jueves, 27 de septiembre de 2018

GWNE11. La ponzoña se expande.



Y entre tanto en el mundo natal del príncipe pasaron las semanas. Las cuatro hermanas junto a Esmeralda se turnaban en la vigilancia de la reina. El estado de la soberana era cada vez más preocupante. El rey pasaba a verla a menudo, casi sin ocuparse de otra cosa. Coraíon recordaba con ella los viejos tiempos.



-¿Cómo te encuentras hoy, querida?- Le preguntaba lleno de preocupación.-

-Mejor.- Susurraba ella casi sin fuerzas aunque deseando saber a su vez.- ¿Hay noticias de Diamante?

-Estará a punto de retornar.  - Contestó su esposo quién dándose cuenta de la mirada de ella, le contó.- Me ha informado de su estancia en la Tierra. Dijo que Serenity ha sido muy amable con él. Y que te envía recuerdos.

-Ya.- Suspiró la soberana.-



            Pese a su estado, Amatista conservaba todavía esa intuición innata de las mujeres de su linaje. Se daba perfecta cuenta de que Coraíon le ocultaba algo. Seguramente no lo hacía de mala fe. Sino que estaría tratando de no darle ninguna mala noticia que la afectase. Así las cosas, eso apenas importaba ya y eligió sonreír musitando.



-Tengo tantas ganas de verle otra vez…

-Le verás pronto.- Aseguró su esposo comentando.- Pero debes recobrarte, tomar tus medicinas y salir un poco al jardín.

-No deseo más medicinas. Y menos si provienen de ese Sabio.- Replicó ella, tornando su gesto serio.-

-Cariño, solamente intenta ayudarte…

-No me fio de ese tipo. Y tú tampoco deberías hacerlo.- Suspiró ella.- A la larga nos traerá la ruina.

-Eres injusta con él. Lleva años aquí y nos ha ayudado mucho. Gracias al Hombre Sabio hemos mejorado las condiciones de vida de todo el planeta. Y asegurado la defensa exterior.- Le respondió su marido con tono conciliador.-



            Amatista movió levemente la cabeza pero no insistió. No le serviría de nada y no quería discutir. Sabía que no le quedaba mucho y ya únicamente deseaba sentirse feliz junto a su amado esposo durante todo el tiempo que le fuese posible. De modo que afirmó.



-¿Harás algo por mí?

-Ya sabes que sí, lo que sea, mi amor…- Respondió inmediatamente él, acariciando ese largo y sedoso cabello rubio de ella.-

-Quisiera bailar contigo esa canción. ¿Te acuerdas?.- Sonrió Amatista.-

-¿Cómo iba a olvidarla?- Sonrió asimismo él.-



Los recuerdos de ambos volaron años atrás. Hasta aquella recepción en la Luna, cuando se conocieron. Allí estaban, tras ser presentados por la reina Selene, ante los mismísimos reyes de la Tierra.

           

-¿Tuvisteis un buen viaje?- Le preguntaba ella mirándole a los ojos.-

-Ahora mismo. Al ver vuestros ojos ni siquiera recuerdo el viaje que hice.- Sonrió él, devolviéndole esa mirada.-



            Sin casi darse cuenta se apartaron del resto. Charlaron un poco sobre temas triviales. Después derivaron hacia las construcciones de la Luna.



-Desde los tiempos de mi bisabuela la Hermosa y Gentil reina Neherenia, se han construido cúpulas, domos y sistemas de ventilación y canalización de agua por toda la cara oculta. Gracias a ellos se pudo vivir bien aquí y además han servido para cultivar y producir toda clase de flores y plantas.- Le contó Amatista.-

-Sí, me fijé antes de la fiesta en algunos de vuestros hermosos jardines.- Confesó el joven Coraíon.- Y vi también algunos retratos y holo fotos de vuestras antepasadas. Todas eran muy hermosas.

-¡Y morenas!- Se rio la joven.- Os debe de extrañar  que yo sea rubia. Mientras que mi madre, mi abuela y mi bisabuela, tenían el cabello oscuro.

-En absoluto. En mi mundo el color de los ojos y del pelo de los hijos no tienen por qué coincidir con el de sus padres.- Le contó él.- Es por la ingeniería genética. Al principio, para los primeros colonos, nuestro planeta era un lugar muy inhóspito y ellos eran muy pocos. Tuvieron que variar artificialmente algunos genes para asegurar su supervivencia y evitar los problemas de la endogamia. Eso afectó a otros atributos.

-Sí, lo entiendo.- Asintió la muchacha desvelando.- En mi caso, seguramente se debe a que mi madre se desposó con un hombre de la Tierra que tenía antepasados de cabello rubio. Debí de reunir dos genes recesivos de ese color de pelo.

-¿Y vuestros ojos?- Quiso saber él, afirmando con galante admiración.- ¿Qué clase de obra de ingeniería son? No he visto nada tan hermoso en toda la Luna.

-Supongo que serán también herencia de algún remoto antepasado.- Sonrió algo ruborizada ella.-

           

            Y quiso la casualidad que pasasen cerca de uno de los cuadros que presidía el salón de recepciones. Precisamente el retrato de Neherenia.



-Esta es vuestra mítica bisabuela.- Recordó Coraíon.-

-Sí, fue una mujer sobresaliente en todas las facetas.- Declaró la muchacha, contándole a su sorprendido invitado.- Incluso fue a estudiar a la Tierra. A una modesta universidad, haciéndose pasar por una chica corriente. Allí hizo grandes amigas. Hasta llegó a cantar y todo.

-¿De veras? Me hubiese gustado oírla.- Dijo el joven.-



            Amatista sonrió entre divertida y pícaramente. Entonces le indicó a su interlocutor que se aproximase. Él así lo hizo y la siguió hasta una consola que había en un rincón de la sala. Entonces la princesa de la Luna le preguntó.



-¿Bailaríais conmigo, Alteza?

-Con sumo placer, Alteza.- Asintió sonriendo él.-



            Y ella le devolvió esa misma sonrisa, para dirigirse al ordenador y pedirle.



-Quiero que reproduzcas la canción Inmortalidad, interpretada por la reina Neherenia.

-Entendido.- Replicó una voz femenina automatizada.-



            Al poco una melodía comenzó a sonar. Amatista le ofreció su brazo a Coraíon que lo tomó. Ambos se abrazaron listos para bailar. Y ante la perpleja y sonriente mirada de los presentes, danzaron en tanto escuchaban…



Pues estoy es lo que soy 
Y es todo lo que sé 
Y debo elegir el vivir 
Por todo lo que puedo dar 
La chispa que hace crecer el poder 

Y me quedaría para soñar, si pudiera 
Símbolo de mi fe en lo que soy 
Pero tú eres el único 
Y debo seguir el camino que tengo por adelante 
Y no dejaré que mi corazón controle mi mente 



Pero tú eres el único 
Y no decimos adiós 
Y yo sé lo que debimos hacerlo 




Inmortalidad 
Haré mi viaje por toda la eternidad 
Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro 

Cumple con tu destino 
Está aquí en tu hijo 
Mi tormenta nunca terminará
Mi destino está en el viento 
El rey de corazones, el loco bromista 



No dijimos adiós


No dijimos adiós 
Haré que todos me recuerden




Pues encontré un sueño que debe volverse realidad 
Cada parte de mí, debe verlo realizado 
Pero tú eres mi único 
Perdóname, que no tenga un papel por amor que interpretar 
Confiando en mi corazón, encontrare mi camino 
Haré que ellos me den

Inmortalidad 
Hay un sueño y un fuego en mí
Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro 



Y no decimos adiós 
No nos decimos adiós 
Con todo mi amor por ti 
Y qué más puedo hacer 


No decimos adiós



(Celine Dion y Bee Gees, Inmortality, crédito a los artistas)



            Al concluir la música hubo grandes aplausos. La misma reina Serenity se aproximó a ellos, sonriente y declaró.



-Una hermosa canción. Y muy significativa.

-Para mis antepasadas lo fue, Majestad.- Convino Amatista haciendo una inclinación a la recién llegada.- Vos lo sabéis…

-Sí, lo sé muy bien.- Admitió ésta suspirando con nostalgia.- Todas las soberanas de la Luna Nueva han sido unas grandes reinas. Siempre pensando en el futuro. Eso es lo que esta canción significaba para Nehie. El pensar que sería inmortal, a través de su legado. Y eso  incluyó a tu abuela Alice, a tu madre Selene y ahora a ti. Y un día tú también serás inmortal, querida mía, porque dejarás un legado que te perpetuará.

-Lo tengo muy presente.- Afirmó la joven, bajando ahora su mirada.- Y así debe ser.



            La soberana de la Tierra y reina de la Luna Blanca se limitó a posar una mano entre las de ella y a saludar con una ligera inclinación a Coraíon que correspondió de inmediato. Ahora, tendida en su lecho, y rememorando aquello, Amatista le confesaba a su esposo.



-Y me entristecí, puesto que pensé que ella se refería a que mi deber sería seguir en la Luna y suceder a mi madre. Pero luego…

-Sí, pudimos estar juntos y te convertiste en mi reina. ¿Sabes una cosa?- Musitó él con emoción.- A veces no dejo de sentirme culpable. Quizás, si no hubieses venido aquí…



            Aunque Amatista alargó una de sus manos tapándole suavemente los labios y negando con la cabeza sentenció.



-Si hubiera sabido entonces cual sería mi destino y me hubiesen permitido elegir, te habría escogido otra vez. No cambiaría mi vida contigo ni a nuestros dos preciosos hijos por nada. Sí.- Suspiró.- Ahora entiendo lo que la reina Serenity quiso decir en verdad. Porque para que se cumpliera ese destino que me auguró y la letra de la canción se hiciese realidad, nosotros debíamos estar juntos.



            Coraíon la abrazó con mucha ternura y cariño. Le mortificaba ver como su otrora enérgica y alegre esposa se marchitaba. Pero él lucharía con todas sus fuerzas para impedirlo. Recurriría a lo que fuera con tal de que ella mejorase. Y el Sabio le había prometido que, con sus remedios, la reina tendría alguna posibilidad.



-Confío en lo que el Sabio me dice. Pero aun si fuera el demonio en persona, haría cualquier cosa que me pidiera con tal de mantenerte a mi lado.- Pensó mientras besaba el cabello y la frente de su mujer.-



Y luego la dejó descansar, yendo él mismo a dormir. Apenas se ocupaba ya de nada en lo referente al gobierno, fiando en su consejero y en su hijo menor. A su vez, el príncipe Zafiro también hizo acto de presencia en varias ocasiones para visitar a su progenitora. Aunque la reina no dejaba de preguntar por su hijo mayor. A medida que los días pasaban, Amatista parecía irse sumiendo en una ensoñación cada vez más permanente. A esas alturas de su enfermedad la pobre mujer no parecía recordar que Diamante estaba de viaje en la Tierra. Ni siquiera Esmeralda se atrevía ya a informarla de ello y siempre le decía que su hijo la quería mucho y que enseguida vendría a lo que la enferma sonreía pareciendo encontrarse más aliviada. Pero eso no era todo. La joven duquesa tuvo que lidiar con más problemas tan embarazosos como inesperados. Un día caminaba hacia las estancias de la soberana cuando el Sabio se aproximó, levitando como siempre, sin que le hubiese sentido ni tan siquiera llegar.



-¿Qué tal sigue la reina?, Esmeralda - Quiso saber él.-

-Voy ahora a relevar a las hermanas y les pediré que me informen.- Le respondió su interlocutora.-



            Pero no pudo decir más. Se escuchaban ruidos de peleas e insultos. Para asombro de la muchacha e incluso de su acompañante, Petzite y Calaverite rodaban por el suelo agarrándose de los pelos y propinándose sendas bofetadas. Apenas repuesta de esa impresión, Esmeralda gritó para hacerse oír.



-¿Se puede saber qué está pasando aquí?...



            Aunque le costó persuadirlas de ello, ambas hermanas detuvieron la pelea y se levantaron. Apenas sí se atrevían a enfrentar la mirada con la duquesa y menos con la del consejero Real. Éste no dijo nada. Fue la joven hija del duque de Green-Émeraude quien les inquirió, como camarera mayor.



-Tendréis una buena explicación para esto… ¿Es que no os dais cuenta de que las estancias de la reina están a unos pasos de aquí?...

-Lo sentimos profundamente, Señora.- Pudo replicar Petz bajando la cabeza en tanto respiraba todavía agitada.-

-Sí, no volverá a repetirse, lady Esmeralda. - Convino Calaverite del mismo modo.-

-Eso espero.- Terció entonces el Sabio, para declarar en lo que parecía un tono teñido por la decepción.- Vuestro padre el conde Ayakashi ha viajado con el príncipe Diamante en una importantísima misión. Me dejó encargado de velar por vuestra seguridad. No quisiera tener que darle cuenta de este desagradable incidente que le avergonzaría profundamente. Además de deshonrar a vuestra familia que tan lealmente y durante tantos años ha servido a la corona.

-Te suplicamos que no se lo digas a nuestro padre.- Musitó Petzite con evidente temor.- ¡Por favor! Amo Hombre Sabio.

-Sólo ha sido una simple pelea entre hermanas.- Convino Calaverite de la misma manera.- Nada importante.



            El Sabio les dedicó unos instantes de silencio durante los cuales ambas se sintieron como si las estuvieran atravesando con la mirada. Al fin, el encapuchado declaró con desaprobación…



-Tengo importantes asuntos que atender. Dejo esta lamentable situación en tus manos, Esmeralda…

-Sí, confía en mí.- Repuso ésta con tono y expresión severa, remachando.- Yo me ocuparé.



            Una vez el Sabio se alejó, fue la menor de ambas hermanas quién se atrevió a  tratar de quitar hierro al asunto.



-No es la primera vez que tenemos nuestras diferencias.- Pudo sonreír Calaverite, requiriendo ahora a su hermana mayor.- ¿Verdad Petzite?



            La aludida no pudo replicar, Esmeralda se adelantó para reprenderlas de nuevo.



-¡Debería daros vergüenza! No sé a qué clase de cosas estaríais acostumbradas en vuestra casa, pero este es el palacio Real. Y sois nobles camareras de su Majestad…Conviene que nunca lo olvidéis. Si algo así vuelve a suceder daré parte de vosotras. ¡Ahora marchaos!



            Las dos hermanas ni siquiera se atrevieron a replicar, salieron con paso presuroso. Ahora Petzite recordaba aquel incidente. Horas antes había estado dirigiéndose hacia las estancias de la soberana. Pasó por una de las habitaciones anexas de un largo corredor que estaba desierto y escuchó unos jadeos. Apenas pudo asomarse a la entrada de esa estancia y quedar perpleja. Su hermana Calaverite estaba allí, desnuda y bajo un Rubeus en las mismas condiciones. Quedaba muy claro lo que hacían. Con presteza se apartó de la puerta. Esos dos no parecieron darse cuenta de su presencia, o si fue así no les importó en absoluto. Petzite esperó durante unos largos, tensos y embarazosos minutos. Al fin, fue su amo el que salió de allí ya vestido. Pese a que ella se había movido para no estar cerca él la vio y aproximándose sonriente le susurró.



-Vaya, querida Petzite… cuando quieras sabes dónde encontrarme. No es justo que sea solamente tu hermana la que disfrute de mis atenciones.

-Yo… no sé a qué te refieres, amo Rubeus.- Pudo tratar de mentir realmente envarada y muy violenta.-

-¡Oh! - Se sonrió ladinamente él moviendo la cabeza.- ¡Pobrecita Petzite! Esperando a su príncipe azul… y nunca mejor dicho… ¡Ja, ja, ja! Créeme. En vista de cómo es no deberías perder el tiempo aguardando…ya tiene droidas de sobra.. ¡o droidos! Uno nunca sabe…



            Y sin darle ocasión a tratar de replicar ese tipo se perdió silbando por el corredor. A Petzite le faltó tiempo para entrar en ese cuarto y ver a su hermana, que ya estaba vestida, colocándose su lazo amarillo tras el pelo.



-¿Se puede saber qué estabas haciendo con él?- Le inquirió indignada.-

-¡Imagínatelo! - Sonrió descaradamente su interlocutora, para añadir con voz melosa.- Es un hombre realmente formidable.



            Y salió de allí, siendo seguida por su hermana mayor. Iban de camino a las estancias reales. Entre tanto proseguían con aquella discusión.



-¿Cómo has podido manchar el nombre de nuestra familia de ese modo?- Quiso saber Petzite con visible ira.-

-Vamos, no seas tan puritana. – Replicó la joven con tono despreocupado.- No soy la única… Bueno, lo cierto es que Bertierite y Kermesite todavía no han empezado, pero no creo que tarden. Al menos el amo Rubeus sabe cómo iniciar a una chica, te lo puedo asegurar… Y sé que siente algo especial por mí. Eso está claro…pero tranquila, no me importa compartirle un poco con vosotras.

-¡Eres una golfa además de una estúpida!, ¿es que no te das cuenta de que no eres sino otra zorra más de su harén?- Exclamó su indignada contertulia.-



            Y es que Petzite le había visto también en actitudes muy cariñosas hacia otras mujeres. Pero su hermana, quizás molesta por ese recordatorio, le contestó ahora con patente malestar a su vez…



-Al menos yo soy algo para alguien. ¡Ya quisieras tú ser tan zorra como yo!… pero con el príncipe Zafiro. Lo siento mucho hermanita, me da a mí que ese no comparte tus deseos. Rubeus estará en lo cierto. ¡Con sus droidas debe de tener más que suficiente!…



            Una airada Petz replicó dándole una sonora bofetada a su interlocutora. Pero ésta no se arredró devolviéndosela. Su hermana mayor reaccionó lanzándose contra ella, derribándola en el suelo y cayendo a su lado. Se enzarzaron en aquella pelea y justo al poco rato aparecieron Esmeralda y el Hombre Sabio. Ahora las dos se separaron sin dirigirse la palabra en cuanto encontraron una bifurcación. Calaverite pensaba también en eso. Como por primera vez Rubeus,  durante otro día de hacía ya tiempo, fue a buscarla a su habitación. Ella estaba entretenida con su traje de faena, ese corpiño dorado y esa falda corta roja que tanto le gustaban. Iba a prepararse para salir cuando su superior abrió la puerta.



- Amo Rubeus.- Exclamó ella, atónita.- ¿Qué haces aquí?..

-¿Estás sola, Calaverite?- Quiso saber él, clavando sus ávidos ojos en ella.-

-Sí amo, mis hermanas están de turno. Ahora entraré yo.- Sonrió.-



            De hecho no podía dejar de fijarse en él, tan varonil y robusto. Con esa mirada encendida. No hubo muchas más palabras. Su jefe se aproximó despacio y alargó su mano acariciándola el mentón, después le plantó un beso en uno de sus hombros. Ella se quedó clavada, sin saber cómo reaccionar. Después él la tomó entre sus brazos y la besó. Al principio de modo suave, luego con pasión, en la boca. Cuando la chica quiso darse cuenta se estaban quitando la ropa y rodando sobre la cama de ella.



-¡Por favor! - Jadeó la joven con creciente excitación.- Yo nunca…

-Seré cuidadoso. - Le prometió él.-



            Y así fue, al menos las primeras veces. Luego pasó a montarla con evidente vigor, cosa que a ella no le disgustaba. Rubeus le enseñó a  hacer bastantes más cosas. Y eso sí, siempre con la protección adecuada. Salvo aquella primera vez en la que tras acabar él le aconsejó que tomase pastillas anticonceptivas. Consejo que Calaverite siguió de inmediato. La muchacha no podía evitar sentirse muy atraída por él, dándose cuenta de que estaba enamorada de su jefe. A fin de cuentas ese apuesto chico le dedicaba toda su atención. Pensaba ahora en su hermana Petzite, estaba claro que era una amargada que había apuntado demasiado alto. Seguro que no le dirigiría la palabra en una buena temporada.  Hasta que esa boba remilgada aceptase aquello. Bueno… le daba igual. Incluso sería mejor. Así no tendría que aguantar sus constantes regañinas. Y por otro lado estaba convencida de que dentro de poco Rubeus le propondría matrimonio y sería la marquesa de Crimson.



-¡No soy un mal partido! Nuestro padre es alguien muy importante en la Corte. ¡Allá con la idiota de mi hermana! Bueno, tendré que volver a mis obligaciones.- Se dijo suspirando en tanto se recomponía la ropa.-



Aunque pasaron unos días y las aguas parecieron volver a su cauce. Tristemente llegaron malas noticias desde el condado de Ayakashi que las reconciliaron. Al parecer Idina Kurozuki estaba enferma. Al menos esa era la versión oficial.  Eso preocupó a las hermanas. Sobre todo a la mayor, que tenía muchos deseos de ver a su madre. Lo malo era que las cuatro no podían ausentarse a la vez. Petzite, siendo la de más edad, fue asimismo la encargada de pedir permiso a la camarera mayor, Esmeralda. La joven estaba sentada en un butacón de la sala de espera, que custodiaba el camino hacia las dependencias de la reina. De modo protocolario y casi sumiso, la mayor de las Ayakashi hizo una leve reverencia y pudo dirigirse a ella.



-Disculpad,  Lady Esmeralda. Quisiera hablar con vos un momento, si me lo permitís.

-¿Qué es lo que sucede, Petzite?- Quiso saber ésta, observándola con esos penetrantes ojos avellana que tenía.-

-Veréis. Me han llegado noticias de mi madre. No está bien de salud y quisiera ir a verla.



            Su interlocutora la observó con gesto muy atento y enseguida respondió algo apurada.



-Sabes que no puedo dejar que vayáis todas. Os debéis al servicio de la soberana…

-Sería yo la única que fuese.- Le comentó la joven.- Mis hermanas quedarían aquí. Por favor, Señora.- Imploró con tono angustiado.- Hace mucho tiempo que no la vemos.

-No sé. No estoy segura de que lo aprueben en la Corte. Además, estáis sujetas a la jurisdicción del hijo del marqués de Crimson. No puedo darte permiso sin hablarlo con él…-Musitó de mala gana.-



            Su contertulia se sentía desfallecer. Su amo Rubeus no le daría ese permiso. Al menos desde que ella no se recatara en mirarle de esa forma despectiva, tras lo que descubrió que había entre Calaverite y él. Pero tendría que tragarse su orgullo e ir a suplicarle. Temblaba sólo de pensar en qué podría pedirle a cambio. Sin embargo, una voz de hombre la sacó entonces de esos pensamientos tan inquietantes. Enseguida la reconoció. Tanto ella como Esmeralda hicieron una inclinación. Era el infante Zafiro quien, con una media sonrisa, declaró dirigiéndose a la atónita Petzite.



-Perdona, no he podido evitar escucharos cuando venía hacia aquí. No te preocupes, yo hablaré con Rubeus y se lo diré a mi madre. No habrá problema. Puedes ir bajo mi responsabilidad.



            La chica apenas pudo sino despegar los labios para musitar emocionada incluso.



-Muchísimas gracias, Alteza. No sé cómo agradecéroslo.



            El muchacho sonrió, aunque con un deje de amargura para replicar.



-No tienes por qué dármelas. Sé perfectamente lo que sientes. Mi madre está enferma, mi hermano en esa condenada misión diplomática en la Tierra. Mi padre tan apenado por el estado de mi madre que apenas sí hablamos. Conozco perfectamente lo que es estar sólo. Y tú también lo sabes. ¿No es así, Esmeralda?

-Sí. - Pudo susurrar ésta asintiendo despacio y bajando la vista para admitirlo.- Lo sé muy bien. Sé lo que es estar lejos de casa y de la familia. Por mí no hay problema. Seguro que si vuestra Alteza así lo dispone, Rubeus tampoco se opondrá.



            Y Petzite pudo sonreír contenta por primera vez en mucho tiempo. Le estaba muy agradecida al infante Zafiro pero no se atrevió a decir nada más. Seguía sonrojándose cuando le veía. De modo que, tras solicitar permiso para retirarse, tuvo el tiempo justo para ver a su hermana Calaverite e informarla. Las cosas seguían tensas entre ellas, aunque por mor de sus obligaciones debían de cruzar conversación. Y en este caso con más motivo. Aunque Kalie se la tenía guardada y en esta ocasión, se enfadó bastante, para cargarse de razón y no pudo dejar de reprocharla.



-¡Claro! Así que eres tú la única que tiene derecho a ver a nuestra madre.

-Escúchame. No era posible hacer otra cosa. No podemos ir las cuatro. Ni tan siquiera dos. Y yo soy la mayor…

-¡Siempre estás con lo mismo! – Estalló su interlocutora.- Ya estoy harta. Eres la mayor… pero para trabajar todas somos iguales…

-¡Si no te gusta, haber sido tú la que hubiera ido a pedírselo a Lady Esmeralda! - Se enojó su hermana a su vez, sin tardar en recordarle.- También yo estoy harta de ver tus devaneos con Rubeus. ¡Y de que vayas a tu aire continuamente! Nada te importamos nosotras, ni nuestra familia. Ni siquiera en estos momentos.



            Su contertulia no replicó, simplemente frunció el ceño, la miró con enfado y se alejó. Petzite suspiró. No tenía tiempo para ir tras de ella y solucionar aquello. Por el contrario, aprovechó a hacer un mínimo equipaje y salir deprisa para tomar un transporte. El viaje duró varias horas. De camino tenía una mezcla de ansiedad, alegría y preocupación. No sabía a ciencia cierta cómo estaría su madre. Pero las noticias no parecían muy halagüeñas. Al fin llegó a su casa. Unas droidas de servicio que no reconoció la abrieron.



-¿Quién eres tú?- Inquirió mirando a aquel androide con extrañeza.-

-Droida Duba, mi ama.- Se presentó ésta.- Comunicación y relaciones públicas.



Tenía apariencia de una mujer de cabellos cortos anaranjados, vestida con leotardos hasta las caderas, una especie de traje ajustado de corpiño y guantes que le llegaban hasta los codos. Asimismo poseía dos largas antenas sobre su cabeza.



-¿Comunicación y relaciones públicas?- repitió la perpleja Petzite.-

-Sí señora. Puedo saber quién sois vos para anunciaros a mi ama.- Inquirió ese androide.-

-Soy Petzite Ayakashi. ¿Dónde está mi madre?- Le preguntó.-

-En sus estancias, Ama.- Repuso sumisamente la droida.-



Tras dedicarle una última mirada a ese extraño androide que al momento se retiró, la joven pasó a las habitaciones de su madre preguntando con tono dubitativo.



-¿Mamá?... Soy Petzite… ¿Estás aquí?...



            Entonces una figura bastante demacrada con el cabello lacio y ya bastante canoso salió a su encuentro. Para su horror la chica pudo reconocer a su madre. Ésta venía casi trastabillándose y al ver a la joven se detuvo en seco, señalándola con un dedo acusador.



-Tú… eres…

-Soy Petzite, mamá.- Replicó la chica tratando pese a aquella impresión de sonreír.-

-¡Eres una de ellos! - Exclamó la mujer.- ¡Apártate de mí!, no eres mi hija.

-Pero,… mamá.- Contestó la asustada muchacha.- Soy yo…he venido a verte.



            Pero aquella enloquecida mujer movía la cabeza con un rictus de temor y casi desesperación, musitando de forma inconexa…



-Todos corrompidos. ¡La Luna Negra!…¡mis hijas, mis niñas!… ¿Dónde están? ¿Qué habéis hecho con ellas?...- Chilló ahora.-

-¡Mamá! ¿Qué te ocurre?- Pudo sollozar Petzite realmente impactada por aquella dantesca escena.- Soy yo, de veras que lo soy…



            Aunque esa mujer pareció reaccionar mirándola entones con otra expresión, lloraba ahora y se lanzó a abrazar a la asustada chica.



-Petzite, cariño… no dejes que te capturen a ti también. ¡No les creas!…

-¿Capturarme? ¿Quién?.. ¿Qué te ha pasado?... ¿Has enviado algún mensaje a papá?- Quiso saber la muchacha que estaba totalmente sobrepasada por aquello.-

-¿Papá?-Gimió nuevamente su madre, que agregó con tono desvalido y lloroso.- Papá ha venido a verme…Mis niñas también. Abuela…cuéntame más cosas de la Tierra…



            La muchacha no podía evitar llorar viendo el lamentable estado de su pobre madre. Por más que lo intentó no logró sacarla ya de esas ensoñaciones que la poseían. Estuvo un rato allí, asegurándose de que esa pobre infeliz estuviese cómoda.



-No, no dejes que te engañen.- Le susurraba Idina a su estupefacta y desolada hija.-

-¿Quiénes mamá?- Le preguntó la muchacha tratando de no sollozar ante tan lamentable espectáculo.-

-Ellos, están por todas partes. No puedes fiarte de nadie.- Le contestó su madre quien inopinadamente cambió de humor para sonreír, afirmando.- ¡Cuando sea mayor iré a la Tierra! Para ver todas esas cosas tan maravillosas que me ha contado la abuela Kurozuki. ¿No sabes quien era la abuela verdad?- Inquirió con un tinte entre animado y sorprendido.-

-Claro, mi bisabuela, y la madre de la abuela Kim.- Pudo sonreír Petz.-



Aunque su progenitora daba la impresión de divagar pasando de un tema a otro. Petz no era capaz de entablar una conversación  con ella. Finalmente se marchó, musitando entre sollozos.



-Adiós, mamá…te quiero. ¡Por favor, cuídate mucho!



            Recordó al volver, como su hermana Calaverite parecía estar de mejor talante cuando la interrogó.



-Y bien… ¿Qué tal está mamá?...



            Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, Petzite no pudo evitar derrumbarse al oír esa pregunta y romper a llorar ante la atónita y preocupada mirada de su hermana.



-¡Petzite! – Pudo exclamar Calaverite con visible inquietud.- ¿Qué ha pasado?....



            Tras una seria pugna por dominarse la interpelada le contó lo sucedido. Calaverite tampoco pudo evitar las lágrimas. Entonces la mayor le ordenó recobrando su tono más serio y autoritario.



-Ni una palabra de esto a Bertierite y a Kermesite. Les diremos que estaba bien y que nos echa mucho en falta. Pero que no podemos ir a verla todas. Al menos por ahora. Que al menos ellas recuerden a mamá tal y como fue.



            Y en este caso su contertulia asintió con celeridad. Estaba totalmente de acuerdo.



-Pero tenemos que hacer algo por ella.- Afirmó entre sollozos Calaverite.- No podemos dejarla así.

-Eso está claro. Y evidentemente que haremos lo que haga falta.- Le aseguró su hermana mayor.- Pero tenemos que averiguar qué le ha sucedido.

-Llamemos a los tíos Grafito y Agatha. -Propuso su interlocutora.-

-A ellos o a los primos Kiral y Akiral. – Convino Petzite afirmando convencida.- Y entre tanto debemos estar unidas. A pesar de nuestras disputas somos hermanas. Solo nos tenemos las unas a las otras.



            Calaverite asintió, y una vez acordado eso las dos se abrazaron llorando para zanjar aquel desencuentro que habían mantenido. Se daban perfecta cuenta de que se necesitaban. Por su parte y ajena al drama personal de las hermanas, Esmeralda fue a ver como estaba la reina. Esperaba que aquellas algaradas de días atrás no hubiesen llegado a sus oídos. Por fortuna no fue así. La soberana parecía estar algo mejor, más despejada. Incluso se había levantado de la cama. Viendo que no llegaban a su hora, la muchacha le dijo que dos de sus camareras estaban indispuestas y que iba a buscar a otras. Tras el asentimiento de Amatista, la joven salió a toda prisa para localizar a las dos menores de las cuatro hermanas. Pero cuando la reina creía que eran las chicas de servicio quienes venían recibió una desagradable sorpresa. Era el Sabio que acertó a pasar justo en ese momento a “saludar” a su Majestad.



-Celebro veros mejor, Señora.- Afirmó el encapuchado, al entrar en los aposentos reales.- He rogado mucho por vos.

           

            Amatista clavó sus ojos en esa nefasta visión, era como si su estado de aturdimiento se desvaneciese por unos momentos. Más consciente de lo que ocurría a su alrededor, endureció su expresión y con tono lleno de contrariedad le espetó.



-¡No quiero que entres aquí, Sabio!

-Lamento importunaros. Vine sólo a interesarme por vuestro estado.- Pudo decir él con su tono monocorde y pausado tan habitual.-

-Pues yo lamento desilusionarte, hoy estoy mejor…- Replicó ella con sarcástico desprecio.- De hecho, mucho mejor desde que no tomo tus malditos mejunjes. ¿Qué te creías? ¿Que no conocía tu juego? Hazme un favor. Mátame del modo en que más te plazca, pero no me consideres una estúpida pelele como haces con otros a los que manejas a tu antojo. ¡Puedo tolerar que desees asesinarme, pero no que me insultes!



            Aquel ser extraño pareció clavar en ella un par de ojos que refulgieron como carbunclos desde el fondo de su capucha. Y susurró con tintes de irónico respeto que casi dieron la impresión de tratarse de una velada amenaza.



-Jamás se me ocurriría pensar eso de vos, Majestad…sé perfectamente con quién estoy hablando y nunca os subestimaría.



            Aun así, la soberana le sostuvo la mirada sin arredrarse y añadió con decisión e incluso esbozando una sonrisa de bravura.



-Haces bien. No te tengo ningún miedo. Te conviene no olvidarlo.

- Quizás eso no sea necesario en vuestro caso.- Replicó imperturbablemente él. Extinguiendo ese brillo.- No, en verdad sois una mujer decidida y valiente…

-Así es. De modo que. ¡Ven por mí!, si te atreves.- Le desafió ella apretando los puños.- Entre otros apellidos ilustres que llevo, soy una descendiente de los Lassart, desde hace mucho que mi familia ha luchado contra villanos como tú…

-Señora. No voy a por vos…os equivocáis de adversario.- Rebatió el encapuchado. Agregando en lo que parecía un conciliador tono.- Lo único que deseo es que este planeta prospere. El enemigo está en la Tierra. Ese mismo que conspiró para enviaros aquí…- Añadió haciendo que esa especie de ojos volviesen a brillar como ascuas.-



Ahora Amatista trató de sustraerse a esa mirada que parecía hipnotizarla pero no pudo lograrlo. Era como si su mente se poblase de imágenes y recordara cosas que ni siquiera hubiese vivido. Veía a Serenity y Endimión conversando con su propia madre. Amenazándola con quitarle su reino si no se deshacía de ella.



-¿Me oyes, Selene?- Resonaba la voz de Endimión, que mostraba un taimado gesto.- Este reino de la Luna siempre ha sido nuestro. Únicamente os permitimos vivir en él porque estábamos muy ocupados en otras cosas.

-Ahora lo queremos de vuelta. Todo entero.- Añadía Serenity con expresión despiadada.-Será para nuestra hija, la Pequeña Dama. Cuando al fin logremos que crezca.

-Pero…yo he sido la reina, desde tiempos de mi abuela…la reina Neherenia.- Podía oponer la soberana.-

- ¡Tu abuela era una loca! Obsesionada con su imagen y su decrepitud. Yo la saqué de ese infierno y a cambio me sirvió bien.- Replicó su interlocutora.- Le di juventud y belleza, otra oportunidad. Y entonces cumplió con mis deseos. Ser la guardiana y protectora de mi hacienda. Como una vulgar guardesa. Nada más. Además, le conseguimos un ventajoso matrimonio.

-Sí, hubo que eliminar a otro pretendiente que tenía. La muy estúpida se enamoró del tipo equivocado. - Sonreía Endimión con sádica expresión.- Pero mereció la pena. Forjamos grandes alianzas…

-No… ¡eso no es cierto! – Protestaba Amatista moviendo la cabeza entre lágrimas.- ¡No es verdad!

-¡Sí es cierto! - Replicó el Sabio con tono divertido y sádico, añadiendo.- Hicieron lo mismo con tu abuela Alice, y con tu madre, la reina Selene. Y también tú les molestabas…Por eso te casaron con Coraíon, haciéndote creer que le amabas. Tú nunca le quisiste, siempre estuviste prisionera en este planeta, en este palacio… en este cuarto. Solamente para dar a luz a los herederos…- Remachó con tintes crueles.- Sólo para perpetuar la semilla de su odio hacia la Tierra. Y en eso debo admitir que has cumplido bien.



La soberana temblaba. Apenas sí pudo sentarse en la cama. Se negaba a creer aquello, pero las visiones eran demasiado claras. Demasiado sí… En un acto reflejo rompió un vaso de cristal y se cortó en un brazo con él. Entonces aquello desapareció. Agotada pudo decir en tanto sujetaba su sangrante brazo.



-¡Maldito seas Hombre Sabio, no me creo ninguna de tus mentiras y nunca las creeré! Vas a necesitar mucho más que esa persuasión tan endeble para subyugarme. -¿Acaso no sabes quién soy yo?. Soy la reina Amatista Nairía de Némesis y princesa de la Luna Nueva, desciendo de guerreros muy poderosos y de valerosas luchadoras por la justicia. Hace falta mucho más poder del que tú, ni esa tal Marla del demonio tenéis para doblegarme. ¡Ve y díselo a tu amo!



            Pero su interlocutor no estaba allí. En su lugar, una droida y la joven Bertierite la vendaban el brazo. La niña la observaba con visible preocupación y temor, apenas se atrevió a preguntar con voz temblorosa.



-Señora. ¿Estáis bien?...



La muchacha, muy asustada, había entrado en la habitación justo a  tiempo de ver como la reina rompía un vaso, gritaba y se cortaba con él cerca de la muñeca de su brazo derecho. Luego soltaba toda aquella perorata al vacío. Rápidamente salió de la cámara y avisó a la guardia. Una droida acudió al llamado…Con un equipo de primeros auxilios enseguida vendó a la monarca. Nairía, repuesta de aquello, se centró entonces…



-¿Le has visto, mi niña?- Quiso saber.- ¿Estaba aquí, verdad?

-¿A quién, Señora?- Preguntó la confusa Bertierite a su vez.- No había nadie con vos cuando llegué.



            Pero Amatista guardó silencio, no tenía caso decir más. La tomarían por loca. Ese era el juego de aquel malnacido. O matarla o desquiciarla, lo sabía bien, tenía pruebas de precedentes, y no se lo iba a poner tan fácil. Movió la cabeza y pudo declarar, tratando de sonreír mientras recobraba poco a poco la calma.



-A nadie cariño…perdóname, debí de tener una pesadilla.

-Sí, mi Señora. Mirad. Os he traído esto del jardín.- Repuso la cría mostrándole un gran ramo de flores amarillas que había puesto en agua dentro de un jarrón.- ¿Os gustan?

-Son flores de la kerria japónica. - Comentó su interlocutora declarando con afecto hacia la muchacha. - Me gustan mucho, tienen un bonito nombre.

-Sí. - Sonrió la chica declarando.- Es un nombre precioso. Si algún día tengo una hija me gustaría llamarla así.

 -Seguro que acertarías con el nombre. Aunque mis flores favoritas son las de jazmín, igual que son las preferidas de mi hijo mayor.- Recordó la soberana, ahora tiñendo su voz con  palpable tristeza y añoranza.- Mi amado Diamante…que sigue tan lejos de aquí.

-Perdonadme, la próxima vez os traeré de esas.- Se apresuró a decir la apurada joven.-

-No niña.- Repuso Amatista Nairía acariciando con suavidad el rostro de la chica para comentar.- Son muy bonitas y sé que lo has hecho con todo tu cariño. Pero te pido que no arranques ya más flores para mí. Es mejor dejarlas vivir…-Aseveró la reina para añadir tras un instante de reflexión.- Dime una cosa… ¿Sabes tú cuál es la diferencia entre que simplemente te guste algo y amarlo?



            La interpelada negó confusa con la cabeza, observando muy atentamente a su interlocutora que, algo debilitada trató de ponerse en pie, en tanto le explicaba con voz queda…



-Cuando te gustan las flores, por ejemplo, las arrancas para traerlas a casa y contemplarlas en un jarrón. Pero si de veras las amas, las dejas vivir tal y como son, en su medio natural y eres tú quién se molesta en ir a verlas. Jamás olvides esto, Bertierite. Si de veras amas a alguien serás tú quién se sacrificará por esa persona, nunca harás que ella se sacrifique por ti…y yo sé muy bien que debo sacrificarme…por… todos aquellos a quienes… amo…



            No obstante la reina no pudo decir más, la vista se le nubló, luego todo se volvió negro y cayó al suelo. Bertie, aterrada, trató de reanimarla y al no lograrlo corrió en busca de ayuda…



-¡Socorro! Su Majestad la reina se ha desmayado. – Chillaba por los pasillos, presa de la angustia y el miedo.-



 Al punto,  y atraídos por el revuelo de esos gritos, todos se presentaron allí. Coraíon fue el primero en tomar la mano de su esposa y Zafiro estuvo presto a arrodillarse ante la cama de su madre. Algo más apartada estaba Esmeralda que lloraba desconsolada y a la puerta las cuatro hermanas que hacían lo propio. Ellas también habían llegado a estimar mucho a su reina que las había tratado con mucho cariño y dulzura.



-¿Dónde estamos?- preguntaba Amatista que casi no parecía reconocer nada de lo que tenía a su alrededor. -

-En palacio, mi amor.- Pudo susurrarle el rey –

-¡La fiesta va a empezar! – Replicaba la soberana esbozando una débil sonrisa para decir mirando al vacío. - Padre, ¿crees que al príncipe Coraíon le gustará mi vestido nuevo?

-Claro que sí. – Sollozaba él apretando la mano de su esposa entre las suyas. - Eres la chica más guapa del baile del Milenario de Plata y Neo Cristal Tokio. Ni la mismísima reina Serenity puede competir con tu belleza.

-¿Y mi niño? ¿Dónde está?- Replicó ella, cuyos pensamientos divagaban ya sin control. -

-Madre estoy aquí. – Le dijo éste, también tratando de dominar su dolor. -



Ahora Amatista pareció reconocer a su hijo puesto que le acarició la cara con suavidad y sonriendo, añadió.



-Zafiro, mi amor. ¿Dónde está tu hermano?- ¿No ha podido venir?

-Enseguida viene. – Fue la invariable respuesta que pudo darle él. – Ya llega. No tardará.



La reina respiraba ya con mayor dificultad. El rey hizo un gesto a Esmeralda que, llorosa, fue a buscar al Sabio. Le encontró a pocos metros fuera de la habitación.



-¡Por favor! – Le suplicó la chica con lágrimas cayendo por sus mejillas. - Trata de hacer algo por la reina.



Aunque el interpelado respondió con su voz teñida de lúgubre pesar.



-Desgraciadamente esto supera ya los límites de mis conocimientos. Contra el mal que le han enviado soy impotente, querida niña.



Esmeralda le dedicó una mirada atónita entre sus lágrimas. ¿Qué había querido decir con eso de “le han enviado”?. Aunque rápidamente se olvidó de ello cuando Calaverite salió a buscarla con gesto triste y preocupado.



-¡Lady Esmeralda, deprisa, la reina os llama!



La muchacha se apresuró a ir, arrodillada también junto a la soberana, en tanto Zafiro le cedía su sitio tratando de que sus lágrimas no fueran evidentes a su madre. Petzite pudo acercarse entonces al príncipe llena también de conmiseración. Quería decirle algo, algunas palabras que fueran de consuelo al verle tan deprimido, pero sus labios eran incapaces de pronunciar nada. Esmeralda en tanto se acercó a la soberana que, con las pocas fuerzas que le quedaban, acarició su largo y sedoso pelo y musitó.



-Mi niña, trata de cuidarle bien. Yo no he podido hacerlo.

-Os pondréis bien, Señora. – Replicó la pobre muchacha sin poder evitar llorar. -

-Quise ser una buena reina para mi pueblo. Quise traer la paz y la alegría a Némesis y a la Luna… - Suspiró aquella mujer con sus últimas reservas de energía. -

-Y lo hiciste. Siempre has sido la luz de mi vida y de este reino. ¡La esperanza de todos! – Le aseguró amorosamente el rey que seguía sin soltarle la mano. – ¡Eres mi amor, te quiero!…



Amatista Nairía recordaba ahora con sus últimas energías cuando, siendo una joven dama casadera, conoció al entonces príncipe Coraíon en esa audiencia. Después celebraron aquel baile de gala del Milenio de Plata en Cristal Tokio. Ambos se miraron embelesados desde el primer momento. Bailaron juntos toda la noche y, poco tiempo después, el príncipe volvió y fueron conociéndose mejor. En esa época las relaciones entre sus mundos pasaban por un momento de distensión y que aquellos dos jóvenes se enamorasen fue algo muy celebrado en la Corte de la Tierra. Asimismo debió serlo en Némesis porque, tras el mensaje de Coraíon para consultar a su abuelo el rey Corindón, llegó la petición de oficial de mano. Luego fue su madre la que habló con ella. Diciéndole con pesar que debería renunciar al trono de la Luna para celebrar ese enlace. Pero la muchacha lejos de lamentar aquello, fue inmensamente feliz. Al poco  la princesa fue llamada a presencia de su soberana la reina Serenity y del rey Endimión. Ambos la recibieron sentados en sus tronos. Ella, vestida con ropas sedosas e inmaculadas, él, con un traje negro tachonado de ribetes dorados y una capa a juego. La joven doncella hizo una gran reverencia en tanto el rey le decía.



-Mucho nos complacen las nuevas que hemos recibido de Némesis. Desean firmar un tratado de amistad duradero y a cambio proponen vuestro matrimonio con el príncipe heredero.

-Aunque sabemos que ese mundo es duro y hostil. Por ello solamente vos, princesa Amatista, debéis decidir si aceptáis o no la propuesta. Como suponemos que vuestra madre os habrá informado, será mucho a lo que tendréis que renunciar. – Agregó Serenity mirándola con simpatía y algo de pesar. –



Nairía sabía que su linaje era uno de los pocos que conservaba sangre real. Al margen de las guardianas personales de la reina, cada una princesa de su propio planeta, ella era la única que tenía un rango capaz de permitirla emparentar con la realeza. Siendo además la heredera al trono de la Luna Nueva y sabiendo que tendría que renunciar a ese derecho. Pero a ella eso no le importaba tanto como sus propios sentimientos. Y estaba enamorada de ese gentil príncipe de Némesis. No tardó por ello en replicar con respeto e ilusión en su tono y semblante.



-Para mí será un placer y un honor. Además de una gran felicidad, Majestades. Amo al príncipe Coraíon como sé que él me quiere a mí. Y con nuestra boda sellaremos la amistad y la reconciliación permanente entre nuestros mundos. No podría desear nada mejor.



Serenity sonrió de forma luminosa, se levantó del trono y cuando aquella joven dobló la rodilla ella la hizo erguirse ayudándola personalmente a ello para declarar con dulzura.



-Vuestros bisabuelos, abuelos y padres fueron aliados y, sobre todo, amigos leales. Vos lo habéis sido también. No hay nada que me haga más feliz que aceptéis este matrimonio por amor. Siempre os tendremos en la más alta consideración princesa Amatista Nairía de la casa Moon Light. Recordad que, por encima de todo, la paz es la meta y la bondad el camino para conseguirla.

-Gracias, mi reina…Reina Serenity…rey Endimión, es todo por vos…-Musitó esto último de un modo inteligible para el resto. -

-Cariño.- Le pidió Coraíon.- Resiste.

-Quiero bailar, contigo…otra vez..- Le pidió ella, tratando de elevar un brazo y acariciarle.-



            El rey no lo dudó, tomándola en sus brazos la levantó del lecho, y la abrazó sujetándola para pedirle a una llorosa Esmeralda.



-Pon su canción…¡Vamos!- La urgió…



            Aunque la pobre y devastada chica no sabía a la que se refería. Fue la agonizante reina quien susurró.



-¡Inmortalidad!



            Y la joven camarera repitió la orden. El computador reprodujo esa melodía y la canción. Así, Coraíon la llevó dando vueltas despacio por toda la habitación, abrazado a ella. Y entre tanto, los presentes se hicieron a un lado entre emocionados y rotos por el pesar.



-Inmortalidad… Inmortalidad. Haré mi trabajo por toda la eternidad. Seguiré recordándote junto a mí, aquí adentro.- Pudo apenas musitar ella, remachando.- Nunca decimos adiós…



Aquello fue casi lo único que la pobre mujer pudo musitar al borde del desfallecimiento. La canción acabó y ella regresó de nuevo a la realidad de su agonía, mientras su destrozado marido la depositaba en su lecho. Con toda su familia allí, excepto su primogénito al que tanto amaba. Como pudo, ella se esforzó por añadir.



-Recordad siempre que… por encima de todo,… la paz es la meta y la bondad…el camino… – Pudo susurrar la agotada reina que ya no volvió a hablar.-



La cabeza de Amatista cayó suavemente hacia un lado y tanto el rey como su joven doncella parecieron aguardar unos instantes como si el tiempo se hubiera detenido. Fue el monarca quién, sobreponiéndose al dolor, cerró los ojos de su esposa. Esmeralda no pudo dejar de llorar sobre el pecho de la soberana y tanto Zafiro como las hermanas lo hicieron también en silencio. Ellas bajando las cabezas, apesadumbradas junto a su príncipe.



-¡Oh, Señora!- Sollozaba Kermesite abrazada a su hermana Bertie.-



La pequeña de las Ayakashi recordaba a aquella estupenda mujer que hizo también el papel de madre para ellas, desde que estuvieran alejadas de la suya propia. La chica pensaba en aquellos días en los que, estando mejor de salud, la reina Nairía la observaba dando clases a los más pequeños.



-A ver.- Preguntaba la muchacha a un grupo de niños que no debían de pasar de los ocho o nueve años y que la escuchaban atónitos.- ¿Quién sabe dónde está la Tierra?

-Pues bajo el suelo.- Respondió uno de los niños, de color verde de pelo y regordete, como si tal cosa.-

-¿Qué Tierra?- Quiso saber una niña rubita a su vez.-

-Pues el planeta.- Le aclaró Kermesite.-

-¿Qué es un planeta?- Preguntó un crío de apenas cuatro años.-

-Un planeta es…- su improvisada maestra se llevó la mano a la barbilla y entonces pudo decir.- Es una bola muy grande en la que hay cosas…por ejemplo gente.

-¿Entonces en la Tierra hay gente?- Inquirió la niña rubia de antes.-

-Claro, mucha.- Sonrió Kermesite.-

-¿Y qué aspecto tienen? ¿Son feos? –Preguntó el crío regordete.-



Su interlocutora iba a decir algo cuando tras de ella escuchó la voz de la soberana, que, risueña, respondió en su lugar.



-Pues son más o menos como yo.



            Pese a los años de enfermedades y desgaste la reina seguía siendo una bella mujer, quizás no tan vigorosa, con el pelo algo encanecido y ligeras arrugas en su semblante. Sin embargo, aún mantenía esa figura esbelta y ese porte señorial.  Nada más ser conscientes de su presencia tanto Kermesite como los niños de más edad enseguida hicieron una reverencia. La muchacha incluso se disculpó con azoramiento.



-Lo siento, Majestad… Es que estaba cuidando a estos niños y quise entretenerles…

-Me parece muy bien. Y hasta has montado tu propia clase.- Se sonrió divertida, para preguntar de modo jovial.- ¿Te gustaría ser maestra, Kermesite?

-Me gusta contar cosas.- Pudo replicar la aludida, no sin rubor.- Y enseñar a los pequeños, sí.

-Claro, tú eres la pequeña de tus hermanas, por eso te gusta tener a niños y niñas a los que poder enseñar lo que has aprendido. Lo comprendo y es algo muy bonito. Ojalá puedas hacerlo realidad algún día.

-También me gustan los cosméticos, Majestad…-Se atrevió a añadir la chica más animada.- ¡Y bailar!



            Amatista sonrió y con un ademán invitó a la joven a sentarse junto a los niños, ella ocupó una sencilla banqueta y mirando a todos con amoroso gesto les dijo.



-¿Queréis que os cuente cosas de la Tierra? Yo nací allí… Bueno, realmente fue en la Luna, pero visité la Tierra muchas veces, incluso viví en ella algún tiempo.

-¡Sí, sí! – Corearon los críos, que no eran aún muy duchos en seguir los rituales cortesanos.-

-Niños, es la reina.- Pudo musitar una envarada Kermesite, poniéndose colorada.-

           

            Pero la soberana se rio divertida y refrescada por aquello.  Le encantaba estar rodeada de aquellos pequeños a quienes no les importaba su rango, sino su simpatía. Y que mostraban tenerle mucha estima sin buscar nada a cambio. Esa inocencia podía sentirse y eso la animaba mucho. Entonces comenzó a referir, entre las atentas miradas de los niños y de Kermesite…



-La Tierra es un mundo muy hermoso, de cielos y océanos azules, con muchas nubes flotando. Con enormes bosques y muchísimos animales…



            Y habló durante un largo rato, y les narró relatos sobre muchas cosas, de la vida, de las costumbres, incluso de sus propios antepasados…Al final, algunos niños levantaron la mano, la cría rubita le preguntó.



-¿Y está muy lejos?

-Sí, lo está.- Afirmó la reina.-

-¿Algún día podremos ir?- Inquirió el niño regordete.-



            Por un momento el rostro de la soberana se ensombreció. Aunque enseguida recuperó una sonrisa declarando.



-No veo por qué no.- En origen todos erais terrestres, los padres de vuestros padres vinieron aquí hace mucho, mucho tiempo…

-Mi mamá me ha dicho que tuvieron que venir huyendo, porque los terrícolas nos odian.- Terció una pequeña morena de apenas cinco años.-



            La soberana le dedicó una entristecida mirada, aunque se rehízo de inmediato.



- ¡No cielo…no nos odian! Quizás lo que pasó es que hubieron muchos malos entendidos.- Replicó afablemente Amatista, para sentenciar.- Pero estoy convencida de que, un día… podremos ir a visitar la Tierra e incluso a vivir allí si queremos. ¿Quién sabe?- Le sonrió animosamente ahora a Kermesite para remachar.- ¡Puede que los chicos de tu generación sean los primeros en retornar!



            Ahora la joven aludida volvía de esos recuerdos, observando el cuerpo sin vida de la reina, tumbada en el lecho. La pequeña de las hermanas no podía parar de llorar. Su hermana Bertierite sufría de igual modo. La muchacha también recordó esas palabras que la reina le dijera, sobre las flores…incluso rememoró aquella vez, siendo tan cría, visitando los jardines reales con su padre y sus hermanas, cuando la conoció tomándola por una mera trabajadora. Lo mismo les sucedía a  Petzite y a Calaverite, quienes estaban visiblemente compungidas. Tanto que olvidaron incluso sus diferencias. Las dos tuvieron ocasión y el honor de servir a esa mujer que siempre las trató de forma muy amable e incluso afectuosa…



            Petzite estaba arreglando la habitación de la soberana, era su primera semana allí. Apenas sí había visto a la reina hasta entonces. Fue ésta la que entró en ese momento y la muchacha hizo una prolongada reverencia.



-¡Majestad!- Pudo decir algo cohibida.- Perdonadme, no he tenido tiempo de terminar…



            Y para sorpresa de la joven, la reina la ayudó a doblar una manta y a colocar algunas cosas en tanto le decía sonriente.



-No te apures por eso. ¿Eres Petzite, verdad?- Le preguntó con amabilidad.-

-Sí, mi Señora.- Acertó a responder bajando la cabeza.-

-Eres una jovencita muy hermosa y trabajadora. Sé que eres la mayor y que, además de atender a tus obligaciones, cuidas a tus hermanas pequeñas. ¿No es así?..

-Hago lo que debo hacer, Majestad.- Replicó tímidamente.- Mi madre así me lo pidió…

-Tu madre seguramente os echará muchísimo de menos.- Dijo la soberana.- Lo comprendo, también tengo hijos…



            La muchacha no supo que contestar a eso, o si debía o no hacerlo. Permaneció en un respetuoso silencio y oyó a la reina añadir.



-Algún día, seguramente que te casarás y tendrás a tus propios hijos. Entonces ellos serán para ti lo más valioso.

-Sí, Señora.- Repuso al fin la joven.- Será sin duda como vos decís.

-¿Y tienes ya a algún muchacho especial?- Le inquirió la reina con un tono de complicidad que la sorprendió.- ¿Alguno que haga saltar tu corazón cuando piensas en él?



            Desde luego no iba a decir de quién se trataba, pero no pudo evitar enrojecer. Amatista se dio cuenta de eso y le sonrió cariñosamente, para declarar en voz alta.



-¡Ojalá que, sea quien sea, te quiera igual que tú a él! Y que podáis ser felices un día los dos juntos. Yo deseo eso mismo para mis dos hijos. Que encuentren a personas buenas y que de veras les amen, no por su posición, sino por como son ellos realmente.

-Seguro, Señora.- Se atrevió a responder ahora la chica.- El príncipe Zafiro y el príncipe Diamante son unos jóvenes muy apuestos y amables.



            Amatista la observó con detenimiento, sonrió y Petzite podría jurar que leyó en ella como en una pantalla de ordenador. Sobre todo cuando la reina se permitió acariciarla en una mejilla y suspirar con patente afecto.



-Mi niña… Yo sería muy dichosa si los dos tuvieran la suerte de encontrar a alguien como tú…



            Ahora esa pobre mujer ya no podría ver a sus hijos felizmente emparejados. Y ella misma pensaba que su amor era imposible. No podía dejar de llorar pensando en ambas cosas. La soberana era la única que la había tratado como a una hija y la había escuchado en mucho tiempo.  



-Mi señora…Némesis no será lo mismo sin vos.- Pensaba realmente apenada.- Ni yo tampoco.



            Calaverite también lo sintió muchísimo. Ella siempre había sido mucho más desapegada que sus hermanas en según qué cosas y desde luego más lanzada, sobre todo a la hora de entablar relaciones con el sexo opuesto. Pero siempre apreció mucho a su reina. Incluso cuando ésta la reconvenía a veces…recordaba una de las ocasiones en las que llegó tarde…



-Siento el retraso, mi Señora.- Se disculpaba bajando la cabeza y haciendo una inclinación ante la reina, que estaba sentada en un sofá.-

-Calaverite.- Le dijo ésta con tono entre paciente y reprobatorio.- Es la tercera vez esta semana…

-Lo lamento muchísimo, de veras.- Se apresuró a repetir inclinándose de nuevo.- No volverá a ocurrir.



            La soberana se levantó entonces y pudo aproximarse a ella, la chica no se atrevía a mirarla esperando a buen seguro una buena y merecida reprimenda. Y es que sus ganas de fiesta y sus salidas de palacio le pasaban factura. Simplemente quería divertirse un poco. Aunque si su hermana Petzite se enterase sería incluso peor todavía. Entonces, para sorpresa suya, escuchó  la reina decirle con tono amable.



-No te preocupes. También he sido joven. Aunque te parezca imposible me encantaban las fiestas, los bailes y estar rodeada de chicos guapos. Bueno, al menos hasta que conocí a su Majestad el Rey. Te comprendo bien. Y sé que también debes echar muchísimo de menos a tus padres. Es duro separarse de los tuyos y dejar atrás tu hogar.

-Sí señora.- Musitó la desconcertada muchacha.- Lo es.

-Por eso, acepta este pequeño consejo que te doy. Apóyate siempre en los que te quieren, tú tienes a tus hermanas. No ignoro que Petzite y tú discutís muchas veces. Pero tampoco ignoro que, en el fondo, os queréis. Tú eres la segunda en edad. Y sé que posees mucho talento e inteligencia. Tienes que usarlos para hacer el bien porque, mi niña, luego es tarde para dar marcha atrás. Ahora querida…debes empezar con tus obligaciones.



            Y Calaverite así lo hizo. Esa mujer había sido una magnífica reina y buena persona. Y pese a la diferencia en rango notó en ella el cariño que echaba en falta en numerosas ocasiones. Ahora sollozaba también, sin poder evitarlo.



-Trataré de mejorar por vos, Señora.- Se decía.- Os lo prometo.



            Y Esmeralda no era menos que el resto. La desconsolada joven sí que había tenido una madre en esa mujer. Ambas se consolaban respectivamente por sus carencias. Amatista, por las prolongadas ausencias de su esposo e hijos, siempre al cuidado del reino y la propia joven por la falta de una madre y la no presencia de su padre. Un día recordaba cómo la reina daba un paseo y la llamó. La muchacha vino ataviada con un sedoso vestido ajustado de color negro, botas altas  y de tacón a juego y un ornamento compuesto de tres grandes gemas verdes que se repartían sobre su pecho. Aquello sorprendió  a la reina.



-¿De dónde sacaste ese vestuario? Hay que reconocer que es elegante y muy bonito…

-¿Os gusta, mi Señora?- Peguntó la chica esperanzada, al desvelar.- Seguí vuestro consejo. Yo misma lo diseñé y una de las droidas me ayudó a fabricarlo.

-Eres realmente muy talentosa.- Afirmó Amatista con satisfacción.- Me recuerdas mucho a las historias que mi propia abuela me contaba.

-¿Vuestra abuela la reina Alice de la Luna?- Quiso recordar su interlocutora.-

-No, mi abuela paterna, Crista. – Repuso la soberana, sonriendo para relatar.- Ella fue modelo y llegó a ser la directora de una gran casa de modas terrestre, en París. Eso fue hace mucho…creo que antes del Gran Sueño. Ya no me acuerdo de los detalles. Pero creo que su mentora fue una gran diseñadora. Y mi abuela siempre me contaba que la nieta de su maestra era su mejor amiga. Y que esa amiga tan querida tuvo que irse a un largo viaje. Yo llevo el nombre de la madre de su amiga, que era la hija de esa legendaria diseñadora.

-Es un nombre muy bonito, Amatista.- Declaró Esmeralda, afirmando con genuino deseo de que así fuera.- Si algún día tuviera una hija, me gustaría que me honraseis permitiéndome llamarla como vos.

-Mi niña.- Sonrió la soberana.- El honor sería mío. ¿Sabes? Los nombres transmiten muchas cosas. Y una de ellas son los recuerdos y el legado de los que nos precedieron. Yo estoy muy orgullosa del mío, puesto que mi abuela siempre me dijo que la madre de su querida amiga fue una gran mujer. Una mujer valiente y decidida, que hizo muchísimas cosas buenas por los demás. Quisiera parecerme a ella en esto también.

-Lo que no comprendo es por qué no os llamaron como a esa amiga.- Se extrañó la joven.- ¿sabéis cuál era su nombre?

-Sí, creo recordar que se llamaba Maray…-Repuso la soberana.- Y que era una chica realmente increíble.



            Esmeralda sintió un escalofrío recorrerla, se estremeció y la reina lo vio enseguida.



-¿Estás bien?- Se interesó con inquietud.-

-Mi madre se llamaba así.- Pudo decir con emotividad.-



            Nairía la observó no sin sorpresa y no tardó en replicar.



-Es verdad. Perdóname. Ni he caído en la cuenta. Tu madre fue una gran amiga mía. Me recibió en este planeta cuando llegué y me brindó su apoyo. Era una gran mujer que te quería mucho.

-¡Ojalá hubiese podido conocerla! - Sollozó la muchacha.-

-Recuerdo como te trajo al mundo precisamente aquí, muy cerca de estas estancias, en el salón esmeralda. Yo misma la ayudé, junto con el médico de palacio. Y tu madre fue muy feliz cuando te tomé en brazos y te puse a su lado.- Sonrió la soberana.-



            Esmeralda recordó esa historia. Alguien se la contó hacía mucho tiempo. Fue su propio padre, cuando ella no era más que una niña. Ahora lloraba con emotividad.



-Sí, por eso me llamaron así.- Suspiró la muchacha.-



Amatista acarició el rostro demudado de la chica e incluso sacó un pañuelo para secarle algunas lágrimas, al tiempo que le decía con afecto.



-A veces el destino nos tiene planes reservados. Y seguro que no es una casualidad. No me cabe duda de que tendrás un importante papel que jugar en tu vida. Intenta que sea para bien.

-Sí, Señora, así lo haré.- Sonrió su interlocutora.- Os doy mi palabra.



            Y ahora sólo veía el cuerpo sin vida de esa gran soberana y magnífica persona, que parecía estar durmiendo como otras tantas veces. Casi daba la impresión de que iba a despertar muy pronto y a pedirle que la ayudase a salir al jardín. Esmeralda movía la cabeza apretando los labios y llorando sin consuelo.



-Solamente decidme, Señora. ¿Qué podré hacer yo para confortar al príncipe cuando vuelva?...Si no soy capaz de lograrlo conmigo misma.



Y su pregunta tardó un tiempo en poder ser contestada. Pero finalmente, al cabo de pocas semanas, regresó Diamante para encontrase esa luctuosa situación.  Cuando decidió volver a su mundo sin más tardanza sabía que por mucho que se apresurara el viaje duraría varios meses y lo principal era el estado de su madre. Al fin, cuando llegó a Némesis el panorama no podía ser más trágico. La reina había muerto sin poder verle. Su padre estaba profundamente trastornado por su pérdida, pasándose largas horas en sus estancias sin recibir a nadie. Zafiro y Esmeralda estaban desconsolados aunque tratando de mantenerse enteros y sostener la Corte y los trabajos esenciales de palacio y del gran generador de energía. Ante eso el joven heredero se enfrentó a todo lo mejor que pudo. Trató de animar a los suyos y agradeció las muestras de cariño y de lealtad hacia su madre. Pero en su interior hervía de ira contra el reino de la Tierra. Trató de comunicarle lo ocurrido allí a su padre con el mayor tacto del que fue capaz.



-Padre.- Pudo saludar con tono lleno de respeto y teñido de pesar por las circunstancias.- He vuelto de la Tierra.



            Coraíon tardó unos momentos en reaccionar. Estaba sentado en su trono, mirando aparentemente a ningún sitio. Tras unos instantes giró su cabeza en dirección al recién llegado. Le observó sin hablar y finalmente declaró.



-Bienvenido a casa. Hijo. Espero que todo haya ido bien.

-Sí, padre.- Musitó él, bajando la cabeza.- Fui recibido por la reina Serenity. Ella me aseguró que desea la paz entre la Tierra y nuestro reino.

-No esperaba menos de ella.- Asintió Coraíon.- Dime. ¿Qué impresión te dio?

-Es una mujer realmente muy notable.- Afirmó sinceramente el chico aliviado de poder decir algo bueno.-



Y el príncipe le contó a su padre lo menos posible, omitiendo incluso los desplantes que recibió, para no agravar su estado. A Coraíon le consoló al menos que su hijo pudiera disfrutar viendo las maravillas de la Tierra. El chico decidió centrarse en eso, para transmitirle una pequeña alegría. Más aún en memoria de su madre. Después de despedirse y salir pidió consejo al Hombre Sabio, tras narrarle  a este detalladamente lo sucedido justo antes de retornar de la Tierra. El consejero escuchó con gran interés y le replicó de forma algo enigmática, con el tono del que veía a su pesar confirmadas sus sospechas.



- Así que, el Rey Endimión no estaba y luego se negó a veros y os humillaron acusándoos falsamente. Era justo lo que yo imaginaba. Está muy claro a lo que juegan.

-¿Qué queréis decir? - Preguntó Diamante cada vez más alterado según le escuchaba. -

- De seguro que los acontecimientos que han ocurrido en nuestra luna meridional tienen que ver con sus manejos.- Repuso su interlocutor.-



Y ante la extrañada mirada del joven su consejero le contó que habían ocurrido bastantes cataclismos en esa luna, la antigua nave en la que llegaran los pioneros, sin ninguna justificación aparente. Se  capturaron a varios sospechosos de sabotaje que habían confesado actuar bajo órdenes del rey Endimión. Diamante consultó con su hermano y con Rubeus que se lo confirmaron. De hecho, el joven pelirrojo estuvo por allí comisionado por el Sabio, y pudo obtener gran parte de aquella información. Sucedió unos días antes de la vuelta del príncipe. El hijo del marqués de Crimson salía de uno de sus típicos devaneos con alguna cortesana cuando el encapuchado se aproximó.



-Joven Rubeus. - Le llamó con tono monocorde.-

-Sí, Hombre Sabio.- Repuso éste.-

-Te buscaba. Hay asuntos que requieren mi atención y uno en particular que me gustaría discutir contigo.

-Tú dirás... ¿En qué puedo ayudarte?



            El Sabio sacó entonces unos alargados cristales de color negro y le comentó.



-Estos pendientes poseen mucho poder. Te ayudarán en tu carrera. Y también en un trabajo que deseo encomendarte.



            Y con la total atención de ese joven en él, el encapuchado le refirió noticias sobre algunas explosiones en la luna meridional y otros extraños sucesos en partes lejanas del planeta. Entre ellas, el territorio del ducado de Green.



-¿Estáis totalmente seguro de eso?- Inquirió Rubeus con gesto y tono de sorpresa.- ¿Se sabe algo del duque?...

-Nada por ahora. Pero mucho me temo que el enemigo ha logrado golpearnos de algún modo.- Le comentó el Sabio, añadiendo.- Confío en que podrás hacer averiguaciones.

-Sí, os aseguro que llegaré al fondo de esto.- Afirmó el chico.- Me llevaré a las hermanas conmigo.

-En esta ocasión es preferible que vayas únicamente por tu cuenta. No me fio mucho de ellas, son muy jóvenes todavía y quizás les falte discreción sobre lo que podáis encontrar allí.- Opuso su contertulio.-

-Bien, en ese caso yo sólo me las apañaré.- Afirmó el muchacho.-

-Me complace ver que eres un leal servidor de su Majestad. Me ocuparé de informarle personalmente de tu devoción.- Le aseguró su interlocutor.- Cuando todo se solucione.



            Rubeus se marchó visiblemente satisfecho. Seguro que descubriría lo que fuera que hubiese sucedido. En cualquier caso, siempre podría culpar a ese estúpido Cinabrio. Aunque, ahora que lo pensaba.



-Creo que ese tipo sigue en prisión. No pudo ser él. Quizás algunos de sus partidarios. O es posible que nada tengan que ver.



            Entre tanto, Turmalina aguardó pacientemente la vuelta de Ópalo. Al retornar, éste fue a verla de inmediato, incluso antes que a sus propias hijas. Tras saludarse y recordar viejos tiempos en las habitaciones de ella, conversaron. Tras lamentar con sinceridad la muerte de la reina él enseguida quiso preguntarle.



-¿Sabes si mis hijas han ido a ver a su madre?

-Creo recordar que Petzite se ausentó por un par de días.- Le contó ella que no estaba del todo segura.-



            El conde no dejaba de darle vueltas. ¿Habría hablado su hija mayor con Idina y descubierto el engaño? Aunque esas reflexiones se vieron interrumpidas por el susurro de su amante quién, abrazándose a él, le desveló.



-Hablé hace poco con el Sabio. Me dijo que mi reclamación del ducado de Turquesa está próxima a resolverse. No se lo van a dar a Rubeus. Ese tipo es solamente un bruto. ¡No lo obtendrá!. Me lo va a dar a mí.

-¿Te ha dicho a cambio de qué?- Quiso saber él con tono inquieto.-



            Por suerte, su interlocutora debió de interpretar mal aquello. Se rio divertida y enseguida afirmó entre carcajadas.



-¡No! No es eso que te imaginas. Que yo sepa ese tipo no se relaciona con nadie de ese modo. Debe de ser muy viejo. Si te digo la verdad, tendría curiosidad por mirar debajo de ese sayal que lleva. ¡Ja, ja!…



            Ópalo forzó una sonrisa de circunstancias, pero la verdad es que no le hacía ninguna gracia. Se acordaba de ese mensaje de su mujer y temía que, en efecto, esos sucios trucos de aquel encapuchado la hubieran terminado de volver loca. En cuanto pudo, se libró de Turmalina y se vistió, pretextando que debía ir a saludar a sus hijas. Aunque por una vez no era ninguna excusa. Tenía muchas ganas de verlas. Las muchachas una vez fallecida la reina, estaban ahora reintegradas al servicio de Rubeus. Por fortuna aquel tipo no estaba por allí, y ellas se pasaban el día tratando de entretenerse o bien entrenando. Su superior les había informado que desde ese momento, se unirían a él como grupo de vigilancia.



-Vuestro deber a partir de ahora será ayudarme en mis investigaciones. Némesis está infectado por una plaga de traidores. Quizás alguno de ellos tuviera relación con el fallecimiento de nuestra amada reina.

-En tal caso, Señor, nos ocuparemos de hacérselo pagar.- Declaró Petzite con el asentimiento del resto de sus hermanas.-



            Y se aprestaron a ello, practicando técnicas de lucha y rastreo con droidas entrenadoras. No obstante, Rubeus les comunicó que, por el momento, no contaría con ellas para llevarlas en su próxima misión.



-Debéis adiestraros más y mejorar para eso.- Contestó cuando Calaverite se lo pidió.-

-Pero…Amo Rubeus.- Pudo decir, al estar en presencia de las demás.- Al menos llévate a una de nosotras.- Le sugirió, esperando ser la elegida.-

           

            Sin embargo, éste le dedicó una mirada fría y moviendo la cabeza, sentenció.



-Cualquiera de vosotras solamente representaría un estorbo ahora. Entrenad y aprended.

-Sí amo.- Repitieron las otras tres.-



            Y obedecieron. Ópalo llegó a verlas cuando las muchachas estaban descansando. La primera en darse cuenta fue Kermesite, que vestía un traje morado a rayas oscuras que cubría todo su cuerpo, y una especie de tutú a modo de falda.



-¡Papá!- gritó levantándose de un sillón en donde estaba.-



            Ópalo la abrazó de inmediato. Las demás se aproximaron también y el conde fue haciendo lo mismo con todas ellas. Lo cierto es que habían crecido mucho. Sobre todo las más pequeñas. Ya daban la impresión de ser mujeres, y las mayores sí que tenían ese aspecto de jóvenes señoritas de la Corte. Justo lo que él siempre anheló.



-¡Kermesite, Bertierite, Calaverite, Petzite! - Las nombró de menor a mayor, visiblemente contento.-

-¡Qué alegría que hayas vuelto!- Afirmó Bertierite.-

-Sí, es verdad.- Convino una menos entusiasmada Calaverite.-



            Aunque la mayor de todas no dijo nada. Se limitó a observar a su padre con gesto algo severo. Éste lo advirtió, pese a ello les dijo a todas.



-Tenéis que contarme muchas cosas.

-¿Acaso te interesa de veras que ha sido de nuestras vidas, padre?- Le respondió fríamente su primogénita.-



            Eso sorprendió tanto a Ópalo como a las dos hermanas más pequeñas de Petzite. Aunque el conde enseguida fue capaz de contestar con tinte afable.



-Por supuesto, cariño. Sois lo más importante para mí.

-Junto con nuestra madre, supongo.- Añadió Calaverite, con un tono teñido de sarcasmo, uniéndose por una vez a su hermana mayor.-



            Kermesite y Bertierite se miraron sin comprender qué estaba sucediendo. El gesto de su padre ahora se había endurecido. No dudó en replicar con un tono más severo.



-Entiendo que podáis pensar que os he dejado solas. ¡Y es cierto! Lamento haber estado tanto tiempo fuera. Pero estuve cumpliendo una misión junto con el príncipe Diamante. En la Tierra…

-Sí, claro.- Le cortó Petzite dando la impresión de suavizarse al decir.- Perdona. Es sólo que me gustaría hablar contigo.

-Por supuesto, hija.- Convino él quien a su vez afirmó.- También tengo muchas ganas de que charlemos.

-En privado, si puede ser.- Le pidió ésta.-



            Ópalo asintió, supuso que su primogénita deseaba confiarle algo que sus otras hermanas no deberían escuchar. Posiblemente ya tuviera algún pretendiente y deseara pedirle su aprobación. En tal caso debería saber de quien se trataba. Las dos chicas menores parecieron ir a decir algo, aunque fue Calaverite quien les indicó.



-Petzite tiene que hablar con papá a solas. Son cosas de ella.



            Y tanto Bertierite como Kermesite asintieron. ¡Si era algo privado!... Calaverite las acompañó fuera de la estancia en la que se hallaban. Ópalo pensó que eso confirmaba sus sospechas y sonrió débilmente. Aunque su hija mayor no tardó en mirarle con preocupación y pesar y revelarle con voz queda y consternada.



-¡Mamá ha perdido del todo la razón!

-¿Qué?- Pudo inquirir el perplejo conde.-



            Su hija suspiró, intentando no llorar y en cuanto pudo reunir toda su entereza y controlarse, le explicó lo sucedido.



-No he vuelto a visitarla desde entonces. Tenía miedo de cómo podría reaccionar.

-Entiendo.- Musitó Ópalo quien se había quedado realmente horrorizado al oír aquello.- ¿Lo saben tus hermanas?

-Solamente se lo conté a Kalie. – Le confesó abatida su interlocutora.- No quisimos decirles nada a Kermie ni a Bertie. Son demasiado jóvenes. Y ya han sufrido bastante con la muerte de la reina.

-Hiciste bien. Siempre fuiste juiciosa, hija.- La alabó su padre.-

-Tratamos de hablar con los tíos, incluso con los primos Kiral y Akiral, pero no respondieron a nuestras llamadas.- Le contó la muchacha.-



            Eso también sorprendió a Ópalo. Desde luego que él nunca fue ningún ingenuo y supo la forma en la que la esposa de Grafito, “se interesaba” por Idina. Sin embargo, también se percató de que su mujer no correspondía a aquello. Poco a poco ambas parejas se fueron alejando. Más cuando nacieron sus respectivos vástagos. Aun así, Agatha y su marido estimaban a sus sobrinas. No comprendía el porqué de esa falta de comunicación.



-Intentaré contactar con ellos.- Afirmó el conde.-

-Hazlo, por favor. Pero sobre todo, me gustaría que fueses a ver a mamá. Y comprobases si estoy en lo cierto.- Le pidió Petzite.-

-Ten por seguro que lo haré. Lo prometo.- Aseguró su progenitor.-



            Y en esta ocasión no era una promesa vana, ni algo que respondiera únicamente por tranquilizar a su hija. Él mismo se sentía desolado y culpable. Tenía la necesidad de comprobar si eso era verdad. ¡Ojalá que no!



-Quizás mi vida haya sido un error.- Comenzaba a decirse.- He estado tantos años pensando en engrandecer mi condado, mi legado, y a mi familia, que me he olvidado de lo que más me importaba. De mi esposa y de mis hijas.



            Y es que así había sido. Ópalo recordaba que él quiso a Idina una vez. Que su ilusión por estar con ella y pasar tiempo juntos fue real. Después llegó aquella obsesión por medrar en la Corte, por hacerse con un buen sitio en el reparto del poder y la influencia.



-En la Corte de Serenity y Endimión no era así. Los que allí vivían parecían gentes honestas y bondadosas.- Meditaba entre reflexiva y admonitoriamente.- La verdad, no sé qué pudo ocurrirle al príncipe Diamante. Pero yo nunca vi ni oí nada por parte de los soberanos, ni tan siquiera de sus princesas guardianas, que justificase su actitud.  Tuvieron incluso demasiada paciencia con él y sus arrebatos. Es como si se hubiera vuelto loco de forma transitoria. La muerte de la reina Amatista es también muy rara, he oído que llevaba un tiempo alucinando, y ahora mi mujer…Idina estaba muy disgustada conmigo por quitarle a las niñas, pero jamás estuvo trastornada hasta el punto que me ha contado Petzite.  Pero lo que más me asusta de todo es ese mensaje que me envió.  No coincide para nada con lo que mi hija me ha contado. Y sé que mi hija mayor no me miente. O por lo menos cree a pies juntillas lo que me ha dicho. Aquí hay algo muy extraño. Tengo que descubrir que es. Pero debo hacerlo solo. No sé en quién podría confiar y no quiero involucrar a mis hijas.



            Y el conde decidió comenzar con sus pesquisas. Por su parte, Esmeralda estaba asimismo preocupada. Viendo lo deprimido que estaba el príncipe Diamante no quería dejarle sólo. Aunque en cuanto pudiera deseaba ir a ver a su padre.



-Hace mucho que no me envía ningún mensaje. Espero que esté bien. Por muy ocupado que se encuentre en esas actividades clasificadas.- Se decía la joven.-



            Por lo que sabía de ese idiota de Rubeus, su propia familia tampoco había dado señales en mucho tiempo. Quizás el marqués de Crimson estuviera metido en algo similar.  No obstante, al joven pelirrojo no daba la impresión de inquietarle eso en lo más mínimo. Al contrario, estaba tan absorto en sus propios intereses, y en cumplir bien la misión que el Sabio le había encomendado, que apenas sí prestaba atención a nada ni a nadie más. Hasta había dejado de lado su interés por Esmeralda.



-De todos modos, ahora que el príncipe Diamante ha vuelto, ese patán tendrá que ser mucho más cuidadoso.- Se decía la joven duquesa.-



            Otra que estaba inquieta era Turmalina. Ahora por el comportamiento de Ópalo. ¿Qué le pasaba?. Quizás se sintiera culpable por el poco tiempo que había dedicado a su familia. Por esa parte le dejaría tranquilo durante una temporada para que solventase aquello. Aunque de otro lado, y esto era lo que a ella más le sorprendía, es que el conde de Ayakashi, antaño tan concernido por su posición, no parecía acercarse mucho ni al rey ni al príncipe desde que había regresado de la Tierra.



-Todavía le necesito. Es el hombre de confianza del monarca y del heredero. Espero que no lo estropee ahora con sus ridículos asuntos familiares.- Pensaba ella con una mezcla de inquietud y enfado.-



            Así estaban las cosas, con todos haciendo cábalas sobre sus respectivos futuros, preocupándose únicamente de sus pequeños planes personales, sin saber ninguno de ellos lo que les aguardaba en realidad.

 

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