lunes, 10 de septiembre de 2018

GWNE08 Responsabilidades regias.

Así pasó el tiempo. Pareció que los deseos de la reina se cumplían y sus temores eran infundados. Los jóvenes príncipes fueron educándose sin novedad y en un ambiente tranquilo. Ya con quince años, Diamante se aburría soberanamente (y esto pese a sonar irónico nunca pudo estar mejor expresado) escuchando a una de sus droidas instructoras contarle.



-Némesis es un planeta pequeño, cuyo día dura el equivalente a veintinueve horas terrestres. Los años no pueden medirse con los estándares terrícolas dado que no orbitamos directamente alrededor de su sol amarillo y nuestra estrella, que sí lo hace, necesita de unos mil doscientos años aproximadamente para dar una órbita completa…

-¡Basta!- Ordenó el príncipe.- Ya está bien de tantos datos carentes de utilidad.

-Con el debido respeto, Alteza.- Replicó la droida con tono paciente y objetivo.- Vos precisáis aprender muchas de estas cosas…

-¿Para qué molestarme en ser una computadora llena de datos? me basta con que tú u otro androide me informe puntualmente.- La cortó él, lamentándose de seguido.- Lo que quiero es tener auténticos retos, cosas importantes que hacer. No estar aquí perdiendo el tiempo con asuntos intrascendentes.



            Y es que Diamante había crecido mucho convirtiéndose en un apuesto adolescente cuyos cabellos albinos le llegaban hasta la base del cuello. Era de carácter algo impaciente y a veces irascible cuando algo se le resistía o polemizaban con él. Aunque sabía ser gentil y estaba muy bien educado. Con su magnífico porte y su simpatía contenida levantaba la admiración de las jóvenes muchachas de la capital pese a que él no estaba interesado en ninguna en particular todavía. Su hermano Zafiro, por otro lado, seguía siendo apenas un niño entrando en la pubertad, había desarrollado mucho interés en la ingeniería y era buen pupilo del ya anciano Rutilo.



-Habéis aprendido mucho, Alteza.- Le halagaba su preceptor.-

-Es apasionante, poder construir tantas estructuras, pero sobre todo me encanta el diseño de las droidas.- Declaró el chico que rondaba ya los trece años.-

-¡Pues a ver si mejoras el diseño de estas! Hazlas más calladas y atractivas. - Se rio su hermano quien precisamente entraba en la habitación que Zafiro ocupaba con Rutilo en tanto era seguido por aquel androide.-

-Alteza, debemos proseguir con la clase.- Insistía desapasionadamente ese robot.-



            Diamante suspiró, iba a decir algo visiblemente hastiado de aquello. Pero la voz cálida de su madre le disuadió.



-¿Qué tal van las clases, hijos míos? – Quiso saber Amatista llegándose hasta ellos.-



            La soberana, antaño tan dinámica y llena de vida, caminaba ahora despacio, con síntomas de cansancio en su cuerpo y su mirada.



-Madre. ¡Te has levantado!- Exclamó un alegre Zafiro.-

-Ven, siéntate.- Le pidió Diamante, contento también de verla pero concernido a su vez por la salud de su progenitora.-

-Gracias, estoy bien, tranquilos, hijos míos.- Sonrió la agradecida mujer.- De verdad. Me noto más fuerte.

-Me alegro mucho, mamá.- Dijo su hijo menor.-

-Por favor, continuad con vuestras clases. No quisiera interrumpiros.- Comentó Amatista.-

-Son muy aburridas.- Declaró Diamante.- Ya no quiero seguir por hoy.



            Su madre se aproximó a él acariciándole una mejilla, eso hizo que el chico bajase un poco la cabeza.



-Hijo, seguramente así será, pero es importante que aprendas todas esas cosas.

-Teniendo droidas ya se ocupan de recordármelas continuamente, madre. No veo qué utilidad tiene esto.- Argumentó él con evidente desagrado.-

-No siempre podrás tener a alguien a  tu lado para darte las respuestas. Y a veces, aunque lo tengas, eso no quiere decir que debas aceptarlas sin más.- Le respondió su madre mirando detrás del chico.- Tienes que ser capaz de formar tu propia opinión sobre cualquier asunto. Y para eso, precisas conocer en qué consisten.



            Y es que a espaldas de Diamante alguien se aproximaba. Tal cual era su costumbre llegaba flotando en el aire, despacio. Ese individuo funesto con aquel sayal que jamás dejaba ver su rostro. Esa criatura le daba escalofríos a Amatista. Aunque ella nunca permitía que aquel tipo lo percibiera. Todo lo contrario, separándose un poco de su primogénito la reina saludó, con una mezcla de ironía y un leve toque de desdén, ocultando su cansancio e irguiéndose con el orgullo y la dignidad que antaño poseía.



-No tenía conocimiento de que asistieras a estas clases, Sabio. Pero lo celebro, nunca es tarde para seguir aprendiendo.



            El encapuchado dio la sensación de bajar levemente su cabeza a modo de saludo y replicó con tono políticamente correcto en el que no se translucía emoción alguna.



-Majestad. Altezas…

-Hombre Sabio.- Respondió a su vez  Diamante con tono deferente.-

-Tenéis razón, joven príncipe. – Comentó el encapuchado.- Algunas de estas lecciones no os son necesarias. Vuestro talento está destinado a miras mucho más elevadas.



            Eso hizo sonreír al muchacho. Al menos ese consejero tan sagaz le comprendía. Sin embargo, el gesto de la reina no daba precisamente la sensación de que estuviera satisfecha de lo que había escuchado.



-¿No contento con arrogaros el papel de consejero, pensáis que también debéis hacerlo con el de madre? – Inquirió Amatista sin disimular su malestar.-

-Jamás podría ni soñar con eso. Vos sois la perfecta madre que los príncipes merecen tener.- Contestó conciliatoriamente su interlocutor.- Mejor incluso que la pobre duquesa Turquesa que en paz descanse.



            Esas palabras trajeron a la memoria de la reina unos recuerdos realmente tristes e inquietantes. Ocurrió haría unos pocos años. Su camarera personal no pareció tenerla en mucha estima. Estaba claro que no le gustó que una extranjera acabase por ser su soberana. No obstante, años de convivencia parecían haber suavizado aquello. Incluso cuando Turquesa al fin se casó y quedó embarazada, las cosas cambiaron. Al poco de tener a su hijita Beryl, y cuando la duquesa descansaba en la residencia de su ducado, la propia Amatista fue a visitarla.



-Os felicito.- Le dijo al ser recibida.-

-Majestad. Es un honor, no os esperaba.- Pudo decir la perpleja noble tratando de levantarse del diván en el que reposaba.-

-No, por favor.- Le pidió una apurada Amatista.- Descansad. Lamento importunaros en estos momentos, pero quise venir a daros mi enhorabuena por vuestro alumbramiento en persona. Os sentiréis muy feliz.

-Sí, mi Señora.- Admitió la sonriente Turquesa quien pese a todo se puso en pie, añadiendo.- No os inquietéis por mí. Estoy mucho mejor y casi recuperada por completo del parto. Por favor, pasad y poneos cómoda. ¿Qué os apetece?- Le ofreció solícitamente. –

-Ver a vuestra pequeña. Y saber de vos. - Sonrió Amatista.-



            Y la duquesa se la mostró, conduciéndola a la habitación principal de su casa. Allí, en una cuna, reposaba la cría. La soberana sonrió ampliamente para alabar.



-Una niña preciosa. Lo celebro mucho por ti y por Berilo.

-Os lo agradezco, Majestad.- Contestó su interlocutora.-



            Pasó un tiempo más hablando con la duquesa quien parecía muy sorprendida e incluso agradecida por aquel gesto. Los años fueron transcurriendo y fue triste saber que la pequeña Beryl tenía esa debilidad crónica.



-Lo mismo que mi amiga la pobre Maray, y lo que me está sucediendo a mí.- Recapituló.-



            Y habló de eso con su camarera. Aquello pareció estrechar sus lazos y unirlas. Desde entonces Turquesa y ella ganaron confianza. La propia duquesa llegó incluso a decirle una vez con tono afectado por el envaramiento.



-Majestad. Creo que debo pediros perdón.

-¿Pedirme perdón? No te entiendo. ¿Por qué razón? -Quiso saber la atónita soberana.-



            La siguiente frase daba la impresión de ser difícil de pronunciar puesto que su camarera principal se mantuvo en silencio durante unos momentos para al fin ser capaz de replicar, con tono sincero y lleno de pesar.



-Al principio. Cuando llegasteis a Némesis, incluso antes. Yo…no era partidaria de que una princesa extranjera viniera aquí.

-Eso es razonable. No me conocías de nada.- Comentó despreocupadamente Amatista.-

-Tenéis razón. No os conocía.- Admitió su interlocutora, agregando de forma culpable y en tono casi de advertencia.- Me he dado cuenta de mi error, pero hay otros que no. Debéis tener mucho cuidado.

-¿Cuidado?- Repitió su contertulia mirándola perpleja.- ¿Con quién?

-Hay algunos que no os quieren bien. Por diferentes motivos. -Le confesó evasivamente Turquesa.-

-Siempre me has dicho que mis súbditos me adoraban.- Opuso Amatista con gesto sorprendido.-

-Y era cierto. La mayoría sí. Pero cuidaos de los otros. No es tan fácil verles venir. - Replicó lacónicamente su camarera.-

-Gracias por la advertencia. No lo olvidaré.- Sentenció la reina con tono más serio y preocupado.-



Aunque el tiempo pasó y no dio la impresión de suceder nada extraño. Al menos que pudiera estar dirigido contra ella. Sin embargo, fue terrible cuando se acordó de ese aciago día. Años atrás, la hija de la duquesa dormía en palacio y de repente desapareció. Nadie sabía dónde podría haberse metido. Turquesa estaba desesperada.



-¡Mi hija! ¡Se la han llevado!- Gritaba recorriendo los pasillos como una posesa.- ¿Dónde está?

-Tranquilizaos. Ordenaré que la guardia peine todo el palacio. La encontrarán. - Le aseguró el propio rey Coraíon al enterarse de aquello.-



            Berilo también estaba destrozado. No era capaz ni de moverse. El propio rey tuvo que animarle, lo mismo que el conde de Ayakashi que estaba allí también por aquel entonces.



-La encontraremos. Sé como te sientes, también yo tengo hijas.- Le decía Ópalo tratando de alentar a ese infeliz.-



            Amatista abrazó a la llorosa duquesa quien apenas si podía musitar.



-Es una venganza…contra mí.

-¿Qué?- Quiso saber la soberana.-

-Majestad. Tened mucho cuidado, os lo suplico. ¡Pensad en vuestra suegra! - Sollozó su interlocutora.-

-¿De qué estás hablando?- Inquirió la estupefacta Amatista.-

-Debéis indagar. No puedo deciros más.- Suspiró la destrozada Turquesa.-

-¿El qué?¿Dónde?- le preguntó la reina, mirándola entre compadecida y atónita.- Vamos. Dime qué quieres decir con eso. ¡Por favor! Solamente deseo ayudarte…



            No obstante, su interlocutora no dijo nada más. Las horas y los días se sucedieron y la niña no apareció. Turquesa estaba cada día más deprimida. Lo mismo que su marido. Los reyes les dieron licencia para retirarse a su casa en el ducado que ella poseía. Al fin, tras unas semanas sin saber nada, les llegó la terrible noticia. La duquesa Turquesa había sido hallada muerta, se había ahorcado en su salón.



-Dejó una nota.- Suspiró Berilo, cuando volvió a la Corte, en una audiencia privada.- Me pedía perdón por haber sido débil y perder a nuestra hija. Pero ella no la perdió. Estoy seguro.

-Lamentamos muchísimo vuestra pérdida, Duque.- Le respondió un entristecido Coraíon.-

-¡Duque! – Repitió el hundido Berilo.- Es irónico, al principio acepté casarme con Turquesa para forjar una alianza, para subir en la pirámide social. Ahora que he perdido a mi hija y a mi mujer de esta manera tan terrible, nada de eso me importa.



            Los soberanos no respondieron a eso, se limitaron a escuchar a aquel desdichado confesarles.



-Ella no me atraía de ese modo. Yo siempre estuve interesado en hombres. Y nuestro matrimonio era pura fachada. Al menos hasta que Beryl nació. Ella nos unió, forjó un vínculo que compartíamos. Y más cuando supimos que estaba enferma. Turquesa cambió desde entonces. Y yo también. Ya no nos preocupaba ascender en la Corte, ni lo que sentíamos el uno por el otro, sino el provenir y la felicidad de nuestra hija…-Sollozó totalmente destrozado.-

-¿Hay algo que podamos hacer?- Inquirió la devastada Amatista observando a ese desgraciado llena de conmiseración.-

-Solamente os suplico que me dejéis indagar en todo esto. Sé que ella se sentía culpable, pero tiene que haber algo más.- Contestó Berilo.- Nuestra pequeña no ha desaparecido sola.

-Tenéis nuestra venia y si precisáis de cualquier tipo de ayuda solamente tenéis que pedirla.- Declaró Coraíon.-



            Aquel pobre hombre asintió. Aunque no se comunicó mucho con los soberanos durante años. Pareció olvidarse de cualquier ambición que hubiese tenido por medrar en la Corte y se quedó en los dominios de su fallecida esposa. Al fin, curiosamente fue a palacio y pidió una audiencia. No obstante, lo hizo para ver a la reina. Coraíon estaba de viaje revisando las nuevas construcciones del planeta. Amatista, visiblemente preocupada por aquel individuo, le recibió en una sala privada, dado que Berilo insistió en ello.



-Celebro veros, duque, ¿Qué tal estáis?

- Majestad, mi salud no es importante, ni mi ánimo. Hay algo que me preocupa mucho más.– Le comentó con tono no deprimido sino inquieto, incluso temeroso, cosa que sorprendió a Amatista.-

-Decidme, os noto muy turbado.- Le comentó ella.-

-Tenéis razón, Señora. Lo estoy…por este reino y por el planeta. Majestad, tenemos enemigos terribles entre nosotros.- Le desveló dejándola estupefacta.-

-¿Enemigos? ¿Quiénes?- Quiso saber ella con tono incrédulo.-

-No es prudente que os revele demasiado, ni de nombres aquí. Os contaré que, tras la muerte de mi esposa y la desaparición de mi hija, investigué. No me limité a mi propio caso. También recordé la desaparición del Señor Azabache.



            Era cierto. Aquel anciano fue enviado como embajador al planeta del Sabio, pero jamás acudió a ser despedido oficialmente por el rey.



-Debió de partir con premura.- Conjeturó Amatista.-

-Majestad, nadie supo nada más de él. Pregunté a mi hermano Lamproite, al duque Cuarzo, y ni el propio soberano, vuestro esposo, parece haber tenido noticias suyas desde entonces. Al menos eso me comentaron ellos cuando hablamos.

-Es extraño, sí. Debería preguntarle a mi marido sobre el tema cuando regrese.- Convino la reina.-

-Y eso no es todo. En virtud de mis pesquisas he ido descubriendo que han existido más casos, si nos remontamos años atrás.- Le comentó Berilo.-



            Aquel hombre le fue desgranando algunos ejemplos que dejaron perpleja a Amatista. Entre ellos, le llamó la atención oír a Berilo hablar sobre la doctora Topacita, duquesa de Green, y la hija de ésta, Maray, que fuese amiga de la propia reina. Si bien nada podía demostrarse y aparentemente daban la impresión de no tener ninguna relación. Sin embargo, era algo realmente extraño. Incluso remontándose más atrás tenía el caso de su propia suegra.



-Sí, recuerdo que cuando llegué a la Corte a desposarme con Coraíon, todavía se hablaba de lo que le pasó a su madre. Aunque, por respeto hacia él y a su abuelo el rey Corindón, nunca directamente. Me llegaron noticias a través de cotilleos. Ya sabéis, eso no es demasiado creíble. – Afirmó ella.-



            Pensó entonces en las palabras de Turquesa. Tras meditarlo se las confió a su interlocutor que asintió con el gesto desencajado.



-Ella dejó algunas cosas. Cuando, como yo, trataba de hacerse un hueco en la Corte y de ascender, investigó para encontrar trapos sucios. Ya sabéis. No es nada digno, pero por desgracia es como la mayoría ataca a sus rivales o se defiende de ellos. Averiguando cosas que los afectados no desean airear.

-Entiendo.- Convino Amatista, desaprobando aquello, pero con evidente interés, para preguntar.- ¿Y qué es lo que ella sabía de mi suegra?

-Únicamente que la doctora Topacita tenía algo en su poder. Pero no lo utilizó para medrar. Esa mujer no estaba interesada en eso.

-No, claro que no. La conocí en persona y era buena y amable. Solamente preocupada por el bienestar de su hija. ¡La pobre Maray! - Suspiró Amatista.- Las dos me dejaron algunas cosas. Apenas sí pude echarles un vistazo.

-Hacedlo, Majestad. Os lo ruego. - Le sugirió él.- Quizás ahí tengamos evidencias de lo que está sucediendo.

-Lo haré. Pero no deseo que nadie lo sepa. Y menos el Sabio.- Le confió ella.-



            Berilo asintió despacio. Al parecer compartía el recelo y la desconfianza de la soberana. Pese a todo tuvo que reconocer.



-Bastantes de esas cosas sucedieron hará muchos años. ¡Y aunque no me guste en absoluto ese condenado Sabio, tampoco puedo culparle! - Espetó Berilo apretando los puños, para sentenciar.- Ni siquiera estaba aquí entonces. Pero de algún modo sé que tuvo que ver con la desaparición de mi hija. Turquesa me contó que, desde un tiempo a esta parte, se sentía más cercana a vuestra Majestad. Y que deseaba advertiros.

-Sí, algo me comentó. Pero lo tomé por un consejo.- Admitió su interlocutora expresamente a su vez.- A mí tampoco me da ninguna confianza ese Sabio. Creo que sus amables palabras están teñidas de ponzoña. Adula a mis hijos, a mi esposo, y es demasiado servicial. Más que un embajador parece querer ser una especie de ministro o de consejero, creo que desea ganarse sus voluntades. Y no me gusta. Yo, como descendiente de las soberanas de la Luna Nueva y guardiana de sus misterios, puedo ver cuando alguien miente…y ahora sé que vos, señor duque, no lo hacéis.

-Solamente puedo pediros, Majestad, que extreméis las precauciones.- Repuso Berilo.- Y está claro que vuestro don os está diciendo lo mismo que pienso yo. Que ese Sabio es un farsante.

-No.- Negó ella, dejándole perplejo, más cuando agregó.- ¡Ojalá fuera así de sencillo! Veréis.- Se atrevió a desvelarle, con tono de voz tan bajo que casi parecía tener que susurrarlo.- Cuando alguien miente o dice la verdad, percibo sensaciones distintas. Es como leer en su corazón. No sé como explicarlo. Sin embargo, con ese Sabio no percibo nada, absolutamente nada. Jamás me había ocurrido con persona alguna. Y eso me atemoriza más que si notase que estuviese mintiendo.



Esas palabras parecieron atemorizar más aún si cabía a Berilo. Después de aquello, la audiencia concluyó. La reina recordó entonces a su amiga Maray, cuando estaba consumiéndose en su enfermedad. Tal y como hizo con Topacita, acudió a visitar a la convaleciente en el ducado de Green-Émeraude. La joven enferma se alegró mucho de verla e incluso reunió fuerzas para pasear con ella por el jardín. Caminaba despacio, eso sí. Y la propia soberana le ofreció su brazo para que se apoyase.



-Me hacéis un gran honor, Majestad.- Sonrió esa muchacha.-

-No digas bobadas. Aquí no soy la reina, soy tu amiga.- Replicó la aludida.-



            La joven sonrió agradecida. Aunque enseguida mudó la expresión por otra más preocupada. Paseando entre los rosales, se atrevió a musitar.



-Estando aquí, rodeada de esta calma y belleza, me cuesta creer que existan cosas horribles, o que haya algo malo.- Declaró Maray.-

-Eres una mujer bondadosa. Y espero que te recobres pronto. Serías mi perfecta dama de compañía y camarera principal. Bueno, de no ser porque estás casada.- Matizó Amatista.-

-Señora.- Suspiró su interlocutora, bajando la mirada para afirmar con pesar.- No creo que me quede mucho. Lo sé.

-No digas eso.- Quiso animarla la soberana.- Te pondrás bien. Debes tener fe y afrontar esto con valor.

-No temo por mí.- Le contó Maray.- Solamente por mi esposo y mi hija. Sobre todo por Esmeralda. Es apenas un bebé y lo que más me entristece es dejarla sola.

-Su padre la adora. Le he visto con ella.- Afirmó Amatista, alegando.- Y cuando te recobres seréis felices de nuevo.

-Quisiera pediros un favor, Majestad.- Suspiró su contertulia.-

-Claro, lo que sea.- Concedió la interpelada.-

-Cuando mi hija crezca, si va a la Corte algún día. Os suplico que la pongáis bajo vuestra protección. Es lo único que me hará sentir mejor.

-Cuenta con ello. Te doy mi palabra. - Aseguró Amatista.-



            La joven asintió esbozando una fugaz sonrisa, esa promesa le bastaba. Aunque, con un tinte serio e incluso temeroso en su voz, declaró.



-Quisiera advertiros. Veréis. Es algo que he descubierto hace poco. Tras la muerte de mi madre revisé algunas de sus cosas. Tenía anotaciones, incluso grabaciones de vídeo…Las he ocultado para que estén a salvo, os diré su paradero…



            Fue entonces cuando escucharon la voz de Cuarzo que buscaba a su esposa. Venía con la pequeña Esmeralda en brazos. Maray sonrió más ampliamente al ver a su hija. Aunque al instante se tambaleó.



-¿Estás bien?- Inquirió la asustada Amatista, sujetándola de inmediato.-

-Sí, sí señora…-Pudo decir ésta antes de desmayarse.-



            La soberana frenó lo bastante la caída de Maray para que ésta quedase tendida en el suelo con suavidad. Cuarzo corrió hacia allí, llamando a algunos droidas. Al llegar junto a su esposa, sin ninguna ceremonia, le pidió a la reina que tomara a la niña. Amatista así lo hizo acunando al bebé para que no llorase, y resultó. La cría estaba plácidamente dormida en sus brazos. El duque se hizo cargo de llevar a su mujer al interior, poniéndola sobre la cama.



-Ha hecho un esfuerzo muy grande.- Suspiró él, consternado, dirigiéndose a la soberana que había ido tras de él.- Ver a vuestra Majestad la ha ilusionado tanto…que deseaba salir de su habitación por vos…

-Lo lamento muchísimo, siento que por mi causa haya recaído.- Musitó la aludida sintiéndose culpable por ello. -

-¡No, por favor, al contrario! La habéis hecho muy feliz con vuestra visita.- Se apresuró a replicar él.- Os lo agradezco mucho.



            Permaneció allí hasta que Maray recuperó el sentido. La joven duquesa sonrió, mirando a su esposo y a la soberana, para musitar apenas sin fuerzas.



-Hoy he forzado un poco mis límites, pero ha merecido la pena pasear con vos, Majestad.

-¿Qué ibas a decirme?- Quiso saber Amatista hablando en voz baja a su vez, para que Cuarzo, que estaba cerca, no las escuchase.-

-Nada importante.- Susurró su interlocutora quien parecía haber reconsiderado aquello.- Solamente pediros que os cuidéis mucho, vos y vuestra familia sois la garantía de que este mundo permanezca en la luz.



            Amatista asintió despacio, pese a no saber a qué podría referirse exactamente su amiga tenía un presentimiento. Tiempo después, cuando la pobre Maray murió, dejó unas cosas a la soberana. Por su expreso deseo y última voluntad le entregaron a la reina un video grabado por la difunta poco antes de fallecer. Estaba encriptado para que nadie, salvo la receptora del mismo pudiera desbloquearlo. Al recibirlo, la propia reina le ofreció a su esposo.



-Si deseas verlo conmigo.

-No.-Declinó Coraíon, afirmando.- Si mal no recuerdo, la última voluntad de Maray fue que ese video tenía que ser para ti, y solamente para que tú lo vieses.



            Dicho esto, el rey salió de la estancia. Al fin Amatista pudo ver aquello. Al salir el rostro cansando de su difunta amiga, quien pese a todo sonreía intentando mantenerse animosa, no pudo evitar derramar algunas lágrimas.



-Si estás viendo esto es que ya me he reunido con mi madre y el resto de mis antepasados en un lugar que espero sea mejor. Solamente quiero despedirme de ti, prescindiendo del tratamiento real. Amatista, te he considerado mi amiga además de mi reina. Mi madre siempre dijo que eras una buena mujer y no se equivocaba. Recuerda lo que me prometiste, y sobre todo, mantente alerta. Si debes confiar en alguien hazlo en mi amiga Idina Kurozuki. Ella también es una buena persona. Y perdóname. Cuando me preguntaste no quise responder. Fue por tu propia seguridad. Lo que mi madre tenía en esas notas y vídeos es algo tan terrible que es mejor que no lo sepas. Al menos no aun. Pero te diré dónde está. Quizás cuando llegue el momento pueda serte útil.



            Así lo hizo, tras desvelar el paradero, según ella, de aquellas comprometedoras informaciones, Maray sonrió una vez más y, con tono agotado, remachó su despedida.



-Te deseo lo mejor, mucha suerte y que seas muy feliz…amiga mía. ¡Cuídate!

           

Tras ver aquello Amatista estaba triste, emocionada e incluso preocupada. Y los hechos le dieron la razón a su fallecida amiga. Ahora volvía a recordar a Berilo, tras ese aviso, que coincidía con el de Maray, ese infeliz apareció sin vida en su casa a las pocas semanas. Una de sus droidas le encontró. Dejó una nota diciendo que la vida sin su amada esposa, ni su hija le era insoportable. Ahora la soberana sentía en lo más profundo de su ser que ese maldito encapuchado que tenía la osadía de flotar allí, en medio de la sala en la que sus hijos y ella estaban, tenía que ver con eso. Por ello, armándose de valor y tono desafiante, le respondió.



-Soy una madre que quiere a sus hijos por encima de todo. Y que se enfrentaría contra cualquier cosa por asegurar su futuro y su bienestar. De eso podéis estar seguro.



            Los atónitos príncipes la miraron sin comprender. No obstante, ella supo enseguida que aquel ser la había entendido muy bien. Dado que el Sabio inclinó levemente la cabeza bajo su capucha y con tono sumiso, contestó.



-No os importuno más, Majestad. Desearéis estar en compañía de vuestros hijos. Y tenéis pocas ocasiones de disfrutar de ellos en la intimidad…me retiro con vuestra venia.

-Os aseguro que la tenéis de muy buen grado.- Le aseguró Amatista sin dejar de mirarle.-



            Fue el perplejo Diamante quien se aproximó. Su madre pareció perder esas energías que la habían sostenido tan pronto como el Sabio se marchó. Ahora la agotada mujer se sentó de inmediato.



-¿Estás bien?- Inquirió su hijo mayor con inquietud.-

-¡Mamá!.- Exclamó el asimismo concernido Zafiro.-

-No os preocupéis. Estoy algo cansada, pero bien. Y feliz de teneros a los dos a mi lado.- Sonrió afectuosamente ella.-



            Ambos muchachos se miraron, estaban pensando lo mismo, fue Zafiro quien se atrevió a preguntar.



-¿Por qué eres tan dura con el Hombre Sabio? Solamente trataba de ser amable.

-Desconfiad de alguien cuando se muestre tan amable.- Les respondió su interlocutora.-

-Pero tú siempre has dicho que debemos ser considerados con los demás.- Objetó el desconcertado Diamante, alegando con rotundidad.- El Sabio ha estado ayudándonos desde que llegó.



            Amatista suspiró, no podía pretender que sus hijos, siendo tan jóvenes e ingenuos, pudieran comprenderlo. Ni tan siquiera Coraíon parecía ver más allá de la venda que tenía puesta cuando se trataba de ese individuo.



-En realidad no tengo pruebas de que haya hecho nada malo. Únicamente son sospechas y mi presentimiento de que no es de fiar. – Se decía con impotencia.-



Por otra parte, debía reconocer que era verdad que ese encapuchado había ayudado a los científicos de Némesis a mejorar las condiciones de vida del planeta con esas versiones más poderosas que les dio de los cristales oscuros de energía. Y a su vez aconsejaba bien en líneas generales al rey. Tanto era así que incluso éste le autorizó a asistir al Consejo y dar su opinión. La mayor parte de los nobles, lejos de molestarse por la intromisión de un extranjero, se dejaban guiar por él de buen grado. Por ello, la resignada soberana tuvo que asentir, admitiendo.



-Quizás es que soy muy desconfiada con los extraños. O es que deseo teneros junto a mí más tiempo, en tanto él os hace estar lejos.

-Te prometo que vendremos a verte más.- Declaró Zafiro sintiéndose culpable.-

-Sí, mi hermano tiene razón.- Convino Diamante, apurado a su vez al reconocer.- ¡Perdónanos, por favor! Te hemos descuidado.



            No obstante, su madre movió la cabeza y sonrió para tomar la palabra.



-Hijos míos, mi único anhelo en esta vida es que seáis felices y buenas personas.- Les dijo ella, con todo el cariño que pudo reunir, en tanto los atraía con gestos de sus manos para poder abrazarles. – Quiero que me prometáis que os querréis y cuidaréis siempre el uno al otro. Pase lo que pase. Eso es lo que más me importa.

-Claro que sí, mamá.- Repuso enseguida Zafiro.-

-Te lo prometo.- Añadió Diamante.-



            Eso le bastaba a Amatista. Quizás no pudiera impedir que ese encapuchado cobrase cada vez más relevancia, pero le vigilaría de cerca y se interpondría entre sus hijos y ese individuo mientras le quedasen fuerzas. Así fue y con la cada vez más creciente influencia del Hombre Sabio, que ayudó con sus presagios a que el reino prosperase. Los príncipes  Diamante y Zafiro fueron creciendo. Lo cierto es que, lejos de los resquemores de la cada vez más delicada de salud Amatista, el Sabio les proporcionó mucha ayuda para que Némesis ampliase su superficie arbolada y aumentase su producción energética. Al parecer, el misterioso cristal negro mejorado que trajo a su llegada, jugaba algún papel que únicamente los ayudantes más cercanos de aquel extraño consejero parecían comprender.



-¿Lo ves?- Le decía Coraíon a su resignada esposa creyendo que así la tranquilizaba cuando ella se atrevía a insinuar sus dudas sobre ese individuo.- El Sabio únicamente quiere ayudarnos. Y en cuanto al embajador Azabache, ya nos lo explicaron. Tuvo un terrible accidente. Mi padre sufrió uno similar cuando yo era apenas un recién nacido.



            Y es que se informó de que la lanzadera que presuntamente transportaba al embajador de Némesis fue destruida al impactar contra unos fragmentos de meteoritos fuera de órbita.



-Sí, fue una desgracia.- Respondió Amatista, desconfiando pese a todo de aquella versión. Aunque alegando.- Pero no me fio del uso excesivo que estamos haciendo de la energía interna del planeta. No es bueno.

-No debes temer nada. Las medidas de seguridad y el poder de absorción del cristal negro nos protegen. Por fortuna para nosotros, no estamos expuestos a los efectos secundarios como lo estuvieron nuestros antepasados.- Le contestaba un confiado Coraíon.- Y gracias en buena parte a los cristales mejorados que el Sabio nos proporcionó tras su llegada.



Y su mujer volvía a verse abocada al silencio. A nadie le parecía mal que las condiciones de vida mejorasen y nunca hubo ninguna persona de la Corte que se interesase mucho por aquello. Excepción hecha de su hijo el infante Zafiro que sí tenía mucho deseo de aprender. A lo que aquel Sabio también contribuyó enseñando al joven los rudimentos de aquella tecnología que era la única capaz de encauzar de forma totalmente exitosa la energía oscura del planeta. Y así, algún tiempo más tarde, un día, cuando no hacía mucho que Diamante cumplió los diecisiete años, su padre el Rey recibió a las familias de muchos nobles. Era costumbre que estas fueran invitadas en audiencia para presentar en sociedad a sus miembros más jóvenes. Aunque esto le aburría bastante, el heredero no tenía otra opción que comenzar a cumplir también con esas obligaciones reales. De modo que, en pie junto al trono de su padre, Diamante recibió a los invitados. Los más destacados eran el duque Cuarzo de Green Émeraude, una de las regiones más importantes de Némesis y el marqués Lamproite de Crimson, un leal y valioso servidor de Coraíon desde que ambos eran muy jóvenes. Ambos presentaron a sus hijos. El marqués a su primogénito de nombre Rubeus. El joven se arrodilló ante el monarca y besó su mano.



- Me alegro de recibirte en mi casa, joven Rubeus. - Declaró el rey. - Tu padre es uno de mis más leales súbditos y amigos.

- Majestad, mi mayor deseo es ser para vos un súbdito tan leal y buen servidor como lo es mi padre. - Respondió el chico de forma bastante firme y respetuosa. -



            Coraíon sonrió y asintió con complacencia, Rubeus era un muchacho alto y fornido, quizás un par de años más joven que Diamante, y de un vivo pelo color rojizo. Se retiró respetuosamente junto a su padre que expresaba gran orgullo en su mirada. El siguiente fue el Señor de Green Émeraude, otro leal amigo de juventud. Éste presentó a su hija en sociedad. La joven aún era una niña, pero ya aparentaba ser toda una mujer. Era bastante alta, incluso para la media de Némesis, de una larga melena verde y ojos castaños, dobló sus rodillas ante el rey con mucha gracia y le besó la mano, no pudo evitar mirar al joven príncipe Diamante y ruborizar ligeramente sus mejillas. El heredero también le dedicó una fugaz mirada, al reparar en la belleza de esa chica. El duque entre tanto habló con el placed del monarca.



- Mi señor, ésta es mi unigénita Esmeralda. Deseaba tanto entrar a vuestro servicio en la Corte que me he permitido traérosla.

-¿Cuántos años tienes, muchacha?- preguntó el rey con mucha amabilidad. -

- Cumpliré quince en pocas semanas, mi señor.- Respondió ella de forma tímida. -

-¿Deseas entrar a mi servicio? - Sonrió Coraíon que propuso. -¿Qué te parecería como dama de la reina?..

- Si eso os place, Majestad, para mí sería un gran honor...y un privilegio serviros a vos, a la reina y a toda la familia Real.- Respondió la chica mirando a Diamante de soslayo, aunque él ahora la observaba con la misma atención que había dedicado a los demás invitados. -

- Bien, preséntate luego ante la reina, que ella te tome a su servicio.- Le indicó el rey.-



Esmeralda se inclinó de nuevo retirándose con el permiso del monarca al que había agradado mucho. Cuando ambos nobles se marcharon con sus hijos les dieron sus últimos consejos. El marqués hablaba con Rubeus y el muchacho le escuchaba con toda su atención.



-Nuestra familia es una de las más grandes de este planeta, con gran influencia en el pasado aunque últimamente hemos decaído. Espero que con tus servicios a la corona nuestro linaje remonte al lugar que le corresponde. Nada más tengo que decirte. Sé que sabrás cumplir con tu obligación.

-Sí padre. Confía en mí. No te defraudaré. – Afirmó el muchacho, bien concienciado de ello, prometiendo. – Haré lo que sea por cumplir con mi obligación y mantener el prestigio de nuestra casa.



            Y es que desde que nació, Rubeus fue instruido en la larga tradición familiar. Sus orígenes se remontaban a los de los primeros habitantes de Némesis. Por décadas habían jugado un papel muy importante en la Corte, aconsejando a los monarcas. Ahora Lamproite se sentía cansado. Estaba ya harto de tanta política, más tras la llegada de aquel Sabio que casi monopolizaba la atención del rey. El marqués se dio cuenta enseguida de que no convenía enfrentarse a ese encapuchado. Algo le hacía recelar, más si cabía desde la trágica muerte de su hermano Berilo que nunca habló nada bien de ese individuo. Aunque sus acusaciones fueran ciertas, era mejor no plantarle cara abiertamente.



-No, con todo el influjo que tiene con el rey, por sus consejos y la aportación de esos cristales ya es peligroso. Y lo más preocupante no es lo que muestra, sino el poder que pudiese tener oculto.- Se decía prudentemente Lamproite.-



Además, deseaba retirarse a su marquesado y aprovechar los años que le quedasen para engrandecerlo aún más. Pero estaba decidido a dejar a su vástago bien colocado junto al soberano. Precisamente por eso le indicó a su hijo que buscara el favor de ese enigmático consejero. Seguro que, si le tenía como aliado, podría ayudarle a medrar. Y quizás, ¿quién sabe?, influir para conseguirle algún compromiso matrimonial con una buena familia…Por lo pronto, estaba el litigio del ducado que, tras morir Berilo, había quedado vacante. Lamproite no tardó en exponer ante el rey su pretensión de heredarlo, invocando su derecho de ser el pariente más cercano del difunto. Aunque una tal Turmalina, prima de la fallecida Turquesa, reclamaba a su vez esa herencia.



-Lo someteré a estudio y pediré el consejo de otros nobles imparciales.- Decretó el rey Coraíon por respuesta.-



            Y de eso ya hacía bastante tiempo. Por eso Lamproite contaba con que su hijo se ganase el favor Real, y más que nada, el del Sabio. Con él de su parte a buen seguro que el monarca se decantaría por su causa.



-O al menos, logra la mano de alguna mujer de alto rango, para formalizar una alianza o incluso una anexión de territorios.- Le recomendó a su hijo.-



Desde luego el joven, al que le gustaban mucho las mujeres, no había puesto nunca ninguna objeción a la idea de desposarse con alguna atractiva chica de noble cuna. Y ya le había dedicado alguna que otra interesada mirada a esa jovencita de larga cabellera verde con tonos claros que se había presentado ante el monarca justo después que él.



-Desde luego que es muy hermosa. Sería un magnífico añadido a mi tarea si debo conquistarla.- Se dijo con patente interés.- Y un trofeo realmente valioso.



Por el contrario, el duque Cuarzo parecía tener otras palabras con su hija. Esmeralda le miraba llorosa. Siendo ella la que le decía.



-Padre, entiendo que es mi deber servir a su Majestad y a nuestra familia. Pero me duele separarme de tu lado.

-Hija mía – replicó él con pesar. - No tenemos otro remedio. El rey Coraíon es un monarca justo y generoso y no me cabe duda de que te tratará como si fueras su hija. Además, sabes que nuestros dominios se han empobrecido en los últimos años. Necesitamos más inversiones allí. Si sabes cumplir bien con tus deberes posiblemente el rey se muestre receptivo a nuestras peticiones. Y ¿quién sabe? El príncipe Diamante es un joven muy agradable y tú eres muy hermosa.

-Sí, padre. El príncipe es muy apuesto. – Tuvo que admitir la muchacha a la que ese detalle desde luego no se le había pasado desapercibido. – Y parece muy gentil.

-Se inteligente. Haz bien las cosas, sirve a la Familia Real con empeño y recuerda tus orígenes. - Le aconsejó su progenitor a modo de despedida besándole en la frente. – Sé que no me defraudarás.



La joven asintió casi a punto de llorar, pero se obligó a no hacerlo. Ahora había dejado de ser una niña. Toda su vida la habían educado para ser una servidora de la Casa Real y con suerte, hacer un buen matrimonio. Desde luego podía permitirse el lujo de aspirar a lo más alto. Tenía buena formación, talento y belleza. Eran unos importantes dones y su padre le dijo antes de llegar a la corte que, una vez allí, debía empezar a usarlos con prudencia.



-No conocí a mi madre. – Se decía la muchacha llena no obstante de zozobra y dudas.- Aunque al menos mi padre estuvo ahí siempre que sus obligaciones se lo permitieron. Y mis damas, bueno, eran droidas en realidad…y no sé si valdré para servir a otros, soy una duquesa. Eso me han dicho siempre.



Y así pensaba, no sin inquietud. Siendo niña y viendo a su padre tan poco. Las veces que iba a su ducado él se pasaba más tiempo con algunas de esas droidas que con ella. En su ingenuidad infantil Esmeralda pensó en que su padre las estaba arreglando o programándolas para que la enseñaran cosas. Aunque un día, hacía pocos meses, al cumplir los catorce años, y habiendo crecido bastante, su droida Num le comentó.



-Señora, ya sois una adolescente. Habéis llegado al inicio de la pubertad. Por tanto, vuestro cuerpo está cambiando y debo instruiros sobre eso.

-Si tú lo dices.-Repuso la tímida niña.-

-Vuestro padre me encargó que, si planteabais alguna duda sobre los cambios en vuestro cuerpo, o si experimentabais alguna turbación, os ayudase a superarlo.



            Y dicho esto, ante los atónitos ojos de Esmeralda, la droida se desnudó, mostrándose ante ella al tiempo que, con voz melosa, le preguntaba.



-¿Os parezco atractiva?



            La verdad, Esmeralda no tenía muchos elementos de comparación, aunque mirando a su androide con particular interés, enseguida sonrió. Tomó unas telas que tenía sobre una cercana mesa y las colocó sobre el cuerpo de Num afirmando.



-Estarías muy bien con un vestido de este material, de color verde o negro. Quisiera hacerte uno.



            Y una vez más, para su sorpresa, la droida insistió.



-Me refería si me encontrabais atractiva para establecer una relación sexual conmigo.

-¿Qué?- Exclamó la perpleja chica, moviendo la cabeza en tanto se ruborizaba.- ¡No!, quiero decir, me gustaría ser tan guapa y estar tan desarrollada como tú cuando crezca del todo. Pero. No me gustas de esa otra forma.



            Al oír aquello ese androide volvió a vestirse y asintió.



-Eso le complacerá a vuestro padre. Tenía esa preocupación. Entonces, ¿es este otro modelo más de vuestro agrado?



            Y antes de que la atónita niña pudiera ni replicar, un droido masculino hizo acto de presencia. Era alto, rubio, bastante atractivo. Al menos eso le pareció a ella que se ruborizó una vez más. Sobre todo cuando, imitando a su semejante, comenzó a quitarse la ropa, y a punto estaba de bajarse unos pantalones que llevaba cuando la apurada cría movió la cabeza.



-Basta, claro que es atractivo, pero…es que…-Pudo decir con total timidez y visible vergüenza.-

-No hay necesidad de llegar a nada más por ahora.- Declaró Num, ordenando a su acompañante que se detuviese.- Vístete. La señora no precisa de tus servicios.



            Ese robot obedeció, saliendo de la estancia. Esmeralda  se recobró de aquella situación para querer saber con una mezcla de sorpresa y malestar.



-¿Para qué has hecho eso?¿Es que querías avergonzarme?

-No, señora. Fueron instrucciones de vuestro padre.- Se reafirmó la droida.- Llegada a esta edad, debéis aprender cuanto se refiera a las relaciones entre los distintos sexos. O incluso entre iguales. Pero visto que no os sentís atraída por otras hembras, nos centraremos en los machos, es decir, varones de vuestra especie.



            Y eso hicieron. Esmeralda aprendió algunas cosas sobre el sexo opuesto, aunque nunca había sentido realmente amor. Pese a tener algunas experiencias al cumplir los catorce, edad reglada en Némesis para ese tipo de asuntos, sus acompañantes masculinos no dejaban de ser máquinas después de todo. Hasta que, nada más ver a aquel joven y apuesto príncipe, algo en ella había sucedido. Su corazón latía más deprisa y notaba un calor extraño en las mejillas. Pero tampoco podía estar pensando en eso ahora. Caminaba hasta las habitaciones de la soberana. Tenía que presentarse ante ella y estaba muy nerviosa. Al llegar ante la puerta, la guardia que la custodiaba le preguntó.



-¿Quién sois? ¿Qué deseáis viniendo hasta aquí?

-Soy la duquesa de Green-Émeraude. He sido transferida al servicio directo de su Majestad la reina.



            Entonces una voz de mujer se escuchó desde el interior, ordenando a los centinelas.



-Dejadla pasar.



            Estos obedecieron al punto. La puerta se abrió y tímidamente Esmeralda entró, al tiempo que preguntaba.



-¿Dais vuestro permiso, Majestad?

-Claro, pasa.- Le sonrió una mujer de mediana edad, muy hermosa pese a tener síntomas de cansancio en su rostro.-



            Estaba sentada en un sillón, justo enfrente de la muchacha, lucía un vestido de gasa y seda de color blanco. Sus rubios cabellos estaban recogidos en un moño.



-Debo de estar realmente horrible.- Afirmó jovialmente esa mujer, sonriendo levemente al percatarse de cómo la miraba aquella amedrentada chiquilla.-

-¡No, por favor Majestad, sois muy bella! - Se apresuró a decir la recién llegada con evidente temor de haber ofendido de algún modo a la reina.-



            Algo trabajosamente la soberana se puso en pie. Era algo más alta que esa muchacha. La recién llegada quedó impresionada por ese porte y esa gracia que tenía, a pesar de esa apariencia de debilidad. Entonces, su anfitriona, mirándola con curiosidad y casi afecto maternal, le preguntó.



-Tú eres Esmeralda. ¿No es así?

-Sí, Majestad.- Asintió ella, inclinándose con una grácil reverencia.-



            A fin de cuentas había ensayado esos procedimientos de cortesía palaciegos desde cría y le salían a la perfección. Su interlocutora asintió valorándola con la mirada. Pese a ser innecesario se presentó.



-Soy Amatista Nairía. Reina de Némesis y princesa de la Luna. Y tú niña, eres la hija del duque Cuarzo de Green-Émeraude y su difunta esposa la duquesa Maray. ¿No es así?

-Así es, señora.- Admitió la chica, musitando apenas.- Es un honor para mí que os dignéis aceptarme como una de vuestras damas.



            Entonces la reina hizo algo que sorprendió a la muchacha, le tomó ambas manos entre las suyas y, sonriendo animosa, la invitó a sentarse a su lado en tanto le contaba con tono lleno de afecto y nostalgia.



-Tu madre, Maray, fue una buena amiga mía. Y me pidió que, cuando tuvieras edad para venir a la Corte, te tomara a mi servicio. Aún recuerdo verte en la cuna. Te tuve en mis brazos y fíjate. ¡Ahora ya eres toda una mujer!

-Yo no recuerdo a mi madre, Majestad. Solamente la he visto en grabaciones.- Confesó la apurada joven.-

-¿No te ha hablado tu padre de ella?- Inquirió la sorprendida Amatista.-

-Apenas algunas cosas. Él pasaba poco tiempo conmigo.- Contestó sinceramente Esmeralda.-

-En tal caso, ya tendremos tiempo para que te cuente algo.- Afirmó la soberana queriendo saber de un modo más impersonal.- ¿Te han puesto al corriente de tus obligaciones?

-No, no, mi Señora. Lo lamento. Vine directamente aquí tras la audiencia con el rey, para ponerme a vuestro servicio. - Musitó la avergonzada chica, como si pensase que había cometido un error grave.-

-No te preocupes. Yo misma te informaré de tus labores. - Sonrió su interlocutora recobrando un gesto más jovial.- La principal será hacerme compañía y dejar que te aburra con mis recuerdos…



            Aunque un ataque de tos la interrumpió. Esmeralda la miró con inquietud. Apenas se recobró, su anfitriona le pidió que le acercase una jarra con agua. La chica corrió hasta una mesita cercana en donde había una. Tras echar algo de líquido en un vaso se lo trajo. Amatista lo apuró de un trago y comentó tras suspirar aliviada.



-¡Ojalá fuera agua del sagrado manantial de la Luna! Bueno, ésta tendrá que servir. Gracias.

-¿Os encontráis bien, Majestad?- Se interesó la joven.-

-No tanto como quisiera.- Admitió su interlocutora.- Por eso me vendrá muy bien tenerte a mi lado. Agradezco la compañía.

-No estáis sola. Hay mucha gente en la Corte.- Opinó ingenuamente Esmeralda.-



            Amatista la miró con aire maternal y sonrió. ¡Esa niña era todavía muy ingenua!. Claro que, por lo que sabía de ella, habiendo crecido sola en sus dominios sin más compañía que la de sus droidas, era lo normal.



- Esmeralda, es mejor estar sola que mal acompañada. Nunca lo olvides. Pero tú serás una compañía excelente. La primera de mis camareras. Desde la muerte de la duquesa Turquesa esa plaza estaba vacante.

-Es para mí un honor.- Repitió la nerviosa joven.- Espero ser merecedora de él.



Y es que a pesar de la simpatía de la reina, Esmeralda estaba preocupada por poder desempeñar bien ese cometido. No obstante, la soberana la tranquilizó enseguida. Y en efecto no demandó tanto de ella. Pasar rato a su lado, vigilarla por si sufría alguna recaída en su frágil salud, ayudarla en cosas básicas. Para lo más importante y trabajoso ya estaban las droidas. Esmeralda no lo pasaba nada mal en su nueva vida, casi se sentía como si al fin, hubiera encontrado a una madre. Y lo mejor era que, de vez en cuando, los hijos de Amatista se pasaban a visitarla. Sobre todo el apuesto Diamante que empezó a fijarse más en ella al verla siempre junto a la soberana. Cierto día, el príncipe llegó a ver a su progenitora y ambos coincidieron.



-Alteza. Que inesperado honor.- Balbució la joven haciendo una amplia reverencia.-

-Solamente soy el príncipe, no el rey. No hace falta que te inclines tanto. - Se sonrió Diamante.- Venía a ver a mi madre.

-Sí claro, está en el jardín. Os lo ruego, tened la bondad de seguirme.- Le pidió ella con evidente rubor.-



            El muchacho así lo hizo. Ambos salieron al jardín privado de palacio al que Amatista gustaba de ir siempre que sus fuerzas se lo permitían. Allí su estado siempre mejoraba. Más todavía al ver llegar a esa pareja.



-Hijo mío.- Sonrió la reina levantándose de la tumbona en la que estaba.-

-¿Cómo te encuentras hoy, madre?- Se interesó él tras abrazarla.-

-Mucho mejor. Esmeralda me cuida muy bien.- Afirmó Amatista.-



            Eso hizo que la aludida, se sonrojase nuevamente a ojos vista. Más cuando Diamante, tras separarse del abrazo de su madre, se dirigió a ella con amabilidad.



-Te agradezco mucho todo lo que haces. Solamente siento no poder ser yo quien esté más tiempo junto a mi madre. Pero tengo muchas obligaciones, lo mismo que mi hermano.

-No te lamentes por eso, es parte de tu deber como príncipe heredero.- Le animó Amatista.-



            Dando un vistazo amplio al jardín la soberana respiró profundamente y sonrió una vez más, cerró los ojos y les comentó a sus interlocutores.



-Mi esposo me contó que alguien que amaba mucho las flores plantó la mayoría de las que tenemos aquí. Era una mujer que antes de venir a vivir a Némesis fue modelo. Hizo un hermoso trabajo que ha perdurado más allá de ella misma. Demostrando que la verdadera belleza está en nuestras acciones, no en la apariencia.

-Es un lugar precioso. Mucho más bonito todavía que el jardín de mi casa.- Admitió Esmeralda, contemplando los macizos de rosas, kerrias, jazmines y otras muchas flores más, con admiración.-

-Bueno, tú también tienes aspiraciones de hacer cosas bellas.- La alabó la soberana para provocar de nuevo el rubor en la chica, sobre todo al especificar, dirigiéndose a Diamante.- Hijo, ¿Sabías que Esmeralda diseña vestidos?

-No, no tenía ni idea.- Respondió sinceramente él, observando a esa jovencita con estupor.-

-Bueno, solamente son bocetos, yo…- Fue capaz de balbucir la aturullada muchacha.-



            Aunque la reina no la dejó terminar, les indicó a los dos que tomasen asiento y ella hizo lo propio. Entonces les dijo.



-¿Sabéis que es lo más importante que debemos hacer?



            Ambos guardaron silencio y fue finalmente Diamante quién respondió.



-Engrandecer Némesis.

-Sí, y cumplir siempre con nuestro deber.- Convino Esmeralda.-



            La reina asintió, tomando a su vez la palabra para declarar.



-Es verdad. En parte así es, esas son tareas que acometemos, pero la finalidad última de las mismas es crear algo hermoso, y dar paz y seguridad a los que aquí viven. Es igual que este jardín. Como os he comentado antes, la mujer que lo plantó fue muy hermosa. Pero con el paso de los años esa clase de belleza se desvanece. Veréis, cuando yo era muy niña, mi abuela Alice, que todavía vivía aunque hubiera abdicado en favor de mi madre, la reina Selene, me contó algo.

-¿El qué, madre? – Quiso saber Diamante visiblemente intrigado.-



Esmeralda estaba a su vez llena de interés, y por suerte la soberana no se hizo esperar y les narró.



-Yo entonces no lo comprendía. Me gustaba vestirme con trajes bonitos y ponerme muchos lazos.- Se rio, para proseguir ya más seria.- Un día, mi abuela Alice me dijo. Cariño, está bien ser bonita. Tú lo eres, igual que tu madre, y yo lo fui, y mi propia madre también. Pero ese tipo de belleza pasa muy deprisa. Mi madre, la Hermosa y Gentil reina Neherenia, fue realmente bella. Pero lo más bonito que hizo no fue ver su reflejo en un espejo, como rumoreaban algunos, sino que creó muchísimos jardines, lagos, y lugares realmente maravillosos para su pueblo. Y mucho tiempo después de que ella se fuera, esos sitios siguen estando ahí. Y muchos que no habían nacido cuando ella los hizo construir, los disfrutan ahora. Lo mismo que harán los que vendrán después.

-¡Eso es muy profundo, Majestad! - Comentó Esmeralda con admiración.-

 -Lo es, o quizás no tanto.- Sonrió la interpelada, añadiendo.- Es sencillamente darse cuenta de la realidad. Por eso, nunca os dediquéis a cosas vanas como el poder, o destacar por las apariencias. Cread algo que perdure, más allá incluso de vosotros mismos. Dad a la gente la posibilidad de vivir un bonito futuro. Os aseguro que de esa manera sí que os recordarán, y lo harán con afecto.

-Sí madre. Te doy mi palabra. Así lo haré.- Le prometió Diamante besándole en una de sus manos.-

-Lo sé, cariño.- Le respondió ésta, permitiéndose una mayor familiaridad, y comentándole a renglón seguido a Esmeralda.- Y tú, sigue diseñando hermosos vestidos. Me encanta verte cuando los dibujas. Se puede apreciar que eres feliz. Y eso me gusta.



            La chica se ruborizó, bajando la cabeza con visible timidez y vergüenza. Amatista sonrió, cuando esa jovencita se ponía a dibujar algo en su Tablet en presencia de ella, la soberana en efecto se percataba de cómo le brillaba la mirada y de la expresión de dicha que tenía.



-Gracias Majestad. Intentaré hacer alguno bonito para vos.

-Haz uno para ti primero. Me gustaría verte con él.- La animó su interlocutora.-



            Diamante asintió con ese mismo deseo y la jovencita ya no supo dónde meterse. La timidez y el rubor parecían querer devorarla. Aunque, tras unos instantes, el príncipe se disculpó sentidamente.



-Tengo que irme ya.- Suspiró apenado por ello.-

-No te preocupes, te agradezco mucho que hayas venido a visitarme, hijo.- Contestó Amatista que no dudó en añadir.- Esmeralda por favor, acompaña al príncipe. Yo estaré bien aquí.

-Lo que ordenéis, Majestad.- Se apresuró a responder la encantada jovencita.-



            Así lo hizo, los dos jóvenes se alejaron en tanto Amatista pensaba con determinación.



-Y yo os prometo que no dejaré que nadie os haga daño. No destruirán vuestras ilusiones, ni vuestro futuro. Al menos mientras yo pueda impedirlo…



            Porque la atribulada mujer nunca quería mostrar sus verdaderos temores. Ni siquiera un atisbo de ellos. Poco a poco y durante aquellos años fue examinando lo que la doctora Topacita y Maray le dejaron. También algunas cosas que la duquesa Turquesa y su esposo habían indicado que debían ser para ella. Y pese a no haber podido verlo todo, lo poco que fue capaz de visionar bastó para helarle la sangre.  Estaba realmente muy asustada.



-Hay cosas aquí verdaderamente terribles. Y mi obligación es enfrentarme a esas fuerzas oscuras que acechan en la sombra. Sé quién es uno de sus servidores.- Meditaba pensando en el Sabio.- Aunque desgraciadamente tengo la impresión de que existen más. Ignoro sus identidades y eso me preocupa. Al menos a ese encapuchado le veo venir. Es poderoso y astuto, eso lo sé. Por ello debo seguir con este juego de sigilo y prudencia. No puedo permitirme dar ni un solo paso en falso. Pese a todo, quizás no sea rival para él. Sin embargo, sea como sea y mientras yo viva, lucharé con todas mis fuerzas para evitar que este mundo y mi familia caigan en sus garras…



Por su parte, ajenos del todo a esos lúgubres pensamientos de la reina, Esmeralda y Diamante caminaron sin saber que decir hasta llegar a la puerta de los aposentos de la soberana.



-Bueno, debo irme ya. Gracias otra vez.- Se despidió el chico.-

-Alteza, no tenéis que agradecerme nada. Es mi cometido y un honor para mí.- Repuso la chica inclinándose de nuevo.-

-Aun así, deseo hacerlo.- Declaró él con sentida sinceridad, sentenciando.- El mero hecho de ver a mi madre feliz, y saber que eres causa de ello, hace que deba expresarte mi reconocimiento.



La azorada jovencita no pudo evitar sonreír, llena de alegría y rubor. Finalmente Diamante se marchó y, tras suspirar largamente, ella retornó junto a su soberana…



-Os prometo que haré cualquier coa para que vuestra madre y vos seáis felices, mi príncipe.- Pensaba ella.- 



Rubeus por su parte logró encajar rápidamente en el juego de la Corte y no tardó en cultivar la cercanía a ese Sabio. Se aproximó a él al poco de estar sirviendo al rey.



-Disculpad, Hombre Sabio.- Le comentó con tono deferente.- ¿Podría hablar con vos?



      Aquel encapuchado estaba de espaldas en un salón, abstraído al parecer en la contemplación de esa bola que siempre llevaba consigo. No obstante, al oír la voz del chico, enseguida se giró hacia él saludándole con amabilidad.



-Joven Rubeus, ¿qué puedo hacer por vos?

-Solamente venía a pediros consejo, deseo servir al rey y a mi mundo de la mejor forma pero no sé por dónde empezar.- Le confesó el atribulado joven.-



            El Sabio pareció detenerse a considerar esas palabras, aunque no tardó en replicar con amabilidad.



-Me honráis con vuestra confianza. No os preocupéis, siempre que tengáis alguna duda podéis acudir a mí.

-Os lo agradezco mucho. – Respondió el chico con visible consideración, ofreciéndose a su vez.- Espero poder ayudaros a mi vez cuando lo preciséis.



            Su interlocutor acogió con mucho agrado aquellas palabras. No tardó en replicar.



-No me he equivocado con vos. Sois un joven muy prometedor. Seguid mis consejos y os aseguro que tendréis un importante papel en la Corte.- Sentenció el Sabio.-

-Así lo haré.- Afirmó el complacido Rubeus.-



Se sintió muy satisfecho de haber cumplido con las instrucciones que su padre le diese. Aquel encapuchado parecía tenerle en alta estima y eso era muy bueno para él. Y así fue. Corrió el tiempo, casi un año había pasado y tras una audiencia de rigor llegaron noticias inquietantes. Al parecer alguna nave de Némesis que se había adentrado en el sistema solar en busca de recursos había desaparecido sin dejar rastro. El joven Zafiro se asombró debido a que él mismo había estado presenciando la construcción y lanzamiento de aquel vehículo espacial y lo juzgaba muy resistente y avanzado como para perderse sin causa que aparentemente lo justificase. Entre tanto en el salón del trono, terminada la audiencia, el Hombre Sabio que había estado escuchando en silencio aquellas noticias, le dijo en confidencia al Rey Coraíon.



- Mi Señor. Debo deciros que presiento algo que podría amenazar a vuestro planeta.- Declaró con un susurro. -

-¿De qué se trata? - Le interrogó el monarca con gesto preocupado. -

- Una amenaza exterior, viene de otro mundo. Del tercer planeta de éste sistema.- Repuso  reflexivamente su interlocutor como si tratase de confirmarlo a medida que hablaba. -

-¿De la Tierra? - Preguntó Coraíon sorprendido para negar. - No puede ser. Debes estar cometiendo un error.

- Eso desearía. No obstante, llevo sintiendo malas vibraciones desde hace ya tiempo. – Le confesó el Sabio para agregar con prevención. – No me he atrevido a deciros nada hasta ahora puesto que quería ir confirmando algunas de ellas. Y no sé. Me han llegado informes de que algo se prepara. Quizás lo de esa nave perdida pudiese tener alguna relación. La Tierra posee puestos avanzados en satélites de otros planetas. Desde allí pueden perfectamente tenernos controlados.

- ¿No podrías ser más explícito? – Le requirió el rey.  -

- Por desgracia, Majestad, ese mundo está demasiado lejos. Habría que enviar a alguien de confianza a que investigara. Yo desearía ir pero mi sitio está aquí, con vos.

- Me parece muy extraño que desde la Tierra quieran hacernos algún mal. Nuestras relaciones en los últimos años han ido mejorando. – No obstante, el soberano guardó unos instantes de silencio para agregar, ya con más cautela. - Aunque en cinco años nunca equivocaste una predicción. Quizá tengas razón y deba enviar una embajada para asegurarme...

- Me permitiría sugerir que fuese vuestro heredero el que encabezase esa legación. Si lo estimáis oportuno, Señor.- Repuso el Sabio de forma sumisa. -

- Sí, ya tiene edad de empezar a representar el papel para el que ha sido educado. Dices bien. Lo pondré en su conocimiento cuando lo estime oportuno. Pero - objetó dudando. -¿No crees que es aún demasiado joven e inexperto para una misión de tan gran importancia? Quizás sea mucha responsabilidad para él.

- Confiad en el príncipe, señor.- Le pidió el interpelado afirmando. - Es un joven muy inteligente y capaz. Lo hará muy bien, eso lo veo con claridad.

- Tú nunca te equivocas, fiaré en ti.- Convino el rey añadiendo con más disposición y satisfecho de los elogios que aquel hombre, siempre tan leal, prodigaba a su hijo. - Se lo diré enseguida...- El  consejero hizo una reverencia y pidió permiso para retirarse, el rey se lo concedió sin demora. – Ve y gracias como de costumbre por tus acertadas palabras.



            El Hombre Sabio se retiró entonces y buscó por su parte al Príncipe Diamante. Gozaba de gran influencia con él. Al encontrarle le comentó lo que su padre le propondría. Le dijo que se lo contaba para que estuviese preparado para afrontar esa gran responsabilidad y dar una buena imagen. Asimismo le pidió que no le revelase al rey que él le había avisado. Además, le regaló una especie de bola sonrosada con la que, vía imagen tres D, podría comunicarse con el propio Sabio para que éste le mantuviera al tanto de la situación en Némesis y brindarle los consejos que requiriese.



-Y como regalo personal, mi príncipe. – Le dijo de forma muy considerada. - Estos pendientes de cristal negro especial que os protegerán y darán energía en la Tierra. - Usadlos cuando lleguéis.

-Gracias, Hombre Sabio. Aprecio mucho tu generosidad. – Pudo decir el muchacho sobrepasado por tanta amabilidad. – Eres muy considerado.

-No es sino una humilde muestra de mi aprecio y mi lealtad hacia vuestro padre y hacia vos…- replicó éste con tono de marcada modestia.- Deseo ayudaros en todo lo que en mi mano esté para que culminéis con éxito vuestra tarea.



El muchacho observó esos regalos con interés. La bola era similar a la que su interlocutor solía usar para consultar el provenir. Y a decir verdad esos pendientes eran muy bonitos. Tenían forma de prisma y refulgían con ese color negro tan intenso y hermoso que él recordaba de años atrás, cuando el Sabio les trajo ese tipo de piedra mejorada como presente a su llegada a Némesis. Así pues, Diamante le agradeció mucho tanto su advertencia como su obsequio y le prometió que nada diría al rey. Mientras tanto, Zafiro, que había crecido mucho también y estaba algo más apartado de las obligaciones reales, fue llamado por su padre. Éste le comentó que su hermano mayor se iría de embajador y que a él le correspondería sustituirle mientras estuviese ausente. El muchacho, cuyo interés era para la ingeniería, y últimamente los diseños de naves espaciales, aceptó no con demasiado entusiasmo, aunque sabedor de que era su deber.



-No me alegra demasiado la idea, pero qué le voy a hacer.- Se decía en tanto caminaba por un largo corredor de palacio.-

-Buenos días, Alteza.- Le saludó una voz femenina.-

-Buenos días, Esmeralda.- Replicó cortésmente él al verla.-

-Me dirigía hacia las estancias de vuestra madre. ¿Deseáis que le transmita algún mensaje?- Le preguntó atentamente la joven.-

-Únicamente mi afecto y consideración.- Pudo responder el interpelado, afirmando con un suspiro.- Me temo que voy a  estar muy ocupado para pasarme a verla en un tiempo. Dale mis excusas también.

-Así lo haré.- Sonrió la muchacha que, tras inclinarse ligeramente, prosiguió su camino con unos andares más que sugerentes.-



            Zafiro sonrió. Esa chica era muy guapa y realmente imponente, pero a él eso no le decía demasiado. Y no porque no le gustasen las mujeres. No obstante, para él tenían que poseer algunas cualidades que las hicieran especiales. En el caso de la duquesa de Green saltaba a la vista que trataba de ser más amable de lo debido. El muchacho no era ajeno al interés que Esmeralda tenía por Diamante. Siempre trataba de encontrar una ocasión para coincidir con él. Sin embargo, el heredero no parecía prestarle demasiada atención más allá de la consideración en el trato por su rango y por la cercanía que tenía con su propia progenitora. En eso el infante Zafiro debía admitir que Esmeralda era ejemplar. Su madre la tenía en muchísima estima. La trataba de hecho como a una hija.



-Bueno, solamente deseo que no sea una artimaña de Esmeralda para ganarse el favor de mamá. Aunque no parece que sea el caso. Creo que también la estima mucho. Lo mismo que a mi hermano.



            Sólo esperó que, si se daba por vencida con Diamante, no cambiara de objetivo eligiéndole a él. Pese a su belleza, una vez fuera del servicio de la reina, era más bien una chica algo superficial. Aparte de charlar sobre modas, vestidos y ese tipo de cosas, no le conocía más intereses. Y para un chico que era tan aficionado a la ingeniería eso no dejaba de ser aburrido. Por su parte, la muchacha tenía una buena opinión del hermano de Diamante por su responsabilidad y diligencia, aunque era demasiado serio y poco comunicativo para su gusto. Se pasaba el día metido en esas sucias cámaras interiores del reactor. Poniendo a punto o trabajando en a saber qué proyectos. Como ese de las droidas. Esos extraños androides que realmente podrían ahorrar mucho trabajo y exponerse a ambientes hostiles estaban cada vez más perfeccionados.



-No sé qué podrá ver de interesante en esos robots. Yo estoy harta de tenerles por todas partes. E incluso de haberme criado entre ellos.- Pensó la joven, en tanto se alejaba.-



            Por su lado, Zafiro meditó sobre los nuevos modelos de droidas que ya estaban fabricando.



-Incluso ya pueden variar su apariencia o sus formas, para adecuarse mejor a cada tarea. Es impresionante. El difunto Rutilo estará asombrado. Peridoto ha logrado hacer maravillas. Y he podido ayudarle bastante.- Se dijo con satisfacción. -



Desde luego que el infante era inteligente y su tesón y espíritu emprendedor encomiables. Sin embargo, la chica que prosiguió su camino hacia las estancias de la soberana juzgaba que Zafiro no debía de ser muy divertido que digamos. Por suerte para ella, Esmeralda apuntaba sus miras a un sitio mucho más alto.



-Mi gentil príncipe Diamante.- Se decía.- Espero tener oportunidad de verte un día, sin tanto cortesano alrededor.



            Y entre tanto llegó a la estancia de la reina. Tocando a la puerta…



-¿Dais vuestro permiso, Majestad?- Preguntó con suavidad.-

-Pasa Esmeralda. Por favor.- Escuchó la réplica.-



La joven entró. Hacía ya casi un año que fuese tomada por la reina a su servicio. Al principio la soberana estaba delicada de salud y agradeció tener a su lado a una jovencita tan vital. La pobre muchacha también quería cumplir con su cometido con la mejor voluntad. Sin embargo, no estando acostumbrada a esa responsabilidad, cometía errores en  numerosas ocasiones. No obstante la reina, lejos de reprenderla, siempre la animaba con palabras dulces. Pasaron los meses y además de cumplir su promesa para con la difunta Maray, comenzó a estimar a esa muchacha como a una hija, la que nunca tuvo. La joven por su parte sentía lo mismo hacia su soberana. Era algo irónico, Amatista pensaba que, desgraciadamente,  la madre de Esmeralda murió al poco de nacer ella víctima de una enfermedad común en Némesis, pero que en la Tierra hacía tiempo que se había erradicado desde que la reina Serenity había proporcionado a sus habitantes una extraordinaria longevidad y salud merced al poder de su cristal de Plata.



-¡Ojalá tuviéramos eso aquí también, en vez de esos horribles cristales negros.- Reflexionaba mirando algunos de esos objetos, omnipresentes en todas las casas.-



Aunque algo la animaba. Esa muchacha cada día se sentía más atraída por el joven príncipe Diamante.



-La verdad. Me gustaría que ellos dos congeniaran.- Se sonreía ahora la soberana, deseando.- Y ojalá que mi hijo la correspondiera.



Desde luego, su camarera principal deseaba lo mismo. No era ya únicamente cuestión de seguir las instrucciones que le diese su padre. Además, ese joven era tan alto y atractivo. Con ese rostro tan hermoso y al tiempo grave y unos ojos violetas tan profundos y penetrantes como los de su madre. Lo cierto es no hablaban mucho pero cuando lo hacían él era siempre muy cortés con ella, hasta animado en ocasiones. Y  no dejaba pasar la ocasión de agradecerle a la muchacha los cuidados que ésta procuraba a la soberana. De modo que, Esmeralda, tras saludar a la reina y armándose de valor, le pidió consejo.



- Señora, perdonad mi atrevimiento pero, ¿vos sabéis de algo que le guste al príncipe Diamante? Algo que aprecie especialmente.- Quiso saber de forma tímida. -



Amatista sonrió al percatarse del rubor de la joven y le respondió risueñamente.



- Parece que tú sí que aprecias mucho a mi hijo, ¿verdad Esmeralda?

- Sé que su onomástica será muy pronto y él es siempre tan amable conmigo, pese a su rango. - Repuso ella bajando la cabeza y esbozando una sonrisa de vergüenza en tanto ruborizaba su juvenil semblante. – Nunca le falta tiempo para saludarme y querer saber…de vuestro estado…

- Él también te tiene en bastante estima, querida. - Le confesó la reina añadiendo con amabilidad.  - Mira, las flores de jazmín son algo que le gustan mucho, yo se lo inculqué desde que era muy pequeño.

- Gracias Señora, creo que mi padre las cultiva en nuestras tierras. Le pediré algunas para regalar al príncipe. Así no tendré que cortarlas de aquí. - Sonrió Esmeralda, esta vez muy contenta. Podría obsequiarle con algo que él apreciara. – Me gustaría llamar a mi casa con vuestro permiso.

- Ve niña, encárgate de eso. Estoy convencida de que a mi hijo le hará mucha ilusión.- Le aseguró jovialmente la soberana.-



            Iba a despedirla cuando le dio un acceso de tos tan fuerte que la hizo caer sobre la cama, la inquieta muchacha se apresuró  a ir hacia ella de forma muy solícita.



- ¡Señora!, ¿estáis bien, os traigo un poco de agua?



            La reina asintió y la chica le trajo una copa llena. Amatista bebió y se encontró mejor Esmeralda le dijo preocupada.



- No puedo dejaros en este estado, ¡podría pasaros algo!- Añadió muy asustada. -

- No temas...estoy bien, vete, vete niña,- le insistió la reina. –  Yo…ya se me ha pasado…



Esmeralda a su pesar obedeció, asintió tras hacer una reverencia y se fue pero estaba preocupada. Aquellos accesos de tos que castigaban a la reina eran cada vez más frecuentes y severos y la notaba muy pálida. Cierto es que la soberana de siempre había tenido problemas de salud. Al principio, por lo que pudo averiguar al entrar a su servicio, la reina era una joven robusta y muy hermosa. No obstante, tras el alumbramiento de sus hijos su condición fue deteriorándose. Quizás acusaba la sutil diferencia de la atmósfera en Némesis respecto a la terrestre, o de su Luna, su lugar de origen, pero tras tantos años eso ya debería estar superado. No, estaba claro que, la energía que alimentaba a Némesis también dañaba gravemente a sus habitantes. Aunque ella y los de su generación tuvieron suerte. Desde que el Sabio llegó, junto con los expertos del planeta, había encontrado la forma para que esos perniciosos efectos no dañasen tanto a los jóvenes. Desgraciadamente la soberana llevaba muchos años ya allí. Y quizás esas nuevas medidas no dieran ya resultado en ella. Sin embargo y pese a todo, la chica podría haber jurado que esos episodios de recaídas se reproducían en algunos momentos concretos. Pero no era capaz de precisarlos con claridad. De todos modos, le alarmaba bastante el precario estado de la reina que, no obstante, se esforzaba en no hacerlo notar, ya fuera en sus  cada vez más escasas apariciones públicas  o sobre todo, ante sus hijos, los príncipes. Además, Esmeralda se daba cuenta de que el rostro de su reina siempre resplandecía con un orgullo y alegría especial al estar junto a ellos. Parecía que con Diamante  Zafiro a su lado se le pasaran todos los dolores o molestias. Desde luego que ella lo comprendía bien y se olvidó rápidamente de sus inquietudes cuando conectó con su padre por el vídeo transmisor y le  pidió las flores. Éste no tenía en ese momento, pero sabiendo para quién iba destinadas y ante el desconsuelo de su hija, le ofreció mandarle de inmediato unas semillas de la misma planta.



-Gracias padre.- Agradeció la muchacha.-

-No tienes por qué dármelas. Siendo para su Alteza todo lo que haga falta, pídeme lo que quieras y te lo daré.- Afirmó él.-

-Pues ya que lo dices, me gustaría verte.- Declaró la joven.- Ya me comprendes. En persona.- Matizó.-

-Y a mí verte a ti, querida hija, pero tengo mucho que hacer en mis dominios. He sido encargado por el Hombre Sabio para probar una serie de prototipos.

-¿Qué prototipos?- Se interesó la muchacha.-

-No puedo decirte nada de eso, lo lamento, secreto oficial. Están relacionados con la seguridad de nuestro mundo. - Replicó su padre que parecía ansioso por terminar la conversación y así lo hizo constar.- Ahora estoy muy ocupado, hija. Sigue así, me haces sentir muy orgulloso. Adiós…

-Adiós, padre.- Pudo decir ella en tanto la comunicación se cortaba.- Un beso…



            A la joven no le gustó esa forma que tuvo su progenitor de terminar con esa conversación. Ya hacía bastante tiempo que no le veía y él no parecía echarla demasiado de menos. Realmente nunca convivieron mucho juntos. Primero cuando él estaba en la Corte. Esmeralda se crio entre esas solícitas niñeras droidas como Num que eran sus damas de compañía y severas institutrices. No paraban de decirle lo importante que era su familia y que un día tendría que estar lista para cumplir con sus deberes. A ser posible desposando a un noble de alto linaje, incluso al mismísimo heredero si fuera posible.  Pero ella también tenía sus sueños. Como había evidenciado repetidas veces siempre le gustaron los vestidos y todo tipo de vestuario y complementos. Le encantaba dibujarlos y diseñarlos desde que era pequeña. Aunque sí se le permitió aprender a coser.



-Esa actividad sí que es recomendable para una noble cortesana.- Aprobó Num cuando ella, siendo una niña, le pidió que le enseñase.-



            Sin embargo, lo que Esmeralda quería era diseñar hermosos vestidos y poder hacerlos ella misma.



-Seré la mejor diseñadora de Némesis.- Se decía encantada.-



Y es que, siendo muy cría, su padre le puso unas grabaciones que se remontaban a los tiempos de su abuela Topacita. La doctora hablaba de muchas cosas, incluso salía con la madre de Esmeralda, siendo esta una cría, contándole un relato muy interesante.



-Sí cariño. Te llamas Maray porque una gran amiga de la directora de la mejor casa de modas de la Tierra se llamaba así.

¿Y qué hacían en esa casa?- Quería saber la pequeña.-

-Pues creaban los vestidos más bonitos del universo.- Le sonreía su madre.- Una amiga mía muy querida se casó con el hijo de una de sus modelos. Y  la madre de su esposo a su vez tuvo una maestra que era una gran modelo y diseñadora también. Una mujer muy importante…que fue la directa anterior de la casa Deveraux. Al menos eso me contó mi amiga Kim…



            Y ahora la muchacha sonrió pensando fugazmente en eso. De niña quiso ser como aquella famosa diseñadora. Suspiró, esos sueños infantiles ya no tenían cabida. Al menos esperaba poder recibir pronto las semillas. En eso, desde luego, su padre fue fiel a su palabra. Apenas tardó un día en tenerlas en sus manos. Diamante estaba ya preparando su partida. De hecho había sido llamado el mismo día que Esmeralda charlaba con su propio padre. Durante ese tiempo el joven acudió a las estancias privadas del rey, y tras hacer una reverencia le preguntó, con patente respeto.



-Aquí estoy, padre. ¿Me hiciste llamar?

-Sí, Diamante.- Repuso él que estaba sentado en un cómodo sillón.- ¡Ah!- Suspiró con tono cansado.- La fatiga de tantos deberes que cumplir me desborda, hijo.- Se permitió confesar, para añadir.- Son muchas cosas. Los continuos trabajos para la mejora de nuestro mundo, moderar las ambiciones de los nobles, los consejos y advertencias del Hombre Sabio… en fin…Algún día lo verás cuando seas rey.

-Si puedo ayudarte en cualquier cosa, por favor. Te suplico que me lo hagas saber.- Repuso su solícito vástago.-

-Precisamente por eso te he convocado.- Contestó su padre, adoptando ya un tono más regio y ceremonioso, para comentarle.- Verás. Tenemos algunos informes que nos hacen creer que no todo va bien en nuestras relaciones con la Tierra. Seguramente serán malentendidos. No obstante, deseo enviar una legación diplomática para que indague si hay alguna causa de conflicto. Y tras meditar creo que tú eres la persona adecuada para viajar allí y contactar con los soberanos terrestres.

-Es un gran honor.- Pudo decir el chico, tratando de simular sorpresa.- No sé qué decir.

-No tienes que decir nada. Es el honor que mereces acorde con tu rango, pero sobre todo un deber. Eres mi hijo y heredero. Algún día te sentarás en el trono y tienes que comenzar a saber lo que es negociar al más alto nivel. Por ese motivo y porque confío plenamente en ti. Te he elegido para esta misión. Piensa que la reputación de nuestro planeta dependerá de cómo te conduzcas. Llevarás algún noble experimentado contigo. Procura escuchar sus consejos con atención. Confía en su criterio. Pero que seas tú el que decida lo que es más adecuado. Recuerda esto siempre. Debes tener la última palabra ante tus consejeros.  Ahora ve a prepararte.

-Así lo haré.- Aseguró el muchacho que, tras hacer una nueva reverencia, besó la mano de su progenitor.- Gracias padre.



El muchacho salió presto para efectuar todos los preparativos. Efectivamente, el rey le había encomendado la misión de ir en viaje diplomático en la Tierra y él no deseaba dejar nada al azar. Quería demostrarle a su padre que era un digno príncipe heredero. Esmeralda, ajena a ello, trataba de encontrarle y cuando por fin lo hizo, su entusiasmo se refrenó un poco y le saludó de forma muy tímida...



- Espero no molestaros mi príncipe. – Le comentó acercándose hacia él a pasos cortos y dubitativos tras hacer una leve reverencia. -

- Claro que no, tú nunca me molestas - sonrió Diamante de una forma que a la chica le parecía cautivadora, preguntándola con jovialidad. - Dime ¿qué deseas?..

- Felicitaros por vuestra onomástica y daros esto. - Repuso la ilusionada chica ofreciéndole una bella bolsita que el joven tomó entre sus manos intrigado. -

-¿Qué es?- preguntó él curioso mientras miraba a la bolsita y al radiante rostro de  aquella chica alternativamente. – Parecen granitos de arena.

- Son...unas semillas de jazmín, para que podáis plantarlas en vuestro jardín.- Pudo responder ella con un susurro de  voz muy tímida. -

- Te lo agradezco mucho - sonrió él desvelando lo que ella conocía. - Son mis flores favoritas ¿Cómo lo sabías? - Esmeralda bajó la cabeza avergonzada y Diamante enseguida sonrió para aseverar. -Ya entiendo, mi madre. Muchas gracias, es un bonito detalle. Pero deberán esperar hasta que pueda plantarlas. He de ir a la Tierra en misión diplomática.

-¿Una misión?,- inquirió Esmeralda sin poder ocultar su desilusión -¿Y os iréis enseguida? ¿Cuándo volveréis?...

- Parto mañana,- respondió  él explicándole ahora con voz preocupada. - Mi hermano me sustituirá aquí...no sé lo que tardaré, he de tratar temas importantes. La distancia de nuestro mundo con la Tierra no está aún en el afelio y con los nuevos sistemas de propulsión seguro que el viaje será más rápido. Aun así podrían pasar años hasta que retornemos.

-¿Años?- Repitió la muchacha demudando su expresión.- Pero…eso os alejaría de Némesis durante mucho tiempo…

-Mi padre estuvo en la Tierra siendo joven. Y conoció a mi madre allí.- Sonrió él declarando con jovialidad.- ¿Quién sabe? Puede que también yo conozca a una hermosa princesa terrestre.

-Sí, claro.- Musitó la joven, apartando la mirada, siendo apenas capaz de añadir con voz queda, teñida de tristeza.- Si eso os hace feliz.



            Aunque Diamante la observó no sin extrañeza. Esa chica estaba rara. Quizás le sucediese algo. Entonces añadió con algo de preocupación.



-¿Te sientes bien? ¿Acaso tu padre está enfermo?

-No Alteza. Y yo estoy perfectamente, muchas gracias. Es solo que…bueno, vuestra madre y todos os vamos a echar mucho de menos.- Se atrevió a replicar con voz trémula.-

-No temas. Volveré. Aunque tienes razón. A mí me sucederá lo mismo.- Admitió extinguiendo su entusiasmo para sentenciar.- Pero es mi obligación. Tengo que ir allí y saber qué pasa. Espero que el rey Endimión y la reina Serenity de Cristal Tokio, se avengan a razones y me ayuden a entender que ocurre. El Hombre Sabio cree que traman algo contra nosotros.

- Tened mucho cuidado, ¡por favor!,- le pidió Esmeralda al oír esto. - La gente de la Tierra nunca nos ha inspirado confianza. Mi padre siempre dijo que, aunque parezca que han cambiado, sólo nos trajeron desgracias en el pasado.



            Realmente el duque Cuarzo había ido albergando ese sentimiento de resquemor hacia los terrestres tras frecuentar los consejos del propio Sabio. Y estaba aquello último que su hija le escuchó en esa conversación que tuvieron cuando le pidió las semillas. Esas crípticas palabras de él no la habían tranquilizado precisamente.



- No te preocupes, eso fue hace mucho tiempo. Ahora las relaciones con ese mundo son cordiales, al menos desde que mi padre llegó al trono. Además, voy en son de paz. - La tranquilizó Diamante que se despidió de Esmeralda y se dispuso a terminar de prepararse tras sentenciar. – Seguro que todo irá bien.

-Mucha suerte mi príncipe…no os olvidéis de mí.- Susurró la chica cuando él ya se perdía por el largo paseo del jardín sin ser capaz de oírla.- Por favor…yo no os olvidaré…


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