jueves, 4 de octubre de 2018

GWNE12. Complots y alucinaciones.



Por su parte, en referencia al triste fallecimiento de la soberana, el Hombre Sabio había dejado caer la idea de que alguien había sustituido su medicina por un compuesto mortal y que los ingredientes de éste provenían de la Tierra. Un examen de algunos restos le dio la razón. Diamante, bastante furioso e indignado por aquello, recordó las palabras de esa extraña mujer en la Tierra.



-No te dejes engañar igual que ellos engañaron a Coraíon.- Pensó.- Eso me dijo. ¿Tendría algo que ver con esto?



Aunque él no deseaba creer que Serenity tuviese parte alguna en ese asunto. Se acordó también de su regreso, días atrás, cuando se dirigió a visitar la tumba de su madre y volvió a ver a Esmeralda. Estaba compungido pero no tenía más remedio que ir tragándose su pena. Siendo el heredero no podía exteriorizarla ante la Corte en demasía, bastante mal estaba ya su padre, quien parecía haber perdido el rumbo. Coraíon solía pasar en soledad la mayor parte del tiempo, en sus estancias privadas, viendo imágenes de su difunta esposa. Así pues, debía haber alguien en la familia Real que se mantuviese centrado. Además, el joven príncipe estaba demasiado furioso hasta para llorar.  De esta forma, fue camino hacia el jardín, en dónde se ubicaba la tumba. Cuando se acercó vio a Esmeralda arrodillada con un gran ramo de flores. Él se acercó en silencio para no interrumpirla pues la oía hablar entre sollozos.



- Lo siento, Señora...no pude hacer nada por vos. ¡Fuisteis una madre para mí y yo no pude ayudaros! Perdonadme. ¡Por favor!…- lloraba desconsolada sobre la lápida cuando Diamante muy conmovido se acercó y le dijo. –

- Ella no tendría nada que perdonarte, Esmeralda. Mi madre no pudo tener a nadie mejor que tú para acompañarla en sus últimos momentos.-  Le aseguró con amabilidad ayudándola mientras a levantarse con mucha delicadeza, en tanto le decía. - Gracias por ocuparte de ella hasta el final...

-¡Mi príncipe, habéis vuelto!-  pudo responder emocionadamente la chica que, olvidando por unos instantes el protocolo, se le abrazó para seguir llorando. –



            Él la acogió dejándola desahogarse durante unos momentos, al fin Diamante tomó la palabra cuando ella se separó, ligeramente cohibida ahora.



- Tranquilízate, - le pidió el chico de forma suave - no pudiste hacer más. Dime una cosa, ¿qué fue lo que mató a mi madre?- inquirió él con patente interés.-



Y es que pese al dolor que le producía hacer tal pregunta, deseaba escuchar la versión de la joven. Confiaba plenamente en ella pues desde hacía mucho tiempo había estado encargándose de la reina.



- Una enfermedad desconocida.- Le contestó Esmeralda tratando de calmar el llanto en tanto se separada un poco más, avergonzada ahora de su anterior impulso y recomponía su voz. -Nadie sabía qué hacer para aliviarla, sólo el Hombre Sabio pudo darle una medicina que parecía hacerla mejorar, pero...fue por poco tiempo. La reina se puso peor, no quería tomarla, decía que le hacía daño, pero yo creí que eso era porque la medicina sabía muy mal. El Sabio dijo después que alguien había sustituido la medicación por un veneno ¡Un veneno con compuestos de la Tierra!

- Sí- respondió Diamante temblando de furia pero sin querer asustar a Esmeralda.- Me lo dijo, es ese maldito Rey Endimión que nos odia.

- El rey Endimión y la Reina Serenity.- Convino Esmeralda con indignación para sentenciar - ¡seguro que fueron ellos, habrán mandado algún asesino!... deben de tener agentes infiltrados.

- No, ella no, - replicó el joven aseverando convencido. - He visto sus ojos y no son capaces de tal maldad, debe de ser él. En conjura con sus malditas sirvientas, esas princesas guerreras…

- Tengo miedo por vos, príncipe, y por el resto  de la familia Real.- Le confesó Esmeralda sorprendida no obstante de la actitud de Diamante respecto de la reina terrestre. - Ellos podrían volver a intentarlo.

- No temas, nada malo nos ocurrirá a ninguno. Eso te lo juro como príncipe de Némesis.- Repuso él tomándola por los hombros con firmeza, aunque al momento la soltó y más relajado dijo. - Ven... vámonos de aquí, hace mucho frío.



            La chica asintió despacio, y en tanto ambos salían del panteón real, atravesando los macizos de flores del jardín que tanto le habían gustado a la reina.



- A mi madre, después del jazmín, siempre le encantaron las rosas y las kerrias. - Suspiró él cuando dirigió una mirada hacia esas flores. -

- Tras las blancas, las flores rojas y las amarillas eran sus favoritas. – Añadió Esmeralda también con pesar. – Le encantaba mirarlas desde la ventana. Y salir al jardín cuando podía. Paseaba entre ellas y se sentaba a contemplarlas.- Suspiró intentando no llorar nuevamente al remachar.- Eso le hacía feliz, incluso cuando peor se encontraba, en su rostro afloraba una sonrisa, cuando miraba las flores.



            El muchacho asintió despacio y  arrodillándose junto a las flores cortó dos de ellas, una de cada color, besando suavemente ambas se las entregó a la chica declarando con serena emoción.



- Nunca lo olvides, las rosas son hermosas pero frágiles. Cuídalas bien y pon estas en la tumba de mi madre…



Sentada en un diván en sus habitaciones, la joven duquesa se acordaba a su vez de eso. Esmeralda asintió besándolas también con devoción, aunque en su caso, hubiera preferido besar directamente a Diamante. Pero ahora veía como si un abismo enorme, aun mayor que el que anteriormente les separaba, se hubiese abierto entre los dos. Y sin poder evitar la tristeza, ella le preguntó con expresión desangelada.



-¿Qué haremos ahora mi príncipe?

- Saldremos adelante, ya lo verás,- trató de animarla él indicándole con amabilidad. - Ahora ve a descansar...



            Esmeralda sonrió débilmente. La joven se sentía más reconfortada por sus palabras. Sin embargo, en su alma se había clavado una extraña sensación de malestar cuando escuchó  al príncipe defender a la reina terrestre. Todavía recordaba como la moribunda soberana la había mencionado en sus últimas palabras. ¿Acaso lo hizo para denunciarla como instigadora de su envenenamiento? No lo sabía y eso la angustiaba. De todos modos se fue a sus aposentos deseando poder descansar un poco.



-Pero por mucho que lo intento, apenas sí puedo dormir.- Musitó la desolada chica.- Señora, os echo tanto de menos.



Diamante rememoró asimismo aquello con amargura. Aunque la vida continuaba y él tenía muchas obligaciones que atender. Al hilo de ellas fue a charlar con su hermano Zafiro. Éste también estaba muy abatido pero se había repuesto un poco con el trabajo. En realidad casi no hacía otra cosa para evitar pensar en lo sucedido. Su hermano mayor le sorprendió estudiando en la pantalla del ordenador central del cuarto de calderas.



-¿Qué haces, Zafiro?- Le preguntó Diamante según se acercaba a él. -

- Estaba tratando de mejorar el rendimiento de nuestra caldera. Puede que consigamos más calor y así podríamos cultivar mucha más superficie de nuestro planeta.- Respondió éste. -

- Eso está bien.- Asintió su interlocutor con aprobación afirmando no sin orgullo. - Veo que te has convertido en alguien muy responsable durante mi ausencia.

- No he tenido otro remedio - replicó el chico bastante alicaído para sincerarse con pesar. - Desde que mamá murió, padre cada vez está peor, le noto ausente, sin capacidad de decidir nada. Hasta ahora ha sido el Hombre Sabio quien se ha ocupado de nosotros.

- Y lo ha hecho bien por lo que veo, Némesis parece haber prosperado. Y seguro que también ha sido gracias a ti. - Quiso animarle su hermano. – No le demos a él todo el mérito.

- Sólo me he limitado a trabajar duro...- replicó Zafiro algo desconcertado. - Pero gracias por tu cumplido. - Añadió el chico que al fin sonrió más reconfortado. -

- Voy a hablar con el Sabio para ponerme al corriente, debemos trazar un plan de acción. ¡La Tierra tendrá que pagar por lo que nos ha hecho! - Declaró Diamante sin poder evitar mostrar  la rabia que hasta ese momento había estado conteniendo a duras penas. –



            Zafiro le miró con expresión de duda y replicó con poca seguridad.



- Quizás deberíamos investigar si verdaderamente son los terrestres los responsables. Hay algunas cosas que no me cuadran.

- No me cabe duda de que han sido los terrestres. - Contestó Diamante de forma más seca,  indicándole a su hermano con autoridad. - Tú deja este asunto en mis manos.

- Como tú digas, - respondió Zafiro que confiaba ciegamente en su hermano mayor. -

           

            El príncipe dejó a su hermano pequeño y se reunió con el Hombre Sabio. Como imaginaba, éste le dio la razón en cuanto a sus sospechas hacia el rey Endimión, confirmándoselas con las suyas propias, amén de calificar al soberano terrestre como un monarca ambicioso y déspota. El joven príncipe creyó ver corroboradas así sus opiniones acerca del rey de la Tierra. Aunque el Sabio nada malo dijo acerca de la reina terrestre a la que definió como una prisionera en su propio palacio, sometida a los veleidosos caprichos de Endimión.



-Es una lástima que tan noble soberana deba estar sufriendo así. Seguramente quiso ayudaros pero su esposo tiene unos brazos muy largos.- Remató el encapuchado dando la impresión de sentir compasión por esa mujer. – Ella no pudo hacer nada salvo tratar de advertiros.



            Diamante escuchaba eso con creciente ira. Cada vez estaba más predispuesto contra Endimión y la Tierra, pero en su corazón permanecía el recuerdo de la reina Serenity. Y conforme pasaban los días y las semanas, una loca idea comenzó a dominarle. Acabaría con el rey Endimión, conquistaría la Tierra. Así podría hacer que sus súbditos volvieran al planeta del que fueran injustamente desterrados. Es más, para reunir a ambos pueblos de nuevo en uno  tomaría por esposa a Serenity, así también la liberaría a ella.  Aunque en un principio no contó sus planes a nadie. Él mismo los juzgaba imposibles o muy difíciles de realizar. Pero, poco a poco, fue hablando con el Sabio de aquellos proyectos. Era el único al que le podía confiar esa clase de cosas puesto que siempre tenía alguna palabra de consejo, sugerencias o incluso le corregía sobre algunos puntos débiles en su plan indicándole que tenía que ser realista. Finalmente el Sabio se dirigió a él cierto día en sus estancias privadas y le comentó.



-Príncipe Diamante. Sabiendo la pureza de vuestras intenciones me gustaría poder ayudaros más.

-Ya lo haces con tu apoyo y tus valiosos consejos. – Admitió el interpelado muy reconocido. –

-Pero eso no bastará para doblegar a la orgullosa Tierra. Recordad que su armada espacial es mucho más poderosa y numerosa que la nuestra. – Objetó su interlocutor. –

-Sí, es verdad. Aunque me llene de rabia al admitirlo.- Reconoció el joven.- Necesitamos invertir recursos en fortalecer nuestra flota. Únicamente tenemos pequeñas naves de reconocimiento y apenas unas pocas con capacidad de ataque.

-Estáis en lo cierto, Alteza.- Convino su interlocutor.- Por eso debemos tener prudencia. Pese al deseo de hacer justicia que os asalta hacéis bien en demostrar tal contención. Vuestro padre realmente tendrá un digno sucesor.

-Espero que tarde mucho en sucederle.- Afirmó Diamante.-

-Por supuesto.- Dijo el Sabio agregando a su vez para volver al tema que le interesaba.- Sin embargo, no es solamente la flota de naves del reino terrestre lo que debe preocuparnos. Sus princesas guerreras guardianas, y sus monarcas son sumamente poderosos. Nos llevan mucha ventaja.- Valoró aquel encapuchado quien, dejando transcurrir una breve pausa dramática,  le desveló a su contertulio. - Aunque eso podría cambiar si el proyecto que tengo en mente funcionara.

-¿Qué proyecto?- Quiso saber el joven con patente curiosidad. -

-Supongo que recordaréis aquellos cristales negros que traje de mi mundo. – Le contestó el Sabio que explicó ante el asombro del chico. – Son más eficaces que los de aquí. Pero, además de ser magníficos catalizadores de energía, pueden utilizarse para dar a los mortales grandes poderes.

-¿Parecidos quizás al cristal de Plata de la Tierra?- Terció Diamante quien se mostró muy interesado al oír aquello. -

-Algo similar,  - admitió el Sabio. -

-Pero mi padre y sus antepasados siempre dijeron que esos poderes eran antinaturales, fue una de las causas por las que se rebelaron y fueron expulsados de allí. –Objetó el príncipe. –

-Y tenían razón, pero mis cristales no funcionan de ese modo. – Le comentó su interlocutor. - Además, desgraciadamente, en tanto no tengamos algún tipo de arma que contrarreste el poder de su Cristal de Plata, estaremos indefensos ante ellos. Y no dudo que, si algo malo le sucediera al rey Coraíon, Endimión pensaría que había llegado el momento de acabar con nuestro planeta para siempre. O de someterlo bajo su yugo como ha hecho con el resto del sistema. Debemos rezar para que vuestro padre se recobre y retome las riendas del reino.



Eso asustó a Diamante. No en vano recordaba las palabras del embajador Artemis. Sus soberanos eran, según dijo, los Emperadores del Sistema Solar. Él desde luego odiaba a ese presuntuoso rey terrestre, y su enorme vanidad para autoproclamarse de esa manera, pero de ahí a pensar que éste quisiera aniquilar su mundo. No obstante para su conmoción, el Sabio le contó.



-Tras muchos años investigando he descubierto verdades alarmantes y terribles. Veréis Alteza. Cuando vuestros antepasados fueron expulsados, se debió únicamente a la generosidad de la Reina Serenity.

-Si llamas a eso generosidad. – Pudo sonreír sarcásticamente Diamante. -

-Vos no sabéis que, en un principio, el castigo para los traidores, como ellos llamaron a vuestros ancestros, era la ejecución. Fue el rey Endimión quién lo ordenó. Pero su esposa le pidió clemencia y fue cuando él aceptó que pudieran exiliarse. Y vuestra madre lo sabía.



            Eso dejó perplejo al joven. Apenas sí pudo balbucear.



-Mi, ¿mi madre sabía eso?

-Fue una suerte que vuestros padres se enamorasen. – Afirmó su interlocutor, explicándole.- Le dio a Serenity la ocasión de ayudarles a sellar ese amor con un matrimonio que seguramente salvó a nuestro planeta de ser presa de la ambición de Endimión. Ni el propio rey terrestre podría habernos atacado con una princesa de la Luna como nuestra reina. Por eso…cuando vuestra madre murió, además del lógico pesar por su fallecimiento, me quedé turbado…era el momento que Endimión estaba aguardando. Ya nada le detiene. No dudo que durante siglos ese malvado ha estado deseando nuestro exterminio. Y quizás ahora haya llegado el momento para que lleve a cabo sus planes.

-¡Jamás se lo permitiré! – Exclamó un enfurecido Diamante elevando un puño al aire en señal de desafío. – Nunca lo hará mientras yo viva.

-Admiro vuestro valor, Alteza. Por desgracia, como ya hemos comentado, a día de hoy estaríamos inermes ante un ataque de la Tierra. Sus guerreras son muy poderosas y sus fuerzas militares también. Tienen puestos avanzados en los planetas exteriores y de ese modo, además de en potencia y número, nos superan estratégicamente.

-¿Qué podemos hacer entonces?- Quiso saber el muchacho, ahora con tono desvalido. – Incluso si comenzásemos a construir una gran flota hipotecando la mayor parte de nuestros recursos tardaríamos demasiado. Lo averiguarían y se echarían sobre nosotros mucho antes de que pudiéramos tenerla lista para defendernos.

-Es por ello que, sabiamente, vuestro padre el rey Coraíon, hace tiempo que me autorizó a comenzar un programa de defensa orbital. Tanto el duque Cuarzo de Green-Émeraude, como el marqués Lamproite de Crimson, han instalado potentes defensas en sus territorios que, por mediación de mis cristales optimizados, se alimentan directamente del corazón de nuestro mundo.

-¡Eso es magnífico! - Afirmó un más animado Diamante, razonando entonces con tinte reflexivo.- Es por eso que ninguno viene ya por la Corte. Deben de estar muy atareados.

-Así es, Alteza. Son leales servidores de su Majestad y de vos. Tienen esa misión que cumplir y les absorbe por entero. Igualmente el joven Rubeus está investigando para detectar y poner a buen recaudo a todos los traidores a vuestro padre, esos que claman por la República pero que, en realidad, son infiltrados de Endimión.

-¿De quienes me habláis?- Quiso saber el atónito joven.-

-Sucedió mientras estabais fuera.- Le contó el Sabio.- Aunque ya existían anteriormente, su atrevimiento creció en vuestra ausencia y aprovechando la enfermedad de vuestra pobre madre, y los desvelos de vuestro padre para con ella. El caso es que un grupo de disidentes y traidores han formado una quinta columna aquí. Intentan desestabilizar en lo posible nuestro gobierno. Proclaman que la monarquía es injusta y que el pueblo de Némesis debe poder elegir a sus gobernantes en votación abierta. Aunque trabajan en secreto para la Tierra. Todo es un plan fraguado por Endimión para provocar una guerra civil en Némesis y presentarse luego como salvador. Estoy reuniendo pruebas de ello antes de molestar a vuestro padre con un asunto tan enojoso y lamentable. Empero, ya capturamos a algunos cabecillas y los tenemos en prisión.

-Me gustaría interrogar a alguno personalmente.- Comentó Diamante.-

-Por supuesto.- Convino su consejero, añadiendo eso sí, con escepticismo.- Aunque no creo que confiesen. De todas formas, eso no sería necesario. Estoy desarrollando esa otra estrategia que antes os he mencionado, para que podamos recortar la ventaja que los terrestres nos llevan.

-¿Qué estrategia?- Inquirió el intrigado príncipe que no caía ahora en la cuenta.-

-Esa que tiene que ver con los cristales mejorados que hemos ido desarrollando. A través de ellos, si aceptáis mi plan, os iría sometiendo a vos y a vuestros leales a tomas paulatinas de energía oscura. De este modo podríais ir aumentando vuestras fuerzas gradualmente. Sería lo más seguro para vuestros cuerpos, lo irían tolerando poco a poco porque esos cristales os protegerían de sus efectos perniciosos y cuando os quisierais dar cuenta tendríais un poder capaz de anular al terrestre.

-No sé. No estoy muy seguro de eso.- Dudó el joven.-



            Sabía que ese tipo de estrategia no le iba a gustar a su padre. Y además, pensaba en su fallecida madre. Ella tampoco lo hubiera aprobado. Diamante no sabía que decir. Y tras un breve momento de silencio, el encapuchado tomó la palabra, declarando con tono comprensivo.



-Entiendo vuestros reparos. No lo sugeriría si viese otra posibilidad mejor y más segura. No obstante, ante el cariz que está tomando la situación, es fundamental mi querido príncipe que llevéis la iniciativa. De lo contrario será Endimión quien lo hará. Y teniendo tantas ventajas ya, no deberíamos ofrecerle más, u os aseguro que las aprovechará…



Diamante escuchó con gran interés sopesando aquellas palabras. Si el Hombre Sabio así lo aconsejaba, seguramente era lo único que cabía hacer. Tras meditarlo un poco más finalmente aceptó y comenzó a ponerse a disposición de su consejero, eso sí, ordenándole categóricamente.



-Será muy poco a poco, y no quiero que mi padre se entere de esto.

-Se hará como vos ordenáis, mi príncipe.- Se avino sumisamente el Sabio.-



De este modo Diamante comenzó a recibir pequeñas dosis de esa energía. Posteriormente ordenó a su propio hermano, a Esmeralda, Rubeus y las cuatro hermanas, que hicieran lo mismo.



-Haré lo que sea necesario para devolverle a Endimión todo el sufrimiento que nos ha causado.- Se decía sin vacilar.-



Entre tanto Ópalo se dirigió a su casa. Deseaba comprobar por sí mismo el estado de su esposa. Llegó a las pocas horas y al principio no vio nada raro ni que le preocupase. ¡Muy al contrario! Su heredad estaba realmente bien cuidada. Los jardines se habían extendido, un enorme lago encerrado por una gruesa cúpula reflejaba la luz artificial creando un espectáculo de gran belleza.



-Esto es... ¡increíble!- Musitó quedando gratísimamente impresionado. ¿Pero, cómo ha logrado algo así?



            Por otra parte, eso hizo que aumentase su sentimiento de culpabilidad. Tal y como le prometiese, su pobre esposa se había entregado con devoción a mejorar el condado y lo había logrado. ¡Y él mientras tanto, engañándola con esa zorra de Turmalina!



-Esa ambiciosa mujer jamás sería capaz de hacer algo así por mí. En cambio Idina, sí. Ella me ama. O al menos me amaba. Hasta que yo la abandoné aquí. - Se dijo avergonzado.-



            Al fin entró en la casa. Estaba decorada con magnificencia, muebles de apariencia antigua y lámparas brillantes de cristal. Destacaba un gran cristal negro colocando en una esquina del salón, como si de un monolito se tratase,  que imbuía una especie de tonalidad lechosa en el ambiente. Ópalo estaba absorto contemplando aquello cuando una droida de grata apariencia, cabello anaranjado y ojos bermellón oscuro, que no le era familiar, le salió al encuentro vestida con un largo traje de seda azul oscuro y tras hacerle una reverencia, le saludó.



-Bienvenido amo. Soy Duba. Doncella personal de la señora condesa.

-¿Dónde se encuentra mi esposa?- Preguntó él.-

-En el salón, tomando el té.- Respondió la androide, que solícitamente le pidió.- Seguidme, por favor.

-Prefiero ir yo mismo. Conozco el camino y deseo darle una sorpresa.- Dijo él.-

-Como guste su señoría.- Convino la droida.-



            Ópalo fue hacia allí. Al entrar en efecto vio a su mujer. ¡Estaba realmente radiante! Con un largo vestido de color blanco y tomando el té, sentada sobre un cómodo diván. Al verle se puso en pie enseguida y sonrió.



-¡Cariño! ¡Cuánto me alegra verte!



            Corrió a abrazarle y Ópalo correspondió, luego se besaron largamente. Más bien fue ella la que le besó con entusiasmo. El conde se alegró de esa reacción y apenas sí pudo decirle.



-Perdóname querida. ¡Te he descuidado tanto!

-No hay nada que perdonar.- Le sonrió alentadoramente ella.- Eres un noble de confianza de su Majestad. Tu deber es para con él y la Corte. El mío para con tus posesiones. Confío en que estés complacido con mi labor.

-Más que complacido. ¡Estoy muy orgulloso de ti!- Pudo decir él, con emoción.- No merezco a una esposa como tú. Me he dado cuenta de eso.

-Tú te mereces lo mejor, eres mi amado esposo.- Declaró la mujer tomándole de las manos y ofreciéndole con un tono incitador.- Y si mi marido lo desea, estoy dispuesta a satisfacer cualquiera de sus peticiones…



            Él la miró atónito. Desde luego hacía mucho que los dos no se acostaban juntos. Sin embargo, algo hacía que Ópalo no se sintiese cómodo en esa situación. No podía comprender como de la boca de su mujer no nacía ni el más mínimo reproche. ¡Y esa mirada!...No sabía qué, pero algo en los ojos de Idina le turbaba. Le daba la sensación de que no le estuviesen mirando directamente a él.



-Gracias, aprecio mucho tu amabilidad, querida. Pero estoy algo cansado. Ya sabes. El viaje. Quisiera tomar algo ligero de cena y descansar un poco.- Se excusó él.-

-Por supuesto.- Convino ella.- Lo que sea que necesites, mi amor. Estoy aquí para proporcionártelo.



            Ópalo no dijo nada. Seguía visiblemente impresionado y atónito. En efecto, su esposa ordenó a una droida que preparase y sirviese una espléndida cena en el salón, incluso decorando la mesa con manteles, vajilla de lujo y velas.



-No todos los días puedo celebrar tenerte a mi lado.- Se justificó Idina pero sin rastro alguno de reproche en su aseveración.-

-¿Y qué tal has estado, cariño?- Inquirió él.-

-Muy atareada, pero feliz. Como habrás podido apreciar nuestras tierras se han embellecido mucho.- Sonrió su esposa.-

-Sí. Desde luego.- Admitió el conde.- Has hecho una maravillosa labor. Ni en mis mejores sueños pude imaginar algo así.



            Ella sonrió bajando levemente la mirada. Como si de una niña entusiasmada al recibir un elogio se tratase. El recién llegado no quiso dar importancia a ese gesto y charlaron de otras cosas más intrascendentes. Él le contó algunas anécdotas de sus viajes y su mujer escuchó con suma atención. No obstante, a pesar de ese idílico ambiente, una cosa fue inquietando a Ópalo cada vez más. Y es que su esposa no preguntaba por sus hijas.



-No lo entiendo. ¡Son lo más preciado para ella!- Pensaba totalmente desconcertado.- Antes lo primero que hubiera preguntado es por cómo estuvieran o qué hacían. En cambio ahora no las ha mencionado ni una sola vez.

-Mi amor. ¿Te sucede algo?- Se interesó Idina.- Te noto pensativo.

-No, es sencillamente que todo esto…bueno. Me parece maravilloso.- Repuso él al fin.-



            Su esposa asintió, en ese momento Duba hizo su acto de presencia en el salón.



-¿Desean alguna cosa más? Mis señores.- Preguntó cortésmente.-

-No por ahora, gracias. – Sonrió Idina, dirigiéndose ahora a su esposo para contarle.- Duba es una gran compañía y ayuda para mí. Debo darte las gracias por este magnífico regalo.

-¿Regalo?- Inquirió sin comprender Ópalo, quien alternó su mirada hacia ambas con perplejidad.-Yo, no entiendo…- Pudo decir él visiblemente desconcertado.-

-El Hombre Sabio la envió hará unos meses. Dijo que el príncipe Zafiro la había diseñado a petición tuya, expresamente para que me la mandasen a mí, aquí.



Que él recordase nunca le dijo nada al Sabio de que le enviaran ninguna droida a su esposa. Aunque lo que más le asombró y escandalizó a la vez fue que esa androide se aproximase a su mujer y que ambas se tomasen de las manos. Sin vacilar, Idina se levantó besando en la boca a aquella máquina. Eso hizo que Ópalo se levantase a su vez.



-¿Qué estás haciendo?- Quiso saber él con evidente malestar y asombro.-

-Ya te lo he dicho, cariño. Duba es una gran compañía para mí. Desde que está conmigo no he vuelto a sentir soledad. Y está realmente muy versada en artes amatorias. Si lo deseas, puedes comprobarlo ahora, cuando acabemos de cenar, ella, tú y yo…

-¡Basta!- Exclamó él golpeando la mesa con un puño, para exigir a su mujer.- ¡Ordena a esta droida que nos deje a solas.-



            Idina le miró sin alterar su expresión obsequiosa y musitó a su androide.



-Ya lo has oído, Duba. Obedece las órdenes del Señor.

-Como ordenéis, mi ama.- Asintió ésta saliendo de la habitación con pasos lentos.-



            Ópalo trató de calmarse y respirando agitado todavía, intentó declarar con tinte conciliador.



-Idina, sé que te he descuidado mucho tiempo. Comprendo que estar sola durante estos largos periodos sin vernos a las niñas, ni a mí, te haya turbado. Pero esto, esto no está bien…

-Agatha me recomendó tener una doncella personal. Dice que tanto ella, como sus hijos, están muy complacidos con las droidas.- Alegó su esposa.-

-No la necesitarás más. Estaré contigo. Te lo prometo. Te llevaré a la Corte si es necesario. Las niñas se alegrarán de verte.

-¿Las niñas?- Repitió ella que parecía no entender ese comentario.-

-Sí.- Dijo él, intentando sonar más animado, aunque rectificando.- Bueno, ya están hechas unas señoritas. Las mayores son mujeres adultas y las dos pequeñas han crecido muchísimo.

-¡Oh, claro! No te preocupes por eso. Ellas ya me visitan a veces. Pero su lugar está en la Corte, allí contigo.- Declaró Idina.-



            Eso no le cuadraba a Ópalo. Desde luego, las palabras de Petzite no pudieron ser más claras. Únicamente ella fue a interesarse por su madre y la encontró en una lamentable situación. Sin embargo, a la vista de su esposa, el conde podría jurar que ésta estaba más hermosa que nunca, incluso parecía haber rejuvenecido. Su largo cabello castaño con reflejos violetas lucía muy sedoso y le caía graciosamente hasta el final de la espalda. No tenía ninguna cana, ni estaba su rostro surcado por arruga alguna.



-No es así como me la describió mi hija. Y no creo que ella mintiese. No está claro que algo muy extraño y siniestro está pasando aquí. -Pensaba él con creciente alarma.-



            Y aunque efectivamente comenzaba a temerse que algo muy grave estaba pasado, el conde era un hombre experimentado y astuto. Fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo, no convenía levantar las sospechas de su mujer. O de quién quiera que esa individua fuese, puesto que comenzaba a dudar de que fuera la auténtica.



-A mi esposa jamás le interesaron las mujeres. Y nunca se comportaría así conmigo. Por desgracia no éramos un matrimonio modélico.- Meditó.- Quizás eso la haya empujado a esta lamentable situación.



            Ganas le daban de interrogar a su interlocutora y demandarle que le contase la verdad de quién era y qué estaba sucediendo. Pero quizás es que la pobre había estado tan sola que llegó a actuar así por desesperación. Pudiera ser perfectamente plausible que hubiese perdido del todo la razón, refugiándose en un mundo de fantasía. O era simplemente una droida más con la apariencia de Idina, que estaba programada para comportarse de ese modo. No tenía forma de saberlo con certeza de modo que, fiel a su perspicacia y años de experiencia, se limitó a sonreír, y comentó.



-Tienes razón, querida. Discúlpame por mis maneras algo rudas. Llevaba mucho tiempo fuera. Ya sabes, la Tierra y las humillaciones que el príncipe Diamante y yo mismo tuvimos que sufrir allí. Eso me ha puesto más arisco de lo que debiera.

-Lo lamento mucho, cariño.- Afirmó concernidamente ella.- Tuvo que ser difícil soportarlo.

-Lo fue, pero como tú misma remarcaste, era mi deber como servidor de su Alteza y de nuestro mundo.- Respondió él.- Por ello, deseo tenerte a ti únicamente, y disfrutar de tu compañía.- Remachó.- Agradezco mucho los desvelos del Sabio. Sin embargo, no necesito a ninguna droida. Únicamente a ti.

-Tus deseos, son órdenes para mí. Mi amor. - Sonrió su esposa, aproximándose hasta él.- Yo te complaceré en lo que tú mandes.



            Y fiel a sus palabras ella le rodeó con sus brazos y le besó. Ópalo se dejó hacer y ambos caminaron rumbo al dormitorio. El conde tuvo que admitir que su esposa se había vuelto muy diestra en las artes del amor. Demasiado para lo que él recordaba. Complacido pese a todo, la acarició con suavidad el cabello y su rostro, percatándose de esos pendientes que llevaba.



-¿Y esto?- Quiso saber él.-

-Unos hermosos pendientes. Gracias por regalármelos.- Sonrió ella con amplitud.- Voy a agradecértelo como mereces, cariño.



            Aunque Ópalo tampoco recordaba haberle regalo aquello. Quizás hubiera sido otro obsequio del Sabio en su nombre. No quiso ser mal pensado.



-Puede que él se diese cuenta de la poca atención que he dispensado a mi mujer en estos años. Y los enviase para compensar mi torpeza. - Se dijo no sin culpabilidad.-



Y es que el Hombre Sabio parecía estar al tanto de todo lo que sucedía. A buen seguro que conocía de sobra el affaire de Ópalo con Turmalina. Atando cabos, el conde quiso creer que esa treta de engañar a Idina con esas droidas que suplantaron a sus hijas pudo ser con objeto de que su esposa no descubriera aquello. Aunque, tanto él como su amante solían ser muy cuidadosos en público. Lo cierto es que no sabía exactamente qué pensar. Se entregó pues al intercambio de besos y caricias con su mujer. Al terminar descansaron acostados el uno junto al otro.



-¿Hay algo más que desees, mi amor?- Le preguntó una muy solícita Idina.-

-No, únicamente dormir un poco. Mañana tendré que volver a la Corte.- Le comentó él, afirmando con un tono de verosímil satisfacción.- Y les contaré a nuestras hijas lo estupendamente que estás. Así no se preocuparán.

-¿Y por qué habrían de preocuparse?- Inquirió ella mirándole con extrañeza.-

-No, por nada. Ya sabes, son así. Quieren estar seguras de que todo marche bien en casa. Sobre todo  Petzite.- Pudo improvisar él, sentenciando con un tono falsamente divertido.- Nuestra hija mayor es muy mandona…



Ópalo detuvo su perorata, suspiró aliviado al ver sonreír a su esposa. Por un instante estuvo a punto de cometer un error y haberle confesado lo que su hija le contase. Empero, cada vez tenía más claro que no podía fiarse de esa mujer que aseguraba ser Idina. De modo que se acostaron, esta vez para dormir. A la mañana siguiente y tras darse un reparador baño y tomar un espléndido desayuno, él comentó fingiendo resignación y fastidio.



-Lamento tener que marcharme. Pero mis obligaciones..

-Lo entiendo, cariño.- Se apresuró a contestar su mujer colocándose detrás de él y pasándole ambos brazos tras el cuello.- Para mí es un enorme orgullo que seas mi esposo. Alguien tan importante, persona de confianza del mismísimo rey.- Sentenció dándole un beso en la mejilla.-

-Volveré mi pronto, cielo.- Aseguró el conde, pensando a continuación.- No te imaginas lo rápido que regresaré.



Y así se despidieron, él se levantó una vez su esposa se soltó. Ella le acompañó hasta la salida, se besaron y Ópalo se alejó. Al poco el conde miró hacia la casa descubriendo a  una sonriente Idina agitando la mano desde el gran balcón que dominaba su jardín. Él hizo lo propio antes de subirse al deslizador. Se marchaba contento y satisfecho, o al menos eso hizo creer a su esposa.



-No sé quién o qué serás, pero está muy claro que no eres ella. De algún modo no lo eres. - Pensaba su marido.-



            Ahora las piezas le comenzaban a encajar. Si el Sabio fue capaz de engañar a Idina cuando ella fue a visitar a sus hijas a la Corte. ¿Por qué no habría de intentar lo mismo con él?



-Si ha intentado el mismo truco para conmigo es que es más necio de lo que parece. O más osado. De un modo u otro descubriré lo que está sucediendo.- Se prometió en tanto su vehículo dejaba atrás sus tierras.-



            Entre tanto, las hijas del conde estaban avanzando en su entrenamiento. Aquellas tomas de energía oscura controladas las hacían aumentar su velocidad, agilidad y además les otorgaban extraños dones. Fue Bertierite la primera que se dio cuenta de un detalle. Estando en su habitación ordenó a una droida que le trajese un refresco. Ésta obedeció de inmediato.



-No está a la debida temperatura.- La amonestó con mal humor.- Lo quería frío. Aquí hace calor.

-Perdonad, ama. – Se disculpó el androide.- Os traeré otro.



            Sin embargo,  a Bertierite le bastaron unos segundos para ver como la jarra que contenía aquello se congelaba a su contacto. Ahora el refresco era un cubo de hielo. Atónita dejó aquel recipiente en la mesa y se miró las manos. Enseguida llamó a su hermana menor.



-¡Kermesite, mira esto! - Le indicó cuando esta entró en la estancia.-

-¿Qué pasa?- Quiso saber la muchacha que se estaba maquillando en tanto se contemplaba con un espejito de mano.-



            Su hermana le refirió lo sucedido. La menor la miró con perplejidad.



-¿Lo puedes repetir?- Le pidió.-



            Lo cierto es que la aludida ignoraba si podría o no, o si esa reacción fue por completo fortuita. Pero por probar nada se perdía. Así pues le ordenó a la droida que trajese un vaso con agua. Y cuando ésta lo hizo , ella lo sostuvo entre sus manos.



-Pensaré en que quiero beber algo frío.- Musitó.-



            Y en efecto, a los pocos instantes el agua se congeló, ante el asombro de su hermana que le preguntó.



-¿Puedes deshelarlo?

-No lo sé.- Admitió su interlocutora.-

-A ver, déjame a mí.- Sonrió una divertida Kermesite.-



            Curiosamente, al asir ella el vaso, quiso que el hielo volviese a ser agua. Para asombro suyo y de su hermana, a los pocos instantes ocurrió, y no solamente eso, además el líquido comenzó a entrar en ebullición.



-¡Lo he calentado!- Exclamó la entusiasmada chica.-

-Tenemos que decírselo a nuestras hermanas. Puede que ellas sean capaces de hacer algo parecido.- Comentó Bertierite. -



            No tardaron en ir a buscar a las otras. Calaverite estaba con su amo Rubeus. Parecían charlar con tono muy íntimo. No obstante, al ver llegar a esas dos guardaron silencio y fue incluso su hermana mayor quien, molesta, les preguntó de modo cortante.



-¿Se puede saber qué queréis?

-¡Es que nos ha pasado algo increíble! - Repuso Kermesite que ni se había percatado de esa manera tan ruda que tuvo su hermana de dirigirse a ellas.-

-Vaya.- Sonrió afablemente Rubeus mirándola con aparente interés.- Ha debido de ser algo realmente bueno porque venís muy animadas.

-Sí, amo Rubeus.- Se sonrió  la más joven de las hermanas, visiblemente sonrojada ahora.- Ha sido sorprendente.



            Y es que de un tiempo a esta parte Kermie había comenzado a observar a su jefe de otra forma. Le veía muy atractivo y tan fuerte, que hasta le daba vergüenza mirarle directamente.  Por suerte para ella, Bertierite intervino explicando lo sucedido.



-Eso es muy interesante.- Declaró Rubeus con sinceridad, llevándose una mano al mentón, para añadir.- Deberíais consultarle al Sabio. Podría tener que ver con las dosis de energía oscura que estamos recibiendo. Si fuera así, deberíais entrenar esas nuevas facultades.



            Las chicas asintieron con ganas. Todas, al igual que Rubeus, Esmeralda y el propio príncipe Diamante, llevaban esos pendientes de cristal negro que, según el consejero real, les protegerían de cualquier efecto secundario y ayudarían a canalizar esa energía que recibían.



-Sí amo. Iremos a ver al Hombre Sabio y le consultaremos.- Afirmó una entusiasmada Kermesite.-

-¿Tú no te has notado nada fuera de lo normal?- Le preguntó Bertierite a Calaverite.-

-No por ahora.- Repuso su hermana quien estaba ahora genuinamente interesada en ese asunto.-



            Y es que si sus hermanas pequeñas habían empezado a desarrollar esa clase de poderes, no veía porqué ella no iba a ser igual. Aunque hasta ahora no había experimentado ningún tipo de habilidad nueva, y eso le molestaba. Sobre todo habida cuenta de cómo su superior miraba a las otras. Eso podría hacer que su atención se desviase de ella.



-Creo que iré con vosotras, pero antes avisaremos a Petzite.- Declaró Kalie.-



            Y tras despedirse de su jefe, las tres se encaminaron a la búsqueda de su hermana mayor. Ésta se encontraba paseando por un largo corredor de palacio. Allí vio acercarse nada menos que al rey Coraíon y a su hijo Zafiro. Se apartó de inmediato refugiándose tras unas columnas próximas y les vio pasar sin que estos reparasen en ella. Aunque ambos se detuvieron cerca de donde la chica estaba pensando a buen seguro que se hallarían solos pues el inquieto infante le comentaba a su padre, de tal modo que Petzite era capaz de escucharle.



-No sé, papá. Últimamente Diamante está muy centrado en su entrenamiento y en la absorción de esa energía oscura.



            El muchacho, algo inquieto cuando su hermano mayor le dio esa orden, no pudo guardar el secreto y temiendo que pudiera ser peligroso se lo confió a su padre. Sin embargo, para su sorpresa éste no pareció enfadarse, ni tan siquiera molestarse. Y ahora igualmente opinaba.



-Si el Sabio así lo ha aconsejado, será lo mejor.

-Pero la caldera que regula la extracción y uso de la energía oscura está trabajando a pleno rendimiento ya. Némesis la necesita para cubrir las necesidades de sus habitantes y entre eso, la construcción de naves espaciales de combate y las tomas que mi hermano y otros están recibiendo, podríamos tener caídas en el suministro que serían muy graves para la población.



            Coraíon palmeó la espalda de su hijo y sonrió, asintiendo con aprobación repuso.



-Te has vuelto un magnífico ingeniero y muy responsable. Tienes razón, pese a que haya algún motivo para desconfiar de la Tierra, hasta ahora no han intentado hacer nada en contra nuestra. Y quizás este exceso de celo para armarnos y preparar estrategias defensivas esté yendo demasiado lejos. – Concluyó el rey quien quiso saber.- Dime. ¿Le has comentado esto a Diamante?

-Sí, aunque él no me hace demasiado caso.- Se lamentó el joven.- Cree que su deber principal consiste en estar listo para enfrentar cualquier ataque por parte de la Tierra y sus aliados.

-Bueno, hablaré yo con él y con el Sabio.- Afirmó Coraíon.- Ahora debo dejarte. Asuntos de Estado me requieren.



            Zafiro asintió y su padre se alejó, le alegraba ver que el rey comenzaba a superar el duelo por la pérdida de su esposa. Ahora daba la impresión de volver a conectarse a la realidad. Pensando en esto el chico volvió sobre sus pasos, dispuesto a comprobar algunos datos de esa caldera.



-Tendría que ir a la zona principal de suministro.- Meditaba.-



            Sin casi darse cuenta se topó con esa joven. Ella le sonrió algo ruborizada, esa parte del pasillo era más estrecha y no se podía transitar sin aproximarse bastante a otro viandante.



-Perdón, Alteza.- Le pidió Petzite casi sin ser capaz de articular palabra.- Iba a…

-¡Oh! No tienes por qué disculparte, por favor, pasa.- Le ofreció él, saliendo de sus pensamientos.-



            La verdad, esa chica estaba cada día más guapa. Lucía un vestido de color verde oscuro y llevaba su pelo suelto cayéndole por los hombros, aunque dejando entrever aquellos pendientes de cristal negro. Zafiro a su vez vestía su traje azul oscuro, con pantalón blanco y llevaba sus guantes de trabajo. Se los quitó de inmediato en tanto la joven le comentaba con amable interés.



-Siempre os veo muy concentrado, Señor. Tenéis muchas responsabilidades.

-Bueno, como cualquier otra persona aquí.- Respondió modestamente él.- Tengo mucho que hacer. Igual que tú. Por cierto. ¿Cómo va vuestro entrenamiento? -Se interesó el Infante.-

-¿Nuestro entrenamiento? ¿Os referís al de mis hermanas y al mío?- Inquirió ella a su vez.-

-Sí claro.- Sonrió Zafiro.-



            Petzite no podía evitar ruborizarse siempre que le veía sonreír. Aquello era lo más hermoso que podría haber para ella. Le devolvió una amplia sonrisa y comentó con mayor jovialidad.



-Muy bien, estamos progresando mucho. El amo Rubeus dice que pronto seremos un grupo de élite.

-¿Y os gusta esa idea?- Quiso saber Zafiro, aunque ahora su tono estaba más apagado.-

-Bueno, todo lo que sea velar por la seguridad de Némesis nos parece bien.- Repuso diplomáticamente ella, quien se había percatado de ese sutil cambio.-

-Sí, es verdad. Cumplís con vuestro deber.- Convino su interlocutor confesándole ahora con voz queda.- ¿Sabes? A veces me gustaría detenerme un poco a descansar, lo hago en contadas ocasiones y voy al jardín donde mi madre solía pasar las tardes.

-Siempre me acuerdo de vuestra madre.- Suspiró Petzite, entristecida ahora por aquel recuerdo.-

-Y yo.- Admitió su interlocutor quien, para sorpresa y emoción de la chica, tomó sus manos entre las de él, y tras mirarla a los ojos y sonreír una vez más, le propuso.- Si algún día tienes tiempo, quizás yo esté en el jardín. Me gustaría charlar con alguien sobre ella. Últimamente mi padre y mi hermano solamente hablan de temas de gobierno y de defensa. Es más, tengo la impresión de que el recuerdo de mi madre les produce tanta tristeza que intentar evitar pensar en eso.

-Será un placer y un honor para mí, Alteza.- Sonrió ampliamente la joven.-



            Su corazón latía como si fuera a salírsele del pecho. Él asintió separándose al fin de ese leve agarre y le preguntó, cambiando un poco de tema.



-Por cierto. ¿Le gustó a vuestra madre?



            Ahora el gesto de Petzite fue de extrañeza. No tardó en querer saber con tono pleno de desconcierto.



-¿Gustarle, el qué, Señor? No entiendo.

-¡Perdona!- Se rio él llevándose una mano al cogote para matizar.- Las droidas que le envié. El Sabio me pidió que le fabricase un par de ellas. Al parecer vuestro padre quería sorprenderla con un regalo.



            La muchacha le miró perpleja. ¡No sabía nada de aquello! Quizás al contarle a su padre la terrible situación de su madre éste quisiera hacer algo para animarla. Pero no pudo preguntar puesto que sus hermanas se aproximaban llamándola a voces, ¡vaya tres inoportunas!



-¡Petzite!



            Zafiro las vio venir también y sonrió levemente.



-Bueno, parece que te reclaman. Y yo tengo que dejarte. Ya sabes, si lo deseas, allí estaré. Quizás mañana por la tarde.

-No faltaré, Alteza.- Le aseguró la chica.-



            Dejó a un lado aquello de las droidas, posiblemente hubiera sido una buena idea de su padre. Y como siempre andaba de un lado para otro, ni se habría acordado de comentárselo a ellas. Lo que ahora le extrañaba y molestaba también, avergonzándola ante el príncipe Zafiro y cualquier transeúnte que por allí pasase, era esa algarabía que estaban provocando aquellas tres inconscientes.



-¿Queréis hacer el favor de bajar el tono?. Estamos cerca de la sala de audiencias.- Las reprendió con preocupación.-

-Perdona.- Le pidió Bertierite.- Es que hemos descubierto que podemos hacer cosas increíbles.

-¿Qué tipo de cosas?- Quiso saber su hermana mayor.-



            Entre todas le explicaron lo que había sucedido. La propia Petzite se sentía curiosa y deseosa de probar si también tenía poderes similares. Aunque no fuese ese el momento más adecuado. Decidió dejarlo para una mejor ocasión. Entre tanto las cuatro se alejaron de allí y la pequeña de las hermanas propuso.



-Podríamos hacer tortitas para celebrarlo.

-¿Tortitas?- Se sorprendió Calaverite, preguntando a su vez entre atónita y burlona.- Kermie. ¿Tenéis poderes sobrehumanos y deseas hacer tortitas?

-¿Y por qué no?. Bertierite me enseñó hace bastante tiempo pero casi nunca hacemos.- Comentó la menor de las hermanas.-

-Sería una buena idea, tengo hambre.- Convino la aludida.-

-No sé. ¿Qué crees, Petzite?- Inquirió Calaverite añadiendo con su típico sarcasmo.- Kermie puede cocinarlas y Bertie prepararnos algo fresquito con sus nuevas habilidades.

-Por mí está bien.- Asintió ésta quien tras su conversación con el príncipe Zafiro se sentía de buen humor.- Siempre y cuando no se excedan con ellas.

-Tranquila.- Se sonrió Bertierite.- Por ahora no parece que sea algo demasiado fuerte.

-¡Pero sí que es útil!.- Se rio su hermana menor.-



            Todas rieron a su vez y se dirigieron a la cocina de palacio. Allí tenían algún cuarto que les permitían utilizar.



-Es verdad, hacía mucho que no preparábamos tortitas.- Comentó Bertierite, agregando.- Kalie me enseñó a mí y luego yo le enseñé a Kermie.

-Así es, y antes fue Petzite quien me enseñó.- Convino Calaverite.-

-En mi caso fue nuestra madre la que me explicó cómo se hacían.- Afirmó la mayor.-



Y en tanto se dirigían a las cocinas de palacio Petzite les recordó a sus hermanas ese momento de su infancia, cuando su madre le enseñó a preparar aquello. No tendría más de diez años.



-Ahora cariño, debes de poner la harina tamizada en este bol y mezclarla con la levadura. - La instruía su madre.-

-¿Cómo sabes todo eso, mamá?- le preguntó la chiquilla.-

-Mi madre, tu abuela Kim, me enseñó. Lo mismo que ella aprendió de su madre, Kurozuki.- Le sonrió su interlocutora, afirmando.- Hacer tortitas es una larga tradición familiar, que se remonta a la Tierra…por lo menos a la madre de la madre de mi abuela…



            Petzite escuchó con atención, su progenitora le fue explicando cómo elaborar aquello. Se recordaba después, a los pocos meses, siendo ella la que le contaba a Calaverite, en la cocina de su casa en el condado de Ayakashi.



-Y luego añades azúcar y una pizca de sal. Tienes que mezclarlo muy bien, para que toda la masa quede igual...



            Calaverite sonreía a su vez rememorándolo en tanto su hermana comentaba esto. Luego tomó el relevo y comentó.



-Y cuando le enseñé a Bertie…



            Las dos niñas estaban en la cocina a su vez. Bertierite seguía esas indicaciones de su hermana con total meticulosidad.



-Bate los huevos y échalos al recipiente con el resto de los ingredientes…



            Y con una expresión de gran concentración, Bertie obedeció. Ahora siendo casi adulta ya, añadió.



-Y después añadir un poco de leche y batirlo algo más. Añadiendo mantequilla fundida o reblandecida…



            Se sonrió, relatando al resto cómo ella le fue explicando a Kermie, haría ya algunos años…



-Pues ahora tienes que removerlo bien para que no tenga grumos, esperar a que repose de diez a quince minutos y poner una sartén al fuego. Poner un poco de mantequilla en la sartén para que las tortitas no se peguen…

-Añadir la masa suficiente con un cucharón, y cuando empiece a burbujear, darle la vuelta. -Remachó Kermesite, exclamando divertida.- Que se dore por el otro lado y ¡listas!



            Todas se rieron ahora. Aunque en lo que no se ponían de acuerdo era en el acompañamiento.



-Con nata están de maravilla.- Defendía Petzite.-

-Mejor caramelo.- Rebatía Calaverite.-

-Están mucho mejor con chocolate.- Declaró Bertierite.-

-El sabor a fresa es el más delicioso.- Afirmó Kermesite.-

-Bueno, podemos ponernos cada una el que más nos guste.- Dictaminó Petzite.-

-¡O ponerlos todos a la vez! - Se rio Calaverite.-



            Convinieron en que harían suficientes para probarlas de todas las formas imaginables. No obstante, cuando estaban a punto de llegar a la cocina, Rubeus las interceptó. Venía desde otro pasillo andando deprisa y las llamó de inmediato.



-Hermanas Ayakashi. ¡Venid!



            Todas se giraron a observarle. Por su tono serio e imperioso era obvio que tenía prisa porque ellas obedecieran. Algo desencantadas se aprestaron a cumplir ese requerimiento. Tendrían que dejar las tortitas y su reunión fraternal para una mejor ocasión.



-Aquí estamos, amo Rubeus.- Convino Petzite cuando llegaron hasta él.-

-Acompañadme hasta el salón del trono.- Les ordenó éste que parecía estar enfadado.-



            Las chicas se miraron perplejas. Esperaban no haber hecho nada que hubiese molestado a su superior.  Le siguieron hasta allí y tras pedir permiso entraron tras él. El rey Coraíon ocupaba el trono. Todos se inclinaron ceremonial y respetuosamente ante el monarca que no estaba solo. A su lado flotaba el Hombre Sabio acariciando su bola de cristal y junto a él estaba la Dama Turmalina, acompañada por un par de gemelos de largos cabellos blanquecinos, que las muchachas reconocieron de inmediato.



-¿No son esos los primos Kiral y Akiral? -Le susurró Calaverite a su hermana mayor.-



            Petzite asintió tan sorprendida como ella. Bertierite y Kermesite se miraron extrañadas también. Aunque eran más pequeñas, la última vez que les vieron, les recordaban así exactamente. No obstante, nada pudieron comentarles dado que fue el rey quien tomó la palabra, declarando.



-Reunidas las partes con sus correspondientes testigos fallaré al fin mi veredicto sobre el Ducado de Turquesa… en vista de las reclamaciones de ambas partes, las pruebas aportadas y consultados los derechos sucesorios acorde a la ley, debo entregar la propiedad de esas tierras a su rama de origen. La ostentada por la duquesa Turquesa, cuya heredera directa más cercana es su prima-hermana, la dama Turmalina.



            La aludida se sonrió ampliamente asintiendo y haciendo una profunda reverencia. Por su parte Rubeus apenas sí podía disimular su malestar. Tras sentenciar aquello el soberano abandonó el salón dejando allí a las partes. Al fin, pudieron hablar libremente. Aunque fue el Sabio quien declaró para zanjar definitivamente aquello.



-Esa es la decisión y voluntad de nuestro rey.

-Que ha obrado con justicia.- Alabó Turmalina.-

-¡Habrá sido engañado por tus mentiras! - Replicó un irritado Rubeus encarándose con ella.-



            Kiral y Akiral se interpusieron con gesto amenazador, ante eso, las hermanas dieron a su vez un paso al frente. Fue Calaverite quien entonces sugirió con más diplomacia y calma, posando suavemente una de sus manos sobre el musculoso y tenso brazo derecho de su jefe.



-No sería correcto comportarnos de forma indecorosa en el salón de audiencias, amo Rubeus.

-Calaverite ha hablado con mucha inteligencia.- La halagó el Sabio.-

-Sí, al menos alguien de tu séquito demuestra tenerla.- Se burló Turmalina, sintiéndose segura tras esos dos fornidos chicos, tan altos y corpulentos como el propio Rubeus.-



            El joven pelirrojo, viéndose sobrepasado, se giró saliendo de allí a grandes zancadas. Estaba muy enfadado pero no le quedaba otra solución que contenerse. Ya hablaría con el Sabio más tarde. Las hermanas iban a seguirle cuando Petzite se detuvo y dirigiéndose a los gemelos les dijo con un tinte más conciliador.



-Celebro veros. ¿Qué tal están vuestros padres?

-Están bien.- Repuso Kiral con tono bastante frio.-

- Gracias por preguntar.- Añadió Akiral que parecía ausente a su vez.-

-Hace mucho tiempo que no vemos al tío Grafito, ni a la tía Agatha. Dadles recuerdos.- Les pidió Calaverite.-

-Lo haremos.- Fue la respuesta de Akiral.-

-Lo mismo os deseamos para la tía Idina y el tío Ópalo.- Convino Kiral con una leve sonrisa.-



            Tras esas palabras los dos jóvenes escoltaron a su ama fuera del salón. Petzite guio a sus hermanas también al exterior por otra puerta, solamente el Sabio quedó allí.



-Al parecer, los acontecimientos se están acelerando.- Se dijo el encapuchado.- Tendré que avisar a esos dos…



            Mientras, las chicas iban de camino hacia sus dependencias. Tras ese incidente el asunto de las tortitas quedó en suspenso. Aunque fue Calaverite quien, agudamente, comentó.



-Los primos estaban muy raros.

-Nunca fueron demasiado sociables, ¿no?- Inquirió Bertierite con tono inseguro, confirmando aquello, al añadir.- Al menos, eso nos habéis dicho siempre.



            Ella no había tenido demasiado contacto con esos parientes, únicamente sus hermanas mayores les habían tratado algo más. Y fue Petzite quien, en efecto, admitió.



-No, nunca hemos tenido demasiado contacto con ellos. Y a veces me daba la impresión de que  estuviesen enfadados con nosotras por algo. Pero incluso para como solían ser, estaban algo raros.

-Bueno, quizás en presencia del rey y si sirven a esa duquesa Turmalina. Hayan debido de mostrarse más secos. - Comentó Kermesite.-

-Quizás. Al fin y al cabo, nosotras estábamos junto al amo Rubeus. -Repuso Calaverite sin querer darle mayor importancia al tema.- Bueno chicas, tengo cosas que hacer.- Se despidió abruptamente.-



            Sus hermanas menores la vieron apartarse y tomar otro corredor, Petzite la observó moviendo la cabeza aunque con desaprobación pero sobre todo con lástima.



-Te vas a hacer bastante daño.- Pensó.-  



            Y es que Calaverite fue precisamente a intentar animar a su jefe.  Lo cierto es que antes de que sus hermanas les interrumpieran estaban charlando y él parecía de mejor humor. Ahora, en cuanto le encontró en sus estancias no tenía desde luego una expresión feliz.



-Rubeus, soy yo.- Le avisó, usando un tono más informal del que empleaba en público.-

-¡Déjame solo! - Espetó él.-



            A Calaverite no le gustó aquello, aunque le conocía bien. Su jefe solía ser alguien muy analítico en apariencia, pero tenía esos arranques de genio que nublaban su juicio. Igual al que sufrió en el salón del trono. De no ser por ella, quizás hubiera habido que lamentar un serio incidente.



-Lo lamento, no te han tratado con justicia.- Repuso ella sin atreverse a entrar.-



            Aunque fue él quien salió y mirándola enojado, desahogó su frustración, afirmando alterado.



-¡Evidentemente no! Esa furcia manipuladora de Turmalina ha debido de contarle alguna de sus patrañas al rey. Por desgracia está bien conectada en la Corte, tiene bastantes apoyos, entre ellos el de vuestro querido papaíto que le dedica mucho de su tiempo y seguramente energías para complacerla.

           

Eso sí que turbó a Calaverite. Ella no era tonta y estaba al corriente de la “ amistad” entre su padre y esa mujer. Aunque aquello no era culpa suya, ni de sus hermanas. Así se lo dijo a Rubeus con tono teñido de malestar y enfado.



-Nosotras no tenemos nada que ver en eso. Te servimos a ti. Estábamos a tu lado.

-Como es vuestra obligación. No lo olvidéis, sois mis subordinadas, nada más que eso.- Replicó desabridamente él.-

-Comprendo, amo.- Siseó ella, marcando la última palabra, para preguntar con patente enojo.- ¿Puedo retirarme?



            Rubeus se limitó a agitar una mano de forma descuidada, dándole a entender que se fuera. La herida joven se alejó andando deprisa y tratando de enjugarse alguna lágrima.



-¡Maldito bastardo desagradecido!- Pensaba llena de resentimiento.- ¡Como si yo tuviese la culpa de lo que hace mi padre! Aunque ya veo lo que de verdad soy para ti.



            Y en cuanto a Ópalo, éste viajó para ver a sus cuñados. En el territorio de Grafito y su esposa Agatha las cosas no eran tan hermosas como en su condado de Ayakashi. Es más, la casa de sus parientes estaba casi en ruinas.



-¿Pero, qué ha pasado aquí?- Se dijo perplejo al ver aquello.-



            El ambiente estaba extrañamente silencioso. Llamó al llegar y no obtuvo respuesta. Sorprendido por ese estado de abandono del lugar lo recorrió. Pese a todo seguía habiendo aire respirable bajo los domos que albergaban la casa y las parcelas de los jardines.



-¿Dónde se habrán metido?- Se preguntó sin comprender nada de lo que estaba contemplando.- ¡Grafito! ¡Agatha!...¿Estáis aquí?..- Interpeló sin éxito.-



            Tras un rato, estaba a punto de marcharse cuando una voz le llamó. Era casi como un susurro.



-¡Ópalo!



            Sorprendido una vez más, se giró hacia la fuente de la misma y pudo ver entonces a su cuñada. Ésta salía de una especie de apertura que había en los jardines.



-¡Agatha!- Exclamó sin apenas poder creer aquello.- ¿Qué estabas haciendo ahí?



            La mujer avanzó deprisa hasta él y le abrazó entre sollozos. El conde no era capaz de articular palabra hasta que ella, separándose un poco, le miró sujetando el rostro de él entre sus temblorosas manos.



-¡Eres tú, eres real!

-Sí, claro.- Afirmó su interlocutor.- ¿Se puede saber que ocurre aquí?

-Mi familia, ¡mis hijos! ¡Los he perdido!- Fue capaz de balbucir esa alterada mujer.- ¡Tienes que ayudarme!

-Tranquilízate.- Le pidió el aun perplejo conde.-



            Como pudo logró que ella se sentase junto a él en un banco del jardín. Entonces Ópalo, con tono sereno e intrigado, solicitó.



-Ahora, por favor. Cuéntame que está pasando aquí.

-¡Me tomarás por loca! - Sollozó su interlocutora.-

-Te puedo asegurar que no.- Replicó él con total rotundidad.-



            Y su cuñada comenzó a referirle una increíble historia, al menos lo hubiera sido para cualquier otro excepto para Ópalo, que sí tenía fundadas razones para creerla.



-¡Te aseguro que es verdad!- gemía Agatha.- Fue al poco de ese accidente terrible. Mi esposo y mis hijos estaban allí. Al principio creí que les había perdido a todos, pero luego, volvieron. Al menos Kiral y Akiral regresaron. Eso me alegró mucho. Pensé que se habían librado de una muerte cierta.

-¡Las noticias sobre la explosión!- Recordó su cuñado.-



            A la memoria de Ópalo vino ese suceso, hacía tiempo ya, no lograba recordar cuando. Hubo una explosión en esa parte del planeta. Unos lo achacaron a un accidente, pero otros culparon de eso a los renegados pro republicanos, incluso a los agentes de Serenity y Endimión.



-Entonces tus hijos y Grafito se salvaron. Tuvieron mucha suerte.- Estimó él en base a esas explicaciones.-



            Aunque el rostro de su cuñada no expresaba alivio por esa causa, más bien temor, y ella prosiguió.



-Mis hijos me dijeron que su padre seguía allí, haciendo prospecciones. Pero nunca volvió a contactar con nosotros. Ellos iban a verle. Al menos eso me contaban. Y yo.. bueno, no me atreví ni a llamarle. Ya sabes, yo…yo le disgusté mucho. No era lo que Grafito esperaba.- Fue apenas capaz de suspirar entre lágrimas y bajando la mirada.-

-Lo sé.- Le dijo su contertulio, sin mostrar el más mínimo ápice de reproche.-

-¡Perdóname!-. Le pidió la devastada Agatha.- Traté de dejar de sentir aquello por Idina, pero cuando vi que no era capaz de evitarlo, sencillamente me alejé. Tuve a mis hijos con Grafito, pero él jamás me lo perdonó. Luego, cuando ellos crecieron, los llevó consigo a esa maldita mina. Y ocurrió aquello. Cuando Kiral y Akiral volvieron me comentaron que su padre no iba a regresar conmigo, pero que estaba bien donde estaba.

-Y tú no fuiste capaz de comprobarlo por lo sucedido entre vosotros. Lo entiendo.- La tranquilizó Ópalo quien a su vez se disculpó. – Debí ser un buen cuñado y comprenderte. Y visitaros más a menudo. Pero estaba tan preocupado de medrar y de ser importante que ni tan siquiera me ocupé de mi propia esposa y apenas de mis hijas. Ahora no puedes imaginarte cuanto lo lamento. -Y admitida esa culpabilidad, se ofreció.- Puedo ir a verle si quieres y tratar de…



            Aunque le sorprendió ver el pavor reflejado en los ojos de su contertulia, quien de inmediato le cortó.



-¡No, no lo hagas! Es muy peligroso.

-Entiendo que hubo un accidente terrible, o lo que fuera, pero habrán reforzado la seguridad.- Afirmó él.-



            Aunque ella movió la cabeza casi con desesperación, añadiendo con visible agitación.



-No lo comprendes. Es que no creo que mi esposo siga con vida. Y mis hijos… sé que es muy difícil de creer, pero no son ellos. De algún modo, esos dos chicos que han ido a la Corte no son Kiral, ni Akiral. ¡Los han suplantado! ¡No sé quiénes son!…pero te lo aseguro. Una madre se da cuenta de eso. Sé que me estarás tomando por loca. ¡Pero te juro que es la verdad! ¡Tengo pruebas!¡Una de mis droidas lo admitió, antes de…



            Ahora fue turno de Ópalo de enmudecer y mirarla con horror, un sudor frío le recorría la espalda.  Asintió despacio y se apresuró a replicar.



-Te creo. Te doy mi palabra…



            Y sin nada que perder, en cuanto pudo calmar un poco a esa pobre infeliz, le contó a  su vez lo sucedido en su propia casa. Y la proposición que Idina le hizo de compartir el lecho con una de sus androides. Ahora fue Agatha quien le observó con asombro y la boca abierta. Entonces declaró con más control de sí misma pero absoluta rotundidad.



-Tienes razón. Idina jamás actuaría así. Te puedo jurar que si ella hubiese sentido eso hacia mí u otra mujer yo lo hubiera sabido, porque estuve pendiente del más mínimo signo que pudiera haberme dado esperanzas.  Y no lo hubo, ¡jamás me correspondió de esa manera! No sé quién sería la persona que viste en tu casa, pero no se trataba de tu esposa. O si era ella, no estaba en sus cabales.



            Ópalo dudó por unos momentos, no obstante decidió que debía confiar en alguien y así le desveló.



-No es la primera vez que he visto algo así. El Sabio fue capaz de crear unas droidas que eran totalmente idénticas a mis hijas. ¡En todo! Y al muy canalla no se le ocurrió mejor cosa que engañar a Idina. Cuando ella vino a la Corte a ver a las niñas, le hicieron creer que se trataba de ellas.

-Sí, es cierto. Ese individuo puede hacerlo. Lo sé. - Convino una atemorizada Agatha quien preguntó con desconcierto y temor en su tono. -¿Qué está pasando?.

-No lo sé, pero no me gusta, Y creo que ya va siendo hora de que alguien informe al rey de esto.- Le contestó Ópalo, sentenciando.- Ese maldito Sabio trama algo. No tengo ni la menor idea de qué podrá ser. Y por desgracia tampoco sé quiénes podrían estar en confabulación con él.



            Sin embargo, pensó de inmediato en Turmalina. Esa mujer era ambiciosa y mostró no tener demasiados escrúpulos. Él había estado con ella, sí, pero más que nada por paliar su soledad y tener un apoyo en la Corte. Su amante tenía buenas relaciones con el Sabio y en su ingenuidad Ópalo pensó que eso le beneficiaría. Ahora no estaba seguro en absoluto de que eso fuera así. Y otra reflexión le hizo asustarse más si cabía.



-El extraño comportamiento  del príncipe Diamante en la Tierra.. ¿Podría haberle sustituido a él también?. – Se dijo. -Aunque no se comportaba como un androide. No, no lo creo. Pero debió de hacerle algo…



            El conde recordó aquel extraño cristal que su esposa tenía en casa. Nunca lo había visto antes. Y era de un material similar a esos cristalitos de los que estaban hechos esos pendientes que luciera el príncipe. De hecho, la mayor parte de los nobles y servidores directos de su Alteza, incluyendo a sus propias hijas, los llevaban ahora. ¡Y la propia Idina también!



-Esas emisiones de energía oscura a las que están siendo sometidas mis hijas. El Sabio comentó que llevaban esos cristales como protección.



            Le comentó eso a su cuñada quien palideció. Enseguida se apresuró a decirle.



-¡Esos pendientes! Tienen algo que ver. Estoy segura. Mis hijos me trajeron unos iguales de regalo. Al principio me los puse para complacerles, aunque no me gustaban. Y las cosas eran, no sé, todo iba bien. Ellos me parecían cordiales y atentos, y todo a mi alrededor era fantástico. Aunque un día, me los quité para dormir y no recordé dónde los puse. Fue entonces cuando comencé a darme cuenta…

-¿Cuenta? ¿De qué?- Quiso saber su interlocutor.-

-Todo era diferente, mi casa, mis tierras, estaban baldías y deterioradas. No eran en absoluto tal y como las has visto. Yo no me ocupaba de nada puesto que lo veía todo realmente hermoso. Sin embargo, pese a dejar de llevar esos pendientes al principio no pareció variar nada. Aunque todo cambió cuando destruí ese maldito cristal.

-¿Cristal?- Inquirió el cada vez más asustado Ópalo.-

-Un gran cristal negro que mis hijos, o quienes quieran que sean esos dos, colocaron dentro de casa cuando vinieron.



            Su contertulio se quedó con la boca abierta. ¡En su propia casa tenía uno idéntico!  Al comentárselo a su cuñada, ella se apresuró a aconsejarle.



-¡Tienes que quitar eso! Ya te lo he dicho. Cuando yo dejé de llevar los pendientes por un corto espacio de tiempo seguía viéndolo todo de color de rosa. Pero un día quise mover ese cristal de su sitio porque pensaba que podría quedar mejor en otra parte de la casa. Era más pesado de lo que creía y, como mis hijos no estaban, llamé a una droida para que me ayudase.



            Agatha recordaba aquello. Ese androide que tenía en su casa  escuchó su orden.



-Quiero que me ayudes a mover ese cristal.

-Señora, el cristal está correctamente emplazado para recibir la energía oscura sin riesgos.- Le respondió ese robot.-

-No me gusta ahí. Deseo que esté en otro lado de la habitación.- Replicó ella.-

-No debe moverse.- Insistió tajantemente la droida.-



            Eso la sorprendió, aquellos androides estaban presuntamente programados para obedecer todas sus instrucciones, fueran las que fuesen. Ella lo sabía bien, para su vergüenza incluso había mantenido relaciones con algunas. Por ello no comprendía como esa orden, aparentemente trivial, era desobedecida. Quizás fuera por seguridad. Así que, curiosa, quiso saber.



-¿Quién te ha dado instrucciones para que eso no se mueva de ahí? ¿Mis hijos?

-No, Señora.- Contestó lapidariamente ese robot con la apariencia de una joven de cabello castaño con reflejos violetas y hermosos y grandes ojos azules.-



            Agatha interrumpió su relato, y apenas mirando a su perplejo cuñado con manifiesta vergüenza, le confesó.



-Perdóname. Hice que adoptase la apariencia de Idina, tal y como yo la recordaba…

-No te preocupes por eso ahora.- Aseguró sinceramente Ópalo.- No tiene importancia. Dime. ¿Qué sucedió?- La interrogó deseoso de conocer lo ocurrido.-

-Que, por una vez, me armé de valor para ser firme en algo e insistí.- Repuso ella.-



            Y volviendo a esos recuerdos, le contó cómo, con una expresión más seria y sorprendida, interrogó a su sirvienta mecánica.



-¿Quién te ha dado esa orden entonces?

- La orden proviene del Hombre Sabio.- Recitó la droida.- Nadie debe tocar ese cristal.

-¿El Hombre Sabio? ¿Y qué tiene él que ver con esto?- Inquirió la mujer entre desconcertada y perpleja.-

-No estoy programada con esa información.- Fue la cortante réplica.-

-Me importa un bledo la información con la que estés programada. Nadie me dice lo que debo tener en mi propia casa. ¡Saca eso de aquí!- Ordenó ya con irritación.-

-No puedo cumplir con ese requerimiento.- Se negó la androide.-



            Agatha se quedó atónita, pero no quería polemizar con su droida, menos sabiendo lo fuerte que ese androide era. Así que fingió dejarlo estar afirmando con tono más comedido.



-Muy bien, olvídalo pues y vete. Ya he comprendido que el cristal está en su sitio. Vete a cuidar del jardín.



            Y el androide asintió, retirándose de allí. Por fortuna no eran demasiado perspicaces a la hora de analizar las emociones humanas. Así que aguardó hasta que esa droida estuvo bien lejos. Después fue ella misma quien intentó desplazar eso, aunque pesaba tanto que era incapaz de moverlo. Al fin, frustrada, se hizo con un martillo.



-¡Ahora verás!



            Y lo estrelló con fuerza contra aquella especie de monolito que ni pareció rayarse. Aquello era realmente duro. Aunque ella pensó otra cosa aseverando.



-¡No me rendiré tan fácilmente!



            Fue en busca de algo más contundente. Todavía tenía alguna máquina de las que su esposo había usado para ir a la mina. De hecho, se acordó de una especie de gato hidráulico que él pudo traer a un almacén que llevaba mucho tiempo cerrado. Eso le llamó la atención. Grafito se había dejado allí mucho equipo realmente útil y valioso si seguía en esa mina. ¿Cómo era posible que no hubiera al menos pedido a Kiral y Akiral que se lo llevasen?



-Ya les preguntaré a mis hijos cuando regresen.- Se dijo en tanto sacaba un pequeño vehículo levitador para llevar esa pesada herramienta.-



            Una vez que pudo tenerlo todo a punto, logrando traer algunas cosas del almacén, entró en la casa con aquella plataforma elevadora y ese gato. Como pudo lo colocó para que hiciera presión bajo el cristal. Poco a poco fue capaz de ir moviendo esa mole. Sonrió satisfecha. Aunque la voz seca de su droida le congeló esa expresión.



-Ama, ya te dije que no debes tocar el cristal. Está prohibido.

-En mi casa soy yo quien dicta lo que está prohibido y lo que no.- Replicó ella con tono seguro.-



            No obstante su interlocutora la observó con gesto severo para contestar a modo de ultimátum.



-Si no lo dejas de inmediato. Deberás ser neutralizada.

-¿Neutralizada?- Repitió Agatha sin comprender, pero sospechando para su horror que podría querer decir aquello.-



            Y esa droida se aproximaba hacia ella caminando sin prisa pero sin pausa, y luciendo una amenazadora expresión, cuando sentenció.



-Serás destruida lo mismo que tu esposo y tus hijos. Ellos tampoco quisieron obedecer.

-¿Qué?- Exclamó llena de pavor.- ¡Explica eso!- Le ordenó ahora a ese androide llena de furia. Mis esposo murió en una explosión en la mina en la que hacía prospecciones, pero mis hijos se salvaron.



            La droida entonces esbozó una mueca similar a una siniestra sonrisa y, moviendo la cabeza, rebatió para horror de su dueña.



-Todos fueron destruidos por su oposición a las órdenes del Hombre Sabio. Igual que lo serás tú. Averiguaron cosas que no debían de esa mina e iban a contárselas al rey. Tus hijos fueron suplantados por droidos. En el caso de tu esposo, no se juzgó conveniente hacerlo. El accidente debía parecer real. Tenía que haber al menos una víctima.

-¡Malditos seáis tú y ese Sabio!- Gritó ella, llena de rabia ahora.-



Y no se arredró, sacando de su bolsillo una especie de punzón de gran cabeza, giró ésta y se la clavó en el pecho al androide para apartarse con rapidez, parapetándose tras ese cristal. Pese a eso, su droida movió la cabeza para afirmar imperturbable.



-Soy inmune a ese tipo de agresiones.

-¿Estás segura?- Se burló ahora Agatha, indicándole con regocijo.- Cuenta hacia atrás desde diez hasta cero si eres capaz. Y luego ven a matarme si puedes.

-Eso no es ningún problema.- Repuso el autómata, quien empezó a desgranar.- Diez, nueve, ocho, siete, seis…



            Aunque en efecto, no fue capaz de concluir esa cuenta atrás, aquella cabeza llevaba una carga explosiva que detonó haciendo pedazos a ese androide. Agatha fue previsora al ponerse agachada tras aquel grueso y macizo cristal que la protegió de la onda expansiva. Al levantarse del suelo vio como éste se había agrietado. No dudó en terminar de elevarlo con el gato que todavía estaba en buen uso hasta que lo derribó. Al caer se hizo añicos con el impacto.. entonces…



-¡Vi todo como en realidad era! - Sollozó la mujer mirando al espantado Ópalo, que la sujetaba suavemente de los hombros en tanto escuchaba esa narración. –



            Entraron en la casa y él mismo observó ese salón casi en ruinas, con los muebles rotos y desvencijados, y restos de ese cristal esparcidos por el suelo. Todo estaba acorde con el siniestro panorama de desolación del exterior.



-Desde entonces he estado viviendo allí, en ese almacén. Oculta por si ese maldito Sabio aparecía o enviaba a otro de sus robots asesinos.- Sollozó Agatha.-

-Tenemos que hacer algo.- Afirmó él.-

-¿Qué podríamos hacer?- Gimió ella con desesperación.-

-Lo primero sacarte de aquí. Volvamos a mi casa. Ayúdame a comprobar si mi esposa sigue viva y está hipnotizada o algo así, o si es un androide.- Le propuso él.-

-Tengo miedo, Ópalo.- Confesó su interlocutora.-

-Lo sé. Yo también. Pero más que por mí, temo por mi familia y por este planeta. Ahora comienzo a creer que algunas cosas que ese Berilo dijo no iban nada desencaminadas…



            Pensaba en aquel infeliz, quien murió de un modo tan trágico. Igual que otros muchos que, ya desde hacía bastantes años atrás, parecía que hubieran averiguado algo inquietante. Él no se acordaba bien, pero oyó algunas historias contadas por Kim, la madre de su esposa. Así lo comentó con su contertulia.



-A nuestra suegra nunca le gustaron esas droidas…ahora empiezo a comprender el porqué.  Y por Dios, no quiero ni pensar en la pobre reina Amatista, ella siempre se opuso a ese encapuchado…

-Esto es una conspiración. ¿Verdad?- Le preguntó Agatha, conjeturando.- ¿Crees que ese Sabio podría trabajar en secreto para la Tierra?

-Podría ser. No tengo ningún indicio ni de eso, ni de otra cosa.- Suspiró él dejando eso de lado y animándola.- ¡Vayamos a mi casa! Preciso de tu ayuda. ¡Idina también la necesita! Si sigue siendo ella, quizás entre los dos podamos salvarla.



            Agatha le miró entre emocionada y dubitativa. Ópalo sonrió, admitiendo entre consternada y sinceramente.



-Sé que todavía la amas. Y ella precisa de alguien que la quiera de verdad. Puede que así, si estuviera sometida a algún tipo de control, fuese capaz de liberarse de él.

-Ella nunca me amó a mí.- Admitió su contertulia, replicando.- Siempre te quiso a ti.

-Pues vayamos ambos, y  aporta tú el amor que a mí me pueda faltar por ella.- Le propuso él.-



            Finalmente Agatha aceptó, cualquier cosa sería mejor que seguir allí sola, temiendo que ese malvado Sabio fuese a cazarla. Al menos podrían pasar a la ofensiva…



-Ya me he cansado de estar escondida.- Dijo la mujer.-

-Ahora es nuestro turno. Si todavía no ha venido nadie a por ti es que el Sabio debe de ignorar lo que ha pasado. Tenemos la ventaja de la sorpresa. – La animó Ópalo mientras los dos se alejaban de aquellas ruinas hacia el deslizador de él.-



            Días después en la Corte, las chicas seguían absorbiendo energía oscura. Debían entrar a un cuarto en el que eran bombardeadas por unos extraños haces de luces de tono grisáceo fantasmal. Poco a poco los iban asimilando, eso sí, llevando puestos aquellos pendientes.



-No debéis quitároslos en ningún momento y bajo ninguna circunstancia durante el proceso, o podríais veros gravemente dañadas.- Les previno el propio Sabio.-



            Todas asintieron obedientemente. Tras aquella nueva sesión, fue Petzite quien salió antes.



-Tengo que ir al jardín.- Les comentó.-

-¿Vas a cuidar de las flores?- Se sonrió Calaverite no sin malicioso sarcasmo.-



            Su hermana mayor no respondió a eso, sencillamente la miró con una mezcla de indolencia y desdén y se alejó.



-¡Vaya!- Se sonrió Bertierite, comentando divertida.- Parece que Petzite tiene mucha prisa. ¿No os parece?

-Sí. Es como si algo se le estuviera quemando en la cocina.- Declaró Kermesite con idéntico tono de mofa.-

-Si es por eso, yo podría apagarlo.- Se ofreció burlonamente Bertierite, elevando una de sus manos y agitándola.-



            A su requerimiento, una corriente de frío hielo semi sólido impactó en una cercana pared, cubriéndola con una apreciable capa de escarcha. Las tres se miraron sorprendidas.



-¡Vaya!- Exclamó Calaverite.- Tus poderes están creciendo deprisa, hermanita.

- A ver qué pasa con los míos.- Dijo Kermesite apuntando con su mano derecha y extendiendo la palma hacia ese capa de hielo.-



            Y no tardó en ver brotar una especie de haz de fuego de tonos azules oscuros que impactó en su objetivo, derritiendo de inmediato la escarcha.



-¡Sí! – gritó la más joven, llena de entusiasmo por su aumentada capacidad.-

-Cada vez somos más poderosas.- Comentó Calaverite.-

-Pues yo no veo que tú hayas mostrado poder alguno, hermanita.- Se rio ahora Bertierite.-



            Ese comentario no le hizo gracia a su hermana mayor, al parecer esas dos estaban volviéndose cada vez más insolentes. Sobre todo porque ella misma no había demostrado ser capaz de hacer nada semejante. Pero les iba a dar una sorpresa.



-¿Te refieres a esto?- Comentó haciendo temblar un poco el suelo que las rodeaba.-

-¿Qué ha sido eso?- Quiso saber Kermesite, mirándose perpleja con su hermana Bertie.-

-Mi poder.- Replicó una satisfecha Calaverite, explicándoles.- Al parecer puedo emitir frecuencias de ultrasonidos. Cuando uso mi látigo consigo transmitirlas destruyendo casi cualquier cosa que golpeo. Soy capaz de apagar una alta llamarada y de quebrar un gran cubo de hielo. No lo olvidéis.- Remachó con tinte de reivindicación.-

-Eso ya lo veremos.- Se sonrió Bertierite quien parecía haber aceptado ese tácito desafío.-



            Pero no dijeron más, cada una se fue por su lado. Y es que tras esa toma de energía sus pensamientos estaban cambiando. Ya no se veían únicamente como hermanas, sino como competidoras. Esa idea que el propio Sabio les había expuesto, reforzada por Rubeus, de ser las mejores para servir a su mundo y al rey. Kermesite recordaba por su parte una de las últimas clases que recibió junto con sus hermanas. Más bien fue una charla del Sabio.



-No lo olvidéis.- Les advertía, tras ese consejo de no quitarse los pendientes.- Vuestro papel será muy importante en el futuro. Némesis precisa de buenos guerreros y guerreras, capaces de defender el planeta ante cualquier ataque exterior.

-¿Acaso estamos en peligro, amo Hombre Sabio?- Quiso saber Kermesite con evidente inquietud.-

-Nunca se sabe. Pero no está de más que nos preparemos.- Le respondió éste.-

-¿Contra quién?- Inquirió Bertierite.-

-Digamos que, sin evidencias suficientes, no deseo acusar a nadie en particular.- Contestó evasivamente el encapuchado.- Sin embargo, no nos podemos permitir el lujo de descuidarnos.



            Aunque la voz de Rubeus se hizo oír entonces, puesto que el joven había entrado en la sala de reuniones en la que estaban.



-El Hombre Sabio no os lo dirá puesto que son temas de alta política. Sin embargo, yo os digo esto. Hay muchos traidores en nuestro mundo, incluso en la capital. Y nuestro deber es desenmascararlos, capturarlos y llegado el caso neutralizarlos sean quienes sean. Por eso, debemos continuar con nuestro entrenamiento. Ahora marchaos a la sala de asimilación de energía.

-Sí, amo.- Convino Petzite.-



            Y las chicas se fueron, la última en salir fue Calaverite quien dedicó una fría mirada a su superior. Éste por su parte quedó a solas con el Sabio. No tardó en recriminarle con amargura y enfado.



-¿Por qué no te opusiste a esa decisión del rey?. Se suponía que estabas de mi lado.



            Su interlocutor aguardó unos instantes y con tono calmo y analítico, replicó.



-Joven Rubeus, si algo hay importante para triunfar es la paciencia. Sobre ella se edifican los mayores logros. Debes creerme, lo sé.

-Ya he tenido mucha paciencia.- Replicó éste  con evidente contrariedad.- ¡No soporto ver a esa zorra de Turmalina en el que debería ser mi ducado!

- Comprendo que eso pueda molestarte, pero debes sopesar los pros y los contras. – Replicó su contertulio.-

-¿Qué contras?. Ahora ella es una de las damas más influyentes de Némesis, con asiento en el Consejo.- Contestó el molesto joven.-



            Y tras acariciar su inseparable bola, aquel encapuchado le respondió con tono entre conciliador y paternalista.



-Sí, y con una atadura a un ducado que deberá restaurar. Tendrá que ir allí y cuidar de él. Lo que te deja a ti las manos libres para cultivar el favor del rey Coraíon y del príncipe Diamante, quien, un día, esperemos que dentro de largo tiempo, sucederá a su padre. Y que, por cierto, está impulsando la construcción de una gran flota de naves de guerra. Y esa flota precisará de un comandante leal y entregado a la causa de la defensa de Némesis. ¿A quién crees que elegirá? ¿A Turmalina?

-No, evidentemente no a ella.- Admitió el muchacho, quien pese a todo, opuso.- ¿Qué tal a Ópalo?. Ese hombre goza de toda la confianza del rey y del príncipe.

-El conde Ópalo tiene otros problemas de los que ocuparse.- Afirmó confiadamente el Sabio.- No te preocupes, no será un obstáculo para ti…



            Su interlocutor se limitó a sonreír más animado. No tenía idea de cómo estaba tan seguro el Sabio de aquello, pero éste no solía equivocarse. Así pues, tras asentir educadamente se retiró. Aquel tipo encapuchado quedó entonces a solas y afirmó.



-Sí, el pobre conde Ópalo tendrá muchas cosas que requerirán de su concurso. Y me temo que ninguna le será agradable. Últimamente se ha vuelto demasiado curioso y ya es hora de que deje de meter sus narices en temas que no son de su incumbencia. El muy ingenuo cree que no lo sé. Pero yo me ocuparé de que no se convierta en una molestia…



            Y tras esas siniestras palabras abandonó aquella sala dejando que reinase el silencio más absoluto.

 

                            
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