martes, 25 de septiembre de 2018

GWNE10. Desencuentro diplomático

Entre tanto, ajeno a todo lo que sucedía en su mundo, Diamante se preparaba para ir a la Tierra. El joven estaba nervioso y muy concienciado. Debía dar una buena imagen.



-Mi padre ha depositado su confianza en mí. No puedo defraudarle.- Se decía con inquietud.- Voy a representarle a él y a Némesis.



            El heredero al trono había llegado a ser muy exigente con los demás pero, sobre todo, consigo mismo. Diamante incluso podía perdonar los errores de otros, no así los suyos. Por algo él iba a ser el futuro rey. Solamente había una cosa que le inquietase más que sus responsabilidades y era el estado de su madre.



-Bueno, mi hermano Zafiro seguirá estando aquí. Ira a verla. Me ha prometido que lo hará con más frecuencia. -Pensaba intentando tranquilizarse a ese respecto.-



            Le vino a la mente una conversación que tuvieron al poco de saber que su padre le había escogido para esta importantísima misión. Los dos estaban sentados en una sala privada de sus residencias.



-Hermano.- Le comentaba Zafiro.- Te deseo lo mejor. Estoy seguro de que tu misión será un éxito.

-Muchas gracias.- Sonrió él, asintiendo.- Pondré todo de mi parte. Y además, el conde Ópalo me acompañará.

-Es un hombre muy experimentado en relaciones diplomáticas. Y según tengo entendido ya fue una vez a la Tierra. ¿Verdad?- Inquirió el muchacho.-

-Sí. Con nuestro padre, cuando los dos serían apenas mayores que nosotros.- Afirmó Diamante.- Allí conoció a nuestra madre.

-Ella nos lo ha contado muchas veces.- Sonrió débilmente Zafiro.-



            Su hermano mayor asintió y tomándole por los hombros con ambas manos le dijo.



-Ahora que voy a irme tan lejos, te ruego que estés más tiempo junto a ella. Mamá no está bien y necesita compañía.

-Me gustaría, pero padre me ha encomendado tus obligaciones.- Suspiró Zafiro, añadiendo, eso sí, con más ánimo.- A pesar de eso lo haré, descuida.

-Sé que puedo contar contigo.- Asintió aprobatoriamente el príncipe heredero.-

-También tiene a la Dama Esmeralda ocupándose de ella. Y a las cuatro hijas del Conde Ópalo.- Le recordó Zafiro.- Todas la cuidan con mucha amabilidad y mamá las tiene en mucha estima.

-Pero por mucho que ellas sean diligentes y la estimen no son sus hijas. Nosotros sí somos de su sangre.- Matizó Diamante.- Yo también aprecio mucho a Esmeralda y a esas chicas. Aunque ellas jamás podrán querer a nuestra madre como tú y yo.

-Es verdad.- Convino su interlocutor, repitiendo.- Te aseguro que no estará sola.



            Diamante sabía que su hermano haría todo cuanto estuviese en su mano para cumplir su palabra. Zafiro era un buen chico, con un gran interés por la ingeniería y la robótica y de un carácter muy tranquilo y reflexivo. En eso eran diametralmente opuestos. Él debía de admitir que muchas veces, su pasión y su temperamento le desbordaban.



-Tendré que hacer un gran esfuerzo para controlarme en según qué cosas. Menos mal que llevaré al conde Ópalo conmigo. Aunque se supone que ahora mantenemos buenas relaciones con la Tierra y su satélite. Quizás estoy siendo un poco paranoico. No creo que deba preocuparme por nada.- Pensaba confiado.- Únicamente espero que esos rumores que han llegado a oídos del Sabio no sean ciertos.



            Recordaba ahora un diálogo que mantuvo con su padre, al poco de haberle confiado esa responsabilidad. Éste estaba preocupado de otros asuntos.



-¿Puedo hacer algo más, padre?- le preguntó, estando a solas en unas estancias privadas del monarca.-



            Coraíon posó una mano sobre el hombro izquierdo de su hijo y movió la cabeza, replicando.



-Ya vas a hacer algo muy importante yendo a la Tierra. Procura que todo vaya bien, pero mantente alerta.

-Alerta? ¿Porqué? ¿Acaso no son los terrestres amigos nuestros ahora?- Inquirió el sorprendido príncipe.-

-La mayoría así lo afirman, pero hay otros que, por mucho tiempo que pase, nos seguirán considerando renegados y delincuentes.- Le contestó Coraíon no sin pesar.-

-¡Sí alguno se atreviese a decirme eso a la cara!…- Espetó Diamante.- Yo…

-Tú no harías nada. Vas en misión diplomática.- Le recordó su padre con tono de mando, sentenciando.- Eso no lo olvides nunca.

-Lo que tú ordenes.- Convino el joven, respirando hondo y afirmando.- Lo siento. Perdóname si me he exaltado.

-Si no lo hubieras hecho al oír eso entonces sí que me habrías decepcionado. Pero debes recordar siempre que, antes que tus opiniones o deseos personales está el bienestar de Némesis.- Sonrió ahora su progenitor que, retornando a un tono más serio, le desveló.- El Sabio me ha informado de algunas actividades en el espacio. Al parecer, se han detectado naves terrestres en aproximación a nuestro mundo.

-¿Naves dices? ¿Son de combate?- Quiso saber el perplejo Diamante.-

-Posiblemente, aunque no tenemos confirmación.- Repuso Coraíon, añadiendo.- Y asimismo han sucedido cosas que podrían interpretarse como accidentes, o quizás como sabotajes.

-No lo comprendo, padre.- Repuso el joven.- ¿Cuándo? ¿Qué sabotajes?

-Verás. Es un tema clasificado, solamente yo mismo, junto con unos pocos consejeros, estamos al tanto. Pero hubo hace poco una explosión en las minas de la región austral. Oficialmente fue un accidente, pero tenemos razones para pensar en un atentado. Hubo varios muertos, entre ellos…



            Le contó  lo ocurrido para horror del muchacho. No obstante, Diamante pudo aducir.



-Son pruebas circunstanciales. Es muy difícil poder acusar a nadie de eso.

-Lo sé, por ello deberás conducirte con la mayor cautela y prudencia. Pero tampoco te dejes pisotear. Recuerda en todo momento quién eres. Y sobre todo, a quienes representas. No hablo de mí únicamente sino de este planeta.- Sentenció el rey.-



            Se despidieron de este modo. Justo antes de partir, tras decir adiós a su padre y recibir sus últimos consejos, quiso despedirse de su madre. Por fortuna la reina estaba algo mejor. La encontró sentada en un banco del jardín, admirando las flores. El joven se aproximó despacio y colocó ambas manos sobre los ojos de ella. Al principio la soberana se sorprendió, pero en cuestión de un instante sonrió ampliamente y musitó.



-¡Diamante, hijo!

-Mamá. ¿Cómo te encuentras hoy?- Quiso saber él con un tono lleno de afecto.-

-Mucho mejor, gracias. Y ahora estoy de maravilla.



            Él quitó las manos de los ojos de su contertulia y se sentó a su lado. Ya lucía su atuendo de gran gala, smoking inmaculado adornado con un intrincado arabesco de tonos azules oscuros, que simbolizaba el blasón de su casa real, a la espalda portaba una capa entre blanca y violeta en su cara interior.



-¡Qué elegante vas, hijo!.- Sonrió su interlocutora.-



Diamante lo justificó enseguida revelándole a su progenitora no sin pesar.



-Parto enseguida. El conde de Ayakashi está esperándome ya con el embajador de la Tierra que llegó hace poco para invitarnos formalmente a ir a su planeta y que vendrá también con nosotros. Viajaremos en una de nuestras lanzaderas hasta los límites del sistema solar exterior. Allí, nos recogerá una de sus naves.

-Voy a lamentar mucho tenerte tan lejos durante tanto tiempo, cariño.- Suspiró Amatista tomando el rostro de su hijo cariñosamente entre sus manos.- Aunque sepa que es tu deber, y que tienes que hacerlo.

-No dejaré de pensar en ti ni un solo instante.- Le aseguró el muchacho.- Te lo prometo.



            Pocas palabras más pudieron intercambiar. Solamente una última cosa fue la que Amatista le dijo a su amado vástago.



-Recuerda siempre que tú eres en parte hijo de la Luna y de la Tierra. Que tus antepasados provienen de allí. Trata de ser comprensivo y tolerante. Si abres tu corazón a los soberanos de la Tierra, ellos no te defraudarán.

-Así lo haré, madre.- Le aseguró él no deseando desde luego, turbarla con lo que sabía. -



            Y después de un largo abrazo se separaron. Diamante tuvo que apresurarse. Sería muy descortés hacer esperar a sus acompañantes.



-Lamento el retraso, me estaba despidiendo de mi madre.

-No os preocupéis Alteza, tenemos tiempo.- Afirmó Ópalo.-



            El conde seguía pensando en sus propios temas familiares. Aunque las palabras de Turmalina no le habían tranquilizado tanto como ella pensaba. Una cosa era hacer su vida, e incluso engañar a su esposa, y otra desear burlarla de aquel modo tan cruel.



-Quizás el Sabio únicamente pretendía ayudarme.- Quiso creer, reflexionando no exento de un sentimiento de culpabilidad. - Pero hacer creer a Idina que esos androides eran sus hijas… es aprovecharse de un modo miserable de su soledad.



            Pero no censuraría al consejero del rey. Desde luego le convenía tener a ese poderoso individuo de su lado. Por ello lo dejó estar y se centró en aquella importante misión. Prestó atención a sus dos interlocutores. Uno era el propio príncipe Diamante el otro, aquel hombre, casi tan alto como el heredero de Némesis, de cabellos también inmaculados, aunque más lacios y que le caían sobre los hombros. Llevaba una media luna dorada con las puntas hacia arriba, tatuada en su frente, o eso parecía. Fue muy cortes al saludar.



-Celebro veros, Alteza. Vuestro padre os envía su despedida y sus mejores deseos. Acabo de tener el honor de ser recibido en audiencia por él para desearnos un buen viaje.

-Gracias, excelencia.- Sonrió el muchacho sin evidentemente comentar ninguna de las sospechas que albergaba sobre esos sabotajes.-

-Pues cuando gusten, príncipe Diamante, embajador Artemis.- Intervino Ópalo haciendo un invitador ademan con ambas manos.-



El conde les indicaba que debían abordar un deslizador que les llevaría hacia la zona del astro puerto. Allí esperaba ya la lanzadera.



-Será un largo viaje.- Declaró Diamante, una vez estuvieron a bordo de la nave y abandonaron Némesis.-



            Llevaba algunos obsequios para los soberanos terrestres, y unos pendientes especiales de cristal negro que el Sabio mismo le dio. Con ellos, el consejero le aseguró que estaría bien protegido de cualquier elemento hostil que pudiera hallar.



-No lo entiendo. ¿Por qué habría de tener que preocuparme de eso?- Inquirió el desconcertado muchacho, cuando ese encapuchado le entregó aquellas joyas.-

-Alteza, habéis nacido y crecido en Némesis, quizás las condiciones de la atmósfera terrestre pudieran dañaros por la falta de hábito de vuestro organismo. Estos pendientes harán que os sintáis como en casa…y también os proporcionarán fuerza para protegeros.

-¿Protegerme?- repitió el atónito muchacho.- ¿ De qué?



            Recordó entonces las palabras de su padre y asintió, pese a ello el Sabio le explicó.



-No creo que lo preciséis, pero nunca se sabe. Es una petición de vuestro augusto padre y mi deber es atenderla. Toda precaución es poca en un viaje tan largo…



 Diamante convino en eso, aceptando aquel regalo gustosamente. Decidió no llevarlos durante el trayecto y reservarlos para cuando llegase. El verdadero viaje comenzó una vez alcanzaron a la nave terrestre que les aguardaba en los confines de la órbita de Neptuno y pasaron a ella desde la lanzadera que daba la impresión de ser insignificante a su lado.  Aquel crucero espacial era bastante grande, mucho mejor y más potente que cualquiera de las naves de Némesis. Diamante no dijo nada pero tomó buena nota de aquello.



-Los terrestres son muchísimo más fuertes que nosotros. Conviene no olvidarlo, pero tampoco debo hacerlo notar.- Se dijo recordando aquella vez en la que, con su ingenuidad infantil, alabó sin reservas los presentes que les trajera el Sabio cuando este llegó.-



Y aprovechó los consejos de su padre para irse enterando de cosas acerca de su destino. Habló bastante con ese embajador que volvía a su planeta. El tal Artemis era uno de los consejeros de confianza de los soberanos terrestres. Le contó que el reino de neo Cristal Tokio era un lugar de paz y que todos los que fueran allí de forma amistosa serían bien recibidos.



-¿Incluso aquellos que una vez se marcharon de allí por disentir de sus reyes?- Le preguntó en una ocasión.-

-Si queda alguno, por supuesto que sí. Siempre se podrá hablar y aclarar malos entendidos.- Respondió aquel tipo.-

-De modo que, los reyes Serenity y Endimión, son prácticamente perfectos.- Añadió con una apenas velada ironía.-

-Nadie es perfecto.- Se sonrió Artemis, replicando de un modo más conciliador.- Ellos tampoco, por eso, precisamente, comprenden que cualquiera pueda estar equivocado y le tienden la mano para que vea por sí mismo la verdad. Aunque algunos no lo deseen.



Diamante le escuchó con mucho interés. Fue aprendiendo que la Tierra y la Luna formaban un tándem muy bien avenido. Y no debería obviar a su vez una visita a esta última, sobre todo cuando Artemis, en una de sus conversaciones, le puntualizó.



-Su Majestad el rey Endimión es el soberano de la Tierra, en tanto que su Majestad la reina Serenity es la monarca de la Luna Blanca. Los dos unieron ambos mundos bajo una sola corona que heredará su hija, la Pequeña Dama. La Luna Nueva, de la que vuestra madre la reina Amatista procede, tiene una relación de vasallaje hacia Serenity. Tanto ella como Endimión son Emperadores del Sistema Solar.

-Bueno. Nosotros no hemos reconocido nunca ese último título.- Matizó el heredero de Némesis.-

-Nuestros reyes no gustan de emplearlo en demasía. Pero técnicamente así es.- Rebatió Artemis, añadiendo.- Y vuestro planeta no está oficialmente incluido en dicho sistema. Nada se os exige.

-Quizás eso sea ahora. Pero no pienso que los antepasados de estos reyes vuestros opinasen igual. Decidme.- Quiso saber el chico llevado ahora por una genuina curiosidad.- ¿Qué ordinal llevan?

-Sus majestades son Endimión I y Serenity II.- Le contestó Artemis.-

-¡No puede ser! - Comentó el atónito Diamante conjeturando.- Esta reina Serenity y este rey Endimión deben al menos ser los nietos de aquellos que desterraron a mis ancestros.

-Olvidáis Alteza que en la Tierra y la Luna la esperanza de vida es muy alta. – Se sonrió su interlocutor.-

-Deben de ser entonces muy mayores.- Musitó el chico, imaginando que se las vería con dos soberanos en su senectud.-



            Esa era otra cosa que cautivaba a Diamante y hasta le imponía de algún modo. La edad de aquellos reyes. Al principio, tal y como se lo expresó al embajador, pensó que deberían ser los descendientes de quienes expulsaron a sus propios antepasados. No obstante, Artemis le comentó con un gesto divertido.



-Creo que os llevaréis una sorpresa, Alteza.



Finalmente, tras meses de viaje llegaron. El ya ex embajador Artemis le ofreció entonces.



-Estaría muy honrado si me permitieses mostraros algunos hermosos lugares de este planeta.

-¿No vamos directamente a ver a los soberanos?- Quiso saber Diamante con evidente sorpresa.-

-Alteza, os aseguro que os encantará visitar la Tierra. No únicamente Neo Cristal -Tokio.- Intervino Ópalo.-



            El conde recordaba algunos sitios que le fueron mostrados cuando, hacía tantos años ya, vino acompañando al padre de aquel joven.



-Solamente cuando veáis los océanos terrestres os parecerá que este viaje ha merecido la pena, Señor.- Le dijo a Diamante.-

-Pero los soberanos terrestres podrían interpretar esto como una falta de respeto.- Objetó  el incómodo joven.-

-En absoluto, Alteza.- Le despreocupó Artemis, añadiendo.- Yo mismo les informé de mi idea y les pareció acertada. Creen que debéis ver cuanto más de este planeta, mejor.



            Así pues, el interpelado se dejó convencer. En efecto, no se arrepintió en absoluto de aceptar. Primero, pudo ver los altísimos edificios de cristal que daban el nombre a la capital del reino. El palacio de los soberanos, visto desde la lejanía, relumbraba como un enorme diamante.



-Reluce como la piedra de la que tomáis vuestro nombre, Señor.- Comentó agudamente Artemis.-



            El aludido no replicó, se maravillaba contemplando la reflexión de los rayos solares en aquellos altos rascacielos, que la devolvían multiplicada en enormes y hermosísimos arcoíris. Una vez más, el ex embajador terrícola en Némesis, le comentó.



-Esta misma vista siempre le pareció preciosa a vuestra madre. Contadle que la habéis disfrutado cuando retornéis. Estoy convencido de que eso la hará muy feliz.

-Lo haré, os puedo asegurar que se lo contaré.- Sonrió el maravillado chico.-



            Luego le llevaron a ver el mar, o mejor dicho, el océano llamado Pacífico que bañaba las costas de la capital del reino. Ante aquella interminable extensión de aguas azules, las malvas pupilas del príncipe se dilataron y no pudo evitar exclamar, para sonrisa compartida de Ópalo y Artemis.



-¡Es increíble! El agua llega hasta más allá de donde la vista alcanza. Parece no tener fin.

-Es el mayor de los océanos de la Tierra, Alteza, pero solamente uno de los cinco que hay. -Le informó su anfitrión.-

-Vuestro padre y yo nos quedamos igualmente asombrados cuando lo vimos por vez primera.- Admitió Ópalo.-



            Y ahora, sin saber muy bien  porqué, el conde pensó en su esposa. Aquella extensión de agua le recordó por unos instantes el color de los ojos de ella. Y como Idina les hablaba a sus hijas cuando estas eran niñas, precisamente de aquello. Esas descripciones de los mares, las montañas y los bosques terráqueos que habían pasado de generación en generación en sus familia, el clan Kurozuki. Aquellos fueron buenos tiempos. Incluso él sonreía cuando las asombradas niñas le miraban preguntándole si él había visto esas cosas tan increíbles también.



-Sí, hijas mías. Vuestra madre tiene razón.- Respondía entonces con sinceridad e incluso agrado.- La Tierra es un planeta lleno de maravillas.

-¿Algún día nos llevarás, verdad papá?- Exclamaba Calaverite.-

-¡Sí, yo quiero ir! - Convenía una entusiasta Kermesite.-

-Sería como ver mil jardines y mil lagos juntos.- Valoraba una no menos dispuesta Bertierite.-

-La próxima vez que vayas, por favor, ¡llévanos! - Añadía Petzite, con visible deseo de que así fuera.-



            Entonces, tanto su esposa como él sonreían. Ópalo incluso asentía involuntariamente. Por unos instantes pensaba en esas caras de sus hijas resplandeciendo de felicidad únicamente con haber oído hablar de aquello. No podía ni imaginar cómo reaccionarían de estar allí. Una vez más, sintió una oleada de remordimiento que enseguida quiso disipar cuando su príncipe le comentó, lleno de entusiasmo.



-¿Podríamos grabar todo esto con alguna cámara? Deseo que mis padres y mi hermano lo vean.

Si no es inconveniente, Lord Artemis.- Matizó enseguida.-

-En absoluto, Señor, no veo el porqué habría de serlo.- Sonrió el interpelado.-

-No quiero que creáis que estamos espiándoos, o algo parecido.- Repuso sincera e ingenuamente el joven.-



            Ante aquello, Artemis reprimió una sonrisa, y moviendo levemente la cabeza, enseguida contestó con afabilidad.



-Jamás pensaríamos tal cosa. Alteza. Al contrario, nos halagáis.



            Así lo hicieron, Diamante pudo visitar también el famoso monte Fuji, y luego admiró bosques cuya extensión y belleza hacían quedar en meras macetas los jardines reales de Némesis.



-¡Cuanta belleza hay en la Tierra!- Musitó con admiración, viendo caer algunos pétalos de cerezos.- Ahora comprendo…



            Aunque no prosiguió, fue el conde quien quiso saber.



-¿Decíais,  Alteza?

-Nada.- Sonrió él.- No era nada. Sencillamente entiendo a mi madre. Siempre que nos hablaba de la Tierra a mi hermano y a mí cuando éramos niños, su rostro se iluminaba. Se sentía muy feliz. No hay nada que se pueda comparar a un atardecer terrestre, decía. Y ahora veo que tenía razón.- Musitó contemplando embelesado como aquella estrella amarilla se había tornado anaranjada en tanto descendía por la curva del horizonte…



            Aunque lo que no deseó comentar, estando allí lord Artemis, era que también podía comprender la amargura y la tristeza de muchos de los pioneros que fueron expulsados de allí. Era como haber sido echado del Paraíso. Por ello, además de esa dicha por sus recuerdos, el tono y la mirada de su madre a veces expresaban nostalgia. No es que la expulsaran, Diamante sabía que ella se casó con su padre voluntariamente. Aun así, solamente ahora podía darse cuenta del alcance de la renuncia de su progenitora.



-Ella era de la Luna, pero vivió tiempo en la Tierra. – Recordó pensando agradecido.- Y lo dejó todo para venir a vivir a Némesis y tenernos a Zafiro y a mí.



Al igual que otros muchos que se marcharon de ese maravilloso lugar. Ahora, ya anocheciendo, Diamante y Ópalo fueron conducidos por Artemis a dar un paseo por las calles de la ciudad. Los visitantes estaban atónitos observando discurrir a miles de personas, todos enfrascados en sus asuntos cotidianos. Nadie les prestaba de hecho atención.



-Me gusta andar como uno más.- Declaró el muchacho.- Es instructivo poder ver a la gente sin que se paren a hacer reverencias.

-A los soberanos les gusta hacer lo mismo.- Sonrió Artemis.-

-Pero ellos serán muy conocidos.- Opuso el sorprendido chico, alegando.- No podrán dar un paso fuera de palacio sin que sus súbditos les reverencien.

-Os sorprenderíais de cómo se puede pasar desapercibido si uno se viste de modo corriente.- Se rio ahora Ópalo.-

-Así es, Alteza. Muchas veces la soberana ha salido a pasear con la Pequeña Dama. Su hijita.- Le contó Artemis.- A la princesa le encanta jugar en los parques.



            Él lo sabía bien, cuando se iba de correrías con Coraíon. Antes de que el padre de Diamante se hubiese casado, claro. Sin embargo, el propio Ópalo las había continuado pese a estar a su vez, comprometido y luego desposado a Idina. Aquello hizo que una vez más, no se sintiera muy orgulloso de sí mismo.



-Debo replantearme mi vida con ella.- Meditó. –



            Aunque dejó esos culpables pensamientos a un lado. Se había distraído y no veía a Diamante.



-¿Dónde está el príncipe?- Inquirió preguntándole a Artemis.



            Lo cierto es que su guía había perdido de vista a ese joven entre un grupo de personas que se les cruzaron. Ahora, pese la elevada estatura de ese joven, no era capaz de divisarlo.



-No lo sé. Creía que estaba a vuestro lado.- Comentó con inquietud su interlocutor.-



            El forastero en efecto se había apartado por un momento de sus acompañantes, llevado casi contra su voluntad por ese torrente de gente que atravesaba un cruce. De todos modos no se preocupó por ello, estaba muy entretenido observando todas y cada una de aquellas maravillas. Fuentes con aguas cristalinas que escupían agua a gran altura, paseos arbolados interminables. Iba abstraído en ello cuando una voz femenina, muy sugerente, le llamó por su nombre.



-Diamante…ven..



            Sorprendido el aludido miró en varias direcciones pero no vio a nadie, al menos a ninguna mujer que le estuviese llamando. Se limitó a encogerse de hombros y a proseguir su camino. Al poco, una vez más, la oyó.



-Estoy aquí…



            Ahora le pareció haber escuchado algo desde la entrada de una calle secundaria. Se dirigió hacia ella y al adentrarse, sí que observó a una hermosa muchacha, no demasiado alta, que lucía una túnica de color rojo a juego con sus zapatos de alto tacón. Era de cabellera larga y morena, con ojos de un tono azul acerado, que se clavaron en él y parecieron querer atraparle.



-Perdone, señorita. ¿Me llamó usted?- Quiso saber el muchacho.-

-Ten cuidado con Cristal Tokio. No todo es tan reluciente y hermoso...- Fue la respuesta.- No te fíes de las palabras lisonjeras de Artemis, ese lacayo de Endimión.

-¿Cómo?- Exclamó el chico mirándola con estupefacción. - ¿Quién es usted?

-Alguien que te da un buen consejo.- Se sonrió ella, dándose la vuelta para alejarse.- No hagas como tu padre. Él confió en sus vacías promesas de amistad. Bajo la apariencia de bondad y belleza se esconden la manipulación y la tiranía.

-¡Un  momento!- le pidió el príncipe.- ¿A qué os referís?



            Esa chica se limitó a  volverse hacia él y mirarle con un gesto burlón. Aunque Diamante se detuvo puesto que una vez más escuchó pronunciar su nombre. Ahora en cambio eran las conocidas voces de Artemis y Ópalo. El muchacho se giró por instinto y replicó.



-¡Aquí estoy!



            No obstante, al volverse una vez hacia esa mujer ésta ya no estaba allí. El aturdido joven no comprendía cómo pudo haberse marchado tan rápido. Aun quedaban muchos metros por recorrer en esa callejuela a la que le había atraído y no era capaz de verla por ninguna parte. No tuvo tiempo de pensar más en eso, dado que Artemis y Ópalo aparecieron casi corriendo para dirigirse a su encuentro.



-Alteza, estábamos preocupados. Podríais haberos perdido en esta ciudad.- Le dijo un jadeante conde de Ayakashi.-

-No temáis, no me ha pasado nada.- Le calmó el príncipe, agregando eso sí, con tono todavía lleno de extrañeza.- Únicamente esa mujer…

-¿Qué mujer, Señor?- Quiso saber Artemis, mirando en derredor.- No veo a nadie por aquí cerca.



            Por unos instantes a Diamante le dio la impresión de que todo eso había sucedido únicamente en su imaginación. Tampoco tendría sentido contarlo delante de Artemis. Sería más que posible que siendo uno de los hombres de confianza del rey Endimión y la reina Serenity se ofendiese. Quizás esa chica, de haber existido realmente, no fuese más que una descontenta o una bromista. Finalmente lo dejó estar quizás el agotamiento del viaje le estuviera pasando factura.



-Bueno, creo que ya es hora de regresar a nuestros alojamientos y descansar un poco.- Sentenció el príncipe.-



Así lo hicieron todos. Su cicerone por la ciudad y alrededores se despidió de ellos. Pasaron un par de días y a los embajadores de Némesis les llegó  la invitación para ser recibidos en audiencia. Sin tardar, Diamante se atavió con aquellos negros pendientes y sus mejores galas. Junto con el Conde de Ayakashi partió con celeridad. Le aguardaba un deslizador oficial. Lo abordó y pusieron rumbo hacia la zona en la que se ubicaba aquel vistoso y enorme palacio, una isla conectada a la tierra por varios puentes y pasarelas.



-Este lugar no deja de sorprenderme.- Admitió el muchacho.-

-Ante todo, Señor. Sois el príncipe heredero de Némesis. No debéis dejaros impresionar, aun cuando lo estuvierais.- Le aconsejó prudentemente su acompañante.-



            Diamante estaba de acuerdo en eso. Fue el mismo consejo que le diera su padre años atrás. Entonces en la niñez, era presto a asombrarse por muchas cosas. Ahora, siendo ya un hombre, tenía que tener el control. Y además seguía pensando en las misteriosas palabras de esa desconocida.



-¿Qué me quiso decir con eso?- Meditaba.-



 Embebido en esas reflexiones apenas se dio cuenta de que habían llegado. El vehículo se detuvo y la puerta se abrió. Los dos salieron del mismo. Tuvieron que subir unas escaleras labradas en blanco mármol. Al fin, ante una gran puerta de ese mismo tono marfileño, con una media luna dorada de puntas hacia arriba grabada en ellas se detuvieron. Dos centinelas con uniforme de gala y una especie de largas picas la custodiaban.



-No me parece una bienvenida demasiado amable.- Comentó Diamante.-

-Paciencia Señor. Es el protocolo. – Le explicó su acompañante.-



            En efecto, un tipo uniformado con una túnica entre blanca y rojiza salió.



-¿A quién tengo el honor de recibir en palacio?- Inquirió con tono engolado.-

-Soy Diamante, príncipe de Némesis, y vengo con el conde Ópalo de Ayakashi. Somos embajadores de mi planeta. Hemos sido invitados por los soberanos de la Tierra.- Replicó educadamente el joven.-



Y presentó su acreditación ante aquel tipo. Éste enseguida hizo una leve inclinación y les ofreció pasar. Lo hicieron sin apresurarse. En tanto entraban se vieron flanqueados por más guardias y algunos individuos uniformados a su vez o con largas túnicas, quienes parecían ser autoridades de la corte terrestre. Seguidos por estos accedieron a una estancia decorada con labradas columnas de mármol y plata, con efigies de unicornios y otros animales, incluidos gatos y conejos. Agradado por ese boato y aquella belleza, Diamante estaba deseoso de conocer a esos reyes legendarios.



-Espero que les cause una buena impresión.- Deseó el joven, charlando más jovialmente con Ópalo.-

-Sin duda que así será, Alteza.- Convino el conde.-



Y  todo empezó bien. Empero, pese a ser recibido con todos los honores que requería su posición, le trataron de una forma un tanto fría. Tampoco fue Artemis quien estaba allí. Era sencillamente un chambelán palaciego quien dirigiéndose pomposamente a él, les pidió a Diamante y a su acompañante.



-Alteza, conde, tened la bondad de seguidme, os lo ruego.



 El príncipe fue conducido a una gran sala junto con su séquito que encabezaba el propio Conde de Ayakashi.



-Espero que no tengamos que estar aquí mucho rato.- Comentó Diamante que era de natural impaciente.-

-No os inquietéis Alteza, es normal. En las recepciones palaciegas siempre hay un ritual.- Le recordó Ópalo una vez más.-



Sin embargo, el tiempo pasaba y nada ocurría. Tras un par de horas que se le hicieron larguísimas al joven heredero y llegaron a enojarle, dado que estaban de pie aguardando sin que nadie se tomase la menor molestia por su comodidad. Por fin, un enviado de los reyes del Milenio de Plata salió a preguntarle el motivo de su visita.



- ¡Ya iba siendo hora! - Declaró bastante irritado, pero conteniendo su enfado para preguntar no sin una apreciable dosis de ironía mezclada con un falso tono de ruego. -¿Seríais tan amable de decirles a vuestros Soberanos que....Diamante, príncipe heredero al Trono de Némesis, hijo del rey Coraíon y la reina Amatista-Nairía y embajador plenipotenciario de éste, desea verles?...

- Enseguida comunicaré vuestra solicitud...haced el favor de esperar. - Fue la seca respuesta del enviado. -

- Sí claro- sentenció  el aludido con sarcasmo. - En eso ya tengo práctica aquí...



            Aquel  tipo le miró de forma poco amistosa, pero no replicó y se fue.



-Alteza, si puedo sugeriros algo…- Le susurró el conde que parecía algo envarado.-

-Decid.- Le pidió secamente el chico, cruzándose de brazos.-

-No les deis la impresión de que pueden ofenderos tan fácilmente. – Le aconsejó diplomáticamente su interlocutor.-



El joven asintió. Encargándole a su vez.



-Conde, id a preguntar a alguien con autoridad. Buscad a lord Artemis si es preciso.

-Lo que deseéis, Alteza.- Convino éste.-



            Ópalo fue de inmediato, le extrañaba aquello. Cuando en su juventud acompañó a Coraíon, el trato que les dispensaron fue mucho más amable y atento. No le gustaba tener que dejar solo a ese muchacho, pero era una orden. De modo que quiso cumplirla lo antes posible. Diamante por su parte esperó. Al cabo de un rato ese emisario reapareció y las noticias que traía no eran nada buenas para el chico.



- El rey Endimión no se encuentra aquí en este momento. La reina Serenity está ocupada...Volved en otra ocasión...

-¡Esto es inaudito! - estalló Diamante que esta vez no pudo contener su ira. - ¿Con quién os creéis que estáis hablando? He hecho un largo viaje para llegar hasta aquí y si la reina no me recibe lo tomaré como un insulto, no sólo hacia mí, sino hacia mi planeta y mi padre. Decídselo a vuestra soberana...



El enviado, lejos de preocuparse replicó de forma hostil.



- La reina Serenity ya ha hablado. Es inútil que insistáis, príncipe. Además, no juzga que vuestras intenciones sean amistosas...

-¿Cómo os atrevéis? , vosotros que preparáis una conspiración contra mi mundo.- Le reprochó Diamante  tan indignado como el resto de su séquito. –



            Aquel individuo le dedicó una desdeñosa mirada y se alejó. Por su parte, ajeno a ese tenso momento, Ópalo estaba tratando de hablar con alguien. No tardó en ver a una hermosa mujer de cabellera entre azulada y violácea, con una media luna creciente dorada dibujada sobre su frente y que lucía un hermoso vestido de color amarillo. Su rostro le resultaba familiar. Por ello se atrevió a abordarla.



-Disculpad, Señora.- Le pidió educadamente.-



            La aludida le dedicó una curiosa mirada con sus grandes y bellos ojos azules y, sonriendo afablemente, contestó.



-Decidme, Señor.

-Lamento importunaros. Soy el conde Ópalo de Ayakashi. He venido acompañando a su Alteza Real el príncipe Diamante de Némesis.- Le contó.- Deseamos ver a los soberanos.

-Bueno, el rey Endimión no está. Y la reina se halla en este momento con su hija, la Pequeña Dama. Pero en cuestión de unos minutos seguramente que os recibirá. Ya habrá sido informada de vuestra presencia.

-Os lo agradezco…-Pudo decir, sin saber a quién poder dirigirse.-

-Soy la Dama Luna.- Se presentó ésta a su vez.-

-¡Oh! Vuestro nombre me es familiar.- Comentó el conde.-

-Creo que nos conocimos hace tiempo. ¿No es vuestra primera visita, verdad?- Afirmó ella.-



            Ópalo meditó sobre esas palabras. ¡Ahora creía hacer memoria! Esa mujer era una de las principales damas de la reina Serenity. ¡Y el atónito noble juraría que estaba igual a cómo la recordaba!.



-Habéis venido con mi esposo, Lord Artemis. Él ha estado en vuestro mundo como embajador y si no recuerdo mal, os ha acompañado en vuestra visita a la capital y sus alrededores.

-Sí.- Asintió su interlocutor.- Así es. Nos hemos despedido de él hace unos días.

-Fue a informar al rey. Y desde ayer no sé de su paradero. - Le contó la mujer agregando con una jovial sonrisa.- Como veis, también yo estoy esperando con impaciencia por ver a alguien.

-Me hago cargo, Señora.- Asintió él.- Y os agradezco vuestra amabilidad. Veréis, es que el príncipe es joven y no está acostumbrado a los usos de la diplomacia. Tener que aguardar representa para él una desconsideración. Y en este caso, creo que, no sé. Nos han recibido de un modo algo frío.

-Os aseguro que no es esa la intención de mi señora, la reina.- Aseveró Luna aconsejándole.- Creo que sería buena idea que volvieseis con él y le tranquilizaseis en ese punto.

-Tenéis razón. – Convino su contertulio tomando gentilmente una de las manos de aquel hermosa mujer y haciendo una cortes inclinación en ademán de besársela.- Ha sido un placer volver a veros.



            Ella sonrió de nuevo, y tras despedirse se marchó adentrándose por un inmaculado pasillo. Ópalo volvió junto a su príncipe, casi a punto de oírle exclamar con evidente malestar.



-¿Cómo os atrevéis?



            Uno de los chambelanes de la Corte terrestre se alejaba sin dar la impresión de escuchar esas palabras. Ópalo enseguida preguntó con patente extrañeza y preocupación.



-¿Qué ha sucedido, Alteza?



            El joven príncipe le narró lo ocurrido, en tanto se ajustaba aquellos negros pendientes que llevaba. Al oír aquello, el propio Conde de Ayakashi tuvo que convenir con indignación.



-¡Eso es un ultraje! . Siendo como decís, jamás he visto semejante falta de respeto a un embajador. Y aun menos a un príncipe heredero. No lo entiendo.



            La situación estaba muy tensa cuando la puerta se abrió. Aparecieron por ella dos chicas jóvenes con extraños trajes de minifaldas y con unos grandes lazos que les cubrían todo el pecho. Una de ellas, muy atractiva y de larga melena rubia, con un traje de tonos entre amarillos y anaranjados, se dirigió al joven príncipe con extrañeza y algo de reprobación.



-¿Qué deseáis que armáis tanto escándalo?...

-¿Sois vos la reina Serenity?..- preguntó Diamante expectante, puesto que por su porte y belleza bien podría serlo. -

- No,- negó categóricamente ésta para aclarar, tratando de evitar una sonrisa divertida al escuchar aquello. – Únicamente soy la princesa guerrera de Venus, una de las nobles guardianas de su Majestad la reina...

- Yo soy la princesa guerrera de Júpiter, otra de sus guardianas. -  Terció la otra chica que lucía una coleta de color castaño. De traje como el de su compañera pero en tonos verdes. Era asimismo hermosa, pero bastante más alta y robusta. Esbozaba una expresión contrariada y añadió con tono severo. - Estáis incomodando a la corte con vuestro tono de voz, señor. Será mejor que desistáis de vuestro empeño y os marchéis. Nuestra soberana no puede veros...

- Yo no hablaré más con meros súbditos,- contestó Diamante de forma despectiva. - Soy príncipe de Némesis y exijo hablar con la reina de igual a igual...

-¿Que exigís…? - repuso Venus, ahora con irritación para remachar. – Teneos príncipe. Aquí no sois nadie, sólo uno más de los que vienen a pedir audiencia y no sé qué le habréis hecho a nuestra noble soberana porque ella no suele negarse a recibir a ninguno de los que así lo solicitan.



Júpiter la miró entonces  con reprobación cuando terminó su frase, como si hubiese dicho algo que no debía...



-¡Así que es eso! - gritó Diamante ahora mucho más furioso. – Con que se niega a recibirme...muy bien. No quería creer en esos rumores, pero si es como decís, lo tomaré como la confirmación de la hostilidad de vuestro mundo hacia el nuestro y os juro que esto no quedará así, ya tendréis noticias nuestras.



Ante las miradas impasibles de sus interlocutoras se giró y con un gesto indicó a su séquito que se marchaban.



-Alteza, debéis calmaros.- Le pidió Ópalo más que preocupado por aquella terrible situación.- Señor, os lo imploro…

-¡No he viajado tanto para ser insultado! - Replicó el furioso joven.- ¡Nos vamos!



Y prosiguió su marcha. El apurado conde de Ayakashi no tuvo más opción que seguirle. No comprendía porqué se había puesto así. No obstante, cuando caminaban en dirección a la salida, una voz suave pero firme les detuvo llamando al joven heredero.



- Príncipe, por favor, esperad un momento.- Diamante se volvió al oír aquello y lo que vio se le grabó profundamente en su mente y en su corazón, sobre todo al escuchar un conciliatorio. - Os lo ruego…



            De pie y entre las altivas guardianas que ahora estaban sumisamente arrodilladas, se alzaba la figura de una mujer hermosísima, de largos cabellos dorados que le caían en forma de dos trenzas hasta prácticamente el suelo. Poseía unos enormes, bellos y azules ojos que le miraban con una mezcla de dulzura y majestad. Su piel era blanca como la leche y en su frente, a modo de un tatuaje, resplandecía una media luna dorada con los cuernos apuntando hacia arriba. Lucía un inmaculado vestido con bordados de oro en el escote y las mangas. Diamante se la quedó mirando sin poder articular palabra. La mujer habló ahora de forma más pausada sin perder ni ápice de su regia dignidad ni de su suave tono.



- Yo soy la reina Serenity. Soberana del Milenario de Plata de la Luna y reina consorte de la Tierra ¿Quién sois vos que osáis enfrentaros con mis guardianas y levantáis el tono de este modo en mi palacio?..

- Os pido perdón si os he molestado, Majestad. Yo soy Diamante. Príncipe de Némesis y enviado plenipotenciario de mi padre, el rey Coraíon. He venido porque mi padre deseaba preguntaros algo a vos y a vuestro esposo. Aunque ya comenzaba a pensar que este planeta no tenía soberanos. Celebro ver que vos sí estáis aquí. En cuanto a vuestro rey. ¿No está o acaso tampoco desea verme? - Añadió recobrando su tono de sarcasmo.-



Desde luego que le costó unos instantes usar ese tono de ligero desafío, tras su primera impresión al ver a su interlocutora, que tanto le había deslumbrado. Mientras tanto, dirigía una poco amistosa mirada a la guerrera Venus que no parecía muy preocupada cuando enfrentó sus ojos a los de él. De hecho, tanto Venus como Júpiter creían haber visto antes a ese muchacho, o algo en él les resultaba familiar, pero no podían ubicar exactamente que era.



-El rey Endimión no se halla en palacio.- Repitió Júpiter tratando de sonar paciente.- Se lo hemos dicho.

-Asuntos realmente importantes le requieren.- Secundó Venus dejando caer aquello a modo de indirecta.-

-Supongo que un pequeño mundo en el extremo del sistema solar no debe ser importante para él. Por suerte vuestra reina parece pensar de otro modo distinto al que vosotras creíais.-  Replicó el príncipe de Némesis sin ocultar su sarcasmo.- O quizás haya cambiado de opinión…



            Las dos guardianas le dedicaron ahora unas torvas miradas a ese presuntuoso. Sin embargo su soberana no pareció mostrarse afectada por aquello y con una cordialidad que volvió a descolocar al joven, le indicó.



- Antes de seguir hablando aquí, en el pasillo, por favor entrad. Y comencemos como corresponde.



            Serenity se giró hacia las puertas y éstas se abrieron de par en par ante ella. Diamante, esta vez de forma sumisa, la siguió y junto a su séquito penetró en una gran sala de Palacio. Era el salón del trono, con un nacarado techo con una bóveda de cristal, sustentado en su conjunto por columnas blancas de mármol que se elevaban a una enorme altura. Todo allí era diáfano y muy bello. En el centro de la sala había una urna y dentro de la misma se guardaba una joya de gran belleza que reflejaba, descomponiendo con unos maravillosos destellos de colores la blanca luz que recibía, el chico reparó enseguida en eso. La reina se sentó en su trono flanqueada por varias de esas escoltas que se arrodillaron ante ella, al igual que el resto de los presentes, excepto Diamante y su séquito. Una de las guardianas, atractiva también, de larga cabellera morena y  penetrantes pupilas violetas con un uniforme en tonos rojos, la princesa guerrera de Marte dijo llamarse, le espetó al príncipe.



- ¡Arrodillaos inmediatamente ante la presencia de nuestra soberana!



            Los acompañantes del príncipe, Ópalo incluido, se arrodillaron al instante pero él permaneció en pie y declaró con orgullo.



- Yo sólo doblo mi rodilla ante mis padres y soberanos, nunca ante nadie más...- y enfrentó su mirada desafiante con la de la guerrera Marte. -

- En ese caso vuestra audiencia ha terminado antes de empezar.- Replicó otra princesa guardiana de nombre Mercurio.-



Ésta era de pelo corto y azulado, vestuario en tones celestes y con ojos azules oscuros y gesto serio. Tras esto, todas las guardianas se levantaron y avanzaron amenazadoras ante Diamante que no se arredró. Junto al conde Ópalo que se le unió mirando en derredor con patente inquietud.



- Si osáis atacarme acabaré con todas vosotras y lo consideraré una declaración de guerra.- Amenazó el príncipe y en tanto sus acompañantes se levantaban en posición de guardia para protegerle, los centinelas del palacio se dispusieron a su vez para apoyar a las Guerreras. – Meditad bien lo que vais a hacer. -Les aconsejó el joven quien pese a todo, no olvidaba las instrucciones de su padre.-



            Ópalo observaba la escena totalmente desconcertado. Desde luego estaban rebasados en número, pero, pasase lo que pasase, su obligación era mantenerse firme junto a su príncipe. Todavía recordaba las palabras del Sabio cuando le despidió. Momentos antes había recibido el encargo del rey Coraíon para acompañar al heredero. Aquello llenó de orgullo y satisfacción al conde. Era sin duda un gran honor y una enorme responsabilidad. A buen seguro la posición de su familia se enaltecería a consecuencia de ello. Apenas sí pudo contactar con su esposa para comunicárselo. De hecho, tras esa visita que Idina hizo a la Corte, parecía estar ausente cuando le escuchaba. Él juraría que estaba perdiendo la razón. Sin embargo, aplazó esas disquisiciones cuando en la cámara de palacio en la que estaba apareció el Sabio.



-Señor de Ayakashi.- Le saludó con tono monocorde y formal.- Os felicito por vuestra encomienda.

-Muchas gracias, Hombre Sabio.- Respondió él.-

-Aconsejé al monarca que designase a un hombre experimentado, inteligente y leal, y veo que ha hecho una sabia elección. – Repuso el encapuchado.- En mi opinión sois el mejor candidato para guiar a nuestro príncipe en su difícil cometido diplomático.

-Me honráis con vuestros halagos. - Repuso Ópalo inclinando la cabeza.- Espero ser digno de ellos.

-No me cabe duda de que lo seréis. Y por ello os pediré un pequeño favor.- Le comentó su interlocutor.-

-Decidme, si en algo puedo ayudaros será para mí un placer.- Repuso de inmediato el aludido.-

-Nuestro príncipe es gentil y noble, pero inexperto. Y esta misión no puede basarse en su inexperiencia, ni en la bondad de su corazón. Sé que los soberanos de la Tierra no tardarán en envolverle con sus hermosas palabras y sus buenos deseos. Pero tanto vos como yo sabemos que esa no es su verdadera cara. Es más, de un tiempo a esta parte han sucedido cosas y tengo mis sospechas…

-¿Cosas? ¿Qué cosas? Explicaos, por favor.- Le pidió Ópalo con gesto de sorpresa.-

-Algunos incidentes en territorios de nuestro mundo e incluso asteroides desviados de sus rutas naturales que podrían amenazar con colisionar contra nosotros.- Le aclaró el Sabio, añadiendo.- Hace poco tuve ocasión de hacer partícipe al duque de Green-Émeraude de estas preocupaciones. Él se brindó a ayudarme. En sus dominios, algunos de mis ayudantes han instalado un complejo sistema de defensa. La función del mismo es la de destruir cualquier meteoro o cometa que pudiera aproximarse en demasía. Al menos esa es una de sus funciones.



            Ópalo abrió la boca perplejo. ¡Luego por eso Cuarzo había desaparecido de la Corte! Estaría supervisando aquello. En cuanto a Lamproite, estaba claro que había dejado a su hijo Rubeus a cargo de sus asuntos en la capital… Y ese Sabio pareció leerle el pensamiento cuando añadió.



-Asimismo, el marqués de Crimson está en disposición de hacer lo mismo en sus tierras. Es por eso que marchó allí. Nuestro escudo de defensa debe estar completado cuanto antes. Mucho me temo que, mientras estéis en la Tierra, recibiendo las lisonjas de sus soberanos, nuestro mundo pudiera estar en gravísimo peligro. Es por ello que deseo que instaléis esto en el salón del trono de Endimión y Serenity.



            Y alargando uno de sus extraños brazos multicolores el Sabio entregó a su interlocutor un pequeño cristal negro.



-¿Qué es esto?- Pudo preguntar el todavía atónito conde.-

-Un sistema para que podamos conocer cuáles son las verdaderas intenciones de los terrestres.- Fue la réplica.- Debéis ser vos quién lo coloque, no podemos dejarle esa misión al príncipe, su equivocado sentido de la caballerosidad impediría que lo hiciera. Y por supuesto,  si pese a todo lo tratase de llevar a cabo, en caso de ser descubierto originaría un grave incidente. En cambio de ser vos…

-Comprendo.- Asintió Ópalo declarando.- Tanto Diamante, como el rey Coraíon, podrían aducir desconocimiento y sería una negación plausible.

-Veo que sois muy inteligente conde, no me equivoqué confiando en vos.- Le halagó nuevamente el Sabio.-

-Pero eso me pondría a mí y a mi familia en una mala situación ante nuestro soberano.- Objetó el interpelado, añadiendo no sin prevención.- Soy un servidor leal del rey…

-Por eso no debéis preocuparos.- Repuso su contertulio afirmando.- Yo en persona me cuidaré de que vuestras hijas y vuestra esposa gocen de la más alta estima y consideración por parte de nuestros monarcas. Pensad que puedo justificar ante el rey lo que suceda en caso de que os descubriesen portando el aparato. Oficialmente, por supuesto, él negaría saber nada. Extraoficialmente todos sabrán que actuasteis movido por el interés de Némesis. Sin embargo, os creo lo bastante hábil como para no ser descubierto.



Ahora Ópalo recordaba aquello en tanto la situación parecía irremediablemente condenada a desembocar en un gravísimo incidente si Diamante no se calmaba. Pudo agacharse pretextando ponerse en guardia e incrustar ese cristal bajo una mesita próxima. Luego se apartó despacio volviendo a flanquear a su príncipe. Al menos nadie pareció percatarse de su maniobra. Estaba claro que las sailors únicamente tenían ojos para Diamante. Aunque ahora él debería a su vez estar concentrado en las guardianas de la reina. El conde creyó que el momento de luchar estaba cercano pero Serenity interrumpió enérgicamente, aunque sin cambiar su voz aterciopelada, ese desenlace. Ordenó a las guardianas que volviesen a sus sitios y ellas obedecieron al momento del mismo modo que los centinelas. También Diamante indicó a los suyos que se calmasen en tanto la reina se dirigió a él esta vez de forma severa aunque todavía condescendiente.



- Debéis entender príncipe, que estamos en mi reino y que aquí estáis pidiéndome una audiencia como embajador. No os engañéis, no se os pide esto para humillaros. El protocolo del Milenario de Plata y de Neo Cristal Tokio exige que os inclinéis ante mí. No lo toméis como un agravio, por favor, os aseguro que no es esa nuestra intención.



            El muchacho estaba furioso pero a la vez se sintió embargado por esa voz cautivadora y tan conciliatoria que parecía maternal pero sin renunciar en ningún momento a su autoridad. Le llegaba de algún modo al fondo del corazón. El mismo conde le miró asintiendo. Finalmente cedió, aunque a desgana, a arrodillarse de forma muy fugaz. Sentenciando.



-Ante vos y únicamente por vuestra belleza y amabilidad, me inclino. Como un homenaje a vuestra hermosura y sabiduría, Majestad.



No obstante, esto pareció suficiente, la reina Serenity esbozó una leve sonrisa que a Diamante le pareció de una belleza superior al débil pero hermoso amanecer de su propio mundo natal. Después, ella le dijo de forma más amable.



- Bien, exponed ahora los motivos de vuestra visita, príncipe.

- Como deseéis -  accedió Diamante de forma más calmada, contándole a la reina los rumores de un complot en la Tierra contra su mundo tras lo que inquirió suspicaz. -¿Sabéis vos algo de eso o lo sabe vuestro marido tal vez?

- Mi reino es un reino de paz, no atacamos a nadie, ni deseamos ningún mal a vuestro mundo.- Repuso serenamente ella. – Os lo puedo asegurar.

- Sin embargo, vuestros antepasados expulsaron a los míos de la Tierra,- replicó su interlocutor a la defensiva. -

- Vuestros antepasados se rebelaron contra nosotros, rechazaron todos los bienes que podíamos ofrecerles y no quisieron ser redimidos, algunos fueron desterrados con toda justicia. Otros se marcharon porque ese fue su deseo. - Rebatió Serenity. – Contra eso nada pudimos hacer. No somos unos carceleros, ni retuvimos a nadie en la Tierra contra su voluntad.

- Eso decís vos, Señora... pero mi padre me cuenta una historia diferente.- Arguyó Diamante a su vez  afirmando con rotundidad. -Y él no miente.

- ¿Cómo osáis insinuar que nuestra soberana sí lo hace?- Espetó Marte visiblemente enojada avanzando un par de pasos. -



            Pero Serenity extendió una de sus manos en dirección a la guerrera que calló de inmediato y se replegó a su posición. La reina entonces añadió de forma más conciliadora.



- Cada uno tendrá su versión. A menudo las cosas pueden parecer distintas dependiendo del ángulo en el que se vean. Me consta que vuestro padre no miente, como tampoco lo hacemos nosotros. Además, han pasado muchos siglos ya desde entonces, creo que ambos mundos lo hemos olvidado. Podéis pensar lo que queráis pero estad tranquilo. Nada se trama aquí contra vuestro mundo. Os doy mi palabra. Volved sin temor a vuestro planeta. Id en paz joven príncipe. Y si gustáis, visitad la Luna. Es el lugar de origen de vuestra madre. A ella le gustará. Por cierto.- Se interesó con tono afable.- ¿Cómo está Amatista? Siempre fue una joven animosa y bondadosa. A la par que hermosa.

-Mi madre atraviesa ahora por algunos problemas de salud.- Admitió él, con un tinte más apagado de voz, que no obstante enseguida reavivó, sentenciando.- Pero se recobrará.

-Lamento oír eso, y espero que, en efecto, se recupere pronto.- Convino Serenity, declarando.- Al menos puede estar orgullosa del magnífico hijo que tiene. Y si visitaseis su lugar de nacimiento la haríais muy dichosa.



            Diamante al fin pudo sonreír. Juraría que ese cumplido fue hecho con evidente sinceridad por parte de la soberana. Así, repuso con evidente deseo de ello.



-Si así me lo sugerís. Aceptaré encantado.



Tras esta declaración la reina dio por terminada la audiencia retirándose y dejando a un confuso Diamante en el centro del salón del trono. No sabía a qué atenerse. Toda la falta de una elemental cortesía de los cortesanos terrestres había sido sustituida por esa amabilidad y elegancia tan impresionantes por parte de la reina Serenity. Aunque no tuvo mucho tiempo de pararse a meditar sobre eso. Enseguida fue "invitado" a salir por las guerreras guardianas y con poca deferencia por parte de las mismas se le indicó un alojamiento donde instalarse hasta su partida. El muchacho incluso llegó a escuchar como Júpiter le susurraba a Mercurio de forma sarcástica para sonrisa y asentimiento de su compañera.



-La mazmorra real sería el mejor alojamiento para ese jovenzuelo presuntuoso.



El chico tentado estuvo de encararse con ellas y pedirles cuentas de ese insulto, pero en bien de las relaciones de su mundo con la Tierra se contuvo. De todos modos ya había visto bastante. Aquellos habitantes de la Tierra no eran de fiar.



-Son una pandilla de falsos y de aduladores.- Estimó.-



Sin embargo, la reina del Milenario de Plata parecía totalmente distinta y sí creía en su palabra. Quizás fuese debido a que era originaria de la Luna. El joven príncipe pensó en aceptar ese ofrecimiento para visitar el mundo natal de su madre, donde también nacieran algunos de sus antepasados.



-No sé qué hacer.- Musitó indeciso.-

-¿A qué os referís, Alteza?- Quiso saber Ópalo.-

-Ir o no ir a la Luna. – Le aclaró su interlocutor preguntando a su vez.- ¿Qué haríais vos en mi lugar.-



            El conde suspiró y diplomáticamente repuso.



-No estoy en vuestro lugar, Señor. Por fortuna para mí. Es difícil, lo sé. Os han encomendado mucha responsabilidad.

-Dadme una respuesta.- Le ordenó Diamante.- ¿Qué creéis mejor?

-Si os soy sincero, por mucho que me gustase conocer la Luna, mi primera lealtad sería para Némesis. Debería informar al rey de inmediato de lo que ha acontecido aquí.



El príncipe asintió despacio. Eso era verdad. De modo que tocaba retornar a su mundo y dar su informe para que su padre decidiera.



-De todos modos es asombroso, Alteza.- Le comentó entonces Ópalo sacándole de sus pensamientos.-

-¿A qué os referís?- Quiso saber éste.-

-Hace muchos años que vine aquí con vuestro padre, tan sólo era un poco mayor que vos y quedamos admirados de la belleza de la soberana y de sus princesas guardianas. Y ahora que las he visto siguen exactamente igual.

-Lo que es verdaderamente asombroso es la falta de educación que esas guardianas tienen. No puedo creer que sean princesas.- Replicó un disgustado Diamante.-

-Me sorprende que os haya parecido así.- Le contó su interlocutor.- De hecho, recuerdo a la princesa de Marte siendo muy amable. Hasta me dio recuerdos para  la madre de mi suegra.

-Puede que entonces les conviniese ser cordiales. Ahora quizás, creen que no les es necesario.- Conjeturó el joven príncipe quien, deseando terminar con esa conversación, remachó.- Estoy cansado, me retiraré a mis aposentos.

-Como gustéis, Alteza.- Asintió Ópalo.-



El conde vio alejarse a su príncipe con inquietud,  él mismo  tenía cosas en que pensar. Decidió ir a hablar con una antigua conocida, quiso disculparse por lo sucedido y tratar de suavizar la situación. Logró verla y tras un tenso comienzo las cosas se fueron encauzando y charlaron más amistosamente. Al concluir su visita retornó a sus aposentos deseando descansar.  Aunque fue requerido entonces por un miembro de su escolta.



-Señor, han mandado recado para vos. De Némesis.

-¿De qué se trata? - Quiso saber él.-

-Es un vídeo mensaje de su esposa. Inicialmente lo habían enviado a la Corte, seguramente por error. Pero Lady Esmeralda lo reenvió.



            El noble se extrañó. ¿Qué querría Idina ahora?. Aunque lo más raro era que le hubiese mandado aquello a la capital. Se suponía que su mujer estaba al corriente de su viaje con el príncipe Diamante a la Tierra. Para salir de dudas decidió verlo en sus estancias. Una vez estuvo allí y lo puso, quedó perplejo.



-¿Pero qué dice?- Musitó en voz alta.-



            Y es que aparecía el sonriente rostro de su esposa, comentando con evidente alegría.



-Ópalo, quiero darte las gracias otra vez. Venir a visitarme con nuestras hijas ha sido un detalle muy bonito. Sé que me he preocupado mucho y quizás no me he portado como la esposa que tú deseabas tener, pero te prometo que desde ahora confiaré en ti. ¡Has retornado tan deprisa para verme! Me recuerda a esa otra vez. Me basta con que vengáis de vez en cuando. A mí no me gusta ir a la Corte.- Y terminaba diciendo.- Os quiero mucho a todos. Y mejoraré nuestro condado para que las niñas y tú os sintáis muy orgullosos de mí.

-¿A qué se refiere?- Pensaba su atónito esposo en voz alta.- ¿De qué visita habla? Si yo no he…



            Enmudeció a mitad de la frase. ¡Ojalá que no se tratase de lo que se estaba temiendo!



-Debo contactar con Turmalina cuanto antes para que me lo confirme. Aunque ahora esta misión es prioritaria, el príncipe se está comportando de un modo muy extraño. No sé, parece que muchas personas estuvieran perdiendo la cabeza últimamente. - Reflexionó con creciente preocupación.-



Por su parte Diamante estaba realmente cansado. Quería dormir un poco, pero antes quiso contactar con el Hombre Sabio para que él pudiera darle algún consejo. Cuando logró establecer comunicación el encapuchado escuchó detenidamente al príncipe en tanto le narraba todo lo sucedido. Al fin, cuando el chico terminó, repuso de forma reflexiva.



-Vaya, de modo que os han tratado de esa forma tan poco respetuosa, Alteza.

-Sí, así es. – Intervino Diamante que añadió con indignación. - En cuanto se lo cuente a mi padre ya verán.

-Joven príncipe. – Le aconsejó entonces el Sabio de forma conciliadora. - No es prudente decirle eso a vuestro padre. Nuestro buen rey ya se haya turbado por otros problemas. Hacedme caso. No sería bueno añadir ahora el de la Tierra. A veces en diplomacia debemos ocultar ciertas verdades en beneficio del bienestar común.



El joven escuchaba sorprendido, pero debía admitir, razonando aquello con más calma, que el Sabio llevaba razón. Más cuando le oyó agregar.



-Pero en lo que decís de la reina Serenity estoy de acuerdo con vos. Creo que es honesta. Al menos ella no debe de saber nada del asunto. Posiblemente por ello el rey Endimión estaba ausente. El rostro y las palabras de su esposa sí transmiten la verdad.

-¿Qué quieres decir?- Le interrogó Diamante con estupor. – ¿Insinúas que el rey Endimión está detrás de un plan contra nosotros sin que Serenity lo sepa?

-Aún es pronto para hacer una afirmación de tal calibre, mi príncipe. – Pudo replicar el Sabio con tono cuidadoso. - Por el momento lo mejor será que regreséis cuanto antes. Vuestra familia os necesita.



El muchacho preguntó entonces que sucedía y el Sabio le resumió la situación. Entre otras cosas, le inquietaba una conjura en ciernes por parte de un grupo de traidores contrarios a la monarquía.



-Quiero que me informéis de eso.- Le ordenó Diamante visiblemente inquietado ante aquellas nuevas.-

-Como gustéis, Alteza. Le he encargado al joven Rubeus que lo investigue.- Respondió solícitamente su interlocutor, quien, con voz tintada de preocupación, añadió.- Pero hay algo más…



 Y es que en Némesis, mientras tanto, la madre del heredero estaba grave. Esa misteriosa enfermedad que padecía desde hacía años la minaba lentamente y su condición se había agravado mucho en esos meses. Coraíon estaba cada vez más preocupado por su mujer y progresivamente dejaba los asuntos de Estado en manos de su principal consejero que no era otro sino el Sabio. Aquello desde luego decidió a Diamante a retornar lo antes posible. Ahora la Tierra era algo secundario. Lo que omitió el encapuchado era que Zafiro estaba a disgusto con esta actuación de su padre al faltar tanto a sus deberes de gobierno. Pero, como el estado de salud de su madre le preocupaba también, no se ocupó mucho de ello. Además, el Hombre Sabio siempre le trataba con respeto y cortesía alabándole continuamente delante del monarca. Esmeralda también estaba muy triste y preocupada. Atendía a la débil reina lo mejor que podía y esperaba la vuelta del príncipe Diamante, pero éste se retrasaba. Habían pasado casi dos años desde su partida, el viaje era muy largo y ella contaba los días esperando verle llegar. La reina deseaba tanto volver a ver a su hijo que eso era lo único que le daba fuerzas. Ya postrada en su cama de forma casi permanente y atendida por Esmeralda, deliraba presa de la fiebre. La joven trataba de bajársela con todo tipo de curas incluso el antiguo remedio de la compresa de agua fría que parecía el más efectivo.



-¿Qué tenéis mi señora? - le preguntaba Esmeralda a la reina muy asustada. - ¿Cómo podría curaros?..

- Hija, tú haces lo que puedes,- susurró la débil Amatista Nairía con voz agradecida añadiendo. - Lo único que puede aliviarme es volver a ver a mi hijo. Lleva tanto tiempo fuera... ¿Harías algo por mí?- Esmeralda asintió con los ojos húmedos por la preocupación. - Si algo me pasase, cuídate de él...como lo has estado haciendo conmigo...en el fondo es buen chico, fuerte y valiente, pero muy confiado y orgulloso. Y fácil de provocar. No puede evitarlo, lo lleva en la sangre. Necesitará a alguien que le quiera de verdad y no le engañe.

- No os va a pasar nada, Señora. - Respondió la chica tratando de no llorar. - Llamaremos al príncipe Diamante y volverá a vuestro lado, entonces todo se arreglará, ya lo veréis.

- Dame agua, tengo sed,- le pidió la Reina con la voz muy apagada.-



La muchacha asintió y corrió solícita a por una jarra que había en una cercana mesa. Cuando estaba dando de beber a su Majestad llegó uno de las droidas de servicio, Esmeralda le preguntó que deseaba.



- Traigo la medicina para la reina. Debe tomársela ahora, eso la ayudará.

- Un momento. - Le pidió la chica, luego se lo dijo a la soberana. – Señora, vuestra medicina...

- No, ¡no quiero tomarme eso!, me hace mal...por favor querida no dejes que me lo den.- Le pidió Amatista que estaba visiblemente nerviosa. -

- Pero mi Señora - rebatió  Esmeralda tratando de calmarla. - Es por vuestro bien... - se volvió al androide y le preguntó - ¿quién envía esta medicina?

- El Sabio, dice que es un remedio muy eficaz, aunque sabe muy amargo, quizás por eso a la reina no le guste.- Razonó el androide.-

- Será por eso. - Pensó la muchacha que recostó a la reina con suavidad sobre una almohada. - No os preocupéis, Señora - dijo con el tono más amable que pudo. - Os la daré con algún zumo para mejorar su sabor.

- No,- se resistía la soberana - no quiero beber eso, es algo malo.

- Pero es el propio Hombre Sabio el que os la manda para que os curéis.- Replicó la atónita chica con toda su simpatía. –



            Y es que desde hacía algunas semanas, y atendiendo al fin esa petición que ella le hiciera, el Sabio había preparado un remedio que daba la impresión de haber mejorado a la soberana. Pese a que, como efecto secundario, muchas veces la sumía en el sueño o la dejaba en estado de duermevela. Entonces ella musitaba cosas aparentemente ininteligibles. Ahora, plenamente consciente, Amatista le pedía con tono desesperado a la consternada joven.



- ¡No dejes que se me acerque!, Esmeralda, hija mía. Escúchame bien, si valoras tu futuro y tu vida, no confíes en el Hombre Sabio...pero no dejes que él lo descubra. - Le advirtió la agitada reina mientras sudaba recorrida por múltiples escalofríos. - Yo nunca confié en él y lo sabe, por eso me está matando.

-¡Por favor, Señora! - le pidió la asustada muchacha sin dar crédito a lo que escuchaba. - Debéis descansar, es la fiebre la que os hace decir eso. Pero cuando toméis la medicina estaréis mucho mejor, confiad en mí. Yo nunca os daría nada que pudiese dañaros.

- Mi querida niña. - Sonrió la reina ya resignadamente mientras acariciaba una de las mejillas  de su doncella. - Por favor, sólo te pido que avises a mi hijo...¡Protégele!

- Así se hará, Majestad,- prometió la chica con la mejor de sus sonrisas para insistir de forma amable pero firme. - Ahora tomaos la medicina.

- Sé que no me queda mucho en este mundo. – Susurró la soberana haciendo un esfuerzo por alcanzar algo que tenía en una mesita cercana. – Y sólo puedo confiar en ti…en ti y en esas niñas…



            Su solícita cuidadora se percató enseguida y la ayudó a hacerse con una especie de abanico hecho de plumas rojas. La reina, agradecida, esbozó una débil sonrisa y le dijo a la chica.



- Este abanico siempre me trajo buena suerte, fue de las pocas cosas que conservo de cuando era una joven princesa en la Luna. Me gustaría que lo tuvieras.

- Pero Majestad. - Pudo decir Esmeralda totalmente  tomada por sorpresa y emocionada. - Yo... no creo merecer...



            La soberana la cortó con un gesto de sus manos y le insistió con voz apagada pero cariñosa.



- Acéptalo por favor, y recuérdame siempre que lo lleves a tu lado.

- Muchas gracias, mi Señora, para mí es un gran honor.- Pudo sonreír la chica añadiendo en un intento por parecer más jovial. - Ya veréis como os recuperáis muy pronto. Cuando el príncipe Diamante esté aquí os verá otra vez paseando por el jardín y podréis contemplar las flores los dos juntos. Pero debéis ayudar a que así sea para volver a brillar como la hermosa joya que sois.

- La amatista de la mañana me llamaba el rey cuando me conoció. Hace ya tanto tiempo. -  Sonrió débilmente la reina, con sus bellos ojos violetas haciendo aguas por la melancolía.-

- ¡Vamos, mi Señora! Animaos y tomaros esto, os ayudará a sentiros mejor. - Le pidió Esmeralda con amable dulzura. - Hacedlo por el príncipe Diamante, por el infante Zafiro y por vuestro esposo que tanto os aman…



            La atormentada mujer pareció asentir con expresión resignada, como si aceptase su destino. Esmeralda la acomodó lo mejor posible sobre unos almohadones y al fin logró convencer a la reina de que se bebiese el brebaje entre un zumo de frutas. Efectivamente, al hacerlo, el estado de la soberana pareció mejorar, quedándose profundamente dormida. Su dama de confianza la arropó con cariño y salió de la habitación sin poder evitar pensar en lo triste y desmejorada que la pobre reina estaba. Aquello la apenaba como si de su propia madre se tratara, pues, en efecto, en los años que llevaba allí había sido más eso que una reina para ella. Ocupando gran parte de ese vacío que quedó en el corazón de la joven, que no conoció a su progenitora, cuando se despidió de su propio padre al que hacía ya tiempo que no veía. Aunque sus reflexiones se interrumpieron y la muchacha retrocedió sobresaltada al toparse con el Hombre Sabio que estaba levitando en el pasillo.



-Esmeralda. ¿Se ha tomado ya la reina su medicina?- preguntó éste a la chica con un tono lleno de interés. -

-Sí…acabo de dársela, Hombre Sabio – respondió a trompicones la muchacha aun recuperándose de la impresión. -

- Excelente - dijo él con un tono de satisfacción, aseverando. - Eso la mejorará.

- Pero ella está asustada,- objetó la joven  informando a su interlocutor de sus temores. - Cree que esa medicina le hace daño, ¿y si te hubieses equivocado?

- No me he equivocado,- le aseguró el Sabio de modo tajante para suavizar después su tono añadiendo de forma casi didáctica al explicar. - Los compuestos especiales de esa medicina es lo que necesita para su grave enfermedad. La ayudarán, entiendo que el sabor no es agradable, pero debe seguir el tratamiento puntualmente, si no lo hace podría morir.



            Al escuchar esto la joven se asustó mucho, pero el Hombre Sabio la tranquilizó.



- No temas, Esmeralda. La reina se curará si sigues mis instrucciones...pero depende de ti el que eso pueda llevarse a cabo. No olvides que es una mujer enferma y que su mente a veces no está todo lo bien que debiera a resultas de su debilidad.

- Confío en ti, Hombre Sabio - dijo la muchacha.

-Haces lo correcto.- Convino aprobatoriamente él.-



Sin embargo, la muchacha no podía evitar sentir una cierta desazón cada vez que estaba en presencia de aquel misterioso encapuchado. Más todavía recordando las palabras de su soberana. Aun así, compuso una educada sonrisa y respondió.



 - Ahora si me disculpas, debo mandarle un mensaje al príncipe Diamante, la reina desea verle. ¡Ojalá que pueda venir cuanto antes!

- Me parece una buena idea, le vendrá bien para su recuperación. Yo ya le he informado y pedido que adelante su regreso, pero le gustará ver tu imagen y hablar contigo. Envía ese mensaje a través de mi canal de urgencia  - Le indicó su interlocutor.-



Esmeralda asintió más animada, era un bonito detalle por parte del Sabio decir aquello. A buen seguro que él deseaba también que la reina se recobrarse. La pobre soberana en sus delirios le culpaba de todos sus males. Así pues, tras darle las gracias salió corriendo hacia la sala de comunicaciones. De camino por el desierto corredor se topó con el hijo del marqués de Crimson.



-Hola Esmeralda. - Le sonrió él.- ¿A dónde vas tan aprisa?

-Nuestra reina está enferma. Voy a notificárselo al príncipe.- Le contestó trasluciendo su inquietud.-

-Bueno, la reina lleva enferma mucho tiempo. ¿Acaso no le has dado sus medicinas?

-Sí.– Admitió al joven.- Y ahora parece que se encuentra un poco mejor…Sin embargo…



            La chica dudaba sobre si contarle a su interlocutor o no lo que la soberana le había confiado. Y es que Rubeus era un chico bastante desconcertante, siempre la trataba con amabilidad desde luego, pero ella podía sentir como se la comía con la vista. No se fiaba demasiado de él. Al menos, siempre había sido respetuoso… pero justo estaba en esa reflexión cuando él recortó enseguida el espacio que les separaba.



-Estás muy nerviosa, te vendría bien relajarte un poco.- Le susurró el chico al oído.-



            Aunque ella se apartó instintivamente pero Rubeus la sujetó por detrás de los brazos sin dejarla moverse. Era muy fuerte y la trató de arrastrar hacia una habitación cercana que estaba vacía.



-¡Suéltame! – Chilló la joven tratando de zafarse sin lograrlo.- ¿Qué haces? ¿Cómo te atreves?



            Él la arrinconó en el interior de ese cuarto colocándola contra la pared. Esmeralda jadeaba asustada y furiosa. No obstante, era impotente ante el poderío físico de ese muchacho. Éste se detuvo un momento para acercar su rostro al de ella y susurrar de modo libidinoso.



-¡Vamos!, lo estás deseando…



            Y trató de besarla en la boca, la chica logró apartarse en el último momento y los labios de él solamente le alcanzaron la mejilla izquierda. Por fortuna, Rubeus se descuidó lo bastante como para que la joven le golpease con la rodilla en sus partes. Eso le hizo soltarla de inmediato y doblarse de dolor.



-¡Eres un cerdo asqueroso! – Escupió ella con desprecio.- Nunca me acostaría contigo, ni por todo el poder de este mundo.

-Ya.- Pudo decir él en tanto se recobraba.- Estás esperando a tu príncipe Diamante. Pues desengáñate, Esmeralda. ¡Eres muy poco para él!



            Aquello le sentó a la muchacha peor que el intento de agresión anterior. Apenas Rubeus se irguió le dio una bofetada llena de rabia. Pero enseguida comprendió su error, le había dado también tiempo a recuperarse. Ese bestia podría fácilmente dominarla si quisiera, por suerte para la chica él pareció olvidar esa idea. Era como si disfrutase todavía más con lo que añadió.



-Seguramente habrá ido a la Tierra a concertar un matrimonio.  Con una princesa terrestre o de la Luna…no con la hija de un noble de aquí. Aunque sea la de un duque. Y su hermano Zafiro creo que está más interesado en esas máquinas que diseña que en las mujeres. Así que, cariño…piénsatelo…yo soy lo mejor que vas a encontrar…

-¡Antes muerta!- Replicó llena de indignación y pesar.-

-¡Bueno!- se rio Rubeus cruzándose de brazos.- No te lo tomes así. Debo reconocer que al menos tienes carácter. Quería cerciorarme de eso.  Ahora que lo he comprobado creo que será estupendo domarte en la noche de bodas. Seguro que nuestros padres encontrarían esa idea alentadora. Imagínate la unión de nuestras casas. Nuestros herederos serían los nobles más poderosos de Némesis tras el rey. Podría ser que incluso más. ¿Quién se negaría a una alianza semejante?

-¡Jamás!… ¿Me oyes? ¡Jamás me casaría contigo!- Le gritó su interlocutora realmente fuera de sus casillas.- No me importa si mi padre me deshereda o el rey me manda ejecutar. Lo preferiría mil veces. ¡Eres un maldito niñato engreído!



            Pero lejos de ofender a su contertulio éste se rio divertido. Salió de la estancia con aire de suficiencia en tanto decía.



-No pasa nada, tengo a todas las mujeres que quiero. Y la mayoría están deseando que las haga proposiciones. Tú sigue soñando con tu principito mientras tanto…



            Y se marchó entre risas, dejando a una agitada y furiosa Esmeralda. Aunque la joven enseguida se dispuso a volver a su cometido. Tenía que contactar con Diamante. Entre tanto Rubeus aun pensaba en ella. ¡Esa maldita estúpida! Aunque pretendiese habérselo tomado a chanza y desde luego que había disfrutado con el enfado de ella, su rechazo le había molestado. Esa zorra estaba realmente bien y él se había excitado. Incluso tras ese golpe en sus partes bajas. Ahora estaba deseoso de desfogarse. Pero era consciente de que no podía tocar a la camarera mayor de la reina.



-Si la reina Amatista se enterase, aun estando tan enferma como está, se aseguraría de acabar conmigo. ¡Lástima no poder catar a Esmeralda! Al menos de momento.- Pensó contrariado.-



            Empero, enseguida se despreocupó, sabía bien hacia dónde dirigirse y a quién buscar. Las habitaciones de las cuatro hermanas no quedaban lejos de allí…



-Sé de una que no pondrá tantos reparos. - Se decía esbozando una sonrisa de lujuriosa satisfacción.-



            Aunque antes de llegar a donde pretendía el Sabio le llamó. Algo frustrado decidió ir con premura a verle.



-No debo contrariarle. Seguro que me llamará por esa misión que me encomendó.- Pensaba.-



            Al llegar al despacho que este consejero tenía en sus estancias privadas, Rubeus saludó y su interlocutor no se anduvo por las ramas. En efecto le preguntó.



-Rubeus. ¿Qué tal va ese asunto?

-Bien, Hombre Sabio.- Asintió el.- Estuve hace poco reunido con uno de sus cabecillas. Ya me comprendes.

-Sí, perfectamente.- Convino éste en ese mismo modo críptico.-



            El joven se sonrió pérfidamente. Aquella “ reunión” no fue muy agradable para ese tipo. Era un plebeyo que lideraba a muchos descontentos con el sistema de gobierno. Pretendían instaurar una república en Némesis alegando que el sistema de la monarquía y la nobleza estaba desfasado. Por desgracia para él, Rubeus pudo seguirle la pista y acompañado por un escuadrón de droidas de batalla, atraparle a él y a unos cuantos compinches. Sin muchas ceremonias les llevaron a una sala de interrogatorios. Allí, separaron al líder a quién él mismo tuvo la “ gentileza de atender”.



-Conozco mis derechos.- Le dijo aquel tipo.-

-Vamos a ver. Te llamas Cinabrio.- Le respondió Rubeus ojeando una información en la pantalla de su Tablet.- Y vas diciendo por ahí que nuestros soberanos no merecen gobernarnos. ¿Me equivoco?

-Digo lo que cada vez más personas de este planeta pensamos. Tiene que existir una verdadera democracia. – Contestó su interlocutor sin arredrarse.-

-A mí me parece que nuestro sistema ya es una perfecta democracia. Existe un Consejo y se decide por votación.- Opuso Rubeus.-

-Un Consejo de nobles que heredan el puesto.- Le matizó Cinabrio.- Eso no es una democracia. Es una oligarquía de privilegiados.

-Bueno, cuestión de opiniones.- Se sonrió aviesamente el chico que, ya más seriamente, pasó a preguntar.- Sabemos que estáis tramando un sabotaje para arruinar la visita de su Majestad a las nuevas plantaciones hidropónicas…

-No tengo ni idea de lo que hablas, amigo.- Replicó su contertulio.-

-¿Ah no?- Inquirió sarcásticamente él.-



            Sin más ceremonias agarró a ese tipo de la pechera y le levantó estampándole contra la pared. Seguidamente juntó su rostro contra el suyo. Rubeus era más alto y bastante más fornido y le espetó con tono de pocos amigos.



-No tengo demasiada paciencia. Y me repugnan los traidores. ¡Te aconsejo que hables!

-¿Oh qué?- Contestó desafiantemente Cinabrio.- ¿Me vas a dar una paliza? ¿O vas a llamar a ese encapuchado?

-Un respeto para su excelencia el embajador y Consejero Real.- Le ordenó Rubeus dándole un puñetazo en el estómago.-



            Aquel tipo se dobló encajando el golpe, su captor le soltó dejándole caer al suelo, donde le remató con una patada. Mientras Cinabrio se quejaba adoptando una posición fetal y tratando de respirar pese al dolor, su inquisidor añadió con falso tono condescendiente.



-Estoy siendo muy amable contigo…hasta ahora. Pero eso podría cambiar con rapidez. Conozco a tus amigos. En especial a esa tal Lazulita. Una chica muy mona. La hemos traído también. Puede que se sienta sola en sus dependencias. A lo mejor voy a hacerle una visita de cortesía.

-¡Déjala en paz!- Pudo decir el jadeante Cinabrio, tratando de incorporarse.



            Rubeus le empujó indolentemente  haciendo caer una vez más. Le puso un pie sobre la cabeza riéndose divertido para exclamar.



-¡Ja, ja, ja!. ¡Menudo caballero andante!. Esa zorra no dudará en venderte a la primera pregunta que le haga. Más si cabe cuando le ofrezca algo interesante.  En el fondo son todas iguales. Van a lo que más les conviene.



            Su interlocutor apenas sí podía respirar y rechinaba los dientes bajo el peso de la bota de su antagonista, pese a todo, pudo musitar.



-Así es como funciona la justicia de Coraíon. ¡Malditos sean él y su familia de sanguijuelas!



            Eso no le gustó a Rubeus, le quitó el pie de la cara a ese tipo únicamente para levantarlo con rudeza y estamparle contra la pared, mientras aullaba.



-¡Perro insolente!, te voy a enseñar a faltarle al respeto a nuestro rey…



Luego le dio unos cuantos golpes dejándole tendido en el suelo, entre un charco de sangre. Al fin, avisó a uno de los droidos.



-Que se quede encerrado en el calabozo. No le deis de comer hasta nueva orden.

-Lo que ordenes, amo.- Convino aquel androide.-



            Ahora se reía al contarle aquello al Sabio, pero éste no compartía esa diversión y tras unos momentos de silencio el encapuchado comentó.



-Rubeus. Hay ocasiones en las que el uso de la fuerza debe medirse. No conviene que alimentes las mentiras que esos traidores esparcen.

-No te comprendo.- Repuso el desconcertado joven.- Lo hice por el rey y siguiendo tus instrucciones.

-Yo te pedí que detuvieras al cabecilla y obtuvieras información. -Le contestó pacientemente el Sabio.- Para golpearle de ese modo un droido cualquiera hubiese bastado. Medita sobre esto. Las tareas básicas deben hacerlas tus peones, no tú. Y en ocasiones, no es preciso recurrir a esos métodos. Pueden ser contraproducentes.



            Y tras unos momentos de reflexión, el chico asintió, rascándose levemente su cabeza entre el rojizo pelo que la recubría.



-Tienes razón.- Admitió al fin.- No lo olvidaré.

-Bien. En tal caso, cuida de que a esos prisioneros no les falte comida y agua. Y que les atienda un médico.  No queremos que ni su Majestad, ni nadie ajeno a esto, pueda preocuparse. Por cierto.- Inquirió el Sabio.- ¿Le hiciste algo a esa tal Lazulita?

-No, ni la toqué. – Contestó el interpelado.- No tenía tiempo ni ganas en ese momento. Únicamente lo dije para provocar a ese idiota.



            Su interlocutor asintió bajo su capucha aseverando.



-Bien, en una cosa tienes razón. Ella posiblemente sea más proclive a hablar. Pero con la persuasión adecuada. Déjame eso a mí. Ahora será mejor que regreses a tus tareas.



            Rubeus asintió a  su vez y se marchó. Estaba deseoso de ir en busca de alguien para pasar un buen rato…



-Como tú digas.- Rumiaba el joven en tanto se centraba ya en satisfacer sus instintos.-



            Entre tanto Esmeralda envió ese mensaje y Diamante por su parte lo recibió a la velocidad de la luz gracias a esa especie de bola transmisora que el Sabio le proporcionara. Era referente al estado de su madre. Al escucharlo y sobre todo, ver la preocupada expresión de la muchacha y su agitación, se dispuso a partir sin más demora. Según los informes de la doncella de la reina, que coincidían con los del Sabio, la situación parecía muy preocupante. No obstante, la chica se esforzó por sonreír siempre y asegurar que cuidaban de su Majestad lo mejor posible, pero su juvenil rostro translucía su inquietud. Y dada la duración de su viaje Diamante temía llegar tarde. Aunque se esforzó por desterrar esos temores, si esa muchacha estaba al cuidado de su madre seguro que ella mejoraría. De cualquier manera quería volver lo antes posible, ya había dejado a un lado ese interés por conocer la Luna y estaba harto del Milenio de Plata o Neo Cristal Tokio o lo que fuese. Pero sobre todo, odiaba la altanería y soberbia que demostraban aquellas estúpidas gentes, que siempre le miraban por encima del hombro. Bueno, no todos eran así, únicamente por haber tenido la oportunidad de conocer a  la Reina Serenity en persona había merecido la pena el viaje. Aunque ahora, su misión estaba cumplida y nada más le retenía allí. De hecho, sólo el esplendor y la belleza de aquella mujer contribuyeron a retrasar su vuelta y, tras las noticias recibidas, ni siquiera eso era ya una excusa para permanecer soportando los desplantes del resto de su Corte. Decidido estaba pues a marchar pero su partida fue impedida por una fuerza de combate de la Tierra. Las guerreras guardianas fueron a verle a sus aposentos y le dijeron las siguientes palabras.



-¡Príncipe, tenemos informes de que habéis estado planeando una conspiración contra la seguridad de nuestro soberano! - Le acusó Venus con bastante enfado. -

-¡Hasta que no nos deis explicaciones de vuestros movimientos aquí no seréis libre para iros.- Añadió Marte con idéntico tono! -



            ¡Aquello era el colmo! Ahora esas deslenguadas se permitían el lujo de amenazarle.



-¿Cómo os atrevéis?- Bramó Diamante furioso. - Debo irme, me reclaman con urgencia desde mi mundo y vosotras no sois quienes para retenerme.

- No es cosa nuestra. Es orden del rey Endimión – replicó firmemente Mercurio. Aunque usó una voz algo más considerada que sus otras compañeras al añadir. - Tanto vos como vuestros acompañantes seréis sometidos a un registro de vuestras personas y vuestros equipajes.

-¡Eso es un ultraje!- Estalló el interpelado sentenciando. - Cualquiera que ose tocarme lo pagará muy caro. Decidle a vuestro rey que se atreva a registrarme él en persona. Cara a cara.

- Nuestro rey no puede perder el tiempo con vos, debe atender otros asuntos más urgentes.- Intervino Júpiter con dureza para remachar. - Elegid príncipe, o nos dejáis cumplimentar la orden o vos y vuestro séquito no saldréis jamás de aquí.



            A pesar de hervir de ira, Diamante tuvo que tragarse su orgullo. Esas noticias sobre el estado de salud de su madre eran muy preocupantes, tanto que le condicionaban por entero. Lo que él deseaba era volver a su lado cuanto antes. El Sabio tenía razón. Debería hacer un esfuerzo por ser diplomático, nada solucionaría oponiéndose.  Lo mismo le aconsejó el conde de Ayakashi que estaba tan indignado como él cuando se enteró.



-No comprendo esta actitud.- Decía Ópalo en un aparte con el príncipe.-

-Ni yo, ¡pero es intolerable! - Estalló Diamante.- Si no fuese porque mi madre está peor, yo…

-¿Vuestra madre ha empeorado?- Inquirió el perplejo conde.-

- Eso me han notificado, tanto Esmeralda como el Sabio.- Suspiró el muchacho con tono decaído ahora.-

-En tal caso, tendremos que aceptar sus demandas.- Afirmó su contertulio, añadiendo, eso sí, con un tinte de esperanza.- Dadme unos minutos. Intentaré hablar con alguien que conozco aquí. Quizás pueda interceder.

-Confío en vos.- Afirmó Diamante.-



            Ópalo pudo así salir de sus estancias y pedir ser recibido por la Dama Luna. Esa mujer no tardó en acudir. Cuando el conde le puso al tanto de lo que pasaba su rostro expresó pesar.



-Lo lamento mucho, pero si son órdenes del rey en persona, yo nada puedo hacer.

-¿Y contárselo a la reina?- Inquirió Ópalo.- Quizás ella lo vea de otro modo. También es madre…

-Lo intentaré.- Sonrió débilmente su interlocutora.-



Al cabo de una hora y tras escuchar al conde, Diamante al fin permitió el registro, lo cual fue para él una gran humillación. Por suerte este fue breve. La guardiana Júpiter le dijo, no sin algo de malestar.



-Pese a todo tenéis amigos aquí. La soberana nos ha dado orden de ser rápidas y no tardar demasiado.



Y cumplieron con ese mandato, al no encontrársele nada las guerreras le dieron permiso para abandonar el planeta pero antes el joven les hizo una petición teñida de enfado.



- Esto no va a quedar así. ¡Exijo una disculpa formal por parte de vuestros soberanos!...

- Pues para eso pedid audiencia.- Respondió Marte con un tono que rayaba en la burla. -

-¡Os juro que os arrepentiréis de esto!,- les espetó Diamante señalándolas, - Si mi madre ha empeorado en mi ausencia, os haré responsables a todos vosotros, terrestres. Y pagaréis las consecuencias.



            Dicho esto el ofendido príncipe se alejó y las guerreras charlaron entre ellas. Mercurio fue la que tomó la palabra y parecía dudar al exponer.



- No sé, pero a mí no me parece que sea él quien ha tratado de atentar contra nuestros soberanos. Es muy orgulloso y arrogante, precisamente por eso no creo que sea capaz de un intento tan sibilino.

- No es eso lo que decía nuestro informador anónimo.- Rebatió Júpiter - y gracias a él, hemos podido evitar dichos complots.

- Puede que en eso se equivocase. - Intervino Venus también con dudas. -  Estoy de acuerdo con Mercurio. Al príncipe se le pueden leer las emociones con facilidad. Es arrogante y no está acostumbrado a que nadie le contradiga. Pierde la calma con rapidez. Se le ve venir enseguida. No es para nada el perfil de un conspirador.

- Pues por eso. Salta a la vista que ese príncipe es muy violento, sólo hay que verle. - Observó Marte aseverando en tanto se cruzaba de brazos. - Yo no me fío de él. Podría ser capaz de cualquier cosa en un momento de ofuscación.

- Tal vez tengas razón - convino Mercurio – es un chico muy irascible, en verdad no comprendo el porqué de sus enfados. Aunque convengo con Venus en que sería el típico que se lanzase a atacar a alguien sin pensar, por mor de la ofensa recibida. No es de los que aguardarían para trazar un plan o un complot.

- Está claro, es un niño mimado con muchos aires de grandeza. – Repuso Júpiter de modo inflexible a la par que añadía. - No ha debido de recibir un desaire en su vida y sí darlos. Pero, aun así,  no comprendo como los de Némesis han podido enviarnos semejante embajador. Salvo, claro está, que pretendan tensar más las cosas.



Las otras se miraron entre sí sin disimular su extrañeza. Aquello era cierto. Desde el primer día ese chico entró con un tono arrogante e impetuoso, exigiendo de continuo. Todavía recordaban el primer día de audiencia nada más llegar. Fue Venus la que rememorando, comentó.



- Uno de nuestros nuevos chambelanes vino a verme asustado. Decía que aquel príncipe parecía estar dispuesto a iniciar una guerra, ¡sólo por llevar esperando quince minutos! Tuve que salir a tratar de calmarle explicándole que los soberanos se hallaban ocupados. ¿Recuerdas Júpiter? Tú saliste conmigo.

- Incluso te confundió con la reina. - Sonrió la aludida para agregar divertida. - Debe de ser muy inexperto en relaciones diplomáticas.

- ¡Qué graciosa!- Replicó  Venus dándole un ligero empujón a su compañera que se reía, para añadir ahora de forma más seria. - Fue extraño. Parecía ido, cuando le estaba hablando me daba la impresión de no entender bien lo que le decía.

- Y el caso es que, no sé muy bien porqué, pero su rostro me resultaba familiar. Y no creo haberle visto nunca antes.- Afirmó Júpiter ya sin reír.-

-A mí me sucede lo mismo.- Convino Mercurio.- Pero no puedo recordar…

-Quizá sea porque se parece a su padre el rey Coraíon a su edad. Al menos en la apariencia, no en el buen juicio. Y menos aún ha heredado la amabilidad de su madre, Amatista Nairía. - Suspiró Venus sentenciando en tanto se encogía de hombros.- No sé cómo de tales padres ha podido surgir un hijo así.

- Y que lo digas. Lo que más me molestó a mí de todo, - terció Marte, añadiendo con visible malestar. - Es que nuestra propia soberana tuvo que salir dejando sola a la Pequeña Dama para calmar a ese presuntuoso ¡Con el poco tiempo que puede pasar con ella!

- Es cierto, yo no se lo dije abiertamente, pero le di a entender que nuestra soberana estaba ocupada. – Afirmó Venus declarando. - ¡La pobre Usagi!, - Se calló repentinamente y esbozó una cálida sonrisa con tintes de nostalgia según rectificaba – Nuestra reina Serenity, no dispone de muchos momentos para estar junto a su hija. Con tantas responsabilidades y con el viaje del Rey para estrechar lazos con las colonias lunares y saludar a nuestros aliados de la Luna Nueva, no para casi ni para comer.

- El proyecto de repoblar el antiguo reino de la Luna Blanca es algo de mucha importancia y nuestro soberano debe ocuparse de ello en persona. Necesitaremos muchos y esforzados pioneros.- Intervino Marte. – Así como la ayuda del rey Granate.

- Pero entre lo difícil del proyecto y la creciente hostilidad del reino de Némesis, las cosas se están complicando. - Añadió Júpiter. -

- Siempre pensé que el rey Coraíon era diferente a otros de sus predecesores. – Opinó Venus que parecía desencantada al agregar. - Una de dos, o ha delegado en exceso en su arrogante hijo o trama algo y todos estos años han sido una cortina de humo. Recordad los incidentes que algunas de nuestras naves han tenido con las suyas en el exterior del sistema solar.

- Nuestro servicio de inteligencia nos ha informado desde hace tiempo que tiene una especie de consejero misterioso del que se desconoce todo. No me gusta.- Dijo Marte cruzándose de brazos. – Aunque hasta ahora no hayamos tenido pruebas de ninguna actuación hostil por su parte,  las acusaciones que traía Diamante desde luego que sonaban a rumores e infundios de la peor clase. ¿Verdad Ami?

-Así es.- Asintió Mercurio con tintes reflexivos combinados con inquietud.- Los servicios secretos y las fuerzas que tenemos desplegadas en el sistema solar exterior, coordinados por Saturno, Urano y Neptuno, me han comentado más de una vez las extrañas maniobras que se están llevando a cabo por esas partes del espacio. Incluso en algunas regiones de Némesis al parecer están construyendo máquinas de guerra, cañones de superficie planetarios. No me da buena espina, no.

-Es como si buscasen un pretexto para enfriar nuestras relaciones en vez de mejorarlas - Declaró ofendidamente Júpiter. – Parece que ese Diamante lo tuviera todo calculado. Actuando como lo ha hecho a sabiendas de que nos ofendería y que tendríamos que tomar medidas, para luego hacerse la víctima,

- No creo que el príncipe de Némesis sea tan buen actor. En mi opinión él se cree a pies juntillas lo que dice. Para mí que es simplemente un peón. Por eso lo mejor será que abandone el planeta. No me agradaría la posibilidad de que esto degenerase en un conflicto más grave o incluso en una declaración de guerra.- Sentenció Mercurio. -



Las demás convinieron en eso con expresiones preocupadas. Todavía recordaban lo amable de la expresión de Serenity cuando en persona hizo pasar a ese jovenzuelo a la sala de audiencias del trono. Pero el príncipe de Némesis, no sólo no se apaciguó sino que se negó en rotundo a efectuar el saludo protocolario de los embajadores. ¡Hasta fue la propia reina la que tuvo que pedírselo! Y cuando ese mocoso se dignó hacer un leve saludo y expuso los argumentos, aquellos de una posible trama contra su mundo gestada en el Milenio de Plata, apenas sí aceptó la palabra de la soberana. ¡Insinuando incluso que mentía! A pesar de todo, Serenity se mostró como siempre comprensiva y cuando pudo hablar con sus guardianas a solas les dijo.



- No juzguéis con dureza al príncipe Diamante, a la vista está que es joven e inexperto. Creo que en el fondo es noble y piensa que sus motivos son justos. Aunque tanto sus sospechas como sus maneras no sean apropiadas. Confiemos en que aprenderá y madurará con el tiempo.



            Todas las sailors expusieron sus temores a la reina, los mismos que habían recordado ahora, pero ésta se limitó a sonreír y a tranquilizarlas. No creía aquello, aunque claro, a las pocas horas se recibió un comunicado que alertaba de un intento frustrado de sabotaje contra la nave del rey Endimión que retornaba hacia la Tierra. Afortunadamente pudo ser evitado y los saboteadores detenidos y tras el interrogatorio al que fueron sometidos, ambos apuntaron hacia la legación de Némesis como posible instigadora de sus actos. Pese a no tener pruebas seguras de eso. Desde entonces, las sailors habían recelado aun más de Diamante y su comitiva. Lo bastante como para solicitar un registro que, si bien era algo muy comprometido para la diplomacia, y eso era algo que a la reina no complacía en absoluto, se convirtió en algo de apremiante necesidad. Esos dos terroristas declararon que tenían cómplices integrados en la comitiva del príncipe, dispuestos a actuar  contra la reina y la Pequeña Dama si el sabotaje era impedido. De ese modo, el rey Endimión había cursado una orden directa, esperando que todo se resolviera sin necesidad de producirse un conflicto más grave.



- Y eso que fuimos lo más amables posibles. - Recordó Venus para añadir. - Pero este jovenzuelo es terriblemente orgulloso e irascible. Solamente le pedimos colaboración para que nos permitiera investigar por si alguien había introducido algo en su comitiva y ya veis como se ha puesto.

- No me gusta ser grosera, pero ha sido un caso de fuerza mayor.- Se lamentó Júpiter justificándose de inmediato. - Por mucha inmunidad diplomática que tenga, eso no está por encima de la seguridad de nuestros monarcas.

- Y si hubiera sido inocente del todo, ¿por qué esa negativa tan tajante?- Comentó Mercurio que añadió no obstante de forma más comprensiva. - Todos sentimos que el estado de su madre haya empeorado. Amatista era una muchacha adorable, pero al aceptar casarse e ir a un lugar tan terrible como Némesis  debió de enfermar. Pero esa es una razón de más para ayudarnos a aclarar las dudas cuanto antes y poder marcharse para reunirse con ella.

-Al menos el conde de Ayakashi sí que es un hombre más razonable y maduro. Estuvo aquí antes.- Comentó Marte, afirmando.- Incluso vino a pedirme disculpas tras la primera audiencia.



            La guardiana lo recordaba. Al poco de irse la comitiva de ese jovenzuelo arrogante, el conde retornó.



-¿Qué queréis ahora?¿Acaso traéis otra ridícula demanda de vuestro príncipe?- Inquirió la princesa de Marte, que estaba sentada descansando en un gran sofá color carmesí, que casi hacía juego con su rojo vestido.-

-Os ruego que disculpéis al joven príncipe Diamante.- Le pidió Ópalo admitiendo con apuro.- Tampoco yo comprendo por qué ha actuado de ese modo. Le conozco desde que nació y os doy mi palabra de que él no es así.



            Eso hizo que Marte se levantase y mirase con estupor a ese hombre. Entonces ella le comentó.



-Os recuerdo. Hace bastantes años estuvisteis aquí con el padre de Diamante. Y os entregué algunas cosas..

-Sí, para la madre de mi suegra, la dama Kurozuki.- Sonrió débilmente él, narrando a su interlocutora.- Se las di y se puso muy contenta. Me pidió que os diera las gracias de todo corazón. La hicisteis muy feliz, Alteza.



            Al fin Marte fue capaz de sonreír con sinceridad. Ya más relajada, se interesó por aquella buena mujer.



-¿Qué tal está Loren?.. bueno, la dama Kurozuki.- Matizó.-



            Aunque el conde bajó la mirada y tras suspirar le desveló con tristeza.



-Hace años que falleció. De hecho, lo hizo al poco de darle vuestros presentes. Pero mi suegra que estaba allí, al día siguiente cuando la encontraron, dijo que tenía una gran sonrisa en el rostro.



            Eso hizo que la guardiana a su vez bajase la mirada y diera un largo suspiro, para musitar.



-Lo siento mucho. De veras. Es que para mí, casi parece que haya transcurrido un instante desde que os vi por última vez.

-Han sido casi veinte años ya.- Le recordó él, admitiendo asombrado.- Y seguís igual de hermosa y de joven. Lo mismo que las demás.

-Es el poder del Cristal de Plata y nuestra naturaleza de hijas de la Luna.- Le explicó Marte.-

-Me gustaría que nuestra reina disfrutase de esos mismos dones.- Comentó él.-



            Ante la mirada inquisitiva de su contertulia, él le contó de un modo más exhaustivo entonces lo que se había comentado en la audiencia por parte de Diamante.



-No goza de buena salud. Desgraciadamente está delicada. Lleva años así. La verdad es que en Némesis no solemos vivir mucho.

-Lamento oírlo. Siempre fue una chica realmente encantadora. Y amaba mucho a Coraíon.- Comentó la princesa.-

-Le sigue queriendo.- Aseguró Ópalo.-  Y él a ella también.

-Eso me alegra.- Asintió su interlocutora, con una leve sonrisa volviendo al tema que a ambos más les inquietaba.- Espero que todo se solucione y que el príncipe comprenda que aquí no tenemos nada en su contra.

-Trataré de hacérselo ver. Gracias, Alteza.- Repuso él.-

-Llamadme Rei.- Le pidió ella, sonriendo ahora un poco más ampliamente para afirmar.- Ya somos viejos amigos, conde.



            Y Ópalo tomó una de sus manos e hizo el ademán de besársela en tanto se inclinaba. Aquel hombre se marchó y la princesa de Marte quedó pensativa. Al poco de la marcha de la legación de Némesis llegó el rey Endimión. Ella misma le recibió junto con Venus. Las dos le informaron puntualmente de lo ocurrido.



-Os agradezco como siempre vuestros desvelos. Ahora voy a ver a mi esposa y a mi hija. – Dijo él tras escuchar con suma atención.-

-Muy bien, Majestad.- Repuso educadamente Marte.-



            Tanto ella como Minako hicieron una reverencia ante el rey. Luego se marcharon en busca de las otras. Ahora Rei les comentaba al resto.



- Pese a los esfuerzos del conde de Ayakashi por hacerle razonar, ese chico ni siquiera aceptó la posibilidad de otra audiencia para hablar con la reina, y eso que se lo dije con la mejor intención. - Remachó Marte agregando en tanto negaba con la cabeza. - Nuestra soberana es a veces demasiado generosa. Aun a costa de no poder pasar tanto tiempo como le gustaría con su hija.

-Por cierto.- Comentó Mercurio al hilo de eso.- ¿Dónde está la Pequeña Dama?

-Supongo que en sus habitaciones, con su madre.- Repuso Júpiter.- Se habrán reunido con el rey.

-Será mejor que vayamos y estemos cerca. Hasta que esos tipos de Némesis no se marchen bien lejos de aquí no estaré tranquila.- Afirmó Venus.-



            Sus compañeras y amigas asintieron reforzando esa impresión y volvieron a sus tareas. Enseguida buscaron a la niña. Ésta estaba efectivamente con su madre. Eso las tranquilizó. La cría por su parte las escuchaba hablar sobre esos extraños visitantes y recordaba cuando escuchó esas voces que veían desde el salón de audiencias. Su madre tuvo que dejarla sola para hablar con la Dama Luna, y luego ir a charlar con un extraño, cosa que no le gustaba nada. Aburrida y aguardando a que volviese se entretuvo recorriendo algunas habitaciones. Fue al llegar junto a una extraña puerta cuando se detuvo. Era un portal con forma de media luna. Estaba cerrado pero cuando ella puso la mano sobre una de las hojas esa puerta se abrió. Sorprendida en un primer instante reculó. Después la curiosidad la hizo avanzar. Dentro había una neblina espesa.



-¡Qué habitación tan rara! – Se dijo la pequeña con patente intriga intentando ver lo que había.- ¡Y qué grandes es!



            Echó para atrás parte de su rosado cabello y caminó despacio. Al poco de andar escuchó una voz de mujer que con severidad preguntó.



-¡Quién anda ahí? ¡Identifíquese!

-Soy yo...- Pudo decir con un hilo de voz, totalmente intimidada.-



            En apenas un instante, una alta y esbelta silueta se aproximó. No era visible con detalle a causa de esa niebla hasta que se detuvo justo al lado de la cría. Ahora la niña pudo ver a una mujer alta, vestida como guerrera, con un atuendo de tonos verdes oscuros en su falda, en la que colgaban varias llavecitas doradas. Llevaba botas negras de tacón hasta la rodilla. Poseía un bonito y largo pelo verde oscuro y su piel era más morena que la del resto de las guardianas. Esa extraña portaba una especie de gran llave rematada en un hermoso adorno de color bermellón. A juego con los ojos de su dueña.



-¡Espera!… - le dijo a la todavía asustada niña. Para preguntar no sin sorpresa en su tono.- ¿Eres la Pequeña Dama?...

-Sí...- Fue capaz de replicar la niña con voz trémula.- ¿Y quién eres tú?... ¿Vas a hacerme daño?



            La hasta entonces severa expresión de esa mujer se dulcificó al instante y tras sonreír, se agachó para poder estar a la altura de su interlocutora, respondiendo con mucha más cordialidad.



-Os ruego me perdonéis, princesa. No quería asustaros. Soy la princesa guerrera Plutón. Guardo esta parte del palacio.

-¿Tú vives aquí?- Quiso saber la niña, ya más calmada.-

-Éste es mi puesto. No puedo abandonarlo salvo por orden directa de los soberanos o causa de fuerza mayor.- Le explicó la joven centinela que ahora quiso saber a su vez.- ¿Cómo es que habéis entrado aquí?

-Estaba dando un paseo y me perdí.- Replicó la niña, añadiendo.- ¿Qué lugar es éste?

-Es la puerta del tiempo- espacio.- Le contestó su contertulia.- Está prohibido cruzarla. Mi deber es impedir que nadie lo haga. Tengo esa misión desde que puedo recordar.

-¿Y siempre estás sola? - Le preguntó la cría con sentimiento de lástima por esa pobre mujer.- ¿Sin nadie aquí contigo?



            Su interlocutora se sentó entonces en el suelo, la niña hizo lo propio y la guerrera Plutón  la miró con una expresión que parecía triste para replicar con tono suave y resignado.



-Mi deber es montar guardia aquí…

-Pues debe de ser muy aburrido.- Suspiró la pequeña preguntando sin reparos.- ¿A qué puedes jugar aquí tú sola?



            La guerrera la miró atónita, aunque enseguida sonrió con ternura. Desde luego que no estaba acostumbrada a recibir visitas, y menos las de una niña. Pero esa cría era la heredera al trono. Y, pese a que le gustaba charlar con ella y agradecía muchísimo su compañía, se vio en la obligación de sugerirle.



-Alteza, deberíais regresar de inmediato a palacio. Vuestros padres se preocuparán mucho si no os ven…

-Bueno, pero vendré a verte otro día si quieres.- Le contestó la pequeña tras levantarse.- Oye…- trató de recordar el nombre de esa guerrera, creyó saber porque letra empezaba y sin más quiso saber.- Oye P… ¿Querrás que te visite? Me gustaría que fuéramos amigas.

-Claro, claro que sí.- Sonrió más ampliamente la aludida en tanto se levantaba a su vez y llevaba de la mano a la niña rumbo a la salida.- Pero primero debéis pedir permiso a vuestros padres.- Precisó con inquietud.-



            Estaban a punto de salir cuando una figura alta y vestida de modo elegante se aproximó. Enseguida fue visible. Un hombre ataviado con un smoking blanco con capa a juego que además lucía algún tono ligeramente malva. Al verlo la guardiana se arrodilló de inmediato. Él, sonriendo, declaró.



-Vaya, Pequeña Dama, nos tenías preocupados. Acabo de regresar de un largo viaje y apenas sí he tenido tiempo de ver a la reina. ¿Se puede saber que estás haciendo aquí?... No es un sitio al que debas acercarte.

-Lo lamento mucho, Majestad.- Se disculpó Plutón.- Ahora iba a llevarla de vuelta.

-Está bien Setsuna, no es culpa tuya. – Sonrió él, afirmando.- He llegado tarde para atender a los enviados de Némesis por lo que alguna de tus compañeras me han contado. Fui a saludar a mi hija pero no estaba. Menos mal que vi la puerta de este lugar abierta y me lo imaginé.

-Es que estaba aburrida. - Pretextó la niña.- Mamá se tuvo que ir a hablar con un señor que no paraba de gritar…

-Bueno cielo. No pasa nada. - Sonrió él tomándola en brazos para añadir de modo cortés.- Despídete de la guardiana del espacio- tiempo.

-Adiós P… espero volver a verte pronto.- Declaró la cría con todo su entusiasmo infantil para agregar dirigiéndose a su padre.- Por favor, déjame visitar a P, la pobre estará muy sola aquí dentro.

-Ya hablaremos, hija.- Replicó suavemente él.-

-Como siempre, es un placer veros, rey Endimión. – Afirmó la joven en tanto se levantaba mirándole de modo intenso.-

-Lo mismo digo. – Convino él observándola del mismo modo, para remachar.- Hasta pronto.



            Y se alejó con su hija en tanto la mirada de Setsuna le seguía. Aquella mujer admiraba desde la distancia a su soberano. Sabía perfectamente que aquello era a lo más que podría aspirar. Echaba de menos a sus compañeras de la defensa exterior. A las que tampoco podía ver. Alejadas en los confines del sistema solar. Velando por la seguridad del mismo ante amenazas interestelares. Creía asimismo recordar un antiguo amor, perdido en su memoria, como si alguien lo hubiera borrado. A veces cuando dormía soñaba con eso y con una familia de la que ella pudo formar parte. Pero seguramente eran sus propios deseos inconscientes.



-Debo dejar de lado esos pensamientos y centrarme en mi cometido.- Se decía a sí misma con inflexibilidad.- Solamente eso.



            Y se alejó, con el eco resonante de sus pasos, para retornar a su guardia sin final…



            Por su parte Endimión llevaba de la mano a su pequeña hija y, antes de llegar a sus aposentos, él comentó con algo de preocupación.



-Mejor será que no le cuentes a mamá dónde has estado. Se disgustaría. Esa sala está prohibida...

-Pero es que me da mucha pena la pobre P, allí sola.- Objetó al compungida cría.-

-Bueno.- Le sonrió animosamente su padre en tanto la acariciaba el pelo.-  Haremos una cosa. De vez en cuando te doy permiso para que vayas a visitarla. Pero siempre a condición de no alejarte mucho de la entrada. ¿Entendido?



            La niña asintió visiblemente contenta. Después su padre la dejó acostada en su cuarto y fue a ver a su esposa. Ella le esperaba en la alcoba. Allí, tras besarse largamente, la soberana le contó lo sucedido.



-No me gusta nada.- Declaró Endimión.- Ese príncipe parece estar predispuesto en contra nuestra.

-Sí, y no comprendo la razón. - Musitó Serenity.- Su propia madre era alguien muy querida para nosotros. Ha tenido que decírselo antes de venir.



            Entonces Endimión adoptó un serio semblante y le explicó a su mujer.



-Corre el rumor de que Amatista está muy enferma. En eso el príncipe Diamante no te ha mentido. Rei me ha dicho que se lo ha confirmado hasta el propio conde de Ayakashi. Y lo que es peor, nuestros agentes creen que Némesis está recibiendo malas influencias. Artemis habló con alguno durante su breve estancia en ese planeta antes de volver aquí y así se lo han expuesto…

-¿Malas influencias de quién?- Quiso saber su interlocutora.-

-De una especie de consejero que llegó a la Corte de Coraíon hará unos años. Se desconoce su identidad. Tengo a algunos de los nuestros investigando desde las bases de los planetas exteriores, Saturno, Urano y Neptuno. – Repuso su esposo.- En cuanto les sea posible contactarán con nuestros agentes de allí, a ver que pueden averiguar…

-No sé…- Musitó la soberana.- A veces me recorre una extraña sensación. Como si supiera algo que no soy capaz de recordar…Incluso en sueños, veo a personas…creo que las conocía antes del Gran Sueño…

-Sí, es curioso. Me sucede algo similar.- Comentó su marido.- Parece que hubiese algo en el pasado que haya olvidado y que podría ser muy importante…



            Serenity asintió. Tampoco era capaz de explicar eso con palabras. Pero creía que tenía mucho que ver con aquel momento en el que se vio obligada a congelarlo todo para escapar a un terrible mal. Algo tan peligroso que tuvo que utilizar el máximo de su poder para conjurarlo. Sin embargo, lo más extraño es que ni recordaba que hubiese podido ser. No se trataba de la reina Beryl, ni del reino de la Oscuridad que ésta dirigió. De eso sí tenía memoria. También estaba relacionado de algún modo con lo que le sucedía  a la Pequeña Dama. Aunque tampoco sabía a ciencia cierta en qué consistía esa conexión…



-Puede que al hacer tanto esfuerzo eso me costase perder gran parte de mis recuerdos.- Se dijo, pensando no sin extrañeza.- Aunque no sé porqué le ha ocurrido lo mismo a todas las personas que conozco.



Como ya era tarde decidió dejarlo, al menos por esa noche, y disfrutar de la compañía de su marido…Ahora, en todo caso, le preocupaba la visita de ese joven príncipe. Y otra cosa que le inquietaba, y que había hablado con Luna. Su amiga y dama principal, fue a verla cuando estaba con su hija.



-Mamá.- Le preguntaba la niña.- ¿Por qué están gritando fuera?

-No te preocupes, cielo.- Le sonrió alentadoramente ella.- No es nada.



            La cría la miró con gesto desconcertado. Fue entonces cuando alguien tocó a la puerta de sus habitaciones. La soberana escuchó la voz de Luna.



-Majestad. ¿Puedo hablar con vos? – Le pidió.-

-Por supuesto, Lady Luna, pasad. Por favor.- Replicó ella.-



            Su amiga y confidente entró. Enseguida Serenity le indicó a su pequeña.



-Anda cariño, ve a tu habitación un ratito, ahora iré a verte.

-Sí mami.- Suspiró la niña.-



            Pese a ser tan pequeña, en cierto modo parecía entender las cosas muy bien. Demasiado para su corta edad. Quizás tanto tiempo en esa especie de animación suspendida le hubiera permitido madurar de manera precoz. Al menos para la edad que aparentaba.



- Nadie diría que mi hija tiene más de novecientos años.- Meditó la soberana no sin cierta amargura.-



            Al menos pudo despertar, hacía tan solo unos pocos años. Ni la misma Serenity supo a ciencia cierta por qué su hija salió de ese extraño coma. Aunque no le importó, únicamente se alegró tanto como su esposo.



-Señora. ¿Os encontráis bien?- Inquirió Luna sacándola de esos pensamientos.-

-Sí, claro.- Afirmó ella, cambiando de tema.- Dime, ¿qué está pasando?

-Señora, es el enviado de Némesis, el príncipe Diamante. Su ayudante el Conde de Ayakashi vino a verme…



            Luna le puso al corriente de inmediato, con tono entre sorprendido e inquieto.



-El conde estaba muy preocupado. No comprende que sucede.

- Lamento que se haya producido este incidente.- Repuso ella.-



            Aunque la propia Serenity tuvo un pálpito. Días antes, sintió una extraña y desagradable sensación. Era como si algún tipo de presencia negativa estuviera cerca. Quizás en la mismísima ciudad de Cristal- Tokio. Sospechaba del príncipe Diamante o de alguien de su legación. Se daba la coincidencia de que había percibido aquello cuando llegaron.



-Muy bien. Tranquila Luna. Iré a hablar con él.

-Pero Majestad.- Quiso oponerse la dama.- Vos y vuestra hija…

-Chibiusa estará bien.- Sonrió Serenity.- Y esto es importante.



            Luna asintió, inclinándose y saliendo de allí. Luego la misma soberana acudió al encuentro de ese escandaloso visitante. No obstante, al tenerle frente a frente se dio cuenta de que, si bien notaba algo raro en ese chico, además de su irascible carácter, él en sí mismo no tenía un aura maligna ni mostraba estar poseído por ningún ente oscuro. Así se lo narró a Endimión, quien tras sopesar ese relato durante unos instantes, convino.



-Tendremos que seguir buscando esa fuente maligna. Solo deseo que, tras tantos siglos de paz y calma, no volvamos a tener que luchar.

-Ya he dejado de sentirla.- Le tranquilizó su mujer.- O se ha desvanecido o quizás fui yo quién se lo imaginó.

-Tanto mejor si es así.- Sonrió su marido declarando más concernido.- Eso nos deja únicamente el problema de ese príncipe por solucionar.

-Espero que podamos reconducir las cosas.- Suspiraba la joven, dejándose abrazar por su esposo.-



Por su parte Diamante, indignado, lo reconsideró y, tras un par de días, decidió finalmente pedir audiencia para ver a la reina Serenity. Pero esta vez los guardianes se la negaron. Al parecer su soberana tenía llena su agenda. Furioso por ese nuevo desdén llamó al Sabio con aquella bola mágica pidiéndole hablar con el rey, pero el encapuchado le respondió una vez más que su Majestad no debía ser puesto al corriente de aquellas lamentables noticias. Que sería mejor si él, como emisario, era paciente y solucionaba la crisis. Eso le daría un gran prestigio y aliviaría el sufrimiento de su padre. Cuando el joven oyó esto no pudo evitar preguntar el porqué y el Sabio, con acusado tono de pesar, le informó de que la reina Amatista Nairía realmente había empeorado mucho. Después, pidió al joven príncipe un último esfuerzo para aclarar las cosas con la Tierra y se despidió de él deseándole un pronto y feliz viaje de regreso. Así pues y armándose de paciencia Diamante pidió audiencia de nuevo, pero no obtuvo respuesta favorable. Al parecer la reina había salido de visita por algunos lugares de la Tierra y ni siquiera las sailors salieron a recibirle, sólo aquel chambelán con aspecto despótico. Por su parte el Rey Endimión había vuelto a  marcharse nada más llegar y no quería saber nada de Némesis. La soberana estaba de viaje oficial en la Luna. Tardaría en regresar. No le aconsejaron aguardarla. Es más, exhortaron a Diamante para que abandonase la Tierra inmediatamente.



-Ya lo creo que lo haré, hatajo de miserables.- Masculló entre dientes tragándose una vez más su orgullo y su indignación pensando con rabia.- ¡Y ay de vosotros si tengo que volver algún día! No seré tan paciente, os lo aseguro.



            Y se marchó junto con su séquito, deseando llegar a su mundo natal cuanto antes…





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