Así pasó el tiempo. Pareció que los deseos de la
reina se cumplían y sus temores eran infundados. Los jóvenes príncipes fueron
educándose sin novedad y en un ambiente tranquilo. Ya con quince años, Diamante
se aburría soberanamente (y esto pese a sonar irónico nunca pudo estar mejor
expresado) escuchando a una de sus droidas instructoras contarle.
-Némesis es un planeta pequeño, cuyo día dura el
equivalente a veintinueve horas terrestres. Los años no pueden medirse con los
estándares terrícolas dado que no orbitamos directamente alrededor de su sol
amarillo y nuestra estrella, que sí lo hace, necesita de unos mil doscientos
años aproximadamente para dar una órbita completa…
-¡Basta!- Ordenó el príncipe.- Ya está bien de
tantos datos carentes de utilidad.
-Con el debido respeto, Alteza.- Replicó la droida
con tono paciente y objetivo.- Vos precisáis aprender muchas de estas cosas…
-¿Para qué molestarme en ser una computadora llena
de datos? me basta con que tú u otro androide me informe puntualmente.- La
cortó él, lamentándose de seguido.- Lo que quiero es tener auténticos retos,
cosas importantes que hacer. No estar aquí perdiendo el tiempo con asuntos
intrascendentes.
Y
es que Diamante había crecido mucho convirtiéndose en un apuesto adolescente
cuyos cabellos albinos le llegaban hasta la base del cuello. Era de carácter
algo impaciente y a veces irascible cuando algo se le resistía o polemizaban
con él. Aunque sabía ser gentil y estaba muy bien educado. Con su magnífico
porte y su simpatía contenida levantaba la admiración de las jóvenes muchachas
de la capital pese a que él no estaba interesado en ninguna en particular
todavía. Su hermano Zafiro, por otro lado, seguía siendo apenas un niño
entrando en la pubertad, había desarrollado mucho interés en la ingeniería y
era buen pupilo del ya anciano Rutilo.
-Habéis aprendido mucho, Alteza.- Le halagaba su
preceptor.-
-Es apasionante, poder construir tantas estructuras,
pero sobre todo me encanta el diseño de las droidas.- Declaró el chico que
rondaba ya los trece años.-
-¡Pues a ver si mejoras el diseño de estas! Hazlas
más calladas y atractivas. - Se rio su hermano quien precisamente entraba en la
habitación que Zafiro ocupaba con Rutilo en tanto era seguido por aquel
androide.-
-Alteza, debemos proseguir con la clase.- Insistía desapasionadamente
ese robot.-
Diamante
suspiró, iba a decir algo visiblemente hastiado de aquello. Pero la voz cálida
de su madre le disuadió.
-¿Qué tal van las clases, hijos míos? – Quiso saber
Amatista llegándose hasta ellos.-
La
soberana, antaño tan dinámica y llena de vida, caminaba ahora despacio, con
síntomas de cansancio en su cuerpo y su mirada.
-Madre. ¡Te has levantado!- Exclamó un alegre
Zafiro.-
-Ven, siéntate.- Le pidió Diamante, contento también
de verla pero concernido a su vez por la salud de su progenitora.-
-Gracias, estoy bien, tranquilos, hijos míos.-
Sonrió la agradecida mujer.- De verdad. Me noto más fuerte.
-Me alegro mucho, mamá.- Dijo su hijo menor.-
-Por favor, continuad con vuestras clases. No
quisiera interrumpiros.- Comentó Amatista.-
-Son muy aburridas.- Declaró Diamante.- Ya no quiero
seguir por hoy.
Su
madre se aproximó a él acariciándole una mejilla, eso hizo que el chico bajase
un poco la cabeza.
-Hijo, seguramente así será, pero es importante que
aprendas todas esas cosas.
-Teniendo droidas ya se ocupan de recordármelas
continuamente, madre. No veo qué utilidad tiene esto.- Argumentó él con
evidente desagrado.-
-No siempre podrás tener a alguien a tu lado para darte las respuestas. Y a veces,
aunque lo tengas, eso no quiere decir que debas aceptarlas sin más.- Le
respondió su madre mirando detrás del chico.- Tienes que ser capaz de formar tu
propia opinión sobre cualquier asunto. Y para eso, precisas conocer en qué
consisten.
Y
es que a espaldas de Diamante alguien se aproximaba. Tal cual era su costumbre
llegaba flotando en el aire, despacio. Ese individuo funesto con aquel sayal
que jamás dejaba ver su rostro. Esa criatura le daba escalofríos a Amatista.
Aunque ella nunca permitía que aquel tipo lo percibiera. Todo lo contrario, separándose
un poco de su primogénito la reina saludó, con una mezcla de ironía y un leve
toque de desdén, ocultando su cansancio e irguiéndose con el orgullo y la
dignidad que antaño poseía.
-No tenía conocimiento de que asistieras a estas
clases, Sabio. Pero lo celebro, nunca es tarde para seguir aprendiendo.
El
encapuchado dio la sensación de bajar levemente su cabeza a modo de saludo y
replicó con tono políticamente correcto en el que no se translucía emoción
alguna.
-Majestad. Altezas…
-Hombre Sabio.- Respondió a su vez Diamante con tono deferente.-
-Tenéis razón, joven príncipe. – Comentó el
encapuchado.- Algunas de estas lecciones no os son necesarias. Vuestro talento
está destinado a miras mucho más elevadas.
Eso
hizo sonreír al muchacho. Al menos ese consejero tan sagaz le comprendía. Sin
embargo, el gesto de la reina no daba precisamente la sensación de que
estuviera satisfecha de lo que había escuchado.
-¿No contento con arrogaros el papel de consejero,
pensáis que también debéis hacerlo con el de madre? – Inquirió Amatista sin
disimular su malestar.-
-Jamás podría ni soñar con eso. Vos sois la perfecta madre que los príncipes merecen
tener.- Contestó conciliatoriamente su interlocutor.- Mejor incluso que la
pobre duquesa Turquesa que en paz descanse.
Esas palabras trajeron a la memoria
de la reina unos recuerdos realmente tristes e inquietantes. Ocurrió haría unos
pocos años. Su camarera personal no pareció tenerla en mucha estima. Estaba
claro que no le gustó que una extranjera acabase por ser su soberana. No
obstante, años de convivencia parecían haber suavizado aquello. Incluso cuando
Turquesa al fin se casó y quedó embarazada, las cosas cambiaron. Al poco de
tener a su hijita Beryl, y cuando la duquesa descansaba en la residencia de su
ducado, la propia Amatista fue a visitarla.
-Os felicito.- Le
dijo al ser recibida.-
-Majestad. Es un
honor, no os esperaba.- Pudo decir la perpleja noble tratando de levantarse del
diván en el que reposaba.-
-No, por favor.-
Le pidió una apurada Amatista.- Descansad. Lamento importunaros en estos
momentos, pero quise venir a daros mi enhorabuena por vuestro alumbramiento en
persona. Os sentiréis muy feliz.
-Sí, mi Señora.-
Admitió la sonriente Turquesa quien pese a todo se puso en pie, añadiendo.- No
os inquietéis por mí. Estoy mucho mejor y casi recuperada por completo del
parto. Por favor, pasad y poneos cómoda. ¿Qué os apetece?- Le ofreció
solícitamente. –
-Ver a vuestra
pequeña. Y saber de vos. - Sonrió Amatista.-
Y la duquesa se la mostró,
conduciéndola a la habitación principal de su casa. Allí, en una cuna, reposaba
la cría. La soberana sonrió ampliamente para alabar.
-Una niña
preciosa. Lo celebro mucho por ti y por Berilo.
-Os lo agradezco,
Majestad.- Contestó su interlocutora.-
Pasó un tiempo más hablando con la
duquesa quien parecía muy sorprendida e incluso agradecida por aquel gesto. Los
años fueron transcurriendo y fue triste saber que la pequeña Beryl tenía esa
debilidad crónica.
-Lo mismo que mi
amiga la pobre Maray, y lo que me está sucediendo a mí.- Recapituló.-
Y habló de eso con su camarera.
Aquello pareció estrechar sus lazos y unirlas. Desde entonces Turquesa y ella
ganaron confianza. La propia duquesa llegó incluso a decirle una vez con tono
afectado por el envaramiento.
-Majestad. Creo
que debo pediros perdón.
-¿Pedirme perdón?
No te entiendo. ¿Por qué razón? -Quiso saber la atónita soberana.-
La siguiente frase daba la impresión
de ser difícil de pronunciar puesto que su camarera principal se mantuvo en
silencio durante unos momentos para al fin ser capaz de replicar, con tono
sincero y lleno de pesar.
-Al principio.
Cuando llegasteis a Némesis, incluso antes. Yo…no era partidaria de que una
princesa extranjera viniera aquí.
-Eso es razonable.
No me conocías de nada.- Comentó despreocupadamente Amatista.-
-Tenéis razón. No
os conocía.- Admitió su interlocutora, agregando de forma culpable y en tono
casi de advertencia.- Me he dado cuenta de mi error, pero hay otros que no.
Debéis tener mucho cuidado.
-¿Cuidado?-
Repitió su contertulia mirándola perpleja.- ¿Con quién?
-Hay algunos que
no os quieren bien. Por diferentes motivos. -Le confesó evasivamente Turquesa.-
-Siempre me has
dicho que mis súbditos me adoraban.- Opuso Amatista con gesto sorprendido.-
-Y era cierto. La
mayoría sí. Pero cuidaos de los otros. No es tan fácil verles venir. - Replicó lacónicamente
su camarera.-
-Gracias por la
advertencia. No lo olvidaré.- Sentenció la reina con tono más serio y
preocupado.-
Aunque el tiempo pasó y no dio la impresión de suceder
nada extraño. Al menos que pudiera estar dirigido contra ella. Sin embargo, fue
terrible cuando se acordó de ese aciago día. Años atrás, la hija de la duquesa
dormía en palacio y de repente desapareció. Nadie sabía dónde podría haberse
metido. Turquesa estaba desesperada.
-¡Mi hija! ¡Se la
han llevado!- Gritaba recorriendo los pasillos como una posesa.- ¿Dónde está?
-Tranquilizaos.
Ordenaré que la guardia peine todo el palacio. La encontrarán. - Le aseguró el
propio rey Coraíon al enterarse de aquello.-
Berilo
también estaba destrozado. No era capaz ni de moverse. El propio rey tuvo que
animarle, lo mismo que el conde de Ayakashi que estaba allí también por aquel
entonces.
-La encontraremos. Sé como te sientes, también yo
tengo hijas.- Le decía Ópalo tratando de alentar a ese infeliz.-
Amatista
abrazó a la llorosa duquesa quien apenas si podía musitar.
-Es una venganza…contra mí.
-¿Qué?- Quiso saber la soberana.-
-Majestad. Tened mucho cuidado, os lo suplico. ¡Pensad
en vuestra suegra! - Sollozó su interlocutora.-
-¿De qué estás hablando?- Inquirió la estupefacta
Amatista.-
-Debéis indagar. No puedo deciros más.- Suspiró la
destrozada Turquesa.-
-¿El qué?¿Dónde?- le preguntó la reina, mirándola entre
compadecida y atónita.- Vamos. Dime qué quieres decir con eso. ¡Por favor! Solamente
deseo ayudarte…
No
obstante, su interlocutora no dijo nada más. Las horas y los días se sucedieron
y la niña no apareció. Turquesa estaba cada día más deprimida. Lo mismo que su
marido. Los reyes les dieron licencia para retirarse a su casa en el ducado que
ella poseía. Al fin, tras unas semanas sin saber nada, les llegó la terrible
noticia. La duquesa Turquesa había sido hallada muerta, se había ahorcado en su
salón.
-Dejó una nota.- Suspiró Berilo, cuando volvió a la
Corte, en una audiencia privada.- Me pedía perdón por haber sido débil y perder
a nuestra hija. Pero ella no la perdió. Estoy seguro.
-Lamentamos muchísimo vuestra pérdida, Duque.- Le
respondió un entristecido Coraíon.-
-¡Duque! – Repitió el hundido Berilo.- Es irónico,
al principio acepté casarme con Turquesa para forjar una alianza, para subir en
la pirámide social. Ahora que he perdido a mi hija y a mi mujer de esta manera
tan terrible, nada de eso me importa.
Los
soberanos no respondieron a eso, se limitaron a escuchar a aquel desdichado
confesarles.
-Ella no me atraía de ese modo. Yo siempre estuve
interesado en hombres. Y nuestro matrimonio era pura fachada. Al menos hasta
que Beryl nació. Ella nos unió, forjó un vínculo que compartíamos. Y más cuando
supimos que estaba enferma. Turquesa cambió desde entonces. Y yo también. Ya no
nos preocupaba ascender en la Corte, ni lo que sentíamos el uno por el otro,
sino el provenir y la felicidad de nuestra hija…-Sollozó totalmente
destrozado.-
-¿Hay algo que podamos hacer?- Inquirió la devastada
Amatista observando a ese desgraciado llena de conmiseración.-
-Solamente os suplico que me dejéis indagar en todo
esto. Sé que ella se sentía culpable, pero tiene que haber algo más.- Contestó
Berilo.- Nuestra pequeña no ha desaparecido sola.
-Tenéis nuestra venia y si precisáis de cualquier
tipo de ayuda solamente tenéis que pedirla.- Declaró Coraíon.-
Aquel
pobre hombre asintió. Aunque no se comunicó mucho con los soberanos durante
años. Pareció olvidarse de cualquier ambición que hubiese tenido por medrar en
la Corte y se quedó en los dominios de su fallecida esposa. Al fin,
curiosamente fue a palacio y pidió una audiencia. No obstante, lo hizo para ver
a la reina. Coraíon estaba de viaje revisando las nuevas construcciones del
planeta. Amatista, visiblemente preocupada por aquel individuo, le recibió en
una sala privada, dado que Berilo insistió en ello.
-Celebro veros, duque, ¿Qué tal estáis?
- Majestad, mi salud no es importante, ni mi ánimo. Hay
algo que me preocupa mucho más.– Le comentó con tono no deprimido sino
inquieto, incluso temeroso, cosa que sorprendió a Amatista.-
-Decidme, os noto muy turbado.- Le comentó ella.-
-Tenéis razón, Señora. Lo estoy…por este reino y por
el planeta. Majestad, tenemos enemigos terribles entre nosotros.- Le desveló
dejándola estupefacta.-
-¿Enemigos? ¿Quiénes?- Quiso saber ella con tono
incrédulo.-
-No es prudente que os revele demasiado, ni de
nombres aquí. Os contaré que, tras la muerte de mi esposa y la desaparición de
mi hija, investigué. No me limité a mi propio caso. También recordé la desaparición
del Señor Azabache.
Era
cierto. Aquel anciano fue enviado como embajador al planeta del Sabio, pero
jamás acudió a ser despedido oficialmente por el rey.
-Debió de partir con premura.- Conjeturó Amatista.-
-Majestad, nadie supo nada más de él. Pregunté a mi
hermano Lamproite, al duque Cuarzo, y ni el propio soberano, vuestro esposo,
parece haber tenido noticias suyas desde entonces. Al menos eso me comentaron
ellos cuando hablamos.
-Es extraño, sí. Debería preguntarle a mi marido
sobre el tema cuando regrese.- Convino la reina.-
-Y eso no es todo. En virtud de mis pesquisas he ido
descubriendo que han existido más casos, si nos remontamos años atrás.- Le
comentó Berilo.-
Aquel
hombre le fue desgranando algunos ejemplos que dejaron perpleja a Amatista. Entre
ellos, le llamó la atención oír a Berilo hablar sobre la doctora Topacita,
duquesa de Green, y la hija de ésta, Maray, que fuese amiga de la propia reina.
Si bien nada podía demostrarse y aparentemente daban la impresión de no tener
ninguna relación. Sin embargo, era algo realmente extraño. Incluso remontándose
más atrás tenía el caso de su propia suegra.
-Sí, recuerdo que cuando llegué a la Corte a
desposarme con Coraíon, todavía se hablaba de lo que le pasó a su madre. Aunque,
por respeto hacia él y a su abuelo el rey Corindón, nunca directamente. Me
llegaron noticias a través de cotilleos. Ya sabéis, eso no es demasiado
creíble. – Afirmó ella.-
Pensó
entonces en las palabras de Turquesa. Tras meditarlo se las confió a su
interlocutor que asintió con el gesto desencajado.
-Ella dejó algunas cosas. Cuando, como yo, trataba
de hacerse un hueco en la Corte y de ascender, investigó para encontrar trapos
sucios. Ya sabéis. No es nada digno, pero por desgracia es como la mayoría
ataca a sus rivales o se defiende de ellos. Averiguando cosas que los afectados
no desean airear.
-Entiendo.- Convino Amatista, desaprobando aquello,
pero con evidente interés, para preguntar.- ¿Y qué es lo que ella sabía de mi
suegra?
-Únicamente que la doctora Topacita tenía algo en su
poder. Pero no lo utilizó para medrar. Esa mujer no estaba interesada en eso.
-No, claro que no. La conocí en persona y era buena
y amable. Solamente preocupada por el bienestar de su hija. ¡La pobre Maray! -
Suspiró Amatista.- Las dos me dejaron algunas cosas. Apenas sí pude echarles un
vistazo.
-Hacedlo, Majestad. Os lo ruego. - Le sugirió él.-
Quizás ahí tengamos evidencias de lo que está sucediendo.
-Lo haré. Pero no deseo que nadie lo sepa. Y menos
el Sabio.- Le confió ella.-
Berilo
asintió despacio. Al parecer compartía el recelo y la desconfianza de la
soberana. Pese a todo tuvo que reconocer.
-Bastantes de esas cosas sucedieron hará muchos
años. ¡Y aunque no me guste en absoluto ese condenado Sabio, tampoco puedo
culparle! - Espetó Berilo apretando los puños, para sentenciar.- Ni siquiera
estaba aquí entonces. Pero de algún modo sé que tuvo que ver con la
desaparición de mi hija. Turquesa me contó que, desde un tiempo a esta parte,
se sentía más cercana a vuestra Majestad. Y que deseaba advertiros.
-Sí, algo me comentó. Pero lo tomé por un consejo.-
Admitió su interlocutora expresamente a su vez.- A mí tampoco me da ninguna
confianza ese Sabio. Creo que sus amables palabras están teñidas de ponzoña.
Adula a mis hijos, a mi esposo, y es demasiado servicial. Más que un embajador
parece querer ser una especie de ministro o de consejero, creo que desea
ganarse sus voluntades. Y no me gusta. Yo, como descendiente de las soberanas
de la Luna Nueva y guardiana de sus misterios, puedo ver cuando alguien miente…y
ahora sé que vos, señor duque, no lo hacéis.
-Solamente puedo pediros, Majestad, que extreméis
las precauciones.- Repuso Berilo.- Y está claro que vuestro don os está
diciendo lo mismo que pienso yo. Que ese Sabio es un farsante.
-No.- Negó ella, dejándole perplejo, más cuando
agregó.- ¡Ojalá fuera así de sencillo! Veréis.- Se atrevió a desvelarle, con
tono de voz tan bajo que casi parecía tener que susurrarlo.- Cuando alguien
miente o dice la verdad, percibo sensaciones distintas. Es como leer en su
corazón. No sé como explicarlo. Sin embargo, con ese Sabio no percibo nada,
absolutamente nada. Jamás me había ocurrido con persona alguna. Y eso me
atemoriza más que si notase que estuviese mintiendo.
Esas palabras parecieron atemorizar más aún si cabía
a Berilo. Después de aquello, la audiencia concluyó. La reina recordó entonces
a su amiga Maray, cuando estaba consumiéndose en su enfermedad. Tal y como hizo
con Topacita, acudió a visitar a la convaleciente en el ducado de Green-Émeraude.
La joven enferma se alegró mucho de verla e incluso reunió fuerzas para pasear
con ella por el jardín. Caminaba despacio, eso sí. Y la propia soberana le
ofreció su brazo para que se apoyase.
-Me hacéis un gran honor, Majestad.- Sonrió esa
muchacha.-
-No digas bobadas. Aquí no soy la reina, soy tu
amiga.- Replicó la aludida.-
La
joven sonrió agradecida. Aunque enseguida mudó la expresión por otra más
preocupada. Paseando entre los rosales, se atrevió a musitar.
-Estando aquí, rodeada de esta calma y belleza, me
cuesta creer que existan cosas horribles, o que haya algo malo.- Declaró
Maray.-
-Eres una mujer bondadosa. Y espero que te recobres
pronto. Serías mi perfecta dama de compañía y camarera principal. Bueno, de no
ser porque estás casada.- Matizó Amatista.-
-Señora.- Suspiró su interlocutora, bajando la
mirada para afirmar con pesar.- No creo que me quede mucho. Lo sé.
-No digas eso.- Quiso animarla la soberana.- Te
pondrás bien. Debes tener fe y afrontar esto con valor.
-No temo por mí.- Le contó Maray.- Solamente por mi
esposo y mi hija. Sobre todo por Esmeralda. Es apenas un bebé y lo que más me
entristece es dejarla sola.
-Su padre la adora. Le he visto con ella.- Afirmó
Amatista, alegando.- Y cuando te recobres seréis felices de nuevo.
-Quisiera pediros un favor, Majestad.- Suspiró su
contertulia.-
-Claro, lo que sea.- Concedió la interpelada.-
-Cuando mi hija crezca, si va a la Corte algún día.
Os suplico que la pongáis bajo vuestra protección. Es lo único que me hará
sentir mejor.
-Cuenta con ello. Te doy mi palabra. - Aseguró
Amatista.-
La
joven asintió esbozando una fugaz sonrisa, esa promesa le bastaba. Aunque, con
un tinte serio e incluso temeroso en su voz, declaró.
-Quisiera advertiros. Veréis. Es algo que he descubierto
hace poco. Tras la muerte de mi madre revisé algunas de sus cosas. Tenía
anotaciones, incluso grabaciones de vídeo…Las he ocultado para que estén a
salvo, os diré su paradero…
Fue
entonces cuando escucharon la voz de Cuarzo que buscaba a su esposa. Venía con
la pequeña Esmeralda en brazos. Maray sonrió más ampliamente al ver a su hija.
Aunque al instante se tambaleó.
-¿Estás bien?- Inquirió la asustada Amatista,
sujetándola de inmediato.-
-Sí, sí señora…-Pudo decir ésta antes de
desmayarse.-
La
soberana frenó lo bastante la caída de Maray para que ésta quedase tendida en
el suelo con suavidad. Cuarzo corrió hacia allí, llamando a algunos droidas. Al
llegar junto a su esposa, sin ninguna ceremonia, le pidió a la reina que tomara
a la niña. Amatista así lo hizo acunando al bebé para que no llorase, y
resultó. La cría estaba plácidamente dormida en sus brazos. El duque se hizo
cargo de llevar a su mujer al interior, poniéndola sobre la cama.
-Ha hecho un esfuerzo muy grande.- Suspiró él,
consternado, dirigiéndose a la soberana que había ido tras de él.- Ver a
vuestra Majestad la ha ilusionado tanto…que deseaba salir de su habitación por
vos…
-Lo lamento muchísimo, siento que por mi causa haya
recaído.- Musitó la aludida sintiéndose culpable por ello. -
-¡No, por favor, al contrario! La habéis hecho muy
feliz con vuestra visita.- Se apresuró a replicar él.- Os lo agradezco mucho.
Permaneció
allí hasta que Maray recuperó el sentido. La joven duquesa sonrió, mirando a su
esposo y a la soberana, para musitar apenas sin fuerzas.
-Hoy he forzado un poco mis límites, pero ha
merecido la pena pasear con vos, Majestad.
-¿Qué ibas a decirme?- Quiso saber Amatista hablando
en voz baja a su vez, para que Cuarzo, que estaba cerca, no las escuchase.-
-Nada importante.- Susurró su interlocutora quien
parecía haber reconsiderado aquello.- Solamente pediros que os cuidéis mucho,
vos y vuestra familia sois la garantía de que este mundo permanezca en la luz.
Amatista
asintió despacio, pese a no saber a qué podría referirse exactamente su amiga
tenía un presentimiento. Tiempo después, cuando la pobre Maray murió, dejó unas
cosas a la soberana. Por su expreso deseo y última voluntad le entregaron a la
reina un video grabado por la difunta poco antes de fallecer. Estaba encriptado
para que nadie, salvo la receptora del mismo pudiera desbloquearlo. Al
recibirlo, la propia reina le ofreció a su esposo.
-Si deseas verlo conmigo.
-No.-Declinó Coraíon, afirmando.- Si mal no
recuerdo, la última voluntad de Maray fue que ese video tenía que ser para ti,
y solamente para que tú lo vieses.
Dicho
esto, el rey salió de la estancia. Al fin Amatista pudo ver aquello. Al salir
el rostro cansando de su difunta amiga, quien pese a todo sonreía intentando
mantenerse animosa, no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
-Si estás viendo esto es que ya me he reunido con mi
madre y el resto de mis antepasados en un lugar que espero sea mejor. Solamente
quiero despedirme de ti, prescindiendo del tratamiento real. Amatista, te he
considerado mi amiga además de mi reina. Mi madre siempre dijo que eras una
buena mujer y no se equivocaba. Recuerda lo que me prometiste, y sobre todo,
mantente alerta. Si debes confiar en alguien hazlo en mi amiga Idina Kurozuki.
Ella también es una buena persona. Y perdóname. Cuando me preguntaste no quise
responder. Fue por tu propia seguridad. Lo que mi madre tenía en esas notas y vídeos
es algo tan terrible que es mejor que no lo sepas. Al menos no aun. Pero te
diré dónde está. Quizás cuando llegue el momento pueda serte útil.
Así
lo hizo, tras desvelar el paradero, según ella, de aquellas comprometedoras
informaciones, Maray sonrió una vez más y, con tono agotado, remachó su
despedida.
-Te deseo lo mejor, mucha suerte y que seas muy
feliz…amiga mía. ¡Cuídate!
Tras ver aquello Amatista estaba triste, emocionada
e incluso preocupada. Y los hechos le dieron la razón a su fallecida amiga. Ahora
volvía a recordar a Berilo, tras ese aviso, que coincidía con el de Maray, ese
infeliz apareció sin vida en su casa a las pocas semanas. Una de sus droidas le
encontró. Dejó una nota diciendo que la vida sin su amada esposa, ni su hija le
era insoportable. Ahora la soberana sentía en lo más profundo de su ser que ese
maldito encapuchado que tenía la osadía de flotar allí, en medio de la sala en
la que sus hijos y ella estaban, tenía que ver con eso. Por ello, armándose de
valor y tono desafiante, le respondió.
-Soy una madre que quiere a sus hijos por encima de
todo. Y que se enfrentaría contra cualquier cosa por asegurar su futuro y su
bienestar. De eso podéis estar seguro.
Los
atónitos príncipes la miraron sin comprender. No obstante, ella supo enseguida
que aquel ser la había entendido muy bien. Dado que el Sabio inclinó levemente
la cabeza bajo su capucha y con tono sumiso, contestó.
-No os importuno más, Majestad. Desearéis estar en
compañía de vuestros hijos. Y tenéis pocas ocasiones de disfrutar de ellos en
la intimidad…me retiro con vuestra venia.
-Os aseguro que la tenéis de muy buen grado.- Le
aseguró Amatista sin dejar de mirarle.-
Fue
el perplejo Diamante quien se aproximó. Su madre pareció perder esas energías
que la habían sostenido tan pronto como el Sabio se marchó. Ahora la agotada
mujer se sentó de inmediato.
-¿Estás bien?- Inquirió su hijo mayor con
inquietud.-
-¡Mamá!.- Exclamó el asimismo concernido Zafiro.-
-No os preocupéis. Estoy algo cansada, pero bien. Y
feliz de teneros a los dos a mi lado.- Sonrió afectuosamente ella.-
Ambos
muchachos se miraron, estaban pensando lo mismo, fue Zafiro quien se atrevió a
preguntar.
-¿Por qué eres tan dura con el Hombre Sabio?
Solamente trataba de ser amable.
-Desconfiad de alguien cuando se muestre tan
amable.- Les respondió su interlocutora.-
-Pero tú siempre has dicho que debemos ser
considerados con los demás.- Objetó el desconcertado Diamante, alegando con
rotundidad.- El Sabio ha estado ayudándonos desde que llegó.
Amatista
suspiró, no podía pretender que sus hijos, siendo tan jóvenes e ingenuos,
pudieran comprenderlo. Ni tan siquiera Coraíon parecía ver más allá de la venda
que tenía puesta cuando se trataba de ese individuo.
-En realidad no tengo pruebas de que haya hecho nada
malo. Únicamente son sospechas y mi presentimiento de que no es de fiar. – Se decía
con impotencia.-
Por otra parte, debía reconocer que era verdad que
ese encapuchado había ayudado a los científicos de Némesis a mejorar las
condiciones de vida del planeta con esas versiones más poderosas que les dio de
los cristales oscuros de energía. Y a su vez aconsejaba bien en líneas
generales al rey. Tanto era así que incluso éste le autorizó a asistir al
Consejo y dar su opinión. La mayor parte de los nobles, lejos de molestarse por
la intromisión de un extranjero, se dejaban guiar por él de buen grado. Por
ello, la resignada soberana tuvo que asentir, admitiendo.
-Quizás es que soy muy desconfiada con los extraños.
O es que deseo teneros junto a mí más tiempo, en tanto él os hace estar lejos.
-Te prometo que vendremos a verte más.- Declaró
Zafiro sintiéndose culpable.-
-Sí, mi hermano tiene razón.- Convino Diamante,
apurado a su vez al reconocer.- ¡Perdónanos, por favor! Te hemos descuidado.
No
obstante, su madre movió la cabeza y sonrió para tomar la palabra.
-Hijos míos, mi único anhelo en esta vida es que
seáis felices y buenas personas.- Les dijo ella, con todo el cariño que pudo
reunir, en tanto los atraía con gestos de sus manos para poder abrazarles. –
Quiero que me prometáis que os querréis y cuidaréis siempre el uno al otro.
Pase lo que pase. Eso es lo que más me importa.
-Claro que sí, mamá.- Repuso enseguida Zafiro.-
-Te lo prometo.- Añadió Diamante.-
Eso
le bastaba a Amatista. Quizás no pudiera impedir que ese encapuchado cobrase
cada vez más relevancia, pero le vigilaría de cerca y se interpondría entre sus
hijos y ese individuo mientras le quedasen fuerzas. Así fue y con la cada vez
más creciente influencia del Hombre Sabio, que ayudó con sus presagios a que el
reino prosperase. Los príncipes Diamante
y Zafiro fueron creciendo. Lo cierto es que, lejos de los resquemores de la
cada vez más delicada de salud Amatista, el Sabio les proporcionó mucha ayuda
para que Némesis ampliase su superficie arbolada y aumentase su producción
energética. Al parecer, el misterioso cristal negro mejorado que trajo a su
llegada, jugaba algún papel que únicamente los ayudantes más cercanos de aquel
extraño consejero parecían comprender.
-¿Lo ves?- Le decía Coraíon a su resignada esposa
creyendo que así la tranquilizaba cuando ella se atrevía a insinuar sus dudas
sobre ese individuo.- El Sabio únicamente quiere ayudarnos. Y en cuanto al
embajador Azabache, ya nos lo explicaron. Tuvo un terrible accidente. Mi padre
sufrió uno similar cuando yo era apenas un recién nacido.
Y
es que se informó de que la lanzadera que presuntamente transportaba al
embajador de Némesis fue destruida al impactar contra unos fragmentos de
meteoritos fuera de órbita.
-Sí, fue una desgracia.- Respondió Amatista,
desconfiando pese a todo de aquella versión. Aunque alegando.- Pero no me fio
del uso excesivo que estamos haciendo de la energía interna del planeta. No es
bueno.
-No debes temer nada. Las medidas de seguridad y el
poder de absorción del cristal negro nos protegen. Por fortuna para nosotros,
no estamos expuestos a los efectos secundarios como lo estuvieron nuestros
antepasados.- Le contestaba un confiado Coraíon.- Y gracias en buena parte a
los cristales mejorados que el Sabio nos proporcionó tras su llegada.
Y su mujer volvía a verse abocada al silencio. A
nadie le parecía mal que las condiciones de vida mejorasen y nunca hubo ninguna
persona de la Corte que se interesase mucho por aquello. Excepción hecha de su
hijo el infante Zafiro que sí tenía mucho deseo de aprender. A lo que aquel
Sabio también contribuyó enseñando al joven los rudimentos de aquella
tecnología que era la única capaz de encauzar de forma totalmente exitosa la
energía oscura del planeta. Y así, algún tiempo más tarde, un día, cuando no
hacía mucho que Diamante cumplió los diecisiete años, su padre el Rey recibió a
las familias de muchos nobles. Era costumbre que estas fueran invitadas en
audiencia para presentar en sociedad a sus miembros más jóvenes. Aunque esto le
aburría bastante, el heredero no tenía otra opción que comenzar a cumplir también
con esas obligaciones reales. De modo que, en pie junto al trono de su padre,
Diamante recibió a los invitados. Los más destacados eran el duque Cuarzo de
Green Émeraude, una de las regiones más importantes de Némesis y el marqués
Lamproite de Crimson, un leal y valioso servidor de Coraíon desde que ambos
eran muy jóvenes. Ambos presentaron a sus hijos. El marqués a su primogénito de
nombre Rubeus. El joven se arrodilló ante el monarca y besó su mano.
- Me alegro de recibirte en mi casa, joven Rubeus. -
Declaró el rey. - Tu padre es uno de mis más leales súbditos y amigos.
- Majestad, mi mayor deseo es ser para vos un
súbdito tan leal y buen servidor como lo es mi padre. - Respondió el chico de
forma bastante firme y respetuosa. -
Coraíon
sonrió y asintió con complacencia, Rubeus era un muchacho alto y fornido,
quizás un par de años más joven que Diamante, y de un vivo pelo color rojizo.
Se retiró respetuosamente junto a su padre que expresaba gran orgullo en su
mirada. El siguiente fue el Señor de Green Émeraude, otro leal amigo de
juventud. Éste presentó a su hija en sociedad. La joven aún era una niña, pero
ya aparentaba ser toda una mujer. Era bastante alta, incluso para la media de
Némesis, de una larga melena verde y ojos castaños, dobló sus rodillas ante el
rey con mucha gracia y le besó la mano, no pudo evitar mirar al joven príncipe
Diamante y ruborizar ligeramente sus mejillas. El heredero también le dedicó
una fugaz mirada, al reparar en la belleza de esa chica. El duque entre tanto
habló con el placed del monarca.
- Mi señor, ésta es mi unigénita Esmeralda. Deseaba
tanto entrar a vuestro servicio en la Corte que me he permitido traérosla.
-¿Cuántos años tienes, muchacha?- preguntó el rey
con mucha amabilidad. -
- Cumpliré quince en pocas semanas, mi señor.-
Respondió ella de forma tímida. -
-¿Deseas entrar a mi servicio? - Sonrió Coraíon que
propuso. -¿Qué te parecería como dama de la reina?..
- Si eso os place, Majestad, para mí sería un gran
honor...y un privilegio serviros a vos, a la reina y a toda la familia Real.-
Respondió la chica mirando a Diamante de soslayo, aunque él ahora la observaba
con la misma atención que había dedicado a los demás invitados. -
- Bien, preséntate luego ante la reina, que ella te
tome a su servicio.- Le indicó el rey.-
Esmeralda se inclinó de nuevo retirándose con el
permiso del monarca al que había agradado mucho. Cuando ambos nobles se marcharon
con sus hijos les dieron sus últimos consejos. El marqués hablaba con Rubeus y
el muchacho le escuchaba con toda su atención.
-Nuestra familia es una de las más grandes de este
planeta, con gran influencia en el pasado aunque últimamente hemos decaído.
Espero que con tus servicios a la corona nuestro linaje remonte al lugar que le
corresponde. Nada más tengo que decirte. Sé que sabrás cumplir con tu
obligación.
-Sí padre. Confía en mí. No te defraudaré. – Afirmó
el muchacho, bien concienciado de ello, prometiendo. – Haré lo que sea por
cumplir con mi obligación y mantener el prestigio de nuestra casa.
Y
es que desde que nació, Rubeus fue instruido en la larga tradición familiar.
Sus orígenes se remontaban a los de los primeros habitantes de Némesis. Por
décadas habían jugado un papel muy importante en la Corte, aconsejando a los
monarcas. Ahora Lamproite se sentía cansado. Estaba ya harto de tanta política,
más tras la llegada de aquel Sabio que casi monopolizaba la atención del rey.
El marqués se dio cuenta enseguida de que no convenía enfrentarse a ese
encapuchado. Algo le hacía recelar, más si cabía desde la trágica muerte de su
hermano Berilo que nunca habló nada bien de ese individuo. Aunque sus acusaciones
fueran ciertas, era mejor no plantarle cara abiertamente.
-No, con todo el influjo que tiene con el rey, por sus
consejos y la aportación de esos cristales ya es peligroso. Y lo más
preocupante no es lo que muestra, sino el poder que pudiese tener oculto.- Se
decía prudentemente Lamproite.-
Además, deseaba retirarse a su marquesado y
aprovechar los años que le quedasen para engrandecerlo aún más. Pero estaba
decidido a dejar a su vástago bien colocado junto al soberano. Precisamente por
eso le indicó a su hijo que buscara el favor de ese enigmático consejero.
Seguro que, si le tenía como aliado, podría ayudarle a medrar. Y quizás, ¿quién
sabe?, influir para conseguirle algún compromiso matrimonial con una buena familia…Por
lo pronto, estaba el litigio del ducado que, tras morir Berilo, había quedado
vacante. Lamproite no tardó en exponer ante el rey su pretensión de heredarlo,
invocando su derecho de ser el pariente más cercano del difunto. Aunque una tal
Turmalina, prima de la fallecida Turquesa, reclamaba a su vez esa herencia.
-Lo someteré a estudio y pediré el consejo de otros
nobles imparciales.- Decretó el rey Coraíon por respuesta.-
Y
de eso ya hacía bastante tiempo. Por eso Lamproite contaba con que su hijo se
ganase el favor Real, y más que nada, el del Sabio. Con él de su parte a buen
seguro que el monarca se decantaría por su causa.
-O al menos, logra la mano de alguna mujer de alto
rango, para formalizar una alianza o incluso una anexión de territorios.- Le
recomendó a su hijo.-
Desde luego el joven, al que le gustaban mucho las
mujeres, no había puesto nunca ninguna objeción a la idea de desposarse con
alguna atractiva chica de noble cuna. Y ya le había dedicado alguna que otra
interesada mirada a esa jovencita de larga cabellera verde con tonos claros que
se había presentado ante el monarca justo después que él.
-Desde luego que es muy hermosa. Sería un magnífico
añadido a mi tarea si debo conquistarla.- Se dijo con patente interés.- Y un
trofeo realmente valioso.
Por el contrario, el duque Cuarzo parecía tener
otras palabras con su hija. Esmeralda le miraba llorosa. Siendo ella la que le
decía.
-Padre, entiendo que es mi deber servir a su
Majestad y a nuestra familia. Pero me duele separarme de tu lado.
-Hija mía – replicó él con pesar. - No tenemos otro
remedio. El rey Coraíon es un monarca justo y generoso y no me cabe duda de que
te tratará como si fueras su hija. Además, sabes que nuestros dominios se han
empobrecido en los últimos años. Necesitamos más inversiones allí. Si sabes
cumplir bien con tus deberes posiblemente el rey se muestre receptivo a
nuestras peticiones. Y ¿quién sabe? El príncipe Diamante es un joven muy
agradable y tú eres muy hermosa.
-Sí, padre. El príncipe es muy apuesto. – Tuvo que
admitir la muchacha a la que ese detalle desde luego no se le había pasado
desapercibido. – Y parece muy gentil.
-Se inteligente. Haz bien las cosas, sirve a la
Familia Real con empeño y recuerda tus orígenes. - Le aconsejó su progenitor a
modo de despedida besándole en la frente. – Sé que no me defraudarás.
La joven asintió casi a punto de llorar, pero se
obligó a no hacerlo. Ahora había dejado de ser una niña. Toda su vida la habían
educado para ser una servidora de la Casa Real y con suerte, hacer un buen
matrimonio. Desde luego podía permitirse el lujo de aspirar a lo más alto. Tenía
buena formación, talento y belleza. Eran unos importantes dones y su padre le
dijo antes de llegar a la corte que, una vez allí, debía empezar a usarlos con
prudencia.
-No conocí a mi madre. – Se decía la muchacha llena
no obstante de zozobra y dudas.- Aunque al menos mi padre estuvo ahí siempre
que sus obligaciones se lo permitieron. Y mis damas, bueno, eran droidas en
realidad…y no sé si valdré para servir a otros, soy una duquesa. Eso me han
dicho siempre.
Y así pensaba, no sin inquietud. Siendo niña y
viendo a su padre tan poco. Las veces que iba a su ducado él se pasaba más
tiempo con algunas de esas droidas que con ella. En su ingenuidad infantil Esmeralda
pensó en que su padre las estaba arreglando o programándolas para que la
enseñaran cosas. Aunque un día, hacía pocos meses, al cumplir los catorce años,
y habiendo crecido bastante, su droida Num le comentó.
-Señora, ya sois una adolescente. Habéis llegado al
inicio de la pubertad. Por tanto, vuestro cuerpo está cambiando y debo
instruiros sobre eso.
-Si tú lo dices.-Repuso la tímida niña.-
-Vuestro padre me encargó que, si planteabais alguna
duda sobre los cambios en vuestro cuerpo, o si experimentabais alguna
turbación, os ayudase a superarlo.
Y
dicho esto, ante los atónitos ojos de Esmeralda, la droida se desnudó,
mostrándose ante ella al tiempo que, con voz melosa, le preguntaba.
-¿Os parezco atractiva?
La
verdad, Esmeralda no tenía muchos elementos de comparación, aunque mirando a su
androide con particular interés, enseguida sonrió. Tomó unas telas que tenía
sobre una cercana mesa y las colocó sobre el cuerpo de Num afirmando.
-Estarías muy bien con un vestido de este material,
de color verde o negro. Quisiera hacerte uno.
Y
una vez más, para su sorpresa, la droida insistió.
-Me refería si me encontrabais atractiva para
establecer una relación sexual conmigo.
-¿Qué?- Exclamó la perpleja chica, moviendo la
cabeza en tanto se ruborizaba.- ¡No!, quiero decir, me gustaría ser tan guapa y
estar tan desarrollada como tú cuando crezca del todo. Pero. No me gustas de
esa otra forma.
Al
oír aquello ese androide volvió a vestirse y asintió.
-Eso le complacerá a vuestro padre. Tenía esa
preocupación. Entonces, ¿es este otro modelo más de vuestro agrado?
Y
antes de que la atónita niña pudiera ni replicar, un droido masculino hizo acto
de presencia. Era alto, rubio, bastante atractivo. Al menos eso le pareció a
ella que se ruborizó una vez más. Sobre todo cuando, imitando a su semejante, comenzó
a quitarse la ropa, y a punto estaba de bajarse unos pantalones que llevaba
cuando la apurada cría movió la cabeza.
-Basta, claro que es atractivo, pero…es que…-Pudo
decir con total timidez y visible vergüenza.-
-No hay necesidad de llegar a nada más por ahora.-
Declaró Num, ordenando a su acompañante que se detuviese.- Vístete. La señora
no precisa de tus servicios.
Ese
robot obedeció, saliendo de la estancia. Esmeralda se recobró de aquella situación para querer
saber con una mezcla de sorpresa y malestar.
-¿Para qué has hecho eso?¿Es que querías
avergonzarme?
-No, señora. Fueron instrucciones de vuestro padre.-
Se reafirmó la droida.- Llegada a esta edad, debéis aprender cuanto se refiera
a las relaciones entre los distintos sexos. O incluso entre iguales. Pero visto
que no os sentís atraída por otras hembras, nos centraremos en los machos, es
decir, varones de vuestra especie.
Y
eso hicieron. Esmeralda aprendió algunas cosas sobre el sexo opuesto, aunque
nunca había sentido realmente amor. Pese a tener algunas experiencias al
cumplir los catorce, edad reglada en Némesis para ese tipo de asuntos, sus
acompañantes masculinos no dejaban de ser máquinas después de todo. Hasta que,
nada más ver a aquel joven y apuesto príncipe, algo en ella había sucedido. Su
corazón latía más deprisa y notaba un calor extraño en las mejillas. Pero
tampoco podía estar pensando en eso ahora. Caminaba hasta las habitaciones de
la soberana. Tenía que presentarse ante ella y estaba muy nerviosa. Al llegar
ante la puerta, la guardia que la custodiaba le preguntó.
-¿Quién sois? ¿Qué deseáis viniendo hasta aquí?
-Soy la duquesa de Green-Émeraude. He sido
transferida al servicio directo de su Majestad la reina.
Entonces
una voz de mujer se escuchó desde el interior, ordenando a los centinelas.
-Dejadla pasar.
Estos
obedecieron al punto. La puerta se abrió y tímidamente Esmeralda entró, al
tiempo que preguntaba.
-¿Dais vuestro permiso, Majestad?
-Claro, pasa.- Le sonrió una mujer de mediana edad,
muy hermosa pese a tener síntomas de cansancio en su rostro.-
Estaba
sentada en un sillón, justo enfrente de la muchacha, lucía un vestido de gasa y
seda de color blanco. Sus rubios cabellos estaban recogidos en un moño.
-Debo de estar realmente horrible.- Afirmó jovialmente
esa mujer, sonriendo levemente al percatarse de cómo la miraba aquella amedrentada
chiquilla.-
-¡No, por favor Majestad, sois muy bella! - Se
apresuró a decir la recién llegada con evidente temor de haber ofendido de
algún modo a la reina.-
Algo
trabajosamente la soberana se puso en pie. Era algo más alta que esa muchacha. La
recién llegada quedó impresionada por ese porte y esa gracia que tenía, a pesar
de esa apariencia de debilidad. Entonces, su anfitriona, mirándola con
curiosidad y casi afecto maternal, le preguntó.
-Tú eres Esmeralda. ¿No es así?
-Sí, Majestad.- Asintió ella, inclinándose con una
grácil reverencia.-
A
fin de cuentas había ensayado esos procedimientos de cortesía palaciegos desde
cría y le salían a la perfección. Su interlocutora asintió valorándola con la
mirada. Pese a ser innecesario se presentó.
-Soy Amatista Nairía. Reina de Némesis y princesa de
la Luna. Y tú niña, eres la hija del duque Cuarzo de Green-Émeraude y su
difunta esposa la duquesa Maray. ¿No es así?
-Así es, señora.- Admitió la chica, musitando apenas.-
Es un honor para mí que os dignéis aceptarme como una de vuestras damas.
Entonces
la reina hizo algo que sorprendió a la muchacha, le tomó ambas manos entre las
suyas y, sonriendo animosa, la invitó a sentarse a su lado en tanto le contaba
con tono lleno de afecto y nostalgia.
-Tu madre, Maray, fue una buena amiga mía. Y me
pidió que, cuando tuvieras edad para venir a la Corte, te tomara a mi servicio.
Aún recuerdo verte en la cuna. Te tuve en mis brazos y fíjate. ¡Ahora ya eres
toda una mujer!
-Yo no recuerdo a mi madre, Majestad. Solamente la he
visto en grabaciones.- Confesó la apurada joven.-
-¿No te ha hablado tu padre de ella?- Inquirió la
sorprendida Amatista.-
-Apenas algunas cosas. Él pasaba poco tiempo
conmigo.- Contestó sinceramente Esmeralda.-
-En tal caso, ya tendremos tiempo para que te cuente
algo.- Afirmó la soberana queriendo saber de un modo más impersonal.- ¿Te han
puesto al corriente de tus obligaciones?
-No, no, mi Señora. Lo lamento. Vine directamente
aquí tras la audiencia con el rey, para ponerme a vuestro servicio. - Musitó la
avergonzada chica, como si pensase que había cometido un error grave.-
-No te preocupes. Yo misma te informaré de tus
labores. - Sonrió su interlocutora recobrando un gesto más jovial.- La
principal será hacerme compañía y dejar que te aburra con mis recuerdos…
Aunque
un ataque de tos la interrumpió. Esmeralda la miró con inquietud. Apenas se
recobró, su anfitriona le pidió que le acercase una jarra con agua. La chica
corrió hasta una mesita cercana en donde había una. Tras echar algo de líquido
en un vaso se lo trajo. Amatista lo apuró de un trago y comentó tras suspirar
aliviada.
-¡Ojalá fuera agua del sagrado manantial de la Luna!
Bueno, ésta tendrá que servir. Gracias.
-¿Os encontráis bien, Majestad?- Se interesó la
joven.-
-No tanto como quisiera.- Admitió su interlocutora.-
Por eso me vendrá muy bien tenerte a mi lado. Agradezco la compañía.
-No estáis sola. Hay mucha gente en la Corte.- Opinó
ingenuamente Esmeralda.-
Amatista
la miró con aire maternal y sonrió. ¡Esa niña era todavía muy ingenua!. Claro
que, por lo que sabía de ella, habiendo crecido sola en sus dominios sin más
compañía que la de sus droidas, era lo normal.
- Esmeralda, es mejor estar sola que mal acompañada.
Nunca lo olvides. Pero tú serás una compañía excelente. La primera de mis
camareras. Desde la muerte de la duquesa Turquesa esa plaza estaba vacante.
-Es para mí un honor.- Repitió la nerviosa joven.- Espero
ser merecedora de él.
Y es que a pesar de la simpatía de la reina, Esmeralda
estaba preocupada por poder desempeñar bien ese cometido. No obstante, la soberana
la tranquilizó enseguida. Y en efecto no demandó tanto de ella. Pasar rato a su
lado, vigilarla por si sufría alguna recaída en su frágil salud, ayudarla en
cosas básicas. Para lo más importante y trabajoso ya estaban las droidas.
Esmeralda no lo pasaba nada mal en su nueva vida, casi se sentía como si al
fin, hubiera encontrado a una madre. Y lo mejor era que, de vez en cuando, los
hijos de Amatista se pasaban a visitarla. Sobre todo el apuesto Diamante que
empezó a fijarse más en ella al verla siempre junto a la soberana. Cierto día,
el príncipe llegó a ver a su progenitora y ambos coincidieron.
-Alteza. Que inesperado honor.- Balbució la joven
haciendo una amplia reverencia.-
-Solamente soy el príncipe, no el rey. No hace falta
que te inclines tanto. - Se sonrió Diamante.- Venía a ver a mi madre.
-Sí claro, está en el jardín. Os lo ruego, tened la
bondad de seguirme.- Le pidió ella con evidente rubor.-
El
muchacho así lo hizo. Ambos salieron al jardín privado de palacio al que
Amatista gustaba de ir siempre que sus fuerzas se lo permitían. Allí su estado
siempre mejoraba. Más todavía al ver llegar a esa pareja.
-Hijo mío.- Sonrió la reina levantándose de la
tumbona en la que estaba.-
-¿Cómo te encuentras hoy, madre?- Se interesó él
tras abrazarla.-
-Mucho mejor. Esmeralda me cuida muy bien.- Afirmó
Amatista.-
Eso
hizo que la aludida, se sonrojase nuevamente a ojos vista. Más cuando Diamante,
tras separarse del abrazo de su madre, se dirigió a ella con amabilidad.
-Te agradezco mucho todo lo que haces. Solamente
siento no poder ser yo quien esté más tiempo junto a mi madre. Pero tengo
muchas obligaciones, lo mismo que mi hermano.
-No te lamentes por eso, es parte de tu deber como
príncipe heredero.- Le animó Amatista.-
Dando
un vistazo amplio al jardín la soberana respiró profundamente y sonrió una vez
más, cerró los ojos y les comentó a sus interlocutores.
-Mi esposo me contó que alguien que amaba mucho las
flores plantó la mayoría de las que tenemos aquí. Era una mujer que antes de
venir a vivir a Némesis fue modelo. Hizo un hermoso trabajo que ha perdurado
más allá de ella misma. Demostrando que la verdadera belleza está en nuestras
acciones, no en la apariencia.
-Es un lugar precioso. Mucho más bonito todavía que
el jardín de mi casa.- Admitió Esmeralda, contemplando los macizos de rosas,
kerrias, jazmines y otras muchas flores más, con admiración.-
-Bueno, tú también tienes aspiraciones de hacer
cosas bellas.- La alabó la soberana para provocar de nuevo el rubor en la
chica, sobre todo al especificar, dirigiéndose a Diamante.- Hijo, ¿Sabías que
Esmeralda diseña vestidos?
-No, no tenía ni idea.- Respondió sinceramente él,
observando a esa jovencita con estupor.-
-Bueno, solamente son bocetos, yo…- Fue capaz de
balbucir la aturullada muchacha.-
Aunque
la reina no la dejó terminar, les indicó a los dos que tomasen asiento y ella
hizo lo propio. Entonces les dijo.
-¿Sabéis que es lo más importante que debemos hacer?
Ambos
guardaron silencio y fue finalmente Diamante quién respondió.
-Engrandecer Némesis.
-Sí, y cumplir siempre con nuestro deber.- Convino
Esmeralda.-
La
reina asintió, tomando a su vez la palabra para declarar.
-Es verdad. En parte así es, esas son tareas que
acometemos, pero la finalidad última de las mismas es crear algo hermoso, y dar
paz y seguridad a los que aquí viven. Es igual que este jardín. Como os he
comentado antes, la mujer que lo plantó fue muy hermosa. Pero con el paso de
los años esa clase de belleza se desvanece. Veréis, cuando yo era muy niña, mi
abuela Alice, que todavía vivía aunque hubiera abdicado en favor de mi madre,
la reina Selene, me contó algo.
-¿El qué, madre? – Quiso saber Diamante visiblemente
intrigado.-
Esmeralda estaba a su vez llena de interés, y por
suerte la soberana no se hizo esperar y les narró.
-Yo entonces no lo comprendía. Me gustaba vestirme
con trajes bonitos y ponerme muchos lazos.- Se rio, para proseguir ya más
seria.- Un día, mi abuela Alice me dijo. Cariño, está bien ser bonita. Tú lo
eres, igual que tu madre, y yo lo fui, y mi propia madre también. Pero ese tipo
de belleza pasa muy deprisa. Mi madre, la Hermosa y Gentil reina Neherenia, fue
realmente bella. Pero lo más bonito que hizo no fue ver su reflejo en un espejo,
como rumoreaban algunos, sino que creó muchísimos jardines, lagos, y lugares
realmente maravillosos para su pueblo. Y mucho tiempo después de que ella se
fuera, esos sitios siguen estando ahí. Y muchos que no habían nacido cuando
ella los hizo construir, los disfrutan ahora. Lo mismo que harán los que
vendrán después.
-¡Eso es muy profundo, Majestad! - Comentó Esmeralda
con admiración.-
-Lo es, o
quizás no tanto.- Sonrió la interpelada, añadiendo.- Es sencillamente darse
cuenta de la realidad. Por eso, nunca os dediquéis a cosas vanas como el poder,
o destacar por las apariencias. Cread algo que perdure, más allá incluso de
vosotros mismos. Dad a la gente la posibilidad de vivir un bonito futuro. Os aseguro
que de esa manera sí que os recordarán, y lo harán con afecto.
-Sí madre. Te doy mi palabra. Así lo haré.- Le
prometió Diamante besándole en una de sus manos.-
-Lo sé, cariño.- Le respondió ésta, permitiéndose
una mayor familiaridad, y comentándole a renglón seguido a Esmeralda.- Y tú,
sigue diseñando hermosos vestidos. Me encanta verte cuando los dibujas. Se
puede apreciar que eres feliz. Y eso me gusta.
La
chica se ruborizó, bajando la cabeza con visible timidez y vergüenza. Amatista
sonrió, cuando esa jovencita se ponía a dibujar algo en su Tablet en presencia
de ella, la soberana en efecto se percataba de cómo le brillaba la mirada y de
la expresión de dicha que tenía.
-Gracias Majestad. Intentaré hacer alguno bonito
para vos.
-Haz uno para ti primero. Me gustaría verte con él.-
La animó su interlocutora.-
Diamante
asintió con ese mismo deseo y la jovencita ya no supo dónde meterse. La timidez
y el rubor parecían querer devorarla. Aunque, tras unos instantes, el príncipe
se disculpó sentidamente.
-Tengo que irme ya.- Suspiró apenado por ello.-
-No te preocupes, te agradezco mucho que hayas
venido a visitarme, hijo.- Contestó Amatista que no dudó en añadir.- Esmeralda
por favor, acompaña al príncipe. Yo estaré bien aquí.
-Lo que ordenéis, Majestad.- Se apresuró a responder
la encantada jovencita.-
Así
lo hizo, los dos jóvenes se alejaron en tanto Amatista pensaba con
determinación.
-Y yo os prometo que no dejaré que nadie os haga daño.
No destruirán vuestras ilusiones, ni vuestro futuro. Al menos mientras yo pueda
impedirlo…
Porque
la atribulada mujer nunca quería mostrar sus verdaderos temores. Ni siquiera un
atisbo de ellos. Poco a poco y durante aquellos años fue examinando lo que la
doctora Topacita y Maray le dejaron. También algunas cosas que la duquesa
Turquesa y su esposo habían indicado que debían ser para ella. Y pese a no
haber podido verlo todo, lo poco que fue capaz de visionar bastó para helarle
la sangre. Estaba realmente muy
asustada.
-Hay cosas aquí verdaderamente terribles. Y mi
obligación es enfrentarme a esas fuerzas oscuras que acechan en la sombra. Sé quién
es uno de sus servidores.- Meditaba pensando en el Sabio.- Aunque
desgraciadamente tengo la impresión de que existen más. Ignoro sus identidades
y eso me preocupa. Al menos a ese encapuchado le veo venir. Es poderoso y
astuto, eso lo sé. Por ello debo seguir con este juego de sigilo y prudencia.
No puedo permitirme dar ni un solo paso en falso. Pese a todo, quizás no sea
rival para él. Sin embargo, sea como sea y mientras yo viva, lucharé con todas
mis fuerzas para evitar que este mundo y mi familia caigan en sus garras…
Por su parte, ajenos del todo a esos lúgubres
pensamientos de la reina, Esmeralda y Diamante caminaron sin saber que decir hasta
llegar a la puerta de los aposentos de la soberana.
-Bueno, debo irme ya. Gracias otra vez.- Se despidió
el chico.-
-Alteza, no tenéis que agradecerme nada. Es mi
cometido y un honor para mí.- Repuso la chica inclinándose de nuevo.-
-Aun así, deseo hacerlo.- Declaró él con sentida
sinceridad, sentenciando.- El mero hecho de ver a mi madre feliz, y saber que
eres causa de ello, hace que deba expresarte mi reconocimiento.
La azorada jovencita no pudo evitar sonreír, llena
de alegría y rubor. Finalmente Diamante se marchó y, tras suspirar largamente,
ella retornó junto a su soberana…
-Os prometo que haré cualquier coa para que vuestra
madre y vos seáis felices, mi príncipe.- Pensaba ella.-
Rubeus por su parte logró encajar rápidamente en el
juego de la Corte y no tardó en cultivar la cercanía a ese Sabio. Se aproximó a
él al poco de estar sirviendo al rey.
-Disculpad, Hombre Sabio.- Le comentó con tono
deferente.- ¿Podría hablar con vos?
Aquel
encapuchado estaba de espaldas en un salón, abstraído al parecer en la
contemplación de esa bola que siempre llevaba consigo. No obstante, al oír la
voz del chico, enseguida se giró hacia él saludándole con amabilidad.
-Joven Rubeus, ¿qué puedo hacer por vos?
-Solamente venía a pediros consejo, deseo servir al
rey y a mi mundo de la mejor forma pero no sé por dónde empezar.- Le confesó el
atribulado joven.-
El
Sabio pareció detenerse a considerar esas palabras, aunque no tardó en replicar
con amabilidad.
-Me honráis con vuestra confianza. No os preocupéis,
siempre que tengáis alguna duda podéis acudir a mí.
-Os lo agradezco mucho. – Respondió el chico con
visible consideración, ofreciéndose a su vez.- Espero poder ayudaros a mi vez
cuando lo preciséis.
Su
interlocutor acogió con mucho agrado aquellas palabras. No tardó en replicar.
-No me he equivocado con vos. Sois un joven muy
prometedor. Seguid mis consejos y os aseguro que tendréis un importante papel
en la Corte.- Sentenció el Sabio.-
-Así lo haré.- Afirmó el complacido Rubeus.-
Se sintió muy satisfecho de haber cumplido con las
instrucciones que su padre le diese. Aquel encapuchado parecía tenerle en alta
estima y eso era muy bueno para él. Y así fue. Corrió el tiempo, casi un año
había pasado y tras una audiencia de rigor llegaron noticias inquietantes. Al
parecer alguna nave de Némesis que se había adentrado en el sistema solar en
busca de recursos había desaparecido sin dejar rastro. El joven Zafiro se
asombró debido a que él mismo había estado presenciando la construcción y lanzamiento
de aquel vehículo espacial y lo juzgaba muy resistente y avanzado como para
perderse sin causa que aparentemente lo justificase. Entre tanto en el salón
del trono, terminada la audiencia, el Hombre Sabio que había estado escuchando
en silencio aquellas noticias, le dijo en confidencia al Rey Coraíon.
- Mi Señor. Debo deciros que presiento algo que
podría amenazar a vuestro planeta.- Declaró con un susurro. -
-¿De qué se trata? - Le interrogó el monarca con
gesto preocupado. -
- Una amenaza exterior, viene de otro mundo. Del
tercer planeta de éste sistema.- Repuso
reflexivamente su interlocutor como si tratase de confirmarlo a medida
que hablaba. -
-¿De la Tierra? - Preguntó Coraíon sorprendido para
negar. - No puede ser. Debes estar cometiendo un error.
- Eso desearía. No obstante, llevo sintiendo malas
vibraciones desde hace ya tiempo. – Le confesó el Sabio para agregar con
prevención. – No me he atrevido a deciros nada hasta ahora puesto que quería ir
confirmando algunas de ellas. Y no sé. Me han llegado informes de que algo se
prepara. Quizás lo de esa nave perdida pudiese tener alguna relación. La Tierra
posee puestos avanzados en satélites de otros planetas. Desde allí pueden
perfectamente tenernos controlados.
- ¿No podrías ser más explícito? – Le requirió el
rey. -
- Por desgracia, Majestad, ese mundo está demasiado
lejos. Habría que enviar a alguien de confianza a que investigara. Yo desearía
ir pero mi sitio está aquí, con vos.
- Me parece muy extraño que desde la Tierra quieran
hacernos algún mal. Nuestras relaciones en los últimos años han ido mejorando.
– No obstante, el soberano guardó unos instantes de silencio para agregar, ya
con más cautela. - Aunque en cinco años nunca equivocaste una predicción. Quizá
tengas razón y deba enviar una embajada para asegurarme...
- Me permitiría sugerir que fuese vuestro heredero
el que encabezase esa legación. Si lo estimáis oportuno, Señor.- Repuso el
Sabio de forma sumisa. -
- Sí, ya tiene edad de empezar a representar el
papel para el que ha sido educado. Dices bien. Lo pondré en su conocimiento
cuando lo estime oportuno. Pero - objetó dudando. -¿No crees que es aún
demasiado joven e inexperto para una misión de tan gran importancia? Quizás sea
mucha responsabilidad para él.
- Confiad en el príncipe, señor.- Le pidió el
interpelado afirmando. - Es un joven muy inteligente y capaz. Lo hará muy bien,
eso lo veo con claridad.
- Tú nunca te equivocas, fiaré en ti.- Convino el
rey añadiendo con más disposición y satisfecho de los elogios que aquel hombre,
siempre tan leal, prodigaba a su hijo. - Se lo diré enseguida...- El consejero hizo una reverencia y pidió permiso
para retirarse, el rey se lo concedió sin demora. – Ve y gracias como de
costumbre por tus acertadas palabras.
El Hombre
Sabio se retiró entonces y buscó por su parte al Príncipe Diamante. Gozaba de
gran influencia con él. Al encontrarle le comentó lo que su padre le
propondría. Le dijo que se lo contaba para que estuviese preparado para
afrontar esa gran responsabilidad y dar una buena imagen. Asimismo le pidió que
no le revelase al rey que él le había avisado. Además, le regaló una especie de
bola sonrosada con la que, vía imagen tres D, podría comunicarse con el propio
Sabio para que éste le mantuviera al tanto de la situación en Némesis y
brindarle los consejos que requiriese.
-Y como regalo personal, mi príncipe. – Le dijo de
forma muy considerada. - Estos pendientes de cristal negro especial que os
protegerán y darán energía en la Tierra. - Usadlos cuando lleguéis.
-Gracias, Hombre Sabio. Aprecio mucho tu
generosidad. – Pudo decir el muchacho sobrepasado por tanta amabilidad. – Eres
muy considerado.
-No es sino una humilde muestra de mi aprecio y mi
lealtad hacia vuestro padre y hacia vos…- replicó éste con tono de marcada
modestia.- Deseo ayudaros en todo lo que en mi mano esté para que culminéis con
éxito vuestra tarea.
El muchacho observó esos regalos con interés. La
bola era similar a la que su interlocutor solía usar para consultar el
provenir. Y a decir verdad esos pendientes eran muy bonitos. Tenían forma de
prisma y refulgían con ese color negro tan intenso y hermoso que él recordaba
de años atrás, cuando el Sabio les trajo ese tipo de piedra mejorada como
presente a su llegada a Némesis. Así pues, Diamante le agradeció mucho tanto su
advertencia como su obsequio y le prometió que nada diría al rey. Mientras
tanto, Zafiro, que había crecido mucho también y estaba algo más apartado de
las obligaciones reales, fue llamado por su padre. Éste le comentó que su
hermano mayor se iría de embajador y que a él le correspondería sustituirle
mientras estuviese ausente. El muchacho, cuyo interés era para la ingeniería, y
últimamente los diseños de naves espaciales, aceptó no con demasiado
entusiasmo, aunque sabedor de que era su deber.
-No me alegra demasiado la idea, pero qué le voy a
hacer.- Se decía en tanto caminaba por un largo corredor de palacio.-
-Buenos días, Alteza.- Le saludó una voz femenina.-
-Buenos días, Esmeralda.- Replicó cortésmente él al
verla.-
-Me dirigía hacia las estancias de vuestra madre.
¿Deseáis que le transmita algún mensaje?- Le preguntó atentamente la joven.-
-Únicamente mi afecto y consideración.- Pudo
responder el interpelado, afirmando con un suspiro.- Me temo que voy a estar muy ocupado para pasarme a verla en un
tiempo. Dale mis excusas también.
-Así lo haré.- Sonrió la muchacha que, tras
inclinarse ligeramente, prosiguió su camino con unos andares más que
sugerentes.-
Zafiro
sonrió. Esa chica era muy guapa y realmente imponente, pero a él eso no le
decía demasiado. Y no porque no le gustasen las mujeres. No obstante, para él
tenían que poseer algunas cualidades que las hicieran especiales. En el caso de
la duquesa de Green saltaba a la vista que trataba de ser más amable de lo
debido. El muchacho no era ajeno al interés que Esmeralda tenía por Diamante.
Siempre trataba de encontrar una ocasión para coincidir con él. Sin embargo, el
heredero no parecía prestarle demasiada atención más allá de la consideración
en el trato por su rango y por la cercanía que tenía con su propia progenitora.
En eso el infante Zafiro debía admitir que Esmeralda era ejemplar. Su madre la
tenía en muchísima estima. La trataba de hecho como a una hija.
-Bueno, solamente deseo que no sea una artimaña de
Esmeralda para ganarse el favor de mamá. Aunque no parece que sea el caso. Creo
que también la estima mucho. Lo mismo que a mi hermano.
Sólo esperó que, si se daba por
vencida con Diamante, no cambiara de objetivo eligiéndole a él. Pese a su
belleza, una vez fuera del servicio de la reina, era más bien una chica algo
superficial. Aparte de charlar sobre modas, vestidos y ese tipo de cosas, no le
conocía más intereses. Y para un chico que era tan aficionado a la ingeniería
eso no dejaba de ser aburrido. Por su parte, la muchacha tenía una buena
opinión del hermano de Diamante por su responsabilidad y diligencia, aunque era
demasiado serio y poco comunicativo para su gusto. Se pasaba el día metido en
esas sucias cámaras interiores del reactor. Poniendo a punto o trabajando en a
saber qué proyectos. Como ese de las droidas. Esos extraños androides que
realmente podrían ahorrar mucho trabajo y exponerse a ambientes hostiles
estaban cada vez más perfeccionados.
-No sé qué podrá ver de interesante en esos robots.
Yo estoy harta de tenerles por todas partes. E incluso de haberme criado entre
ellos.- Pensó la joven, en tanto se alejaba.-
Por
su lado, Zafiro meditó sobre los nuevos modelos de droidas que ya estaban
fabricando.
-Incluso ya pueden variar su apariencia o sus
formas, para adecuarse mejor a cada tarea. Es impresionante. El difunto Rutilo
estará asombrado. Peridoto ha logrado hacer maravillas. Y he podido ayudarle
bastante.- Se dijo con satisfacción. -
Desde luego que el infante era inteligente y su
tesón y espíritu emprendedor encomiables. Sin embargo, la chica que prosiguió su
camino hacia las estancias de la soberana juzgaba que Zafiro no debía de ser
muy divertido que digamos. Por suerte para ella, Esmeralda apuntaba sus miras a
un sitio mucho más alto.
-Mi gentil príncipe Diamante.- Se decía.- Espero
tener oportunidad de verte un día, sin tanto cortesano alrededor.
Y
entre tanto llegó a la estancia de la reina. Tocando a la puerta…
-¿Dais vuestro permiso, Majestad?- Preguntó con
suavidad.-
-Pasa Esmeralda. Por favor.- Escuchó la réplica.-
La joven entró. Hacía ya casi un año que fuese
tomada por la reina a su servicio. Al principio la soberana estaba delicada de
salud y agradeció tener a su lado a una jovencita tan vital. La pobre muchacha
también quería cumplir con su cometido con la mejor voluntad. Sin embargo, no
estando acostumbrada a esa responsabilidad, cometía errores en numerosas ocasiones. No obstante la reina,
lejos de reprenderla, siempre la animaba con palabras dulces. Pasaron los meses
y además de cumplir su promesa para con la difunta Maray, comenzó a estimar a
esa muchacha como a una hija, la que nunca tuvo. La joven por su parte sentía
lo mismo hacia su soberana. Era algo irónico, Amatista pensaba que, desgraciadamente,
la madre de Esmeralda murió al poco de
nacer ella víctima de una enfermedad común en Némesis, pero que en la Tierra
hacía tiempo que se había erradicado desde que la reina Serenity había
proporcionado a sus habitantes una extraordinaria longevidad y salud merced al
poder de su cristal de Plata.
-¡Ojalá tuviéramos eso aquí también, en vez de esos
horribles cristales negros.- Reflexionaba mirando algunos de esos objetos,
omnipresentes en todas las casas.-
Aunque algo la animaba. Esa muchacha cada día se
sentía más atraída por el joven príncipe Diamante.
-La verdad. Me gustaría que ellos dos congeniaran.-
Se sonreía ahora la soberana, deseando.- Y ojalá que mi hijo la correspondiera.
Desde luego, su camarera principal deseaba lo mismo.
No era ya únicamente cuestión de seguir las instrucciones que le diese su
padre. Además, ese joven era tan alto y atractivo. Con ese rostro tan hermoso y
al tiempo grave y unos ojos violetas tan profundos y penetrantes como los de su
madre. Lo cierto es no hablaban mucho pero cuando lo hacían él era siempre muy
cortés con ella, hasta animado en ocasiones. Y no dejaba pasar la ocasión de agradecerle a la
muchacha los cuidados que ésta procuraba a la soberana. De modo que, Esmeralda,
tras saludar a la reina y armándose de valor, le pidió consejo.
- Señora, perdonad mi atrevimiento pero, ¿vos sabéis
de algo que le guste al príncipe Diamante? Algo que aprecie especialmente.-
Quiso saber de forma tímida. -
Amatista sonrió al percatarse del rubor de la joven
y le respondió risueñamente.
- Parece que tú sí que aprecias mucho a mi hijo,
¿verdad Esmeralda?
- Sé que su onomástica será muy pronto y él es
siempre tan amable conmigo, pese a su rango. - Repuso ella bajando la cabeza y
esbozando una sonrisa de vergüenza en tanto ruborizaba su juvenil semblante. –
Nunca le falta tiempo para saludarme y querer saber…de vuestro estado…
- Él también te tiene en bastante estima, querida. -
Le confesó la reina añadiendo con amabilidad.
- Mira, las flores de jazmín son algo que le gustan mucho, yo se lo
inculqué desde que era muy pequeño.
- Gracias Señora, creo que mi padre las cultiva en
nuestras tierras. Le pediré algunas para regalar al príncipe. Así no tendré que
cortarlas de aquí. - Sonrió Esmeralda, esta vez muy contenta. Podría
obsequiarle con algo que él apreciara. – Me gustaría llamar a mi casa con
vuestro permiso.
- Ve niña, encárgate de eso. Estoy convencida de que
a mi hijo le hará mucha ilusión.- Le aseguró jovialmente la soberana.-
Iba a despedirla cuando le dio un
acceso de tos tan fuerte que la hizo caer sobre la cama, la inquieta muchacha
se apresuró a ir hacia ella de forma muy
solícita.
- ¡Señora!, ¿estáis bien, os traigo un poco de agua?
La
reina asintió y la chica le trajo una copa llena. Amatista bebió y se encontró
mejor Esmeralda le dijo preocupada.
- No puedo dejaros en este estado, ¡podría pasaros
algo!- Añadió muy asustada. -
- No temas...estoy bien, vete, vete niña,- le
insistió la reina. – Yo…ya se me ha
pasado…
Esmeralda a su pesar obedeció, asintió tras hacer
una reverencia y se fue pero estaba preocupada. Aquellos accesos de tos que
castigaban a la reina eran cada vez más frecuentes y severos y la notaba muy
pálida. Cierto es que la soberana de siempre había tenido problemas de salud. Al
principio, por lo que pudo averiguar al entrar a su servicio, la reina era una
joven robusta y muy hermosa. No obstante, tras el alumbramiento de sus hijos su
condición fue deteriorándose. Quizás acusaba la sutil diferencia de la
atmósfera en Némesis respecto a la terrestre, o de su Luna, su lugar de origen,
pero tras tantos años eso ya debería estar superado. No, estaba claro que, la
energía que alimentaba a Némesis también dañaba gravemente a sus habitantes.
Aunque ella y los de su generación tuvieron suerte. Desde que el Sabio llegó,
junto con los expertos del planeta, había encontrado la forma para que esos
perniciosos efectos no dañasen tanto a los jóvenes. Desgraciadamente la
soberana llevaba muchos años ya allí. Y quizás esas nuevas medidas no dieran ya
resultado en ella. Sin embargo y pese a todo, la chica podría haber jurado que
esos episodios de recaídas se reproducían en algunos momentos concretos. Pero
no era capaz de precisarlos con claridad. De todos modos, le alarmaba bastante
el precario estado de la reina que, no obstante, se esforzaba en no hacerlo
notar, ya fuera en sus cada vez más
escasas apariciones públicas o sobre
todo, ante sus hijos, los príncipes. Además, Esmeralda se daba cuenta de que el
rostro de su reina siempre resplandecía con un orgullo y alegría especial al
estar junto a ellos. Parecía que con Diamante
Zafiro a su lado se le pasaran todos los dolores o molestias. Desde
luego que ella lo comprendía bien y se olvidó rápidamente de sus inquietudes
cuando conectó con su padre por el vídeo transmisor y le pidió las flores. Éste no tenía en ese
momento, pero sabiendo para quién iba destinadas y ante el desconsuelo de su
hija, le ofreció mandarle de inmediato unas semillas de la misma planta.
-Gracias padre.- Agradeció la muchacha.-
-No tienes por qué dármelas. Siendo para su Alteza
todo lo que haga falta, pídeme lo que quieras y te lo daré.- Afirmó él.-
-Pues ya que lo dices, me gustaría verte.- Declaró
la joven.- Ya me comprendes. En persona.- Matizó.-
-Y a mí verte a ti, querida hija, pero tengo mucho
que hacer en mis dominios. He sido encargado por el Hombre Sabio para probar
una serie de prototipos.
-¿Qué prototipos?- Se interesó la muchacha.-
-No puedo decirte nada de eso, lo lamento, secreto
oficial. Están relacionados con la seguridad de nuestro mundo. - Replicó su
padre que parecía ansioso por terminar la conversación y así lo hizo constar.-
Ahora estoy muy ocupado, hija. Sigue así, me haces sentir muy orgulloso. Adiós…
-Adiós, padre.- Pudo decir ella en tanto la
comunicación se cortaba.- Un beso…
A
la joven no le gustó esa forma que tuvo su progenitor de terminar con esa
conversación. Ya hacía bastante tiempo que no le veía y él no parecía echarla
demasiado de menos. Realmente nunca convivieron mucho juntos. Primero cuando él
estaba en la Corte. Esmeralda se crio entre esas solícitas niñeras droidas como
Num que eran sus damas de compañía y severas institutrices. No paraban de
decirle lo importante que era su familia y que un día tendría que estar lista
para cumplir con sus deberes. A ser posible desposando a un noble de alto
linaje, incluso al mismísimo heredero si fuera posible. Pero ella también tenía sus sueños. Como
había evidenciado repetidas veces siempre le gustaron los vestidos y todo tipo
de vestuario y complementos. Le encantaba dibujarlos y diseñarlos desde que era
pequeña. Aunque sí se le permitió aprender a coser.
-Esa actividad sí que es recomendable para una noble
cortesana.- Aprobó Num cuando ella, siendo una niña, le pidió que le enseñase.-
Sin
embargo, lo que Esmeralda quería era diseñar hermosos vestidos y poder hacerlos
ella misma.
-Seré la mejor diseñadora de Némesis.- Se decía
encantada.-
Y es que, siendo muy cría, su padre le puso unas
grabaciones que se remontaban a los tiempos de su abuela Topacita. La doctora
hablaba de muchas cosas, incluso salía con la madre de Esmeralda, siendo esta
una cría, contándole un relato muy interesante.
-Sí cariño. Te llamas Maray porque una gran amiga de
la directora de la mejor casa de modas de la Tierra se llamaba así.
¿Y qué hacían en esa casa?- Quería saber la
pequeña.-
-Pues creaban los vestidos más bonitos del
universo.- Le sonreía su madre.- Una amiga mía muy querida se casó con el hijo
de una de sus modelos. Y la madre de su
esposo a su vez tuvo una maestra que era una gran modelo y diseñadora también.
Una mujer muy importante…que fue la directa anterior de la casa Deveraux. Al
menos eso me contó mi amiga Kim…
Y
ahora la muchacha sonrió pensando fugazmente en eso. De niña quiso ser como
aquella famosa diseñadora. Suspiró, esos sueños infantiles ya no tenían cabida.
Al menos esperaba poder recibir pronto las semillas. En eso, desde luego, su
padre fue fiel a su palabra. Apenas tardó un día en tenerlas en sus manos.
Diamante estaba ya preparando su partida. De hecho había sido llamado el mismo
día que Esmeralda charlaba con su propio padre. Durante ese tiempo el joven
acudió a las estancias privadas del rey, y tras hacer una reverencia le
preguntó, con patente respeto.
-Aquí estoy, padre. ¿Me hiciste llamar?
-Sí, Diamante.- Repuso él que estaba sentado en un
cómodo sillón.- ¡Ah!- Suspiró con tono cansado.- La fatiga de tantos deberes
que cumplir me desborda, hijo.- Se permitió confesar, para añadir.- Son muchas
cosas. Los continuos trabajos para la mejora de nuestro mundo, moderar las
ambiciones de los nobles, los consejos y advertencias del Hombre Sabio… en
fin…Algún día lo verás cuando seas rey.
-Si puedo ayudarte en cualquier cosa, por favor. Te
suplico que me lo hagas saber.- Repuso su solícito vástago.-
-Precisamente por eso te he convocado.- Contestó su
padre, adoptando ya un tono más regio y ceremonioso, para comentarle.- Verás.
Tenemos algunos informes que nos hacen creer que no todo va bien en nuestras
relaciones con la Tierra. Seguramente serán malentendidos. No obstante, deseo
enviar una legación diplomática para que indague si hay alguna causa de
conflicto. Y tras meditar creo que tú eres la persona adecuada para viajar allí
y contactar con los soberanos terrestres.
-Es un gran honor.- Pudo decir el chico, tratando de
simular sorpresa.- No sé qué decir.
-No tienes que decir nada. Es el honor que mereces
acorde con tu rango, pero sobre todo un deber. Eres mi hijo y heredero. Algún
día te sentarás en el trono y tienes que comenzar a saber lo que es negociar al
más alto nivel. Por ese motivo y porque confío plenamente en ti. Te he elegido
para esta misión. Piensa que la reputación de nuestro planeta dependerá de cómo
te conduzcas. Llevarás algún noble experimentado contigo. Procura escuchar sus
consejos con atención. Confía en su criterio. Pero que seas tú el que decida lo
que es más adecuado. Recuerda esto siempre. Debes tener la última palabra ante
tus consejeros. Ahora ve a prepararte.
-Así lo haré.- Aseguró el muchacho que, tras hacer
una nueva reverencia, besó la mano de su progenitor.- Gracias padre.
El muchacho salió presto para efectuar todos los
preparativos. Efectivamente, el rey le había encomendado la misión de ir en
viaje diplomático en la Tierra y él no deseaba dejar nada al azar. Quería
demostrarle a su padre que era un digno príncipe heredero. Esmeralda, ajena a
ello, trataba de encontrarle y cuando por fin lo hizo, su entusiasmo se refrenó
un poco y le saludó de forma muy tímida...
- Espero no molestaros mi príncipe. – Le comentó
acercándose hacia él a pasos cortos y dubitativos tras hacer una leve
reverencia. -
- Claro que no, tú nunca me molestas - sonrió
Diamante de una forma que a la chica le parecía cautivadora, preguntándola con
jovialidad. - Dime ¿qué deseas?..
- Felicitaros por vuestra onomástica y daros esto. -
Repuso la ilusionada chica ofreciéndole una bella bolsita que el joven tomó
entre sus manos intrigado. -
-¿Qué es?- preguntó él curioso mientras miraba a la
bolsita y al radiante rostro de aquella
chica alternativamente. – Parecen granitos de arena.
- Son...unas semillas de jazmín, para que podáis
plantarlas en vuestro jardín.- Pudo responder ella con un susurro de voz muy tímida. -
- Te lo agradezco mucho - sonrió él desvelando lo
que ella conocía. - Son mis flores favoritas ¿Cómo lo sabías? - Esmeralda bajó
la cabeza avergonzada y Diamante enseguida sonrió para aseverar. -Ya entiendo,
mi madre. Muchas gracias, es un bonito detalle. Pero deberán esperar hasta que
pueda plantarlas. He de ir a la Tierra en misión diplomática.
-¿Una misión?,- inquirió Esmeralda sin poder ocultar
su desilusión -¿Y os iréis enseguida? ¿Cuándo volveréis?...
- Parto mañana,- respondió él explicándole ahora con voz preocupada. -
Mi hermano me sustituirá aquí...no sé lo que tardaré, he de tratar temas
importantes. La distancia de nuestro mundo con la Tierra no está aún en el
afelio y con los nuevos sistemas de propulsión seguro que el viaje será más
rápido. Aun así podrían pasar años hasta que retornemos.
-¿Años?- Repitió la muchacha demudando su
expresión.- Pero…eso os alejaría de Némesis durante mucho tiempo…
-Mi padre estuvo en la Tierra siendo joven. Y
conoció a mi madre allí.- Sonrió él declarando con jovialidad.- ¿Quién sabe?
Puede que también yo conozca a una hermosa princesa terrestre.
-Sí, claro.- Musitó la joven, apartando la mirada,
siendo apenas capaz de añadir con voz queda, teñida de tristeza.- Si eso os
hace feliz.
Aunque
Diamante la observó no sin extrañeza. Esa chica estaba rara. Quizás le
sucediese algo. Entonces añadió con algo de preocupación.
-¿Te sientes bien? ¿Acaso tu padre está enfermo?
-No Alteza. Y yo estoy perfectamente, muchas
gracias. Es solo que…bueno, vuestra madre y todos os vamos a echar mucho de
menos.- Se atrevió a replicar con voz trémula.-
-No temas. Volveré. Aunque tienes razón. A mí me
sucederá lo mismo.- Admitió extinguiendo su entusiasmo para sentenciar.- Pero
es mi obligación. Tengo que ir allí y saber qué pasa. Espero que el rey
Endimión y la reina Serenity de Cristal Tokio, se avengan a razones y me ayuden
a entender que ocurre. El Hombre Sabio cree que traman algo contra nosotros.
- Tened mucho cuidado, ¡por favor!,- le pidió
Esmeralda al oír esto. - La gente de la Tierra nunca nos ha inspirado
confianza. Mi padre siempre dijo que, aunque parezca que han cambiado, sólo nos
trajeron desgracias en el pasado.
Realmente
el duque Cuarzo había ido albergando ese sentimiento de resquemor hacia los
terrestres tras frecuentar los consejos del propio Sabio. Y estaba aquello
último que su hija le escuchó en esa conversación que tuvieron cuando le pidió
las semillas. Esas crípticas palabras de él no la habían tranquilizado
precisamente.
- No te preocupes, eso fue hace mucho tiempo. Ahora
las relaciones con ese mundo son cordiales, al menos desde que mi padre llegó
al trono. Además, voy en son de paz. - La tranquilizó Diamante que se despidió
de Esmeralda y se dispuso a terminar de prepararse tras sentenciar. – Seguro
que todo irá bien.
-Mucha suerte mi príncipe…no os olvidéis de mí.-
Susurró la chica cuando él ya se perdía por el largo paseo del jardín sin ser
capaz de oírla.- Por favor…yo no os olvidaré…
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