jueves, 30 de agosto de 2018

GWNE06. Las cuatro hermanas



Los años continuaron transcurriendo. Bastantes cosas cambiaron. Aunque a Idina apenas sí le dio ocasión de percatarse de muchas de ellas. El tiempo se le pasaba al cuidado de sus hijas y de su condado que sí había prosperado en ese ínterin…



-Vosotras al menos estáis conmigo.- Sonreía débilmente en tanto contemplaba a sus pequeñas.-



             Petzite, se aproximó a su madre. Era una niña de más de nueve años ya, pelo verde oscuro de media melena, con agudos ojos del mismo color. Y además de la mayor, la más seria y responsable, aunque algo mandona. Siempre discutía con la siguiente de las hermanas en edad. De hecho, vino a decir con tono enfadado dirigiéndose hacia su progenitora.



-Mamá, Calaverite ha roto un jarrón. Le dije que no jugara con su látigo pero no me hizo caso… ¡nunca me hace caso!



            Idina suspiró. Posó una mano sobre la mejilla derecha de su hija y le sonrió, para responder con ternura.



-Mi mujercita tan responsable. Seguro que tu hermana no lo hizo con mala intención.



            Tras esas palabras, otra niña, de unos ocho años, se aproximó. Era de ojos y pelo castaños. Llevaba un gracioso lazo de color amarillo sujetando sus cabellos tras la cabeza y empuñaba una cuerda que hacía oscilar…



-No la hagas caso, mamá.- Le pidió acusando a su vez.- Petzite siempre me está regañando por todo.

-Lo hago porque nunca te portas bien.- Contraatacó la aludida torciendo el morro.- ¿A qué te dije que no jugaras con tu látigo al lado del jarrón?...Era un regalo de la abuela Kim.



            Por toda réplica Calaverite le sacó la lengua de forma burlona. Petzite se enfadó más arreciando en sus descalificaciones.



-¡Eres una maleducada y una tonta!…

-¡Tú sí que eres tonta! - Contestó la aludida.-

-Niñas. No discutáis.- Les pidió amablemente su madre, haciendo que ambas la mirasen entonces no sin sorpresa. Más cuando, con un tono que parecía emocionado, Idina añadió.- Recordad que os tenéis las unas a las otras. Debéis prometerme que cuidareis de vuestras otras hermanas y de vosotras mismas. Vuestro padre y yo no estaremos siempre a vuestro lado.



            Las niñas se miraron, ahora sin decir nada y con inquietud…fue Calaverite la primera en admitir, en tanto bajaba la cabeza.



-Perdona mamá. No te enfades, no quise romper el jarrón de la abuela.

-Lo sé, tesoro. - Sonrió su interlocutora acariciándola el pelo.-

-Y tampoco quise insultar a Petzite.- Pudo añadir la cría que estaba a punto de llorar, más cuando remachó.- Ni mancharle su falda favorita cuando me la puse…



            Ahora fue su hermana la que la observó entre atónita y furiosa. Esa trastada no la conocía. Aunque mirando de reojo a su madre suspiró diciendo con resignación…



-Bueno…te perdono por eso también. Pero no te enfades, mamá.- Pudo añadir también con gesto de temor, sentenciando.- No nos dejes solas.

-No, claro que no cariño.- Respondió ésta abrazando a ambas niñas.- Decidme. ¿Y vuestras hermanas pequeñas?

-Bertierite estaba leyendo un cuento.- La informó Calaverite.- Creo que Kermesite estaba también en su habitación con ella.

-Sí, Bertie es muy rara. Casi no habla con nosotras. Se pasa el día leyendo y jugando con las piezas de ajedrez.- Valoró Petzite.-



            Idina sonrió, desde luego sus hijas no podía tener personalidades más diversas. Además de la autoritaria Petz estaba la irreverente Calaverite, la estudiosa Bertierite y la soñadora Kermesite. Recordaba bien cada uno de sus partos. Por desgracia, su esposo se perdió el primero. Al menos estuvo en el de Calaverite y en el Bertierite, pero volvió a perderse el de Kermesite. La primera vez, todo había que decirlo, le tomó por sorpresa estando en la Corte. Las dos siguientes ocasiones, Ópalo estaba en su condado, ocupándose de las labores de mejora. En esa época su humor era más alegre. Al parecer el rey Coraíon le tenía como a su más fiable consejero y le había confiado también la instrucción del príncipe Diamante. Eso le daba al esposo de Idina el mayor poder dentro de la Corte o al menos la influéncia más importante. Sin embargo, las cosas entre el matrimonio se fueron deteriorando tras el nacimiento de Bertierite. Y eso que la cría, al venir al mundo con ese cabello de tono casi albino con matices azulados, causó gran expectación en su padre.



-¿Has visto? Podría interpretarse como una señal. Su tono de cabello es muy similar al del príncipe heredero.

-Es casualidad.- Le respondió Idina.- Ya sabes que,con los tratamientos genéticos a os que llevamos sometidos desde hace ya varias generaciones, esto es una lotería.



            Y es que ella , como el resto de los ciudadanos de Némesis, seguía sometiéndose a esas terapias transgénicas para evitar todo tipo de malformaciones debidas a la endogamia y tratar de evitar deformaciones congénitas e incluso enfermedades.. Por suerte, los antepasados de su esposo y los de ella misma no eran comunes, aunque en el seno de cada familia si se hubieran dado casos de consanguineidad.



-Mis bisabuelos eran parientes muy cercanos, y creo que los abuelos de Ópalo también.- Recordó con preocupación.- No quiero que mis hijas sufran ninguna complicación debido a eso.

-De todos modos, es una noticia excelente.- Declaró su marido al contemplar a la pequeña Bertie dormida en su cunita.- Ya somos oficialmente una familia numerosa en Némesis. Únicamente falta un heredero varón.- Remachó con un tono menos eufórico.-



            E Idina suspiró, por un lado le apenaba que Ópalo pareciera pensar únicamente en las ventajas económicas de tener descendencia. Y sobre todo le dolía que apenas sí prestase atención a las niñas, obsesionado como estaba por tener un hijo.



-Somos muy afortunados.- Le comentó ella con un velado toque de reproche.- Tenemos unas preciosas hijas.

-Claro que sí, cariño.- Convino él sin parecer percatarse de esa censura.- Y sería perfecto si pudiéramos tener un niño sano. El heredero del condado de Ayakashi.

-La heredera es Petzite.- Le recordó Idina ahora con un evidente malestar.- No hay leyes en Némesis que le den preferencia al varón respecto de la mujer.

-La ley es la voluntad de su padre. -Replicó él, molesto a su vez exponiendo.- Por lo general son los varones quienes heredan. A las mujeres hay que desposarlas con buenos pretendientes. Al menos en eso tendremos muchas cartas que jugar. Pero, al no ser de la más alta nobleza, debemos obtener recursos para lograr unos buenos partidos. Te guste o no, es la costumbre.

-Es terrible que solamente veas en tus hijas unas monedas de cambio.- Le amonestó Idina con una mezcla de pesar y enfado.-

-Eso no es verdad. Las adoro a todas ellas.- Se apresuró a desmentir Ópalo, agregando al hilo de aquello.- Precisamente por eso me preocupa su futuro.



            Y en eso él no mentía. Siempre que podía pasaba algún rato con ellas. Al principio le fue más sencillo cuando solamente estaba Petzite, después, al nacer Calaverite, quiso repartir su tiempo equitativamente entre ambas. Ópalo pensaba que era mejor si pasaba tiempo con cada una por separado, a fin de fomentar sus cualidades. Más tarde, al nacer Bertierite, y al margen de esas peregrinas ideas, empezó a darse cuenta de que era muy complicado repartir tanto los momentos juntos a sus hijas y comenzó a estar con todas al mismo tiempo. Aquello sembró una incipiente competitividad entre las hermanas por obtener su dosis de atención paterna. Y finalmente llegó al mundo la benjamina, Kermesite. Entonces fue cuando su padre volvió a espaciar sus presencias en casa, ocupado como estaba en mantener su prestigio e importancia en la Corte. El príncipe Diamante y su hermano, el infante Zafiro, estaban creciendo deprisa y no quería que su tutela y atención fueran encargadas a otros nobles. Idina recordaba las agrias discusiones con su esposo, cuando le echaba en cara que prefería a los herederos antes que a sus propias hijas, a lo que él invariablemente replicaba que eso estaba enfocado en garantizar a sus propios vástagos más posibilidades en el futuro. Sobre eso polemizaron haría apenas unos días, aprovechando que sus hijas estaban paseando con su abuela Kimberly en el jardín.



-¿Es que no lo ves?- Le gritaba él cuando perdían los nervios.- Si el futuro heredero presta oídos a mis consejos, podré garantizarles a nuestras hijas unas muy ventajosas relaciones en la Corte y, el día de mañana, que puedan optar a territorios o títulos mayores que los nuestros.

-Yo solamente veo que tus hijas quieren pasar más tiempo contigo y que tú apenas sí las ves unos pocos días cada mes. Te has perdido muchos de sus cumpleaños y otras celebraciones.- Contestaba la indignada Idina.-

-¿Y qué quieres que haga, eh?- Espetaba él, gesticulando con visible enfado.- ¿Que las condene a vivir aquí para siempre? ¿Qué apenas tengan oportunidad de encontrar a algún desgraciado sin futuro que las haga también desgraciadas?

-¿Cómo has hecho tú conmigo?- Le recriminó Idina.-



            Su esposo no replicó de inmediato, un denso y muy incómodo silencio se extendió por la habitación. Al fin, Ópalo suspiró algo más calmado contestando con pesar y amargura.



-Si eso es lo que crees, lo lamento. Pero sabías muy bien cuales eran mis sueños cuando te casaste conmigo.

-Lo sabía, sí.- Replicó ella con voz queda.- Aunque pensé que querrías compartirlos conmigo, y con tu familia.

-Y lo he hecho.- Afirmó su esposo casi con tono desesperado como si no comprendiera el motivo de las quejas de ella.- Siempre te dije lo que estaba planeando, y el porqué.

-Sin embargo, nunca me dejaste tomar parte en ello. He tenido que aguardarte aquí, sola. -Repuso agriamente su contertulia que suspiró a  su vez para añadir con pesar.- Mis padres y mis abuelos… ellos eran diferentes, trabajaron juntos, lucharon unidos. Lo compartieron todo…

-Los tiempos cambian.- Replicó pacientemente él, exponiendo a su vez.- Las cosas no son como antes, por fortuna para nuestras hijas. Por ejemplo.- Le indicó tratando de sonar más conciliador.- Ahora, con los nuevos sistemas que se han desarrollado para absorber y controlar la energía oscura, ellas estarán menos expuestas, tendrán una mayor esperanza de vida. Nuestro condado ha prosperado, mira el jardín por el que las niñas están paseando con su abuela. Está lleno de flores, árboles, vida, donde hace algunos años no había más que tierra yerma y agua. Y tú has tenido gran parte del mérito en ello. No me digas que no has compartido mi sueño…



            Idina no tuvo oportunidad de replicar, el sonido de las risas de sus hijas y la voz de su madre la disuadieron de hacerlo. No deseaba que nadie escuchase las discusiones que ella y su esposo mantenían. Ópalo al menos estaba de acuerdo con eso. Deseaba mantener a toda cosa la imagen de matrimonio ejemplar a ojos de su suegra. Al fin, Kimberly entró llevando de la mano a Kermesite y a Bertierite. Las dos mayores caminaban a su lado.



-Abuela Kim.- Le preguntaba Petzite.- ¿Tú nunca has estado en la Tierra?

-No cielo. Siempre he vivido en Némesis.- Le contestaba su abuela con amabilidad.-

-¿Y no has querido ir nunca?- Inquirió a su vez la curiosa Calaverite.-

-Claro, sobre todo cuando era niña.- Admitió la interpelada, matizando eso sí.- Pero luego vi que Némesis puede ser un planeta muy hermoso.

-¿Y en la Tierra tienen jardines más grandes que el nuestro?- Quiso saber una atónita Bertierite.-

-Muchísimo más, cariño.- Intervino su madre al verlas aproximarse.-

-Pues hagamos más grande el nuestro.- Propuso Petzite.-

-Yo quiero plantar muchas flores.- Afirmó Kermesite, haciendo sonreír a los adultos.-

-Tendrás tiempo, tesoro.- Le aseguró su padre.-

-Pondremos flores de todos los colores. Para que hagan juego con todos mis lazos del pelo.- Añadió una entusiasmada Calaverite. –

-Bueno, niñas, ahora idos a lavar, la cena estará enseguida.- Les indicó su madre.- Seguid a la droida de servicio.



            Y un androide de apariencia femenina, con cabello corto morado y ojos verdes, les pidió a las pequeñas con una voz que reverberaba en tonos metálicos.



-Señoritas, por favor. Acompáñenme a lavarse y a cenar.



            Las crías no se lo hicieron repetir, tenían hambre. Fueron dócilmente con ese robot. Kimberly suspiró al ver como se alejaban comentando.



-¡Cuánto ha avanzado la ciencia! Debo admitir que Rutilo y sus ingenieros han hecho grandes progresos. Ese trasto ya casi parece una persona.

-Gracias a eso se pueden ahora trabajar terrenos y construir donde antiguamente era imposible o muy caro debido a la radiación o a la falta de atmósfera.- Le comentó su yerno quien mirando la pantalla de un miniordenador que tenía a mano añadió.- Si me disculpáis…



            Las dos mujeres asintieron en tanto Ópalo salía de la estancia. Ahora estaban a solas, Idina suspiró mirando como su marido se iba por la puerta de la sala…



-Llámame anticuada hija mía, pero antes había más humanidad. No estaban esas cosas por todas partes.- Comentó Kim.-

-A veces mamá, incluso esas droidas tienen más amabilidad que algunas personas.- Musitó Idina.- Al menos no te dejan sola.



            Kimberly observó a su hija con pesar, moviendo levemente la cabeza para preguntarle concernida.



-¿Habéis vuelto a discutir, verdad?

-Bueno, ya sabes, es algo normal en los matrimonios.- Pudo pretextar Idina sonriendo débilmente.-

- Es una lástima, pasáis poco tiempo juntos.- Comentó Kim.- Muy poco para desperdiciarlo con disputas.

-¿Y qué quieres que haga, mamá?- Preguntó ésta con tono más crispado.- ¿Debería callarme lo que opino?.- Y tras respirar algo agitada, Idina, suspirando de nuevo, bajó la cabeza para musitar.- Lo siento, tú no tienes la culpa. Bastante haces ayudándome a cuidar de las niñas…

-Tranquila, cariño.- Le pidió su interlocutora posando una mano sobre las de su hija.- Para eso están las abuelas. Sabes que adoro a mis nietecitas. Son unas niñas maravillosas. Todas ellas.

-Quizás Petzite sea demasiado marimandona, y Calaverite muy traviesa, Bertierite es algo tímida y Kermesite distraída.- Apuntó Idina sonriendo levemente.-

-Querrás decir que Petzite es responsable, Calaverite es intrépida, Bertierite es muy inteligente y Kermesite está llena de ilusiones.- La rectificó su madre, sentenciando.- Todo depende del punto de vista, cielo. Tus hijas tienen grandes cualidades. Como tú.

-Ellas sí, yo ya no sé qué tengo.- Se lamentó su interlocutora.-

-Tú eres mi niña y eres maravillosa, no dejes que nada ni nadie te convenza de lo contrario. Y solamente con ver la forma en la que estás criando a las niñas es más que suficiente para que me sienta orgullosa de ti.

-Gracias, mamá.- Sollozó su interlocutora abrazándose a ella para gemir.- Es que me encuentro tan sola…

-Nunca estarás sola, cielo. Te lo aseguro.- Afirmó Kim.-



Y queriendo hablar de cosas más agradables, le refirió a su deprimida hija.



- Les he estado contando cosas a las niñas sobre tu abuela Kurozuki y tu abuelo Crimson. Y también les he hablado de su abuelo Richard. Les encanta cuando les describo paisajes y lugares de la Tierra o les pongo antiguas canciones de allí, de las que tanto le gustaban a tus abuelos.

-Ya lo veo.- Musitó Idina y recobrada en algo de su bajón y afirmando ahora no sin algo de sorpresa.- Siempre que sacamos el tema están entusiasmadas con la idea de conocer ese hermoso planeta. Tú siempre quisiste ir, ahora en cambio podrías hacerlo, pese a las regulaciones legales. Y sin embargo ni lo has planteado.

-Cariño, ya soy demasiado mayor, no deseo hacer un viaje tan largo y alejarme de vuestro lado. – Le confesó Kim.- Además, la imagen que me he creado de la Tierra es en efecto tan hermosa que no quisiera empañarla si la realidad no corresponde a mis expectativas.

-Eso es algo que a mí me ha ocurrido en mi vida de casada.- Se lamentó su hija recayendo en el tema anterior.- Era más bonito cuando solamente lo imaginaba.



            Kimberlita la observó con pesar. Sabía perfectamente que Idina no era feliz en su matrimonio. Y para colmo de males su otro hijo Grafito tampoco daba la impresión de serlo. Ambos sin embargo intentaban ocultarlo a ojos de los demás, sobre todo a los de ella, cada vez con menos éxito.



-Antes de venir, Agatha me dio recuerdos y me pidió que te invitase a ir a verles, a ti y a las niñas cuando tengáis tiempo.  -Recordó entonces Kim.-

-Sus hijos estarán ya muy grandes.- Repuso su contertulia.- Me gustaría verles. Y supongo que a Agatha también le haría ilusión ver a sus sobrinas.



            Su madre asintió. Al fin, las crías y Ópalo retornaron. Kimberly les pidió a sus nietas que ayudasen a poner la mesa. Esa era una tradición familiar, les contó.



-Pero abuela, ahora tenemos a las droida que hacen esas cosas.- Comentó Calaverite.-

- Siempre es bueno que sepamos hacer de todo y valernos por nosotras mismas, cariño.- Le respondió Kim, acariciándole la barbilla para remachar.- Nunca se sabe cuándo pueden venir los tiempos de precariedad.

-¿Precariedad?- Se sorprendió Kermesite, queriendo saber.- ¿Qué es eso?

- Cuando no puedes tener las cosas que quieres.- Le explicó su hermana Petzite.-

-Pues entonces yo tengo precariedad de un látigo nuevo.- Declaró sentidamente Calaverite haciendo reír a su abuela.-

-No, cariño.- Dijo Kimberly.-  Tener precariedad de algo, se refiere a estar escaso de cosas fundamentales, como una comida o una buena casa donde vivir. La gente entonces puede llegar a sentirse muy desgraciada y a hacer cosas malas. Escuchad.



            Y para sorpresa de las crías indicó a una droida que le buscase una antigua canción de las que ella escuchaba. Sus nietas prestaron atención cuando comenzó a sonar la música y una voz muy cálida de hombre, desgranaba la letra.



Jimmy no tuvo nada para hacerse un nombre
con un arma que él pulido para un día lluvioso
una sonrisa y una frase de una película de vigilantes
nuestro chico Jimmy simplemente explotó todo por la borda
él dijo que le volvió loco
veinticinco años de vida en precariedad

Precariedad, precariedad, precariedad

Un dulce bebé pequeño en un portal grande de color blanco
que necesita su madre, pero su madre ha muerto
sólo otra prostituta que la suerte puede olvidar
sólo otra prostituta
sucede todos los días ... 


Ella amaba a su pequeño bebé
pero no podía verla desnuda en la precariedad

precariedad, precariedad, precariedad

Yo creo en los dioses de América
Yo creo en la tierra de los libres
pero nadie me dijo
(Nadie me dijo)
que los dioses no creen en nada
así con las manos vacías rezo
y día a día sin esperanza
todavía no me ven
(Verme)

todos hablan de la nueva generación
salta al vagón o te dejarán atrás
pero nadie pensó en el resto de la nación 


"Quiero ayudarte amigo
, pero no tengo el tiempo"
Alguien gritó sálvenme
pero todo el mundo comenzó en la precariedad
precariedad, precariedad, precariedad


hay una gran dama blanca
en un portal grande de color blanco
le preguntó a su papá y su papá dijo 'sí' 


tiene que dar un poco de los dólares que nos
tiene que dar un poco
dicen que es para  mejor
alguien gritó
tal vez 


pero siguieron en la precariedad
precariedad, precariedad, precariedad



Así que corrió a los brazos de América
y besó a los poderes fácticos
y alguien me dijo
(Alguien me dijo) 


que los dioses no creen en nada
así con las manos vacías rezo
y me digo
un día
puede ser que me vean ... 



(Hand to mouth. George Michael, crédito al artista)

            Tanto Ópalo como Idina habían escuchado esa melodía y su letra cada uno sumido en sus propios pensamientos. Al conde no le gustó mucho que su suegra hiciera escuchar aquello a sus hijas. Sin embargo, no dudó en aprovecharlo a su favor, dado que enseguida les dijo.



-¿Veis hijas? Por eso papá y mamá tienen que trabajar tanto para crear un hermoso lugar en el que viváis felices. No queremos que os suceda como a las personas de esa canción.



            Todas asintieron mirándole con los ojos muy abiertos. Bertie incluso llegó a comentar con tono muy agudo para una niña de tan corta edad.



-Y todas esas personas perdieron sus ilusiones. ¿Verdad, papá?

-Supongo que sí.- Concedió él algo sorprendido por aquella reflexión.-

-Yo las comprendo bien.- Musitó Idina de forma que solamente su esposo y su madre pudieran captar aquello.-



            La expresión de Ópalo fue de disgusto al oír eso, su mujer tampoco mostraba buena cara. Por suerte Kim reaccionó enseguida, con un tono más desenfadado y jovial para alentar a sus nietas.



-¡Vamos! ¿Quién me ayuda a poner la mesa?

-Yo puedo llevar varios platos.- Se ofreció Bertierite que había quedado muy impresionada con esa triste canción.-

-Muy bien, tesoro.- Le sonrió su abuela.-

-¡Y yo, y yo! - Se apresuraron a añadir las otras prácticamente a coro.- ¡También queremos ayudarte, abuela!



            Kim les dedicó una tierna sonrisa a todas. Y así lo hicieron, su abuela distribuyó las tareas. Petzite siendo la mayor se ocupó de las copas. A Calaverite le gustaba más llevar los cubiertos, imaginaba que podían ser armas para lanzar. Aunque claro, se guardó mucho de hacerlo. Bertierite tomó algunos platos y a Kermesite le adjudicaron la tarea de las servilletas y otros objetos menos frágiles y más ligeros, al ser la más pequeña. Kim dirigió las operaciones disponiendo la cubertería e indicándoles a las niñas como ponerla. Entre todas no tardaron apenas más que unos pocos minutos. Una vez terminaron, la familia se sentó para la cena.



-Una mesa muy bien puesta. Como las de palacio.- Las alabó Ópalo visiblemente complacido, dando la sensación de haber olvidado su enfado.-

-¿En palacio ponen muchas cosas para comer, papi?- Quiso saber Kermesite.-

-¡Oh sí! - Se rio él, relatándoles.- Hay recepciones muy importantes con muchos comensales y mesas larguísimas.

-¿De largas como nuestra casa?- Quiso saber Bertierite.-

-¿Cómo van a ser tan largas?- Intervino una escéptica Petzite.-

-Os sorprenderíais.- Les contó su padre con tono confidencial.-

-Me gustaría estar allí para verlo.- Declaró Calaverite.-

-Te desilusionarías mucho, mi vida.- Terció Idina, explicándoles a todas no sin dejar pasar la ocasión de enviarle otro solapado mensaje a su esposo.- Son reuniones muy aburridas, llenas de gente que no para de hablar de cosas muy raras que a casi nadie importan.

-¿Qué cosas?- Se interesó Bertierite.-

-Tierras, títulos, posiciones...- Enumeró desapasionadamente su madre.-

-Cosas de mayores. Algún día lo podréis entender. - Matizó Ópalo al que tampoco pareció sentarle bien aquello para remachar devolviendo la pulla.- Vosotras sois muy listas, sí que lo haréis.



            Turno de Idina de mostrase molesta, estaba a punto de decir algo pero se contuvo. Por suerte aquella escalada verbal no fue a más. Bastó una mirada suplicante de Kim hacia ambos para que estos guardasen silencio. Afortunadamente no hubo ningún otro comentario de ese estilo y cenaron en paz y armonía.



-Recordad esto.- Declaró la anciana, haciendo extensiva su mirada al resto de los comensales.- Un hogar confortable, una buena cena, la familia reunida. Somos ricos y muchas veces no lo sabemos apreciar. Estas cosas únicamente se echan de menos cuando se pierden.



            Las crías asintieron contentas, aunque los adultos bajaron sus cabezas con evidente vergüenza. Ni Idina, ni Ópalo se atrevieron a cruzar miradas entre sí ni con Kimberly. Aunque ésta pronunciase esas palabras con afectuoso tono.



-Tienes razón, mamá.- Admitió una cohibida Idina.- No lo olvidaré.



Así concluyó esa velada y las crías se fueron a dormir, lo mismo que su abuela. El matrimonio quedó a solas y no cruzaron palabra. Tampoco tardaron mucho en acostarse, cada uno en habitaciones separadas. Pasaron unos días y la abuela Kimberly se marchó de regreso a su propia casa. Ópalo, como no podía ser de otra manera, retornó a la Corte. Idina volvió a quedarse sola con sus hijas. Y ya habían pasado más de tres semanas sin apenas noticias de su esposo. Pensó en ello con tristeza. Aunque tratando de animarse y retornando al momento presente, les indicó a Petzite y Calaverite, ofreciéndoles una mano a cada una, que estas enseguida agarraron.

-Venid conmigo.



            Las crías se dejaron guiar hasta el cuarto en el que estaban sus hermanas. De hecho, Bertierite, la tercera en edad, de unos siete años, estaba efectivamente leyendo una historia de princesas. Era desde luego la más introvertida de las cuatro. Callada y reflexiva. Tenía mucha afición por la lectura desde muy temprana edad. La verdad es que era muy inteligente y despierta. Su cabello ahora tenía un color casi albino con eso matices celestes que le daban una gran originalidad y sus ojos eran de un azul oscuro muy bonitos.



-Aquí está mi niña… ¡Qué!, ¿Es un libro interesante, cielo?- Quiso saber tras soltar a sus hermanas y acariciar el pelo de Bertie peinado en forma de trenza.-

-Sí mami, es de princesas de lejanos planetas.- Le contó la cría.- Se lo iba a leer a Kermesite, pero se ha ido a jugar a los disfraces…-Remachó con desaprobación.-



            Idina se rio llamándola.



-Kermie, cariño. ¿estás ahí?

-Sí mami.- Escuchó esa vocecilla infantil responder con entusiasmo.- ¡Mira, mira!…



            La benjamina de la familia vino corriendo a su encuentro. Apenas cumplidos los seis años tenía predilección por cambiar de vestuario y por el maquillaje. De hecho, estaba al otro lado de la habitación, con una falda demasiado grande y tratando de ponerse un jersey a modo de sombrero. Eso sí, sin estropear ese peinado tan particular que lucía, con unas especies de mechones de su pelo de un tono morado casi negro, que semejaban orejitas puntiagudas a cada lado de su cabeza. Se lo hizo su abuela Kim, diciendo que a ella se lo había enseñado su propia madre, la Dama Kurozuki, en persona. La cría estaba encantada con aquel estilismo de pelo y sus preciosos ojos violetas miraban ahora hacia su progenitora.



-¡Mami! ¿Estoy guapa?- Quiso saber con patente interés.-



            Su progenitora se acercó observándola divertida. La cría era muy vivaracha y siempre estaba tratando de jugar con el resto de sus hermanas a disfrazarse. Aunque Petzite y Calaverite no le hacían mucho caso al ser mayores y Bertierite se entretenía mayormente por su cuenta ya que solamente se sentía compenetrada con ella durante esos momentos en los que le contaba cuentos a su hermana menor. Aun así quería mucho a Kermesite. Era la única que parecía interesarse un poco por lo que leía y que la escuchaba con atención.



-Estás preciosa Kermie, mi amor.- Le dijo con dulzura su madre, añadiendo.- Todas sois una hermosas señoritas. Mis niñas. Venid a mi lado. Quiero contaros una pequeña historia.

-¿Cómo las que cuenta la abuela Kim?- Inquirió una entusiasmada Kermesite.-

-Sí, de esas.- Asintió su madre, sujetándola cariñosamente junto  a ella en tanto las demás formaban corrillo sentándose alrededor del suelo.-



            Y es que estaban llenas de curiosidad. Incluso Bertie dejó su libro digital sobre apuestos príncipes y hermosas princesas de lugares muy lejanos. Idina les habló entonces de su propia abuela Loren, y de las historias que ella le contara siendo pequeña. De su mundo y de la Tierra. Apenas sí recordaba detalles, pero concluyó comentando con la atención de todas sus hijas sentadas en la gruesa alfombra que cubría el suelo a su alrededor.



-Y seguro que tendremos parientes en la Tierra.

-Si algún día vamos allí. Podríamos buscarlos.- Propuso Bertierite.-

-No vamos a ir nunca allí.- Replicó escépticamente Calaverite.-

-Bueno, el rey Coraíon fue una vez, papá le acompañó. A mí me lo dijo.- Terció Petzite.-

-Papá nunca ha dicho eso.- Rebatió su interlocutora.-

-Sí que lo hizo, lo que pasa es que tú eras muy pequeña y no te acuerdas.- Replicó su hermana mayor cruzándose de brazos, molesta por aquello.- Pero yo sí.

-Es cierto. Vuestro padre estuvo en la Tierra, sí.- Concedió Idina.-



Esta vez fue Petzite quién le sacó la lengua a su hermana Calaverite. La menor de las dos crías adoptó una postura de enfado girándose mientras se cruzaba de brazos.



-Niñas, no os peleéis más, por favor.- Les pidió su madre con tono entre paciente y resignado.-

-Oye mami.- Intervino Bertierite.- ¿Papi nos llevará algún día a la Tierra cuando vuelva?



Y la mujer suspiró algo entristecida ahora, sobre todo cuando Kermesite le preguntó con tono alicaído.



-¿Se ha ido allí otra vez? Hace mucho que no viene a vernos.

-Papá tiene mucho trabajo, cariño.- Respondió su madre, tratando de imprimir un tono de orgullo que realmente no sentía al sentenciar.- Es uno de los nobles más importantes de nuestro mundo y muy apreciado por el rey. Tiene grandes obligaciones que atender allí.

-Sí. Pero me gustaría verle más a menudo.- Comentó Calaverite, con un tinte de voz más triste del suyo habitual.-

-Y a mí.- Convino Petzite con su hermana por una vez.-

-Sí, papá casi nunca viene.- Se lamentó asimismo Bertierite.-

-Yo casi no me acuerdo de cómo es.- Suspiró Kermesite.-



            Su madre las miró apenada, pero ¿qué podía decirles a sus pequeñas? Después de los años ese amor que Ópalo y ella se profesaron se había ido enfriando. Si bien él se alegró mucho por el nacimiento de todas y cada una de sus hijas también se le notaba algo frustrado por no tener un heredero varón. Tras el alumbramiento de Kermesite a ella le comentaron que no sería una buena idea tener más embarazos dado que su salud podría resentirse. De modo que jamás podría darle a su marido un hijo. Idina pensaba que quizás él la culpaba de eso. Aunque fuese de modo inconsciente. Casi habían tenido una hija por año. Como si ella tratase de hacer todo cuando estuviera en su mano por satisfacer ese anhelo de su esposo, pero fracasó. Por ello las ausencias de su marido se fueron haciendo cada vez más prolongadas. Cierto es que cada vez que venía colmaba de regalos y cariño a sus hijas y era amable con ella misma cuando no discutían, pero eso no era suficiente. Las crías a este paso iban a crecer sin un padre. Trató de no pensar más en eso y compuso un gesto jovial. Animando a las pequeñas.



-Seguro que vuestro padre vendrá pronto y os traerá muchas cosas si sois buenas.- Dijo con simulado entusiasmo.- ¡Ya lo veréis!



            Eso alegró a las niñas. De hecho, antes de que se marchase, le habían dado a su padre una lista de cosas que querían y él prometió traérselas. Petzite enseguida pensó en algo de maquillaje. Ya iba siendo una pequeña señorita después de todo. Calaverite estaba más interesada en un látigo de verdad. Bertierite por su parte tenía ilusión en un bonito juego de ajedrez que vio en un escaparate y Kermesite deseaba un traje de bailarina, con un gran tutú. Así, pensando en la promesa de esos presentes, cada una se separó de su madre y volvió a sus cosas. Idina suspiró, consolándose con una de esas antiguas canciones que su madre guardaba. Recuerdos que su abuela Kurozuki había traído de la Tierra. Tras escuchar un hermoso inicio de piano, una voz realmente hermosa de varón, que parecía arrullarla.



Estas lejos
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte, y de mi corazón 


Es extraño que fueras lo suficiente fuerte
Para entonces hacer un comienzo
Pero nunca encontraras
Paz mental
Hasta que oigas a tu corazón

Gente
Nunca podrás cambiar la manera en la que se sienten
Mejor déjalos hacer lo que quieran
Para lo que quieran
Si les permites
Robar tu corazón de ti 


Gente
Siempre hace al amante sentirse un tonto
Pero sabias que te amaba
Pudimos mostrárselo a todos ellos
A través de eso debimos haber visto el amor



Me hiciste un tonto con lágrimas en tus ojos
Cubriéndome de besos y mentiras
Por eso adiós
Pero por favor no te lleves mi corazón

Estas lejos
Nunca seré tu estrella
Recojo las piezas
Y compongo mi corazón 


Quizás sea lo suficientemente fuerte
No sé por dónde empezar
Pero nunca encontrare
Paz mental 

Mientras oiga a mi corazón



Gente
Nunca podrás cambiar su manera de sentirse
Mejor permíteles hacer lo que deseen
Para lo que deseen
Si les permites
Robar tu corazón

Y la gente
Siempre hace que el amante se sienta un tonto
Pero sabias que yo te amaba
Pudimos demostrárselo a todo ellos

Pero recuerda esto
Todos los otros besos
Que hayas dado 

Largo como vivimos ambos 


Cuando necesitas la mano de otro hombre
Uno con el que realmente puedas ceder
Estaré esperándote
Como siempre lo hice
Hay algo allí
Que no pude competir con cualquier otro



Estas lejos
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte y de mi corazón 


Es extraño que estuviera lo suficientemente errado
Para creer que también me amabas
Apuesto que estuviste besando un tonto
Debiste haber estado besando un tonto



(Kissing a Fool. George Michael. Crédito al artista)



            Estando absorta en esa tonada no fue consciente de que la pequeña Kermesite se aproximó a ella, preguntándole entre sorprendida y preocupada.



-¿Por qué lloras, mami?



            Idina se dio cuenta enseguida de que tenía lágrimas recorriendo sus mejillas. En un vano esfuerzo por fingir se las enjugó rápidamente y sonrió. Movió la cabeza para afirmar con forzada voz jovial.



-Es que es una canción muy bonita y me emociono. De un chico que le canta a una chica. Expresando cuanto la quiere.

-¿Y esa chica no le hizo caso?- Inquirió agudamente la cría.-

-Bueno, a veces eso pasa, tesoro.- Pudo responder su madre.-

-¡Pues qué tonta! yo sí que le haría caso. Ese chico canta muy bien.- Afirmó Kermesite.-



            Idina abrazó a su pequeña dándole un beso en la frente a la par que cariñosamente le susurraba.



-Estoy segura de que, un día, un chico guapo te cantará algo así de hermoso. Entonces deberás decidir tú lo que hacer.

-Me casaré con él si canta tan bien.- Sentenció la cría, haciendo reír a su madre.-



Al menos eso animó a Idina, esas canciones tan bellas y antiguas, cantadas algunas de ellas por lejanos antepasados, tenían sin embargo la virtud de no envejecer y de consolarla en su soledad. Eso pensaba la deprimida mujer que dejó a su hija  Kermesite irse para jugar. Los días pasaron y Ópalo retornó al fin. Fiel a su palabra traía regalos para todas, incluida su mujer. No obstante, era asimismo portador de una noticia que no iba a ser precisamente del agrado de ella. De hecho, en tanto las pequeñas jugaban con los obsequios de su padre, tras darle unos besos y abrazos para agradecérselos, tomó de una mano a su esposa y la llevó a otra habitación.



-Tengo que decirte algo.- Declaró él con gesto serio.-

-¿Sucede algo malo en la Corte?- Inquirió Idina con inquietud.-

-No, en la Corte todo va bien. Los príncipes están de maravilla. Incluso hemos establecido contacto con una extraña civilización que pronto ha de enviar a un embajador.- Le informó Ópalo para agregar.- Pero tanto el Duque de Green -Émeraude, como el Marqués de Crimson me han tomado la delantera.

-¿A qué te refieres?- Quiso saber su interlocutora.-

-Los dos me han dicho que enviarán a sus primogénitos a la Corte. Para que terminen su educación allí y entren al servicio de nuestro soberano.

-Me parece muy bien por ellos, eso es lo que siempre han querido.- Repuso Idina de modo indiferente.-

-Creo que sería buena idea que hiciéramos lo mismo.- Afirmó su esposo dejándola helada.-

-¡No, de ningún modo! No separarás a mis hijas de mi lado.- Se negó ella con visible malestar y temor.-

-Escúchame.- Le pidió él tratando de sonar conciliador.- Es una gran oportunidad. Las mejores familias de Némesis llevan a sus hijos e hijas allí, para que puedan tener la ocasión de hacer méritos. El futuro heredero es un muchacho tan solo un poco mayor de la edad de Petzite. ¿Y si ambos se conocieran y se enamorasen? Piénsalo. ¡Nuestra hija mayor podría ser la futura reina de este mundo!

-Pero nuestra hija no es duquesa.- Opuso Idina, pese a que eso realmente le trajera sin cuidado, no obstante alegó.- Según las leyes un heredero debe desposarse al menos con una noble de alto nivel. Una grande de Némesis. Y eso exige estar en posesión de un ducado.

-Eso no sería ningún problema. Conozco a Coraíon y a Amatista, si su hijo se enamora de una mujer cualquiera no dudarían en hacerla duquesa o lo que fuera menester. ¡Imagínate a nuestra Petzite elevada a ese rango! O si no es ella tenemos otras tres hijas más. Dentro de unos pocos años Calaverite, Bertierite y hasta Kermesite serán casaderas. Si no puede ser con Diamante, quizás con Zafiro. Y teniendo muchísima suerte, dos de ellas podrían desposarse con ambos príncipes, y otra con el hijo del marqués de Crimson. La que quedase heredaría nuestros dominios. ¡Sería perfecto!, pero, para eso. Tienen que estar allí.



            Su mujer movió la cabeza enfurecida. No podía dar crédito a lo que escuchaba. ¿Acaso su marido solamente pensaba en las niñas como en unas posibles mercancías? No pudo evitarlo y chilló histérica.



-¡Jamás te lo permitiré! ¿Me oyes? Mis hijas no van a ser subastadas ni vendidas como monedas de cambio para ningún maldito matrimonio a cambio de prebendas o de títulos.

-Son mis hijas también.- Replicó él golpeando una mesa con el puño, en tanto sentenciaba con enfado.- Y por el bien de la familia harán lo que yo les ordene que hagan. ¡Igual que tú!



            Idina, intimidada por aquella reacción de su habitualmente calmado esposo, pasó del enfado a la súplica, contrayendo su gesto y comenzando a sollozar.



-Por favor...no me quites a mis hijas, ¡son todo lo que me queda! Mi padre murió, mi madre está ya mayor y delicada. Sé que se marchó disgustada al ver como estábamos aquí…Mi hermano y Agatha están tan lejos que ni tan siquiera hablamos...



            Y es que, a pesar de esa cordial invitación, no habían determinado la fecha para verse. Grafito siempre pretextaba tener mucho trabajo y Agatha daba la impresión de haberle dicho eso a su suegra por cumplir. De hecho, su cuñada no la había llamado desde hacía muchísimo tiempo. Suspirando casi entre lágrimas, tras meditar sobre esto, Idina añadió.



-Las niñas son mi única alegría en este desolado y lejano páramo en el que vivimos. No las apartes de mi lado, ¡por favor!

-¡Oh vamos! No te pongas a dramatizar. No te las estoy quitando.- Replicó su esposo, tratando de respirar hondo y sonar más tranquilizador.-  ¿Es que no te das cuenta de la importancia que tendría eso para su porvenir? Nuestra obligación es la de mirar por su futuro bienestar, no únicamente por nuestros deseos.



            Pero su mujer se negaba ya a escucharle, tapándose la cara para ahogar sus gemidos. Ópalo solamente pudo decir con un tinte de ligera contrariedad.



-Vamos, domínate. No querrás que las niñas te oigan. Comprende que esto tampoco es agradable para mí. Pero si tú no quieres hacerlo, yo sí que tengo que mirar por nuestra casa y nuestro condado.

-¡Por mí nuestra casa y el condado se pueden ir al infierno! - Le espetó ella entre lágrimas.-

-¡Ya está bien!- Replicó él con tono airado tomándola de los brazos a la altura de ambos hombros, sin demasiada delicadeza.- Te guste o no, eres la condesa de Ayakashi, ¡compórtate como tal!  – Le ordenó zarandeándola con brusquedad.-



            Tras soltarla ella únicamente se dio media vuelta y salió llorando de allí. No quiso cruzarse con sus hijas para que no la viesen con ese lamentable aspecto y se refugió en su habitación. Ópalo respiró hondo tratando de calmarse y retornó a la estancia donde estaban las niñas. Éstas, afortunadamente ajenas por completo a la discusión de sus padres, seguían jugando con sus regalos.



-¿Dónde está mamá?- Quiso saber Kermesite, que se había puesto ese traje de bailarina que tanto había pedido a su padre.- Quiero que me vea…

-Está cansada, cariño.- Respondió el interpelado con dulzura, mirando a su benjamina sin poder evitar sonreír.- Se ha ido a su cuarto.

-Papá, mira que bien me queda este lazo.- Le reclamó Calaverite.-



            El requerido se aproximó asintiendo. Su hija ya se había puesto un lazo rojo tras el pelo y ondeaba un látigo de cuero con empuñadura dorada. Petzite por su parte estaba muy contenta con el set de maquillaje que le habían regalado. Y Bertierite colocaba con entusiasmo esas piezas de ajedrez del nuevo juego que su padre le había traído.



-¿Papi, quieres jugar conmigo?- Le propuso la cría, a lo que Ópalo asintió divertido.-



            Él había enseñado a Bertie desde que la niña era muy pequeña. Su hija era realmente muy inteligente y despabilada, mostró ser muy buena alumna y aprender con celeridad. Comenzaron la partida, e incluso lograron que el resto de las hermanas les observasen con interés. En voz baja, Kermesite le preguntó a  Petzite.



-¿Crees que Bertie le podrá ganar a papá?...

-Es imposible. Es muy pequeña. Y papá sabe jugar muy bien. - Repuso su hermana.-

-¡Chiis!- Les indicó Calaverite con visible expectación.- Le toca mover a ella.



            Bertierite se concentraba frunciendo el ceño con una graciosa expresión. Su padre se sonreía al verla. La niña entonces le comió una torre, y, cuando estaba visiblemente contenta por lo que juzgó un descuido de su adversario, éste movió un alfil y sentenció.



-Jaque mate.

-¡No lo he visto! - Se lamentó la cría desinflando su entusiasmo.-

-En el juego, como en la vida, hay que estar atentos a todo, Bertie. Nunca te confíes cuando las cosas parezcan demasiado fáciles. Y eso vale para vosotras también, hijas.- Les explicó su padre, haciendo el consejo extensivo al resto y añadiendo.- Lo malo es que aquí, rodeadas de atenciones y siempre pegadas a las faldas de vuestra madre, nunca podréis aprender eso.

-¿Y dónde podríamos aprender?- Quiso saber Kermesite.-

-En la Corte.- Le respondió Ópalo, esbozando ahora una sonrisa para añadir con animación.- Allí tienen a los mejores profesores de Némesis. De danza, de ajedrez y de cualquier otra cosa. La moda de todo el planeta también se dicta desde allí.

-¡Cómo me gustaría ir! – Exclamó Calaverite.-

-Podría mejorar mucho al ajedrez.- Afirmó Bertierite con gran interés.-

-¡Sí, estaría genial!  Aprendería a bailar muy bien. - Convino Kermesite con visible ilusión.-

-¿Nos llevarías, papá?- Le preguntó Petzite con el mismo deseo.-

-Claro.- Asintió el interpelado, sonriendo.- Por supuesto hijas…yo quiero lo mejor para todas vosotras. De modo que si os portáis bien…

-Voy a decírselo a mamá, seguro que se pondrá muy contenta.- Exclamó Kermesite, añadiendo.- Y así verá lo bien que me queda mi traje de bailarina.



            La pequeña corrió hacia el cuarto de su madre. Idina había estado llorando pero, al oír los gritos de su hija sonando cada vez más próximos en tanto la llamaba, enseguida se enjugó las lágrimas y se adecentó. No quería que la viese en aquel lamentable estado. Forzó una sonrisa cuando la cría entró preguntándole con entusiasmo.



-Mami, ¿te gusta mi traje de bailarina?...



            La interpelada observó ese vestido de tonos púrpuras y lilas a rayas verticales y un tutú de color morado oscuro. Lo cierto es que la niña estaba muy graciosa así vestida y no pudo evitar volver a sonreír, pero ahora de forma genuina, y replicar.



-Estás preciosa, cariño.

-¡Y papá nos ha dicho que nos va a llevar a la Corte! - Le contó su pequeña interlocutora con tono alegre.- ¡Es genial!



            Para su madre aquello fue como si la hubieran clavado una daga en el corazón. Apenas pudo controlarse para abrazar a su hijita y decir.



-¿Eso os gustaría, cielo?

-Sí.- Afirmó la cría con rotundidad.- Todas queremos ir…papá ha dicho que si somos buenas nos llevará.



            Idina suspiró sintiéndose derrotada. Ópalo siempre fue muy hábil a la hora de manipular a cualquiera. Lo hizo con ella cuando la conoció. Fue quizás muy ingenua pero siempre creyó que el amor entre ambos era lo más importante. Sin embargo, luego se fue percatando de que su esposo deseaba más que nada medrar y llegar a ser una figura importante en Némesis. Para ello, entroncar con la familia Kurozuki, una de las más importantes entre los pioneros, había sido una garantía. Pese a que él mismo pertenecía a la familia Gneis, que a su vez era de prestigio. Pero ahora con las perspectiva de los años y la experiencia lo veía. Su marido deseaba tener todos los triunfos en la mano. Recordó con amargura esas proféticas palabras de su cuñada.



-El matrimonio es una cosa muy seria.- Musitó. -



            E Idina se daba cuenta también de eso. La misma Agatha no daba la impresión de ser demasiado feliz. Se acordaba de cuando venía a visitarla siendo ella todavía soltera. Parecía querer estar siempre a su lado y no separarse.



-Yo era la única con la que podía desahogarse. Y ahora soy yo quien no tiene a nadie para hacerlo. - Pensó llena de tristeza.-



Pero no todo era tan terrible. Al menos tuvo a sus maravillosas hijas. Los momentos de alegría que pasaba con ellas la resarcían en gran parte. Sin embargo, las crías crecían inexorablemente e Idina siempre temió que, tarde o temprano, Ópalo centrase en ellas sus expectativas. Su esposo, tan lleno de encanto como de falsedad, fue capaz de hacerse un hueco en la Corte junto al rey. Y ahora tenía en el bolsillo a las niñas. Ella no podría ni tratar de oponerse dado que sus hijas estarían visiblemente ilusionadas y llenas de interés por ir a ese mágico lugar que su calculador padre les había descrito.



-Ven cariño, vamos con tus hermanas.- Musitó ella.-



Y cuando tomó de la mano a Kermesite y fue a ver al resto, confirmó esa impresión. Su esposo había conseguido que fueran las crías las que le pidieran de modo insistente que las llevase allí. Había jugado con su inocencia infantil. No podría evitarlo. Y, de intentarlo, sus propias hijas se volverían en contra suya puesto que no lo entenderían. Para ellas su papá era aquel hombre afable y cariñoso, que les traía regalos cuando volvía de sus importantes cometidos. Ella en cambio debía lidiar con la monotonía del día a día. No tuvo más remedio que resignarse. Así pues sonrió a sus pequeñas pero al mismo tiempo dedicó una fría y torva mirada a su marido. ¡Jamás le perdonaría aquello! Así, pasadas unas semanas, Ópalo decidió que el momento de partir había llegado, al fin llevaría a sus hijas de visita a esa ciudad tan magnífica… Idina apenas sí quiso acompañar a las chicas hasta la salida de su casa. No podría soportar el separarse de ellas y no deseaba romper a llorar. Dándose cuenta de eso, su esposo se acercó a ella y le dijo, pese a que la mujer no quería ni mirarle.



-Tranquilízate. No voy a llevármelas para siempre. En esta ocasión solamente serán unos días para que conozcan la capital. Después volverán.



            Idina pudo mirarle ahora, con una expresión entre sorprendida y aliviada. Entonces sí pudo decir con tono suplicante.



-Por favor…no me las quites. No podría vivir sin ellas.

-No soy un monstruo, querida.- Replicó él agregando con tono que parecía hasta dolido.- ¿Acaso te crees que no tengo corazón? Sé cuanto las quieres, lo mismo que yo. Escucha. Te propongo una cosa. Si cuando vuelvan te ocupas de que sean bien educadas y que aprendan las destrezas adecuadas para la vida cortesana, no será necesario que me las lleve todavía. Por lo menos durante unos años.

-Sí, haré lo que quieras.- Le imploró su esposa que se atrevió a proponer.- Lo haré…si quieres, podría ir con vosotros…

-No creo que estés en condiciones. Ya sabes lo exigente que es la vida en la Corte. - Replicó él mirándola con severidad.- Además, alguien debe quedarse aquí. Y quiero estar con mis hijas y actuar como un padre para ellas. ¿No es eso lo que siempre me reprochas?



            Ella bajó la mirada, no estaba segura de que su marido estuviese representando ahora ningún papel. Quizás le había herido, quiso tomarle de una mano pero éste se la negó. En esta ocasión fue él quien la miró con expresión indignada. Idina quedó allí, viéndole marchar con una mezcla de tristeza y alivio. Estaba muy claro que su matrimonio había naufragado, pero al menos tendría de regreso a sus queridas hijas. Por su parte Ópalo se alejó para unirse a las niñas y partir hacia la capital. Tomaron uno de los deslizadores cortos que comunicaban su condado con las vías principales y de ahí, uno hasta la capital.



-¡Qué camino más largo!- Comentó una asombrada Calaverite pegando la nariz contra la ventana del transporte.-

-Son unas autopistas que comunican todo el planeta.- Les contó su padre.- Vuestro abuelo Richard diseñó y construyó muchas de ellas. Por ejemplo, esta por la que vamos ahora.

-El abuelo debió de ser muy listo.- Valoró Petzite al darse cuenta de un detalle que enseguida comentó. – Son muchas rutas cruzándose. Y no se molestan entre sí.



            Así era, multitud de tubos especiales fabricados de un material altamente resistente protegían a los vehículos aerodeslizadores que se movían por ellos usando la inducción electromagnética. Alcanzaban altas velocidades que permitían la comunicación de cualquier parte del planeta con la capital en cuestión de apenas unas pocas horas. El abuelo de aquellas asombradas niñas llevó a cabo, en efecto, una gran labor.



-¿Lo veis, hijas? Cada miembro de nuestra familia ha ayudado al desarrollo de Némesis. Unos construyendo cosas, otros plantando flores, algunos como yo mismo, aconsejando al rey y aprobando leyes para mejorar la vida de las personas.

-¡Eres muy importante, papá!- Le alabó Calaverite, con sincera admiración haciendo a su progenitor sonreír.-



            Y todas sus hermanas asintieron, aquellas palabras concitaban el unánime acuerdo entre ellas. Admiraban muchísimo a su padre, es más, le tenían en una especie de pedestal. Por supuesto que le echaban mucho de menos durante los largos periodos que pasaba fuera de casa, pero empezaban a entender, (sobre todo las dos mayores) que eso se debía a las cosas tan importantes que hacía para ayudar a todos. Por suerte en esta ocasión las llevaba con él. El mismo Ópalo, con la experiencia que tenía y su capacidad de persuasión, vio esas expresiones en las niñas y hábilmente comentó.



-Cuando lleguemos a la capital comprenderéis lo importantes que son todas estas cosas que hacemos. Y se lo podréis contar a mamá. Se pondrá muy contenta. Ella no ha podido acompañarnos porque debe cuidar de nuestra casa.



Sus hijas asintieron con entusiasmo. ¡Les encantaría ver todo aquello y después contárselo a su madre! Y Ópalo cumplió con su palabra, llegaron al fin y mostró a las crías lo más bonito y espectacular de la ciudad que albergaba la Corte y el Consejo. Los altos edificios que parecían grandes farallones de cristal, desafiando al terreno con su altura, el gran palacio del rey construido con rocas labradas de forma particularmente hermosa, las muchas tiendas y parques que allí existían. La luminosidad que aportaban gigantescos proyectores que transformaban la energía oscura en algo similar a la luz solar. Incluso lagos llenos de agua bastante más extensos y bonitos que los de su territorio, con riachuelos que cruzaban de un lado a otro de la ciudad con si se derramaran por el entorno aportando frescor y hermosura por donde transcurrían, a la vez que un relajante rumor al correr por algunos desniveles, llegando a crear cascadas cristalinas que refulgían con tonos arcoíris a su contacto con la luz. El conde de Ayakashi guardó silencio dejando que sus hijas se deleitasen con la contemplación de todo aquello. Al fin sonrió para preguntarles.



-¿Veis el agua que alimenta esos ríos?



            Y cuando todas asintieron, asombradas ante la transparencia de esas aguas, incluso quedando maravilladas al ver a algún pez que las cruzaba, Ópalo aseveró con tono lleno de satisfacción e incluso nostalgia, hablando incluso de sí mismo en tercera persona.



-Pues vuestro padre fue en algunas expediciones a buscar cometas de donde la trajimos.

-¡Es increíble!- Afirmó Bertierite, comentando llena de entusiasmo.- Me gusta muchísimo el agua, y nadar. ¿Aquí se puede nadar, papi? ¿Hay piscinas como las que tenemos en casa?



            La cría aludía a una pequeña piscina de pocos metros de largo y apenas tres de ancho que tenían en el exterior. Habían aprendido a nadar allí y a Bertie le encantaba hacerlo con su traje de baño azul de una pieza. Su padre, divertido al escuchar ese entusiasmo en su habitualmente tímida hija, le respondió.



-En algunas piscinas, sí. Y las hay mucho más grandes que la de casa. - Sonrió éste.- Ya os llevaré si tenemos tiempo.- Le prometió.-

-¡Es todo muy grande y hay muchísima gente! - Exclamaba una deslumbrada Kermesite elevando sus pequeños brazos hacia el cielo.-

-Es verdad.- Convino Bertierite, sonriendo de una forma mucho más amplia de lo que solía, pensando todavía en esa promesa de su padre.- Tienen muchísimos edificios y los jardines son maravillosos.

-Eso es porque no habéis visto los que tienen en palacio. Estos a su lado no son gran cosa.- Sonrió Ópalo, invitando a las crías con animación.- ¿Os gustaría poder hacerlo?

-¡Síi!- Corearon las niñas realmente entusiasmadas por la idea.-

-¿De verdad que podremos entrar en palacio, papá?. - Quiso saber una asombrada Calaverite.-

-Nuestro padre es un noble muy importante. Claro que nos dejarán.- Le respondió Petzite con total convicción.-



            Y por una vez, su hermana asintió, deseando que así fuera, creyendo eso a pies juntillas en lugar de comenzar a discutir. Ópalo se sonrió realmente satisfecho. Eso era precisamente lo que había planeado. Sus hijas iban a quedar realmente impresionadas de su visita y la guinda la tenían delante. El jardín de los soberanos era el más grande y hermoso de todo Némesis, a su lado hacía quedar al del condado de Ayakashi como si de unas cuantas macetas con plantas se tratasen.



-Seguidme.- Les ordenó él a sus hijas que obedecieron sin rechistar.-



            No obstante, lo que el calculador Ópalo no les explicó es que iban a acceder por la entrada pública, de este modo se ahorraba el tener que solicitar permiso para entrar por la zona privada y obtenerlo, lo cual podía dilatarse. Sabedor de eso, las llevó a una hora en la que había pocos visitantes, dándoles la impresión de que esos hermosísimos jardines estuvieran allí casi únicamente para ellos. Entraron a través de una gran puerta y tomaron un largo y amplio camino de tierra. A ambos lados se extendían grandes zonas ajardinadas con flores de todo tipo, incluso árboles, algunos con un tamaño realmente apreciable.



-¡Guau!- Exclamó la perpleja Kermesite. - ¡Qué maravilla!



            La cantidad de lilas violetas, rosas de varios colores y hermosas kerrias, entre otras muchas variedades de plantas, llamaron la atención de todas. Bertierite se quedó ensimismada observando esas flores, tanto que se detuvo durante unos instantes dejando que sus hermanas y sus padres se alejasen.



-¿Te gustan?- Escuchó entonces una amable voz de mujer.-

-Sí.- Asintió la pequeña mirando hacia aquella individua.-



            Era alta, muy guapa, de largos cabellos rubios recogidos en una coleta, hermosos ojos violetas que observaban a la cría con interés al tiempo que sonreía. Enseguida le preguntó a la niña.



-¿Has venido sola?

-No, he venido de visita a ver la capital, con mi padre y mis hermanas, están allí.- Señaló la cría hacia unos veinte metros más adelante.-

-¿Cómo te llamas?- Quiso saber esa agradable mujer.-

-Bertierite. Aunque mis hermanas me llaman Bertie. - Le respondió la pequeña.- ¿Y usted, señora?- Quiso saber muy educadamente, tal y como le habían enseñado.-

-Yo me llamo Amatista.- Sonrió su interlocutora, quien, observando un grupo de rosas de diversos colores, le preguntó.-¿Conoces el lenguaje de las flores, Bertierite?

-No. ¿Las flores hablan?- Inquirió la desconcertada niña.- Yo nunca las he oído.



            Su contertulia se rio divertida, con un tono suave y musical. Pese a ello asintió, sonriente una vez más.



-Sí, aunque hay que saber escucharlas. Mejor dicho, observarlas. Ellas tienen su propio lenguaje, y está basado en sus colores. A veces lo llaman floriografía.

-¿Y usted sabe hablarlo?- Inquirió Bertierite.-

-Hablarlo no mucho, pero sí comprenderlo, un poco.- Le respondió esa mujer, explicándole.- Mira, ¿ves esas flores?- Le indicó señalando hacia las rosas.- Pues mira,- enumeró citando algunos ejemplos.- El color rojo puede simbolizar amor, pasión, felicitación exaltada. El blanco es inocencia, pureza  y humildad. Con el rosa se puede dar a entender aprecio por alguien, gratitud ante un favor, el rosa suave es simpatía. Para la amarilla hay que tener cuidado porque a veces significa amistad, pero otra celos e infidelidad, y el azul da a entender que existe confianza y afecto.



            Bertierite escuchó realmente interesada. Estaba muy impresionada con esa mujer tan inteligente. En parte le recordaba un poco a su abuela Kim y a su madre, cuando hablaban de cosas parecidas.



-Sabe usted mucho de flores, ¿trabaja aquí?- preguntó la niña.-

-Sí, puede decirse que trabajo aquí.- Sonrió la interpelada.-

-Nosotros tenemos jardines en casa, pero no son tan grandes como éste, seguro que tendrá mucho trabajo cuidando de él.- Comentó ingenuamente la pequeña.- Espero que tenga muchas droidas para que la ayuden.

-Es un trabajo que me encanta.- Le susurró confidencialmente esa mujer.- No preciso de droidas. Al menos no siempre.- Matizó guiñándole un ojo.-

-A mi madre y a mi abuela les gustan mucho las flores.- Le contó la niña casi a modo de confidencia.-

-Mis favoritas son las de jazmín.- Le desveló Amatista, inquiriendo a su vez.- ¿Y las tuyas?

-Esas de ahí, que son amarillas.- Señaló Bertierite.-

-¡Ah!, las kerrias japónicas.- Comentó su interlocutora.- Sí, son muy hermosas.

-¡Le pediré a mi madre que plantemos algunas! – Afirmó la cría con visible entusiasmo.-

-¿Sabes una cosa? Esas flores fueron plantadas aquí hace mucho tiempo, por una señora muy sabia y muy buena.- Le contó Amatista.-



            Al menos eso le contaron a ella. Fue una de las pioneras las que las plantó. Otra mujer que amaba la naturaleza y que contribuyó a crear belleza en ese árido mundo.



-Escucha Bertie, cuando os vayáis, pasad por la entrada y pedid que os den algunas semillas. Es gratis.- Le explicó afablemente a la cría.-

-Muchas gracias.- Sonrió la pequeña afirmando con alegría.- A mamá y a la abuela Kim les van a hacer mucha ilusión…



Ese nombre le era desde luego familiar a Amatista. Estaba bastante segura de quién era, no obstante deseaba cerciorarse del todo. Iba a preguntarle a la cría a propósito del mismo. Sin embargo, la llamada de su progenitor sacó a la niña de esa conversación. Bertierite sonrió algo tímidamente a esa hermosa señora y se despidió.



-Tengo que irme, me llama mi padre. Encantada y gracias por todo lo que me ha contado. Adiós.

-Ha sido un placer. -Respondió afablemente la mujer.- Adiós Bertie…



            La pequeña corrió a reunirse con su familia. Amatista por su parte se metió por un camino adyacente quedando al abrigo de las miradas del grupo. Ella sí pudo observar cómo se giraban para ver con quien habría estado hablando la niña.



-Vaya, si es el conde Ópalo. Entonces estaba en lo cierto. Tiene unas hijas realmente muy simpáticas.- Se dijo Amatista.-



            La soberana había salido vestida con ropas poco llamativas a dar una vuelta. A esas horas sus hijos estaban recibiendo sus lecciones con los tutores de palacio y su esposo el rey mantenía una reunión con algunos nobles. Aburrida como estaba salió a mezclarse un poco con la gente. Era curioso, pese a ser la reina y no esconderse, cuando iba ataviada como ahora, con unos sencillos pantalones blancos, zapatillas, una blusa amarilla y su pelo recogido, casi nadie la reconocía.



-Mucho mejor así, prefiero poder charlar de este modo tan agradable con una niña tan encantadora. Sobre todo sin que su padre venga a hacer cálculos palaciegos.- Se dijo, disminuyendo su entusiasmo por esto último.-



            Y es que de sobra conocía las motivaciones de Ópalo. No es que fuera un mal tipo, pero jugaba a lo mismo que todos los demás, a que su posición en la Corte se mantuviera prestigiosa o incluso mejorase. De modo que fue mucho más bonito para Amatista el tener la ocasión de conversar tan amigablemente con una de sus hijas sin que él estuviera delante.



-Ojalá pudiera conocer a las otras del mismo modo. Antes de que se maleen por la vida en la Corte. Si es que algún día vienen aquí para quedarse. - Se dijo, recorriendo aquel jardín. –



            Por su parte el conde de Ayakashi miró a su pequeña Bertie con curiosidad, preguntándole.



-¿Con quién estabas hablando, hija?

-Con una señora muy simpática que trabaja aquí. Sabía mucho de flores…- Le contó la niña.-



            Su padre suspiró, supuso que sería algún miembro del personal de jardinería. De todos modos esas crías eran demasiado confiadas y eso no era bueno. Así pues les comentó a todas ellas.



-No es adecuado que os pongáis a hablar con la primera persona que os dirija la palabra. Aseguraos antes de que sabéis quien es.

-Pero mamá dice que tenemos que ser educadas y saludar si nos saludan.- Objetó Kermesite.-

-Sí, por supuesto, eso es diferente.- Le respondió pacientemente su padre.-

-¿Y cómo vamos a saber quién es si no nos lo dicen antes?- Inquirió perspicazmente Calaverite.-

-Papá quiere decir que no tomemos confianza con desconocidos.- Aclaró Petz a sus hermanas.-

-Así es.- Convino Ópalo, dándole la razón a su primogénita.- Está bien cultivar las relaciones sociales pero con prudencia. Es una lección que tendréis que aprender, hijas mías. Por eso, entre otras cosas, es bueno que podáis pasar tiempo aquí.

-Pues esa mujer era muy simpática.- Insistió Bertierite añadiendo con lástima.- Que pena, ya no la veo.

-Habrá tenido que irse a cuidar las flores.- Supuso Kermesite.-



            Y aunque tenía curiosidad por saber quién era y estuvieron mirando durante un ratito no vieron ya a esa mujer. No tardaron en olvidarse de ello en tanto se deleitaban contemplando tanta belleza natural. Al fin concluyeron la visita a los jardines. Después Ópalo las llevó a tomar algo a una zona más reservada a niños. Hacía algunos años que desde la Tierra se habían importado esas modas de crear lugares exclusivamente infantiles, donde los críos pudieran divertirse sin problemas. Áreas con toboganes y otras atracciones. Allí estaban cuando una conocida del conde le saludó.



-Hola Ópalo, no sabía que estuvieras por aquí.



            Él enseguida reconoció a Turquesa. La mujer paseaba por allí cuando creyó reconocerle, se acercó y sonrió divertida. No tenía costumbre de ver a ese tipo fuera de los Consejos de gobierno. Ahora daba la impresión de ser todo un padre solícito. Y así se lo comentó.



-No conocía tu faceta de hombre de familia. ¿Y tu esposa, ha venido contigo?

-Idina tuvo que permanecer en nuestro condado. Hay mucho que hacer allí.- Repuso indiferentemente él.-



            Las crías estaban cada una dedicada a una cosa. Kermesite y Bertierite en los columpios, en tanto sus hermanas comían algo. Ópalo enseguida las llamó a todas. Acudieron de inmediato y las presentó a Turquesa. Ésta, como no podía ser de otra manera, se sonrió, declarando.

-¡Vaya unas señoritas tan guapas! Vuestro padre estará muy orgulloso.

-Gracias señora.- Respondió Petzite en nombre de las demás. -

-¿Habéis venido a conocer la capital?- Se interesó la duquesa.-

-Sí, papá dice que aquí se hacen cosas muy importantes y que tenemos que aprender cosas sociales.- Repuso ingenuamente Kermesite.-



            Turquesa llegó a esbozar una sonrisa. Esas crías desde luego eran muy inocentes, incluso más de lo que por sus cortas edades deberían.



-Me parece muy bien, vuestro padre es un hombre muy inteligente y un buen amigo.- Les comentó con tono afable, tras lo que, de un modo más institucional, añadió dirigiéndose a Ópalo.- Me ha alegrado mucho verle, señor Conde. Espero que coincidamos pronto en el Consejo.

-Lo mismo digo, Señora Duquesa.- Replicó cortésmente él, inclinando un poco la cabeza.-



            Y una vez se hubo ido Turquesa, Petzite preguntó a su padre con curiosidad.



-Esa señora es muy importante, ¿verdad?

-¿Es la reina?- Inquirió la entusiasmada Kermesite.-

-No, es duquesa.- Le recordó Bertierite.-

-Los duques y las duquesas son los nobles más importantes del reino después de los propios reyes. Es estupendo que papá sea amigo de una duquesa.- Declaró Calaverite que recordaba eso de alguna lección de sus institutrices.-

-Bien dicho, tesoro.- Sonrió Ópalo asintiendo.-



            Le gustaba mucho la actitud de esa cría. Era una muchacha despierta, que analizaba con rapidez las cosas y siempre sabía qué decir. Capaz de improvisar con mucha naturalidad. Aunque a veces se excediera en mordacidad. Incluso siendo tan pequeña era una niña que sabía sacar punta a cualquier cosa. De hecho, enervaba casi siempre a su hermana mayor.



-Sí, para analizar a un posible rival o una propuesta, Calaverite sería la más indicada. Aunque para establecer una relación institucional, preferiría a Petzite.- Meditó él, casi divertido. –



            Y es que la mayor de las hermanas era muy protocolaria, mantenía las distancias y era muy consciente de la diferencia de estatus. En eso Calaverite era bastante más irreverente, pese a ser educada a su vez. Sin embargo, la primogénita se tomaba en serio ese papel de ser la de más edad. Continuamente se lo recordaba al resto y le gustaba mostrarse responsable como la que estaba al mando tras sus padres.



-Claro, tras los duques vienen los marqueses y después los condes como papá y mamá. Luego vizcondes, barones y otros poseedores de terrenos. - Añadió precisamente Petzite.-

-Muy bien.- Aplaudió Ópalo afirmando con sincero orgullo.- Veo que habéis aprendido las lecciones acerca de rangos y protocolo.

-Mamá nos dice que son cosas muy importantes.- Apuntó Bertierite.-



            Su padre asintió, esa niña era  en su opinión la mejor dotada intelectualmente, aunque bastante tímida a la hora de hablar en grupo. No tenía desde luego la fuerte personalidad de su hermana Petzite ni el desparpajo y el don de gentes que poseía Calaverite, capaz de entablar amistad con cualquier crío que hubiera por allí. De hecho, antes de que Turquesa llegase la observó hablando con dos o tres. Quizás Bertie fuese muy niña aún. No obstante, si se tratase de establecer planes a largo plazo y analizar cuidadosamente pros y contras de una situación, estaba convencido de que la tercera de sus hijas era la más dotada para ello.



-Entonces somos una familia importante. ¿Verdad papá? Porque aquí hay mucha gente y muy importante también.- Intervino la entusiasmada Kermesite.-

           

            Ópalo le sonrió. Su benjamina era con mucho la que más se entusiasmaba por todo. Era dúctil y fácil de convencer. Eso no era bueno para la mayoría de las cosas. Sin embargo, podría hacer de ella una estupenda camarera de palacio. Siempre sería leal a sus soberanos. Al menos empatizaba rápidamente y era abierta a las novedades, que acogía con interés y buen talante.



-Es la más  accesible a los demás, puede que por su corta edad. Todavía es demasiado inocente. – Reflexionó su padre.- Pero si se la prepara adecuadamente, sería maravillosa a la hora de establecer relaciones sociales y tender puentes.



            Y esas valoraciones le estaban siendo muy útiles. Precisamente por eso, además de para deslumbrar a las niñas, quiso venir con ellas sin la presencia de su madre. Idina podría haberlas influenciado en demasía sin permitirles expresar del todo su potencial. De este modo Ópalo comenzó a pensar para qué cometidos podría ser más valiosa cada una de sus hijas. Incluso se daba cuenta de que, en mayor o menor medida, todas tenían algunas cualidades que él mismo poseía.



-Combinando sus habilidades en una sola mujer, serían la perfecta candidata para medrar en la Corte.- Pensó animado por el optimismo.- Estoy convencido de ello. Sí se preparan bien y mantienen su unidad, nuestra familia podría llegar a ser la más poderosa del planeta. ¿Quién sabe? Incluso emparentando con la mismísima realeza.



Así pues, animado por esas reflexiones y con buen talante, prosiguió mostrándoles a sus vástagos las excelencias de la capital. Incluyendo los paisajes holográficos que se proyectaban en algunos sitios, con imagenes de cielos azules y montañas de cumbres nevadas.



-Es tal y como la abuela Kim nos ha contado.- Exclamaba Kermesite al ver aquello.-

-Entonces, ¿la Tierra es así?- Se preguntó Bertierite.-

-Si lo es, es muy hermosa.- Admitió Calaverite.-

-Y lo bueno es que podemos verlo aquí, sin tener que hacer un viaje tan largo.- Remachó Petzite.-

-Así es. Creedme. Dentro de poco Némesis no le tendrá nada que envidiar a ese planeta. Y eso será gracias al trabajo de futuras generaciones como la vuestra.- Sentenció Ópalo.-



Las chicas quedaron realmente contentas al escuchar esas palabras de su padre. Éste les compró más regalos y tras unos días estupendos cumplió su palabra y las trajo de vuelta junto a su madre. Él enseguida retornó a la Corte no sin antes decirles a las niñas.



-Ya habéis visto lo maravillosa que es la capital de nuestro mundo. Si queréis ir allí algún día tendréis que preparaos mucho, aprender un montón de cosas para así servir a nuestros soberanos y que el nombre de nuestra familia sea respetado.

-Lo haremos, papá.- Le prometió Petzite.-



Y tuvo el asentimiento unánime del resto de sus hermanas. Esta vez, hasta el de Calaverite, que incluso añadió llena de entusiasmo.



-¡Estarás muy orgulloso de nosotras!…

-Sí, estudiaremos mucho.- Afirmó Bertierite.-

-¡Las hermanas Ayakashi seremos las mejores!- Exclamó Kermesite elevando sus dos pequeños brazos con euforia.-



            Ópalo se permitió sonreír ahora de forma sincera y amplia. Tras acariciar a todas sus hijas sentenció.



-Estoy seguro de que así será. Ahora debo irme. Tengo mucho que hacer allí para que un día podáis ir y ser recibidas con la consideración que merecéis.



            Por su parte Idina asistía a eso como si de una espectadora invisible se tratase. Su sentimiento de pesar y amargura no tenía límites. Ópalo se había ganado totalmente a las niñas para su causa. Y si no deseaba ser dada de lado por sus propias hijas no tendría más remedio que sumarse a eso. Aunque le rompiese el corazón. Por tanto, comentó obteniendo la atención de todos.

-Vuestro padre estará muy orgulloso de vosotras. Haré todo cuanto esté en mis manos para convertiros en las mejores de todo el reino.

-Sé que lo harás, querida.- Sonrió él, visiblemente complacido.-



            Recompensó con un beso en la mejilla a su esposa quien lo encajó sumisamente. Ahora sí, el conde de Ayakashi podía irse tranquilo. Todo se haría conforme a sus deseos. Y así sucedió. Las chicas, bajo la férrea supervisión de su madre, se aprestaron a prepararse bien durante los siguientes años…





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