siempre me dijo que la
madre de su querida amiga fue una gran mujer. Una mujer valiente y decidida, que
hizo muchísimas cosas buenas por los demás. Quisiera parecerme a ella en esto
también.
-Lo que no
comprendo es por qué no os llamaron como a esa amiga.- Se extrañó la joven.-
¿sabéis cuál era su nombre?
-Sí, creo
recordar que se llamaba Maray…-Repuso la soberana.- Y que era una chica
realmente increíble.
Esmeralda sintió un escalofrío
recorrerla, se estremeció y la reina lo vio enseguida.
-¿Estás bien?-
Se interesó con inquietud.-
-Mi madre se
llamaba así.- Pudo decir con emotividad.-
Nairía la observó no sin sorpresa y
no tardó en replicar.
-Es verdad.
Perdóname. Ni he caído en la cuenta. Tu madre fue una gran amiga mía. Me
recibió en este planeta cuando llegué y me brindó su apoyo. Era una gran mujer
que te quería mucho.
-¡Ojalá
hubiese podido conocerla! - Sollozó la muchacha.-
-Recuerdo como
te trajo al mundo precisamente aquí, muy cerca de estas estancias, en el salón
esmeralda. Yo misma la ayudé, junto con el médico de palacio. Y tu madre fue
muy feliz cuando te tomé en brazos y te puse a su lado.- Sonrió la soberana.-
Esmeralda
recordó esa historia. Alguien se la contó hacía mucho tiempo. Fue su propio
padre, cuando ella no era más que una niña. Ahora lloraba con emotividad.
-Sí, por eso
me llamaron así.- Suspiró la muchacha.-
Amatista
acarició el rostro demudado de la chica e incluso sacó un pañuelo para secarle
algunas lágrimas, al tiempo que le decía con afecto.
-A veces el
destino nos tiene planes reservados. Y seguro que no es una casualidad. No me
cabe duda de que tendrás un importante papel que jugar en tu vida. Intenta que
sea para bien.
-Sí, Señora,
así lo haré.- Sonrió su interlocutora.- Os doy mi palabra.
Y ahora sólo veía el cuerpo sin vida
de esa gran soberana y magnífica persona, que parecía estar durmiendo como
otras tantas veces. Casi daba la impresión de que iba a despertar muy pronto y
a pedirle que la ayudase a salir al jardín. Esmeralda movía la cabeza apretando
los labios y llorando sin consuelo.
-Solamente
decidme, Señora. ¿Qué podré hacer yo para confortar al príncipe cuando
vuelva?...Si no soy capaz de lograrlo conmigo misma.
Y
su pregunta tardó un tiempo en poder ser contestada. Pero finalmente, al cabo
de pocas semanas, regresó Diamante para encontrase esa luctuosa situación. Cuando decidió volver a su mundo sin más
tardanza sabía que por mucho que se apresurara el viaje duraría varios meses y
lo principal era el estado de su madre. Al fin, cuando llegó a Némesis el
panorama no podía ser más trágico. La reina había muerto sin poder verle. Su
padre estaba profundamente trastornado por su pérdida, pasándose largas horas
en sus estancias sin recibir a nadie. Zafiro y Esmeralda estaban desconsolados
aunque tratando de mantenerse enteros y sostener la Corte y los trabajos
esenciales de palacio y del gran generador de energía. Ante eso el joven
heredero se enfrentó a todo lo mejor que pudo. Trató de animar a los suyos y
agradeció las muestras de cariño y de lealtad hacia su madre. Pero en su
interior hervía de ira contra el reino de la Tierra. Trató de comunicarle lo
ocurrido allí a su padre con el mayor tacto del que fue capaz.
-Padre.- Pudo
saludar con tono lleno de respeto y teñido de pesar por las circunstancias.- He
vuelto de la Tierra.
Coraíon tardó unos momentos en
reaccionar. Estaba sentado en su trono, mirando aparentemente a ningún sitio.
Tras unos instantes giró su cabeza en dirección al recién llegado. Le observó
sin hablar y finalmente declaró.
-Bienvenido a
casa. Hijo. Espero que todo haya ido bien.
-Sí, padre.-
Musitó él, bajando la cabeza.- Fui recibido por la reina Serenity. Ella me
aseguró que desea la paz entre la Tierra y nuestro reino.
-No esperaba
menos de ella.- Asintió Coraíon.- Dime. ¿Qué impresión te dio?
-Es una mujer
realmente muy notable.- Afirmó sinceramente el chico aliviado de poder decir
algo bueno.-
Y
el príncipe le contó a su padre lo menos posible, omitiendo incluso los
desplantes que recibió, para no agravar su estado. A Coraíon le consoló al
menos que su hijo pudiera disfrutar viendo las maravillas de la Tierra. El
chico decidió centrarse en eso, para transmitirle una pequeña alegría. Más aún
en memoria de su madre. Después de despedirse y salir pidió consejo al Hombre
Sabio, tras narrarle a este detalladamente
lo sucedido justo antes de retornar de la Tierra. El consejero escuchó con gran
interés y le replicó de forma algo enigmática, con el tono del que veía a su
pesar confirmadas sus sospechas.
- Así que, el Rey
Endimión no estaba y luego se negó a veros y os humillaron acusándoos
falsamente. Era justo lo que yo imaginaba. Está muy claro a lo que juegan.
-¿Qué queréis
decir? - Preguntó Diamante cada vez más alterado según le escuchaba. -
- De seguro
que los acontecimientos que han ocurrido en nuestra luna meridional tienen que
ver con sus manejos.- Repuso su interlocutor.-
Y
ante la extrañada mirada del joven su consejero le contó que habían ocurrido
bastantes cataclismos en esa luna, la antigua nave en la que llegaran los
pioneros, sin ninguna justificación aparente. Se capturaron a varios sospechosos de sabotaje
que habían confesado actuar bajo órdenes del rey Endimión. Diamante consultó
con su hermano y con Rubeus que se lo confirmaron. De hecho, el joven pelirrojo
estuvo por allí comisionado por el Sabio, y pudo obtener gran parte de aquella
información. Sucedió unos días antes de la vuelta del príncipe. El hijo del
marqués de Crimson salía de uno de sus típicos devaneos con alguna cortesana
cuando el encapuchado se aproximó.
-Joven Rubeus.
- Le llamó con tono monocorde.-
-Sí, Hombre
Sabio.- Repuso éste.-
-Te buscaba.
Hay asuntos que requieren mi atención y uno en particular que me gustaría
discutir contigo.
-Tú dirás...
¿En qué puedo ayudarte?
El Sabio sacó entonces unos alargados
cristales de color negro y le comentó.
-Estos
pendientes poseen mucho poder. Te ayudarán en tu carrera. Y también en un
trabajo que deseo encomendarte.
Y con la total atención de ese joven
en él, el encapuchado le refirió noticias sobre algunas explosiones en la luna
meridional y otros extraños sucesos en partes lejanas del planeta. Entre ellas,
el territorio del ducado de Green.
-¿Estáis
totalmente seguro de eso?- Inquirió Rubeus con gesto y tono de sorpresa.- ¿Se
sabe algo del duque?...
-Nada por
ahora. Pero mucho me temo que el enemigo ha logrado golpearnos de algún modo.-
Le comentó el Sabio, añadiendo.- Confío en que podrás hacer averiguaciones.
-Sí, os
aseguro que llegaré al fondo de esto.- Afirmó el chico.- Me llevaré a las
hermanas conmigo.
-En esta
ocasión es preferible que vayas únicamente por tu cuenta. No me fio mucho de
ellas, son muy jóvenes todavía y quizás les falte discreción sobre lo que
podáis encontrar allí.- Opuso su contertulio.-
-Bien, en ese
caso yo sólo me las apañaré.- Afirmó el muchacho.-
-Me complace
ver que eres un leal servidor de su Majestad. Me ocuparé de informarle
personalmente de tu devoción.- Le aseguró su interlocutor.- Cuando todo se
solucione.
Rubeus se marchó visiblemente
satisfecho. Seguro que descubriría lo que fuera que hubiese sucedido. En
cualquier caso, siempre podría culpar a ese estúpido Cinabrio. Aunque, ahora
que lo pensaba.
-Creo que ese
tipo sigue en prisión. No pudo ser él. Quizás algunos de sus partidarios. O es
posible que nada tengan que ver.
Entre tanto, Turmalina aguardó
pacientemente la vuelta de Ópalo. Al retornar, éste fue a verla de inmediato, incluso
antes que a sus propias hijas. Tras saludarse y recordar viejos tiempos en las
habitaciones de ella, conversaron. Tras lamentar con sinceridad la muerte de la
reina él enseguida quiso preguntarle.
-¿Sabes si mis
hijas han ido a ver a su madre?
-Creo recordar
que Petzite se ausentó por un par de días.- Le contó ella que no estaba del
todo segura.-
El conde no dejaba de darle vueltas.
¿Habría hablado su hija mayor con Idina y descubierto el engaño? Aunque esas
reflexiones se vieron interrumpidas por el susurro de su amante quién,
abrazándose a él, le desveló.
-Hablé hace
poco con el Sabio. Me dijo que mi reclamación del ducado de Turquesa está
próxima a resolverse. No se lo van a dar a Rubeus. Ese tipo es solamente un
bruto. ¡No lo obtendrá!. Me lo va a dar a mí.
-¿Te ha dicho
a cambio de qué?- Quiso saber él con tono inquieto.-
Por suerte, su interlocutora debió
de interpretar mal aquello. Se rio divertida y enseguida afirmó entre carcajadas.
-¡No! No es
eso que te imaginas. Que yo sepa ese tipo no se relaciona con nadie de ese
modo. Debe de ser muy viejo. Si te digo la verdad, tendría curiosidad por mirar
debajo de ese sayal que lleva. ¡Ja, ja!…
Ópalo forzó una sonrisa de circunstancias,
pero la verdad es que no le hacía ninguna gracia. Se acordaba de ese mensaje de
su mujer y temía que, en efecto, esos sucios trucos de aquel encapuchado la
hubieran terminado de volver loca. En cuanto pudo, se libró de Turmalina y se
vistió, pretextando que debía ir a saludar a sus hijas. Aunque por una vez no
era ninguna excusa. Tenía muchas ganas de verlas. Las muchachas una vez
fallecida la reina, estaban ahora reintegradas al servicio de Rubeus. Por
fortuna aquel tipo no estaba por allí, y ellas se pasaban el día tratando de entretenerse
o bien entrenando. Su superior les había informado que desde ese momento, se
unirían a él como grupo de vigilancia.
-Vuestro deber
a partir de ahora será ayudarme en mis investigaciones. Némesis está infectado
por una plaga de traidores. Quizás alguno de ellos tuviera relación con el
fallecimiento de nuestra amada reina.
-En tal caso, Señor,
nos ocuparemos de hacérselo pagar.- Declaró Petzite con el asentimiento del
resto de sus hermanas.-
Y se aprestaron a ello, practicando
técnicas de lucha y rastreo con droidas entrenadoras. No obstante, Rubeus les
comunicó que, por el momento, no contaría con ellas para llevarlas en su
próxima misión.
-Debéis adiestraros
más y mejorar para eso.- Contestó cuando Calaverite se lo pidió.-
-Pero…Amo
Rubeus.- Pudo decir, al estar en presencia de las demás.- Al menos llévate a
una de nosotras.- Le sugirió, esperando ser la elegida.-
Sin embargo, éste le dedicó una mirada
fría y moviendo la cabeza, sentenció.
-Cualquiera de
vosotras solamente representaría un estorbo ahora. Entrenad y aprended.
-Sí amo.-
Repitieron las otras tres.-
Y obedecieron. Ópalo llegó a verlas
cuando las muchachas estaban descansando. La primera en darse cuenta fue
Kermesite, que vestía un traje morado a rayas oscuras que cubría todo su
cuerpo, y una especie de tutú a modo de falda.
-¡Papá!- gritó
levantándose de un sillón en donde estaba.-
Ópalo la abrazó de inmediato. Las
demás se aproximaron también y el conde fue haciendo lo mismo con todas ellas.
Lo cierto es que habían crecido mucho. Sobre todo las más pequeñas. Ya daban la
impresión de ser mujeres, y las mayores sí que tenían ese aspecto de jóvenes
señoritas de la Corte. Justo lo que él siempre anheló.
-¡Kermesite,
Bertierite, Calaverite, Petzite! - Las nombró de menor a mayor, visiblemente
contento.-
-¡Qué alegría
que hayas vuelto!- Afirmó Bertierite.-
-Sí, es
verdad.- Convino una menos entusiasmada Calaverite.-
Aunque la mayor de todas no dijo
nada. Se limitó a observar a su padre con gesto algo severo. Éste lo advirtió,
pese a ello les dijo a todas.
-Tenéis que
contarme muchas cosas.
-¿Acaso te
interesa de veras que ha sido de nuestras vidas, padre?- Le respondió fríamente
su primogénita.-
Eso sorprendió tanto a Ópalo como a
las dos hermanas más pequeñas de Petzite. Aunque el conde enseguida fue capaz
de contestar con tinte afable.
-Por supuesto,
cariño. Sois lo más importante para mí.
-Junto con
nuestra madre, supongo.- Añadió Calaverite, con un tono teñido de sarcasmo,
uniéndose por una vez a su hermana mayor.-
Kermesite y Bertierite se miraron
sin comprender qué estaba sucediendo. El gesto de su padre ahora se había
endurecido. No dudó en replicar con un tono más severo.
-Entiendo que
podáis pensar que os he dejado solas. ¡Y es cierto! Lamento haber estado tanto
tiempo fuera. Pero estuve cumpliendo una misión junto con el príncipe Diamante.
En la Tierra…
-Sí, claro.-
Le cortó Petzite dando la impresión de suavizarse al decir.- Perdona. Es sólo que
me gustaría hablar contigo.
-Por supuesto,
hija.- Convino él quien a su vez afirmó.- También tengo muchas ganas de que
charlemos.
-En privado,
si puede ser.- Le pidió ésta.-
Ópalo asintió, supuso que su
primogénita deseaba confiarle algo que sus otras hermanas no deberían escuchar.
Posiblemente ya tuviera algún pretendiente y deseara pedirle su aprobación. En
tal caso debería saber de quien se trataba. Las dos chicas menores parecieron
ir a decir algo, aunque fue Calaverite quien les indicó.
-Petzite tiene
que hablar con papá a solas. Son cosas de ella.
Y tanto Bertierite como Kermesite
asintieron. ¡Si era algo privado!... Calaverite las acompañó fuera de la
estancia en la que se hallaban. Ópalo pensó que eso confirmaba sus sospechas y
sonrió débilmente. Aunque su hija mayor no tardó en mirarle con preocupación y
pesar y revelarle con voz queda y consternada.
-¡Mamá ha
perdido del todo la razón!
-¿Qué?- Pudo
inquirir el perplejo conde.-
Su hija suspiró, intentando no
llorar y en cuanto pudo reunir toda su entereza y controlarse, le explicó lo
sucedido.
-No he vuelto
a visitarla desde entonces. Tenía miedo de cómo podría reaccionar.
-Entiendo.-
Musitó Ópalo quien se había quedado realmente horrorizado al oír aquello.- ¿Lo
saben tus hermanas?
-Solamente se
lo conté a Kalie. – Le confesó abatida su interlocutora.- No quisimos decirles
nada a Kermie ni a Bertie. Son demasiado jóvenes. Y ya han sufrido bastante con
la muerte de la reina.
-Hiciste bien.
Siempre fuiste juiciosa, hija.- La alabó su padre.-
-Tratamos de
hablar con los tíos, incluso con los primos Kiral y Akiral, pero no
respondieron a nuestras llamadas.- Le contó la muchacha.-
Eso también sorprendió a Ópalo.
Desde luego que él nunca fue ningún ingenuo y supo la forma en la que la esposa
de Grafito, “se interesaba” por Idina. Sin embargo, también se percató de que
su mujer no correspondía a aquello. Poco a poco ambas parejas se fueron
alejando. Más cuando nacieron sus respectivos vástagos. Aun así, Agatha y su
marido estimaban a sus sobrinas. No comprendía el porqué de esa falta de
comunicación.
-Intentaré
contactar con ellos.- Afirmó el conde.-
-Hazlo, por
favor. Pero sobre todo, me gustaría que fueses a ver a mamá. Y comprobases si
estoy en lo cierto.- Le pidió Petzite.-
-Ten por
seguro que lo haré. Lo prometo.- Aseguró su progenitor.-
Y en esta ocasión no era una promesa
vana, ni algo que respondiera únicamente por tranquilizar a su hija. Él mismo se
sentía desolado y culpable. Tenía la necesidad de comprobar si eso era verdad.
¡Ojalá que no!
-Quizás mi
vida haya sido un error.- Comenzaba a decirse.- He estado tantos años pensando
en engrandecer mi condado, mi legado, y a mi familia, que me he olvidado de lo que
más me importaba. De mi esposa y de mis hijas.
Y es que así había sido. Ópalo
recordaba que él quiso a Idina una vez. Que su ilusión por estar con ella y
pasar tiempo juntos fue real. Después llegó aquella obsesión por medrar en la Corte,
por hacerse con un buen sitio en el reparto del poder y la influencia.
-En la Corte
de Serenity y Endimión no era así. Los que allí vivían parecían gentes honestas
y bondadosas.- Meditaba entre reflexiva y admonitoriamente.- La verdad, no sé
qué pudo ocurrirle al príncipe Diamante. Pero yo nunca vi ni oí nada por parte
de los soberanos, ni tan siquiera de sus princesas guardianas, que justificase
su actitud. Tuvieron incluso demasiada
paciencia con él y sus arrebatos. Es como si se hubiera vuelto loco de forma
transitoria. La muerte de la reina Amatista es también muy rara, he oído que
llevaba un tiempo alucinando, y ahora mi mujer…Idina estaba muy disgustada
conmigo por quitarle a las niñas, pero jamás estuvo trastornada hasta el punto
que me ha contado Petzite. Pero lo que
más me asusta de todo es ese mensaje que me envió. No coincide para nada con lo que mi hija me ha
contado. Y sé que mi hija mayor no me miente. O por lo menos cree a pies
juntillas lo que me ha dicho. Aquí hay algo muy extraño. Tengo que descubrir
que es. Pero debo hacerlo solo. No sé en quién podría confiar y no quiero involucrar
a mis hijas.
Y el conde decidió comenzar con sus
pesquisas. Por su parte, Esmeralda estaba asimismo preocupada. Viendo lo
deprimido que estaba el príncipe Diamante no quería dejarle sólo. Aunque en
cuanto pudiera deseaba ir a ver a su padre.
-Hace mucho
que no me envía ningún mensaje. Espero que esté bien. Por muy ocupado que se
encuentre en esas actividades clasificadas.- Se decía la joven.-
Por lo que sabía de ese idiota de
Rubeus, su propia familia tampoco había dado señales en mucho tiempo. Quizás el
marqués de Crimson estuviera metido en algo similar. No obstante, al joven pelirrojo no daba la
impresión de inquietarle eso en lo más mínimo. Al contrario, estaba tan absorto
en sus propios intereses, y en cumplir bien la misión que el Sabio le había
encomendado, que apenas sí prestaba atención a nada ni a nadie más. Hasta había
dejado de lado su interés por Esmeralda.
-De todos
modos, ahora que el príncipe Diamante ha vuelto, ese patán tendrá que ser mucho
más cuidadoso.- Se decía la joven duquesa.-
Otra que estaba inquieta era
Turmalina. Ahora por el comportamiento de Ópalo. ¿Qué le pasaba?. Quizás se
sintiera culpable por el poco tiempo que había dedicado a su familia. Por esa
parte le dejaría tranquilo durante una temporada para que solventase aquello.
Aunque de otro lado, y esto era lo que a ella más le sorprendía, es que el
conde de Ayakashi, antaño tan concernido por su posición, no parecía acercarse
mucho ni al rey ni al príncipe desde que había regresado de la Tierra.
-Todavía le
necesito. Es el hombre de confianza del monarca y del heredero. Espero que no
lo estropee ahora con sus ridículos asuntos familiares.- Pensaba ella con una
mezcla de inquietud y enfado.-
Así estaban las cosas, con todos
haciendo cábalas sobre sus respectivos futuros, preocupándose únicamente de sus
pequeños planes personales, sin saber ninguno de ellos lo que les aguardaba en
realidad.
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