Los
años continuaron transcurriendo. Bastantes cosas cambiaron. Aunque a Idina
apenas sí le dio ocasión de percatarse de muchas de ellas. El tiempo se le
pasaba al cuidado de sus hijas y de su condado que sí había prosperado en ese
ínterin…
-Vosotras
al menos estáis conmigo.- Sonreía débilmente en tanto contemplaba a sus
pequeñas.-
Petzite, se aproximó a su madre. Era una niña
de más de nueve años ya, pelo verde oscuro de media melena, con agudos ojos del
mismo color. Y además de la mayor, la más seria y responsable, aunque algo
mandona. Siempre discutía con la siguiente de las hermanas en edad. De hecho,
vino a decir con tono enfadado dirigiéndose hacia su progenitora.
-Mamá,
Calaverite ha roto un jarrón. Le dije que no jugara con su látigo pero no me
hizo caso… ¡nunca me hace caso!
Idina suspiró. Posó una mano sobre
la mejilla derecha de su hija y le sonrió, para responder con ternura.
-Mi
mujercita tan responsable. Seguro que tu hermana no lo hizo con mala intención.
Tras esas palabras, otra niña, de
unos ocho años, se aproximó. Era de ojos y pelo castaños. Llevaba un gracioso
lazo de color amarillo sujetando sus cabellos tras la cabeza y empuñaba una
cuerda que hacía oscilar…
-No
la hagas caso, mamá.- Le pidió acusando a su vez.- Petzite siempre me está
regañando por todo.
-Lo
hago porque nunca te portas bien.- Contraatacó la aludida torciendo el morro.-
¿A qué te dije que no jugaras con tu látigo al lado del jarrón?...Era un regalo
de la abuela Kim.
Por toda réplica Calaverite le sacó
la lengua de forma burlona. Petzite se enfadó más arreciando en sus
descalificaciones.
-¡Eres
una maleducada y una tonta!…
-¡Tú
sí que eres tonta! - Contestó la aludida.-
-Niñas.
No discutáis.- Les pidió amablemente su madre, haciendo que ambas la mirasen
entonces no sin sorpresa. Más cuando, con un tono que parecía emocionado, Idina
añadió.- Recordad que os tenéis las unas a las otras. Debéis prometerme que
cuidareis de vuestras otras hermanas y de vosotras mismas. Vuestro padre y yo
no estaremos siempre a vuestro lado.
Las niñas se miraron, ahora sin
decir nada y con inquietud…fue Calaverite la primera en admitir, en tanto
bajaba la cabeza.
-Perdona
mamá. No te enfades, no quise romper el jarrón de la abuela.
-Lo
sé, tesoro. - Sonrió su interlocutora acariciándola el pelo.-
-Y
tampoco quise insultar a Petzite.- Pudo añadir la cría que estaba a punto de
llorar, más cuando remachó.- Ni mancharle su falda favorita cuando me la puse…
Ahora fue su hermana la que la
observó entre atónita y furiosa. Esa trastada no la conocía. Aunque mirando de
reojo a su madre suspiró diciendo con resignación…
-Bueno…te
perdono por eso también. Pero no te enfades, mamá.- Pudo añadir también con
gesto de temor, sentenciando.- No nos dejes solas.
-No,
claro que no cariño.- Respondió ésta abrazando a ambas niñas.- Decidme. ¿Y
vuestras hermanas pequeñas?
-Bertierite
estaba leyendo un cuento.- La informó Calaverite.- Creo que Kermesite estaba
también en su habitación con ella.
-Sí,
Bertie es muy rara. Casi no habla con nosotras. Se pasa el día leyendo y
jugando con las piezas de ajedrez.- Valoró Petzite.-
Idina sonrió, desde luego sus hijas
no podía tener personalidades más diversas. Además de la autoritaria Petz
estaba la irreverente Calaverite, la estudiosa Bertierite y la soñadora
Kermesite. Recordaba bien cada uno de sus partos. Por desgracia, su esposo se
perdió el primero. Al menos estuvo en el de Calaverite y en el Bertierite, pero
volvió a perderse el de Kermesite. La primera vez, todo había que decirlo, le
tomó por sorpresa estando en la Corte. Las dos siguientes ocasiones, Ópalo
estaba en su condado, ocupándose de las labores de mejora. En esa época su
humor era más alegre. Al parecer el rey Coraíon le tenía como a su más fiable
consejero y le había confiado también la instrucción del príncipe Diamante. Eso
le daba al esposo de Idina el mayor poder dentro de la Corte o al menos la
influéncia más importante. Sin embargo, las cosas entre el matrimonio se fueron
deteriorando tras el nacimiento de Bertierite. Y eso que la cría, al venir al
mundo con ese cabello de tono casi albino con matices azulados, causó gran
expectación en su padre.
-¿Has
visto? Podría interpretarse como una señal. Su tono de cabello es muy similar
al del príncipe heredero.
-Es
casualidad.- Le respondió Idina.- Ya sabes que,con los tratamientos genéticos a
os que llevamos sometidos desde hace ya varias generaciones, esto es una
lotería.
Y es que ella , como el resto de los
ciudadanos de Némesis, seguía sometiéndose a esas terapias transgénicas para
evitar todo tipo de malformaciones debidas a la endogamia y tratar de evitar
deformaciones congénitas e incluso enfermedades.. Por suerte, los antepasados
de su esposo y los de ella misma no eran comunes, aunque en el seno de cada
familia si se hubieran dado casos de consanguineidad.
-Mis
bisabuelos eran parientes muy cercanos, y creo que los abuelos de Ópalo
también.- Recordó con preocupación.- No quiero que mis hijas sufran ninguna
complicación debido a eso.
-De
todos modos, es una noticia excelente.- Declaró su marido al contemplar a la
pequeña Bertie dormida en su cunita.- Ya somos oficialmente una familia
numerosa en Némesis. Únicamente falta un heredero varón.- Remachó con un tono
menos eufórico.-
E Idina suspiró, por un lado le
apenaba que Ópalo pareciera pensar únicamente en las ventajas económicas de
tener descendencia. Y sobre todo le dolía que apenas sí prestase atención a las
niñas, obsesionado como estaba por tener un hijo.
-Somos
muy afortunados.- Le comentó ella con un velado toque de reproche.- Tenemos
unas preciosas hijas.
-Claro
que sí, cariño.- Convino él sin parecer percatarse de esa censura.- Y sería
perfecto si pudiéramos tener un niño sano. El heredero del condado de Ayakashi.
-La
heredera es Petzite.- Le recordó Idina ahora con un evidente malestar.- No hay
leyes en Némesis que le den preferencia al varón respecto de la mujer.
-La
ley es la voluntad de su padre. -Replicó él, molesto a su vez exponiendo.- Por
lo general son los varones quienes heredan. A las mujeres hay que desposarlas
con buenos pretendientes. Al menos en eso tendremos muchas cartas que jugar.
Pero, al no ser de la más alta nobleza, debemos obtener recursos para lograr
unos buenos partidos. Te guste o no, es la costumbre.
-Es
terrible que solamente veas en tus hijas unas monedas de cambio.- Le amonestó Idina
con una mezcla de pesar y enfado.-
-Eso
no es verdad. Las adoro a todas ellas.- Se apresuró a desmentir Ópalo,
agregando al hilo de aquello.- Precisamente por eso me preocupa su futuro.
Y en eso él no mentía. Siempre que
podía pasaba algún rato con ellas. Al principio le fue más sencillo cuando
solamente estaba Petzite, después, al nacer Calaverite, quiso repartir su
tiempo equitativamente entre ambas. Ópalo pensaba que era mejor si pasaba
tiempo con cada una por separado, a fin de fomentar sus cualidades. Más tarde,
al nacer Bertierite, y al margen de esas peregrinas ideas, empezó a darse
cuenta de que era muy complicado repartir tanto los momentos juntos a sus hijas
y comenzó a estar con todas al mismo tiempo. Aquello sembró una incipiente
competitividad entre las hermanas por obtener su dosis de atención paterna. Y
finalmente llegó al mundo la benjamina, Kermesite. Entonces fue cuando su padre
volvió a espaciar sus presencias en casa, ocupado como estaba en mantener su
prestigio e importancia en la Corte. El príncipe Diamante y su hermano, el
infante Zafiro, estaban creciendo deprisa y no quería que su tutela y atención
fueran encargadas a otros nobles. Idina recordaba las agrias discusiones con su
esposo, cuando le echaba en cara que prefería a los herederos antes que a sus
propias hijas, a lo que él invariablemente replicaba que eso estaba enfocado en
garantizar a sus propios vástagos más posibilidades en el futuro. Sobre eso
polemizaron haría apenas unos días, aprovechando que sus hijas estaban paseando
con su abuela Kimberly en el jardín.
-¿Es
que no lo ves?- Le gritaba él cuando perdían los nervios.- Si el futuro
heredero presta oídos a mis consejos, podré garantizarles a nuestras hijas unas
muy ventajosas relaciones en la Corte y, el día de mañana, que puedan optar a
territorios o títulos mayores que los nuestros.
-Yo
solamente veo que tus hijas quieren pasar más tiempo contigo y que tú apenas sí
las ves unos pocos días cada mes. Te has perdido muchos de sus cumpleaños y
otras celebraciones.- Contestaba la indignada Idina.-
-¿Y
qué quieres que haga, eh?- Espetaba él, gesticulando con visible enfado.- ¿Que
las condene a vivir aquí para siempre? ¿Qué apenas tengan oportunidad de
encontrar a algún desgraciado sin futuro que las haga también desgraciadas?
-¿Cómo
has hecho tú conmigo?- Le recriminó Idina.-
Su esposo no replicó de inmediato,
un denso y muy incómodo silencio se extendió por la habitación. Al fin, Ópalo
suspiró algo más calmado contestando con pesar y amargura.
-Si
eso es lo que crees, lo lamento. Pero sabías muy bien cuales eran mis sueños
cuando te casaste conmigo.
-Lo
sabía, sí.- Replicó ella con voz queda.- Aunque pensé que querrías compartirlos
conmigo, y con tu familia.
-Y
lo he hecho.- Afirmó su esposo casi con tono desesperado como si no
comprendiera el motivo de las quejas de ella.- Siempre te dije lo que estaba
planeando, y el porqué.
-Sin
embargo, nunca me dejaste tomar parte en ello. He tenido que aguardarte aquí,
sola. -Repuso agriamente su contertulia que suspiró a su vez para añadir con pesar.- Mis padres y
mis abuelos… ellos eran diferentes, trabajaron juntos, lucharon unidos. Lo
compartieron todo…
-Los
tiempos cambian.- Replicó pacientemente él, exponiendo a su vez.- Las cosas no
son como antes, por fortuna para nuestras hijas. Por ejemplo.- Le indicó
tratando de sonar más conciliador.- Ahora, con los nuevos sistemas que se han
desarrollado para absorber y controlar la energía oscura, ellas estarán menos
expuestas, tendrán una mayor esperanza de vida. Nuestro condado ha prosperado,
mira el jardín por el que las niñas están paseando con su abuela. Está lleno de
flores, árboles, vida, donde hace algunos años no había más que tierra yerma y
agua. Y tú has tenido gran parte del mérito en ello. No me digas que no has
compartido mi sueño…
Idina no tuvo oportunidad de
replicar, el sonido de las risas de sus hijas y la voz de su madre la
disuadieron de hacerlo. No deseaba que nadie escuchase las discusiones que ella
y su esposo mantenían. Ópalo al menos estaba de acuerdo con eso. Deseaba
mantener a toda cosa la imagen de matrimonio ejemplar a ojos de su suegra. Al
fin, Kimberly entró llevando de la mano a Kermesite y a Bertierite. Las dos
mayores caminaban a su lado.
-Abuela
Kim.- Le preguntaba Petzite.- ¿Tú nunca has estado en la Tierra?
-No
cielo. Siempre he vivido en Némesis.- Le contestaba su abuela con amabilidad.-
-¿Y
no has querido ir nunca?- Inquirió a su vez la curiosa Calaverite.-
-Claro,
sobre todo cuando era niña.- Admitió la interpelada, matizando eso sí.- Pero
luego vi que Némesis puede ser un planeta muy hermoso.
-¿Y
en la Tierra tienen jardines más grandes que el nuestro?- Quiso saber una
atónita Bertierite.-
-Muchísimo
más, cariño.- Intervino su madre al verlas aproximarse.-
-Pues
hagamos más grande el nuestro.- Propuso Petzite.-
-Yo
quiero plantar muchas flores.- Afirmó Kermesite, haciendo sonreír a los
adultos.-
-Tendrás
tiempo, tesoro.- Le aseguró su padre.-
-Pondremos
flores de todos los colores. Para que hagan juego con todos mis lazos del
pelo.- Añadió una entusiasmada Calaverite. –
-Bueno,
niñas, ahora idos a lavar, la cena estará enseguida.- Les indicó su madre.-
Seguid a la droida de servicio.
Y un androide de apariencia
femenina, con cabello corto morado y ojos verdes, les pidió a las pequeñas con
una voz que reverberaba en tonos metálicos.
-Señoritas,
por favor. Acompáñenme a lavarse y a cenar.
Las crías no se lo hicieron repetir,
tenían hambre. Fueron dócilmente con ese robot. Kimberly suspiró al ver como se
alejaban comentando.
-¡Cuánto
ha avanzado la ciencia! Debo admitir que Rutilo y sus ingenieros han hecho
grandes progresos. Ese trasto ya casi parece una persona.
-Gracias
a eso se pueden ahora trabajar terrenos y construir donde antiguamente era
imposible o muy caro debido a la radiación o a la falta de atmósfera.- Le
comentó su yerno quien mirando la pantalla de un miniordenador que tenía a mano
añadió.- Si me disculpáis…
Las dos mujeres asintieron en tanto
Ópalo salía de la estancia. Ahora estaban a solas, Idina suspiró mirando como
su marido se iba por la puerta de la sala…
-Llámame
anticuada hija mía, pero antes había más humanidad. No estaban esas cosas por
todas partes.- Comentó Kim.-
-A
veces mamá, incluso esas droidas tienen más amabilidad que algunas personas.-
Musitó Idina.- Al menos no te dejan sola.
Kimberly observó a su hija con
pesar, moviendo levemente la cabeza para preguntarle concernida.
-¿Habéis
vuelto a discutir, verdad?
-Bueno,
ya sabes, es algo normal en los matrimonios.- Pudo pretextar Idina sonriendo
débilmente.-
-
Es una lástima, pasáis poco tiempo juntos.- Comentó Kim.- Muy poco para
desperdiciarlo con disputas.
-¿Y
qué quieres que haga, mamá?- Preguntó ésta con tono más crispado.- ¿Debería
callarme lo que opino?.- Y tras respirar algo agitada, Idina, suspirando de
nuevo, bajó la cabeza para musitar.- Lo siento, tú no tienes la culpa. Bastante
haces ayudándome a cuidar de las niñas…
-Tranquila,
cariño.- Le pidió su interlocutora posando una mano sobre las de su hija.- Para
eso están las abuelas. Sabes que adoro a mis nietecitas. Son unas niñas
maravillosas. Todas ellas.
-Quizás
Petzite sea demasiado marimandona, y Calaverite muy traviesa, Bertierite es
algo tímida y Kermesite distraída.- Apuntó Idina sonriendo levemente.-
-Querrás
decir que Petzite es responsable, Calaverite es intrépida, Bertierite es muy
inteligente y Kermesite está llena de ilusiones.- La rectificó su madre,
sentenciando.- Todo depende del punto de vista, cielo. Tus hijas tienen grandes
cualidades. Como tú.
-Ellas
sí, yo ya no sé qué tengo.- Se lamentó su interlocutora.-
-Tú
eres mi niña y eres maravillosa, no dejes que nada ni nadie te convenza de lo
contrario. Y solamente con ver la forma en la que estás criando a las niñas es
más que suficiente para que me sienta orgullosa de ti.
-Gracias,
mamá.- Sollozó su interlocutora abrazándose a ella para gemir.- Es que me
encuentro tan sola…
-Nunca
estarás sola, cielo. Te lo aseguro.- Afirmó Kim.-
Y
queriendo hablar de cosas más agradables, le refirió a su deprimida hija.
-
Les he estado contando cosas a las niñas sobre tu abuela Kurozuki y tu abuelo
Crimson. Y también les he hablado de su abuelo Richard. Les encanta cuando les
describo paisajes y lugares de la Tierra o les pongo antiguas canciones de
allí, de las que tanto le gustaban a tus abuelos.
-Ya
lo veo.- Musitó Idina y recobrada en algo de su bajón y afirmando ahora no sin
algo de sorpresa.- Siempre que sacamos el tema están entusiasmadas con la idea
de conocer ese hermoso planeta. Tú siempre quisiste ir, ahora en cambio podrías
hacerlo, pese a las regulaciones legales. Y sin embargo ni lo has planteado.
-Cariño,
ya soy demasiado mayor, no deseo hacer un viaje tan largo y alejarme de vuestro
lado. – Le confesó Kim.- Además, la imagen que me he creado de la Tierra es en
efecto tan hermosa que no quisiera empañarla si la realidad no corresponde a
mis expectativas.
-Eso
es algo que a mí me ha ocurrido en mi vida de casada.- Se lamentó su hija recayendo
en el tema anterior.- Era más bonito cuando solamente lo imaginaba.
Kimberlita la observó con pesar.
Sabía perfectamente que Idina no era feliz en su matrimonio. Y para colmo de
males su otro hijo Grafito tampoco daba la impresión de serlo. Ambos sin
embargo intentaban ocultarlo a ojos de los demás, sobre todo a los de ella,
cada vez con menos éxito.
-Antes
de venir, Agatha me dio recuerdos y me pidió que te invitase a ir a verles, a
ti y a las niñas cuando tengáis tiempo.
-Recordó entonces Kim.-
-Sus
hijos estarán ya muy grandes.- Repuso su contertulia.- Me gustaría verles. Y
supongo que a Agatha también le haría ilusión ver a sus sobrinas.
Su madre asintió. Al fin, las crías
y Ópalo retornaron. Kimberly les pidió a sus nietas que ayudasen a poner la
mesa. Esa era una tradición familiar, les contó.
-Pero
abuela, ahora tenemos a las droida que hacen esas cosas.- Comentó Calaverite.-
-
Siempre es bueno que sepamos hacer de todo y valernos por nosotras mismas,
cariño.- Le respondió Kim, acariciándole la barbilla para remachar.- Nunca se
sabe cuándo pueden venir los tiempos de precariedad.
-¿Precariedad?-
Se sorprendió Kermesite, queriendo saber.- ¿Qué es eso?
-
Cuando no puedes tener las cosas que quieres.- Le explicó su hermana Petzite.-
-Pues
entonces yo tengo precariedad de un látigo nuevo.- Declaró sentidamente
Calaverite haciendo reír a su abuela.-
-No,
cariño.- Dijo Kimberly.- Tener
precariedad de algo, se refiere a estar escaso de cosas fundamentales, como una
comida o una buena casa donde vivir. La gente entonces puede llegar a sentirse
muy desgraciada y a hacer cosas malas. Escuchad.
Y para sorpresa de las crías indicó
a una droida que le buscase una antigua canción de las que ella escuchaba. Sus
nietas prestaron atención cuando comenzó a sonar la música y una voz muy cálida
de hombre, desgranaba la letra.
Jimmy no tuvo nada para hacerse un nombre
con un arma que él pulido para un día lluvioso
una sonrisa y una frase de una película de vigilantes
nuestro chico Jimmy simplemente explotó todo por la borda
él dijo que le volvió loco
veinticinco años de vida en precariedad
con un arma que él pulido para un día lluvioso
una sonrisa y una frase de una película de vigilantes
nuestro chico Jimmy simplemente explotó todo por la borda
él dijo que le volvió loco
veinticinco años de vida en precariedad
Precariedad,
precariedad, precariedad
Un dulce bebé pequeño en un portal grande de color blanco
que necesita su madre, pero su madre ha muerto
sólo otra prostituta que la suerte puede olvidar
sólo otra prostituta
sucede todos los días ...
Un dulce bebé pequeño en un portal grande de color blanco
que necesita su madre, pero su madre ha muerto
sólo otra prostituta que la suerte puede olvidar
sólo otra prostituta
sucede todos los días ...
Ella amaba a su pequeño bebé
pero no podía verla desnuda en la precariedad
precariedad,
precariedad, precariedad
Yo creo en los dioses de América
Yo creo en la tierra de los libres
pero nadie me dijo
(Nadie me dijo)
que los dioses no creen en nada
así con las manos vacías rezo
y día a día sin esperanza
todavía no me ven
(Verme)
todos hablan de la nueva generación
salta al vagón o te dejarán atrás
pero nadie pensó en el resto de la nación
Yo creo en los dioses de América
Yo creo en la tierra de los libres
pero nadie me dijo
(Nadie me dijo)
que los dioses no creen en nada
así con las manos vacías rezo
y día a día sin esperanza
todavía no me ven
(Verme)
todos hablan de la nueva generación
salta al vagón o te dejarán atrás
pero nadie pensó en el resto de la nación
"Quiero ayudarte amigo
, pero no tengo el tiempo"
Alguien gritó sálvenme
pero todo el mundo comenzó en la precariedad
precariedad, precariedad, precariedad
hay una gran dama blanca
en un portal grande de color blanco
le preguntó a su papá y su papá dijo 'sí'
tiene que dar un poco de los dólares que nos
tiene que dar un poco
dicen que es para mejor
alguien gritó
tal vez
pero siguieron en la precariedad
precariedad, precariedad, precariedad
Así que corrió a los
brazos de América
y besó a los poderes fácticos
y alguien me dijo
(Alguien me dijo)
y besó a los poderes fácticos
y alguien me dijo
(Alguien me dijo)
que los dioses no creen en nada
así con las manos vacías rezo
y me digo
un día
puede ser que me vean ...
(Hand
to mouth. George Michael, crédito al artista)
Tanto Ópalo como Idina
habían escuchado esa melodía y su letra cada uno sumido en sus propios
pensamientos. Al conde no le gustó mucho que su suegra hiciera escuchar aquello
a sus hijas. Sin embargo, no dudó en aprovecharlo a su favor, dado que
enseguida les dijo.
-¿Veis
hijas? Por eso papá y mamá tienen que trabajar tanto para crear un hermoso
lugar en el que viváis felices. No queremos que os suceda como a las personas
de esa canción.
Todas asintieron mirándole con los
ojos muy abiertos. Bertie incluso llegó a comentar con tono muy agudo para una
niña de tan corta edad.
-Y
todas esas personas perdieron sus ilusiones. ¿Verdad, papá?
-Supongo
que sí.- Concedió él algo sorprendido por aquella reflexión.-
-Yo
las comprendo bien.- Musitó Idina de forma que solamente su esposo y su madre
pudieran captar aquello.-
La expresión de Ópalo fue de
disgusto al oír eso, su mujer tampoco mostraba buena cara. Por suerte Kim
reaccionó enseguida, con un tono más desenfadado y jovial para alentar a sus
nietas.
-¡Vamos!
¿Quién me ayuda a poner la mesa?
-Yo
puedo llevar varios platos.- Se ofreció Bertierite que había quedado muy
impresionada con esa triste canción.-
-Muy
bien, tesoro.- Le sonrió su abuela.-
-¡Y
yo, y yo! - Se apresuraron a añadir las otras prácticamente a coro.- ¡También
queremos ayudarte, abuela!
Kim les dedicó una tierna sonrisa a
todas. Y así lo hicieron, su abuela distribuyó las tareas. Petzite siendo la
mayor se ocupó de las copas. A Calaverite le gustaba más llevar los cubiertos,
imaginaba que podían ser armas para lanzar. Aunque claro, se guardó mucho de
hacerlo. Bertierite tomó algunos platos y a Kermesite le adjudicaron la tarea
de las servilletas y otros objetos menos frágiles y más ligeros, al ser la más
pequeña. Kim dirigió las operaciones disponiendo la cubertería e indicándoles a
las niñas como ponerla. Entre todas no tardaron apenas más que unos pocos
minutos. Una vez terminaron, la familia se sentó para la cena.
-Una
mesa muy bien puesta. Como las de palacio.- Las alabó Ópalo visiblemente
complacido, dando la sensación de haber olvidado su enfado.-
-¿En
palacio ponen muchas cosas para comer, papi?- Quiso saber Kermesite.-
-¡Oh
sí! - Se rio él, relatándoles.- Hay recepciones muy importantes con muchos
comensales y mesas larguísimas.
-¿De
largas como nuestra casa?- Quiso saber Bertierite.-
-¿Cómo
van a ser tan largas?- Intervino una escéptica Petzite.-
-Os
sorprenderíais.- Les contó su padre con tono confidencial.-
-Me
gustaría estar allí para verlo.- Declaró Calaverite.-
-Te
desilusionarías mucho, mi vida.- Terció Idina, explicándoles a todas no sin
dejar pasar la ocasión de enviarle otro solapado mensaje a su esposo.- Son
reuniones muy aburridas, llenas de gente que no para de hablar de cosas muy
raras que a casi nadie importan.
-¿Qué
cosas?- Se interesó Bertierite.-
-Tierras,
títulos, posiciones...- Enumeró desapasionadamente su madre.-
-Cosas
de mayores. Algún día lo podréis entender. - Matizó Ópalo al que tampoco
pareció sentarle bien aquello para remachar devolviendo la pulla.- Vosotras
sois muy listas, sí que lo haréis.
Turno de Idina de mostrase molesta,
estaba a punto de decir algo pero se contuvo. Por suerte aquella escalada
verbal no fue a más. Bastó una mirada suplicante de Kim hacia ambos para que
estos guardasen silencio. Afortunadamente no hubo ningún otro comentario de ese
estilo y cenaron en paz y armonía.
-Recordad
esto.- Declaró la anciana, haciendo extensiva su mirada al resto de los comensales.-
Un hogar confortable, una buena cena, la familia reunida. Somos ricos y muchas
veces no lo sabemos apreciar. Estas cosas únicamente se echan de menos cuando
se pierden.
Las crías asintieron contentas,
aunque los adultos bajaron sus cabezas con evidente vergüenza. Ni Idina, ni
Ópalo se atrevieron a cruzar miradas entre sí ni con Kimberly. Aunque ésta
pronunciase esas palabras con afectuoso tono.
-Tienes
razón, mamá.- Admitió una cohibida Idina.- No lo olvidaré.
Así
concluyó esa velada y las crías se fueron a dormir, lo mismo que su abuela. El
matrimonio quedó a solas y no cruzaron palabra. Tampoco tardaron mucho en
acostarse, cada uno en habitaciones separadas. Pasaron unos días y la abuela
Kimberly se marchó de regreso a su propia casa. Ópalo, como no podía ser de
otra manera, retornó a la Corte. Idina volvió a quedarse sola con sus hijas. Y
ya habían pasado más de tres semanas sin apenas noticias de su esposo. Pensó en
ello con tristeza. Aunque tratando de animarse y retornando al momento
presente, les indicó a Petzite y Calaverite, ofreciéndoles una mano a cada una,
que estas enseguida agarraron.
-Venid
conmigo.
Las crías se dejaron guiar hasta el
cuarto en el que estaban sus hermanas. De hecho, Bertierite, la tercera en
edad, de unos siete años, estaba efectivamente leyendo una historia de
princesas. Era desde luego la más introvertida de las cuatro. Callada y
reflexiva. Tenía mucha afición por la lectura desde muy temprana edad. La
verdad es que era muy inteligente y despierta. Su cabello ahora tenía un color
casi albino con eso matices celestes que le daban una gran originalidad y sus
ojos eran de un azul oscuro muy bonitos.
-Aquí
está mi niña… ¡Qué!, ¿Es un libro interesante, cielo?- Quiso saber tras soltar
a sus hermanas y acariciar el pelo de Bertie peinado en forma de trenza.-
-Sí
mami, es de princesas de lejanos planetas.- Le contó la cría.- Se lo iba a leer
a Kermesite, pero se ha ido a jugar a los disfraces…-Remachó con
desaprobación.-
Idina se rio llamándola.
-Kermie,
cariño. ¿estás ahí?
-Sí
mami.- Escuchó esa vocecilla infantil responder con entusiasmo.- ¡Mira, mira!…
La benjamina de la familia vino corriendo a su encuentro.
Apenas cumplidos los seis años tenía predilección por cambiar de vestuario y
por el maquillaje. De hecho, estaba al otro lado de la habitación, con una
falda demasiado grande y tratando de ponerse un jersey a modo de sombrero. Eso
sí, sin estropear ese peinado tan particular que lucía, con unas especies de
mechones de su pelo de un tono morado casi negro, que semejaban orejitas
puntiagudas a cada lado de su cabeza. Se lo hizo su abuela Kim, diciendo que a
ella se lo había enseñado su propia madre, la Dama Kurozuki, en persona. La
cría estaba encantada con aquel estilismo de pelo y sus preciosos ojos violetas
miraban ahora hacia su progenitora.
-¡Mami!
¿Estoy guapa?- Quiso saber con patente interés.-
Su progenitora se acercó
observándola divertida. La cría era muy vivaracha y siempre estaba tratando de
jugar con el resto de sus hermanas a disfrazarse. Aunque Petzite y Calaverite
no le hacían mucho caso al ser mayores y Bertierite se entretenía mayormente
por su cuenta ya que solamente se sentía compenetrada con ella durante esos
momentos en los que le contaba cuentos a su hermana menor. Aun así quería mucho
a Kermesite. Era la única que parecía interesarse un poco por lo que leía y que
la escuchaba con atención.
-Estás
preciosa Kermie, mi amor.- Le dijo con dulzura su madre, añadiendo.- Todas sois
una hermosas señoritas. Mis niñas. Venid a mi lado. Quiero contaros una pequeña
historia.
-¿Cómo
las que cuenta la abuela Kim?- Inquirió una entusiasmada Kermesite.-
-Sí,
de esas.- Asintió su madre, sujetándola cariñosamente junto a ella en tanto las demás formaban corrillo
sentándose alrededor del suelo.-
Y es que estaban llenas de
curiosidad. Incluso Bertie dejó su libro digital sobre apuestos príncipes y
hermosas princesas de lugares muy lejanos. Idina les habló entonces de su
propia abuela Loren, y de las historias que ella le contara siendo pequeña. De
su mundo y de la Tierra. Apenas sí recordaba detalles, pero concluyó comentando
con la atención de todas sus hijas sentadas en la gruesa alfombra que cubría el
suelo a su alrededor.
-Y
seguro que tendremos parientes en la Tierra.
-Si
algún día vamos allí. Podríamos buscarlos.- Propuso Bertierite.-
-No
vamos a ir nunca allí.- Replicó escépticamente Calaverite.-
-Bueno,
el rey Coraíon fue una vez, papá le acompañó. A mí me lo dijo.- Terció
Petzite.-
-Papá
nunca ha dicho eso.- Rebatió su interlocutora.-
-Sí
que lo hizo, lo que pasa es que tú eras muy pequeña y no te acuerdas.- Replicó
su hermana mayor cruzándose de brazos, molesta por aquello.- Pero yo sí.
-Es
cierto. Vuestro padre estuvo en la Tierra, sí.- Concedió Idina.-
Esta
vez fue Petzite quién le sacó la lengua a su hermana Calaverite. La menor de
las dos crías adoptó una postura de enfado girándose mientras se cruzaba de
brazos.
-Niñas,
no os peleéis más, por favor.- Les pidió su madre con tono entre paciente y
resignado.-
-Oye
mami.- Intervino Bertierite.- ¿Papi nos llevará algún día a la Tierra cuando
vuelva?
Y
la mujer suspiró algo entristecida ahora, sobre todo cuando Kermesite le
preguntó con tono alicaído.
-¿Se
ha ido allí otra vez? Hace mucho que no viene a vernos.
-Papá
tiene mucho trabajo, cariño.- Respondió su madre, tratando de imprimir un tono
de orgullo que realmente no sentía al sentenciar.- Es uno de los nobles más
importantes de nuestro mundo y muy apreciado por el rey. Tiene grandes
obligaciones que atender allí.
-Sí.
Pero me gustaría verle más a menudo.- Comentó Calaverite, con un tinte de voz
más triste del suyo habitual.-
-Y
a mí.- Convino Petzite con su hermana por una vez.-
-Sí,
papá casi nunca viene.- Se lamentó asimismo Bertierite.-
-Yo
casi no me acuerdo de cómo es.- Suspiró Kermesite.-
Su madre las miró apenada, pero ¿qué
podía decirles a sus pequeñas? Después de los años ese amor que Ópalo y ella se
profesaron se había ido enfriando. Si bien él se alegró mucho por el nacimiento
de todas y cada una de sus hijas también se le notaba algo frustrado por no
tener un heredero varón. Tras el alumbramiento de Kermesite a ella le
comentaron que no sería una buena idea tener más embarazos dado que su salud
podría resentirse. De modo que jamás podría darle a su marido un hijo. Idina
pensaba que quizás él la culpaba de eso. Aunque fuese de modo inconsciente.
Casi habían tenido una hija por año. Como si ella tratase de hacer todo cuando
estuviera en su mano por satisfacer ese anhelo de su esposo, pero fracasó. Por
ello las ausencias de su marido se fueron haciendo cada vez más prolongadas.
Cierto es que cada vez que venía colmaba de regalos y cariño a sus hijas y era
amable con ella misma cuando no discutían, pero eso no era suficiente. Las
crías a este paso iban a crecer sin un padre. Trató de no pensar más en eso y
compuso un gesto jovial. Animando a las pequeñas.
-Seguro
que vuestro padre vendrá pronto y os traerá muchas cosas si sois buenas.- Dijo
con simulado entusiasmo.- ¡Ya lo veréis!
Eso alegró a las niñas. De hecho,
antes de que se marchase, le habían dado a su padre una lista de cosas que
querían y él prometió traérselas. Petzite enseguida pensó en algo de
maquillaje. Ya iba siendo una pequeña señorita después de todo. Calaverite
estaba más interesada en un látigo de verdad. Bertierite por su parte tenía
ilusión en un bonito juego de ajedrez que vio en un escaparate y Kermesite
deseaba un traje de bailarina, con un gran tutú. Así, pensando en la promesa de
esos presentes, cada una se separó de su madre y volvió a sus cosas. Idina
suspiró, consolándose con una de esas antiguas canciones que su madre guardaba.
Recuerdos que su abuela Kurozuki había traído de la Tierra. Tras escuchar un
hermoso inicio de piano, una voz realmente hermosa de varón, que parecía
arrullarla.
Estas
lejos
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte, y de mi corazón
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte, y de mi corazón
Es extraño que fueras lo suficiente fuerte
Para entonces hacer un comienzo
Pero nunca encontraras
Paz mental
Hasta que oigas a tu corazón
Gente
Nunca podrás cambiar la manera en la que se sienten
Mejor déjalos hacer lo que quieran
Para lo que quieran
Si les permites
Robar tu corazón de ti
Gente
Siempre hace al amante sentirse un tonto
Pero sabias que te amaba
Pudimos mostrárselo a todos ellos
A través de eso debimos haber visto el amor
Me
hiciste un tonto con lágrimas en tus ojos
Cubriéndome de besos y mentiras
Por eso adiós
Pero por favor no te lleves mi corazón
Estas lejos
Nunca seré tu estrella
Recojo las piezas
Y compongo mi corazón
Cubriéndome de besos y mentiras
Por eso adiós
Pero por favor no te lleves mi corazón
Estas lejos
Nunca seré tu estrella
Recojo las piezas
Y compongo mi corazón
Quizás sea lo suficientemente fuerte
No sé por dónde empezar
Pero nunca encontrare
Paz mental
Mientras oiga a mi
corazón
Gente
Nunca podrás cambiar su manera de sentirse
Mejor permíteles hacer lo que deseen
Para lo que deseen
Si les permites
Robar tu corazón
Y la gente
Siempre hace que el amante se sienta un tonto
Pero sabias que yo te amaba
Pudimos demostrárselo a todo ellos
Pero recuerda esto
Todos los otros besos
Que hayas dado
Nunca podrás cambiar su manera de sentirse
Mejor permíteles hacer lo que deseen
Para lo que deseen
Si les permites
Robar tu corazón
Y la gente
Siempre hace que el amante se sienta un tonto
Pero sabias que yo te amaba
Pudimos demostrárselo a todo ellos
Pero recuerda esto
Todos los otros besos
Que hayas dado
Largo como vivimos
ambos
Cuando necesitas la mano de otro hombre
Uno con el que realmente puedas ceder
Estaré esperándote
Como siempre lo hice
Hay algo allí
Que no pude competir con cualquier otro
Estas lejos
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte y de mi corazón
Cuando pude haber sido tu estrella
Escuchaste a la gente
Que te hizo temer a la muerte y de mi corazón
Es extraño que estuviera lo suficientemente errado
Para creer que también me amabas
Apuesto que estuviste besando un tonto
Debiste haber estado besando un tonto
(Kissing a Fool. George Michael. Crédito al artista)
Estando absorta en esa tonada no fue
consciente de que la pequeña Kermesite se aproximó a ella, preguntándole entre
sorprendida y preocupada.
-¿Por
qué lloras, mami?
Idina se dio cuenta enseguida de que
tenía lágrimas recorriendo sus mejillas. En un vano esfuerzo por fingir se las
enjugó rápidamente y sonrió. Movió la cabeza para afirmar con forzada voz
jovial.
-Es
que es una canción muy bonita y me emociono. De un chico que le canta a una
chica. Expresando cuanto la quiere.
-¿Y
esa chica no le hizo caso?- Inquirió agudamente la cría.-
-Bueno,
a veces eso pasa, tesoro.- Pudo responder su madre.-
-¡Pues
qué tonta! yo sí que le haría caso. Ese chico canta muy bien.- Afirmó
Kermesite.-
Idina abrazó a su pequeña dándole un
beso en la frente a la par que cariñosamente le susurraba.
-Estoy
segura de que, un día, un chico guapo te cantará algo así de hermoso. Entonces
deberás decidir tú lo que hacer.
-Me
casaré con él si canta tan bien.- Sentenció la cría, haciendo reír a su madre.-
Al
menos eso animó a Idina, esas canciones tan bellas y antiguas, cantadas algunas
de ellas por lejanos antepasados, tenían sin embargo la virtud de no envejecer
y de consolarla en su soledad. Eso pensaba la deprimida mujer que dejó a su
hija Kermesite irse para jugar. Los días
pasaron y Ópalo retornó al fin. Fiel a su palabra traía regalos para todas,
incluida su mujer. No obstante, era asimismo portador de una noticia que no iba
a ser precisamente del agrado de ella. De hecho, en tanto las pequeñas jugaban
con los obsequios de su padre, tras darle unos besos y abrazos para
agradecérselos, tomó de una mano a su esposa y la llevó a otra habitación.
-Tengo
que decirte algo.- Declaró él con gesto serio.-
-¿Sucede
algo malo en la Corte?- Inquirió Idina con inquietud.-
-No,
en la Corte todo va bien. Los príncipes están de maravilla. Incluso hemos
establecido contacto con una extraña civilización que pronto ha de enviar a un
embajador.- Le informó Ópalo para agregar.- Pero tanto el Duque de Green
-Émeraude, como el Marqués de Crimson me han tomado la delantera.
-¿A
qué te refieres?- Quiso saber su interlocutora.-
-Los
dos me han dicho que enviarán a sus primogénitos a la Corte. Para que terminen
su educación allí y entren al servicio de nuestro soberano.
-Me
parece muy bien por ellos, eso es lo que siempre han querido.- Repuso Idina de
modo indiferente.-
-Creo
que sería buena idea que hiciéramos lo mismo.- Afirmó su esposo dejándola
helada.-
-¡No,
de ningún modo! No separarás a mis hijas de mi lado.- Se negó ella con visible
malestar y temor.-
-Escúchame.-
Le pidió él tratando de sonar conciliador.- Es una gran oportunidad. Las mejores
familias de Némesis llevan a sus hijos e hijas allí, para que puedan tener la
ocasión de hacer méritos. El futuro heredero es un muchacho tan solo un poco
mayor de la edad de Petzite. ¿Y si ambos se conocieran y se enamorasen?
Piénsalo. ¡Nuestra hija mayor podría ser la futura reina de este mundo!
-Pero
nuestra hija no es duquesa.- Opuso Idina, pese a que eso realmente le trajera
sin cuidado, no obstante alegó.- Según las leyes un heredero debe desposarse al
menos con una noble de alto nivel. Una grande de Némesis. Y eso exige estar en
posesión de un ducado.
-Eso
no sería ningún problema. Conozco a Coraíon y a Amatista, si su hijo se enamora
de una mujer cualquiera no dudarían en hacerla duquesa o lo que fuera menester.
¡Imagínate a nuestra Petzite elevada a ese rango! O si no es ella tenemos otras
tres hijas más. Dentro de unos pocos años Calaverite, Bertierite y hasta
Kermesite serán casaderas. Si no puede ser con Diamante, quizás con Zafiro. Y
teniendo muchísima suerte, dos de ellas podrían desposarse con ambos príncipes,
y otra con el hijo del marqués de Crimson. La que quedase heredaría nuestros
dominios. ¡Sería perfecto!, pero, para eso. Tienen que estar allí.
Su mujer movió la cabeza enfurecida.
No podía dar crédito a lo que escuchaba. ¿Acaso su marido solamente pensaba en
las niñas como en unas posibles mercancías? No pudo evitarlo y chilló
histérica.
-¡Jamás
te lo permitiré! ¿Me oyes? Mis hijas no van a ser subastadas ni vendidas como
monedas de cambio para ningún maldito matrimonio a cambio de prebendas o de
títulos.
-Son
mis hijas también.- Replicó él golpeando una mesa con el puño, en tanto
sentenciaba con enfado.- Y por el bien de la familia harán lo que yo les ordene
que hagan. ¡Igual que tú!
Idina, intimidada por aquella
reacción de su habitualmente calmado esposo, pasó del enfado a la súplica,
contrayendo su gesto y comenzando a sollozar.
-Por
favor...no me quites a mis hijas, ¡son todo lo que me queda! Mi padre murió, mi
madre está ya mayor y delicada. Sé que se marchó disgustada al ver como
estábamos aquí…Mi hermano y Agatha están tan lejos que ni tan siquiera
hablamos...
Y es que, a pesar de esa cordial
invitación, no habían determinado la fecha para verse. Grafito siempre
pretextaba tener mucho trabajo y Agatha daba la impresión de haberle dicho eso
a su suegra por cumplir. De hecho, su cuñada no la había llamado desde hacía
muchísimo tiempo. Suspirando casi entre lágrimas, tras meditar sobre esto,
Idina añadió.
-Las
niñas son mi única alegría en este desolado y lejano páramo en el que vivimos.
No las apartes de mi lado, ¡por favor!
-¡Oh
vamos! No te pongas a dramatizar. No te las estoy quitando.- Replicó su esposo,
tratando de respirar hondo y sonar más tranquilizador.- ¿Es que no te das cuenta de la importancia
que tendría eso para su porvenir? Nuestra obligación es la de mirar por su
futuro bienestar, no únicamente por nuestros deseos.
Pero su mujer se negaba ya a
escucharle, tapándose la cara para ahogar sus gemidos. Ópalo solamente pudo
decir con un tinte de ligera contrariedad.
-Vamos,
domínate. No querrás que las niñas te oigan. Comprende que esto tampoco es
agradable para mí. Pero si tú no quieres hacerlo, yo sí que tengo que mirar por
nuestra casa y nuestro condado.
-¡Por
mí nuestra casa y el condado se pueden ir al infierno! - Le espetó ella entre
lágrimas.-
-¡Ya
está bien!- Replicó él con tono airado tomándola de los brazos a la altura de
ambos hombros, sin demasiada delicadeza.- Te guste o no, eres la condesa de
Ayakashi, ¡compórtate como tal! – Le
ordenó zarandeándola con brusquedad.-
Tras soltarla ella únicamente se dio
media vuelta y salió llorando de allí. No quiso cruzarse con sus hijas para que
no la viesen con ese lamentable aspecto y se refugió en su habitación. Ópalo
respiró hondo tratando de calmarse y retornó a la estancia donde estaban las
niñas. Éstas, afortunadamente ajenas por completo a la discusión de sus padres,
seguían jugando con sus regalos.
-¿Dónde
está mamá?- Quiso saber Kermesite, que se había puesto ese traje de bailarina
que tanto había pedido a su padre.- Quiero que me vea…
-Está
cansada, cariño.- Respondió el interpelado con dulzura, mirando a su benjamina
sin poder evitar sonreír.- Se ha ido a su cuarto.
-Papá,
mira que bien me queda este lazo.- Le reclamó Calaverite.-
El requerido se aproximó asintiendo.
Su hija ya se había puesto un lazo rojo tras el pelo y ondeaba un látigo de
cuero con empuñadura dorada. Petzite por su parte estaba muy contenta con el
set de maquillaje que le habían regalado. Y Bertierite colocaba con entusiasmo
esas piezas de ajedrez del nuevo juego que su padre le había traído.
-¿Papi,
quieres jugar conmigo?- Le propuso la cría, a lo que Ópalo asintió divertido.-
Él había enseñado a Bertie desde que
la niña era muy pequeña. Su hija era realmente muy inteligente y despabilada,
mostró ser muy buena alumna y aprender con celeridad. Comenzaron la partida, e
incluso lograron que el resto de las hermanas les observasen con interés. En
voz baja, Kermesite le preguntó a
Petzite.
-¿Crees
que Bertie le podrá ganar a papá?...
-Es
imposible. Es muy pequeña. Y papá sabe jugar muy bien. - Repuso su hermana.-
-¡Chiis!-
Les indicó Calaverite con visible expectación.- Le toca mover a ella.
Bertierite se concentraba frunciendo
el ceño con una graciosa expresión. Su padre se sonreía al verla. La niña
entonces le comió una torre, y, cuando estaba visiblemente contenta por lo que
juzgó un descuido de su adversario, éste movió un alfil y sentenció.
-Jaque
mate.
-¡No
lo he visto! - Se lamentó la cría desinflando su entusiasmo.-
-En
el juego, como en la vida, hay que estar atentos a todo, Bertie. Nunca te
confíes cuando las cosas parezcan demasiado fáciles. Y eso vale para vosotras
también, hijas.- Les explicó su padre, haciendo el consejo extensivo al resto y
añadiendo.- Lo malo es que aquí, rodeadas de atenciones y siempre pegadas a las
faldas de vuestra madre, nunca podréis aprender eso.
-¿Y
dónde podríamos aprender?- Quiso saber Kermesite.-
-En
la Corte.- Le respondió Ópalo, esbozando ahora una sonrisa para añadir con
animación.- Allí tienen a los mejores profesores de Némesis. De danza, de
ajedrez y de cualquier otra cosa. La moda de todo el planeta también se dicta
desde allí.
-¡Cómo
me gustaría ir! – Exclamó Calaverite.-
-Podría
mejorar mucho al ajedrez.- Afirmó Bertierite con gran interés.-
-¡Sí,
estaría genial! Aprendería a bailar muy
bien. - Convino Kermesite con visible ilusión.-
-¿Nos
llevarías, papá?- Le preguntó Petzite con el mismo deseo.-
-Claro.-
Asintió el interpelado, sonriendo.- Por supuesto hijas…yo quiero lo mejor para
todas vosotras. De modo que si os portáis bien…
-Voy
a decírselo a mamá, seguro que se pondrá muy contenta.- Exclamó Kermesite,
añadiendo.- Y así verá lo bien que me queda mi traje de bailarina.
La pequeña corrió hacia el cuarto de
su madre. Idina había estado llorando pero, al oír los gritos de su hija
sonando cada vez más próximos en tanto la llamaba, enseguida se enjugó las
lágrimas y se adecentó. No quería que la viese en aquel lamentable estado.
Forzó una sonrisa cuando la cría entró preguntándole con entusiasmo.
-Mami,
¿te gusta mi traje de bailarina?...
La interpelada observó ese vestido
de tonos púrpuras y lilas a rayas verticales y un tutú de color morado oscuro.
Lo cierto es que la niña estaba muy graciosa así vestida y no pudo evitar
volver a sonreír, pero ahora de forma genuina, y replicar.
-Estás
preciosa, cariño.
-¡Y
papá nos ha dicho que nos va a llevar a la Corte! - Le contó su pequeña
interlocutora con tono alegre.- ¡Es genial!
Para su madre aquello fue como si la
hubieran clavado una daga en el corazón. Apenas pudo controlarse para abrazar a
su hijita y decir.
-¿Eso
os gustaría, cielo?
-Sí.-
Afirmó la cría con rotundidad.- Todas queremos ir…papá ha dicho que si somos
buenas nos llevará.
Idina suspiró sintiéndose derrotada.
Ópalo siempre fue muy hábil a la hora de manipular a cualquiera. Lo hizo con
ella cuando la conoció. Fue quizás muy ingenua pero siempre creyó que el amor
entre ambos era lo más importante. Sin embargo, luego se fue percatando de que
su esposo deseaba más que nada medrar y llegar a ser una figura importante en
Némesis. Para ello, entroncar con la familia Kurozuki, una de las más
importantes entre los pioneros, había sido una garantía. Pese a que él mismo
pertenecía a la familia Gneis, que a su vez era de prestigio. Pero ahora con
las perspectiva de los años y la experiencia lo veía. Su marido deseaba tener
todos los triunfos en la mano. Recordó con amargura esas proféticas palabras de
su cuñada.
-El
matrimonio es una cosa muy seria.- Musitó. -
E Idina se daba cuenta también de
eso. La misma Agatha no daba la impresión de ser demasiado feliz. Se acordaba
de cuando venía a visitarla siendo ella todavía soltera. Parecía querer estar
siempre a su lado y no separarse.
-Yo
era la única con la que podía desahogarse. Y ahora soy yo quien no tiene a
nadie para hacerlo. - Pensó llena de tristeza.-
Pero
no todo era tan terrible. Al menos tuvo a sus maravillosas hijas. Los momentos
de alegría que pasaba con ellas la resarcían en gran parte. Sin embargo, las
crías crecían inexorablemente e Idina siempre temió que, tarde o temprano,
Ópalo centrase en ellas sus expectativas. Su esposo, tan lleno de encanto como
de falsedad, fue capaz de hacerse un hueco en la Corte junto al rey. Y ahora
tenía en el bolsillo a las niñas. Ella no podría ni tratar de oponerse dado que
sus hijas estarían visiblemente ilusionadas y llenas de interés por ir a ese
mágico lugar que su calculador padre les había descrito.
-Ven
cariño, vamos con tus hermanas.- Musitó ella.-
Y
cuando tomó de la mano a Kermesite y fue a ver al resto, confirmó esa
impresión. Su esposo había conseguido que fueran las crías las que le pidieran
de modo insistente que las llevase allí. Había jugado con su inocencia
infantil. No podría evitarlo. Y, de intentarlo, sus propias hijas se volverían
en contra suya puesto que no lo entenderían. Para ellas su papá era aquel
hombre afable y cariñoso, que les traía regalos cuando volvía de sus
importantes cometidos. Ella en cambio debía lidiar con la monotonía del día a
día. No tuvo más remedio que resignarse. Así pues sonrió a sus pequeñas pero al
mismo tiempo dedicó una fría y torva mirada a su marido. ¡Jamás le perdonaría
aquello! Así, pasadas unas semanas, Ópalo decidió que el momento de partir
había llegado, al fin llevaría a sus hijas de visita a esa ciudad tan
magnífica… Idina apenas sí quiso acompañar a las chicas hasta la salida de su
casa. No podría soportar el separarse de ellas y no deseaba romper a llorar.
Dándose cuenta de eso, su esposo se acercó a ella y le dijo, pese a que la
mujer no quería ni mirarle.
-Tranquilízate.
No voy a llevármelas para siempre. En esta ocasión solamente serán unos días
para que conozcan la capital. Después volverán.
Idina pudo mirarle ahora, con una
expresión entre sorprendida y aliviada. Entonces sí pudo decir con tono
suplicante.
-Por
favor…no me las quites. No podría vivir sin ellas.
-No
soy un monstruo, querida.- Replicó él agregando con tono que parecía hasta
dolido.- ¿Acaso te crees que no tengo corazón? Sé cuanto las quieres, lo mismo
que yo. Escucha. Te propongo una cosa. Si cuando vuelvan te ocupas de que sean
bien educadas y que aprendan las destrezas adecuadas para la vida cortesana, no
será necesario que me las lleve todavía. Por lo menos durante unos años.
-Sí,
haré lo que quieras.- Le imploró su esposa que se atrevió a proponer.- Lo
haré…si quieres, podría ir con vosotros…
-No
creo que estés en condiciones. Ya sabes lo exigente que es la vida en la Corte.
- Replicó él mirándola con severidad.- Además, alguien debe quedarse aquí. Y
quiero estar con mis hijas y actuar como un padre para ellas. ¿No es eso lo que
siempre me reprochas?
Ella bajó la mirada, no estaba
segura de que su marido estuviese representando ahora ningún papel. Quizás le
había herido, quiso tomarle de una mano pero éste se la negó. En esta ocasión
fue él quien la miró con expresión indignada. Idina quedó allí, viéndole
marchar con una mezcla de tristeza y alivio. Estaba muy claro que su matrimonio
había naufragado, pero al menos tendría de regreso a sus queridas hijas. Por su
parte Ópalo se alejó para unirse a las niñas y partir hacia la capital. Tomaron
uno de los deslizadores cortos que comunicaban su condado con las vías
principales y de ahí, uno hasta la capital.
-¡Qué
camino más largo!- Comentó una asombrada Calaverite pegando la nariz contra la
ventana del transporte.-
-Son
unas autopistas que comunican todo el planeta.- Les contó su padre.- Vuestro
abuelo Richard diseñó y construyó muchas de ellas. Por ejemplo, esta por la que
vamos ahora.
-El
abuelo debió de ser muy listo.- Valoró Petzite al darse cuenta de un detalle
que enseguida comentó. – Son muchas rutas cruzándose. Y no se molestan entre
sí.
Así era, multitud de tubos
especiales fabricados de un material altamente resistente protegían a los
vehículos aerodeslizadores que se movían por ellos usando la inducción
electromagnética. Alcanzaban altas velocidades que permitían la comunicación de
cualquier parte del planeta con la capital en cuestión de apenas unas pocas
horas. El abuelo de aquellas asombradas niñas llevó a cabo, en efecto, una gran
labor.
-¿Lo
veis, hijas? Cada miembro de nuestra familia ha ayudado al desarrollo de
Némesis. Unos construyendo cosas, otros plantando flores, algunos como yo
mismo, aconsejando al rey y aprobando leyes para mejorar la vida de las
personas.
-¡Eres
muy importante, papá!- Le alabó Calaverite, con sincera admiración haciendo a
su progenitor sonreír.-
Y todas sus hermanas asintieron,
aquellas palabras concitaban el unánime acuerdo entre ellas. Admiraban
muchísimo a su padre, es más, le tenían en una especie de pedestal. Por
supuesto que le echaban mucho de menos durante los largos periodos que pasaba
fuera de casa, pero empezaban a entender, (sobre todo las dos mayores) que eso
se debía a las cosas tan importantes que hacía para ayudar a todos. Por suerte
en esta ocasión las llevaba con él. El mismo Ópalo, con la experiencia que
tenía y su capacidad de persuasión, vio esas expresiones en las niñas y
hábilmente comentó.
-Cuando
lleguemos a la capital comprenderéis lo importantes que son todas estas cosas
que hacemos. Y se lo podréis contar a mamá. Se pondrá muy contenta. Ella no ha
podido acompañarnos porque debe cuidar de nuestra casa.
Sus
hijas asintieron con entusiasmo. ¡Les encantaría ver todo aquello y después
contárselo a su madre! Y Ópalo cumplió con su palabra, llegaron al fin y mostró
a las crías lo más bonito y espectacular de la ciudad que albergaba la Corte y
el Consejo. Los altos edificios que parecían grandes farallones de cristal,
desafiando al terreno con su altura, el gran palacio del rey construido con
rocas labradas de forma particularmente hermosa, las muchas tiendas y parques
que allí existían. La luminosidad que aportaban gigantescos proyectores que
transformaban la energía oscura en algo similar a la luz solar. Incluso lagos
llenos de agua bastante más extensos y bonitos que los de su territorio, con
riachuelos que cruzaban de un lado a otro de la ciudad con si se derramaran por
el entorno aportando frescor y hermosura por donde transcurrían, a la vez que
un relajante rumor al correr por algunos desniveles, llegando a crear cascadas
cristalinas que refulgían con tonos arcoíris a su contacto con la luz. El conde
de Ayakashi guardó silencio dejando que sus hijas se deleitasen con la
contemplación de todo aquello. Al fin sonrió para preguntarles.
-¿Veis
el agua que alimenta esos ríos?
Y cuando todas asintieron,
asombradas ante la transparencia de esas aguas, incluso quedando maravilladas
al ver a algún pez que las cruzaba, Ópalo aseveró con tono lleno de
satisfacción e incluso nostalgia, hablando incluso de sí mismo en tercera
persona.
-Pues
vuestro padre fue en algunas expediciones a buscar cometas de donde la
trajimos.
-¡Es
increíble!- Afirmó Bertierite, comentando llena de entusiasmo.- Me gusta
muchísimo el agua, y nadar. ¿Aquí se puede nadar, papi? ¿Hay piscinas como las
que tenemos en casa?
La cría aludía a una pequeña piscina
de pocos metros de largo y apenas tres de ancho que tenían en el exterior.
Habían aprendido a nadar allí y a Bertie le encantaba hacerlo con su traje de
baño azul de una pieza. Su padre, divertido al escuchar ese entusiasmo en su
habitualmente tímida hija, le respondió.
-En
algunas piscinas, sí. Y las hay mucho más grandes que la de casa. - Sonrió
éste.- Ya os llevaré si tenemos tiempo.- Le prometió.-
-¡Es
todo muy grande y hay muchísima gente! - Exclamaba una deslumbrada Kermesite
elevando sus pequeños brazos hacia el cielo.-
-Es
verdad.- Convino Bertierite, sonriendo de una forma mucho más amplia de lo que
solía, pensando todavía en esa promesa de su padre.- Tienen muchísimos
edificios y los jardines son maravillosos.
-Eso
es porque no habéis visto los que tienen en palacio. Estos a su lado no son
gran cosa.- Sonrió Ópalo, invitando a las crías con animación.- ¿Os gustaría
poder hacerlo?
-¡Síi!-
Corearon las niñas realmente entusiasmadas por la idea.-
-¿De
verdad que podremos entrar en palacio, papá?. - Quiso saber una asombrada
Calaverite.-
-Nuestro
padre es un noble muy importante. Claro que nos dejarán.- Le respondió Petzite
con total convicción.-
Y por una vez, su hermana asintió,
deseando que así fuera, creyendo eso a pies juntillas en lugar de comenzar a
discutir. Ópalo se sonrió realmente satisfecho. Eso era precisamente lo que
había planeado. Sus hijas iban a quedar realmente impresionadas de su visita y
la guinda la tenían delante. El jardín de los soberanos era el más grande y
hermoso de todo Némesis, a su lado hacía quedar al del condado de Ayakashi como
si de unas cuantas macetas con plantas se tratasen.
-Seguidme.-
Les ordenó él a sus hijas que obedecieron sin rechistar.-
No obstante, lo que el calculador
Ópalo no les explicó es que iban a acceder por la entrada pública, de este modo
se ahorraba el tener que solicitar permiso para entrar por la zona privada y
obtenerlo, lo cual podía dilatarse. Sabedor de eso, las llevó a una hora en la
que había pocos visitantes, dándoles la impresión de que esos hermosísimos
jardines estuvieran allí casi únicamente para ellos. Entraron a través de una
gran puerta y tomaron un largo y amplio camino de tierra. A ambos lados se
extendían grandes zonas ajardinadas con flores de todo tipo, incluso árboles,
algunos con un tamaño realmente apreciable.
-¡Guau!-
Exclamó la perpleja Kermesite. - ¡Qué maravilla!
La cantidad de lilas violetas, rosas
de varios colores y hermosas kerrias, entre otras muchas variedades de plantas,
llamaron la atención de todas. Bertierite se quedó ensimismada observando esas
flores, tanto que se detuvo durante unos instantes dejando que sus hermanas y
sus padres se alejasen.
-¿Te
gustan?- Escuchó entonces una amable voz de mujer.-
-Sí.-
Asintió la pequeña mirando hacia aquella individua.-
Era alta, muy guapa, de largos
cabellos rubios recogidos en una coleta, hermosos ojos violetas que observaban
a la cría con interés al tiempo que sonreía. Enseguida le preguntó a la niña.
-¿Has
venido sola?
-No,
he venido de visita a ver la capital, con mi padre y mis hermanas, están allí.-
Señaló la cría hacia unos veinte metros más adelante.-
-¿Cómo
te llamas?- Quiso saber esa agradable mujer.-
-Bertierite.
Aunque mis hermanas me llaman Bertie. - Le respondió la pequeña.- ¿Y usted,
señora?- Quiso saber muy educadamente, tal y como le habían enseñado.-
-Yo
me llamo Amatista.- Sonrió su interlocutora, quien, observando un grupo de
rosas de diversos colores, le preguntó.-¿Conoces el lenguaje de las flores,
Bertierite?
-No.
¿Las flores hablan?- Inquirió la desconcertada niña.- Yo nunca las he oído.
Su contertulia se rio divertida, con
un tono suave y musical. Pese a ello asintió, sonriente una vez más.
-Sí,
aunque hay que saber escucharlas. Mejor dicho, observarlas. Ellas tienen su
propio lenguaje, y está basado en sus colores. A veces lo llaman floriografía.
-¿Y
usted sabe hablarlo?- Inquirió Bertierite.-
-Hablarlo no mucho, pero sí comprenderlo, un poco.- Le respondió
esa mujer, explicándole.- Mira, ¿ves esas flores?- Le indicó señalando hacia
las rosas.- Pues mira,- enumeró citando
algunos ejemplos.- El color rojo puede simbolizar amor, pasión, felicitación
exaltada. El blanco es inocencia, pureza
y humildad. Con el rosa se puede dar a entender aprecio por alguien,
gratitud ante un favor, el rosa suave es simpatía. Para la amarilla hay que
tener cuidado porque a veces significa amistad, pero otra celos e infidelidad,
y el azul da a entender que existe confianza y afecto.
Bertierite escuchó realmente
interesada. Estaba muy impresionada con esa mujer tan inteligente. En parte le
recordaba un poco a su abuela Kim y a su madre, cuando hablaban de cosas
parecidas.
-Sabe
usted mucho de flores, ¿trabaja aquí?- preguntó la niña.-
-Sí,
puede decirse que trabajo aquí.- Sonrió la interpelada.-
-Nosotros
tenemos jardines en casa, pero no son tan grandes como éste, seguro que tendrá
mucho trabajo cuidando de él.- Comentó ingenuamente la pequeña.- Espero que
tenga muchas droidas para que la ayuden.
-Es
un trabajo que me encanta.- Le susurró confidencialmente esa mujer.- No preciso
de droidas. Al menos no siempre.- Matizó guiñándole un ojo.-
-A
mi madre y a mi abuela les gustan mucho las flores.- Le contó la niña casi a
modo de confidencia.-
-Mis
favoritas son las de jazmín.- Le desveló Amatista, inquiriendo a su vez.- ¿Y
las tuyas?
-Esas
de ahí, que son amarillas.- Señaló Bertierite.-
-¡Ah!,
las kerrias japónicas.- Comentó su interlocutora.- Sí, son muy hermosas.
-¡Le
pediré a mi madre que plantemos algunas! – Afirmó la cría con visible
entusiasmo.-
-¿Sabes
una cosa? Esas flores fueron plantadas aquí hace mucho tiempo, por una señora
muy sabia y muy buena.- Le contó Amatista.-
Al menos eso le contaron a ella. Fue
una de las pioneras las que las plantó. Otra mujer que amaba la naturaleza y
que contribuyó a crear belleza en ese árido mundo.
-Escucha
Bertie, cuando os vayáis, pasad por la entrada y pedid que os den algunas
semillas. Es gratis.- Le explicó afablemente a la cría.-
-Muchas
gracias.- Sonrió la pequeña afirmando con alegría.- A mamá y a la abuela Kim
les van a hacer mucha ilusión…
Ese
nombre le era desde luego familiar a Amatista. Estaba bastante segura de quién
era, no obstante deseaba cerciorarse del todo. Iba a preguntarle a la cría a
propósito del mismo. Sin embargo, la llamada de su progenitor sacó a la niña de
esa conversación. Bertierite sonrió algo tímidamente a esa hermosa señora y se
despidió.
-Tengo
que irme, me llama mi padre. Encantada y gracias por todo lo que me ha contado.
Adiós.
-Ha
sido un placer. -Respondió afablemente la mujer.- Adiós Bertie…
La pequeña corrió a reunirse con su
familia. Amatista por su parte se metió por un camino adyacente quedando al
abrigo de las miradas del grupo. Ella sí pudo observar cómo se giraban para ver
con quien habría estado hablando la niña.
-Vaya,
si es el conde Ópalo. Entonces estaba en lo cierto. Tiene unas hijas realmente
muy simpáticas.- Se dijo Amatista.-
La soberana había salido vestida con
ropas poco llamativas a dar una vuelta. A esas horas sus hijos estaban
recibiendo sus lecciones con los tutores de palacio y su esposo el rey mantenía
una reunión con algunos nobles. Aburrida como estaba salió a mezclarse un poco
con la gente. Era curioso, pese a ser la reina y no esconderse, cuando iba
ataviada como ahora, con unos sencillos pantalones blancos, zapatillas, una
blusa amarilla y su pelo recogido, casi nadie la reconocía.
-Mucho
mejor así, prefiero poder charlar de este modo tan agradable con una niña tan
encantadora. Sobre todo sin que su padre venga a hacer cálculos palaciegos.- Se
dijo, disminuyendo su entusiasmo por esto último.-
Y es que de sobra conocía las
motivaciones de Ópalo. No es que fuera un mal tipo, pero jugaba a lo mismo que
todos los demás, a que su posición en la Corte se mantuviera prestigiosa o
incluso mejorase. De modo que fue mucho más bonito para Amatista el tener la
ocasión de conversar tan amigablemente con una de sus hijas sin que él
estuviera delante.
-Ojalá
pudiera conocer a las otras del mismo modo. Antes de que se maleen por la vida
en la Corte. Si es que algún día vienen aquí para quedarse. - Se dijo,
recorriendo aquel jardín. –
Por su parte el conde de Ayakashi
miró a su pequeña Bertie con curiosidad, preguntándole.
-¿Con
quién estabas hablando, hija?
-Con
una señora muy simpática que trabaja aquí. Sabía mucho de flores…- Le contó la
niña.-
Su padre suspiró, supuso que sería
algún miembro del personal de jardinería. De todos modos esas crías eran
demasiado confiadas y eso no era bueno. Así pues les comentó a todas ellas.
-No
es adecuado que os pongáis a hablar con la primera persona que os dirija la
palabra. Aseguraos antes de que sabéis quien es.
-Pero
mamá dice que tenemos que ser educadas y saludar si nos saludan.- Objetó
Kermesite.-
-Sí,
por supuesto, eso es diferente.- Le respondió pacientemente su padre.-
-¿Y
cómo vamos a saber quién es si no nos lo dicen antes?- Inquirió perspicazmente
Calaverite.-
-Papá
quiere decir que no tomemos confianza con desconocidos.- Aclaró Petz a sus
hermanas.-
-Así
es.- Convino Ópalo, dándole la razón a su primogénita.- Está bien cultivar las
relaciones sociales pero con prudencia. Es una lección que tendréis que
aprender, hijas mías. Por eso, entre otras cosas, es bueno que podáis pasar
tiempo aquí.
-Pues
esa mujer era muy simpática.- Insistió Bertierite añadiendo con lástima.- Que
pena, ya no la veo.
-Habrá
tenido que irse a cuidar las flores.- Supuso Kermesite.-
Y aunque tenía curiosidad por saber
quién era y estuvieron mirando durante un ratito no vieron ya a esa mujer. No
tardaron en olvidarse de ello en tanto se deleitaban contemplando tanta belleza
natural. Al fin concluyeron la visita a los jardines. Después Ópalo las llevó a
tomar algo a una zona más reservada a niños. Hacía algunos años que desde la
Tierra se habían importado esas modas de crear lugares exclusivamente
infantiles, donde los críos pudieran divertirse sin problemas. Áreas con
toboganes y otras atracciones. Allí estaban cuando una conocida del conde le
saludó.
-Hola
Ópalo, no sabía que estuvieras por aquí.
Él enseguida reconoció a Turquesa.
La mujer paseaba por allí cuando creyó reconocerle, se acercó y sonrió
divertida. No tenía costumbre de ver a ese tipo fuera de los Consejos de
gobierno. Ahora daba la impresión de ser todo un padre solícito. Y así se lo
comentó.
-No
conocía tu faceta de hombre de familia. ¿Y tu esposa, ha venido contigo?
-Idina
tuvo que permanecer en nuestro condado. Hay mucho que hacer allí.- Repuso
indiferentemente él.-
Las crías estaban cada una dedicada
a una cosa. Kermesite y Bertierite en los columpios, en tanto sus hermanas
comían algo. Ópalo enseguida las llamó a todas. Acudieron de inmediato y las
presentó a Turquesa. Ésta, como no podía ser de otra manera, se sonrió,
declarando.
-¡Vaya
unas señoritas tan guapas! Vuestro padre estará muy orgulloso.
-Gracias
señora.- Respondió Petzite en nombre de las demás. -
-¿Habéis
venido a conocer la capital?- Se interesó la duquesa.-
-Sí,
papá dice que aquí se hacen cosas muy importantes y que tenemos que aprender
cosas sociales.- Repuso ingenuamente Kermesite.-
Turquesa llegó a esbozar una
sonrisa. Esas crías desde luego eran muy inocentes, incluso más de lo que por
sus cortas edades deberían.
-Me
parece muy bien, vuestro padre es un hombre muy inteligente y un buen amigo.-
Les comentó con tono afable, tras lo que, de un modo más institucional, añadió
dirigiéndose a Ópalo.- Me ha alegrado mucho verle, señor Conde. Espero que
coincidamos pronto en el Consejo.
-Lo
mismo digo, Señora Duquesa.- Replicó cortésmente él, inclinando un poco la
cabeza.-
Y una vez se hubo ido Turquesa,
Petzite preguntó a su padre con curiosidad.
-Esa
señora es muy importante, ¿verdad?
-¿Es
la reina?- Inquirió la entusiasmada Kermesite.-
-No,
es duquesa.- Le recordó Bertierite.-
-Los
duques y las duquesas son los nobles más importantes del reino después de los
propios reyes. Es estupendo que papá sea amigo de una duquesa.- Declaró Calaverite
que recordaba eso de alguna lección de sus institutrices.-
-Bien
dicho, tesoro.- Sonrió Ópalo asintiendo.-
Le gustaba mucho la actitud de esa
cría. Era una muchacha despierta, que analizaba con rapidez las cosas y siempre
sabía qué decir. Capaz de improvisar con mucha naturalidad. Aunque a veces se
excediera en mordacidad. Incluso siendo tan pequeña era una niña que sabía
sacar punta a cualquier cosa. De hecho, enervaba casi siempre a su hermana
mayor.
-Sí,
para analizar a un posible rival o una propuesta, Calaverite sería la más
indicada. Aunque para establecer una relación institucional, preferiría a
Petzite.- Meditó él, casi divertido. –
Y es que la mayor de las hermanas
era muy protocolaria, mantenía las distancias y era muy consciente de la
diferencia de estatus. En eso Calaverite era bastante más irreverente, pese a
ser educada a su vez. Sin embargo, la primogénita se tomaba en serio ese papel
de ser la de más edad. Continuamente se lo recordaba al resto y le gustaba
mostrarse responsable como la que estaba al mando tras sus padres.
-Claro,
tras los duques vienen los marqueses y después los condes como papá y mamá.
Luego vizcondes, barones y otros poseedores de terrenos. - Añadió precisamente
Petzite.-
-Muy
bien.- Aplaudió Ópalo afirmando con sincero orgullo.- Veo que habéis aprendido
las lecciones acerca de rangos y protocolo.
-Mamá
nos dice que son cosas muy importantes.- Apuntó Bertierite.-
Su padre asintió, esa niña era en su opinión la mejor dotada
intelectualmente, aunque bastante tímida a la hora de hablar en grupo. No tenía
desde luego la fuerte personalidad de su hermana Petzite ni el desparpajo y el
don de gentes que poseía Calaverite, capaz de entablar amistad con cualquier
crío que hubiera por allí. De hecho, antes de que Turquesa llegase la observó
hablando con dos o tres. Quizás Bertie fuese muy niña aún. No obstante, si se
tratase de establecer planes a largo plazo y analizar cuidadosamente pros y
contras de una situación, estaba convencido de que la tercera de sus hijas era
la más dotada para ello.
-Entonces
somos una familia importante. ¿Verdad papá? Porque aquí hay mucha gente y muy
importante también.- Intervino la entusiasmada Kermesite.-
Ópalo le sonrió. Su benjamina era
con mucho la que más se entusiasmaba por todo. Era dúctil y fácil de convencer.
Eso no era bueno para la mayoría de las cosas. Sin embargo, podría hacer de
ella una estupenda camarera de palacio. Siempre sería leal a sus soberanos. Al
menos empatizaba rápidamente y era abierta a las novedades, que acogía con
interés y buen talante.
-Es
la más accesible a los demás, puede que
por su corta edad. Todavía es demasiado inocente. – Reflexionó su padre.- Pero
si se la prepara adecuadamente, sería maravillosa a la hora de establecer
relaciones sociales y tender puentes.
Y esas valoraciones le estaban
siendo muy útiles. Precisamente por eso, además de para deslumbrar a las niñas,
quiso venir con ellas sin la presencia de su madre. Idina podría haberlas
influenciado en demasía sin permitirles expresar del todo su potencial. De este
modo Ópalo comenzó a pensar para qué cometidos podría ser más valiosa cada una
de sus hijas. Incluso se daba cuenta de que, en mayor o menor medida, todas
tenían algunas cualidades que él mismo poseía.
-Combinando
sus habilidades en una sola mujer, serían la perfecta candidata para medrar en
la Corte.- Pensó animado por el optimismo.- Estoy convencido de ello. Sí se
preparan bien y mantienen su unidad, nuestra familia podría llegar a ser la más
poderosa del planeta. ¿Quién sabe? Incluso emparentando con la mismísima
realeza.
Así
pues, animado por esas reflexiones y con buen talante, prosiguió mostrándoles a
sus vástagos las excelencias de la capital. Incluyendo los paisajes
holográficos que se proyectaban en algunos sitios, con imagenes de cielos
azules y montañas de cumbres nevadas.
-Es
tal y como la abuela Kim nos ha contado.- Exclamaba Kermesite al ver aquello.-
-Entonces,
¿la Tierra es así?- Se preguntó Bertierite.-
-Si
lo es, es muy hermosa.- Admitió Calaverite.-
-Y
lo bueno es que podemos verlo aquí, sin tener que hacer un viaje tan largo.-
Remachó Petzite.-
-Así
es. Creedme. Dentro de poco Némesis no le tendrá nada que envidiar a ese
planeta. Y eso será gracias al trabajo de futuras generaciones como la
vuestra.- Sentenció Ópalo.-
Las
chicas quedaron realmente contentas al escuchar esas palabras de su padre. Éste
les compró más regalos y tras unos días estupendos cumplió su palabra y las
trajo de vuelta junto a su madre. Él enseguida retornó a la Corte no sin antes
decirles a las niñas.
-Ya
habéis visto lo maravillosa que es la capital de nuestro mundo. Si queréis ir
allí algún día tendréis que preparaos mucho, aprender un montón de cosas para
así servir a nuestros soberanos y que el nombre de nuestra familia sea
respetado.
-Lo
haremos, papá.- Le prometió Petzite.-
Y
tuvo el asentimiento unánime del resto de sus hermanas. Esta vez, hasta el de
Calaverite, que incluso añadió llena de entusiasmo.
-¡Estarás
muy orgulloso de nosotras!…
-Sí,
estudiaremos mucho.- Afirmó Bertierite.-
-¡Las
hermanas Ayakashi seremos las mejores!- Exclamó Kermesite elevando sus dos
pequeños brazos con euforia.-
Ópalo se permitió sonreír ahora de
forma sincera y amplia. Tras acariciar a todas sus hijas sentenció.
-Estoy
seguro de que así será. Ahora debo irme. Tengo mucho que hacer allí para que un
día podáis ir y ser recibidas con la consideración que merecéis.
Por su parte Idina asistía a eso
como si de una espectadora invisible se tratase. Su sentimiento de pesar y
amargura no tenía límites. Ópalo se había ganado totalmente a las niñas para su
causa. Y si no deseaba ser dada de lado por sus propias hijas no tendría más
remedio que sumarse a eso. Aunque le rompiese el corazón. Por tanto, comentó
obteniendo la atención de todos.
-Vuestro
padre estará muy orgulloso de vosotras. Haré todo cuanto esté en mis manos para
convertiros en las mejores de todo el reino.
-Sé
que lo harás, querida.- Sonrió él, visiblemente complacido.-
Recompensó con un beso en la mejilla
a su esposa quien lo encajó sumisamente. Ahora sí, el conde de Ayakashi podía
irse tranquilo. Todo se haría conforme a sus deseos. Y así sucedió. Las chicas,
bajo la férrea supervisión de su madre, se aprestaron a prepararse bien durante
los siguientes años…
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