sábado, 13 de octubre de 2018

GWNE13. Maniobras en la luz y en la oscuridad


Pese a los momentos de turbulencia entre preparativos para una posible confrontación con la Tierra, rumores de traidores infiltrados y la desconfianza y frialdad creciente entre los tratados con la energía oscura, al menos Petzite se sentía contenta. Todas las tardes se pasaba por el jardín y muchas veces encontraba allí al príncipe Zafiro. Procuraba ir lo más arreglada y hermosa que podía. Últimamente se recogía el pelo por comodidad, para lucir mejor esos pendientes. Sobre todo cuando salía de aquella cámara, de este modo, de camino a su punto de encuentro, iba pensando en él.



-Espero que me encuentre atractiva así vestida y con mi nuevo peinado. Creo que sí, me he fijado cómo me mira, pero…, no es posible. Tengo que ser realista. Hay mucha diferencia de rango entre nosotros. ¡Si tan solo yo fuera una duquesa!- Se decía con pesar.- Podría aspirar a su amor.



            Sumida en esas cavilaciones llegó a la entrada del jardín y ante ella se abrió automáticamente la verja que lo resguardaba. Una droida de servicio la saludó.



-¿Qué puedo hacer por vos, ama?

-Venía a dar un paseo.- Respondió ella, queriendo saber.- ¿Hay alguien?

-No ama, estáis sola. - Fue la descorazonadora respuesta.-



            Bueno, a veces Zafiro no podía acudir. Su trabajo era un exigente y se pasaba casi todo el tiempo entre diseños para nuevas droidas o mejoras en esa gran caldera que, según él mismo le contase, regulaba y mantenía la energía oscura del interior del planeta para que alimentase las necesidades de sus habitantes. Recordó esa vez en la que coincidieron tras la confidencia del joven de que solía pasarse muchas tardes por allí. Petzite no pudo resistir el deseo de ir y efectivamente allí le encontró, sentado en un banco muy particular, mirando un gran macizo de flores de jazmín, rosas de varios colores y kerrias que se extendían frente a él. Y de fondo escuchaba una melodía. La propia muchacha se acordó de que era una vieja canción de la Tierra. No estaba segura de dónde la oyó por primera vez. Quizás fuera en casa, con su madre, siendo niña…



Podía sentir en el momento
No había forma de saber
Hojas caídas en la noche
¿Quién puede decir dónde está soplando?



Tan libre como el viento
Y es de esperar que aprenden
¿Por qué el mar con la marea
No tiene forma de volver?

Más que esto - no hay nada
Más que esto - dime una cosa
Más que esto - no hay nada

Fue divertido por un tiempo
No había forma de saber
Como un sueño en la noche
¿Quién puede decir hacia dónde vamos?



No hay atención en el mundo
Tal vez estoy aprendiendo


¿Por qué el mar con la marea
No tiene forma de volver

Más que esto - no hay nada
Más que esto - dime una cosa
Más que esto - no hay nada


Más que esto - no hay nada

Más que esto - no hay nada

Más que esto - no hay nada…





(More than This, Roxy Music, crédito al artista)



            La chica aguardó mientras escuchaba con agrado aquella melodía y su letra. Era una canción hermosa y evocadora, aunque quizás algo nostálgica. Tenía un extraño encanto, algo que la impulsaba…desde luego le hubiese gustado bailar a su son con el príncipe. No obstante, lejos de atreverse a ello se mantuvo algo apartada y en silencio hasta que acabó y entonces sonrió, aproximándose y saludándole.



-Alteza. Me alegra veros aquí.

-Hola.- Repuso el chico con voz queda, añadiendo.- Estoy sentado en su banco favorito, desde aquí ella contemplaba todas estas flores que tanto le gustaban oyendo alguna de sus canciones preferidas.



            La sonrisa de Petzite se desvaneció al darse cuenta de inmediato de a qué se refería su interlocutor. Pudo responder con tono lleno de añoranza.



-Es verdad. Vuestra madre, su Majestad la reina, venía a este banco siempre que podía y pasaba mucho rato sentada, mirando estas flores. Le encantaba disfrutar de su belleza.

-Ella era también muy hermosa, y buena.- Suspiró Zafiro, añadiendo con pesar.- No sé…quizás estemos equivocados, Petzite.



            La joven le miró sin comprender. ¿A qué se estaba refiriendo? Ojalá que no fuese por estar allí juntos y a solas, compartiendo ese momento. No obstante, debió de mostrar un gesto preocupado porque el propio Zafiro le sonrió, añadiendo.



-Deben ser cosas mías. No me tomes muy en serio. Es que no me gusta la deriva que está tomando esto. Como decía esa antigua canción, no sé.. ¿Quién puede decir a dónde vamos?

-¿A qué os referís, Alteza?- Quiso saber ella que seguía inquieta por esas extrañas palabras.-



            Su interlocutor se tomó unos instantes para responder como si intentase buscar un modo más sencillo de decir lo que pensaba. Finalmente declaró con suavidad y tono reflexivo.



-Veo a mi hermano y algo no marcha bien, está cada día más encerrado en sí mismo. No sé. Planea demasiadas cosas. Ese interés por aumentar nuestro potencial bélico. Es como si le preocupase un posible ataque.

-Alteza, es natural.- Aseveró Petzite tratando de argumentar aquello.- Hay muchas evidencias que apuntan a que los terrestres han tratado de sabotearnos y puede que…



            No se atrevió a continuar. Afirmar ahora que la Tierra y sus soberanos pudieran ser los causantes de la muerte de la reina Amatista le parecía algo tan duro y terrible que no deseaba enfadar o entristecer a Zafiro. No fue necesario, dado que el mismo chico lo mencionó.



-No creo que ellos anduvieran tras el fallecimiento de mi madre. Ella enfermó al poco de nacer yo. Intolerancia a la atmósfera y las condiciones de este planeta. Nosotros, siendo nativos de aquí, no las experimentamos.

-Gracias a estos cristales.- Pudo decir Petzite, más aliviada de escuchar eso, tocándose el pendiente de su oreja izquierda.-



            Su contertulio se fijó ahora en ellos, se limitó a mover la cabeza. La joven se percató entonces de un detalle evidente. Zafiro no los llevaba. No tenía ni la menor idea de porqué y eso la hizo sentirse incómoda.



-¿Acaso eso te hace vivir mejor?-Inquirió él con curiosidad tamizada por un matiz levemente irónico.-

-No sé, bueno. Es difícil de explicar.- Le comentó la muchacha con tinte dubitativo, esforzándose por describir.- Te hace sentir más lleno de energía. Más fuerte. Verá, Alteza, desde que nos sometemos a esas sesiones…



            Y para demostrarlo la chica emitió algunas chispas de energía, parecía estar dominando alguna forma de electricidad. Aunque en un descuido, en tanto sonreía ante la mirada de Zafiro que la observaba atónito, una de esas chispas prendió en un rosal. Cuando quiso darse cuenta, algunas llamas habían brotado en las flores.



-¡Oh! ¡Cuánto lo siento!- Exclamó llena de horror  en tanto se lanzaba a apagar eso.-



            Aunque pudo extinguir el fuego delante de un perplejo príncipe eso le costó quemarse un poco. Algo dolorida se miró las palmas de las manos. Entonces fue Zafiro quién, tomando un pañuelo que tenía en un bolsillo de su chaqueta azul marino, se las vendó con cuidado haciéndola enrojecer de turbación, mientras él declaraba restando importancia al incidente.



-Tranquila. Espero que estés bien. Ve a que te miren esas quemaduras. No te preocupes, era un simple rosal. No valía la pena que te hirieses por sofocar esa llama.

-Yo, lo siento mucho. Era uno de los favoritos de vuestra madre.- Se disculpó sentidamente ella.-

-Mi madre jamás habría antepuesto unas flores, por bellas que fuesen, a la seguridad de una de sus damas. Y yo tampoco lo haré. - Le dijo con tono amable él mirándola a los ojos, para proponerle.- Anda, te acompañaré al gabinete médico.

-Gracias Alteza.- Musitó la chica, que se sintió de maravilla entonces agradeciéndole con una sonrisa.- Sois muy gentil.



            Petz creyó estar flotando en una nube, ni tan siquiera sentía el dolor de las quemaduras. Es más, se hubiera dejado arder las manos enteras de haber sabido que Zafiro reaccionaría de aquel modo tan caballeroso. Ahora volvía de esos recuerdos. Esa parte del rosal fue podada y ya se estaba recuperando a un ritmo asombrosamente rápido. Lo mismo que las quemaduras que ella sufrió fueron de inmediato curadas. La ciencia que tenía a su disposición el Sabio era realmente buena. Uno de los doctores la expuso a un poco de energía oscura en el dispensario y, al recibirla sobre sus manos, los pendientes de Petzite actuaron como catalizadores. En cuestión de segundos fue como si esas marcas de las quemaduras jamás hubieran existido. Aunque cuando el consejero llegó tras ser avisado del percance y ella le contó lo ocurrido, éste la reprendió. Lo hizo educadamente eso sí, aunque la avergonzó delante del príncipe.



-Petzite.- Le dijo el Sabio con ese tono monocorde y ligeramente reprobatorio tan típicamente suyo.- No debes usar esos dones que estás recibiendo para jugar, ni alardear. Y menos cerca de algo tan preciado para su Alteza. Se supone que eres la mayor y más responsable de las cuatro hermanas Ayakashi. Debes comportarte como tal.

-Tenéis razón, amo Hombre Sabio, estoy muy avergonzada. Lo lamento muchísimo.- Admitió bajando la cabeza y mostrando colores en las mejillas una vez más.- No volverá a suceder.

-Tampoco fue para tanto.- Intervino Zafiro saliendo en defensa de la azorada joven.-

-Vuestra Alteza es generoso y amable, pero ese tipo de cosas pueden acarrear peligro si no se saben controlar.- Replicó el encapuchado añadiendo con tinte de preocupación.- ¿Y si esas chispas os hubiesen alcanzado a vos en lugar de a las plantas?



            Ahora sí que la pobre Petzite no sabía dónde meterse. Ni se atrevía a mirar al príncipe.  Pero éste, de un modo algo más serio e incluso molesto, inquirió a su interlocutor.



-¿En tan poco concepto me tenéis, Sabio? Unas pocas chispas no me hubiesen hecho nada más que estropear la chaqueta.

-Os ruego que no me malinterpretéis, príncipe Zafiro.- Contestó calmadamente su contertulio.- Solamente me mueve el interés por vuestra seguridad. Sobre todo, dado que no lleváis pendientes especiales que os protejan.

-En tal caso, no temas. Estoy perfectamente.- Repuso lacónicamente éste.- Y no me hacen falta esos pendientes, no me quedan bien. Estoy expuesto continuamente a la influencia de la caldera. Ya te lo he dicho.



            Por única respuesta el consejero hizo una leve inclinación de la cabeza bajo su capucha y se alejó flotando como solía. Petzite miró agradecida al príncipe. Iba a decir algo pero el chico se le adelantó, esbozando una leve sonrisa.



-No te preocupes. No ha pasado nada. El Sabio debería ocuparse de otras cosas en vez de regañarnos como a niños pequeños, ¿no crees?



            La pobre muchacha no se atrevió a contestar, tampoco se le ocurrió nada que oponer a eso. Así pues él se despidió, tenía que regresar a su trabajo. Pocas veces se vieron desde entonces. En esas ocasiones ella apenas era capaz de hablar, más que nada le escuchaba a él. El Infante a veces le contaba cosas de su trabajo, y lo hacía con visible animación, dado que le gustaba mucho. En cambio otras, le confiaba esa creciente preocupación que tenía por su hermano Diamante y por su padre el rey Coraíon, y en algunas ocasiones incluso le decía lo mismo que aquella primera vez.



-No sé hacia dónde vamos. Eso decís. -Musitó la muchacha mirando ahora las flores en soledad, pensando.- Mi príncipe, sea a dónde sea que vayamos, mi mayor deseo es estar contigo para acompañarte en ese camino…



            Por su parte, el padre de Petzite y el resto de sus hermanas llegó al fin junto con su cuñada al condado que poseía. Sin embargo, esta vez no avisaron a Idina al entrar en las tierras de Ayakashi.



-Debemos abordarla por sorpresa.- Le instruyó él a Agatha.- Tú muéstrate y distráela. Capta la atención de sus droidas. Yo mientras iré a ver si puedo anular ese maldito cristal.

-¿Qué hago cuando la vea?- Inquirió su temerosa y dubitativa interlocutora.-

-Háblale con el corazón.- Le aconsejó él, sentenciando.- Y estoy seguro de que te escuchará.



            Así quedó convenido. En tanto Ópalo tomaba un camino bastante oculto para acceder a la casa, su acompañante se dirigió hacia la entrada principal. Agatha iba con una mezcla de sentimientos. Por una parte estaba asustada de lo que podría encontrarse, de otra, ansiaba volver a ver a Idina. Desde aquella separación que se autoimpuso de su cuñada apenas sí se encontraron en persona en un par de ocasiones. La última haría unos cuantos años ya.



-Espero que siga siendo ella.- Se decía.-



            Llegó al fin ante la puerta. Llamó haciéndose oír. Enseguida una droida abrió. Con gesto amable y tono cortes, la androide le preguntó.



-¿Quién sois, señora?

-Me llamo Agatha Kurozuki. Soy la cuñada de tu ama. Venía a visitarla.- Le contestó con toda la naturalidad que pudo.-

-Mi ama no esperaba visita.- Repuso ese robot con un tinte más neutro en su voz.-

-¿Serías tan amable de anunciarme?- Le pidió la recién llegada.- Para que ella decida si quiere verme o no.

-Por supuesto. Haga el favor de pasar y aguarde en el salón.- Contestó la droida.-



            Algo dubitativamente entró. Contempló un salón hermoso, decorado con sumo gusto y con flores en macetas. Desde luego que así veía su propia casa hasta salir de esa alucinación en la que había estado sumida. Y allí estaba aquel monolito de cristal negro.



-Quizás Idina sufra el mismo tipo de sugestión que yo. Este bloque de cristal tiene que anular nuestra voluntad de algún modo.- Reflexionó pensando con creciente temor.- Debe de ser cosa de ese Sabio. Se tratará de alguna forma de dominarnos sin que nos demos cuenta…



Aún recorrió con la mirada aquella estancia para percatarse de como la luz entraba a través de las ventanas. Era desde luego una imitación de la del sol terrestre proyectada por algún foco exterior. Entonces oyó la voz de su cuñada…



-¡Agatha! ¡Qué sorpresa!



            Era un tono lleno de alegría y entusiasmo. Al girarse hacia la fuente de la llamada la vio. Por unos instantes quedó perpleja. Ahí estaba Idina, luciendo un hermoso vestido blanco de fino talle, su cabello seguía siendo castaño con reflejos violetas y sus azules ojos la miraban con afecto. Estaba en las escaleras del piso superior de la gran mansión y las bajó despacio. Parecía una auténtica reina, llena de glamour y belleza. Al fin las dos se unieron en un cariñoso abrazo.



-¿Qué tal estás? ¿Cómo tú por aquí? – Quiso saber la anfitriona.-

-Estoy bien, gracias. Hacía mucho que no nos veíamos y deseaba informarme de cómo estabas.- Respondió su cuñada aparentando naturalidad.-

-¡Oh!, perfectamente. Muchas gracias por tu interés. - Sonrió Idina, relatándole con animación.-  Ópalo estuvo hace poco por aquí. ¡Fue estupendo, como si estuviéramos de Luna de Miel otra vez! Y mis hijas me visitan a menudo. Estoy muy orgullosa de ellas. Ahora son unas importantes damas de la Corte. ¿Qué tal tu esposo y tus hijos?- Quiso saber con afabilidad.-

-Están muy bien también.- Afirmó Agatha aparentando ese mismo tinte de contento.- Mi esposo trabajando mucho y mis hijos en la Corte, con tus hijas.

-Sí, mis niñas me cuentan que se ven mucho por allí.- Comentó Idina invitándola con afecto. - Pero pasa. Dime ¿Qué quieres tomar?

-No, nada, gracias.- Sonrió débilmente su contertulia.- Estaré poco tiempo.

-Duba.- Llamó la dueña de la casa.- Ven aquí.



            Al momento, la droida que le había abierto la puerta a Agatha se presentó.



-Mi ama me manda.- Fue lo que dijo con tono sumiso.-

-Prepara algo para la cena. Mi cuñada se quedará con nosotras.

-A vuestras órdenes.- Se limitó a responder ésta, marchándose de allí.-

-No, yo… bueno. No tienes porqué molestarte.- Pudo decir la visitante.-

-No es ninguna molestia. Al contrario. Hacía tanto que no te veía.- Suspiró Idina tomándola de las manos para llevarla hasta un sofá del salón.- Tenemos muchas cosas de que hablar.



            Allí tomaron asiento. Desde luego y por más que se esforzaba, Agatha no veía nada fuera de lo normal. Es más, su cuñada estaba tan joven como la recordaba al conocerla. Quizás por eso mismo se sentía extraña. Le daba la impresión de estar viviendo un sueño en el cual, cosas que en la realidad parecían absurdas, cobraban todo el sentido. Por ejemplo, esa luminosidad que se apreciaba, la pulcritud extrema de aquel salón que parecía sacado de los mejores deseos de Idina, y sobre todo, la idílica vida que ella afirmaba tener.  Por todo aquello no sabía qué hacer, ni qué decir. Estaba tentada de contarle la verdad de lo que sucedía, no obstante temía que eso fuera perjudicial o que su amiga reaccionara de forma hostil. Incluso que las droidas la atacasen. Dudaba pues si sincerarse o no. Empero, recordó el consejo de Ópalo y, tras borrar su sonrisa, le susurró a su anfitriona.



-Bueno, verás, la verdad es que estoy preocupada. ¿Sabes?

-¿Preocupada?- Se sorprendió su interlocutora.- ¿Por qué razón?

-Hace mucho tiempo que no sé nada de mi esposo. – Le confesó.-

-¿No te ha llamado? ¿Ni tú a él?- Se extrañó Idina.- ¿Acaso habéis discutido?- Inquirió, añadiendo ahora con un tinte de tristeza.- Sé que Grafito y tú habéis tenido algunos problemas en vuestro matrimonio, pero mi hermano no es mala persona. Seguramente los resolveréis. -Remachó de un modo más optimista.-

-¡No Idina! - Sollozó Agatha, atreviéndose finalmente a contarle la verdad.- ¡Grafito ha muerto! Tu hermano murió, hace años ya…



            La expresión de la cara de su amiga era un poema. No alcanzaba a comprender porqué su cuñada le decía aquello. Incluso se enfadó, replicando en tanto se levantaba del sofá.



-Es una broma de muy mal gusto. No sé porqué se te ha ocurrido algo así…

-Te suplico que me escuches. Vayamos a algún sitio donde tus droidas no puedan oírnos.- Le pidió la visitante poniéndose en pie a su vez.-

-¿Mis droidas? ¿Pero qué tienen ellas que ver en esto? No te entiendo, Agatha. ¿Estás bien?- Quiso saber su cuñada con creciente preocupación.-

-No, no estoy bien, pero ahora al menos veo la realidad tal cual es.- Admitió su contertulia que le desveló entre susurros llenos de temor por si fuera escuchada por algún androide.-  Idina, estamos siendo manipulados. No únicamente tú y yo, sino todos los habitantes de este planeta.

-¿Pero qué estás diciendo?- Exclamó la incrédula y alarmada dueña de la casa.- ¿Te estás escuchando? Agatha, necesitas ayuda. Llama a tus hijos y a tu marido. Seguro que…



            Su cuñada no le permitió acabar la frase, le tapó la boca para asombro de Idina y sentenció.



-Mis hijos ya no son mis hijos. Alguien les ha reemplazado. Y te he dicho que mi marido está muerto. ¡Maldita sea! ¡Quítate esos condenados pendientes y comenzarás a ver la verdad!



            Y sin darle tiempo a reaccionar, Agatha le arrancó uno de ellos, incluso provocándole una herida en la oreja.



-¿Te has vuelto loca?- Pudo gritar Idina.- ¡Duba!- Llamó a su droida con tono lleno de temor.-



            El androide no tardó en llegar. Enseguida respondió con un tono más duro y amenazante.



-Ama, ¿qué deseas que haga con esta intrusa?

-Acompáñala hasta la salida. Solamente eso.- Le ordenó Idina.-

-Tienes que escucharme, cometes un terrible error.- Insistió su cuñada quien, desesperada le confesó.- ¡Idina te quiero!



            Eso sorprendió a su interlocutora pero no demasiado, lo tomó evidentemente por algo familiar.



-También yo te quiero mucho. Pero precisamente por eso te lo digo, no estás bien, precisas ayuda.- Replicó más conciliatoriamente.-

-No, no lo comprendes. Estoy enamorada de ti.- Le confesó finalmente con un suspiro.- Te he amado desde que te conocí. ¡Jamás te haría daño!



            Ahora sí que Idina abrió la boca con asombro. No tardó en cambiar sus instrucciones dirigiéndose a la droida.



-Duba, por favor, déjanos a solas un momento.

-Pero señora, esa mujer puede ser peligrosa.- Objetó el androide.-

-No lo será.- Aseguró su dueña.- Obedece mis órdenes.



            El androide se retiró. Entonces Idina, mirando con una mezcla de estupor y dureza a su interlocutora, le exigió.



-¡Explícate! ¿Qué es eso de que estás enamorada de mí?



            Tras unos momentos de sollozar, Agatha se atrevió al fin a mirarla y musitó.



-Mi matrimonio con tu hermano fue una farsa. Al principio yo me sentía obligada por mi familia y por todos, pero luego te conocí y me enamoré de ti. Con tal de estar cerca tuya seguí con Grafito, nos casamos y durante mucho tiempo no pude mantener relaciones sexuales con él, no me veía capaz. Solamente pensaba en ti. Pero él lo descubrió y me amenazó con decírtelo. Me aseguró que jamás aceptarías eso.- Gimió ahora la pobre mujer, llena de tristeza.- ¡Que me despreciarías! Y yo no pude soportar la mera idea de que me mirases con ese tipo de sentimiento.



            Idina no sabía que responder. Bueno, estaba claro que Agatha se había dejado llevar por algo que no era correcto pero, a fin de cuentas…



-No te hubiera despreciado. Quizás incluso yo hubiera podido comprenderlo.- Le susurró de un modo extrañamente meloso a su ahora confundida y atónita interlocutora.-



            Y Agatha se sintió realmente extraña cuando su cuñada comenzó a acariciarle el pelo y bajó con sus manos hasta sus senos.



-¿Qué, qué estás haciendo?- Fue apenas capaz de preguntar con voz temblorosa.-

-Pues darte lo que siempre quisiste. ¿No es esto? -Sonrió Idina, besándola en el cuello para susurrarle de modo lascivo.- Vamos arriba, a la cama…no te preocupes, he aprendido con mis droidas. Sé lo que te gustará. Te voy a dar un anticipo, aquí, ahora.- Sentenció entre jadeos, volviendo a sentarse en el sofá y arrastrando a hacer lo propio a su interlocutora, tras tirar de uno de sus brazos. -



            Por unos momentos Agatha creyó estar soñando, aquel deseo suyo iba a convertirse en realidad. Sin embargo, pudo resistirse lo suficiente para darse cuenta de algo. ¡Esa no era Idina! Ella jamás se habría comportado así. Por mucho que lo deseara, por mucho que quisiera cerrar los ojos y dejarse llevar, no debía hacerlo. Sería volver a caer en una trampa, en una ensoñación que era mentira.  Pese a todo, no pudo resistirse a la tentación de permitir que ella la abrazase. Al fin, su cuñada unió sus labios a los suyos en un largo beso. Fue en ese momento cuando la voz de Ópalo las sacó bruscamente de aquello.



-¡Agatha, llévate a mi mujer de aquí, rápido!- Le ordenó a ésta.-



            El conde había entrado discretamente por un túnel secreto de la casa que únicamente él conocía. Su plan había funcionado y ningún androide de servicio pudo detectarle. Tal y como había anticipado la atención de esas droidas había estado centrada en Agatha. Al fin, su mujer reaccionó al verle, pero sonriendo como si la hubiesen pillado en una travesura infantil, replicó.



-Cariño. ¿Cuándo has llegado?.. ¿Quieres unirte a nosotras?

-¡El pendiente!- Dijo él por toda respuesta dirigiéndose a su cuñada.-



            Agatha asintió quitándole a Idina ese otro que aun llevaba. Su anfitriona se llevó las manos a las orejas ahora protestando, como si saliese repentinamente de ese estado de lascivia.



-¿Se puede saber porqué me has hecho eso?



            Su marido se llegó a ella y tomándola de un brazo la levantó del sofá arrastrándola lejos, Agatha le siguió. De camino Idina únicamente trataba de explicarse.



-Vale, lo siento. Si no te gusta la idea de hacerlo con las dos, vayamos tú y yo a la cama. Seguro que nuestra cuñada lo entenderá.



            No obstante su esposo no contestó a  eso, se limitó a tirarse al suelo y a hacerla caer también a  ella. Agatha les imitó y a los pocos segundos una explosión bastante potente resonó. Al poco la droida Duba y otra más entraron.



-¡Alarma! Ataque.- Proclamó esa androide.- Señora, ¿estáis bien?- Quiso saber buscándola con la mirada.



            El cristal negro que presidía el salón y alimentaba de energía la casa había saltado hecho añicos. Ópalo puso una carga explosiva, de las que su cuñado Grafito guardaba en su almacén. Se hizo con alguna antes de salir de allí con Agatha. Ahora, tras despejarse el humo y el polvo de la detonación, Idina miraba a su marido y a su cuñada con expresión de total desconcierto, era como si hubiera despertado bruscamente de un largo sueño.



-¿Qué está pasando? ¿Qué hacéis aquí?

-Es largo de contar.- Replicó Agatha. – No tenemos tiempo para eso.



            Y era cierto. Las droidas les localizaron y una de ellas incluso les apuntó con una mano que se convirtió en una especie de cañón, sentenciando.



-Los intrusos deben ser eliminados.

-¿Qué estás haciendo?- Le preguntó Idina con estupor y visible temor.- No son intrusos.

-Las órdenes del amo Hombre Sabio son tajantes.- Añadió Duba, invocando.- ¡Poder de alucinación!..



            Pero Ópalo, temiendo algo así, fue más rápido. Sacó un arma del bolsillo derecho de su pantalón y disparó contra esa droida alcanzándola en la cabeza. Duba cayó destruida.



-¡Tenemos que salir de aquí! - Urgió a las dos mujeres.-



            Sin embargo, el otro androide disparó a su vez, apuntando al conde. Por fortuna para él alguien le apartó de la trayectoria del rayo de energía. Se trataba de su cuñada quien fue alcanzada en su lugar.



-¡Agatha!- Chilló la horrorizada Idina.-



            Su esposo disparó una vez más contra ese otro androide acertándole también en el cuerpo y dañándolo de consideración. Repitió otro tiro de energía para destruirle por completo. Tras unos momentos para recobrarse de aquello, los dos se centraron en su malherida cuñada. Agatha había sido alcanzada en el pecho y además de la herida en esa parte, sangraba por las comisuras de los labios..



-Yo...yo..- Intentaba decir a duras penas.-

-Tranquila. Te vamos a curar.- Le dijo la angustiada y sollozante Idina.-

¿Tienes más de esos robots aquí?- Inquirió su esposo tratando de mantener la calma.-

-No, solamente tenía a esas dos droidas operativas. El resto son androides viejos que no uso.- Sollozó su esposa, preguntando con desesperación.- ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué ha pasado aquí?...



            Y es que ahora su casa, que hasta hacía unos momentos le parecía un palacio, estaba reducida a ruinas y desolación. Y no era por esas explosiones o disparos. Todo el conjunto daba la impresión de haber estado abandonado por años. Las paredes sucias y desgastadas, las ventanas rotas, el jardín del exterior desolado. Incluso los lagos de límpidas aguas que ella pensaba tener no eran más que cenagales. Así Ópalo le explicó.



-Te habían mantenido en un mundo de alucinaciones, Idina. A ti y al resto de nosotros.

-Sí.- Susurró Agatha, esforzándose por hablar.- Mi esposo, mis hijos… todos muertos…sustituidos por…esos androides…



            Rápidamente trataron de contener la hemorragia de esa infeliz. Ópalo le dijo a su mujer.



-Tengo que llevarla a un hospital y que la atiendan. Luego informaré al rey de esto. Tú trata de refugiarte en algún sitio.

-¡Quiero ir contigo!- le pidió ella.-

-Es muy peligroso.- Objetó él.- A estas alturas creo que ese Sabio maldito conoce lo que ha pasado. Tendrá escuchas o cámaras a buen seguro. Y seré su próximo blanco. Caso de que algo me sucediera tienes que salvarte tú y ocuparte de las niñas. ¡Llámalas!

-Ellas vinieron hace…- Aunque la pobre Idina palideció al darse cuenta entonces de algo.- ¡Oh Dios! ¿No eran ellas, verdad?

-No.- Admitió su marido moviendo la cabeza consternado.- No lo eran…te enviaron  droidas con su apariencia, entre eso y el influjo de ese cristal oscuro, las tomaste por nuestras hijas.

-¡Dime que están bien!. No podría soportar si ellas..- Aulló Idina que sostenía pese a todo a su malherida cuñada con el máximo cuidado.-

-Están bien, en la Corte. No saben nada. Al menos eso pienso. Y esa es su salvaguardia. ¿Me oyes? No es momento de revelarles lo que sucede. Estarán más seguras en la ignorancia. - Le aseguró Ópalo.- Por eso también tú tienes que permanecer oculta hasta que se reúnan contigo. Ya buscaré la manera de que vengan a visitarte. Y esta vez serán nuestras verdaderas hijas, te lo prometo. Dime. ¿No recuerdas a Petzite? Ella me contó que no estabas bien.



            Ahora la horrorizada Idina fue poco a poco acordándose de aquello. Entre sus recuerdos surgió esa voz siniestra y esa mirada de ojos rojos encendidos bajo aquella capucha. ¡El Sabio!



-De algún modo estuvo aquí.- Sollozó.- Debió sugestionarme y me hizo ver cosas terribles sobre nuestras hijas. ¡No eran ellas, de eso estoy segura! ¡Jamás podrían ser capaces de tales atrocidades! - Exclamó.-

-Claro que no.- La quiso calmar Ópalo quien, dedicando  su atención a su agonizante cuñada, repitió a su mujer.- Ya me lo contarás después. Ahora no hay tiempo para eso, es la vida de Agatha la que está en peligro. ¡Corre! Reúne todo cuanto te pueda ser de utilidad y refúgiate en el bunker que tenemos. Lo hice construir hace años por si los terrestres nos atacaban. ¡Qué ironía! - Se lamentó él, sentenciando con amargura.- El enemigo nunca estuvo en la Tierra, siempre lo tuvimos en el corazón de nuestro planeta.

-Aguanta Agatha.- Le pidió entre tanto Idina a su cuñada aferrando una de sus manos.-

-Yo...lo siento. ¿perdóname!- Fue capaz de musitar su contertulia, apenas sin fuerzas ya.-

-No hay nada que perdonar.- le sonrió tiernamente Idina, añadiendo muy reconocida y emocionada.- Gracias, muchas gracias por quererme y por salvarme de esta pesadilla.

-Lo siento Idina, no tenemos tiempo.- La urgió Ópalo.-  Debo llevar a Agatha a un hospital.



Su esposa replicó, queriendo saber con angustia.



-¿Y si las niñas viniesen aquí, cómo sabré que son ellas?

-Ahora que te has liberado del influjo de ese cristal, lo sabrás. Créeme.- Sentenció su marido.-



 Idina asintió despacio. Tras besar a su cuñada en la frente y dedicarle una última sonrisa de afecto y agradecimiento, salió a todo correr, apresurándose a obedecer en su tarea de buscar cualquier cosa que le fuera a resultar útil.  Ópalo tomó a Agatha en brazos para ir corriendo hacia el vehículo que les había traído. El estado de su cuñada se agravaba por momentos.



-Muchas gracias por salvarme. Ahora aguanta. Vamos por ayuda.- Quiso animarla.-



La mujer no respondió, él se apresuró a subir a la malherida Agatha en el deslizador y partió a toda prisa. Idina quedó allí, tan desolada como ese lugar en el que se levantaba su derruida mansión.



-Ya lo decía la abuela Kurozuki, y mi madre también. Jamás le gustaron esos malditos robots.- Recordó entonces.- Y antes de que esto me ocurriera yo estaba mirando algo…creo que quise ver los archivos que ellas guardaban. Allí puede que haya información. ¡Tengo que rescatar todo lo que pueda! Por mí, por mi esposo, y sobre todo, por ellas, por mis hijas.



            Retornó a la casa y fue directa hacia el desván. Allí tenía los recuerdos de las generaciones que le precedieron. Y también algunas cosas que su madre recibió en herencia de la duquesa Topacita y de la hija de esta, Maray.



-Creo recordar que, cuando la reina Amatista murió, me llegaron algunas cajas con cosas de valor. Al menos eso ponía en el remitente. Y no llegué a abrirlas. Lo haré ahora. Averiguaré la verdad. Se lo debo a ella y a mis antepasados - Se dijo con determinación.-



            A su vez Ópalo iba lo más deprisa que le permitía ese vehículo. Inquieto por su esposa y deseando que se mantuviera a salvo. Pero asimismo de vez en cuando miraba hacia atrás preocupado por la suerte de su cuñada y trataba de animarla.



-Resiste, te pondrás bien.- Le decía sin cesar.-



            Aunque tras recorrer algunos kilómetros sin haber llegado aun a la Corte, observó con horror y profunda tristeza que Agatha ya no respiraba. Detuvo la marcha y la examinó. Los ojos de esa desgraciada apuntaban sin vida hacia el vacío. El conde bajó la cabeza con pesar y derramó algunas lágrimas, prometiéndose de inmediato.



-¡Maldito seas, Hombre Sabio! ¡Vas a pagar por esto! El rey sabrá lo que has hecho. Yo me encargaré de decírselo.



            Y reemprendió camino hacia la capital, decidido a desvelar aquello. Al llegar detuvo el vehículo y sacó el cuerpo sin vida de Agatha. Tomándola en brazos se dirigió hacia las escalinatas de acceso. Todos aquellos que pasaban le miraban con una mezcla de asombro, horror e incredulidad. Al fin, dos guardias androides le detuvieron.



-¿Qué desea?

-Soy el conde Ópalo de Ayakashi. Vengo a ver al rey.- Les contestó.-

-Su Majestad no puede recibir a nadie en este instante.- Fue la réplica.-

-Pues al príncipe Diamante.- Insistió él.- ¡Exijo verle ya!



            Entonces la voz de aquel encapuchado le estremeció, como si hubiera salido de ninguna parte estaba ante él y le dijo con tono monocorde.



-No podemos molestar a su Majestad, ni a su Alteza con los desvaríos de un loco.

-¿Un loco? ¡Maldito canalla! Ya verás lo que dirá el rey cuando le ponga al corriente de mis locuras.- Estalló Ópalo apuntando al Sabio con su arma tras dejar el cuerpo de Agatha en la escalinata.-



            Los guardias enseguida rodearon al conde quien, pese a todo, no se arredró.



-O mucho más sencillo. Acabaré contigo ahora mismo y el mal desaparecerá.- Sentenció listo para disparar.-

-Adelante pues. Pero medítalo primero. ¿Qué sería de tus hijas y de tu esposa entonces? – Inquirió encapuchado elevando su bola que ahora brillaba con destellos carmesíes.-

-Ya lo meditaré después. ¡Primero terminaré contigo! - Exclamó Ópalo disparando.-



            Desgraciadamente los rayos de su arma alcanzaron a un droido que se había interpuesto para proteger al Sabio. Pronto, dos centinelas agarraron al noble y le arrebataron su arma. Al fin el Sabio les indicó a sus androides que lo llevaran dentro, lejos de las miradas de los paseantes. Pese a resistirse con toda sus fuerzas Ópalo no era rival para la potencia de esos dos robots. Así, una vez sujeto a una silla en el interior de una estancia de los calabozos, tuvo que enfrentarse a ese encapuchado siniestro.



-Ahora ya puedes matarme cómo has hecho con todos los demás ¡Asesino!- Exclamó él con tono desafiante.- No te podrás quejar. Te he dado la perfecta excusa y oportunidad.



            Su interlocutor no respondió enseguida, parecía estar estudiándole con su bola y tras unos instantes de tenso silencio, comentó.



-Os había subestimado, conde. Pensé que sencillamente erais otro adulador más. Admito que me equivoqué. Habéis llegado demasiado lejos.

-Te has equivocado en muchas cosas. Cada vez hay más personas en Némesis que sospechan de tus verdaderas intenciones.- Le replicó su contertulio.-

-¿Cómo la pobre Agatha Kurozuki, quizás?- Se burló el Sabio, añadiendo con tono severo.- ¿Esa pobre mujer a la que mataste cuando la sorprendiste con tu esposa en actitudes pecaminosas?

-¡Eso es mentira!. La mató una droida controlada por ti.- Repuso Ópalo.-

- ¿Y tienes pruebas de esa alucinación tuya?- Inquirió el encapuchado, añadiendo también.- ¿Qué pensarán tus sobrinos? ¿Y tus propias hijas? Para su oprobio serán las hijas de un traidor y un asesino. ¡El asesino de su madre y de su tía!

-¿Cómo te atreves a amenazarlas, bastardo?- Espetó el prisionero tratando de levantarse inútilmente.- Yo no soy ningún traidor. ¡Eso lo eres tú!



            Y es que le habían esposado a una pesada silla que estaba clavada en el suelo… Y su antagonista, de modo imperturbable, seguía desgranando su discurso.



-¿Y tu esposa?. Pobre Idina Kurozuki. Una mujer enloquecida por el abandono. No te preocupó mucho su vida mientras la engañabas con la duquesa Turmalina. ¿Verdad? – Inquirió con sorna, sentenciando con patente regocijo.- De modo que en eso al menos sí eres un traidor. Sin embargo, ese no es asunto mío, pero tus intentos por amenazar al rey con tus conspiraciones, sí.



            A su pesar su prisionero tuvo que admitir que en ese tema el Sabio llevaba razón. No obstante, enseguida contra argumentó.



-Puede que haya engañado a mi esposa. De lo que me arrepiento de veras. Pero jamás he conspirado contra el rey. ¡Tú sí que lo has hecho!

-No sé de qué conspiración hablas. Yo solamente he protegido a la monarquía de Némesis y a todo el planeta de los malvados influjos de los soberanos de la Tierra.- Contestó cínicamente su interlocutor, aprovechando para reprocharle a Ópalo.- De esos terrestres a los que tanto admiráis, señor conde. Fuisteis allí en dos ocasiones, una de ellas junto a  nuestro príncipe Diamante, y donde él vio atropellos e insultos a su persona y a este mundo, vos no visteis nada. No deja de ser extraño. ¿No creéis?



            Ópalo podía darse perfecta cuenta ahora de lo que sucedió entonces. Diamante llevaba esos mismos pendientes que debieron de nublar su juicio. ¡A saber qué clase de perversas alucinaciones pasaron por su mente! Eso le hizo arreciar en sus insultos contra aquel consejero.



- No eres más que un hipócrita y un manipulador. Haz lo que mejor sabes hacer, ¡mátame ya!, pero ahórrame tus necedades y tus mentiras.- Contestó altivamente Ópalo.-

-Estáis muy equivocado, señor conde.- Repuso su contertulio, quien sorprendió al prisionero afirmando.- Nadie desea haceros daño. Y para probároslo os voy a dejar en libertad.



            Eso sí que no podía creerlo. El noble se sonrió moviendo la cabeza para replicar.



-Sí, ya…y dime. ¿Cuál es el truco? ¿Acaso no sabes que si me sueltas iré directamente al rey a contarle todo esto? ¿Qué vas a hacer? ¿Ordenarás a tus robots que me disparen alegando que voy a matar a su Majestad?

- No seáis absurdo. Se que apreciáis a nuestro soberano. Podéis ir a verle cuando gustéis.- Le contestó el Sabio con tono sorprendentemente afable, para añadir de manera tan mezquina como irónica.- Pero que disgusto le daréis. Es más. ¡Qué desilusión será para toda la Corte! Un prominente noble acusándome en falso. ¿También vais a decir que vuestros sobrinos son marionetas mías? ¿O que lo es el príncipe Diamante? ¿Y todos los demás en la Corte? ¿Eso incluye a vuestras hijas? Me culpáis a mí de amenazarlas y sois vos quien ahora quiere destruir su futuro de esta manera tan estúpida.

-No te acusaré en falso. ¡Has sido tú, desde el comienzo! - Insistió Ópalo.-

-¿El comienzo de qué?- Se burló su interlocutor.-

-Desde que llegaste aquí, ¡maldito! - Gritó el conde.- Todo ha sido obra tuya.

-¿Os referís a esa conspiración imaginaria que solamente existe en vuestro dañado cerebro? Estáis muy equivocado.- Repuso sarcásticamente el encapuchado.- Lo que llevo haciendo desde que vine a Némesis es aconsejar lealmente a su Majestad y ayudar en la medida de mis posibilidades al desarrollo de este planeta. Y en verdad que, aunque me encantaría atribuirme el mérito de algunas cosas, muchas no fueron obra mía.

-Luego admites que otras sí lo fueron.- Terció agudamente Ópalo.-

-Admito querer acabar con los traidores y darle a Némesis armas y poder para enfrentarse a la amenaza de la Tierra. Claro que sí.- Aseveró su interlocutor.- Siguiendo las órdenes de nuestro amado príncipe Diamante y las de su padre.



            Entonces hizo una señal a un guardia androide para que soltase al prisionero. Atónito, Ópalo se vio libre en tanto el Sabio se alejaba, no sin antes aconsejarle.



-Si yo fuera vos, señor conde, me ofrecería voluntario para alguna misión de vigilancia fuera de este planeta. Puede que la muerte de la señora Agatha Kurozuki suscite muchas preguntas incómodas. ¡Igual que vuestra admiración hacia la Tierra!. Creedme, de todos modos, si seguís por este camino os condenaréis vos mismo. Os lo aseguro…



            Y desapareció dejando allí al desconcertado noble. Aunque Ópalo no quiso perder el tiempo. Decidido a cumplir su promesa salió de los calabozos poniendo rumbo hacia el salón de audiencias. No obstante, antes de salir, la voz de un individuo que estaba encerrado en una de las celdas, le llamó.-



-Señor conde.- Pudo musitar con tono agotado.-

-¿Quién eres?- Inquirió Ópalo.

-Me llamo Cinabrio.- Le contestó éste.- He oído todo lo que habéis dicho…

-Supongo que pensarás que estoy loco.- Se sonrió su interlocutor con escepticismo.-

-Al contrario. Os creo.- Le aseguró su interlocutor.-

-Diríais lo que fuese para poder salir de ahí.- Repuso el noble.-

-No, llevo encerrado bastante tiempo, Rubeus me golpeó, pero el Sabio es mucho peor, intenta meterme alucinaciones en la cabeza. Sé por lo que habéis pasado. ¡Os lo juro!- insistió con vehemencia.-



            Ópalo asintió, desde luego que esas palabras le sonaron sinceras. Entonces miró en derredor, curiosamente los droidas que le habían acompañado no estaban por allí. Tampoco había ni rastro del Sabio. Así pues, se acercó a la puerta de la celda. Tocando un panel, marcó una clave.



-Ese consejero ha olvidado que siendo un noble cercano al rey, tengo los códigos de acceso de casi todo el palacio. Y este de aquí es de seguridad media.- Le susurró a su contertulio.-



            Y es que normalmente no se solía llevar preso a nadie a ese lugar. La seguridad no era muy exigente allí. De este modo pudo abrir la puerta y contemplar el lastimoso estado de aquel hombre que tenía magulladuras y moratones, síntomas inequívocos de haber encajado alguna que otra paliza.



-¿Quién te hizo esto?- Quiso saber entre perplejo y horrorizado.-

-Como os he dicho. Fue cortesía del señor Rubeus, marqués de Crimson- rubí, quien me ha colmado con sus atenciones desde que llegué. - Le contestó irónicamente Cinabrio, tratando de tenerse en pie.-

-Ese chico siempre me pareció un idiota, pero hasta para él esto es excesivo.- Valoró el conde ayudando a ese desgraciado a salir mientras le indicaba.- Sigue el pasillo hacia la derecha. Podrás escapar por una puerta de servicio. Te diré qué códigos debes pulsar.

-Gracias…-Fue capaz de susurrar su interlocutor.- Os debo un favor.

-Espero que no tenga necesidad de cobrármelo. Aunque me temo que quizás tengas que devolvérmelo antes de lo que piensas.- Se sonrió sardónicamente Ópalo.-



            De este modo se separaron, Cinabrio en efecto huyó por ese corredor y su nuevo aliado prosiguió por la salida principal. Iba decidido a desvelarle todo aquel complot a su Majestad, aunque antes de llegar a él fue interceptado por Turmalina.



-Detente. ¿Te has vuelto loco?- le gritó ella.-

-Voy a ver al rey, ¡quítate de en medio!- Le ordenó Ópalo.-

-¡No!- Replicó firmemente Turmalina, sentenciando más a modo de aviso que de amenaza.- Lo sé todo, y el Sabio tiene razón. Te comportas como un chiflado. Si vas a ver al rey y le cuentas todas estas tonterías, te apartará para siempre de su servicio.

-Tú únicamente sabes lo que él quiere que sepas. ¡No seas ilusa!- Rebatió su enojado interlocutor.-



            Aunque le sorprendió la mirada de férrea determinación de la que hasta entonces había sido su amante. La duquesa se interpuso llamando además a una de sus droidas y sentenciando.



-No sé si algo de lo que dices sea cierto. ¡Pero eso no me importa! He tenido que sufrir mucho para llegar hasta aquí. Ahora soy la duquesa del territorio de Turquesa. ¡Y no arriesgaré eso por tus estúpidas conjeturas!



            Ópalo no supo que responder. Se limitó a mover la cabeza con pesar, para ser capaz de musitar tras unos tensos instantes de silencio.



-Ahora lo entiendo todo. Ese maldito Sabio conoce bien nuestras debilidades y se ha servido de ellas a la perfección. Toda la ambición y el deseo de medrar que hemos ido acumulando…en algo tiene razón, de seguir así estaremos condenados…

-¿Pero qué tonterías estás diciendo, Ópalo?- Le inquirió una a su vez incrédula Turmalina, rebatiéndole con apasionamiento.- Némesis es más próspero que nunca gracias al Hombre Sabio y sus consejos. Nuestra flota de guerra está creciendo y disponemos cada vez de más energía.- Y tras suspirar, moviendo la cabeza también, le aconsejó ya con un tono más suave y resignado.- Lo nuestro se ha terminado, está claro. Pero, pese a todo, me preocupas. Te tengo aprecio después de tantos años. Quizás deberías volver a casa con tu mujer o aceptar un cargo lejos de aquí. Piensa en tu futuro, y en el tus hijas. No destruyas tu vida y las de ellas con acusaciones de tramas imaginarias de conspiración.



            Y el derrotado conde suspiró, girándose para marcharse al tiempo que sentenciaba resignado y abatido.



-En eso pienso y me da miedo…me da mucho miedo pensar en el porvenir de mi familia y en el de todos los que moramos en este planeta…adiós Turmalina. ¡Ojalá no sufras las consecuencias de tu gran ambición, como yo estoy sufriéndolas ahora de la mía!



            Salió de allí y se perdió entre la calle. La mujer se quedó observándole con pesar y movió la cabeza. Al fin el Sabio llegó junto a Turmalina y ella enseguida le informó de lo sucedido.



-Creo que he logrado convencerle de que no haga ninguna estupidez.- Suspiró apurada.-

-Lo celebro. El pobre conde está trastornado. Debió de ver a su esposa en muy malas condiciones y a buen seguro que la culpa le ha hecho mella. Y luego descubrió a la pobre Agatha Kurozuki, asesinada por algún republicano traidor.

-¡Es terrible!- Pudo decir la atónita duquesa.- Os agradezco que me dejaseis ver el interrogatorio desde el cuarto contiguo. Realmente está muy mal. Es un peligro para sí mismo y pudiera serlo para los demás. ¿Porqué le habéis dejado en libertad?

-Es el único modo que hay para convencerle de lo absurdo de sus ideas.- Sentenció su contertulio.- Respecto a la fallecida Dama Agatha, sus hijos ya han sido informados, se harán cargo de todo.- Le comentó el encapuchado, añadiendo.- En cuanto a ti, serás recompensada por tu fidelidad para con la corona y este planeta.

-Es mi deber, como súbdita leal.- Se sonrió la mujer, con una sonrisa que pretendía ser humilde.-



            Su contertulio asintió bajo su sayal, respondiendo con tono confidencial.



-Debo de informarte de algunas otras cosas para que puedas representarme en el Consejo. Ahora tengo que partir a ocuparme de unos asuntos. Deposito mi confianza en ti, para que te encargues de solventar algunos problemas que podrían presentarse. Ante todo, tienes que mantener calmados los ánimos de la Corte. Hay muchos que, justamente por supuesto, se soliviantarán allí al hilo de esta desgracia. Comenzando por los hijos de la Dama Agatha.

- Tú dime que he de hacer, Hombre Sabio, y considéralo hecho.- Asintió su interlocutora.-



            Eso complació a su interlocutor quien aprobatoriamente aseveró.



-No me equivoqué contigo. Eres la más idónea para ser duquesa de Turquesa. El territorio más próspero de este mundo tras las posesiones reales y el ducado de Green- Émeraude. Y tu voz es muy apreciada en el Consejo.



            Eso creía ella también, aunque en ese órgano regente apenas sí quedasen representantes ya. Menos ahora con Ópalo trastornado y huido de allí.



-Bueno, tengo la oportunidad de fortalecer mi posición.- Pensaba la mujer con patente contento.-



Por su parte, Kiral y Akiral comparecieron con sobriedad para llevar el cuerpo sin vida de su madre a la morgue. Sus primas las cuatro hermanas Ayakashi también estuvieron allí presentando sus respetos en cuanto se enteraron.



-¡Es terrible!- Comentó Petzite quien había conocido mejor que ninguna a su tía.- Lo lamentamos mucho.- Les dijo a sus primos.-

-El Sabio nos contó que fue vuestro padre quién la encontró en nuestra casa.- Repuso Kiral, sin dar la impresión de mostrarse muy afectado.- Al parecer hubo una explosión y disparos ocasionados por los rebeldes.

-¿Rebeldes?- Exclamó Calaverite.- ¿Quiénes?

-Esos fanáticos partidarios de una república en Némesis, quienes curiosamente son financiados, según se dice, por la monarquía terrestre.

-¡No puedo creerlo! , sencillamente es algo terrible.- Intervino Bertierite, tan espantada como sus otras hermanas.- ¡Hay que hacer algo! Tenemos que decírselo a su Majestad.

-El rey ha sido informado ya.- Comentó Akiral, también de un modo bastante contenido.- Ha prometido hacer indagaciones y enviar a algunas droidas a supervisar. Le hemos solicitado el honor de dirigir esas pesquisas.

-¿Está bien nuestro padre?- Quiso saber la preocupada Kermesite.-

-Sí, no os inquietéis por eso. Salió en misión para investigar las posibles conexiones del enemigo con algunos puntos clave de nuestro planeta.- Les contó Kiral.-



            Eso las dejó aun más preocupadas si cabía. No obstante, fue Akiral quien agregó con tono tranquilo.



-Vuestro padre sabrá cuidarse. No temáis.



            Acabó de decir esto cuando apareció Esmeralda. La joven enseguida les dio el pésame a ambos hermanos.



-Os agradecemos vuestra amabilidad, Lady Esmeralda.- Repuso educadamente Kiral.-

-Es lo mínimo que puedo hacer.- Declaró ella.- Es terrible que esos locos traidores se hayan atrevido a tanto. Y en cuanto a vosotras. - Agregó dirigiéndose a las hermanas.- Lo lamento mucho también, era vuestra tía.

-Sí, Lady Esmeralda, gracias.- Contestó educada y humildemente Petzite.-

-¡Espero que atrapen y que condenen a quien ha hecho esto! - Afirmó Kermesite con visible indignación.-

-Claro que lo haremos.- Terció en ese instante la voz de Rubeus.- Y contaré con vuestra colaboración.



            El muchacho acababa de volver de  una misión de patrulla. Saludó con una cortes inclinación y lo primero que hizo fue dirigirse a ambos hermanos con tono de cortesía.



-Lamento vuestra pérdida.

-Se lo agradecemos mucho, Señor Rubeus. - Repuso Akiral sobriamente. -

-Me ocuparé en persona de las investigaciones. Como he dicho antes, las hermanas me ayudarán.- Comentó el interpelado mirando a las cuatro muchachas.-



            Ninguna dijo nada, aunque evidentemente era una orden de su jefe directo y tendrían que obedecer.  No obstante, se sentían preocupadas por la suerte de su padre e intranquilas a su vez por su madre. ¿Y si alguno de esos traidores la atacaba en casa?



-Con tu permiso amo Rubeus, nos gustaría asegurarnos de que nuestra madre se encuentra bien.- Comentó Calaverite.-



            Éste la obsequió con una mirada que rozaba la desaprobación, aunque fue Esmeralda quien tomó la palabra, sin darle tiempo a decir nada.



-Podríais contactar con ella. Le pediré al Hombre Sabio que os busque una frecuencia segura.

-Sí, es una buena idea.- Tuvo que aceptar Rubeus, pese a todo evidentemente molesto porque esa estúpida hubiera metido las narices en eso.- Bueno, hacedlo y venid a buscarme después.- Les indicó marchándose de allí.-



            Esmeralda le dedicó una desdeñosa sonrisa.



-¡Imbécil!- Pensó, recreándose en la expresión de disgusto que su antagonista lucía al irse.- ¿Te crees que voy a dejar que trates como esclavas a más chicas? Le prometí a la reina que velaría por la gente de palacio. Y redoblaré mis esfuerzos sobre todo para frenarte a ti.



Por su parte, y ajenas a esas reflexiones de la antaño camarera mayor, las hermanas enseguida asintieron, aliviadas al menos de poder hacer algo para comunicarse con su madre. No tardaron en seguir a Esmeralda quien fue la encargada de dirigirse a buscar al Sabio, aunque en vez de a éste, vieron a la duquesa Turmalina.



-¿Qué deseabais, Lady Esmeralda?- Le inquirió ésta con amabilidad.-

-Lady Turmalina.- Saludó educadamente la aludida.- Venía a ver al Hombre Sabio. Estas muchachas desean contactar con su casa, la región de Ayakashi, por una línea segura.

-El Hombre Sabio no está. En estos momentos se halla reunido con el rey, tratando de buscar una solución a los problemas que hemos sufrido. Ya sabéis, sabotajes y otros atentados de esos rebeldes.- Le contó su interlocutora evidenciando ahora su pesar.-



            En tanto Esmeralda la escuchaba las hermanas se miraron. Pese a su aparente afabilidad para con ellas no les gustaba demasiado esa mujer. Además, las malas lenguas y los cotilleos cortesanos la emparejaban con su padre. Lo cierto es que ninguna les vio jamás juntos en actitudes que pudieran dar pábulo a esos rumores. Y por otro lado, esa individua era rival acérrima del propio Rubeus lo que, en opinión de las dos mayores, la hacía mejorar mucho en su consideración.



-¿No podría usted ayudarnos, Lady Turmalina?- Se atrevió a solicitar Petzite.- Estamos también muy preocupadas por nuestro padre. Hace ya un tiempo que no le vemos.

-Tranquilizaos, vuestro padre pasó por aquí hace muy poco y ha sido enviado a una misión. Él está bien. Bueno, la última vez que le vi.- Matizó con un tono de voz más apurado.-

-Nos gustaría hablar con nuestra madre entonces.- Intervino Bertierite más aliviada como el resto de sus hermanas. –

-Veré lo que puedo hacer.- Repuso su interlocutora, retirándose a otra habitación. –



            Y las chicas aguardaron con impaciencia, fueron unos breves minutos que les parecieron horas. Al fin, la duquesa salió sonriente y les ofreció.



-Si queréis, podéis pasar. He conseguido conectar con vuestra madre. Ahora debo dejaros, algunas obligaciones me reclaman.- Se despidió alejándose de allí.-

-Muchas gracias.- Sonrió una animada Kermesite.-

-Sí, ha sido usted muy amable, Señora.- Convino Bertierite de igual modo.-



            Las dos mayores agradecieron esa gentileza a su vez. Quizás las habladurías de la Corte fueran exageradas o directamente infundios, lo que no les extrañaría. Lady Turmalina siempre se había comportado de un modo muy amable con ellas. Ahora, al entrar, observaron con ilusión el rostro de su madre a través de la pantalla. Idina las contemplaba con una sonrisa.



-¡Mis queridas hijas! - Afirmó con tono alegre al verlas entrar.-

-¡Hola mamá!- Saludó rápida y entusiásticamente Kermesite.-

-Te hemos echado de menos, estábamos preocupadas.- Afirmó Calaverite.-

-No hay motivo para ello, me encuentro muy bien.- Les aseguró su interlocutora.-

-Mamá.- Pudo decir Petzite ya con más seriedad y tristeza.- La tía Agatha ha muerto.

-¿Cómo? – Inquirió Idina tornando su risueño rostro en otro perplejo y preocupado.-

-La han asesinado.- Suspiró una sollozante Bertierite ahora.-



            El resto de las hermanas lloraron a su vez, aunque les sorprendió ver a su madre tan entera, y más aún escucharla decir con tintes resignados.



-Esos traidores han ido demasiado lejos. Seguro que han sido ellos.

-Eso se piensa aquí.- Pudo responder Petzite rehaciéndose.- Papá ha ido a investigarlo. Y también nuestro jefe. De hecho, el amo Rubeus nos llevará consigo para ayudarle con las pesquisas.

-Me parece muy bien.- Opinó Idina sentenciando.-  Hijas, debéis hacer cuanto esté en vuestras manos para proteger a la monarquía y a Némesis.

-Lo haremos.- Le aseguró Calaverite, agregando sin embargo con inquietud.- Pero tememos por ti, mamá.

-No lo hagáis. No hay motivo. - Les respondió su interlocutora con un tono más jovial, afirmando.- Tengo a varias droidas que me protegen.  El mismo Hombre Sabio en persona se ha preocupado de mi seguridad, en cuanto vuestro padre se lo pidió.



            Eso sorprendió a las chicas. ¿Cuándo habría sido aquello? Posiblemente en una de esas reuniones de su progenitor con el consejero Real. En cualquier caso le estaban agradecidas por ello. Así las cosas, su madre añadió casi en tono de mandato.



-Id con vuestro superior, uníos al esfuerzo para acabar con esos miserables traidores a sueldo de los terrestres. No dejéis que la muerte de vuestra tía haya sido en vano.

-Así lo haremos, te lo prometemos.- Repuso Petzite.-



            El resto de las muchachas asintieron, pese a estar desconcertadas. Puede que su madre se hubiera quedado trastornada al oír de la muerte de su cuñada. La misma Petz no se explicaba aquel cambio. La autora de sus días jamás quiso que fueran belicosas. No obstante, no le sorprendían tanto las palabras que su progenitora acababa de pronunciar, sino su aspecto. Desde luego la veía mucho mejor, más arreglada y centrada. Por otra parte, era natural que sintiera rabia, odio y ganas de venganza contra los asesinos de la tía Agatha.  Y otra cosa que las sorprendió. ¿Cómo estaba tan segura de que los rebeldes actuaban dirigidos por la Tierra?



-Sin embargo.- Meditó la mayor de las hermanas ahora sintiéndose confusa.- La última vez que la vi no se daba cuenta de nada. Estaba en su propio mundo. ¡Ojalá sea que se haya recuperado! – Quiso creer esperanzada.-



            No se atrevió a compartir esas dudas con el resto, las pequeñas a fin de cuentas nada sabían, y si Calaverite pensó en algo extraño no dio evidencias de ello.



-¡Te queremos, mamá!- Declaró una emocionada Kermesite.-

-Y yo a vosotras. - Sonrió su contertulia remachando a modo de despedida.- Ahora, id a cumplir con vuestro deber para que vuestro padre y yo nos sintamos orgullosos.



            Y la comunicación terminó. Así pues, Petzite, ejerciendo como líder y hermana mayor, le indicó al resto.



-Ya habéis oído a nuestra madre. ¡Vamos!



            Y todas la siguieron sin vacilar para ir en busca de su jefe. Entre tanto, en una habitación adyacente, Turmalina sonrió.



-Estos efectos son increíbles. El Sabio no exageraba. Han creído a pies juntillas que era su madre la que les hablaba.



            Y es que anteriormente aquel consejero le había mostrado esa estancia, que era de uso restringido. Allí, un proyector tridimensional de altísima resolución imitaba cualquier tipo de fondo. Y por si eso fuese poco, otra aplicación dotaba a quien utilizara el centro de control de la apariencia que eligiese. Turmalina se había hecho pasar por Idina Kurozuki y, gracias a todo lo que sabía de ella por el propio Ópalo, fue desde luego muy convincente.



-Espero haber ejecutado tus instrucciones de modo satisfactorio. Sabio.- Pensó la duquesa.-



            Entre tanto su aliado y ahora mentor, estaba en efecto reunido con su Majestad. Coraíon se sentaba en su trono abatido por aquella terrible noticia. Pero no era únicamente el asesinato de la Dama Agatha lo que le turbaba.



-Es algo que no puedo llegar a comprender.- Suspiraba el rey.-

-No puedo asegurarlo. Posiblemente haya sido algún rebelde republicano. Pero tampoco es algo que pueda descartar, Majestad. En el fondo es sencillo si lo miráis con detenimiento.- Le respondía el Sabio, explicándole con tono desapasionado.- Muchos años lejos de casa, poco tiempo viendo a su familia. Puede que incluso cultivando otras relaciones. Su esposa sola, abandonada en su condado. Puede que su cuñada fuese a verla…y estando también sin su esposo y deprimida…y él las encontró.

-Estás insinuando algo realmente horrible, Sabio.- Replicó el monarca sin ocultar su alarma y desagrado.- ¿Acaso acusas a Ópalo de un crimen pasional y de encubrirlo como un atentado de los rebeldes?

-No me atrevería a acusar a nadie de nada de eso, Majestad.- Contestó su contertulio.- No tengo pruebas, pero es muy extraño que él trajese el cadáver y luego no quisiera contestar nuestras preguntas. Traté de hablar con el conde en privado, de razonar con él, pero comenzó a culparme de no sé qué conspiraciones extrañas. Y a decir que yo deseaba matarle.

-¿Cómo?- Se asombró Coraíon levantándose del trono.- ¿Ópalo dijo eso?

-Podéis preguntar a Lady Turquesa que estaba presenciando nuestra conversación en la sala de seguridad.- Le indicó su contertulio, justificándose al explicar.- El conde apareció con el cadáver de la difunta Dama Agatha en brazos, y tenía un arma. Me apuntó con ella y llegó a disparar. Gracias a que un droida se interpuso estoy hablando con vos ahora.

-No puedo creerlo.- Suspiró el soberano moviendo la cabeza.- Algo ha debido de sucederle. ¿Dónde está ahora?

 -No lo sé, Majestad. -Contestó su consejero, para añadir con tinte de pesar.- Al fin, recordando sus pasados servicios, le puse en libertad y salió huyendo. No sin antes liberar a un preso.

-¿Qué preso?- Inquirió el atónito Coraíon.-

-Un cabecilla de esos rebeldes republicanos.- Le contó su consejero.- A buen seguro que Ópalo creyó que ese terrorista debía de ser una víctima como él mismo, en su delirio pensaría que le estaba rescatando.

- ¿Cómo le dejaste hacer eso e irse estando en esas condiciones?- Le abroncó el rey.- ¿Y qué pasa con ese terrorista?

           

            El Sabio bajó levemente su capucha y tras unos instantes de silencio, admitió con tono de disculpa.



-Quizás me equivoqué, pero lo hice pensando que así entendería que no tengo nada en contra suya. Tampoco quería que sufriera ningún daño. En cuanto a ese cabecilla no es demasiado importante, le tenemos vigilado desde que escapó por una puerta de servicio. De este modo nos llevará hasta su grupo y podremos capturarles sin que opongan resistencia.

-¿Se puede saber porqué no he sido informado de nada de eso?- Preguntó un receloso monarca.-

-Deseaba ahorraros esas nimiedades. Son asuntos de los que podemos encargarnos sin molestar a su Majestad. Ya tenéis bastantes cosas en las que pensar. Y a eso se añadía el pesar de ver al conde de esa manera tan penosa. Y aunque sé que os profesa gran admiración y fidelidad, no podía estar totalmente seguro de que su juicio no se nublase e intentase algo contra vos. Existía el riesgo de que, en su locura, os tomase por alguno de sus enemigos imaginarios. Perdonad mi error, Señor. Tras meditarlo decidí que teníais que saberlo, solamente para aseguraros que el conde salió ileso y por su propio pie de aquí. Nadie ha tenido la menor intención de atentar contra su vida.



            ¡Ópalo enloquecido! O peor aún, ¡quizás confabulado con los traidores de Némesis o directamente a sueldo de los terráqueos! Esas eran las perspectivas que le esbozaba el Sabio. Coraíon ni tan siquiera quería pensar que eso pudiera ser cierto. Pese a todo suspiró sentándose una vez más y declaró más calmado.



-Está bien. Obraste pensando en lo mejor para todos. Y sueles acertar. Esperemos que la sensatez regrese a Ópalo y que esos terroristas sean pronto capturados.



Aunque el Sabio no había terminado y añadió.



-Sobre eso descuidad, aunque me preocupa que el conde haya liberado a ese tipo. Últimamente el señor de Ayakashi ha estado yendo de un sitio a otro sin rumbo. Y quizás no se haya juntado con las mejores compañías, Majestad. Esos traidores podrían haberle engañado y ser los que le hayan llenado la cabeza con todas esas absurdas ideas de conspiraciones cortesanas. Con vuestro permiso me gustaría tenerle vigilado. Por su propio bien.

-Siempre he confiado en él. Como tú mismo has comentado, ha sido un súbdito y un amigo leal.- Replicó su interlocutor.-

-Lo ha sido, y así lo he creído, es cierto...- Concedió su consejero, dejando la frase inacabada.- Pero, con semejantes sugestiones…



            Eso irritó al monarca quien enseguida se giró dándole la espalda para sentenciar.



-No me gustan tus juegos de palabras, ni lo que tratas de hacer ver. ¡Jamás creeré que Ópalo sea un traidor!

-Y no he dicho tal, Señor.- Contestó calmadamente su contertulio, matizando.- Pero como os he mencionado podría estar siendo utilizado por otros que sí lo sean. Incluso sin saberlo. El conde siempre ha estado comprometido en servir a la casa Real de este mundo y sus propias hijas son prueba fehaciente de su lealtad. Por ello no quise informarlas de las extrañas actitudes de su padre. Sería terrible para ellas ver el estado en el que se encuentra. De modo que, para esas chicas y el resto, está cumpliendo una misión. La de encontrar a los asesinos de la Dama Agatha. Eso salvaguardará su honor y de paso le proporcionará una excusa para no venir por palacio durante un tiempo.



            Ante eso, Coraíon solamente pudo suspirar una vez más, asintiendo para conceder.



-Hiciste bien, siempre obras con prudencia. Entonces dejaremos que Ópalo esté alejado por un tiempo. Ya hablaré con él más adelante. Ahora tenemos más asuntos de los que ocuparnos.

-Así es, Majestad. Vuestro hijo Diamante sigue con su proyecto de aumentar la flota de naves de guerra de este planeta.- Le informó el Sabio.-

-No creo que nos hagan falta tantas naves.- Declaró el rey.-

- El príncipe tiene las mejores intenciones, aunque coincido con vuestra apreciación, Señor.- Repuso el consejero.- Este planeta no puede permitirse dedicar tantos recursos a eso. Aunque, por otra parte, algunas de esas naves podrían darnos el control de asteroides ricos en metales y minerales y al mismo tiempo expandir nuestro perímetro defensivo y económico. Eso bastaría para financiarlas e incrementar nuestros recursos.

-Eso es arriesgado. Si nos internamos en el Sistema Solar en demasía, la Tierra y sus aliados podrían verlo como una amenaza o una provocación.

-Si son nuestros amigos como ellos afirman, no veo dónde podría estar el problema, Majestad.- Repuso el Sabio.- Cualquiera es capaz de darse cuenta de que nuestro planeta es muy pequeño y necesita un suministro mayor de minerales para desarrollarse.

-Una cosa es enviar algunas naves mineras y otra una flotilla de combate.- Objetó el soberano.-

-En eso no puedo negaros la razón, Señor. No obstante, vuestro hijo está entusiasmado con el proyecto y darle una negativa rotunda le desmoralizaría mucho. Por otro lado, así puede descargar sus energías de un modo positivo. El infante Zafiro también está colaborando con él en el diseño de esas naves y en crear droidas mejoradas a fin de explotar esas riquezas minerales. En cualquier caso, no es necesario enviar una flota. Con un par de naves bastaría para animar a vuestros hijos y evitar cualquier recelo de la Tierra y sus aliados.- Remachó el Sabio.-

-Sí.- Sopesó Coraíon mesándose una incipiente barba que se había dejado crecer.- En eso tienes razón. Muy bien, que se haga así. Proponlo en el Consejo. Bueno, en lo que quede del mismo. Casi todos los nobles están fuera de la capital. Por cierto.- Quiso saber ahora el rey, al hilo de aquello.- ¿Qué pasa con el marqués de Crimson y el duque de Green- Émeraude? ¿Tienes noticias suyas? Hace mucho que no han contactado conmigo para informar.

-Veré que puedo averiguar, Majestad. La última vez que hablé con ellos estaban afanados en la mejora de sus respectivos territorios y probando algunos sistemas defensivos. Como sabéis, eso compensaría en parte nuestra inferioridad de condiciones respecto de la Tierra.

-Ordénales que acudan a la Corte.- Le mandó el monarca.- Deseo que me informen en persona de sus progresos.

-Como vos digáis, Señor. - Asintió humildemente el Sabio.- Aunque debéis estar al tanto de que también deben preocuparse por esos rebeldes que os he mencionado.

-Hasta la fecha únicamente han sido un puñado de descontentos.- Opinó el rey sin darle demasiada importancia, más al añadir.- Ya existían desde los tiempos de mi abuelo.

-Desgraciadamente su audacia va en aumento. Les he culpado oficialmente del triste destino de la Dama Agatha. Tampoco tengo pruebas concluyentes a ese respecto, pero no me sorprendería que, efectivamente, hubiesen tenido algo que ver. Y mejor ellos que dejar que las sospechas recaigan en el conde de Ayakashi. Por otra parte sí poseo evidencias de que están preparando algo.

-¿Algo como qué?- Quiso saber el monarca, ahora con tono más concernido.-

-Algún atentado a mayor escala. Lamentablemente desconozco dónde o cuando. Aunque sigo haciendo indagaciones.

-Muy bien, continúa averiguando lo que puedas.- Le ordenó el soberano, añadiendo con voz cansada.- Ahora déjame solo. Estoy fatigado.

- Como gustéis.- Repuso sumisamente su consejero.-



            Y el Sabio salió de allí, listo para su siguiente movimiento. Por un lado tendría ocupados a los príncipes, quienes pensaban que su padre estaba bastante frágil de mente tras la muerte de la reina y que convenía no perturbarle con ningún problema. Por otro, calmaba los deseos de Coraíon para indagar en demasía sobre lo sucedido con el conde de Ayakashi. Lo único que no tenía controlado todavía era el qué hacer con esos molestos nobles, Crimson y Green.



-Bueno.- Se dijo con regocijo calculador.- Es hora de que avise a unos poderosos aliados para que se ocupen de eso, y de paso, obtener las pruebas que preciso contra los rebeldes republicanos.



            Pasaron algunos días en efecto y las cosas siguieron su curso. Ópalo pudo reunirse con el líder de la resistencia republicana,  ese tipo llamado Cinabrio. En un suburbio de las afueras de la misma capital, ambos conversaban sentados a una mesa. El conde terminó de contarle su asombrosa historia.



-No lo entiendo. Pero tal y como os dije cuando me liberasteis. Os creo. Ese repugnante encapuchado sería capaz de eso y de mucho más.- Afirmaba el sorprendido líder de los rebeldes, agregando de seguido con suspicacia.- Pero hay una cosa que no me cuadra. Si vos os declaráis leal al rey, no podemos trabajar juntos.

-Por encima de nuestras diferencias al respecto de cómo gobernar Némesis, está la supervivencia de los que vivimos en el planeta.- Declaró Ópalo, sentenciando.- Y cada vez estoy más convencido de que ese maldito Sabio planea algo realmente terrible. No únicamente contra los que nos oponemos a él, sino contra todos los habitantes de este mundo.

-El Sabio, sí.- Suspiró Cinabrio confesando.- Os comenté que tuve el dudoso placer de conocerle y no quisiera volver a encontrármelo. Ese tipo es realmente temible.

-Sus consejos y sus manejos han dañado a todos desde hace mucho tiempo. No tengo pruebas suficientes para presentarme ante el rey y denunciarle pero si las consiguiese quizás podríamos echarle de Némesis para siempre.

-Como bien sabéis, el problema, señor conde, es que tampoco queremos un rey.- Le contó su interlocutor.- Deseamos elecciones y elegir a nuestros propios gobernantes, como hacen en la Tierra.

-En la Tierra gobiernan Endimión y Serenity.- Le rebatió su contertulio.- Y muy bien por cierto.

-Eso no es del todo así. Allí tienen un gobierno que es votado y que hace las leyes, ellos ostentan un  papel testimonial.- Arguyó Cinabrio.-

-Quizás fuera de ese modo al comienzo de su reinado. Pero después del Gran Sueño todo cambió. Creedme. Lo escuché de la propia soberana terrestre en persona.- Declaró Ópalo quien, queriendo aparcar ese desencuentro, insistió.- Pero Monarquía o República en el fondo eso ya me da igual. Insisto en lo que te he dicho. Lo que temo es que ese maldito Sabio se haga con todo el poder y nos suma en algo terrible. Él es el verdadero enemigo.

-Bueno.- Concedió su interlocutor.- En eso estamos de acuerdo. Y si nos apoyáis, os prometo a mi vez ayuda. Además, tengo una deuda que saldar con vos.

-Quisiera poder contactar con otros nobles que conozco. Están en la misma situación que yo. Son leales al rey también, pero lo son tanto o más a Némesis. Quizás pactando una solución de compromiso, y pidiéndole a su Majestad que asuma un papel secundario una vez que destruyamos a ese Sabio, pudierais uniros a nuestra causa sin resquemor.

-En tal caso, contaríais con nosotros.- Asintió Cinabrio, afirmando.- No somos unos revolucionarios extremistas. Únicamente deseamos un sistema más justo y participativo de gobierno. Eso es todo.

-¿Entonces no estáis detrás de los atentados que hubo en algunas regiones de este planeta?- Inquirió Ópalo.-

-Que yo sepa, no.- Le aseguró su contertulio, sentenciando a  su vez.- Y pese a las difamaciones, no trabajamos ni somos subvencionados por la Tierra. Esos son rumores esparcidos con mala intención…

-Sí, esparcidos por ese Sabio y sus secuaces. Lo sé muy bien.- Remachó Ópalo confirmando sus anteriores sospechas.-



            Su interlocutor asintió y puso una antigua canción. Quizás eso le trajo recuerdos al conde, cuando el rebelde le comentó.



-Mis antepasados tenían algunas de estas canciones de la Tierra. Y ésta, desgraciadamente, va muy bien para la ocasión. Al menos para darnos cuenta de lo que hemos de impedir.



Estas montañas cubiertas de niebla
son ahora un hogar para mí,
pero mi hogar son las tierras bajas
y siempre lo serán.


Algún día volveréis
a vuestros valles y granjas
y nunca más arderéis en deseos
de ser hermanos en armas.



Y meditó entonces en todos esos estúpidos y banales sueños de ambiciones palaciegas que había tenido desde que era un niño. Sus padres, fueron una rama menor del clan Gneis, en tiempos uno de los más respetables e influyentes de Némesis. Pero sus ancestros llegaron a ese mundo tratando de empezar de cero, de construir una vida nueva.



-Lo mismo que la Dama Kurozuki, y su esposo. – Pensó con culpabilidad.- Por eso, ni ella, ni su hija, la madre de Idina, veía bien mis deseos de medrar en la Corte, y Kimberly siempre se entristecía cuando estaba en nuestra casa y nos oía discutir. Entonces yo creía que ella no podía comprender como eran las cosas. ¡Qué estúpido fui! Era yo el que no entendía nada. Ellas siempre tuvieron razón, debemos ayudarnos todos para salir adelante, no pelearnos por un puñado de tierras baldías…



A través de estos campos de destrucción,
bautismos de fuego,
he presenciado vuestro sufrimiento
mientras la ira crecía en la batalla;


y aunque me hirieron gravemente
en la alarma y el miedo
no me abandonasteis, 
mis hermanos de armas.


            Ópalo se acordó también de su esposa. Ella solía oír muchas de esas antiguas canciones de la Tierra. Y al evocarla se sintió preocupado. Debía intentar contactarla. La pobre Idina estaría desamparada y muy asustada.


-Quizás esté escuchando también alguno de esos archivos de música, de los que su abuela la dama Kurozuki guardaba, para levantar su ánimo. Sí, puede que esa sea una forma de comunicarnos con seguridad. - Pensó esperanzado.- 


Hay tantos mundos diferentes,
tantos soles diferentes
y nosotros tenemos sólo un mundo,
pero vivimos en varios.


Ahora el sol se ha ido al infierno,
y la luna cabalga en las alturas.
Dejad que me despida;
todo hombre ha de morir.


Pero está escrito en el brillo de las estrellas
y en cada línea de vuestra mano,
qué estupidez es que hagamos guerra
contra nuestros hermanos en armas.

(Dire Straits, Brothers in Arms, crédito al artista)


            Y así era. Aquella situación tan triste en Némesis podría desembocar en una guerra civil. Conflicto que el conde de Ayakashi no dudaba que había sido impulsado por ese maldito Sabio desde un principio. Aunque en algo ese encapuchado tenía razón. Muchos de esos males estaban ya presentes desde antes de su llegada.


-No lo sé. Pero creo que, de algún modo, ese tipo tiene una relación con todo eso mucho más profunda de lo que imagino.- Meditó con creciente preocupación.- Aunque no tengo ni la menor idea de cuál podrá ser.



            Y entre tanto, el objeto de sus temores se reunió en una de sus cámaras privadas con dos invitados que portaban sendas armaduras y cubrían sus rostros con yelmos dirigiéndose a ellos.



-Así pues. Deseas que nos ocupemos de eso.- Comentó uno de esos extraños tras escucharle.-

-En efecto. Y a la mayor brevedad.- Replicó el Sabio, precisando eso sí, con énfasis.- Debe parecer un ataque de los rebeldes.

-Apoyado por la Tierra.- Convino el otro individuo zanjando aquello con un una frase lapidaria.- Lo hemos comprendido.



            Y dicho esto, ambos desaparecieron dejando a solas al Sabio quien comentó con regocijo.



-Dentro de poco, todo estará encauzado…los últimos focos de resistencia de este mísero planeta caerán y mi auténtica misión comenzará.


                                     anterior                                             siguiente





           





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, si sois tan amables y no os es molestia, comentar vuestras impresiones sobre lo que habéis leído. Me vendría muy bien para mejorar y conocer vuestras opiniones sobre mis historias. Muchas gracias. ;)