A la mañana siguiente Kimberly fue
la primera en encontrar a su madre sin vida. Desesperada, llamó a los servicios
médicos pero éstos nada pudieron hacer.
-¡Mamá!-
Chillo con horror, tratando de despertarla.-
Richard se unió a ella en tanto
aguardaban a las asistencias, pero enseguida movió la cabeza con pesar,
abrazando a su esposa.
-¡Déjala
descansar!- Musitó consternadamente él, en tanto Kim se derrumbaba presa del
llanto.-
Había ido a casa de su madre para
ver si necesitaba alguna cosa. Llamó y como esta no abrió supuso que no la
habría escuchado o que seguiría dormida. Entró sin hacer ruido y fue a su
habitación. Al principio creyó
efectivamente que descansaba. Luego, cuando se aproximó y con tono cariño y
quiso despertarla sintió que algo estaba mal.
-Es
tarde, mamá.- Insistió ahora elevando el tono de voz.- ¿Quieres que te prepare
algo para desayunar?
Fue cuando la tocó percatándose de
que estaba fría, muy fría. Intentó despertarla zarandeándola sin éxito y llena
de horror y tristeza gritó. Su alarmado esposo entró entonces presenciando
aquel penoso cuadro. Ahora, totalmente hundida, Kim apenas sí escuchaba cuando
llegaron el médico y dos enfermeros que enseguida se hicieron cargo de
certificar el fallecimiento de esa anciana.
-Murió
mientras dormía. Si le sirve de algo le aseguro que no sufrió.- Le comentó el
facultativo.-
Es más, el semblante de la difunta
anciana aparecía relajado con una amplia sonrisa. Pero su hija lloraba con
desconsuelo, abrazada a su marido que lo hacía de igual modo. Él también quiso
mucho a esa buena mujer. Fue otra madre más para él. Tras un buen rato así,
Kimberlita finalmente pudo reunir la suficiente entereza y llamar a su hija. La
muchacha no tardó en venir, acompañada de su esposo, pese a haber comenzado el
viaje de novios. Visitó el cuerpo de su abuela, congelado hasta su llegada.
-No
sufrió, ¿verdad?- Preguntaba entre lágrimas.-
-No,
hija.- La consoló Kim abrazándola con cariño.- Y sus últimos recuerdos que
sepamos, fueron para ti.
La muchacha lloró, aunque por una
parte pensaba en que su querida abuela se habría reunido con su familia. Tras
unos momentos para calmarse, su madre le susurró.
-Dejó
algunas cosas. Muchas son antiguos recuerdos de su juventud. Incluso imágenes
de su planeta natal. Lamento no haber prestado mucha atención a eso cuando me
lo contaba a mí siendo niña. Pero sé que contigo era diferente, las dos teníais
esa conexión. ¡Te relataba cosas de la
Tierra y de la casa de sus abuelos allí, desde que eres pequeña! - Suspiró con
tristeza.- Seguro que ella hubiera querido que tú guardases estos vestigios de
su hogar.
-Gracias,
mamá.- Suspiró la muchacha.- Lo haré con mucho cariño.
Así había sido, una emocionada Idina
se acordaba de todas esas historias que su abuela le contaba, y del poso de
nostalgia y esperanza que había en su voz, cuando lo hacía. Daba la impresión
de que, al hablarle de sus recuerdos con tanta intensidad, la hiciera viajar
allí. La joven casi podía ver esos lugares.
-¿Y
todo estaba lleno de árboles, abuela?- Evocó ahora una de las preguntas que,
siendo apenas una cría de nueve o diez años, le formulase con admiración.-
-Así
es.- Sonreía Kurozuki, añadiendo.- Hasta donde alcanzaba la vista. En mi mundo
se plantaron cientos de miles de árboles, y siendo un hermoso espectáculo,
quedaba en nada cuando visité la Tierra. ¡Cariño, eso era un auténtico paraíso!
Me acuerdo de cuando me llevaron a visitar a mis abuelos Connie y Tom por vez
primera. Los árboles se extendían sin fin hasta unas altísimas montañas,
coronadas de nieve en sus cimas. El cielo era de un color azul maravilloso, y
enormes nubes que parecían hechas de algodón lo cruzaban sin cesar…
-¡Qué
maravilla! Yo quiero ir a la Tierra.- Exclamaba la pequeña Idina entonces,
dominada por el entusiasmo.- Deseo verlo de verdad, no únicamente en las holo
fotos, ni en las películas antiguas.
-Un
día irás, seguro que sí.- Afirmaba animosamente su abuela, acariciándole afectuosamente
el pelo.-
Ahora,
la ya adulta muchacha solamente podía sollozar esbozando una fugaz sonrisa.
¡Ojalá que en su viaje de novios hubiera podido llegar tan lejos! Dejó al
margen esas reflexiones dado que al poco tiempo su hermano Grafito y Agatha
hicieron acto de presencia. Tras abrazarse a su vez con los restantes miembros
de su familia, el joven nieto de la fallecida declaró con sentimiento y cariño.
-Fue
una gran mujer. De las primeras que contribuyó a crear las condiciones para
vivir en este mundo.
Todos estuvieron de acuerdo en ello.
El grupo se disgregó en corrillos para conversar y Agatha aprovechó para
aproximarse a su cuñada, esbozando una tenue sonrisa pese a ese triste momento,
le preguntó.
-¿Qué
tal tu “ Luna de Miel”?
-Bueno,
ahora no tengo muchas ganas de hablar de eso.- Suspiró la joven mirando de
reojo al cuerpo de su abuela.-
Agatha le tomó de una mano y tras
sonreír nuevamente, agregó.
-En
eso debo darle toda la razón a mi
marido. Tu abuela fue una gran mujer. Luchó durante toda su vida para que los
que viniesen tras de ella tuvieran un futuro mejor. No le gustaría que
empañases este momento tan feliz para ti ni tan siquiera por ella. Es más,
seguro que eso sería lo que menos podría haberle gustado.
Aquellas palabras hicieron
reflexionar a Idina quien finalmente asintió concediendo a su interlocutora.
-Sí,
tienes razón. Ella hubiera querido verme feliz con mi esposo…gracias…
Y sonrió entonces asintiendo. Agatha
no pudo refrenarse y se aproximó para besarla, desviándose a una mejilla en el
último instante. Idina no percibió nada raro en eso, tomándolo por un gesto más
de consuelo y apoyo. Aunque su cuñada se disculpó entonces con unas palabras
balbuceantes casi entre sollozos.
-Yo…tengo
que salir un momento…
El resto debió pensar que era debido
a la emoción por la pérdida de Kurozuki, no obstante Agatha tenía otra causa
todavía más triste y dramática para romper a llorar. Pasó unos instantes
desahogándose a solas en un corredor hasta que su propio esposo salió fuera.
Grafito, lejos de estar preocupado por ella, le dedicó una mirada llena de
desaprobación y espetó.
-¡Espero
que, por lo menos, seas capaz de controlarte y no dar un espectáculo en el
funeral de mi abuela!
La mujer no quiso ni dirigir la
mirada hacia él. Su marido movió la cabeza y se dio media vuelta, entrando de
nuevo. Grafito estaba realmente indignado y rabioso, al tiempo que consternado.
Él debía cargar con ese tipo de mujer y entre tanto, el amor de su juventud,
Azurita, le acababa de dar un hijo a su primo Lamproite.
-Le
han llamado Rubeus.- Pensaba con amargura.- Podría haber sido mi hijo, si
Azurita se hubiera fijado en mí. Pero tuve que casarme con esta otra…
Fue duro para él llevarse ese
desengaño amoroso. Al fin, presionado por las habladurías y el deseo de fundar
su propia familia para olvidar, se lo propuso a Agatha. Era una mujer atractiva
y parecía agradable. Al menos eso pensó. No es que la amase como a Azurita pero
le gustaba y pensó que sería capaz de hacerlo con el tiempo. Comenzaron un
corto noviazgo, la llevó a su casa para que conociera a la familia. Al
principio no notó nada extraño. No obstante, al poco tiempo pudo darse cuenta.
Agatha se convirtió en amiga inseparable de Idina. Grafito desde luego no pensó
nunca nada raro acerca de su hermana pequeña. Le bastaba ver como miraba y como
hablaba de Ópalo. Estaba muy enamorada de él. El problema era su propia novia.
A veces prefería quedarse hablando con Idina que estar con él. Tomándolo por
algo natural al principio, como que eran casi de la misma edad y que Agatha
había tenido pocas amigas, lo dejó pasar. Al fin llegó la boda. Sin embargo,
nada más casarse, su esposa se negó a mantener relaciones. Su pretexto era
sentirse nerviosa e insegura. Por supuesto él tuvo la delicadeza de darle
tiempo. Empero, los días e incluso las semanas pasaban y ella seguía sin estar
dispuesta. Al fin, su paciencia llegó al límite. Una noche como otra
cualquiera, se aproximó a su mujer y quiso besarla. Primero en la mejilla, cosa
que Agatha encajó con estoicismo, más tarde en los labios. Pudo hacerlo también
aunque cuando trató de acariciarla en el cuello y bajar hasta sus senos, ella
se apartó como si el mero contacto con su esposo la quemase.
-¿Qué
te pasa?- Inquirió él.-
-Nada,
es que no…, no tengo ganas…- Pudo replicar ella, respirando algo agitadamente.-
-¿Algún
día las tendrás?- Inquirió él, con tono cortante y molesto, agregando.- ¿Te das
cuenta de que eres mi esposa, que llevamos dos meses casados y que aún no he
podido ni tocarte?
-Lo
siento, no es fácil para mí.- Se defendió la joven mirándole con una mezcla de
envaramiento y malestar.-
-Es
muy fácil, sólo tienes que desnudarte y tumbarte en la cama.- Contestó
sarcásticamente él, agregando con ácida condescendencia. - Te ayudaré si te resulta
complicado.
Intentó agarrarla de un brazo y
tirar de ella hasta el dormitorio, pero Agatha se resistió. Harto de aquello,
Grafito la sujetó a la fuerza levantándola en brazos.
-¡Suéltame!-
Chilló ella.-
-Ahora
mismo.- Convino irónicamente él llegándose hasta la cama.-
Allí la dejó caer, Grafito comenzó a
quitarse la ropa, aunque su mujer trató de levantarse y escapar. Enfurecido
como estaba por aquello no se lo permitió, empujándola de nuevo. Se puso sobre
ella y la sujetó de ambas manos.
-¡No,
por favor!- Gritaba la joven, con visible miedo.-
-¡Ya
basta de tonterías! ¡Eres mi mujer y vas a comportarte como tal ahora mismo! -
Le exigió él.-
Agatha braceaba presa de la angustia
y aprovechando que su marido liberó una de sus manos para intentar desvestirla
ella le abofeteó. Eso enrabietó todavía más a Grafito quien le devolvió otra
bofetada. La aterrada mujer rompió a llorar retorciéndose en un desesperado
intento por escapar. Al fin el chico se
rindió levantándose. Tras unos instantes en los que ninguno pronunció palabra,
oyéndose únicamente los sollozos de la joven, fue él quien, con tono de amargo
reproche, le preguntó.
-¿Puede
saberse para que demonios te has casado conmigo?
Como la interpelada no respondió él
insistió, sacando las sospechas que le torturaban dentro de su alma, y sentenciando con
sarcástico resentimiento.
-Tengo
una idea. ¿Y si invito a mi hermana? Apuesto cualquier cosa a que con ella no
pondrías tantas objeciones. ¿A qué no? ¿Es que te gustaría ser como la princesa
Ámbar? Cuentan muchas cosas de ella y de su “amiguita” Magnetita.
-¿Qué?-
Pudo exclamar la impactada y sollozante Agatha mirándole con estupor.-
-¡No
me tomes por un estúpido! Desde que te presenté a Idina he visto como la
mirabas. Siempre deseando estar junto a ella. ¡Vamos! Si eso es lo que
necesitas para cumplir conmigo Puedo proponerle un trío.
-¿Cómo
te atreves a decir eso ni en broma? ¡Eres un asqueroso!- Le insultó ella
señalando indignada.-¡ Es tu hermana!
-Y
tú una invertida, ¡maldita zorra!- Espetó él, añadiendo incluso con crueldad.-
Pero tengo malas noticias para ti, mi hermana no lo es. Haz el favor de sacarte
de la cabeza que Idina vaya a mirarte nunca de ese manera y compórtate como una
mujer normal.
-¿Cómo
te atreves a hablarme así? ¡Tú no sabes lo que estoy sufriendo!- Replicó ella
con rabia.-
-¿Que
cómo me atrevo?- Exclamó su marido a su vez, al sentenciar.- ¡Yo sí que sufro!,
tu desdén, tus nulas ganas de darme herederos. Todo el mundo murmura. La
mayoría afortunadamente te creerán estéril. Pero otros a buen seguro que
pensarán igual que yo. Por lo menos, a esa Magnetita se dice que la obligaron a
casarse cuando se rumoreaba ya cómo era después del escándalo que protagonizó
con esa princesa. ¡Pero tú aceptaste de buen grado mi propuesta de matrimonio!
¡Me dejaste creer que me amabas!- Aulló él lleno de furia y amargura.-
Su esposa rompió a llorar una vez
más. No sabía que podía responder a eso. Era cierto. Empero, se sintió tan
presionada y asustada entonces que no vio otra opción más que la de casarse
para no ser señalada. Su propia familia había estado muy cerca de los sectores
más conservadores y no quiso ser motivo de vergüenza para sus padres. Y es que
desde que era una adolescente Agatha se había sentido atraída por las mujeres.
Aunque para su desconsuelo y creciente temor, no había conocido a ninguna que
la hubiese correspondido abiertamente. Todo lo más tuvo algún intercambio de
algunas miradas y sonrisas cómplices con sus compañeras de aprendizaje cuando
se reunía con otras chicas en las escuela. Pero jamás pudo estar segura para
atreverse a dar el paso, o no eran como ella, o tenían el mismo miedo que
Agatha a ser expuestas y rechazadas. Por eso, cuando conoció a Grafito y él
comenzó a interesarse por ella vio una vía de escape. Más al saber a qué
familia pertenecía. Y después conoció a la hermana pequeña de ese chico, Idina,
tan amable y tan hermosa. No pudo evitar enamorarse de ella, por un lado era
feliz cuando estaba a su lado y por otro, se sentía culpable e incluso sucia e
indigna por semejantes pensamientos. Para su vergüenza, grafito no andaba
errado. Al menos, en cuanto a lo de haber podido compartir lecho con Idina,
Agatha no se lo hubiese pensado de haberse tratado únicamente de ellas dos. Ahora,
tras admitirse eso a sí misma, no se atrevía a enfrentar su mirada a la de su
esposo. Él, sin saber qué más decir o hacer, se paseó por la estancia hasta
que, lleno de rabia, salió cerrando de un estruendoso portazo. Tras eso
estuvieron dos días enteros sin hablarse. Sobre todo porque él la miraba con
patente desprecio y Agatha le rehuía. Era una situación muy tensa y
desagradable. Finalmente fue ella, quien, compungida y temerosa de que su
marido pudiera llegar a contarle eso a Idina, le pidió.
-Por
favor, ten paciencia, yo…solamente necesito algo más de tiempo.
-¿Cuánto
tiempo más, eh?- Replicó él de modo desabrido.-
-No
lo sé.- Suspiró la atormentada joven.-
-¿Es
que no ves que ya no soporto esto?- Replicó el indignado Grafito.- Ya ni
podemos ir a ver a mis padres. No dejas de mirar a mi hermana. Un día de estos
vas a intentar algo con ella, o a insinuarte, ¡lo sé!- Exclamó alarmado y
furioso.- Y no lo permitiré. Antes tendré que contarle que tú…
-¡No,
por favor!- Gimió la mujer arrodillándose ante su esposo, quien ahora la observó
impactado, cuando Agatha se aferró a su cintura, suplicándole al ver confirmado
su peor temor.- ¡A ella no!, no le digas nada a Idina…
-Entonces
¿es cierto?- Inquirió él entre perplejo y consternado.-
Pasaron unos instantes hasta que
Agatha, reuniendo toda su dignidad, tuvo el coraje de mirarle a la cara y
asentir despacio.
-Si
tengo paciencia y no te presiono más, te dominarás y actuarás como una
verdadera esposa. ¿Lo harás? - Le propuso más calmadamente él. – Al menos para
evitar el escándalo.
La
vencida Agatha, con ojos llorosos y musitó bajando la mirada.
-Sí.
-¿Y
podremos intentar tener hijos?- Quiso saber él con tono desconfiado.-
Ella
asintió despacio, ahora su esposo le dedicó una última mirada de desaprobación
antes de retornar con su familia. Agatha suspiró enjugándose sus lágrimas,
sabía que Grafito estaba muy enfadado y dolido. Temía que llegara a cumplir su
amenaza. A esas alturas los dos se conocían bien y le creyó capaz. Y eso no
podría soportarlo. Sabía que Idina jamás iba a sentir del mismo modo, y menos
aún, si eso suponía hacerle daño a su querido hermano. Lo más probable es que cortase todo contacto
con ella, e incluso se sintiera ofendida. De modo que tras dominarse a costa de
un gran esfuerzo volvió dentro. No quería humillarse, ni hacerle daño al resto
de la familia.
-Especialmente
ella no...no debe saberlo jamás. No quiero arriesgarme a que no me lo perdone
nunca. ¡A que me desprecie como Grafito lo hace! Me bastará con tenerla cerca
alguna vez. - Se dijo intentando reunir toda su dignidad.-
Al menos obtuvo ese compromiso de su
esposo. Grafito guardaría silencio, tenía casi tanto que perder como ella. Así
pues compartían la casa pero realmente vivían como si de dos extraños se
tratase. Ella le había prometido a su vez que haría un esfuerzo para darle
hijos de vez en cuando. Y eso le bastó a su marido. Así, tras el pesar y las
lágrimas, los familiares se despidieron, la vida debía continuar. Ajenos al
drama de sus cuñados la pareja de recién casados retomó su Luna de Miel y viajó
por Némesis. Visitaron entre otros a Maray, la amiga cercana de Idina. Ella
también se había casado hacía poco tiempo con el duque Cuarzo de Émeraude. Tal
y como Topacita le contó a Idina, tuvieron una hija, la pequeña estaba en su
cuna.
-¡Qué
niña tan preciosa!- Sonreía la recién llegada en tanto observaba al bebé.-
-Es
mi hijita Esmeralda.- Pudo decir su amiga, que permanecía acostada en la cama,
aquejada todavía del esfuerzo del parto mientras relataba.- Mi bebé nació en el
mismo salón esmeralda de palacio. Durante una recepción de sus majestades. Por
eso la he llamado así.
Desde luego aquello fue muy nombrado
en la Corte. Aunque eso a Idina no le interesaba en absoluto, sólo se preocupaba
por el bienestar de su amiga a la que no veía demasiado saludable.
-¿Y
tú cómo estás?- Quiso saber su concernida interlocutora.-
-Mejor.-
Replicó débilmente la muchacha.- Creo que las condiciones de esta región de
Némesis no eran las más idóneas. Pero afortunadamente los expertos han podido
contener la energía oscura y reconducirla.
-Sí.
Eso ya se ha conseguido hace años en muchas partes del planeta. Incluida ésta.
Por eso no creo que tenga nada que ver con tu estado.- Comentó Idina.-
-Mi
esposa tiene razón. Es algo distinto.- Convino Ópalo preguntando con visible
interés.- ¿Dónde está tu marido?
-Tuvo
que ir a la corte. El rey Coraíon iba a tratar algunos asuntos con él. No sé
mucho más.
-Cuarzo
debería estar contigo, aquí.- Se molestó su amiga moviendo la cabeza.-
-Tienes
muchas ocupaciones, ser el Señor de la región de Émeraude, duque consorte de Green y principal consejero del
monarca, junto al marqués de Crimson, es un gran honor.- Pudo contestar su
débil interlocutora casi dando la impresión de querer justificar esa prolongada
ausencia.-
-Mi
primo Lamproite debería decirle a tu esposo que volviese contigo.- Comentó
Idina.- Ya hablaré con él en cuanto pasemos a presentar nuestros respetos a los
soberanos. La reina Amatista Nairía es una mujer muy bondadosa e inteligente.
Seguro que convencerá a su Majestad para que dispense a tu marido.
-Cuarzo
tendrá sus razones, no creo que debamos interferir.- Intervino en ese momento
Ópalo quien había llegado a su vez para saludar a la convaleciente.-
-Pero
no puede dejar a Maray sola, y mucho menos ahora. ¡Acaban de ser padres!-
Exclamó Idina con manifiesta contrariedad.-
-No
te preocupes por mí. -Sonrió débilmente su amiga, añadiendo incluso con tono de
orgullo y satisfacción por ello.- La
reina en persona asistió a mi alumbramiento. ¿No te lo conté?
Y ante la negativa de su invitada,
Maray le refirió en persona lo que Idina
ya había oído por mor de los chismes…
-Mi
esposo y yo habíamos ido a felicitar a los monarcas por su aniversario de bodas
y a conocer a su segundo hijo. Se celebraba una fiesta de gala…
Maray recordaba haber ido ya cuando
estaba fuera de cuentas. Pese a que su esposo quiso disuadirla, la joven
insistió.
-Cariño.-
Suspiraba un preocupado Cuarzo.- De verdad, los soberanos no se tomarán a mal
que no vayas.
-No
es solamente eso, quiero ver a la reina. Y darle mi enhorabuena. Es una buena
mujer.- Insistió, añadiendo también con tono algo entristecido.- Y quiero salir
un poco de aquí. Lo siento pero, aunque este lugar es muy hermoso tengo ganas
de ver a otras personas…
Cuarzo abrazó a su mujer
cuidadosamente y le susurró al oído con toda la amabilidad que pudo.
-Mi
amor, sé que debes de estar muy aburrida. Pero es por tu salud. A nuestro bebé
le queda poco para nacer.
-Lo
sé, y no haré nada que lo ponga en riesgo. Te lo aseguro.- Afirmó ella.-
Al
final y aunque su salud no era todo lo buena que hubiese sido deseable, pudo
disfrutar de esa recepción. Tras conversar con otros asistentes bailaba con su
marido. De pronto comenzó a sentirse mal. Se detuvo respirando con dificultad.
Su pareja entonces la sostuvo entre sus brazos preguntándole con temor.
-¡Maray!
¿Estás bien?…
-Sí.
Bueno, verás…- Pudo apenas jadear ésta tratando de reunir fuerzas para añadir.-
Creo que el bebé ya está aquí…
-¿Ya?
¿Ahora?- Exclamó su acompañante agregando alarmado.- Te dije que era más
prudente no haber venido.
Entre el dolor que estaba soportando
esa joven replicó a duras penas mientras otros asistentes al baile se acercaban
atónitos.
-Quería
felicitar a los soberanos por su aniversario y ver en persona a su segundo
hijo. No podíamos faltar…
Estuvo a punto de caerse, el
asustado Cuarzo la sostuvo, apresurándose a responder de un modo conciliador.
-.No
te preocupes por nada, mi amor. Aguanta un poco…¡Por favor!- Pidió elevando el
tono. ¡Ayuda!
Los demás asistentes detuvieron el
baile mirándoles entre perplejos y alarmados. Atraída por el revuelo otra mujer
de largo pelo rubio rizado se acercó. Al instante el resto de los presentes se
apartaron haciendo una reverencia a su paso. Se trataba de la propia reina
Amatista en persona.
-¿Qué
sucede, te encuentras bien?- Quiso saber la soberana con gesto demudado mirando
a Maray.-
-Majestad.-
Dijo Cuarzo con preocupación.- Mi esposa se ha puesto de parto.
-¡Rápido!,
llevadla a mis estancias privadas. Llamad al médico de palacio.- Ordenó con
rapidez.-
Varios
individuos obedecieron al instante y llevaron a la parturienta a las
habitaciones privadas de la reina. Allí, el doctor Alabastro llegó enseguida
junto al rey que llevaba en sus brazos a un pequeño de unos dos años, de corto
pelo entre platino y albino, con unos curiosos ojos grandes y violetas.
-¿Qué
sucede?...-Quiso saber Coraíon.-
-Majestad.
Esta mujer va a dar a luz.- Le informó uno de sus cortesanos con envaramiento e
inquietud.-
El médico pidió un poco de espacio.
Allí, tendida en un sofá, esa pobre chica jadeaba y gritaba. La mancha de
humedad en la verde tapicería indicaba que ya había roto aguas.
-Traigan
agua caliente y sábanas limpias.- Pidió el doctor.-
-Yo
lo haré.- Declaró la soberana dejando a todos atónitos.- Hace poco que he
tenido otro hijo.
-Te
ayudaré.- Sonrió su esposo.-
Entre
tanto aquel tipo de pelo castaño sujetaba la mano de la parturienta.
-Todo
va a salir bien, cariño…-Animaba a la apurada joven.- ¡Vamos Maray!…
La
chica estaba lívida. Sin embargo sintió como si una presencia llena de afecto
hacia ella la animase. Por unos instantes experimentó un extraño sentimiento de
emoción y alegría. No supo el tiempo que transcurrió. Al fin gritó de modo
agónico cuando comenzó a empujar.
-Le
veo la cabeza.- Anunció el doctor.-
-Todo
va bien, mi amor… empuja solo un poco más.- Le pedía entre afectuosa y
concernidamente ese joven.-
-Vas
muy bien.- La animó la soberana sonriéndole alentadoramente a la par que
proponiendo a la agradecida chica.- Cuando nazca tu bebé le pondremos una cuna
al lado de la de mi Zafiro. Si es que su hermano mayor Diamante no se enfada…
Entre tanto, casi inadvertidamente,
ese crio se aproximó hasta la cabecera del sofá. Miraba a aquella mujer que
gritaba con los ojos muy abiertos. Y aquello pareció obrar un pequeño milagro.
Esa chica dejó de chillar y sonrió mirando al niño, él le devolvió la sonrisa y
entonces el médico exclamó.
-¡Ya
está!
Y levantando una pequeña forma la
mostró en alto. Sujetándola de un pequeño tobillo y con la cabeza abajo pudo
verse un bebé. El doctor enseguida le palmeó en el trasero haciendo que
llorase.
-¡Es
una niña!- Declaró.-
-Una
niña nacida en el salón esmeralda.- Sonrió la reina puesto que así se llamaba
esa habitación de sus estancias privadas.-
-Esmeralda.-
Susurró la flamante madre con una sonrisa.- Me gusta mucho ese nombre…Esmeralda
de Green Émeraude…¡Es perfecto!
La aludida seguía llorando a pleno
pulmón, entre tanto el doctor Alabastro cortaba el cordón umbilical y la
envolvía en una sabanita tras limpiar restos de sangre y de placenta.
-
Así sucedió. Y creo que fue cosa del destino. Mi hija debía nacer allí. - Pudo
decir Maray esbozando una débil sonrisa tras rememorar aquello.- Ahora tengo a
mi niña a mi lado y con eso me basta.
Su amiga y el esposo de ésta
asintieron, sin embargo estaban muy inquietos. Esa joven nunca tuvo una salud
demasiado buena. Esa era una consecuencia de aquellas alteraciones genéticas
para poder cruzarse con miembros de sus propias familias. Era eficaz en
prevenir otras complicaciones pero, pese a los avances en la ciencia, todavía
debían pagar un alto precio. Maray siempre fue una muchacha animosa pero frágil
y desde su embarazo y el parto se había debilitado aún más si cabía.
-Ahora
te toca a ti, mi querida amiga.- Sonrió la convaleciente, remachando.- Ya verás
lo bonito que es ser madre.
-Sí,
supongo que no tardaré mucho en averiguarlo.- Sonrió Idina con el cómplice
asentimiento de su esposo.-
Y la pareja de recién casados estuvo
con su anfitriona durante unas horas más. Los dos alegres al menos de ver que,
la pequeña de pelo verde y ojos castaños, disfrutaba del bienestar y la lozanía
que a su madre parecían faltarle. Al poco alguien entró en la habitación, era
la anciana Topacita quien estaba encantada con su nieta.
-Me
alegra mucho veros. ¿Qué tal todo por casa, querida?- Saludó afablemente la
doctora a Idina.-
-Bueno,
algo tristes tras el fallecimiento de mi abuela, pero por lo demás bien.
Gracias.- Afirmó la muchacha.-
-Lamenté
mucho la pérdida de la dama Kurozuki. Fue una gran mujer. Celebro que tu
familia prospere. – Repuso Topacita quien, debilitada y mayor como estaba tomó
asiento cerca de la cama de su hija.-
-Mi
madre le envía recuerdos. – Comentó Idina.-
-Mi
amiga Kimberlita.- Sonrió la jubilada doctora, añadiendo con voz queda.- ¡Qué
rápido nos ha pasado la juventud!
-
Mamá, tú estás estupenda.- La animó Maray.-
-Es
cierto.- Convino la visitante.-
-A
veces me da pesar que, por mi causa, no puedas seguir en la Corte.- Comentó la
convaleciente.-
-No
hija. No debes pensar eso.- Repuso su madre, añadiendo además, ahora con un
tono algo más inquieto.- Además, la Corte no es buen lugar.
-¿La
Corte de los reyes Coraíon y Amatista?- Inquirió Idina con evidente perplejidad
para sentenciar.- Pero si son unos estupendos soberanos…
-Ellos
son buenas personas sí, pero hay otras muchas que solamente desean medrar. –
Suspiró Topacita, agregando ahora con prevención e incluso tono de temor.- Y
otras cosas aún peores y más difíciles de ver.
-Bueno,
siempre hay de todo, pero papá me cuenta
cómo van las cosas por allí y no es para tanto.- Sonrió Maray, afirmando con
algo de pesar.- ¡Ojalá pudiera recuperarme pronto para ir de visita!.
-Hazme
caso, hija. Hacedlo las dos.- Les dijo Topacita, ahora con un tinte de voz algo
más nervioso.- Es mejor que no os
mezcléis en asuntos cortesanos. Y que no vayáis demasiado por allí.
Las dos jóvenes se miraron
sorprendidas. Quizás a estas alturas la salud de la veterana médico estuviera
ya bastante minada. Incluso en sus facultades mentales. Podría estar aquejada
del mismo mal que su propia madre, la dama Zirconita, quien en los últimos años
de su vida ya no conocía a nadie y se pasaba el tiempo recordando momentos de
su niñez. Así, ambas amigas vieron levantarse trabajosamente a Topacita y salir
un momento de la habitación. Maray aprovechó entonces para exponerle en voz
baja a su amiga esos temores.
-Me
preocupa mucho mi madre. A mi abuela Zirconita le pasó lo mismo. Empezó a
recordar sus días de juventud en el reino de la Luna, y luego a advertirnos de
que había conspiraciones en todas partes. A mí, cuando iba a visitarla, me
enseñaba sus diarios. Mi madre siempre dijo que eran cosas de la edad. Pero
ahora ella empieza con lo mismo. Alguna vez la he sorprendido leyendo
anotaciones que guarda, nunca ha estado dispuesta a mostrármelas. Yo no he
querido curiosear por respeto. Y mi padre el pobre tampoco sabe qué hacer.
-Bueno,
van cumpliendo años, es normal. A mi abuela Kurozuki le pasaba algo parecido.
Se acordaba mucho de su mundo de origen. - Le susurró afablemente Idina que
tampoco sabía que otra cosa poder decir.-
-Sí,
pero esto es distinto.- Comentó Maray, incluso con inquietud.- No es que mi
madre solamente piense con nostalgia en eso, es que parece tener miedo a algo.
He intentado sonsacarle pero nunca me ha dicho a qué. Se limita a decir que a
las malas influencias.
-Habrá
visto muchas cosas, como eso que se contaba de la princesa Ámbar.- Conjeturó
Idina.-
Ese escándalo corrió como la
pólvora, aunque en esa época ellas ni siquiera habían nacido. No obstante, se
mentaba en todas las familias de Némesis como ejemplo de lo que jamás debe
suceder.
-Mi
madre a veces escuchaba esta canción.- Les contó Maray, conectando un
reproductor de música.- Es de la Tierra, muy antigua. Una vez me dijo que era
la favorita de la princesa Ámbar y de su camarera principal, la duquesa
Magnetita. Y que la princesa no dejaba de escucharla cuando las separaron.
Y todos prestaron atención a aquella
música y letra que les dejó atónitos.
Escucha...
Ella ya no me besa más
en la boca
Porque es más íntimo que lo que piensa que deberíamos llegar
Ella ya no me mira más a los ojos
Está demasiado temerosa de lo que verá, alguien abrazándome
Cuando despierto sola
Y pensando estoy en tu piel
Recuerdo, recuerdo lo que me dijiste
Cariño, nosotras no somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, no sentir nada en absoluto
Porque es más íntimo que lo que piensa que deberíamos llegar
Ella ya no me mira más a los ojos
Está demasiado temerosa de lo que verá, alguien abrazándome
Cuando despierto sola
Y pensando estoy en tu piel
Recuerdo, recuerdo lo que me dijiste
Cariño, nosotras no somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, no sentir nada en absoluto
No somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, amada, para no sentir nada en absoluto
Ella ya no me llama más al teléfono
Ella nunca escucha, dice que esto es inocente
Ella ya no me deja más tener el control
Debo haber cruzado una línea, debo haber perdido la cabeza
Cuando despierto sola
Y pensando estoy en tu piel
Recuerdo, recuerdo lo que me dijiste
Cariño, nosotras no somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, no sentir nada en absoluto
No somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, para no sentir nada en absoluto
Extraño las mañanas contigo tendida en mi cama
Extraño los recuerdos reproduciéndose en mi cabeza
Extraño la idea de ti y de mí por siempre
Pero todo lo que tú extrañas es mi cuerpo, oh
No somos amantes, (no somos amantes), porque somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, no sentir nada en absoluto
No somos amantes, somos solo extrañas
Con el mismo hambre de peligro
Para ser tocada, ser amada, no sentir nada en absoluto (nada)
Para no sentir nada en absoluto
Para no sentir nada en absoluto
(Strangers.
Halsey and Lauren Jauregui, crédito a las artistas)
-Pero
esa canción la canta una mujer, hablando de otra. Entonces, ¡están insinuando!
- Pudo decir la asombrada Idina al concluir la misma.-
-No,
no insinúan. Está realmente muy claro lo que esas dos eran.- Le corrigió su
esposo Ópalo con tintes de reprobación.-
-Cuando
mi madre nos la hizo escuchar la primera vez, contándonos esto, mi padre
siempre dijo que todo era fruto de una perversión desviada de ambas.- Suspiró
Maray.- Por eso no le gusta que la ponga.
-Aunque
los míos sencillamente nos contaban que fue amor.- Repuso Idina.- La pobre
princesa perdió a su esposo y esa otra chica fue prácticamente su única compañía.
Hasta cierto punto puedo comprender que sintieran eso la una por la otra. Y que
luego, al darse cuenta de lo que significaba, no deseasen cruzar según que
límites.
-¿A
ti te parece posible?- Se sorprendió su amiga.- ¿Qué dos mujeres se quieran de
esa forma?
-Bueno,
yo no digo que no me pudiera ocurrir nunca en alguna circunstancia extrema.
Como por ejemplo si estás trastornada por algún suceso terrible o muy sola.
¿Quién sabe?- Replicó despreocupadamente Idina, para sentenciar.- Aunque yo
jamás pensaría así de otra mujer, pero lo respeto.
Su
contertulia convino con ella en eso. No obstante, fue Ópalo quien argumentó en
contra de esa aseveración con marcada
desaprobación.
-
Eso es algo repugnante. Totalmente contra natura. Pensad por un momento que
permitiéramos que ese tipo de conductas se normalizasen, ¿cómo podríamos
concebir a nuestros hijos?
-Te
recuerdo que mi padre Richard tuvo dos madres, la abuela Sonia y la abuela Mei
Ling.- Intervino Idina, sintiéndose molesta por esas palabras.-
-Cariño,
no he puesto en duda lo buenas madres que ellas fueron para tu padre.- Se
apresuró a matizar su esposo, alegando eso sí, de inmediato.- Pero si mal no
recuerdo, Richard habló de que tenía un padre. Llegó a conocerle. De modo que
está muy claro. Es necesario la interacción directa de un hombre con una mujer
para producir descendencia.
-Se
puede inseminar a las mujeres.- Le recordó Maray.-
-
A un alto coste.- Repuso el conde de Ayakashi.- Nuestra ciencia ha avanzado
mucho pero cuando nuestros ancestros llegaron desde la Tierra apenas sí
pudieron traer elementos tecnológicos y científicos.
-No
obstante ahora, la robótica y la ingeniería genética han mejorado mucho.-
Afirmó Idina.- E inseminar a una mujer no es más complicado que alterar los
genes para evitar enfermedades y complicaciones derivadas de la endogamia.
-Eso
nos ha costado muchos sufrimientos.- Intervino ahora su amiga, recordando con
algo de amargura.- Mi propio caso es un ejemplo. Al alterar algunos cromosomas,
desarrollé esta debilidad que, gracias a Dios, mi hija no ha heredado.
-Por
eso, cuanto más natural sea el procedimiento para la concepción, es mucho
mejor.- Sentenció Ópalo, añadiendo además.- Y luego están los creyentes como
Azabache, que condenan ese tipo de prácticas tildándolas de aberrantes y de
traicionar a la raza humana y por una parte debo admitir que tienen parte de
razón.
Era cierto que gran parte de los pioneros
fueron gentes de profundas convicciones religiosas que, entre otras cosas,
renegaron del libertinaje que Serenity y Endimión permitían incluso en su
propia Corte, en donde se rumoreaba con bastantes visos de certeza que algunas
de sus princesas practicaban ese tipo impúdicas y sáficas relaciones entre
ellas.
-A
mí, la sola mención de ese anciano me produce escalofríos.- Musitó Maray.- Las
pocas veces que he coincidido con él en la capital nunca me dio buena
impresión. Ni a mis padres tampoco.
-¿Qué
anciano?- Inquirió su amiga.-
-
Me refiero a Azabache. -Respondió su interlocutora.- Mi madre me comentó un día
que fue precisamente él quien se casó con…
El
llanto de su pequeña interrumpió sus palabras. Tras oír llorar a la pequeña
Esmeralda su madre olvidó lo que iba a decir y quiso atenderla. Reuniendo
fuerzas se incorporó en tanto Idina tomaba dulcemente a la cría de la cuna y se
la acercaba. Intuyendo que tendría hambre, Maray se preparó y dio de mamar a su
pequeña.
-Debemos
dejaros ya.- Sonrió la visitante al contemplar esa linda escena.-
-Sí.-
Convino Ópalo que, por el contrario, rehuyó caballerescamente la mirada.- Y
quiero decirle adiós también a tu marido, si es que ha regresado ya. Hay cosas
que me gustaría comentar con él. Celebro haberte visto y te deseo una rápida
mejoría, Maray.
Y tras saludar a su anfitriona el
conde de Ayakashi salió dejando a ambas mujeres y a la cría.
-Bueno,
me alegra haberte visto tan bien con tu pequeña.- Le sonrió Idina a su amiga
afirmando con tono animoso.- Y en cuanto estés mejor, deberás devolverme la
cortesía y venir a visitarme en mi nuevo hogar.
-Estaré
encantada de hacerlo si me es posible.- Asintió Maray que no parecía muy segura
de eso.-
Dicho
esto Idina se despidió de su querida amiga tras darle un beso en la mejilla y
hacer lo propio con la niña. Al salir se encontró con Topacita.
-¿Ya
te vas? – Le preguntó la anciana.-
-Sí,
Ópalo y yo debemos ponernos en marcha.- Le contestó.-
-Os
deseo lo mejor. – Le dijo su contertulia, quien añadió, una vez más con
inquietud.- Procura tener a tu esposo a tu lado. No dejes que se pierda en la
Corte.
-Claro.-
Sonrió amablemente Idina.- Le tendré en casa todo lo que pueda.
Y se marchó pensando que esa pobre
mujer acusaba ya el peso de los años. Por su parte Topacita la vio alejarse con
tristeza.
-¡Ojalá
que ni mi hija, ni tú, lleguéis nunca a estar en esa terrible situación.- Pensó
llena de zozobra.-
Recordaba las palabras postreras del
rey Corindón. Cuando estuvo a solas con él, en su habitación. El anciano se las
susurró al oído con voz temblorosa.
-Topacita,
sal de aquí. ¡Sálvate! Ese monstruo ha matado a mi hijo y a mi nuera. No dejes
que acabe contigo.
-¿Monstruo,
Majestad?- Inquirió ella con estupor.- ¿Qué monstruo?
-La
energía negativa de este planeta. Tiene voluntad propia.- Le manifestó él.- Se
hizo con Magnetita. Ella no era así…tuvo que luchar y luego sacrificarse para
vencerla, y mi nuera…
Y para asombro y horror de la
doctora el agonizante paciente le explicó.
-Cuando
las descubrimos…
Corindón recordaba aquel momento tan
vergonzoso como humillante. Él y su consejero Karst habían salido de la Corte
para inspeccionar algunos cuadrantes. Terminaron antes de lo esperado. Las
cosas iban bastante bien. En su plan original estaba el acudir a unos domos en
construcción pero una avería en el sistema de filtrado de aire canceló aquello.
-Será
mejor que retornemos a palacio, señor.- Le aconsejó Karst.-
-Sí,
quiero ver que tal están mi nuera y mi nieto. – Convino éste. -
De modo que regresaron. Corindón se
dirigió de inmediato a las habitaciones de su nuera. Llamó a la puerta aunque
nadie contestaba. Era curioso, juraría haber oído el llanto de su nieto.
-¿Hay
alguien? – Inquirió.-
Sin recibir contestación pasó al
interior de la estancia. Allí se oían perfectamente los lloros del pequeño
Coraíon. Pero eso no fue lo que le impactó. En el lecho de la princesa, junto a
la misma cuna del bebé e ignorándole por completo estaban las dos. Ámbar y
Magnetita, desnudas y entregadas a esas prácticas anti naturales en tanto que
el crío no dejaba de llorar.
-¿Se
puede saber qué es esto?- Exclamó el furioso monarca.-
Las dos mujeres rompieron su
apasionado abrazo entonces. Ámbar al menos le miró como si retornase de muy
lejos. Apenas pudo abrir la boca para musitar.
-Mi
hijo…
-Sal
de aquí ahora mismo.- Replicó él dirigiéndose a Magnetita, que ni tan siquiera
tuvo la delicadeza de cubrir su desnudez ante su soberano.-
-Disculpadme,
Majestad, no quería molestaros.- Contestó ésta con falso tono meloso.- Es que
su alteza la princesa y yo estábamos entregadas a unos agradables menesteres y
perdimos toda noción del tiempo.
Ámbar ya se había levantado, tras
ponerse una bata corrió a acunar a su pequeño. La princesa sollozaba ahora
sobrepasada por la culpabilidad.
-Estoy
aquí, mi amor, mamá está aquí. ¡Lo siento! No sé qué me ha sucedido…
El
soberano se sentía realmente enfadado. Pero lo que oyó después por parte de la
hija de su consejero le hizo pasar de la furia al asombro y al pavor.
-¡Maldito
crío! - Espetó ella, agregando con un tinte de regocijo.- Siempre lo he dicho,
no hay cosa peor que una mujer sometida a la voluntad de un hombre. Si hay algo
que odio más que a un macho es a una hembra con actitud servil hacia ellos. ¿Lo
recuerda, Majestad? Se lo dije hace mucho tiempo.
Corindón estaba con la boca abierta.
Además, el brillo de sus ojos y esa expresión de crueldad que tenía aquella
joven le hizo recordar…
-¡Tú!
Tú no puedes ser…
Sin pestañear, Magnetita comenzó a
vestirse, se quitó asimismo unos pendientes de color negro que llevaba,
engarzados en un caprichoso soporte de oro, justo en ese instante y atraído por el ruido entró Karst. El
consejero quedó tan asombrado como su rey, y sobre todo, avergonzado al ver a
su hija en ese estado.
-Esto
es inadmisible. ¡Has deshonrado a la familia!-
Exclamó afirmando con un apenas contenido enfado.- Se acabó. Durante mucho
tiempo he pasado por alto la forma en la que te acercabas a la princesa. ¡No
quería creerlo! Pero has ido demasiado lejos.
Ahora aquella joven pareció
reaccionar. Al menos Corindón se dio cuenta de un detalle que pasó
desapercibido al resto. La mirada de Magnetita, a diferencia de apenas unos
instantes, revelaba culpabilidad a la par que desconcierto. Corrió a ponerse sus ropas. Y apenas sí pudo
balbucir.
-Yo,
yo no sé lo que ha pasado. Padre, ¡por favor!, debes creerme.
-¡Sal
de aquí! -Le ordenó tajantemente éste quien, haciendo una reverencia ante el
perplejo soberano, se disculpó.- Os suplico perdón, señor. Mi hija tendrá su
castigo. La apartaré de la Corte inmediatamente.
-Por
favor, ¡No lo hagas, padre!- Le suplicó la muchacha cayendo de rodillas.- Ella
me dijo, ella me prometió que las dos podríamos ser felices juntas.
-¿Ella?.
¿A quién te refieres?. ¡Estás trastornada!.- Replicó airadamente Karst.-
Y sin más la agarró de un brazo
sacándola de allí, a pesar de sus lloros. Ámbar no dijo nada, parecía estar
congelada, abrazándose a su bebé que había dejado de llorar…Tras rememorar eso,
el moribundo rey, le susurró a la espantada doctora.
-No
tuve valor para decirle a Karst lo que había visto…lo que descubrí. Comprendí
rápidamente lo que había sucedido. Pero intuí entonces que si lo contaba
pondría en peligro a mi familia. Ahora sé que Magnetita no actuó así por propia
voluntad. Ella la corrompió de algún modo. Mi fiel consejero sufrió mucho,
jamás perdonó a su hija. Para castigarla o guardar las apariencias, la obligó a
casarse con ese miserable…
-Y
ella murió al poco tiempo.- Musitó Topacita.- Estaba muy enferma…eso
comunicaron desde el ducado de Karst.
-No
murió, se quitó la vida. Estaba enferma sí, su salud se había deteriorado tanto
como la de mi nuera. Pero sobre todo, estoy seguro que para ella fue peor el
estar separada de Ámbar y tener a ese fanático como marido. No debió de poder
soportarlo y se mató antes arrojándose por un barranco.- Le confesó Corindón.-
Por eso mi amigo Karst la sobrevivió tan poco. Eso le destrozó. A sabiendas la
obligó a casarse con alguien a quien no amaba apartándola para siempre de Ámbar
y luego esta supo que...
-La
princesa. ¿Ella se suicidó también, verdad?. Cuando hice su autopsia vi señales de que bien podría haber sido
eso.- Rebatió su interlocutora.-
-Ámbar
no pudo soportarlo…-Musitó el apagado rey.- Amaba a su hijo tanto que no
deseaba dejarle sólo…pero quizás se dio cuenta de que era mejor eso a hacerle
daño.
Su interlocutora le miró con la boca
abierta. De hecho, ella pudo ver claramente marcas de profundos cortes en las
muñecas de esa infeliz cuando pudo tener acceso a su cuerpo. Y no únicamente
eso.
-Estaba
muy dañada, como si una gran concentración de energía oscura la hubiera
afectado.- Recordó entonces Topacita. – A quien no pude hacer la autopsia fue a
Magnetita porque se ocuparon allí, en el ducado de Karst. Al menos eso
aseguraron.
La doctora ató cabos de inmediato.
Quizás las dos mujeres habían quedado sobrexpuestas a esa extraña y enorme
concentración de energía oscura. Y sabiendo ahora que Magnetita cometió
suicidio a su vez no le extrañó que su padre y su esposo desearan tapar
aquello.
-Entonces,
esa otra, ¿Quién era?- Inquirió llena de asombro y horror.- Me habéis dicho que
Magnetita no era la misma, por lo que me habéis descrito daba la impresión de
que hubiese estado poseída.
Aunque el rey, tras respirar
trabajosamente, la miró con una mezcla de temor y prevención, para advertirla.
-Es
mejor para ti que no lo sepas nunca. Y que no hagas preguntas. ¡Vete de aquí y
procura no volver! Solamente te pido que veles por mi nieto y le protejas
discretamente. Creo que, mientras ella ignore que tú estás al corriente, nada
malo te sucederá, ni a ti, ni a tu familia.
Y Topacita asintió. Poco más pudo
contarle Corindón, murió a las pocas horas. Ella pese a todo investigó lo más
sigilosamente que pudo. Incluso se hizo con algunos documentos de las
fallecidas, entre ellos, grabaciones de Holo video que apenas pudo ver sin
quedar horrorizada ante lo que decían. Anotó mucho de lo que descubrió en una
libreta.
-Pero
jamás he mostrado nada a mi hija, ni a mi esposo.- Se dijo.- Si lo que me dijo el rey era cierto, no deseo
ponerles en peligro. Y empiezo a pensar que
él no estaba demente. Es mejor que Topace y Maray ignoren todo esto y
sobre todo, es mucho mejor para mi hija y su marido Cuarzo que no se acerquen
por la Corte. Espero que Idina y su esposo hagan lo mismo… Están mucho más
seguros aquí. O en el remoto condado de Ópalo. La región de Ayakashi no le
importa a nadie.
Y
sus invitados precisamente se estaban despidiendo ya del resto. En tanto Idina
agradecía a Topace su hospitalidad, su marido terminaba de conversar con un
recién llegado Cuarzo.
-¿Qué
tal todo por la Corte?- Se interesó Ópalo.-
-Los
mismos intrigantes de siempre.- Se sonrió su amigo.- Lamproite actuando como si
fuera una especie de regente, Turquesa intentando obtener el favor de la nueva
reina y de paso insinuándose a Talco quien la ignora completamente.
-¿A
Talco? Desde luego, esa Turquesa es inasequible al desaliento. - Se rio su
interlocutor, moviendo la cabeza para sentenciar.- Yo tendría más éxito si me
insinuase al mismo rey.-
-Todo
el mundo sabe ya a estas alturas el juego que se traen Talco y su amiguito
Berilo.- Se sonrió despectivamente Cuarzo, afirmando con sorna.- Quizás quieran
unir sus dominios…
-Seamos
amables con ellos, puesto que no pienso que vayan a tener hijos a quienes
legárselos.- Se burló a su vez Ópalo pensando en la conversación que
precisamente había mantenido con su esposa y con Maray acerca de esos temas.-
Ni siquiera si alguno se insemina.
Y tras reírse un poco más a costa de
aquellos dos, el conde de Ayakashi retomó la palabra con un tono más serio para
aseverar.
-Hablando
de heredades y de hijos, ahora me ocuparé de mi esposa. Iremos a mi casa y nos
pondremos a trabajar. Hay mucho por hacer allí. La he descuidado durante mucho
tiempo.
-Tus
padres fallecieron muy jóvenes. Pero pese a todo has sabido labrarte un
porvenir junto al rey.- Le halagó Cuarzo, añadiendo incluso con lo que parecía
admiración.- Eres nuestro amigo y también has emparentado, aunque sea
indirectamente, con el clan de Lamproite.
-No
diría yo tanto.- Se sonrió su interlocutor.- Ni él, ni su hermano el invertido
son muy dados a las reuniones familiares. Pasan casi todo su tiempo en la
Corte.
-Sí,
afianzando su posición.- Afirmó Cuarzo.- Al menos la soberana es una mujer
admirable. Al principio confieso que eso de que viniera de la Luna no me
gustaba. Pero ha demostrado preocuparse por todos aquí. Y le ha dado dos hijos
sanos a nuestro rey. Mi esposa y mi suegra la tienen en una gran estima. Maray
incluso está deseando ir más a menudo a verla. Aunque su madre, ya sabes cómo
es. Siempre anda diciendo que mejor no vayamos a la Corte. Que su hija tiene
una salud muy frágil..- Suspiró como si de este modo deseara armarse de
paciencia.-
-Comprendo
que la Dama Topacita no quiera estar por allí a su edad. Sin embargo, amigo
mío, te conviene no dejar demasiado sólo al rey. Sobre todo ahora que, como te
he dicho, tendré que pasar un tiempo en mi condado.
-Sí,
tienes razón.- Asintió Cuarzo, admitiendo.- Entre los manejos de Turquesa,
siempre tratando de influir en la reina. Y el interés de Lamproite y su hermano
por hacerse con la total confianza de Coraíon, no podemos descuidarnos.
-Y
esos son los menos peligrosos, créeme. A fin de cuentas solamente persiguen sus
logros personales y los de sus casas. Luego tienes a Rutilo.
-Ese
es un idiota. No tiene ni idea de cómo moverse en palacio.- Desdeñó su
contertulio.-
-Por
él mismo no me preocupa. Pero es un simpatizante acérrimo de ese vejestorio,
Azabache. Hace lo que él le ordena. No sé, esa especie de culto que mantienen y
que va ganando adeptos no me da buena espina. Me parece que puede llegar a ser
muy peligroso.
-Bueno,
no exageres, la causa de la Luna Negra es algo muy pasado ya de moda.- Se
sonrió Cuarzo mirando a su contertulio con incredulidad.- Ya casi nadie les
toma en serio. Eso de decir que la Tierra desea nuestro exterminio, y que nos
expulsaron por oponernos a los tiranos y depravados de sus reyes…puede que esos
soberanos fueran moralmente reprobables. ¿Y qué? eso no nos afecta aquí. Ahora
las cosas han cambiado mucho, y los más jóvenes no creemos en esas tonterías.
-Puede
ser, pero nunca hay que fiarse del todo.- Afirmó cautamente Ópalo.-
Entre tanto Idina se despedía del
padre de su amiga.
-Os
deseo toda la felicidad.- Le decía Topace con tono afectuoso.-
-Muchas
gracias. Espero poder volver a verles pronto.- Afirmó la joven.-
-Que
sea así, y no le hagas demasiado caso a mi esposa. La pobre ya tiene muchos
años y ha visto muchas cosas, demasiadas quizás. – Le sugirió su contertulio.-
-Sé
que ella quiere lo mejor para todos.- Comentó prudentemente Idina.-
-Claro
que sí, pero muchas veces sobreprotege a Maray y tiene a mi yerno bastante
cansado con sus continuas peticiones para que deje de ir a la Corte. Ella no lo
comprende. Cuarzo debe labrarse un porvenir para su casa. – Comentó Topace.-
-Deben
ser pacientes, su esposa es una excelente persona.- Repuso la muchacha con voz
queda.-
-Por
supuesto que lo es, llevo casado con ella muchos años y la conozco bien.-
Sonrió más conciliatoriamente su contertulio.-
Se
despidieron al fin, Idina fue en busca de su esposo que concluyó a su vez la
conversación que estaba manteniendo con Cuarzo. Los recién casados dijeron
adiós a todos y se fueron. Su Luna de Miel terminó y retornaron al que sería su
hogar, el condado de Ayakashi. Idina no pareció estar demasiado animada al
conocer su nueva casa. No por la ausencia de comodidades que, dentro de lo
posible sí las tenían, sino por lo desolado del lugar. Apenas si existían unos
pocos árboles y matorrales ralos. Cerca, había un lago, aunque a ella le
parecía una extensión de agua sucia más siniestra que otra cosa, a la que ni
tan siquiera se podía acceder directamente al estar fuera de las cúpulas. Y
tampoco los llamados jardines eran algo digno de destacar. No tenían más que un puñado de flores. El
ambiente en líneas generales era brumoso y a veces hasta opresivo, con un aire
fantasmal que lo impregnaba todo. Esto quizás fuera por la condensación bajo
los domos que cubrían la residencia y parte del terreno. Desde luego su nombre
estuvo bien elegido. Parecía una morada destinada a los fantasmas de algún
buque hundido. Su marido se lo confirmó contándole lo que ella ya sabía.
-Se
llama precisamente Ayakashi por lo tenebroso del lugar. Admito que en algunas
partes parece salido de un naufragio. El aire es brumoso por las diferencias de
temperaturas. Estamos cerca de una zona de fallas. No es peligroso para
nosotros pero sí que libera mucho calor del interior del planeta. Gracias a eso
el agua se mantiene en estado líquido, no congelada como en otras partes de
Némesis. Y eso es una ventaja.- Sentenció más animadamente.-
-Es
un paraje desolador.- Musitó la joven sin ocultar su decepción.- No lo
imaginaba así.
-Por
eso tengo tanto interés en mejorarlo. Creo que, con años de trabajo, lograremos
hacerlo hermoso y agradable. Cuando los paneles solares ultrasensibles capten
más energía de nuestra estrella y mejoren la luminosidad, por ejemplo. También
deseo construir domos enormes que puedan contener el agua como si de una enorme
piscina se tratase. Pero eso es muy costoso y debo obtener fondos, para ello
preciso de influencias. Así, nuestros futuros hijos tendrán una gran heredad.
-Sí,
claro.- Repuso su esposa sin demasiado convencimiento, aunque de inmediato
quiso mostrarse más animada al remachar.- Tendremos que trabajar muchísimo pero
valdrá la pena.
-De
eso estoy seguro, condesa de Ayakashi.- Le sonrió él, dándole un beso en los
labios.-
Idina veía ante sí una ardua tarea.
No en vano era esa una zona muy recóndita de Némesis. Supondría mucho
sacrificio hacerla prosperar. Aunque, siendo justo, Ópalo nunca la engañó en
eso. Y la muchacha eligió casarse con él libremente, ella le amaba, y suponía
que él compartía ese sentimiento. Además, por una parte deseaba sentirse digna
heredera de sus ancestros. Sus padres y sus abuelos tuvieron ante ellos tareas
realmente duras y salieron adelante.
-Yo
no seré diferente a ellos.- Se dijo tratando de animarse, para afrontar aquel
reto.- Debo mantener la tradición familiar para que, un día, mis hijos se
sientan orgullosos de mí, como yo lo estoy de mis ancestros…
Así
pasaron los años y efectivamente tuvo que trabajar mucho. Además pronto fue
madre. De hecho la pareja fue bendecida con cuatro hijas, algo bastante inusual
en Némesis. Lo que hizo a la familia acreedora a las ayudas especiales que bonificaban
la alta natalidad. Esas leyes aprobadas desde los tiempos del rey Corindón les
vinieron muy bien para financiar las obras de mejora y expansión del condado.
Para Idina eso era lo de menos, ella estaba realmente feliz con sus hijas. Sin
embargo, Ópalo daba la impresión de estar decepcionado por la falta de un
varón. También viajaba muy a menudo yendo a la corte, tratando de establecer
alianzas con otros nobles. En suma, intentando mejorar su estatus y mantenerse
al servicio del rey Coraíon y también, aunque esto quizás fuera producto de las
malas lenguas, relacionándose de forma poco ortodoxa con algunas mujeres en la
capital. Su esposa no quería prestar oídos a semejantes chismes. Al menos sus
hijas le reportaban esa dicha que por otro lado le faltaba.
-Los
años han pasado deprisa. Topacita tenía toda la razón. - Suspiró.- Ha pasado mi
juventud y casi ni me he dado cuenta.
Y es que tal y como sospechó,
trabajo no le había faltado. Tanto fue así que, entregada a las obras de mejora
de su nuevo hogar y a la crianza de sus hijas, apenas sí había viajado al
exterior durante esos años.
-Con
pocas excepciones, lamentablemente.- Rememoraba ahora, sentada en su sillón
favorito del comedor de su casa.- Y hubiese preferido no tener que hacerlo en
algunos casos.
Y
es que al poco de su boda, solo unos cinco meses después, quedó embarazada. Por
desgracia, esa alegría quedó empañada por un doble motivo. La dama Topacita
murió, y su hija, Maray, lo hizo al poco tiempo de una enfermedad larga que la
había ido consumiendo, dejando a la pequeña Esmeralda huérfana de madre y al
cuidado de sus nodrizas. Recordaba con tristeza y amargura aquello. Pudo estar
presente cuando Maray, muy enferma ya, se preparaba para su final. Acostada en
la cama, mirando a la pequeña Esmeralda en su cunita.
-Mi
madre nos dejó hace unas pocas semanas.- Suspiraba la agotaba muchacha.- Y
ahora me toca a mí de reunirme con ella.
-No
digas tonterías, verás cómo te repones.- Intentaba animarla Idina,
sosteniéndole una mano entre las suyas.- Tienes que conocer a mi niña.- Añadió
palpándose su entonces abultado vientre.- La llamaremos Petzite.
No obstante, su amiga le apretó con
fuerza y entre sudores y escalofríos, le susurró.
-Idina,
hay algo. Algo malo…Mi madre trató de advertirme antes de morir, lo intentó
durante años. ¿Lo recuerdas?
Su amiga asintió, observándola con
preocupación, la convaleciente apenas sí pudo musitar.
-Tenía
razón, la Corte…
-¿Qué
pasa en la Corte?- Quiso saber su interlocutora.-
A decir verdad, ella hacía mucho que
no iba, aunque Maray, antes de recaer de sus dolencias y enfermar de un modo
tan serio, pudo visitar a la soberana. De hecho, la agonizante muchacha apenas
si pudo balbucir.
-La
reina Amatista sospecha algo, le conté cosas y me dio la razón. Luego vino
incluso a verme. ¿Te lo puedes creer? ¡Dejó por unos días a sus propios hijos
al cuidado de sus damas para visitarme!- Suspiró llena de agradecimiento para
sentenciar esperanzada.- Es una mujer fuerte y con personalidad. La única que
puede salvar este mundo de la maldad. Yo, yo leí las notas de mi madre…ella
jamás quiso hablarme de eso pero las
encontré cuando murió. Ahora comprendo el por qué nunca quiso revelarme nada. Mamá
deseaba protegerme. Debes advertir a tu marido de que tenga mucho cuidado.
¡Tienes que ver a la reina y avisarla! - Intentaba añadir Maray, aunque entre
la excitación y su creciente debilidad, su asustada amiga apenas sí podía
comprenderla.-
-Cálmate,
me ocuparé de todo.- Le dijo con toda la dulzura y afecto que pudo reunir.-
-Mi
niña, no la dejes sola…- Musitó Maray tratando de incorporarse pese a su estado
febril y aferrándose a la mano de su
amiga con las escasas fuerzas que le quedaban.-
-No,
descuida.- Le prometió Idina.- Esmeralda nunca estará sola.
Esas palabras parecieron calmar los
ánimos de la enferma quien sonrió ampliamente y se dejó caer en el lecho
relajando el agarre de la mano de su interlocutora.
-Gracias…-
Fue lo último que la escuchó decir, antes de que Idina pudiera despedirse y
dejarla descansar.-
-Pero
a las pocas horas murió.- Recordaba ahora sin poder evitar algunas lágrimas.-
Topace y Cuarzo se hicieron cargo de la pequeña Esmeralda. La rodearon de
droidas institutrices para educarla adecuadamente, según ellos, para la vida
cortesana. Sé que no es lo que tú hubieras deseado para tu hija, amiga mía,
pero no puedo hacer nada. ¡Ojalá pudiera verla más a menudo, pero tengo tanto
que hacer aquí! Lo siento Maray.- Se lamentó sinceramente apenada.- No he podido cumplir mi promesa como me
hubiese gustado hacer.
Lo mismo sucedió con su padre. El
anciano Richard falleció cuando ella esperaba a su segunda hija, Calaverite. Al
menos él pudo conocer a su nieta mayor.
-Puedo
irme tranquilo.- Decía el moribundo con evidente esfuerzo, tumbado en su cama y
rodeado por su familia.- Sé que haréis lo mejor para todos y que este planeta
está en buenas manos. Y mamá Sonia, y mamá Mei me esperan.
-Descansa
papá.- Le pedía Grafito visiblemente compungido.- No debes esforzarte.
Éste así lo hizo hasta que llegó su
momento. Al menos se fue en paz, rodeado por toda la familia, deseando reunirse
con sus madres. Además de la consternada Kimberly, el hermano mayor de Idina
estaba allí, junto con su esposa y sus dos hijos gemelos. Mientras la hija de
Richard lloraba su pérdida, su madre la abrazó tratando de consolarla.
-Tu
padre vivió una buena vida, fue una estupenda persona y os ha dejado a vosotros
para perpetuar su linaje. Ahora estoy segura de que se ha reunido al fin con
Sonia y con Mei Ling.
Y
así era, Richard pudo enorgullecerse antes de morir de conocer a algunos
nietos. La hija de Idina y los hijos de Grafito dado que, tras bastante tiempo
y paciencia, finalmente Agatha mantuvo relaciones con él. Fruto de las mismas
nacieron dos niños gemelos, les llamaron Kiral y Akiral. Aunque tras un
complicado parto la madre quedó incapacitada para tener más descendencia.
Paradójicamente, esa terrible noticia fue para ella como una bendición. Y
además, cumplido su objetivo, eso no le importaba ya a su marido. Al menos
había cumplido su misión, crear una familia y heredar los territorios de sus
padres. Pese a mantener una relación
cada vez más fría con su esposa, únicamente suavizada por el cuidado de los
niños. Por su parte, Kimberly se sentía triste por ver como su amado cónyuge se
marchó de su lado. Por otro lado, aunque estaba aliviada de que sus dos hijos
hubieran formado sus respectivos hogares tampoco se sentía muy feliz por ellos.
A Idina la veía muy poco desgraciadamente y también era consciente de la tensa
vida en común que su hijo y su nuera mantenían. Al menos Agatha, tras aquella
amarga discusión con su esposo, se esforzó por olvidarse de su cuñada. Ahora
parecía una madre ejemplar, siempre con sus dos pequeños a cuestas.
-¿Cómo
estás?- Le preguntó Idina en un momento en el que las dos pudieron charlar a
solas.-
-Muy
liada con los críos.- Sonrió débilmente ésta viéndoles a ambos jugar sentados
en el suelo cerca de ellas.- Y supongo que tú también.- Añadió acariciando la
abultada tripa de Idina que había dejado a la pequeña Petz con su abuela.-
-Sí,
entre eso, y todo lo que hay que hacer en mi condado.- Suspiró su
interlocutora.- Además, Ópalo se ve obligado a ausentarse mucho.
-Ya.-
Musitó Agatha, mirando ahora a su esposo y admitiendo pese a todo.- Tu hermano
siempre está en casa. A él la política le trae sin cuidado. Únicamente viaja a
hacer prospecciones a algunas minas y quiere que vivamos juntos en familia,
como tus padres hicieron.
-Te
envidio eso.- Repuso Idina bajando la mirada.- Me gustaría tener a Ópalo más
tiempo a mi lado, sobre todo por Petz y por el bebé que estoy esperando.
-Supongo
que cada una tendremos que aceptar el fruto de nuestras elecciones.- Comentó
desapasionadamente su contertulia.-
A Idina le pareció algo extraña esa
forma de hablar, pero pensó que no le faltaba razón a su cuñada. Agatha esbozó
una sonrisa amarga. Había sido bien domada después de todo. Su marido realmente
la trataba bien a pesar de sus diferencias. Tras aceptar someterse a tener sexo
con él, su relación había mejorado. Ahora ya, ni tan siquiera eso era preciso. No
se amaban estaba claro, pero él era educado y la trataba correctamente. Y por
supuesto, el nacimiento de sus hijos marcó un claro antes y después. No fue
necesario ya seguir compartiendo el lecho para eso menesteres. Quizás en cuanto
a eso podía sentirse liberada de una penosa obligación, pero con el nacimiento
de sus hijos tenía una nueva responsabilidad. Ya no podía pensar en lo que a
ella sola le gustaría. Desde luego seguía queriendo a Idina pero tras el tiempo
y la distancia, esa especie de pasión que tuvo tanto trabajo en ocultar se
había ido convirtiendo de forma paulatina en un simple afecto fraternal.
-Quizás
el reverendo Azabache tenía razón después de todo. Hemos de mantener la
rectitud en Némesis, y entonces las recompensas llegarán.- Reflexionó mirando a
sus dos hijos jugar ajenos a sus tribulaciones. –
-Sí,
aunque a veces eso demanda mucho esfuerzo.- Suspiró Idina.-
Y
es que la condesa estaba triste y algo resentida, Ópalo no asistió a su primer
parto dado que estaba muy ocupado
rindiendo pleitesía a los monarcas. Eso era más importante para él que tomar en
brazos a su primogénita recién nacida. Idina se sintió muy mal por esto y otros
desplantes, aunque finalmente llegó a resignarse a las prolongadas ausencias de
su marido. Así se lo confesó a su cuñada quien bajando la mirada, sentenció.
-Por
mi parte hubiera deseado haber nacido en otro lugar y en otro tiempo, donde el
amor verdadero no hubiera estado penalizado. Donde pudieras confesar tus
sentimientos a la persona a la que de veras has amado. ¿Recuerdas? Tu propia
abuela Kurozuki lo decía. Ella luchó por reunirse con tu abuelo. Y las madres
de tu padre Richard no cejaron hasta volver a estar junto a él. Se mantuvieron
firmes frente a todas las dificultades y nunca renegaron de las personas a las
que realmente amaban. Hasta prefiriendo morir antes que vivir separadas en una
existencia sin amor.
-¿Cómo
Ámbar y Magnetita?- Se sonrió levemente Idina, replicando con tono algo
incómodo.- No es que esté de acuerdo con lo que ese Azabache y sus seguidores
predican, sin embargo, lo que esas dos hicieron no me parece nada bien. No es
en absoluto comparable a mis abuelas Sonia y Mei. Ellas no se ocultaron ni
engañaron a nadie.
-Lady
Magnetita y la princesa Ámbar estaban solas. Tampoco creo que pensaran en
engañar a nadie. La princesa perdió a su esposo y la otra chica era soltera
entonces. Se apoyaron mutuamente y eso acabó convirtiéndose en amor, según
tengo entendido.- Argumentó su cuñada exponiendo con voz queda.- ¿Qué mal había
en eso?
-La
ejemplaridad.- Replicó Idina de un modo más duro del suyo habitual, dejándola
atónita, aunque matizando enseguida con un tinte más conciliador. – No me meto
en su orientación sexual. Pero una princesa se debe al cuidado de su hijo y
heredero. Y la otra muchacha debió haberse centrado en casarse y formar su
propia familia.
-No
puedo creer lo que me estás diciendo.- Musitó Agatha visiblemente
decepcionada.-
-Sé
lo que me vas a argumentar, que mis abuelas Mei Ling y Sonia eran pareja, que
criaron a mi padre de un modo admirable. Pero ya te lo he dicho, eran otras
circunstancias y ellas venían de otro mundo distinto con otras costumbres y
formas diferentes de vivir. Aquí debemos ser solidarios. La felicidad
individual es buena, pero no por encima del bienestar colectivo.
-Me
parece estar escuchando a Ópalo en lugar de a ti, antes no eras así.- Se
atrevió a reprobarle Agatha con pesar.-
-Puede
ser que tras estos años de duro trabajo haya visto la realidad de las cosas.-
Repuso una molesta Idina, añadiendo con un deje de amargura.- Cuando eres una
jovencita llena de proyectos e ilusiones románticas todo parece de color de
rosa. – Y tras sonreír levemente añadió con un tono más conciliador.- Mira
nuestro caso, tanto tú como yo nos hemos comportado tal y como se debe hacer.
Somos unas buenas esposas y madres. Hemos contribuido con nuestro trabajo y
esfuerzo a la prosperidad del planeta. Podemos sentirnos dignas de nuestros
mayores. Y estoy convencida de que, un día, nuestros hijos e hijas tomarán el
testigo. ¿No es para estar orgullosas?
-Sí.-
Musitó su interlocutora con voz queda y ninguna convicción.- Tienes razón.
Podemos estar muy orgullosas. De ser un puñado de supervivientes en un pedrusco
desolado y sin amor.- Pensó con amargura.-
Y
es que, pese a haberse abierto rutas de intercambio comercial con la Tierra,
apenas nadie de allí venía. De hecho, las distancias seguían siendo enormes y
Némesis no era un lugar demasiado atrayente. Al contrario, algunos habitantes
del planeta comenzaban a expresar sus deseos de salir para conocer al mundo
madre. La mítica Tierra gobernada por aquellos soberanos inmortales. Ese
problema se debatió en el Consejo alguno tiempo después de la muerte de
Topacita y su hija, con la asistencia entre otras, de la anciana Kimberly.
Durante aquella polémica y a su propio pesar, Coraíon tuvo que dar la razón a
los partidarios más extremistas del aislacionismo.
-Ya
se dijo hace muchos años que esto traería el desastre para nuestro mundo.-
Declaraba Rutilo.-
-El
número de personas que desean abandonar Némesis está creciendo.- Apuntó
Lamproite, igualmente preocupado.-
-La
Tierra es muchísimo mayor, con inmejorables condiciones naturales y gran
belleza. Contra eso, es imposible competir.- Sentenció el propio Coraíon.-
-Su
Majestad no estará insinuando que deberíamos ceder y evacuar nuestro planeta
para retornar allí, ¿verdad?- Inquirió Azabache mirándole con poca simpatía.-
-Yo
no insinúo nada señor Azabache, en todo caso expreso mi opinión analizando un
hecho objetivo.- Y por supuesto que jamás se ha pasado por mi cabeza tal
cosa.- Replicó el soberano con visible
malestar.- No toleraré vuestras propias insinuaciones contra mi persona.
-Mis
más sentidas disculpas, Señor. Me expresé de un modo incorrecto e inoportuno.-
Repuso el interpelado con tono falsamente sumiso.-
Y tras un tenso silencio, fue
Lamproite quien tomó la palabra para afirmar decididamente.
-Debemos
hacer algo al respecto.
-Quizás
unas leyes endureciendo la emigración.- Propuso Turquesa.- No podemos dejar que
el sueño de independencia y libertad que nuestros antepasados forjaron a costa
de tantas penalidades, se pierda.
Hubo murmullos de aprobación, la
duquesa se sonrió mirando de reojo a Talco, fue este mismo quien, ignorando a
Turquesa, tomó el turno de intervención, agregando.
-De
todos modos, la Tierra y la Luna tampoco desean recibir a muchos de los
nuestros. A pesar de las buenas palabras de concordia y colaboración que sus
embajadores han traído, para muchos de sus habitantes seguimos siendo
criminales y prófugos.
Eso provocó más ruido de discusiones
paralelas en el Consejo, el rey al fin llamó al orden.
-No
dejaré que ese tipo de asunciones enrarezcan nuestras relaciones con la Tierra
o con la Luna.- Manifestó con rotundidad.-
-En
cualquier caso, Majestad, debemos actuar para salvaguardar la libertad de
nuestro planeta. – Intervino Azabache una vez más, alegando con un tono más
comedido.- Nos convendría establecer alianzas con otros mundos.
-¿Cómo
cuáles?. No hay ninguno cerca. – Objetó Cuarzo.-
-Se
han establecido algunos contactos con, al parecer, fuentes que no provienen de
este sistema solar. -Le contestó Lamproite.-
-La
historia de ese mítico agujero de gusano que en el pasado permitió la conexión
entre la Tierra y otras partes del Universo.- Añadió Rutilo, sentenciando con
patente incredulidad.- Puede que existiera tras el fin del Gran sueño, pero debió
de desaparecer hace mucho tiempo ya. Esos contactos de civilizaciones de otras
estrellas con nuestro planeta solamente son rumores.
-Pero
en el caso de que tuviesen alguna base real. ¿No sería algo realmente
magnífico, poder sellar alianzas con otras culturas? Así, la Tierra y la Luna
podrían comprobar que no somos una pequeña roca indefensa en la periferia de su
sistema.- Afirmó Talco.-
-No
creo que ese agujero de gusano sea tan mítico como pensáis. Ni tampoco que sea
prudente dar la impresión a la Tierra de que nos estuviésemos preparando para
una confrontación.- Le rebatió Kim. –
Hacía bastante tiempo que la anciana
no se prodigaba por la Corte, pero sabedora de la importancia de esa reunión y
de que su hijo Grafito no iría, puesto que estaba más centrado en sus propios
asuntos familiares, decidió asistir. Ahora, a su propio pesar, comprobaba lo
acertado de su idea.
-Nadie
ha dicho eso, Dama Kimberlita.- Respondió pausadamente Turquesa.- El hecho de
buscar amistades en otros sitios no debería de ponerles a la defensiva. No
hemos hablado de hostilidad hacia ellos en ningún momento.
-Y
con la escasa armada que tenemos, ni siquiera podríamos ni soñarlo.- Apuntó un
consternado Berilo.-
-Ese
es otro punto que deberíamos tratar. La creación de unas fuerzas de
autodefensa.- Declaró Rutilo.-
-Nuestros
recursos son muy limitados, apenas tenemos para mantener el crecimiento del
planeta. ¿Cómo vamos a pensar en una política belicista?- Inquirió la perpleja
e incrédula Kim.-
-¿Quién
ha dicho nada de ser belicistas? Estamos hablando, simple y llanamente, de la
defensa y de control de nuestro espacio. Las naves terrestres y las sitas en
sus bases de Neptuno, Urano y Plutón, entre otras, se pasean cerca de Némesis a
su antojo. -Aseveró Talco.- Necesitamos dar al menos la impresión de poder
defendernos. O mucho me temo que nuestro pacifismo podría ser interpretado como
debilidad.
-Coincido
totalmente.- Añadió Lamproite, remachando.- Si los terrestres se han mostrado
amistosos hasta ahora quizás sea debido a que desconocen el estado de nuestras
fuerzas militares. En cuanto comprueben la debilidad de las mismas, la
tentación para conquistar Némesis podría ser para ellos irresistible.
-No
creo que esa sea la política de sus soberanos.- Desestimó Coraíon. –
-Con
todo el respeto, Majestad. No podemos estar totalmente seguros de eso.-
Intervino Berilo.-
-Mi
esposa y yo mismo les conocemos, ella mucho mejor que yo. Y me ha asegurado que
ni Serenity, ni Endimión, ni Granate, el hermano de mi mujer, que es ahora el
heredero al trono de la Luna, tienen ningún sentimiento hostil hacia nosotros.
Al contrario.
Algunos de los miembros del Consejo
se miraron muy significativamente, otros cuchichearon y finalmente fue
Azabache, quien tomando la palabra, comentó, eso sí, con más tacto que en
previas ocasiones.
-Disculpad
Majestad, y os ruego que no lo toméis por ningún tipo de ofensa, ni insinuación
malintencionada, pero puede que la reina Amatista hable desde sus sentimientos
personales. Ella es natal de la Luna y a buen seguro que sigue considerándose
como una de ellos, es natural que no tenga ningún recelo a los suyos.
-Señor
Azabache, mi esposa es la reina de Némesis, y la madre del futuro heredero al
trono. En su mente y en su corazón la prioridad es la misma que la de esta cámara
de representantes. Asegurar el bienestar y la paz de nuestro reino.- Sentenció
pacientemente Coraíon.-
-Majestad,
la reina no ha querido asistir a esta reunión del consejo.- Expuso Rutilo.-
Ella sabía que estos temas iban a plantearse…
-Evidentemente.-
Le contestó Cuarzo, alegando.- Deseaba mostrarse respetuosa con las decisiones
que aquí se tomaran y no condicionarnos en modo alguno.
Coraíon agradeció con un leve
asentimiento esta última intervención. Hablaría luego con su esposa para
ponerle en antecedentes de lo aquí debatido y de las resoluciones tomadas.
Desafortunadamente este no era el único punto del día espinoso para todos.
-Debemos
tomar una decisión, Majestad.- Declaró entonces Lamproite.-
-Votaremos
pues sobre si deben imponerse restricciones a la emigración desde nuestro mundo
y a la inmigración desde la Tierra y la Luna.- Afirmó el soberano.-
Se votó y tanto Lamproite como
Berilo lo hicieron en esta ocasión en favor de las restricciones. Lo mismo que
Talco, Rutilo, Turquesa y Azabache entre otros. Ópalo, Kimberly y Cuarzo
estuvieron del lado de Coraíon.
-Por
tanto, se aprueban las medidas de control y restricción.- Suspiró el monarca.-
Y es que pese a tener voto de
calidad, en esta ocasión no hubo un empate en el que pudiera haberlo utilizado.
Así que, como buen demócrata, el rey aceptó ese resultado. Y fue precisamente
la democracia el tema siguiente a tratar.
-Verá,
Majestad.- Intervino Lamproite, con tono que evidenciaba preocupación.- De un
tiempo a esta parte algunas familias de las que componen el núcleo del gobierno
han comentado que se sienten inquietas. Hay muchos habitantes que pretenden
cambiar el sistema de gobierno de nuestro planeta.
-¿En
qué sentido?- Quiso saber Cuarzo.-
-Según
algunos, en la Tierra y la Luna, pese a tener soberanos, estos no ostentan el
gobierno efectivo, allí eligen a sus gobernantes en votación cada cierto
tiempo. Algunos han planteado esas reivindicaciones.
-Nuestro
sistema se implantó desde que este planeta fue colonizado. Apenas éramos unas
docenas de familias las que lideramos al resto. La población no ha crecido
tanto como para variarlo.- Se opuso Talco.-
-Estoy
de acuerdo. Somos los que conocemos bien las necesidades y los problemas de
Némesis.- Convino Turquesa.-
-Seguimos
siendo muy escasos. Hoy día, mucho del trabajo lo efectúan androides que yo
mismo he ido mejorando.- Añadió Rutilo.- Aun así, no creo que haya personas que
les quieran dar el derecho a voto.
-No
se refieren a eso, hay algunas ramas familiares que se han ido disgregando, y
los que no heredaron un puesto en el Consejo quieren tener el mismo derecho
a decidir que el resto. A mí eso me
parece justo. – Intervino Kim.-
-Así
es, el hecho de haber nacido más tarde y no poder heredar no debería
condicionar la capacidad de tomar decisiones. Más cuando todos trabajamos
igualmente por el bienestar de este planeta.- Convino Cuarzo.-
-No
es tan sencillo. No podemos complicar las cosas con demasiadas opiniones
divergentes y con muchos a decidir.- Rebatió Turquesa.- Menos que nunca ahora.
Hay algunos que podrían venir de otros planetas y querer tener parte en
nuestras decisiones.
-Ya
hemos evitado eso con la aprobación de la resolución anterior.- Afirmó Berilo.-
-No
del todo, por mucho que limitemos y aunque sean pocos los que vengan, no nos
engañemos, pueden acudir cientos de personas al año y en poco tiempo eso
bastaría para alterar todo el equilibrio que hemos mantenido durante décadas.-
Afirmó contundentemente Talco.- Y no iban a enviarnos precisamente a lo mejor
que tienen.
-Así
es.- Acordó Azabache.- No podemos tolerar ningún tipo de injerencias. Y estoy
convencido que, desde la Tierra o la Luna, enviarían enseguida emigrantes para
tomar el control si permitiésemos que nuestro sistema de gobierno cambiase.
-No
puedo creer lo que estoy oyendo.- Suspiró una molesta Kimberlita.- Nuestros
antepasados llegaron aquí con la mejor de las disposiciones para crear un
hogar. A muchos también les despreciaron o les exiliaron de la Tierra o de la
Luna. Y pese a ello aquí estamos nosotros. ¿Acaso les vais a dar la razón a los
terrestres cuando, según vosotros nos llaman hijos de criminales y desertores?
Un espeso silencio cundió en la
sala. Ninguno parecía encontrar argumentos válidos para responder, hasta que
finalmente fue Lamproite quien comentó con un tono entre reflexivo y
reivindicativo.
-No
es lo mismo. Esa época pasó. Ahora Némesis comienza a desarrollarse. Es
evidente que muchos exiliados llegaron aquí por motivos turbios, pero la gran
mayoría eran personas honestas, que quisieron crear una sociedad mejor, más
libre y acorde a los designios de la naturaleza. Ahora en cambio, que hemos
logrado hacer un mundo que se rige con esos valores, sería una imprudencia
permitir a muchos que defendían aquello de lo que nuestros padres huyeron, el
llegar aquí a imponerlo.
-En
eso estoy totalmente de acuerdo con Lamproite.- Terció Rutilo.- No necesitamos
más población de la estrictamente útil. Poco a poco los niveles de vida suben y
gracias a los progresos en controlar la energía oscura, la esperanza de vida
aumenta.
-Sí,
podría ser muy peligroso. No podemos arriesgarnos.- Convino Berilo.-
-Coincido
con eso. El equilibrio es precario.- Añadió Ópalo.- Y nuestro planeta muy
pequeño. Apenas si quedan lugares adecuados para colonizar.
Mirando a uno y otro lado, Kimberly
movió la cabeza resignada. En esta ocasión, incluso el rey estaba de parte del
resto. Se había quedado sola en esto. Así pues la subsiguiente votación fue
elocuente, su voto fue el único en contra, contando eso sí, con la abstención
de Cuarzo que si bien parecía apoyarla no se atrevía a replicar a los
argumentos de la otra parte. Al terminar, salieron todos departiendo un poco
más sobre lo ya debatido. Kim se acercó a su yerno y suspirando le preguntó con
voz queda.
-¿Acaso
es tan terrible desear conocer la Tierra o que vengan desde allí a visitarnos?
-No,
claro que no.- Se apresuró a responder éste mirándola sorprendido.- ¿Por qué
dices eso?
-Mi
madre siempre vivió con esa esperanza, y murió pensando en los paisajes de su
niñez. De su planeta natal y de la misma Tierra. Siempre hablaba de ello.- Le
recordó Kimberly con tono triste.-
-Sí,
tu hija es igual. Sueña con crear enormes bosques y jardines que cubran hasta
donde alcance la vista.- Sonrió pese a todo él.-
-Quizás
para ti sea un sueño infantil, pero siempre ha significado mucho para
nosotras.- Le respondió su suegra con un tinte de reproche que no se molestó en
esconder.-
-Te
ruego que me perdones si te he dado esa impresión. No quise decir eso.- Replicó
Ópalo con tono conciliador, afirmando.- Admiro a Idina por tener esa ilusión.
Llevamos años trabajando muy duro para desecar parte de la marisma y crear
zonas ajardinadas.
-Al
menos tenéis agua líquida, eso no es muy normal aquí.- Afirmó Kim, deseando
aparcar aquel pequeño desencuentro con su yerno.-
-La
comarca aparentemente es baldía, pero sé que, en realidad, tiene mucho
potencial. -Afirmó Ópalo con creciente entusiasmo, para exponer.- Es por eso
que merece la pena todo el esfuerzo que estamos poniendo en ella. Pero también
es algo muy costoso. Por esa razón tengo que estar en la Corte, haciendo amigos
poderosos y manteniendo los que ya poseo. El apoyo del rey es fundamental, pero
tampoco puedo enfrentarme a otros clanes.
-Nunca
he entendido nada de política.- Declaró Kim deseando dejar ese enojoso tema.-
La mujer se aferró entonces a un
brazo del joven conde. Casi dio la impresión de sufrir un vahído, por suerte
eso pasó rápidamente. De todos modos, él la observó algo preocupado queriendo
saber.
-¿Estás
bien?
-Muy
cansada...- musitó ella.- Mucho ajetreo, ya no estoy acostumbrada a tanto
jaleo. Sin embargo, cuando llego a casa y la encuentro tan silenciosa…tan
vacía…no sé.- Añadió con voz queda.- Mis recuerdos vienen entonces a tratar de
llenar ese hueco…
-Podrías
venir a pasar un tiempo con nosotros.- Le propuso Ópalo.- Con el nacimiento de
nuestra segunda hija, Calaverite, Idina agradecería a alguien que la
acompañase. No lo digo para que tengas que trabajar.- Quiso rectificar algo
apuradamente el joven.-
-Tranquilo,
lo sé.- Asintió Kimberly admitiendo.- Me gustaría pasar un poco de tiempo con
mi hija y con mis nietas, sí. -Agregó suspirando con melancolía.- Ya no tengo a
nadie, ni nada que hacer por aquí…
Así
lo acordaron. Por otra parte, Coraíon fue enseguida a ver a su esposa. La reina
Amatista estaba jugando con su pequeño Diamante en tanto Zafiro dormía en la
cuna.
-¿Qué
tal fue?- Quiso saber ella mirándole con expectación, en tanto dejaba a su
primogénito que fuera a corretear por la estancia.-
-Tal
y como pensé, el miedo y la prevención siguen estando muy enraizados.- Le
respondió su marido con tono apagado.-
-Comprendo.-
Musitó ella, moviendo la cabeza con pesar.-
Su esposo le refirió un resumen de
lo acontecido en la reunión. Amatista enseguida
afirmó.
-La
dama Kimberlita es una buena mujer. Solamente lamento que la Dama Topacita y su
hija Maray ya no estén. La hubiesen apoyado. Aunque tienes a Cuarzo
representando a su clan.
-El
pobre lo está pasando muy mal.- Le contó Coraíon.- Muchas veces le miro en el
Consejo y su mente parece estar en otro sitio. Las más de las veces me apoya,
pero otras parece temer la reacción de otros clanes. Y por si fuera poco, hace
lo posible por no frecuentar sus dominios, apenas sí ve a su hija.
-Es
normal, amaba mucho a su esposa.- Comentó la reina quien algo más preocupada,
añadió.- A veces incluso pienso que, de un modo inconsciente, culpa a la
pequeña Esmeralda...
-¿Culpar
a la niña? ¿Por qué?- Inquirió Coraíon aunque enseguida cayó en la cuenta, y él
mismo añadió.- Claro, ese embarazo fue muy difícil para Maray, le exigió muchas
de sus escasas fuerzas.
-Ella
quiso ser madre y adoraba a su pequeña. Lo sé. Y la comprendo muy bien.- Declaró Amatista mirando a sus dos hijos.-
Diamante estaba sentado en el suelo
ahora jugando con algunos muñecos. Su padre le miró con ternura, haciendo lo
propio con su segundo hijo, que seguía plácidamente dormido.
-¿Crees
que ellos lograrán que algún día los habitantes de Némesis podamos vivir en
armonía con la Tierra y la Luna, sin temores ni desconfianzas?
-Eso
quiero pensar.- Asintió Amatista.- Que harán de este planeta un mundo mucho
mejor para todos.
-Cada
vez que pienso que te traje aquí.- Suspiró
culpablemente Coraíon.- Tengo la impresión de haberte privado de tu
vida. Tú habrías sido reina por derecho propio.
Su esposa le abrazó enseguida
moviendo la cabeza para sonreír afirmando con total convicción.
-Al
contrario, elegí amarte y no cambio esto por nada. Ser reina no es lo
importante para mí. Tenerte a ti y a nuestros hijos, sí. Y cuando ellos crezcan
les hablaré de mi niñez y de sus antepasados. Ellos tienen sangre de muchos
lugares diferentes corriendo por sus venas. Estoy segura de que, llegado el
momento, les inspirará a ser grandes personas que tiendan puentes entre los
diferentes mundos con los que tratarán. Solamente lamento que aquel gran pasaje
que unía nuestros mundos con el natal de mis ancestros despareciera.
-Sí,
hemos comentado algo de eso en la reunión. El mítico agujero de gusano.-
Suspiró Coraíon.-
-Existió.-
Le aseguró Amatista comentando.- Todavía estaba en tiempos de mi abuela Alice.
Pero fue perdiendo consistencia cuando mi madre era apenas una niña. Para
cuando se prometió con mi padre ya no se podía viajar a través de ese pasaje.
Luego desapareció, un poco antes de nacer yo. -Suspiró la reina, reflexionando
con voz queda.- A veces me he preguntado qué ocurriría con los que vivían allí.
Muchos de los nosotros teníamos familiares en esos mundos. Por eso creo que es
tan importante que seamos amigos de la Tierra y de la Luna. Aunque muy lejanas,
todavía podemos ir allí. O puede que algún día, recibir la visita de algunos
parientes remotos.- Sentenció preguntándose en voz alta.- ¿No sería maravilloso
que todos pudiéramos ir y venir en paz en ambos sentidos?
Coraíon
anhelaba eso mismo. Aunque las cosas siempre se complicaban y era realmente difícil ser capaz de predecir
el curso de los acontecimientos. Dos cortesanos que precisamente discutían
sobre eso eran Azabache y Turquesa. En unas estancias privadas departían sobre
la reciente reunión.
-Al
menos se ha impuesto la cordura.- Afirmaba una aliviada Turquesa.-
-Sí,
pero pese a todo debemos estar vigilantes. Desde la Tierra y la Luna, e incluso
de lugares más alejados, hay amenazas potenciales para nuestro planeta. -Le
advirtió Azabache, remachando.- Quiera el Supremo Hacedor que mis miedos fueran
infundados.
Su contertulia se limitó a
escucharle sin poner demasiado interés, ese tipo era un predicador nato.
Siempre tratando de colar el sermón en sus argumentos. Aquello a ella le traía
sin cuidado, aunque valoraba la astucia de Azabache y sabía de la conveniencia
de tenerle como aliado.
-¿Y
qué crees que deberíamos hacer?- Preguntó ella.-
-Por
lo pronto, intentar que la influencia de la reina no aumente. Tiene a Coraíon
totalmente en sus manos.
-Ahora
está más pendiente de los príncipes.- Comentó despreocupadamente Turquesa,
alegando.- Suelo visitarla con frecuencia y le cuento…en fin, lo que considero
más importante.
-Sigue
manteniéndola en la ilusión de que todo va como a ella le gustaría. -Le indicó
Azabache.-
-¡Cómo
si eso fuese tan fácil! Amatista no es ninguna estúpida. Además, el rey le
informa puntualmente de todo. No dudo de que ya le habrá contado lo sucedido en
el Consejo.- Aseveró su interlocutora.-
-Bueno,
por ahora no hay nada que pueda hacer.- Afirmó él.-
-Eso
es cierto.- Admitió su interlocutora, quien cambiando de tema, comentó con más
desenfado.- Bueno, debo irme, tengo una cita. Adiós. Y que te vaya bien.
-Que
el Supremo Hacedor te guarde.- Le deseó Azabache a su contertulia.-
Y tras despedirse, él se dirigió de vuelta a sus dominios, en
ellos tenía una entrada a lo que era un antiguo túnel de explotación minero.
-¡Esa
Turquesa es una estúpida!. Arrastrarse ante el invertido de Talco de ese modo.-
Se burló, pues se daba perfecta cuenta de a quién iba ella a ver.- ¡Está ciega
y sorda ante la verdadera inclinación de él!. Aunque la duquesa no es diferente
en eso del resto de los idiotas que viven en este planeta. Por suerte, yo sí
tengo los ojos y los oídos muy abiertos. Y ahora debo ir a informar al maestro
de todas las novedades.- Se dijo.- Solamente deseo que venga a nosotros tal y
como prometió hace años.
Y descendió a las profundidades de
aquel lugar, bajó ceremoniosamente una larga cantidad de peldaños que le
sumieron en una cripta. Una gruesa puerta cerrada se interponía ahora aunque
ella misma se abrió como si percibiera la presencia del visitante. Nada más
hacerlo un resplandor rojizo y escarlata iluminó el semblante de Azabache
quien, de modo inmediato, caminó unos pasos al interior de una especie de
cueva, dobló la rodilla y bajó la cabeza para proclamar.
-Mi
Señor. Esperamos a que te dignes liderarnos.
Y una voz grave que retumbó por
aquella caverna, respondió.
-La
hora aún no ha llegado. Sed pacientes, mi servidor irá a guiaros cuando llegue
el momento. Fiad en su sabiduría. Entre tanto seguiréis disfrutando de mi
generosidad, la energía oscura que alimenta este planeta y que os da la vida y
el sustento.
Dicho esto, una figura provista de
un sayal y encapuchada apareció a pocos metros de él. No pronunció palabra,
entre unas manos sarmentosas que brillaban de varios colores sostenía una bola
de cristal transparente.
-Así
será, conforme a vuestros deseos.- Aseveró Azabache inclinándose ante aquel
aparecido.-
Recordaba bien cuando siendo joven
todavía y tras recibir las enseñanzas de su maestro Lignito, algo le llamó. Una
especie de voz que le atrajo hasta ese lugar. Cuando llegó a aquella zona más
allá de las cúpulas, cerca de una gran brecha del terreno y provisto de un
traje espacial con suplemento de oxígeno y reservas, fue sorprendido por la
presencia de una hermosa joven de larga cabellera morena y ojos azules
profundos. ¡Ella no vestía más que un atuendo bastante antiguo y allí estaba,
totalmente desprotegida, recibiendo la radiación del espacio, en medio de una
carencia total de atmósfera.
-¿Pero
cómo puedes estar así?- Quiso saber él, con estupefacción.-
No
obstante, esa individua no respondió a eso, tras observarle divertida y
sonreír, le indicó la entrada a aquella gruta.
-Lo
que buscas te aguarda ahí.- Declaró ella por toda contestación.-
Por alguna razón no lo dudó e hizo
caso a esa preciosa mujer. Sin embargo, en cuanto apartó la vista de ella por
un brevísimo instante ésta desapareció. Penetró entonces por esa oquedad apenas
iluminada por una luz amarillenta y descendió unos escalones que le parecieron
interminables. Al fin de los mismos, una gruesa puerta le cerraba el camino. No
obstante, se abrió sola dando paso a una enorme estancia excavada en esa gruta,
en tanto una voz gutural salida de un punto indeterminado, le saludaba.
-Se
bienvenido. Te esperaba.
-¿Quién
eres? – Quiso saber Azabache con una mezcla de miedo y fascinación que le
atraía de modo imposible de evitar.-
-Soy
el corazón de este mundo. La manifestación de la energía que lo nutre. – Fue la
respuesta.-
-¿Qué
es lo que deseas de mí?- Pudo preguntar el joven visiblemente intimidado.-
-Que
prediques mi mensaje. Todo el poder y la prosperidad serán para los que te
escuchen y me sigan.- Contestó su misterioso interlocutor.- Día llegará en el
que uno de mis servidores acudirá a mostraros el camino de la verdad y del
triunfo. Hasta entonces, serás el encargado de difundir mis enseñanzas. Yo te
mostraré el modo. Y si cumples a mi satisfacción serás recompensado.
-Será
un honor para mí.- Sentenció el joven interpelado.-
Y así lo hizo, durante años recibió
instrucciones y discretamente fue captando adeptos y preparando la llegada de
aquel emisario que habría de llegar. Sus desvelos y lealtad fueron en efecto
premiados cuando logró desposarse con esa atractiva joven que tanto le gustaba.
A pesar de que, en un principio, no había existido para ella, quien únicamente
tenía ojos para esa princesa.
-Llegué
a amarla, aunque el Maestro me lo advirtió. El amor es una debilidad. Y tenía
razón. Ella me traicionó.- Recordó con una mezcla de resentimiento y amargura.-
Se acordaba de aquellos tiempos de
juventud. Era un entusiasta seguidor de Lignito y sus doctrinas sobre la pureza
del amor y las relaciones decentes. Por supuesto, en ellas únicamente se
admitían las de un hombre con una mujer. Conoció precisamente a Magnetita
cuando ésta llegó a la Corte. Era una chica morena, alta y hermosa, de ojos
azul grisáceos con destellos malvas realmente cautivadores. Le sonrió al serle
presentada por su padre adoptivo Karst.
-Celebro
conoceros, Dama Magnetita.- Afirmó él.-
-¡No
soy tan mayor todavía! - Se rio ella, con mucha simpatía, afirmando divertida.-
Y espero que pase mucho tiempo antes de ser merecedora de ese título.
Y es que, a imitación de lo que se
hacía en el reino de Neo Cristal Tokio terrestre y en el de la Luna Nueva, a
las nobles de alta alcurnia de Némesis se les otorgaba ese tratamiento. Aunque a
diferencia de la Tierra o la Luna, no solía hacerse con mujeres jóvenes, sino
con las de cierta edad.
-Siendo
la hija del duque Karst, no merecéis menos.- Afirmó el apurado muchacho dándose
cuenta de ese desliz.-
-Bueno.-
Suspiró esa chica, ensombreciendo su gesto.- Soy su hija adoptiva. Me encontró
tras la muerte de mis padres. Ellos eran colonos sin ningún título.- Le
desveló.-
-¡Cuánto
lo lamento! ¿Qué les sucedió?- Se interesó Azabache.-
-Murieron
en un ataque de las Feminax. Yo estaba inconsciente entonces.- Le contó su interlocutora.-
No recuerdo mucho más.
Aunque él si llegaría a saberlo.
Aquella hermosa joven morena que le indicara la dirección a seguir para hallar
a su maestro, se le apareció en algunas ocasiones, y en una de ellas le
comentó.
-Mis
seguidoras se ocuparon de eso. Magnetita es una pieza importante en nuestros
proyectos para el futuro. Tenía que llegar a ocupar un alto cargo en la Corte.
-Espero
que no le hagas daño. Tengo intención de pedir su mano.- Replicó él.-
Al oír aquello su contertulia se rio
a carcajadas. Azabache la miró enfadado y preguntó con visible irritación.
-¿Qué
es lo que te parece tan gracioso?
-¿El
qué?- Pudo responder la interpelada todavía entre risas, remachando entre
enigmática y burlonamente.- Ya lo sabrás…
Y así fue. Poco a poco, Azabache
pudo ver como Magnetita se centraba cada vez más en su trabajo como primera
dama de la princesa Ámbar. Cierto día, y a sugerencia de esa otra mujer que por
entonces hacía de enlace con su maestro, la tal Marla, le regaló unos pendientes
de cristal oscuro.
-¿Y
esto, por qué?- Quiso saber la perpleja joven.-
-Porque
son hermosos, como tú lo eres.- Sonrió él.- Es una prueba de mi devoción hacia
ti.- Fue capaz de balbucir, con voz entrecortada, confesándole entonces.- Te
amo Magnetita, y deseo pedirte que te cases conmigo.
-Yo…no
puedo aceptar.- Pudo musitar la chica observándole con una mezcla de estupor y
nerviosismo.-
-Ya,
comprendo.- Suspiró él, con gesto decepcionado.- No soy de tu nivel. A buen
seguro tendrás pretendientes mucho más apropiados por sus títulos y tierras.
¿Acaso te corteja ya alguno?
-No,
nadie todavía.- Admitió la chica, afirmando no obstante.- Pero me debo
enteramente a la princesa.
-Esa
devoción es admirable. -La elogió sinceramente él, desde luego sin comprender
entonces el verdadero significado de aquellas palabras de su interlocutora.-
Sin embargo, no va contra la ley que una camarera de palacio se despose. Aunque
sea la principal. Solamente te pido que me des algún tiempo. Progresaré,
medraré y seré digno de tu familia. Ya lo verás. - Aseguró con determinación. –
Ella no replicó aunque él pensó que
lo acordaba tácitamente. Incluso aceptó su regalo prometiéndole que los
llevaría hasta poder darle una respuesta. Por ello quedó destrozado al
enterarse. Supo que su adorada Magnetita era una invertida que se había
enamorado de la princesa. Y fue la propia Marla quien se lo contó,
regocijándose en tanto lo hacía.
-¡Lástima
que te lo hayas perdido! – Le desveló aquella condenada individua con
regocijo.- Con esos pendientes se puede además controlar la voluntad de los
humanos, cuando los llevan durante demasiado tiempo.
Y Marla le refirió como su
idolatrada muchacha y la princesa habían comenzado a tratarse al principio con
la distancia que sus rangos les imponía. Después empezaron a tenerse confianza.
Magnetita era el sostén y el apoyo de esa desdichada joven. Ámbar estaba
hundida tras la muerte de su esposo. Y poco a poco, el consuelo que le brindaba
su camarera se fue convirtiendo en afecto y después en amor.
-Incluso
en pasión. Yo controlé a esa sosa de Magnetita. Ella era tan tímida que no se
hubiera atrevido ni a darle un beso en la mejilla a su amada Ámbar. Pero yo
tenía muchas ganas de volver a experimentar el goce carnal. Por desgracia ahora
ya no puedo hacerlo, salvo cuando poseo un cuerpo humano. Y esos pendientes que
tan oportunamente le regalaste me permitieron controlar a esa boba.
Marla le explicó como sedujo a la
princesa Ámbar quien la tomó por Magnetita. Al principio algunos besos
inocentes, después, un día, las dos se besaron en los labios y repitieron.
Ámbar incluso tomó la iniciativa llevando de la mano a su camarera al lecho.
Finalmente las dos se desvistieron y se abrazaron.
-Entonces
hice disfrutar a esa perra de Ámbar como nadie jamás lo había hecho. Ni
siquiera su maridito al que tanto lloraba. - Se sonrió Marla.- Y eso se repitió
noche tras noche, y luego de día. Hasta la tenía prácticamente hipnotizada. ¡Lo
único que odiaba era el llanto de ese maldito mocoso! - Escupió con desdén.-
Con gusto le habría ahogado con una almohada, pero la voluntad de esa estúpida
de Magnetita si era capaz de oponerse a eso. Aunque claro, no se negaba tanto a
que me acostase con su princesa usando su cuerpo.
Y llegó ese aciago día en el que,
disfrutando de su amor una vez más, ambas fueron sorprendidas por el rey
Corindón y su consejero Karst. Al hacerlo, Ámbar salió de aquel trance,
escuchando el llanto de su hijo. Y Marla dijo lo que realmente pensaba de aquel
irritante bebé. Sin embargo, Magnetita tuvo un postrer esfuerzo en su
determinación y se quitó los pendientes.
-La
muy estúpida rompió la conexión.- Se lamentó Marla.- Aunque fue peor para ella.
Eso ya lo sabía Azabache. Al día
siguiente Magnetita no estaba en palacio y la princesa se hallaba recluida en
sus habitaciones. El rey fue muy indulgente con ella. A buen seguro porque era
la madre del heredero. No obstante, le ordenó a Karst que llevase a su hija
adoptiva lejos. Éste obedeció llevándosela a sus dominios. El joven quiso ir
allí para hablar con el duque. Éste le recibió con poca simpatía.
-¿Qué
os trae por aquí?- Inquirió con gesto adusto.-
-Mi
interés por vuestra hija.- Le confesó él.-
-¿Acaso
venís a burlaros, señor?- Estalló el indignado Karst.-
-Os
ruego que me escuchéis, es todo lo contrario. Yo amo a Magnetita y hace tiempo
que le propuse que fuera mi esposa. Sé que no soy digno de ella, pero os juro
que he trabajado muy duro y que ascenderé…
Karst no le dejó terminar, levantó
una mano y su gesto de enfado pasó a tornarse reflexivo.
-Soy
yo quien debe pediros disculpas, señor.- Declaró entones el duque,
proponiéndole para su alborozo.- Os he juzgado mal y os encuentro realmente
digno de mi hija. De hecho, sois el único que ha pasado a interesarse por ella
en estas terribles circunstancias.
Lo que no le dijo entonces Karst fue
que, tras el escándalo, los mejores pretendientes dejaron de lado a la joven. A
pesar de que él y el soberano nada contaron, de algún modo, ese enojoso rumor
recorrió la capital…
-¡Claro
que lo recorrió!- Se rio Marla, afirmando divertida.- Ya me ocupé yo de eso.
Antes, en vida mortal, era mi trabajo. Me encantaba esparcir rumores, fundados
o no.
-El
duque me invitó a pasar y a ver a Magnetita.- Recordó él.-
De hecho entraron los dos y Karst
tocó a la puerta de la habitación de su hija.
-¿Estás
visible?- Quiso saber.- Tienes una importante visita.
La muchacha no respondió, aunque
tras unos instantes abrió la puerta. Azabache quedó impactado al verla. Su
rostro estaba demacrado, y su antigua sonrisa desaparecida. Los ojos antaño tan
hermosos estaban entrecerrados y rojizos de tanto llorar.
-¿Qué
deseas de mí?- Pudo musitar bruscamente la joven dirigiéndose al invitado.-
-Recordarte
mi proposición y pedirte una respuesta.- Repuso Azabache.-
-Nunca
podré amarte. Y jamás me casaré contigo.- Fue la contundente, áspera y dura
contestación.- ¡Vete, déjame sola!
El chico bajó la cabeza, se sintió
desolado y humillado. Empero, fue Karst quien intervino con autoritaria dureza
para enmendar a su hija.
-¡Por
supuesto que te casarás con él! Es un joven honrado y te quiere. Y después de
lo que has hecho no encontrarás a nadie más dispuesto a hacerlo.
-No
deseo casarme con nadie.- Se atrevió a replicar la chica, desafiando a su
interlocutor con la mirada.-
-Lo
harás. Os concederé un territorio de los que poseo y le pediré al rey que lo
convierta en un condado. Al menos podrás tener una salida digna.
-Prefiero
morir.- Sentenció ella, dejándoles helados a ambos.-
Y se metió dentro de su habitación
cerrando la puerta. Azabache estaba petrificado. Sin embargo, Karst le comentó
con tinte tranquilizador.
-Será
tu esposa. Tienes mi palabra, la convenceré.
Ahora recordaba eso. Cuando habló
con Marla de aquello. Esa extraña criatura volvió a reírse a carcajadas para
desvelarle.
-No
fue el estúpido de Karst quien la convenció. Fui yo. Me limite a aparecer en su
habitación…
Con sumo regocijo le contó al
horrorizado Azabache.
-Esa
sosa estaba sola y tumbada en la cama. Y educadamente saludé. Se levantó como
un resorte preguntando… ¿Quién eres?- Describió imitando la voz de aquella
infeliz con un despectivo tono de falsete. -
Magnetita se incorporó, no tenía ni
idea de cómo habría entrado esa mujer. Aunque algo en su mente le advertía. Esa
presencia le era familiar, pero no alcanzaba a recordar…
-¿Quién
eres? ¿Cómo has entrado aquí? ¿Es mi padre quien te envía?- Inquirió para
añadir con tono hostil.- Dile que pierde el tiempo. Ni él ni nadie, logrará que me case con ese hombre. No
le amo y jamás lo haré.
-Ya
lo sé querida, y francamente me parece muy bien. Azabache es un idiota. Y para
mí los hombres son todos repugnantes. - Replicó la recién llegada sin dejar de
sonreír.- Tranquila, no es tu padre quien me envía.
-Entonces,
¿Quién eres? – Quiso saber la perpleja chica.-
-Soy
quien te va a persuadir para que te cases con ese cretino. No es que me guste
la idea, como ya te he dicho, pero todos debemos hacer sacrificios en nombre de
un propósito superior. - Contestó con tono desapasionado.-
-No
lo entiendo. Si no es por mi padre. ¿A ti que te importa que yo me case?-
Preguntó su contertulia, argumentando a
su vez.- Y si ni él puede
persuadirme, ¿cómo ibas a hacerlo tú?
-¡Muy
fácil!- Se rio Marla para sentenciar con una mezcla de sadismo y amenaza.-
Haciendo sin pestañear lo que él jamás soñaría. Matando a esa zorra de Ámbar y
a su pequeño llorón si te niegas. Ya lo dije cuando estábamos retozando con
ella, tú y yo. Ese maldito mocoso me sacaba de quicio. Quise ahogarle con la
almohada pero tú me lo impediste. ¿Recuerdas?
Pudo ver entre divertida y llena de
satisfacción como el semblante de Magnetita palidecía. La chica apenas si fue
capaz de gemir.
-¿Tú?...
-Sí,
yo.- Se sonrió aviesamente Marla, remachando.- Seguro que recuerdas esa
placentera sensación de tenerme dentro de ti. De cómo activaba tus deseos hacia
esa zorra de princesita. Pues es cuestión de tiempo que posea a otra ingenua y
que la controle para cumplir mi amenaza. Seguro que otras no opondrán tanta
resistencia. Sabes tan bien como yo que muchas jóvenes cortesanas envidian la
posición de Ámbar. Me sería muy sencillo corromper a alguna lo bastante. ¿Te
imaginas que pasaría si descubren a la princesa yaciendo con otra de sus damas
y encuentran al heredero muerto en su cunita?
-No,
¡por favor!¡te lo suplico, hare lo que quieras!- Sollozó Magnetita cayendo de
rodillas.- No les hagas daño.
-Pues
ya sabes lo que quiero.- Le indicó su contertulia, suspirando con aparente
contrariedad para admitir.- Que conste que, si por mi fuera, jamás le pediría a
una mujer que se desposase con un sucio macho. Pero órdenes son órdenes.
Lamentablemente, ni tú ni yo decidimos en esto, cariño. Aunque, una vez que te
cases con él, siempre podrás huir.
-¿Y
a donde podría huir?- Preguntó la llorosa Magnetita.-
-Se
buena chica, obedece y ya te lo diré.- Le prometió su contertulia.-
Ahora Azabache la miró con una
mezcla de odio y estupor, para aseverar.
-¿Y
no cumpliste tu promesa, verdad? Por eso se quitó la vida. A pesar de que
intenté que funcionara. Pero incluso en el lecho se quedaba quieta y parecía
muerta, como una muñeca de cera. Al final me rendí. Le propuse concederle el
divorcio pero ni eso la hizo cambiar su actitud. Dijo que su padre jamás lo
aprobaría y que seguiría atrapada. Sin poder huir de su destino.
-¡Qué
imbécil eres!- Exclamó Marla riéndose otra vez al replicar.- Claro que cumplí
mi promesa. Le mostré el barranco más alto de Némesis para que se arrojase por
él. Por supuesto que la ayudé a
escaparse de ti.
-¡Maldita
zorra asesina!- Espetó él sacando un arma que llevaba y disparando contra su
interlocutora sin pensárselo dos veces.-
Aunque las ráfagas de láser de esa
pistola atravesaron inocuamente a Marla quien por toda réplica suspiró
declarando.
-A
veces esto es tan aburrido que desearía poder ser tangible. ¿Lo ves? Al final
tú y yo tenemos que entendernos.
-Lo
único que entiendo es que algún día me vengaré de ti.- Siseó Azabache.-
Marla le obsequió con una sonrisa,
parecía estar complacida al verle en ese estado. Y agregó, recreándose en ello.
-Pues
todavía no he terminado. Luego me tocó ir a ver a su Alteza. Desgraciadamente
tuve que llevarle las tristes nuevas. Su amorcito se había tirado de aquel
barranco. Era un lugar tan apartado y solitario, y la sima tan profunda que
nunca hallaron su cuerpo. ¡Pobre Ámbar! Intentó exactamente lo mismo que tú.
Escuchando esa canción tan cursi…
Regodeándose Marla se apareció ante
la aterrada princesa que parecía absorta escuchando una antigua canción. Nada
más ver a su visitante, Ámbar se levantó.
-¿Os
envía el rey?. Idos y decidle que quiero ver a nadie ahora.-
-Esa
canción es muy apropiada.- Replicó Marla.- Ya no sois amantes, solo extrañas…
Una pena.
El pequeño Coraíon comenzó a llorar
en su cuna, Ámbar se levantó solícitamente y tomándole entre sus brazos trató
de calmarle.
-Ya
cariño, ya…aquí está mamá…
-Siempre
igual. Debí haber estrangulado a ese mocoso en cuanto tuve la oportunidad. Pero
tu amante se resistió a eso. En el fondo creo que le había tomado cariño y todo
a esa cosa.- Comentó Marla.-
Ámbar le dedicó una mirada incrédula
y llena de horror. Era como si de pronto hubiera caído en la cuenta de que esa
mujer no era ninguna camarera de palacio.
-¿Quién
eres? ¿Qué le has hecho a Magnetita?- Inquirió la asustada princesa, tratando
eso sí de mostrarse firme ante aquella individua.-
-Soy
la que compartía su deseo por ti. Y no le he hecho nada, aparte de darle un
buen consejo. Debo decir que lo ha seguido. Y eso me alegra. Así esta
cancioncita que tanto os gusta ya tiene sentido.
-¿Qué
consejo? ¡Habla!- Le espetó Ámbar.-
-Le
propuse que tomara esposo. Ahora que va a echar de menos tu compañía en la
cama. Por desgracia para ella los hombres no le gustan. Créeme, la puedo
comprender, no hay nada que yo aborrezca más que a un macho. – Aunque tras unos
instantes de silencio y reflexión, pareció pensárselo mejor y matizó.- En
realidad sí, os odio a todos vosotros. Y más a las putitas como tú, traidoras e
intrigantes. Dime una cosa, tengo curiosidad. ¿Te costaba mucho fingir con tu
difunto esposo?
-¿Qué?-
Gimió Ámbar mirándola una vez más con una mezcla de espanto y estupor.-
-Vamos,
cuando poseía a tu amiguita lo percibí con claridad. A ti te gustan las
mujeres.- Se sonrió lascivamente su interlocutora, ofreciéndole con una
combinación de sorna y deseo.- Si quieres puedo tratar de poseer a otra de tus
doncellas. Sabes que te gustará.
-¡Vete
de aquí, monstruo!- Espetó la princesa, afirmando con rotundidad.- Yo le amaba,
amaba a mi esposo.
-¡Oh
sí, seguramente! - Concedió irónicamente Marla, añadiendo con falsa
condescendencia.- No te pongas así. Te diré un secreto. Él también te amaba, de
hecho, sus últimos pensamientos fueron para ti. Estaba deseando regresar para abrazarte
a ti y a vuestro…eso.- Remachó mirando al bebé que seguía llorando en tanto su
madre trataba de calmarle en vano.-
-¿Cómo
sabes esas cosas?- preguntó una incrédula princesa.-
-Es
sencillo, cariño.- Se sonrió aviesamente su contertulia, confesando sin
tapujos.- Estaba presente en sus últimos momentos puesto que yo le maté. A él y
a su tripulación.
Ámbar se quedó lívida, apenas si
pudo dejar a su bebé en la cuna y buscar algo, un cuchillo o un objeto lo
bastante fuerte como para atacar a esa individua. ¡Quería hacérselo pagar! Al
fin encontró una daga decorativa, con ella trató de atravesar a ese monstruo
pero solamente encontró aire…
-¡Ja,
ja, ja, ja! – Se burlaba Marla.- Tan ineficaz como patético.
-¡Maldita
seas!- Aulló la princesa fuera de sí.-
Se oyeron voces fuera, eran los
guardias preguntándole si estaba bien. Marla le susurró entonces.
-Si
deseas saber que ha pasado con tu amiguita Magnetita, yo que tú les diría que
has tenido una pesadilla.
Ámbar rechinó los dientes, pero obedeció.
Con voz temblorosa y sin abrir la puerta, se limitó a decir que estaba bien y que tuvo un mal
sueño. Por fortuna ningún centinela, ni camarera a su servicio trató de entrar
para cerciorarse. Una vez solventada esa situación, Marla no dudó en poner al
corriente a esa infeliz del trágico destino de su amante. Y mientras la
princesa caía de rodillas llorando devastada, su interlocutora se permitió el
lujo de añadir con manifiesta sorna.
-Ella
quería una salida a sus problemas y se la di. En el fondo era buena chica. ¿Lo
pillas? En el fondo…de un barranco, ¡ja, ja, ja!, que es donde la muy estúpida
está ahora.
-¿Por,
por qué?- balbució la destrozada Ámbar.-
-¿Por
qué?- Repitió con un tonillo agudo y burlón, su contertulia.- Los humanos sois
unos seres patéticos. Habéis invadido el hogar de un poderoso ente que
solamente deseaba estar tranquilo, sin soportar vuestra nauseabunda presencia.
Además, es divertido. Ahora sois sus juguetes y los míos. Como por ejemplo tú,
estás tan débil que es cuestión de tiempo que te posea. Entonces ¿Sabes que
haré? Agarraré a ese mocoso llorón y lo estrellaré contra la pared. Y todos
creerán que ha sido su madre quien, enloquecida por el odio y el resentimiento
contra el rey que la ha apartado de su amante, se ha tomado cumplida venganza.
-No,
¡jamás te lo permitiré!- Chilló la horrorizada princesa.-
-Tendrías
que estar muerta para evitarlo.- Se sonrió Marla.-
-Eso
se puede arreglar.- Repuso Ámbar mirándola desafiante. –
Alguien tocó a la puerta. Marla
desapareció. Ahora Azabache la cuestionaba alegando.
-Tú
no podrías controlar a nadie si no llevara puestos esos pendientes de energía
oscura.
-Bueno,
yo lo sé y tú también. ¡Pero esa boba no lo sabía!- Se rio su contertulia,
afirmando casi con un poso de respeto ahora.- Debo admitir que fue valiente y
que cumplió su promesa. A los dos días ya estaba muerta.
-Se
dijo que por debilidad.- Comentó Azabache.-
-Sí,
por eso y por los cortes en las muñecas que se hizo, rematados por una sobre
dosis de pastillas que se tomó. Bueno, al menos logró lo que quería, se reunió
con su amante. Dos suicidas que habrán ido al Infierno. Ya lo consultaré allí.-
Replicó desapasionadamente Marla.- Hasta puede que me pase para darles
recuerdos. ¡Ja, ja!
-¿Qué?-
Inquirió su perplejo interlocutor.-
-Tengo
órdenes del Ama. Tú debes ir a verla. -Le indicó ella dejando aquel tema y alegando ya con un tono de hastío.- Tienes
una importante tarea de cumplir.
Y es que Marla recordaba cómo había
obedecido puntualmente las órdenes de su Ama. Incluso le preguntó
respetuosamente, poco antes de ver a ese idiota de Azabache y explicarle aquello.
-¿Podré
contarle a ese humano estúpido lo que pasó?
-Sí,
es más, debes hacerlo.- Repuso esa voz maliciosa que ahora sonaba con tono
femenino.- Eso aumentará su odio, el odio es nuestro alimento. Nos fortalecemos
con él.
-Y
además, será divertido.- Se sonrió Marla.-
-Después
de eso, tienes otra misión. Deberás hacer un largo viaje en cuanto vengan a
visitarnos unos poderosos aliados a los que espero. Entonces irás con ellos.
-Como
tú mandes, mi señora del Caos.- Convino su contertulia.-
Por
su parte, pese a todo, Azabache creía ahora firmemente en su maestro. Cuando
obedeciendo las indicaciones recibidas por esa zorra de Marla fue a verle, este
le desveló las ocultas intenciones de Endimión y Serenity.
-Son
el enemigo mortal de Némesis, Y hay que combatirlos. De igual modo que luchamos
contra los traidores que tenemos entre nosotros. - Declaraba ahora obteniendo
la aprobación de su amo y señor.-
-Dices
bien, pero ha de hacerse con sumo cuidado e inteligencia. Poco a poco irán
llegando valiosos aliados para nuestra causa. Sin embargo, no tenemos la fuerza
suficiente todavía como para derrotarles. Ellos no deben sospechar siquiera que
estoy aquí, nos destruirían a todos sin vacilación. Por eso, dejaremos por
ahora que los mal proclamados monarcas de este mundo traten con esos patéticos
reyes de la Tierra y la Luna. Empero, deberás mantener la vigilancia y evitar
que estos se apoderen de este mundo. El único reducto que queda para
enfrentarse a su tiranía y perversiones antinaturales en todo el sistema solar.
-Sí,
mi Señor.- Asintió sumisamente Azabache, que estaba arrodillado ante su
interlocutor cuando añadió. - Únicamente desearía pedirte una cosa más. Quisiera
hacerle pagar a Marla lo que me ha hecho.
-Es
una aliada, no una enemiga.- Le recordó Caos.-
-Para
mí es mi más mortal enemiga. Me arrebató lo que yo más amaba. He aguardado
durante años. Pero no tengo poder para vengarme de ella. Menos ahora que ya soy
un anciano. - Se lamentó él.-
A Caos le complacía sobremanera
comprobar como ese desdichado se había estado consumiendo durante tanto tiempo
en su propio odio tal y como anticipó. Eso convenía a sus planes. De modo que,
tras un breve momento de silencio, declaró.
-Muy
bien, tu petición es justa. Te prometo que, llegado el momento, te
proporcionaré la oportunidad y la forma de llevar a cabo tu revancha.- Aseveró
con tono más condescendiente, cambiando entonces de tema, al agregar.- No
obstante ahora, debes terminar otra labor…esto te ayudará.
Unos cristales oscuros aparecieron
entonces en el suelo. Brillaban con un tono negro extrañamente cautivador. La
voz de aquel ente le explicó a Azabache entonces.
-Condensan
la energía oscura multiplicando su poder e influencia. Ve y ordena a nuestros
leales que los distribuyan por Némesis. En cada ducado, marquesado, condado o
territorio deberá haber alguno que haga acopio de poder. Y uno mayor, deberá
erigirse en cada lugar para acumular más energía. Tardarás algún tiempo, pero
merecerá la pena dado que ganarás el respeto y el agradecimiento de tus
iguales.
-
Te obedezco, mi señor. -Contestó rápidamente el individuo.-
Y así lo hizo, contactando con
aquellos en los que más confiaba y refiriéndoles que esos cristales tenían la
facultad de absorber y redirigir la energía del planeta. Logró que, en la
mayoría de los territorios, se construyeran grandes monolitos de cristal negro
que actuaban como repetidores y acumuladores. De este modo las consecuencias
negativas para la salud y la esperanza de vida que afectaban a los moradores
irían disminuyendo, al tiempo que el poder generado por esa fuente de
alimentación daría una nueva fuerza a Némesis. El propio Azabache lucía unos
pendientes hechos de ese mismo material que parecían proporcionarle más vigor y
hasta rejuvenecerle un poco, amén de permitirle ver ciertas cosas ocultas al
resto. Pese a ello, no habló de todas las propiedades de los mismos salvo a un
muy reducido número de fieles.
-Al
fin, la fase final de nuestro plan para la llegada del maestro está en marcha.-
Se dijo tras hacer una reverencia a su amo y salir de aquella caverna, pensando
con regocijo.- Cuando concluya además obtendré mi venganza.
Y poco a poco, inadvertidamente para
la mayoría, Azabache y los suyos comenzaron a poner en práctica los designios
de su siniestro líder. Entre tanto, la vida en Némesis continuaba siendo dura y
difícil para el resto de sus esforzados habitantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, si sois tan amables y no os es molestia, comentar vuestras impresiones sobre lo que habéis leído. Me vendría muy bien para mejorar y conocer vuestras opiniones sobre mis historias. Muchas gracias. ;)