En
la capital entre tanto, los príncipes habían ido creciendo de un modo muy
saludable. La educación de ambos muchachos estuvo al principio a cargo de su
madre. Amatista les contó muchas cosas sobre la Tierra y la Luna. Ésta última
era el lugar de donde ella misma procedía. Desde pequeños, ambos la escucharon hablar sobre las hermosas
ciudades y jardines del gran satélite
terrestre, pero más si cabía de las
maravillas y bellezas que existían en el llamado planeta azul. Sobre todo de la
gran cantidad de flores y vegetación que tenía. Aquello era algo que en Némesis
escaseaba. Al cabo de muchos años y con enorme esfuerzo, los habitantes de ese
planeta, aparte de los necesarios cultivos para su alimentación, apenas sí
habían logrado construir invernaderos que alojaban unas pocas variedades de
flores y plantas que pudieron traer de la Tierra. Amatista les hablaba de
aquello una tarde, sentados alrededor de una mesa dentro los jardines privados
de palacio.
-Pero
el jardín real es asombroso.- Objetaba Diamante de casi once años ya, al
escuchar aquello.-
-Sí
hijo, lo es para Némesis, pero tendrías que haber visto los bosques de la
Tierra, sus praderas, sus selvas.- Enumeró ella con un toque de nostalgia.-
-Madre,
¿tú eras de la Luna, verdad? - Inquirió Zafiro que tendría unos ocho años por
entonces.-
-Así
es.- Admitió su interlocutora.-
-¿Y
cómo sabes tantas cosas de la Tierra?- Preguntó el menor de los hermanos.-
-Porque
desde niña me llevaron allí.- Sonrió Amatista, rememorando.- Veréis, mis padres
quisieron educarme en la forma tradicional para las princesas de la Luna Nueva.
Tuve que estudiar y pasar algunos años en la Tierra. Fue mi bisabuela quien
comenzó con esa tradición. Y además, una de mis abuelas era terrestre, lo mismo
que mi padre, claro. Así que me considero medio terrícola.
Los chicos asintieron, aunque no
captaban todos esos detalles. Eso sí, les sorprendía tener un árbol familiar
tan extenso y con miembros procedentes de tantos lugares. Pese a que llegaban a
perderse con esa cantidad de nombres y datos que su progenitora les refería. A
su vez, su contertulia sonreía al ver sus expresiones de perplejidad, aunque
entonces le dio un ataque de tos.
-¿Estás
bien, madre?- Se preocupó Diamante.-
-Sí,
no te preocupes, cariño. No es nada.- Replicó ella.-
De un tiempo a esa parte Amatista se
estaba sintiendo algo cansada. Había perdido parte de su energía. Era una
sensación extraña, como si las fuerzas a veces la abandonasen. Pero la
impresión desaparecía pronto. Luego esos arranques de tos cada vez más
frecuentes. No quiso darle importancia delante de sus hijos. Y estos no
insistieron dado que la duquesa Turquesa se aproximó a ellos. Haciendo una
reverencia les saludó.
-Altezas
Reales, Majestad. Con su permiso. Vengo a recordar a los príncipes que es hora
de sus clases.
-¡Vaya!
– Se lamentó Diamante, moviendo su cabello albino de un lado a otro y
suspirando con resignación y fastidio.- Es un aburrimiento.
-
Es la obligación de un príncipe.- Comentó su madre.-
-A
mí me encantan las matemáticas.- Afirmó Zafiro.- Tengo muchas ganas de poder
aplicar lo que estoy aprendiendo.
-Te
gustaría construir un domo enorme, ¿verdad hermano?- Sonrió Diamante.-
-Sí,
el mayor de Némesis, donde cupiese un jardín gigantesco, como las selvas de la
Tierra.- Manifestó el entusiasmado muchacho, añadiendo.- El preceptor Rutilo
dice que sería posible. O quizás mejorar la capacidad de nuestras naves,
construir enormes cruceros de batalla para que nadie pueda amenazarnos. Ni tan
siquiera la Tierra.
-¿Por
qué habrían de amenazarnos desde la Tierra, tesoro?- Inquirió su madre, entre
perpleja y preocupada por esas palabras.-
Zafiro entonces pareció darse cuenta
de que había dicho algo indebido, y con tono dubitativo fue capaz de replicar.
-Bueno,
algunos cortesanos lo dicen. Que la Tierra podría amenazarnos.
-Cariño.-
Sonrió su madre mirándole directamente a los ojos, para luego hacer lo propio
con Diamante y asegurar.- Os acabo de recordar que yo misma soy de origen
terrestre. Y os garantizo que lo último que harían desde la Tierra es pensar en
atacarnos.
-Bueno,
si tú lo dices madre.- Afirmó Zafiro visiblemente azorado.-
-Madre
y padre saben perfectamente lo que hay que hacer.- Convino Diamante.-
-Siempre
será mejor que te centres en diseñar cosas para la paz, cariño.- Le aconsejó
Amatista a su segundo hijo para añadir, deseosa de zanjar aquel enojoso
comentario.- Tus ideas de hacer grandes cúpulas para que quepan selvas me
parecen maravillosas.
El niño al fin sonrió, alegre de no
haber molestado a su progenitora. Diamante por su parte tomó la palabra
declarando.
-Yo
prefiero manejar los ordenadores.- Comentó Diamante, alegando, eso sí, con un
inconfundible orgullo regio.- Aunque siendo el futuro heredero al trono, no sé
para qué tengo que aprender todo eso.
-Precisamente
porque eres el heredero tu obligación y responsabilidad es la de dar ejemplo y
contribuir con todas tus habilidades y saberes a la mejora de este planeta.- Le
recordó su madre, con tono cariñoso pero firme.-
-A
mí me gusta programar y diseñar nuevas aplicaciones para las droidas, e incluso
las naves espaciales.- Respondió el muchacho, lamentando de modo sincero.- Lo
malo es que cuando sea rey no podré dedicarme a eso.
-Tal
vez no, pero nunca se sabe si un día pudiera serte de utilidad, hijo.- Le
contestó afablemente su contertulia quien, mirando hacia unas flores, puso como
ejemplo.- Puede que inventes un programa para mejorar el regadío y que tu
hermano lo lleve a la práctica construyendo la infraestructura. O que él diseñe
ese gran domo y tú le ayudes a informatizarlo. Estoy convencida de vuestra
valía, y trabajando juntos seríais una maravillosa combinación. Me encantaría
ver como llenáis este mundo de flores. – Sentenció mirando una vez más al
nutrido grupo de ellas que estaba a tan solo unos pocos metros.-
Las
favoritas de Amatista siempre fueron las flores del jazmín, sobre todo las
blancas. A su hijo mayor le inculcó esa misma preferencia cuando ambos
visitaban el jardín de palacio. Diamante era un muchacho despierto, noble y que
no soportaba las injusticias, aunque demasiado impulsivo en ocasiones sin
recatarse en decir lo que pensaba. Zafiro era algo más tímido y retraído, pero
de mente más analítica, pese a todo idolatraba a su hermano mayor. No gustaba tanto
de ir al jardín. No obstante, tal y como le contaba a su madre, siempre le
interesaron todos los sistemas mecánicos y electrónicos que permitían regular
el clima y proveer a ese desolado planeta de una atmósfera que imitaba a la
terrestre. Al menos en algo los hermanos sí coincidían, se tenían un mutuo
cariño, adoraban a su madre y respetaban y admiraban mucho a su padre, el rey.
En esto último sobre todo Diamante, llamado a sucederlo algún día, siempre
trataba de obtener su aprobación y demostrarle su valía. En general la vida
para ambos fue casi idílica en su infancia. Incluso aquella vieja enemistad o
desconfianza con la Tierra que parecía haber preocupado a todos sus antepasados
hasta la época de Coraíon parecía haber desaparecido, al menos de la mayoría de
las opiniones. No en vano él casó con esa muchacha de la luna con ascendencia
terrestre, con el apoyo de la misma
Reina de Neo Cristal Tokio. La soberana del Milenio de Plata, Serenity.
-Ahora,
debéis ir a cumplir con vuestras obligaciones.- Les indicó su madre, pensando
precisamente en quien o quienes podrían haber dicho aquello delante de su hijo
Zafiro.-
Por su parte ambos muchachos
asintieron y tras darle cariñosos besos en la mejilla se marcharon. Amatista se
levantó entonces, apoyándose en la mesa. La duquesa se la quedó observando con
extrañeza y algo de inquietud, y es que a la soberana parecía costarle trabajo
hacerlo.
-¿Estáis
bien, Majestad?- Quiso saber Turquesa quien se había mantenido prudentemente al
margen de esa conversación entre madre e hijos, con expresión concernida.-
-Sí,
no os preocupéis, duquesa. – Le aseguró ella que finalmente se irguió caminando
hacia la entrada de palacio.- No sé, últimamente estoy algo cansada, debe ser
por que a veces me despierto durante la noche.
-Podríamos
llamar al doctor Arsénico.- Le sugirió ésta.-
Aquel era el médico que sustituyó al
doctor Alabastro cuando éste se retiró. Era hijo de una familia de Némesis sin
ascendencia nobiliaria, pero un gran médico. Por ello Coraíon no dudó en traerle
al servicio de la corona. Sin embargo, ese muchacho tenía muchas simpatías
republicanas.
-¿Quién
lo iba a decir?- Se sonrió Amatista hablando de eso con su camarera.- La salud
de la familia Real depende de un fervoroso republicano.
-Es
un buen doctor, pero precisamente por eso, yo no le tendría aquí.- Comentó
Turquesa.-
-Y
también es un buen hombre.- Le recordó Amatista.- No importa la opinión
personal que tenga sobre nuestra institución. Jamás haría nada contrario al
juramento Hipocrático.
-¿No
es ese un juramento terrestre?- Inquirió su interlocutora.-
-Lo
es, pero los primeros médicos de Némesis venían de la Tierra, e igual que
trajeron sus conocimientos de allí, trajeron su ética. -Fue la sagaz respuesta
de la reina.-
-Sí,
tenéis toda la razón, Majestad.- Asintió Turquesa.-
-Bueno,
paradójicamente ahora, nuestras relaciones con la Tierra pasan por sus mejores
momentos.- Sonrió Amatista, contenta de aquello, más al afirmar.- Tenemos su
apoyo para que la monarquía en Némesis perdure.
Su contertulia asintió, se adelantó
para comprobar que todo estuviera en orden, colocó algunas cosas dentro de la
habitación real y tras dar un vistazo a un prisma negro que había en un rincón,
asintió.
-¿Desea
vuestra Majestad que ordene al servicio que le traiga algo de comer?
-No,
gracias.- Rehusó la aludida interesándose entonces.- ¿Qué tal está su hija
Beryl?
-Mejor,
gracias.- Afirmó la interpelada.- Dentro de poco va a cumplir seis años.
-Lo
celebro. Espero que se recupere del todo. - Repuso Amatista añadiendo. – Si lo
desea puede ir con ella.
-Mi
esposo se está ocupando ahora de estar a su lado.- Le contó Turquesa.- Con el
permiso de su Majestad sí que regresaré a mi ducado para estar junto a ella en
su cumpleaños.
-Por
supuesto. Puede ausentarse en cuanto lo necesite. -Concedió la soberana.- Ahora
creo que me echaré un rato. Puede retirarse, duquesa.
-Como
guste vuestra Majestad.- Convino ésta con tono cordial haciendo otra
inclinación.- Y gracias.
Se marchó de la estancia dejando a
la reina descansar, aunque pensando con regocijo según recorría el pasillo
hacia la sala común.
-Esta
estúpida cada vez es más manejable. Azabache tenía razón. Poco a poco nuestros
planes van tomando forma…
Y es que hacía ya algunos años
recordaba haber acordado con ese individuo una estrategia a largo plazo.
Reunidos en un salón privado, él le comentó.
-Las
cosas cambiarán. Pero debemos ser pacientes. Todavía tardaremos unos años.
-Cada
vez tengo menos paciencia.- Le comentó Turquesa con visible contrariedad.- Es
que me voy haciendo vieja.
-Por
ahora, confía en mis consejos. Gánate la confianza de la reina. Debes estar a
su lado, es la mejor manera de controlar a Amatista. Esa mujer desea estar al
tanto de todo cuanto acontece en Némesis. Y eso no es bueno para nuestros
intereses.
-¿Y
a mí que me importa si a la reina le gusta viajar por los territorios del
planeta?- Le preguntó ella.-
-Te
importa dado que eso la hace cimentar la lealtad de todos los nobles
importantes, empezando por la casa de Green. – Contestó categóricamente
Azabache, para añadir.- Sin embargo, si se queda en su palacio, dedicada a las
flores que tanto le gustan, tú le podrás dar la versión que más te interese
acerca de cómo transcurren las cosas. En cuanto a tu idea de desposar a algún
noble con cierto prestigio, me parece bien.
-¿Me
ayudarás entonces?- Inquirió Turquesa esperanzada en que así fuera.-
-Por
supuesto que sí.- Convino Azabache, aunque matizando.- Pero mucho me temo que
aquel sobre quien tienes puestos los ojos no desea casarse con mujer alguna.
Turquesa bajó la mirada llena de
malestar, rabia e indignación. En el fondo era plenamente consciente de ello.
Empero, eso no hacía que su frustración fuera menor, aún al contrario. Consideraba el modo en que Talco la ignoraba
como un insulto. No obstante su interlocutor, quien parecía leerle el
pensamiento, le sonrió explicándole.
-Aunque
no he dicho que no puedas tomarte tu revancha. Y creo que hay otro noble que
aceptaría de buen grado una proposición semejante. Bien visto, hasta podrías
tener la ocasión de lograr ambas cosas.
Ahora el gesto de la duquesa se
tornó curioso. Su contertulio le desveló la propuesta y aunque al principio no
estuvo muy por la labor, al final se dejó persuadir. Después sonrió. En efecto,
tuvo oportunidad de vengarse. Había estado persiguiendo a Talco durante años,
era un hombre apuesto y con posición, pero evidentemente no le gustaban las
mujeres. Sin embargo, su amante Berilo, miembro menor de la rama Crimson, era
más pragmático. Lo comprobó cuando ella se aproximó siguiendo el consejo de
Azabache. Trató de seducirle y obtuvo la misma respuesta. Estaba muy claro que
ese tipo era otro invertido. No obstante, fue apelar al interés y a la alianza
entre ambos para fortalecer sus posiciones y él aceptó cuando charlaron sobre
ello.
-Sé
que nunca nos amaremos, pero este matrimonio sería bueno para ambos. Tú
tendrías un ducado, yo ganaría un amigo y emparentar con el marqués de Crimson.
-Le contó ella.-
-Creo
que te has equivocado, el marqués de Crimson es mi hermano Lamproite.- Replicó
irónicamente su interlocutor.-
-Quien
solamente tiene un único hijo y heredero. -Le recordó aviesamente ella.-
-No
sé qué es lo que quieres decir, pero no me gusta. Rubeus es mi sobrino. -
Replicó él a la defensiva.-
-Nada,
no temas, no voy por ahí. Yo soy duquesa, supero en rango a tu hermano. No
estoy interesada en sus posesiones. - Contestó ella, ahora con tono ofendido,
añadiendo.- Pero tú sabes bien que la esposa de Lamproite odia a las personas
de tu condición.
-No
sé de qué me hablas.- Se molestó él, fingiendo perplejidad.-
-Mira.-
Suspiró Turquesa afirmando con tono de hastío.- Vamos a dejarnos de teatro. Sé
perfectamente que tú y Talco sois amantes desde hace años. Los rumores y las
noticias vuelan en la Corte. Claro está que, en público, jamás os habéis
mostrado abiertamente. Pero hay muchos nobles importantes que desprecian ese
tipo de comportamiento. Y os han ido cerrando el camino para medrar en la
Corte. Piénsalo por un momento. Ganarías ser duque, callarías muchas de esas
bocas. Y yo no estoy tan mal… si nos casásemos y pudieras hacer el esfuerzo de
dejarme encinta de algún heredero tu posición se fortalecería. Luego puedes
seguir con tu amado Talco todo lo que quieras. Incluso invitarle a mi ducado,
que también sería tuyo.
Berilo estaba pensativo, ahora eso
le sonaba muchísimo más tentador. Él siempre quiso un territorio importante.
Apenas logró un mísero lugar que acabó siendo un simple vizcondado. De esta
forma podría ser duque. Y apenas sí tendría que poner de su parte. ¿Qué esa
mujer deseaba un heredero? Supuso que tener sexo con ella no sería muy
diferente que hacerlo con Talco. A fin de cuentas solamente debía fecundarla.
-Me
parece algo interesante.- Le dijo a ella, ocupándose de matizar.- Si mantienes
las condiciones que me has expuesto.
-Claro
que sí, yo tampoco tengo ningún tipo de sentimiento hacia ti. Si cumples con tu
parte, me es igual lo que hagas después. Únicamente te pido que prosigas
mostrando la discreción de la que hasta ahora has hecho gala. - Sentenció su
contertulia. –
Y es que Turquesa estaba haciéndose
mayor, necesitaba poder casarse y ser madre. Pese a las técnicas cada vez más
modernas de fecundación e inseminación no deseaba que nadie la tomase por una
invertida. Esas eran quienes solían echar mano de aquello. O ellas, o las
mujeres con problemas de salud y fecundidad o con maridos estériles. Sabiendo
que no se contaba entre las primeras, deseó no ser tampoco lo segundo, y supuso
que Berilo no sería de lo tercero.
-Y
logré lo que deseaba, al menos en parte.- Se dijo acordándose de aquello.-
Se casaron en efecto, y la primera
de sus satisfacciones llegó cuando Talco se excusó, alegando problemas de
agenda, para no asistir a esa boda. Turquesa sabía que ese idiota estaría realmente
enfadado y celoso. Estaba dando el sí quiero, en presencia de los nobles y los
soberanos cuando pensaba llena de regocijo.
-Podrías
haber sido tú quien hubiese estado aquí. Ahora me he quedado con tu novio.
¡Espero que estés rabiando, maldito invertido!
Después, en la noche de bodas, tras
aguardar pacientemente y estimular a su marido lo mejor que pudo, logró
mantener relaciones con él. Pese a tener que soportar la humillación de tener
que darle la espalda puesto que Berilo parecía motivarse mejor así, quizás
pensando en su amado. Tardaron algún tiempo repitiendo aquello durante algunos
meses, pero finalmente ella quedó embarazada. Tuvieron una hija de cabellos castaños oscuros y ojos azules a
la que llamaron Beryl. Ese nombre fue sugerencia de Azabache, vino a comentarle
que era la versión femenina del nombre de su esposo. Así todo el mundo sabría
inequívocamente de quien era hija, eso contribuiría a acallar las bocas de los
maledicentes. Aunque esa niña no nació bien del todo. Tenía problemas crónicos
de salud. Turquesa recordó a la hija de Topacita, Maray.
-Al
menos la ciencia ha avanzado mucho ahora y los cristales oscuros son capaces de
obrar maravillas. Eso me comentó Azabache.
Pese a todo esa cría estaba casi
siempre muy débil. Aunque algo sorprendió gratamente a la duquesa. Su esposo,
lejos de actuar fríamente con la pequeña,
demostró ser un padre devoto. Berilo realmente quería a su hija. Incluso
sufría viéndola en ese estado. A veces cuando los dos hablaban, ella así lo
admitía.
-Te
has implicado más de lo que acordamos.- Le decía, sin dar a entender si aquello
era un cumplido o un reproche.-
-Beryl
es mi hija. ¿Acaso no debo preocuparme por ella o quererla?- Inquirió el
interpelado, entre atónito y molesto por esas palabras.- No tiene nada que ver
con nuestro pacto.
-No
me interpretes mal. Me parece muy bien lo que haces.- Se apresuró a afirmar su
esposa, matizando eso sí, con algo de retintín.- ¿Y qué pasa con Talco? Apenas
le has visto en estos últimos años.
-Él
no tenía demasiadas ganas de verme tras la boda.- Le contestó Berilo con
amargura.- Le expliqué nuestro acuerdo, que este matrimonio era una fachada.
Que incluso podríamos seguir viéndonos como antes y que tú lo aprobabas. Aun
así, le molestó.
Su contertulia no pudo evitar sonreír,
henchida de un sentimiento de triunfo. Conociendo el carácter posesivo de ese
idiota de Talco lo había supuesto. Ese tipo amaba realmente a su novio y no
deseaba compartirlo con nadie. Menos aún con una mujer que podría darle
precisamente lo que él sería incapaz. Un heredero.
-Azabache
tuvo toda la razón.- Reflexionaba ella de una malsana alegría.- Cada vez que
Talco nos observa en las recepciones oficiales de la Corte, sobre todo cuando
venimos con nuestra hija, su mirada no puede ser más expresiva.
Por
su parte Berilo recordaba aquella agria disputa, cuando algunos días después de
acordar su boda con su ahora esposa, se lo contó a su amante.
-¿Es
que te has vuelto loco?- Le gritó Talco descomponiendo el gesto.- ¡Casarte con
esa mujer! Es una zorra intrigante.
-No
perdemos nada, al contrario, lo ganamos todo.- Quiso alegar él.-
-Lo
ha intentado conmigo durante años, y ahora se venga de esta manera.- Denunció
su interlocutor.- Te está utilizando.
-¿Y
qué?- Se encogió de hombros Berilo, afirmando convencido.- Y yo la usaré a
ella…
-¿Y
si tenéis hijos? ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Podré ir a vuestra casa haciéndome
pasar por su tío?- Le preguntó Talco con sarcástica indignación. –
-Siempre
podremos vernos de forma discreta, como ahora. Incluso mejor.- Repuso
conciliatoriamente él.- Nada habrá cambiado. Ella lo sabe y no le importa.
-Te
equivocas, todo habrá cambiado.- Rebatió su contertulio con una mezcla de
consternación y rabia.- Antes éramos pareja, tú y yo. Lo evidenciásemos o no.
Ahora seré el amante furtivo, el tercero en discordia. Ella sabe eso
perfectamente. Y será peor si tenéis descendencia.
-Yo
te sigo queriendo.- Insistió Berilo.- Y es una oferta demasiado buena para
dejarla pasar. Lo siento, cariño. Pero si la rechazase, hasta mi familia
empezaría a hacerse preguntas. Y la propia Turquesa pudiera estar más que feliz
de responderlas.
Pero su pareja se cerró en banda y
no pudo razonar más con él. Tal y como Turquesa anticipó Talco estaba
genuinamente celoso y dolido. Lo dejó bien claro al no asistir al enlace.
Aquello le puso en evidencia entre los demás nobles. Se hicieron muchos
chascarrillos y bromas a su costa. Después se fueron distanciando. Además,
nació Beryl y siendo su padre no pudo evitar quererla. Sobre todo al verla tan frágil.
También obtuvo otro aliciente al constatar como su cuñada Azurita le dispensó
un trato mucho más cercano y amable desde que él se casó y nació la niña. Esas
temidas reuniones familiares en las que era escrutado con lupa aguardando a que
se comprometiera en matrimonio alguna vez
se tornaron en momentos muy agradables.
-Es
maravilloso que al fin hayas dado el paso, nos tenías preocupados.- Le comentó
su cuñada tras los esponsales.- Y eres un padre estupendo, tengo que
reconocerlo.
E incluso su anciana madre sonrió
satisfecha. Le había dado una gran alegría, más cuando su nieta vino al mundo.
De este modo, una feliz Cordierita murió un año después y ahora los dos
hermanos eran los herederos de su linaje. Berilo tuvo al menos la satisfacción
de que su madre se fuera aliviada y contenta de haberle visto encauzar su vida.
La propia Azurita incluso llegó a comentarle, y no parecía que se lo dijera en
broma.
-Dentro
de unos años ¿quién sabe? Nuestro hijo Rubeus y vuestra hija Beryl son primos,
y podrían ser algo más. Eso significaría reunificar el clan Crimson y añadir el
ducado de Turquesa.
Y Berilo pudo constatar como a su
esposa eso le parecía una magnífica idea. No obstante él no deseaba algo así.
-Cariño.-
Pensaba una tarde, en tanto observaba a su hijita dormir en su cuna.- Si algún
día te casas, que no sea como he hecho yo. Hazlo por amor, no por mero interés.
Lo mio era un sueño imposible pero te doy mi palabra de que yo te apoyaré
incondicionalmente, sea un hombre o una
mujer de quien te enamores.
Por su parte, Lamproite educaba a su
hijo y heredero para que un día le sustituyera en sus responsabilidades.
-Igual
hizo tu abuelo con tu tío y conmigo.- Le contaba con orgullo.- Desde sus
tiempos hemos estado junto al rey aconsejándole y velando por Némesis y por
nuestra familia. Por ello deberás prepararte bien antes de ir a la Corte.
-Así
es, hijo.- Añadía Azurita.- Eso será lo principal para ti. El futuro de la casa
de Crimson.
-Sí
madre.- Asintió el pelirrojo chico asegurando convencido.- Me esforzaré, padre.
Y aunque no tendría más de diez años
por entonces, Rubeus ya empezaba a ser consciente de sus obligaciones. Entre
tanto, en el ducado de Green-Émeraude, Esmeralda iba creciendo sin apenas ver a
su padre. Cuarzo actuaba de un modo parecido a Ópalo aunque por razones bien
distintas. Él quería mantener a su hija a salvo de todo aquello hasta que
tuviera una edad adecuada. Y asimismo le dolía todo lo que le trajera recuerdos
de su difunta esposa. No olvidó sin embargo rodear a la niña de droidas
institutrices competentes que la hicieran aprender todo en cuanto a protocolo y
etiqueta palaciega se refería. Las pocas veces que iba a sus dominios y pasaba
algún tiempo allí, se ocupaba de que su hija practicase. Por ejemplo en las
cenas. Ambos se sentaban frente a frente en una larguísima mesa.
-¿Qué
tal tu viaje, padre?- Quería saber ella, que ya rondaba los diez años.-
-Fue
agradable y rápido, cariño.- Sonrió él.- ¿Y tú, has aprendido muchas cosas
nuevas?
-Las
droidas preceptoras me han enseñado todo lo que hay que hacer si algún día voy
a la capital y puedo ser recibida por los reyes.- Respondió la niña, añadiendo
con el deseo de que así fuera.- ¿Podré ir algún día contigo?
-Claro
que podrás.- Le comentó él.- Aunque para eso, ya sabes…
-Debo
esforzarme mucho.- Completó resignadamente Esmeralda, que ya se sabía esa
cantinela de sobra.-
Una de las droidas servidoras entró
portando una bandeja con la cena. Cuarzo la miraba atónito. De hecho esos
androides iban siendo cada vez más humanos. Al menos en apariencia. Este al
menos lo demostró cuando, aproximándose hasta los comensales, sonrió saludando.
-Buenas
noches, amo señor duque. Buenas noches, ama señorita duquesa. ¿Les apetece
empezar ya?
-Por
supuesto, gracias.- Repuso él.-
Al menos esos robots resultaron ser
una buena inversión. Estaban programados para ser leales servidores de su hija.
La protegían y le enseñaban todos los modales palaciegos, cuidaban el gran
terreno que el ducado poseía y casi podría jurarse que eran personas. Cuarzo
pensó.
-Tengo
que felicitar a Rutilo y a sus ingenieros cibernéticos. Este androide daría el
pego a cualquiera.
Así era, con la apariencia de una
joven alta de cabellos oscuros y ojos negros, esa droida se ocupaba de las
lecciones de protocolo y ser la acompañante de Esmeralda. Ésta casi la veía
como a una madre. Además, ese robot llevaba un vestido realmente bonito, rojo
burdeos con ribetes de encaje en las mangas, completaba el conjunto con unos
zapatos de tacón alto negros.
-No
sabía que tuvieran ese tipo de vestuario de fábrica. Normalmente las droidas
vienen con conjuntos muy sencillos.- Comentó el sorprendido Cuarzo.-
-¿Te
gusta?- Inquirió la esperanzada Esmeralda.-
-Sí,
está muy bien. ¿Dónde lo compraste? - Quiso saber su padre.-
Él permitía que su hija gastase
alguna suma en darse caprichos. De ese modo pensaba incentivarla y compensarla
por sus largas ausencias. Aunque, para sorpresa suya, la niña le contestó llena
de satisfacción.
-Lo
he diseñado yo. Me gusta mucho diseñar vestidos. Luego la droida lo fabricó.
Y es que esos androides podían
incluso variar sus medidas corporales de modo que cualquier vestido se les
ajustaba perfectamente. Cuarzo asintió, felicitando a su hija.
-Eres
muy talentosa diseñando ropa. Aunque sabes que esa no es una función para una
duquesa, hija.
-Bueno,
me gusta hacerlo.- Pudo decir la niña, decayendo un poco en su entusiasmo.-
-Mientras
sea una mera afición y te centres en tus responsabilidades y los estudios, me
parece bien.- Aprobó su progenitor.-
A fin de cuentas, si eso la mantenía
distraída y feliz, no hacia ningún daño. A su vez Esmeralda sonrió más
contenta. Enseguida se animó proponiendo a su padre.
-¿Te
gustaría ver otros vestidos que le he diseñado a la droida Num?
-Quizás
en otro momento, cielo.- Repuso descuidadamente él.-
-Me
he fijado en algunos vestidos que tenía mamá, para hacerlos parecidos.- Comentó
la chiquilla.-
Cuarzo no replicó a eso, siempre que
se hacía alusión a su difunta esposa entristecía su gesto. Era una de esas
noches en las que la añoraba y estaba necesitado de compañía femenina. Se
preguntó entonces si entre las funciones de esas droidas...
-Dime
papá.- Insistió la cría.-
-¿Qué
te diga, el qué?- Quiso saber él, que había estado distraído en esas otras
reflexiones.-
-Lo
de ver más vestidos.-Le aclaró su hija.-
-Ya
te he dicho que en otro momento. Ahora tengo mucho que hacer tras la cena.-
Declinó su interlocutor.-
Si bien eso la entristeció, la cría
lo dejó estar. Quería cenar junto a su padre y pasar tiempo con él. Concluyeron
al cabo de un rato y ella le dio las buenas noches. Cuarzo la vio alejarse,
estaba alta para su edad y lucía ese cabello verde botella tan hermoso. Aunque
los ojos de Esmeralda eran castaños, un rasgo de genética más estable.
-Al
menos ella no ha enfermado como su pobre madre.- Se dijo con alivio.-
Cuarzo se fue a sus habitaciones,
entonces volvió a pensar en aquello. Tras un rato de indecisión al final llamó
a esa droida. Ésta se presentó de inmediato.
-¿El
amo señor Duque deseaba verme? - Inquirió.-
-Sí.-
replicó él que se estaba desvistiendo, para preguntar sin dilación.- Dime.
¿Eres totalmente funcional? Me refiero a que, estando diseñada como una mujer,
tienes capacidades para un intercambio afectivo a un nivel..., ya me
entiendes…- Pudo completar sintiéndose algo tonto por hablar con esa clase de
rodeos a una máquina.-
-Si
el amo me pregunta si estoy preparada para interaccionar sexualmente, la
respuesta es sí.- Replicó la imperturbable droida.-
Aquello sí que le encantó a Cuarzo, desde
la muerte de su esposa se sentía muy solo, demasiado. Pese a ello jamás tuvo el
valor como para ser infiel a su memoria. Y menos todavía se enamoró de otra
mujer. Sin embargo, aquella imponente droida que tenía delante no era en
realidad más que un instrumento. Por ello, ganando seguridad y confianza, le
ordenó.
-En
tal caso, quítate la ropa.
Ese
androide obedeció revelando un cuerpo realmente perfecto. Eso animó más si
cabía a su ya predispuesto amo.
-Túmbate
en la cama.- Le indicó él con creciente excitación.-
Sumisamente, la droida lo hizo.
Aunque permanecía quieta cuando él ya desnudo también, se colocó sobre ella.
-Amo,
mi cuerpo está dotado para el intercambio sexual aunque yo no poseo información
acerca del proceso humano de apareamiento. –Le dijo el androide.-
-¿No
dijiste que estas lista para interactuar?- Le preguntó un contrariado Cuarzo.-
Creía que eso también se refería a saber hacerlo.
-Sí,
pero únicamente a nivel anatómico. No tengo datos, al ser tutora de vuestra
hija, lady Esmeralda, tengo un código se seguridad parental. Debería solicitar
una actualización, con su permiso, amo.-
Respondió Num.-
Su dueño no lo pensó dos veces,
conectó vía inalámbrica con la central de fabricación y, una vez puso su código
y contraseña, a través del ordenador descargó los programas y datos necesarios.
Al poco la droida se reinició. Ahora, al abrir los ojos su mirada había
variado. Observaba a su amo con expresión lujuriosa y, sonriendo
incitadoramente, habló con tono meloso y más coloquial.
-He
sido actualizada con toda la información acerca de la cópula humana, y todas
las posibles posturas. Estoy a tu entera disposición…pídeme lo que quieras...
-Eso
está mejor.- Se sonrió Cuarzo.-
Y el duque no tardó en comprobar
aquello para su satisfacción. Casi era como estar con una mujer auténtica.
Mejor incluso, esa droida acataba sin rechistar cualquier orden que él le diera
destinada a saciar su placer. Al día siguiente, como si nada hubiera pasado,
Num estaba atendiendo a Esmeralda y a su padre. Tras servirles el desayuno,
incluso guiñó un ojo a Cuarzo, queriendo saber.
-¿Desea
otra cosa más, amo?
-No,
por ahora está bien, gracias. Tengo que marcharme a la Capital. Te ocuparás de
que mi hija siga aprendiendo protocolo.
-¿Quiere
que la instruya en otras artes más avanzadas?- Le consultó Num con tono
demasiado familiar.- ¿Algunas artes adultas quizás?
-No,
en absoluto, limítate a tu programa básico.- Se apresuró a ordenar el atónito
Cuarzo.-
-¿A
qué artes se refiere, papá?- Quiso saber la desconcertada cría.-
-
Nada que deba preocuparte.- Sentenció bruscamente su interlocutor zanjando
aquello.-
Aunque no le gustó esa respuesta la
niña ya estaba lo bastante avezada en ese tipo de conversaciones como para
darse cuenta de que no debía insistir. Charlaron de otros temas y tras un rato
más Cuarzo se despidió de su hija. Después de besarla en una mejilla y darle un
largo abrazo pues la cría se aferraba a él. Esmeralda no deseaba soltarse, se
iba a quedar sola otra vez. ¡A saber por cuanto tiempo! Pero inexorablemente su
padre se fue. La niña quedó en su gran mansión, pensando que poder hacer, como
se aburría llamó a su droida.
-Num,
voy a diseñar más vestidos.- Le dijo.-
-Lo
que mi ama quiera.- Concedió esta con voz muy jovial e incluso juguetona.-
-¿Por
qué hablas ahora así?- Se extrañó la cría, acostumbrada a un tono más sereno y
analítico.-
-He
sido actualizada. ¿No os gusta?
-Bueno,
está bien…- Replicó Esmeralda sin darle mucha importancia.- Haz el favor de
traer mis patrones…
La droida acató esa orden de
inmediato, aunque entonces le sugirió a su perpleja ama.
-¿Por
qué no hacéis un vestido más sexy?
-¿Sexy?-
Repitió la niña sin comprender.-
-Uno
que le guste mucho a vuestro padre. Yo os dará algunas ideas.- Le explicó ese
androide.-
-Sí,
sería genial que le gustara a papá.- Asintió la niña.-
Y así lo hizo. Desde luego, en las
posteriores visitas poco podía sospechar Esmeralda que su padre disfrutaría
tanto con los pases de modelos que Num hacía. Y todavía más aun con esa droida
cuando caía la noche y se iban a dormir. Cuarzo estaba encantado con ese nuevo
programa aunque le ordenó a la androide que no hiciera alusión alguna a eso
delante de la cría.
-Vuestros
deseos serán cumplidos, mi amo.- Contestó sumisamente ella.-
Y es que el duque estaba asombrado
con esos progresos. Rutilo y su ayudante y seguro sucesor, Peridoto, estaban
creando cada vez mejores droidas. Eran androides fruto de la tecnología que los
pioneros trajeron consigo en ese legendario asteroide en el que llegaron. Tras décadas
de trabajo y esfuerzos, poco a poco se pasó de robots con aspecto de latas a
figuras humanoides con mayores detalles, sensibilidad, realismo e incluso
capacidad de razonamiento autónomo. Pese a ello seguían siendo fieles
sirvientes que no cuestionaban a sus amos. Peridoto llegó a decirle al
mismísimo soberano que, producidos a gran escala, esos androides terminarían
con la acuciante necesidad de población en el planeta. Ya hacía años que se
dedicaban a las tareas más arduas y peligrosas. Es más, dejarían a los
habitantes humanos mucho tiempo para el mero ocio y disfrute de la vida. Y
pensando en las posibilidades, al veterano ingeniero todavía se le ocurrió algo
más.
-Majestad.
Os propongo la creación de unidades militares de droidas. – Le sugirió un día a
l monarca durante una audiencia.-
-No
sé.- Repuso Coraíon sopesando aquello.- No me acaba de convencer delegar tanto
en unas máquinas, por avanzadas que estén.
-Os
garantizo Majestad que no existen riesgos. Y sería la perfecta solución a los
temores de muchos miembros del Consejo. En caso de ataque, nos defenderían
hasta el final sin dudar.
-Sabéis
que, acorde a la ley, tengo que consultar al Consejo en un asunto de tal
magnitud.- Contestó un pensativo soberano.-
-Por
supuesto.- Convino el ingeniero con una amplia sonrisa.-
Coraíon así lo hizo y tras exponer
los pros y los contras se votó. Algunos que estuvieron a favor fueron el propio
rey, Cuarzo, Turquesa, su esposo Berilo, Rutilo y Azabache. Talco se opuso, casi
más por votar en contra de su antiguo amante y de su mujer, Ópalo se abstuvo,
algo en eso no le acababa de convencer. No obstante no deseaba significarse
abiertamente en contra del propio soberano. Grafito votó en contra y tampoco a
la reina pareció gustarle demasiado esa idea. Por una vez no compartía la
opinión de su esposo. Pero no intervino, dado que había asistido esta vez a la
asamblea, aunque solamente como observadora.
-Esa
nunca fue la manera de hacer las cosas aquí.- Argumentó Grafito.-
-Tiempos
nuevos requieren modos nuevos.- Replicó elocuentemente Rutilo.- Y es por el
bienestar y la comodidad de nuestros conciudadanos.
-
Y de paso evitamos que nadie tenga tentaciones republicanas.- Pensó su
interlocutor aunque, no deseando sonar subversivo, se cuidó mucho de decirlo en
voz alta.-
Sea como fuere se aprobó en el
Consejo y en pocos meses comenzaron a verse bastantes modelos militares
masculinos y algunos femeninos patrullando el planeta o custodiando los
diversos territorios. La mayor parte de los nobles se agenciaron algunos.
Aquello, unido al cada vez mejor aprovechamiento de la energía oscura, hizo que
el reino prosperase. De esta manera pasaron un par de años más cuando el
monarca de Némesis recibió una extraña visita en su corte. Coraíon se disponía
a celebrar junto con su pueblo el cumpleaños de Zafiro en un ambiente de
optimismo y alegría. Fue entonces cuando una misteriosa embajada hizo acto de
presencia en el planeta. Uno de sus servidores corrió a informar al Rey.
-
Majestad, han llegado visitantes del espacio exterior...
-¿Con
qué intenciones vienen?..- inquirió el monarca mientras se levantaba de su
trono. -
-
Vienen en son de paz. Piden una audiencia con vos....
-¿Representan
a alguien?... ¿Son enviados de la Tierra o de alguno de sus mundos aliados tal
vez? - Quiso saber Coraíon con visible interés -...
-
No lo sé, Señor.- Repuso el servidor encogiéndose de hombros. –Creo que son
esos que contactaron con nuestro planeta hará unos meses.
Y es que Azabache y Rutilo hicieron
saber a Coraíon haría casi medio año que, unas transmisiones que respondían las
que muchos años atrás se enviasen desde el planeta, habían sido recibidas. El
monarca entonces asintió.
-
Está bien, hazles entrar y llama a mi hijo Diamante, quiero que esté presente
para que vaya adquiriendo experiencia.- Aquel individuo se inclinó con un
ademán reverencial y salió al punto de la sala. -
El príncipe heredero estaba con su
preceptor estudiando matemáticas, una asignatura que no le apasionaba
precisamente. Así que cuando un noble importante del gabinete de su padre le
informó de que éste le requería fue al punto. Se alegró sobremanera de olvidar
las ecuaciones y las incógnitas por ese día. Era ya un chiquillo de unos trece
años, bastante alto para su edad, de pelo albino y unos brillantes ojos
violetas. Al llegar, se inclinó respetuosamente y dijo.
-
Padre, ¿me mandaste llamar?..
-
Sí, Diamante...voy a recibir en audiencia a unos visitantes. Quiero que estés a
mi lado. Siéntate junto a mí...
-¿Y
madre? ¿No estará sentada con nosotros?...- preguntó curioso. -
-
Tu madre se encuentra indispuesta, no creo que pueda estar aquí, pero no temas,
es sólo una dolencia leve. Pronto estará bien...- repuso Coraíon para
tranquilizar a su hijo. -
El chico suspiró aliviado,
últimamente el estado de su madre no era todo lo bueno que debiera. Padecía
algunas crisis de debilidad que no solían prolongarse demasiado. Algunos decían
que el motivo era la energía oscura que alimentaba al planeta. Otros lo
achacaban simplemente a una salud frágil de origen. Pero no parecía ser ese el
caso, la soberana siempre había estado bastante saludable y llena de vitalidad.
De todos modos por hoy, sin ir más lejos, no podría asistir. Aunque el muchacho
se alegraba de que él pudiera sustituirla para permitirla descansar. En eso el
Chambelán Real anunció la entrada de esos invitados.....
-Unos
muy nobles visitantes solicitan audiencia.- Declaró ante el asentimiento del
rey.-
Entonces, acompañados por Azabache,
una comitiva de varios soldados o al menos eso parecían, enmascarados con unos
yelmos metálicos, se llegaron a pocos metros del trono y allí se arrodillaron.
Tras ellos llegó un misterioso personaje que iba ataviado con un hábito que le
cubría por completo el cuerpo y no dejaba ver su rostro. Parecía estar flotando
sobre un invisible soporte, como si fuera sentado en él.
-Majestad.-
Intervino Azabache con tono solemne.- Tengo el gran honor de presentaros a esta
alta representación.-
Y
aquel encapuchado se dirigió en tono muy respetuoso al rey Coraíon, cuando el
monarca se lo indicó con un gesto.
-
Os traigo saludos de mis gobernantes,
Majestad. Ha llegado a sus oídos la reputación de monarca pacífico y poderoso
que tenéis. Sois muy respetado y admirado en mi planeta. Estoy aquí en prueba
de ese respeto y de la voluntad de mis superiores de entablar relaciones
diplomáticas con vuestro magnífico reino.
-¿Quiénes
son tus gobernantes? - Le inquirió el rey al que le invadía la curiosidad. - ¿Y
por qué no muestras tu rostro ante mí?
-
Ellos, Majestad, son los reyes de un planeta lejano llamado Chaos, más allá de
la nube de Oort. En cuanto a mi humilde persona, no puedo mostrar mi rostro
excepto a mis hermanos, es un voto sagrado de la orden a la que pertenezco. A
eso se une que vuestro entorno no es adecuado tampoco para mí. Debo protegerme.
Confió en que con vuestra benevolencia sepáis disculparme...
-
Si es un sagrado voto y además es por salvaguardar vuestro bienestar, por mí no
hay inconveniente. Acepto de muy buena gana la proposición de tus soberanos y
quiero expresarte las gracias en mi nombre y en el de mi pueblo.
-
Estoy aquí en calidad de embajador...señor,- le informó el encapuchado. - Si
vos dais vuestro placed, traigo mis credenciales.
Coraíon dio una indicación a uno de sus
chambelanes que recogió las acreditaciones de una bandeja dorada que uno de los
soldados del encapuchado portaba, el
servidor real se las entregó y el rey las ojeó con cierto detenimiento.
-
Muy bien, están en una lengua que no entiendo, pero supongo que deben estar en
regla. Mis expertos se ocuparán de traducirlas con la ayuda de los vuestros.
¿Cómo os llamáis embajador…?
-
En mi orden no llevamos nombres.- Replicó éste de una forma algo misteriosa. -
Pero yo era consejero de mis soberanos que se referían a mí como su Hombre
Sabio...
-
Bien, así os llamaré yo, Hombre Sabio. Espero que usted y su gente estén
cómodos entre nosotros.- Le deseó Coraíon, algo sorprendido sin embargo por lo
extraño de aquel visitante. – Ahora tendremos que corresponder y nombrar un
embajador para vuestro mundo.
Aquella era una cuestión espinosa,
ninguno de los notables allí presentes parecía entusiasmado con esa idea. Fue
entonces cuando Azabache intervino.
-Majestad.
Sería para mí un honor el partir como embajador de nuestro planeta. Si vos me
otorgáis vuestra confianza.
El soberano miró en derredor y nadie
desde luego daba la impresión de oponerse. Es más, todos respiraban aliviados.
De ese modo asintió, declarando.
-
Tenéis mi plácet y mis mejores deseos, Señor Azabache.
-Muchas
gracias, Majestad. Me honráis sobremanera.- Replicó éste inclinándose de forma
pronunciada.-
-
Majestad...será un gran honor recibir a vuestro embajador en mi mundo. Se puede
ver que es un hombre de gran valía. Nunca podré agradeceros lo bastante vuestra
generosidad y buena acogida. En nombre de mis soberanos, os traigo unos
modestos presentes para intentar hacer patente la gratitud de mi pueblo .
El
Sabio movió levemente una manga de su hábito y al punto varios de esos soldados
trajeron varios cofres, los abrieron y depositaron su contenido a los pies del
rey. Éste, su hijo y el resto de los cortesanos, miraron anonadados un
despliegue de riquezas impresionante, oro, plata y joyas de gran belleza que
sin embargo, no eran ni muchísimo menos lo más valioso. Y es que un montón de
metales rarísimos y aleaciones de gran extrañeza completaban los tesoros. Y
sobre todo aquello destacaba un raro y hermoso cristal negro que recordaba a
los empleados en Némesis y que refulgía con destellos de ese mismo tono.
-
Son unos presentes muy valiosos, te estamos muy agradecidos. - Dijo Coraíon con
estudiado tono cortés, mientras los examinaba atentamente con la mirada no
dejando translucir su asombro. – Ha sido un detalle que tendremos muy en
cuenta.
Pero
Diamante no pudo refrenar su entusiasmo infantil y exclamó.
-¡Vaya,
son metales que no tenemos por aquí...es fantástico! , debéis ser muy poderosos
y ricos en vuestro mundo.-
Coraíon
miró al niño con reprobación, y se dirigió hacia el Hombre Sabio con tono
neutro y condescendiente.
-
Tendréis que disculpar a mi hijo, es muy joven e impresionable por cualquier
cosa...
-
Para mí es un honor, señor. Me honra recibir los elogios del joven príncipe.
Vienen de un corazón noble y sincero. Eso se agradece – manifestó el Sabio que
hizo lo que parecía una leve inclinación de su capucha hacia el chico. -
-
Estaréis fatigado tras tan largo viaje.- Repuso el rey cambiando de tema -, os
ruego que no os sacrifiquéis más por mor de la diplomacia y os retiréis a
descansar. Haré que os alojen en la mejor parte del palacio.
-
Tanta amabilidad me abruma, Señor...Así lo haré con vuestro permiso.-
Declaró su contertulio que volvió a inclinar su cubierta cabeza y después se
retiró, sin darle la espalda al soberano, como si una especie de fuerza
invisible le llevase hacia atrás. Toda su comitiva le imitó y el propio
Azabache fue con ellos tras hacer una prolongada inclinación a su rey. -
Coraíon terminó la sesión de
audiencias y esperó a estar a solas con su hijo para explicarle el porqué de su
reproche, el joven Diamante escuchó con atención los consejos de su padre.
-
Hijo...cuando estés ante alguien que no conozcas jamás le des pistas de nuestra
fuerza o debilidad. Podría volverse en contra tuya, recuerda bien esto. En
política hay que pensar lo que se dice, nunca decir lo que se piensa, ¿me has
entendido?
-
Sí padre, lo siento...- susurró el niño que bajó la cabeza avergonzado, pero
Coraíon se la acarició y sonrió animosamente en tanto el crío remachaba.- Os
pido perdón. No lo volveré a hacer…
-
La sinceridad no es una falta. No hay nada que perdonar. Pero debes aprender a
ser prudente.–Contestó su progenitor para añadir con tono más amable.- Por eso
quiero que estés en este tipo de acontecimientos, forman parte de tu educación.
Has de ser un príncipe inteligente, además de bueno, para un día ser un gran
rey. Como seguro que serás. Anda. Ahora ve a ver a tu hermano y a tu madre y
diviértete. Yo iré en cuanto termine con unos asuntos.
Diamante
sonrió contento por aquellas palabras. Obedeció y salió a la carrera. Cuando
llegó a ver a su madre la reina estaba acostada. El niño se preocupó por su
estado pero ella le consoló.
-
Hijo, no te preocupes, sólo estoy fatigada,- le dijo con voz dulce. - Pero
pronto estaré bien. Vete a felicitar a tu hermano, hoy es su cumpleaños.
-
Lo sé, madre...- contestó él con un tono más animado y salió tras dar un beso a
su interlocutora en la mejilla.-
La soberana vio alejarse a su hijo y
esbozó una sonrisa. Sus pequeños eran lo mejor de su vida. Por ellos merecía la
pena soportar esa existencia tan llena de trabajos en Némesis. Aunque también
amaba profundamente a Coraíon. Nunca pudo decir que hubiera sido un mal esposo
o que la descuidase. De hecho estaba segura de que él la amaba como el primer
día que se conocieron. Por desgracia tenía muchas obligaciones y los problemas
de salud de ella no ayudaban a que pudieran pasar más tiempo juntos. Suspiró,
aun recordaba la vez en la que fueron presentados. Su propia madre, acompañada
de los soberanos de Neo Cristal- Tokio, fue quién lo hizo. Dirigiéndose al
entonces príncipe de Némesis.
-Ésta
es mi hija… Amatista –Nairía Lassart, de la casa Moon light. Princesa heredera
al trono de la Luna Nueva…
Ella entonces observó a ese alto
muchacho de pelo claro, casi albino. Era realmente atractivo. Entre tanto
Selene y los soberanos de la Tierra se apartaron un poco para hablar entre
ellos. Coraíon, ajeno a eso, devolvió la mirada a esa hermosa joven y sonriendo
besó su mano.
-Para
mí es un placer, Alteza.
-Lo
mismo digo.- Repuso ella de forma amable.- Es un honor conocer al heredero del
reino de Némesis.
-Vos
también sois heredera de vuestro reino según me comentaron. Sin embargo, creo
que vuestra madre me dijo que tenías un hermano.
-Sí,
mi hermano Granate. Aunque es menor que yo.
-Granate.-
Comentó su interlocutor a quién le sonaba aquel nombre, en tanto añadió.- Creo
que alguien de mi familia se llamaba así. Pero no recuerdo con claridad quién,
debió de ser un remoto antepasado.
-En
mi caso, mi abuelo se llamaba de esa manera.- Le contó la joven.- Todos tenemos
nombres que honran el recuerdo de nuestros ancestros.
-El
vuestro es muy hermoso.- Alabó él.-
-Era
el nombre de la madre de una vieja amiga de mi abuela.- Sonrió la muchacha.- A
mi madre le gustaba mucho. Pero mi otra abuela insistió en que su familia
también se viera representada y me llamaron Nairía por la abuela de su padre.
Era de un planeta muy lejano. ¡Como podéis ver mi árbol genealógico es un
auténtico embrollo! – Se rio la joven.-
-Parece
que vuestro padre no tuvo mucho que opinar al respecto.- Comentó Coraíon
divertido.-
Aunque el joven príncipe guardó al
punto un culpable silencio. Se temió que aquello hubiera estado fuera de lugar,
quizás podría haber ofendido sin pretenderlo a su interlocutora. Sin embargo
ella, lejos de molestarse, se río francamente divertida y replicó.
-Desde
luego. Mi padre el rey Charles siempre me decía lo mismo. Aunque su familia era
de Francia y mi apellido, al menos, es el suyo. Su madre incluso fue modelo.
Llegó a ser la directora de la más prestigiosa casa de modas de la Tierra.
Alguna vez, siendo muy pequeña, me contó que mi nombre era precioso, le recordaba
al de la madre de una querida amiga suya. La hija de su mentora en el mundo de
la moda. Por eso, cuando además vieron el color de mis ojos, le encantó la idea
de que me llamasen así.
-Vuestro
nombre no podría ser más perfecto y ajustado para mi mundo. Y hace honor a
vuestra belleza. Me recordáis al amanecer en mi planeta, cuando el lejano sol y
nuestra estrella se combinan y tiñen los cielos de púrpura y oro.- Declaró
Coraíon observando esos ojos malvas tan hermosos y deseando perderse en ellos,
amén de esos cabellos dorados con rizos, para sentenciar con sinceridad.- Sois
más bella que la amatista de la mañana, Alteza.
La chica se ruborizó sin poder
evitarlo. De hecho ambos prosiguieron la conversación, ajenos prácticamente al
resto de los presentes. Parecía no existir nadie más en aquel gran salón hasta
que la reina Selene, una hermosa mujer de mediana edad, morena y de ojos
azules, se aproximó una vez más acompañada de Serenity y Endimión.
-Esperamos
no interrumpir, hija.- Sonrió la soberana de la Luna Nueva.-
-¡Oh,
no! Nada de eso, madre. - Se ruborizó la muchacha.-
-Siempre
es un honor poder charlar con vos, Señora, y con los soberanos de la Tierra.-
Apuntó Coraíon.-
-Pues
a nosotros nos alegra veros conversar de una manera tan animada.- Intervino el
rey Endimión, con tono de aprobación.-
-Celebro
ver que dos jóvenes príncipes tan espléndidos hayan congeniado tan bien.- Les
sonrió Serenity.-
-Estoy
muy interesado en las historias familiares de la princesa Amatista.- Declaró
Coraíon en un vano intento por refrenar su patente entusiasmo.- Me recuerdan
muchísimo a las mías…
-Su
Alteza, la princesa Amatista Nairía, desciende de unos honorables antepasados
que fueron grandes amigos nuestros.- Intervino Endimión, agregando
cordialmente. - Al igual que vos, príncipe Coraíon. Queremos que desde ahora
nuestros reinos se unan en la concordia y la amistad.
Y mientras el rey le decía esto a
ese joven tan atractivo y amable, Amatista no pudo evitar fijarse en Serenity
quién, a su vez, estaba ahora en un aparte con Selene diciéndole algo en
confianza. La reina de la Luna Nueva asentía como si estuviera de acuerdo con
lo que escuchaba. Sin embargo, su cara no parecía demasiado feliz…
-Luego
supe de qué se trataba. Estaban hablando de mí.- Suspiró la soberana.-
Entre tanto, mientras la autora de
sus días seguía sumida en aquellos recuerdos, Diamante entró en el jardín y
encontró a su hermano jugando. En realidad era de las pocas veces que el
infante paseaba por aquel lugar. También había estado visitando a su
progenitora que le felicitó por su cumpleaños.
Su hermano mayor hizo lo propio caminando hacia su encuentro para
preguntarle.
-¿Qué
hacías, Zafiro? ¿Jugabas?...
-
Estaba mirando las flores del jardín.- Respondió su interlocutor señalando con
ilusión. - Mira, aquí ha salido una y es muy bonita.
-
Aquí tenemos muy pocas flores,- se lamentó Diamante algo apenado. -Némesis es
un planeta muy árido. ¡Pero un día conquistaré la Tierra de donde fuimos
expulsados y tendremos todas las flores que queramos!..- añadió ahora con determinación
en un arrebato infantil. -
-¡Sí,
tú podrás hacerlo, de eso estoy seguro! - Replicó el entusiasmado crío, mirando
a su hermano mayor con mucha admiración. -
-
Bueno, Zafiro. - Replicó el heredero sonriendo divertido a su hermano menor. –
Lo de conquistar la Tierra era una broma. Padre cree que podemos llevarnos bien
con ellos definitivamente. Y siendo
amigos, quizá podríamos traer aquí muchas flores terrestres. Seguro que nos las
regalarían. Sin tener que luchar.
-
Si padre lo dice estará bien.- Convino Zafiro quien no obstante, inquirió con
visible interés. - ¿Tú que crees Diamante?
-
Padre sabe lo que hay que hacer....-
contestó éste con voz muy convencida. – Además, nuestra madre es una
princesa de la Tierra. Bueno, de la Luna terrestre, aunque tiene antepasados
terráqueos.
-Siempre
nos ha contado lo hermoso que es ese mundo… Y no solamente tiene flores, sino
unos hermosísimos paisajes, grandes océanos.- Enumeró su entusiasmado
contertulio.- Por eso a la Tierra
también se la llama el planeta azul. Que es mi color favorito
-Es
cierto. Lástima que nuestros antepasados tuvieran que marcharse por culpa de
sus soberanos.- Repuso Diamante con pesar e incluso algo de malestar.-
-Padre
dice que sus soberanos son personas honorables, que todo fue sin duda un
malentendido.- Matizó Zafiro.-
-Puede
ser, pero nuestro planeta está tan lejos que, cuando nuestros ancestros
quisieron darse cuenta ya no pudieron regresar. Al menos hasta ahora. Y eso fue
posible cuando nuestro padre encabezó la primera legación diplomática de
Némesis.- Declaró el joven heredero, remachando con orgullo.- Fue un día
histórico sin duda. Aunque ahora éste es nuestro planeta natal, y tenemos que
seguir trabajando con tesón para engrandecerlo y mejorarlo.
Su hermano menor asintió con
decisión a eso. Y tras aquella charla retornaron para estar junto a su madre.
La visión de sus hijos pareció obrar maravillas en Amatista. Eran la fuerza que
precisaba. Tanto que a los pocos días se levantó y pudo compartir con ellos el
desayuno y un paseo. Comentaban las mejoras que se estaban planificando en su
planeta. Diamante les explicó que aquel extraño recién llegado estaba aportando
ideas muy novedosas…
-
Pues ahora que lo dices, he escuchado al Hombre Sabio decir que él nos ayudará
a embellecer nuestro mundo. ¡Es increíble la cantidad de cosas que sabe!-
Afirmó Zafiro con admiración.-
-¡Claro!
–rio su hermano para señalar divertido esa obviedad.- Por eso precisamente le
llaman Hombre Sabio.
Su interlocutor se rio también.
Ambos lo hicieron de buena gana. Su madre hizo lo propio, se sentía muy feliz
de poder pasar un rato con ellos, aunque ese extraño encapuchado no le diera
buena impresión. Empero, eso no importaba ahora. Llena de afecto posó sus manos
en un hombro de cada uno de sus vástagos y pasando después cada uno de sus
brazos tras ellos, declaró.
-Mis
apuestos príncipes.- Sonrió ella con patente orgullo.- ¡Qué rápido crecéis!
-¿Te
encuentras mejor, madre?- Quiso saber Zafiro observándola con preocupación.-
-Sí,
cariño.- Repuso la aludida, añadiendo.- Lamento mucho no haber estado bien hace
unos días. Espero que tu cumpleaños fuese un día bonito para ti.
-¡Oh
sí! No te preocupes, madre. - Afirmó el muchacho para relatar.- Padre me ha
prometido que, si me aplico, me dejará entrar en la zona reservada a los
ingenieros. Están terminando una gran caldera que por fin ha logrado controlar
toda la energía oscura de Némesis y dirigirla a nuestro antojo a cualquier
parte del planeta.
-Sí,
es cierto. - Convino Diamante.- Mi preceptor de informática me lo ha comentado.
Dentro de poco tendremos una enorme cantidad de energía para transformar
nuestro mundo. Y eso gracias a las indicaciones que les dio el Sabio. Tal y
como señalaste antes, ¡Ese hombre es realmente inteligente!…
-Bueno,
no sabemos si es un hombre, siempre va cubierto.- Opuso Zafiro.-
-No
seas tonto. ¿Qué otra cosa podría ser? Dijo que tenía un sagrado voto y que no
podía mostrarse.- Le contestó su hermano.-
Su madre les escuchaba ahora sin
poder ocultar el gesto de malestar en su rostro. Volviendo a sus reflexiones
anteriores. Aquel extraño individuo nunca le había gustado. Desde que llegó y
en las escasas dos veces que le había visto en persona le causó una extraña y
recelosa impresión. Aquello le trajo un recuerdo en concreto a su mente. Siendo
todavía soltera fue a ver a la reina Serenity a la Tierra y habló con ella
sobre un tema muy particular.
-Es
un honor que me hayáis recibido, Majestad.- Le agradeció haciendo una leve
reverencia.-
-Por
favor, eso no es necesario, Amatista.- Sonrió afectuosamente la soberana que de
inmediato la invitó añadiendo.- Ven, pasemos a mi cámara privada.
La reina guio a su invitada a una
estancia adornada en tonos burdeos, con
un confortable sofá. Con un ademán la indicó que tomase asiento y ella
misma hizo lo propio a su lado. Tras posar una mano sobre las de la joven le
dijo con tono cómplice y casi maternal.
-He
hablado con tu madre, y ha visto lo mismo que yo. Está muy claro cuáles son tus
sentimientos hacia el príncipe Coraíon.
-Yo…bueno...
–Pudo decir la chica visiblemente azorada.- No creí que se notase tanto.
-No
tienes por qué avergonzarte. El amor no es algo malo.- Le sonrió cariñosamente
Serenity contándole.- Se han hecho grandes cosas por amor. De hecho, muchos de
los habitantes de Némesis fueron allí por eso.
-Algo
me ha contado el príncipe.- Admitió la chica, añadiendo tras atreverse a
preguntar.- Pero ¿Acaso no huyeron de aquí por temor a vosotros?
Por un instante el jovial semblante
de Serenity se endureció, aunque enseguida recobró un talante más suave cuando
declaró eso sí, con tono reflexivo.
-Por
desgracia, a veces las gentes no conocen la verdad o son engañadas. Se las
atemoriza para que desconfíen, y de ahí al odio solamente hay un pequeño paso.
Por ello, si me lo permites, quisiera darte un consejo. Guárdate siempre de los
aduladores o de los que traten de volcar sobre otros las culpas. Esos son muy
peligrosos. En especial los que prometan arreglar todos los problemas con
soluciones mágicas o demasiado sencillas. Eso es algo que muchas veces no se
puede hacer y otras, aun pudiendo, no se debe.
-Entiendo.-
Suspiró la muchacha.-
Aunque su contertulia la tomó
suavemente de ambos brazos y le dijo con una sonrisa llena de afecto y al
tiempo de preocupación.
-No,
aun no lo entiendes, pero créeme que un día lo harás… Y a buen seguro que
tendrás que estar dispuesta a asumir un gran sacrificio por defender a los que
amas.
Y Amatista asintió. Recordaba
aquellas sabias palabras de la reina y se daba cuenta de que, efectivamente,
tuvo toda la razón. Era ahora cuando comenzaba a comprender…recordó después
aquella conversación que tuvo con su madre al día siguiente, en cuanto retornó
a la Luna. Selene la aguardaba en su habitación, tras preguntarle por su viaje
y tomar asiento con ella, encima de la cama de la princesa, la soberana le miró
directamente a los ojos y declaró.
-Hija
mía…Como bien sabes, Serenity y yo hemos hablado de lo tuyo con Coraíon.
-Sí
madre. Ella misma me lo dijo.- Admitió la joven.-
-Ha
llegado el momento pues de que te muestres a la altura de tus
responsabilidades. Sé que es duro pero tengo que exigirte que sepas
renunciar…-Replicó gravemente su interlocutora.-
La joven casi contuvo la
respiración. Apenas fue capaz de musitar bajando la vista.
-Comprendo
que, como princesa heredera tengo una gran responsabilidad. Sin embargo yo…no
puedo evitar sentir lo que siento, madre.
-Lo
sé, mi niña. - Le sonrió su progenitora de una forma más tierna ahora, en tanto
agregaba levantando cuidadosamente el mentón de su abatida hija con una mano.-
Pero tienes que hacer un sacrificio. Aunque quizás no te resulte tan penoso
después de todo… Sin embargo, te aseguro que sí lo será para tu padre y para
mí.- Remachó ahora con lágrimas.-
Amatista miró a su madre con sorpresa.
Quizás fuera a pedirle algo tan duro y doloroso que ya estaba sufriendo de
antemano por ella. De modo que, tratando de sonreír animosamente contestó.
-Mamá.
Si es por vosotros y por el reino haré lo que sea. Si debo renunciar,
renunciaré a él…Sé muy bien quién soy y entiendo perfectamente lo que debo
hacer. Mis deseos personales no pueden estar por encima de mi mundo.
Su interlocutora asintió despacio y
tras devolverle la sonrisa y posar una mano sobre las de la chica, declaró.
-Me
siento muy orgullosa de ti. Y nunca he dudado de que harás lo que debes. Como
lo hicieron tu bisabuela y tu abuela antes que tú. Y como tengo que hacer yo
ahora. -Concluyó ahogando un sollozo, para aseverar.- Las dos fueron unas
grandes reinas de la Luna. Yo espero ser digna de su legado, pero tú, tú mi
niña...serás reina…pero no lo serás aquí.
-Madre,
no te comprendo.- Acertó a responder la desconcertada muchacha.- ¿Por qué dices
eso?
-Los
soberanos de la Tierra hablaron conmigo y con tu padre. Ellos tienen una hija,
La pequeña Dama, que realmente tiene muchos años, pero a causa del gran sueño
recibió una gran dosis del Cristal de Plata. Sigue siendo una cría de apenas
seis años, al menos en apariencia y en mentalidad. Su crecimiento se ha
retardado de una manera increíble. Y no sirve para el propósito que tenían en
mente cuando supimos de la visita de Coraíon. De modo que, como amigos y
aliados que de ellos somos, nos han pedido un gran favor. Y comprendiendo la
importancia del asunto no pudimos negárselo. Nos han solicitado que les demos
algo muy valioso. Lo más valioso que tu padre y yo poseemos.
Amatista quedó sobrecogida. ¿Y si
los soberanos terrestres les hubiesen pedido a sus padres su reino? ¿Acaso
deseaban reunificar la Luna? Al menos así es como lo estuvo en el pasado, antes
de que cedieran parte del satélite a la reina Neherenia, la bisabuela de la
joven. Aunque, cuando expresó este temor, su madre negó con la cabeza y
suspiró. Replicando para asombro de la chica.
-No
hija, ¡Ojalá se hubiese tratado de eso! Lo habríamos entregado gustosos cien
veces. No, mi amor. Lo que Endimión y Serenity nos han demandado, a quién
quieren… es a ti…Nos han propuesto que seas la esposa del príncipe Coraíon.
Ellos saben lo que ambos sentís. Es por eso que, si de veras le amas, te
daremos nuestra bendición. Sin embargo, deberás renunciar a tus derechos de
heredera del reino de la Luna Nueva y cedérselos a tu hermano Granate. Tú serás
reina sí…pero reina de Némesis. En la promesa de que con tu enlace nos traerás
la paz permanente y la amistad con ese mundo.
La joven no salía de su asombro y
movió la cabeza con manifiesta incredulidad. Su madre entonces le dijo
apesadumbrada.
-Lo
siento, hija…
-¡No!.-
Pudo sollozar ella, presa de la emoción.- No, madre…te aseguro que es una noticia
que me hace muy feliz. Estoy enamorada de Coraíon y él de mí. Creía que tendría
que renunciar a él por ser la heredera. Pero gracias al cielo mi hermano podrá
cumplir con ese papel. Será el primer rey de la Luna Nueva que no sea consorte.
-Mi
amor. Ten cuidado con lo que deseas.- Le advirtió su interlocutora acariciando
las húmedas mejillas de la chica, en tanto remachaba.- No podremos volverte a
ver. El afelio de Némesis pronto llegará, es por eso que todo es tan
precipitado. ¡Perdóname, mi niña! Pero nuestra intención al saber que el
príncipe heredero de Némesis vendría siempre fue ésta. No contábamos con que
los dos ibais a enamoraros, eso fue una bendita casualidad. Desde luego que así
las cosas son mucho más fáciles. Sobre todo si en lugar de sacrificarte por
todos lo aceptas gustosa. Aunque quizás ahora soy yo la que se arrepiente. -
Concluyó por confesar visiblemente abatida.- Me arrepiento amargamente de
perderte.
Amatista la contempló durante un
largo instante y luego se abrazó a su madre, las dos lloraron conscientes de lo
que aquello significaba. A buen seguro nunca más volverían a verse. Así estuvieron largo rato… Ahora que
tenía sus propios vástagos aquello le venía a la mente comprendiendo plenamente
al fin lo que esas palabras significaron. Tras la boda en la Luna llegaría el
viaje a Némesis y la ceremonia de esponsales que tuvo a su vez lugar allí.
Desde entonces siempre supo que su esposo la amaba. Luego nacerían sus dos
hijos y por desgracia, comenzó a sufrir esos problemas de salud, achacables
seguramente al insano ambiente de este planeta, pese a todas las mejoras que se
habían ido logrando en décadas.
-Pero
no me arrepiento. Aunque echo mucho de menos a mis padres y a mi hermano.-
Musitó para sí.- Por Coraíon, mis hijos, y la paz y amistad entre nuestros
mundos. Todo ha merecido la pena. Pero, sobre todo, por mis queridos niños…para
que puedan vivir siempre felices y con un hermoso futuro…si es que ese Sabio
les deja…
Y quiso apartar de sí esas funestas
reflexiones. Por suerte o desgracia estaba ajena a que, en ese mismo momento,
el recién nombrado embajador Azabache y el citado Sabio estaban manteniendo una
reunión muy particular. Con el pretexto de mostrarle algunos lugares del
planeta, Azabache acompañó a su “huésped” a la zona restringida. Allí, en total
secreto descendieron a esa sima que cobijaba a su Amo. Una vez accedieron al
interior, apenas iluminados por ese resplandor escarlata que emanaba del fondo
de aquella caverna, se apercibieron que tenían compañía…
-Al
fin ha llegado nuestro momento.- Declaró Caos, dirigiéndose a sus servidores.-
Y es que, congregados ante él y de
rodillas estaban Marla y Azabache. Junto a ellos, en posición del loto y con su
cabeza bajada tras ese capuchón que le cubría, permanecía el Sabio, escoltado
por dos de esos guardianes que habían llegado con él. Todos aguardaban en
silencio las indicaciones de su amo. Éste, tras un breve momento de espera,
finalmente añadió.
-Marla,
Azabache, tenéis una misión muy importante que cumplir. Aunque antes de que
sepáis de qué se trata, os presentaré a dos aliados.
Uno de esos pretendidos guardianes
se quitó un yelmo que le cubría la cabeza. Reveló los rasgos de un hombre
atractivo de cabellos rubios y ojos rojizos como el fuego. Habló con voz grave
y respetuosa.
-Es
un honor, maestro Caos. Soy Valnak, capitán de la horda demoniaca. Mi
acompañante se llama Armagedón y ostenta el mismo rango que yo. Hemos venido
aquí para ayudaros en vuestra tarea.
-¿La
horda demoniaca?- Se sorprendió Azabache, queriendo saber.- ¿Cómo es posible
que estemos confabulados con seres infernales?
-Porque
yo soy una representación del mal.- Le aclaró Caos dejándole petrificado.-
-¿Del
mal? Me dijiste que eras la manifestación de este planeta.- Replicó el anciano
entre incrédulo y horrorizado.-
-Y
es cierto. Este planeta está habitado por el mal.- Repuso su contertulio con
sorna.-
-¡Ya
te dije que era un idiota!, amo.- Se burló Marla.-
-¿Acaso
no te has movido por tu propia ambición?- Le preguntó Caos al atónito Azabache,
añadiendo.- Yo he hecho posible que tú hayas sido importante en este mundo. Te
entregué a esa mujer…
-Magnetita
se quitó la vida.- Le reprochó amargamente su interlocutor.- Dime. ¿Si tan
poderoso eres por qué no lo impediste?
-Los
seres humanos seguís gozando del libre albedrio. - Fue la respuesta.-Si su
deseo fue perecer antes que estar contigo, no estaba en mi mano impedirlo.
Ahora la pregunta es. ¿Qué elijes tú?...piénsalo. Ya eres anciano y te has
quedado sin fuerzas, sin atractivo. Pero yo puedo darte una misión y elevarte
mucho más de lo que un mísero mortal podría…
El asombrado y asustado Azabache
guardó silencio. Tenía aquella disyuntiva ante sí.
-¡Vamos,
imbécil! No tenemos todo el día.- Le espetó Valnak.-
-Si
pudieras prometerme que volvería a estar con ella, los dos juntos para siempre.
Me uniría a ti.- Contestó finalmente Azabache.-
-Eso
es algo que puedo asegurarte. Te unirás a ella.- Concedió Caos.-
Y tras un momento de vacilación, al
fin Azabache aceptó, declarando.
-No
me importa servir al bien o al mal. Con tal de que sea mía por siempre.
-Sea
así pues. – Replicó aquel ente.-
Y un rayo escarlata partió de él
alcanzando a Azabache quien aulló de dolor por aquella descarga. Apenas pudo
percibir como su cuerpo se consumía. Sus restos calcinados cayeron al suelo y
tal y como sucediera años antes con el Sabio, un manto oscuro con un sayal los
cubrió. Aquellos ropajes parecieron cobrar vida elevándose para sentarse igual
que su hermano gemelo. Otra esfera refulgiendo con tonalidades rosáceas
apareció entre sus manos sarmentosas y resecas.
-Ahora,
os une la muerte. El alma de ese humano ha ido a reunirse con su amada...en el
Infierno, ¡ja, ja! - Rio Caos, sentenciando.- Yo cumplo siempre mis promesas.
En su lugar, he dotado a ese despojo de parte de mi esencia.
Y dirigiéndose a ese recién creado
ser y a Marla, les indicó.
-Vosotros
deberéis emprender un largo viaje, más allá del espacio y del tiempo. Cada uno
irá a un lugar y época distintas. Tú, como mi emanación, serás enviado al pasado
en la Tierra. Allí aguardarás el momento adecuado para comenzar tu labor.
-Sí
Amo.- Replicó la voz cavernosa y reverberante de ese nuevo ente maligno.-
-¿Y
yo, mi Ama?- Quiso saber Marla.-
-Tú
deberás hacer algo aquí todavía antes de partir. Y te llevarás a alguien
contigo. Alguien que tiene ya un papel que jugar y un destino marcado.
Y le desveló a su servidora cual
sería esa persona y a dónde habrían de viajar. Marla sonrió inclinándose para
sentenciar.
-Lo
que órdenes. Cumpliré de inmediato ese encargo.
Un agujero oscuro se abrió entonces
junto a Caos, aquel ente encapuchado que acababa de crear fue absorbido por él
desapareciendo. Así, esa especie de pasaje se cerró como si jamás hubiera
existido.
-De
modo que ese es el enlace y aliado que nos has prometido, Señor.- Intervino
Valnak.-
-Así
es. A su debido tiempo os uniréis a él. Os guiará con su saber oscuro.- Replicó
su interlocutor, ordenándoles.- Ahora, mi otro servidor os dará las
instrucciones. Seguidlas y triunfaremos.
-
Lo que mandes.- Contestó Valnak inclinándose, lo mismo que su compañero
Armagedón.-
Y todos salieron de allí, aquel
servidor, que no era otro sino el Sabio, les indicó.
-Tal
y como nuestro amo y Señor ha dicho, tenemos que actuar con sigilo y eficacia.
-Podríamos
terminar con todos esos humanos de un golpe.- Intervino Valnak.-
-Pero
eso no me permitiría alcanzar mi verdadero poder.- Le rebatió su compañero.-
-Tienes
razón. Lo olvidaba. Por alguna extraña razón algo salió mal.- Admitió su
contertulio.-
-Es
por ello que debemos hacernos con el objeto de nuestro deseo. Ese maldito
Cristal de Plata. Con su ayuda, quizás Armagedón logre vencer la resistencia de
su anfitrión. – Declaró el Sabio.-
-¿Por
qué no ir directamente a la Tierra?- Quiso saber Marla.- Yo podría ir a su
capital…
-Los
poderes de Serenity , Endimión y sus guardianas, detectarían el mal que hay en
ti y te destruirían.- Desestimó el Sabio, explicando.- No, debemos ser
pacientes. Todavía quedan años para que nuestro plan fructifique.
-Bueno,
nosotros estaremos aquí poco tiempo.- Replicó Valnak agregando.- He solicitado
el apoyo de una de mis súcubos de confianza. Ella vendrá a recibir
instrucciones y nos precederá para asegurarse del éxito.
-Suena
muy prometedor.- Se sonrió Marla, llena de lascivia para comentar.- Espero que
esa súcubos tenga un poco de tiempo libre para estar conmigo. Se dice que son
unas amantes formidables.
-Olvídate
de eso. No tienes tiempo para pensar en algo que no sea en ejecutar tu parte
del plan.- Le respondió desapasionadamente el Sabio.-
A desgana su interlocutora asintió.
Después desapareció. Fue Armagedón quien preguntó.
-¿Podemos
fiarnos de ella?
-Claro
que no.- Repuso el Sabio.- Pero sí podemos asegurarnos de que actúe como
queramos en tanto sus deseos coincidan con nuestros planes.
-¿Y
cómo lograréis eso?- Quiso saber Valnak.-
-Porque
su objetivo para ella resultará muy apetecible. – Le contestó su interlocutor,
zanjando aquella conversación, en tanto les indicaba.- Vamos, hay mucho por
hacer. Os daré las pautas para vuestra intervención.
Y los tres se desvanecieron a su vez
de aquel túnel subterráneo en el que estaban. Marla por su parte reapareció en
una habitación de palacio. Allí, sonrió al contemplar a una pequeña cría que
dormía. Tal y como estaba previsto, un cristal negro que ahora brillaba,
presidía la estancia.
-Muy
bien, Beryl. Sigue descansando. Dentro de poco tu destino cambiará. Estás
llamada a hacer grandes cosas bajo mi tutela. Una lástima que no tenga tiempo
para pasarlo bien contigo. A veces echo en falta esas diversiones humanas.- Le
susurró a la cría que pareció agitarse en un sueño intranquilo, musitando.- Es
el momento, gracias a la energía oscura de este cristal, podré unirme a ti para
el viaje.
Entonces Marla se transformó en una
suave nube de vapor oscuro que penetró a través de la boca y fosas nasales de
la pequeña. Al instante esta abrió unos ojos que ahora refulgían rojizos,
sonriendo de forma aviesa. Con un tono de voz infantil, deformado por un toque
gutural, declaró.
-Es
hora de irnos…
Una hermosa mujer entró entonces en
la habitación. Tenía el cabello rubio y los ojos rojos. Vestía una especie de
traje de baño negro de una pieza con altas botas por encima de la rodilla del
mismo color. Se presentó a la cría.
-Me
llamo Mireya. Soy la súcubos que estabais esperando. He venido a llevarte a tu
destino.
-¿Tendrías
tiempo de darme algo de placer antes de irnos?- Quiso saber la niña.-
-A
pesar de lo que hayas podido escuchar, las diablesas de mi condición no somos
todas iguales. No me gustan las hembras humanas y menos aún tan pequeñas.
Además, tenemos una misión que cumplir.- Espetó la diablesa con un tono que
parecía irritado.-
-¡Qué
remedio!- Se lamentó ahora Marla con una vocecilla infantil teñida de
malevolencia para pedirle a su contertulia.- Llévanos hasta nuestro destino,
esta cría tiene todavía mucho que aprender para llegar a ser la que fue.
Y obedientemente Mireya asintió,
tomó en brazos a esa niña, y las dos desaparecieron…
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