miércoles, 19 de septiembre de 2018

GWNE09. En un nuevo entorno


Mientras Esmeralda se despedía silenciosamente de Diamante, el Rey Coraíon, en compañía de Zafiro, se dispuso a recibir a los hijos de otro destacado y leal servidor. Algunos cortesanos lo comentaban cuando el citado noble hizo su entrada en el salón de audiencias. Ese individuo era conocido por allí.  Se trataba de un miembro de la nobleza de inferior rango a la de los protegidos directos del reyes, Esmeralda o Rubeus.



-Es el Conde Ópalo de Ayakashi.- Se escuchó murmurar a un cortesano.-

-Viene de una provincia menor del sur del planeta. Aunque él se pasa casi todo su tiempo aquí,.- Comentó otra de las allí presentes.-

-Claro, después de que sus colegas el marques de Crimson y el duque de Green hayan presentado a sus vástagos, este no quiere ser menos.- Dijo con regocijo otro más de los cortesanos.-



Ajeno a ellos, o quizás ignorando premeditadamente esos murmullos, el conde llevó finalmente a sus cuatro jóvenes hijas a presencia del Rey. Éste observó con sorpresa que algunas aún eran muy niñas, pero no quería desairar a Ópalo que siempre le fue fiel. Además, deseaba encargarle un importante cometido. Éste, entre tanto, las presentó orgullosamente por orden de edad.



-Ésta es mi hija mayor, Petzite. – Señaló a una atractiva chica quinceañera de pelo color verde oscuro y ojos del mismo tono - Calaverite.- La muchacha rondaría los catorce años, era de pelo castaño también largo, (aunque recogido atrás por un vistoso lazo amarillo) y ojos del mismo color avellana. - Bertierite – aún era muy niña, estaría en los doce años de edad y tenía el pelo azul celeste, casi tirando a blanco, graciosamente recogido en una trenza y miraba absorta a su majestad con dos bonitos ojos azul marino - y Kermesite.- Era la benjamina, de casi once años, pelo largo con dos piquitos a los lados que sobresalían hacia arriba y ojos violetas. - Como si lo hubiesen ensayado varias veces todas a un tiempo se inclinaron con una profunda reverencia ante el monarca. -...

- Es un placer conocer a tus hijas,- sonrió Coraíon, que muy políticamente añadió. - Aunque ahora no tengo plazas a mi servicio personal. Pero pueden servir bajo la supervisión de Rubeus, el hijo del Marqués de Crimson. Y como damas de cámara de su Majestad la reina en tanto completen su formación ¿Qué os parece?...

- Para mí y para ellas será un gran honor serviros, sea donde sea y en lo que vos ordenéis, Majestad. Además, conozco y estimo mucho al marqués. Somos familia, aunque algo lejana. Es una gran suerte el que puedan servir al mando de su noble heredero.



            El Rey asintió con satisfacción. Las hermanas se retiraron mientras contemplaban admiradas la magnificencia del Rey y su séquito. La mayor, Petzite, enseguida reparó en el príncipe Zafiro, pero su hermana Calaverite le susurró.



- Deja de mirarle así, él es un príncipe, está muy por encima de nosotras.

- Ya lo sé, pero no deja de ser guapo. - Confesó Petzite en voz baja con una pícara sonrisita que su hermana compartió. -



Bertie, como sus hermanas cariñosamente la llamaban, las observó curiosa y trató de participar en la conversación.



-¿De qué habláis?... yo también quiero saberlo.

- ¡Chis!,- musito Petz – calla...no te importa, son cosas de mayores. - Le replicó con algo de brusquedad -...



            Bertierite se calló algo molesta, su hermana pequeña Kermesite le repitió la misma pregunta y ella dio la misma contestación que había recibido, dejando a la pobre cría algo amedrentada. De este modo permanecieron en pie y aparte hasta que se dirigiesen a ellas.



-Bueno, hijas mías.- Les comentó Ópalo tras salir de esa gran sala y entrar en un cuarto de espera adyacente.- Espero que dejéis a nuestra casa en un magnífico lugar. He trabajado mucho por el honor que acabáis de tener de ser recibidas por el rey.

-Sí, papá- Respondió sumisamente Petzite, tomando la palabra por sus hermanas menores.- te prometo que mamá y tú os sentiréis orgullosos de nosotras.



            Su progenitor sonrió asintiendo con aprobación. Petzite desde luego era como una extensión de él mismo, siempre lista para cumplir con su deber y encauzando a sus hermanas menores por el camino adecuado.



-No tengo ninguna duda. Hazte cargo tú, como la mayor, de todo en mi ausencia.



La interpelada asintió visiblemente satisfecha ante el silencio de las otras. Incluso Calaverite aceptaba aquello sin protestar, si era palabra de su padre. Al fin, este les dio un cariñoso abrazo a cada una y se marchó, tenía asuntos que atender, les dijo.



-¿Y ahora qué hacemos?- Quiso saber Calaverite mirando en derredor de la estancia en la que estaban.-

-Esperaremos.- Contestó su hermana mayor.-

-Menos mal que estos sofás son cómodos.- Sonrió Kermesite sentándose sin cumplidos en un rojo mueble de algo parecido al tafetán.-

-¡Kermie!- la reconvino Petzite.- Tiene que guardar la compostura.



            La pequeña le dedicó una mirada de extrañeza. Fue Bertie quien con tono más analítico contestó a su hermana mayor en tanto imitaba a Kermesite.



-Si estos sofás están aquí, será para que la gente se siente mientras espera, Petz.

-¡Claro!- Convino enseguida Calaverite sentándose también.-

-Está bien.- Tuvo que admitir Petzite.-No sé cuánto tendremos que aguardar.



 En efecto, estuvieron allí unos cuantos minutos. Hasta que vino alguien. Enseguida se levantaron. Era un muchacho joven, apenas pocos años mayor que ellas quién se aproximó para hablarlas. Se trataba de Rubeus y a todas, menos a Petzite que ya estaba pensando en Zafiro, les pareció un chico muy apuesto y simpático.



-De modo que recién llegadas  a la corte. ¿Eh?- Inquirió el muchacho con tono desenfadado.-

-¡Sii!- Exclamaron al unísono las entusiasmadas muchachas. -

-Nuestro padre nos dijo que la Corte de Némesis era un lugar magnífico y es verdad. Es como la recordábamos. – Comentó la pequeña Kermesite observándolo todo en derredor con candor infantil. -¡Cuantas construcciones y cuanta gente importante!

-Sí que lo es. – Le sonrió amablemente su interlocutor haciendo que la cría se sonrojase, más al añadir con tinte entre enigmático y afable.- Y todavía no has visto nada.

-Bueno, amo Rubeus. – Terció Petz usando la fórmula de sometimiento a la autoridad que se solía emplear en Némesis. - Aguardamos tus órdenes.

-¿Qué debemos hacer?- Secundó Calaverite sin privarse de mirar bien a su apuesto jefe. -

-Ahora las cosas parecen tranquilas, de todos modos el príncipe Diamante deberá irse dentro de poco y llevará a algunos miembros de la guardia como escolta. - Les comentó él.-

-¿Podremos ir nosotras también, amo Rubeus? – Quiso saber Kermesite que ya se figuraba viajando a la Tierra para conocer a la legendaria soberana de ese mundo y quizás a algunos de sus familiares perdidos. – ¡Sería estupendo!



El muchacho sonrió divertido. Era bastante gracioso ver el entusiasmo de esa pequeña y la cara de reprobación de su hermana mayor que parecía sentirse avergonzada por lo directa que era aquella niña. No obstante fue Bertierite, la tercera en edad, quien con mucha lógica le respondió a su hermana menor en tanto su superior las hacía salir de esa sala y les indicaba el camino por un largo corredor.



-Kermie, acabamos de llegar y somos demasiado jóvenes para una misión de tal importancia. Supongo que antes tendremos muchas cosas que aprender.

-Así es, – convino Rubeus para agregar. – Lo primero será que conozcáis, no solamente la corte, sino todo el palacio. Debéis ir al Chambelán y que os remita hacia su Ayuda de Cámara para que os asignen habitaciones. De momento, como dijo su Majestad, acompañaréis al séquito de la reina y después, ya veremos.

-Sí, amo. – Repuso obedientemente Petzite que enseguida le hizo una reverencia, las demás hermanas la imitaron. – Como tú dispongas.



Rubeus se giró perdiéndose por el otro extremos del corredor, de todos modos a él no le interesaba demasiado tener que hacer de niñera. Pero siendo orden del rey no podía hacer otra cosa. Al menos esperaba que esas cuatro aprendieran pronto sus obligaciones y no le dieran muchas molestias. Cuando se quedaron solas, Petzite las indicó que se acercasen y se dirigió al resto de sus hermanas.



-Escuchad todas, – declaró tomando la palabra con la autoridad que le daba ser la mayor. - Nuestro padre nos explicó que debemos ser muy obedientes y dejar en buen lugar el nombre de nuestra familia. Ahora somos servidoras del mismísimo rey y eso es un gran privilegio. Espero que todas trabajéis mucho y de la mejor manera a fin de que en casa puedan sentirse orgullosos de nosotras.

-¿Podremos ir a ver a mamá?- Quiso saber Kermesite que parecía poco preocupada por lo anterior. –

-No durante un tiempo. – Le respondió su hermana que al ser precisamente la de más edad, había recibido instrucciones precisas de sus padres antes de partir, además de las escuchadas por sus hermanas. –



            Petzite se acordaba bien de ello. Antes de llegar en un aparte que hizo con ella, su progenitor le indicó, con tono serio y lleno de expectativas.



-Eres la mayor, siempre has sido muy diligente. Voy a demandar de ti que te ocupes de cuidar y proteger a tus hermanas. Serás la representante de la familia en mi ausencia. Y esa es una gran responsabilidad y una tarea muy honorable.

-Sí, papá.- Asintió ella con expresión concentrada, asegurando.- No te decepcionaré.



            Ópalo pasó una mano por el rostro de su hija elevándole la barbilla con suavidad y, sonriendo, asintió para remachar.



-Sé que no lo harás, cariño. Y soy consciente de que es una dura carga. Pero en buena parte tu futuro y el de tus hermanas dependerá de ti. No lo olvides.



            Y Petzite no estaba dispuesta a olvidarlo. Por eso, desde el primer momento, se tomó muy en serio ese papel de ser la mayor y líder. Incluso su hermana Calaverite convino con ella.



-Ahora ya no estamos en casa.- Suspiró la chica añadiendo sin embargo con desenfado. - Nuestro nuevo hogar  es éste y estamos las cuatro juntas. La capital es un sitio enorme y lleno de atracciones. ¡Seguro que lo pasaremos bien!

-Kalie. ¿Has oído algo de lo que he dicho?- Le reprobó su hermana mayor con cierto malestar en el tono. -

-Todo y perfectamente. – Respondió la aludida sin arredrarse. - Pero no está reñido el trabajar con disfrutar mientras se pueda. – Declaró divertida. -

-Supongo que podremos seguir estudiando. - Terció Bertie a la que los asuntos de palacio no interesaban tanto como las ciencias, historia y algunas otras disciplinas en las que era una aventajada estudiante. – Aquí deben de tener muchísimos archivos.

-Ya nos lo dirán. De momento hagamos lo que el amo Rubeus nos ha ordenado. - Replicó Petzite.-



Y la mayor comenzó a caminar por el corredor a la búsqueda de alguien que pudiera orientarlas. Recordó a su vez esos últimos años. Su madre había ido cambiando, de ser una mujer dulce y siempre sonriente, se había tornado en una austera y estricta profesora. Las educó de forma férrea siempre insistiendo en lo mismo, que practicasen una y otra vez, y lo hacía con tono seco e incluso cortante a veces. Apenas unas semanas antes de venir a la Corte, ella les dijo.



-No podéis defraudar a vuestro padre. Está haciendo un gran esfuerzo y sacrificio, estando lejos de casa, para daros la oportunidad de tener un buen futuro.

-Sí, mamá.- Replicaba la pequeña Kermesite con tono algo apenado ante el silencio triste del resto.-



Y las pobres se afanaron en complacer ese deseo de sus padres. Aunque las más pequeñas al principio cometían errores. Su madre, teniendo en cuenta su corta edad, no era tan dura con ellas. Aunque sí con las mayores. Un día Calaverite no tenía muchos deseos de practicar modales cortesanos. Estaba indolentemente sentada junto con Petzite.



-Esto es un aburrimiento.- Suspiró la muchacha.-

-Debemos esforzarnos. Es muy importante.- Le recordó su hermana mayor.-

-Me canso de estar siempre con estudios, protocolo, y demás tonterías. Quisiera divertirme un poco para variar.- Alegó la muchacha.-



            Aunque la apurada Petzite no replicó, su madre acababa de entrar en la estancia y fue ella, quien directamente contestó con tono de reproche.



-En las excavaciones mineras podrías divertirte cuanto quisieras. ¡Y haz el favor de sentarte en condiciones!



            Calaverite se incorporó enseguida. Miró a su madre con una mezcla de incredulidad e incluso temor. Aunque no dudó en replicar con desagrado.



-Nos pasamos el día haciendo esto. Y estudiando. ¡Lo odio! Antes era diferente…

-Antes erais unas niñas pequeñas, ahora ya vais teniendo edad para afrontar vuestras responsabilidades. - La cortó su madre.-

-¡Esto es demasiado, ni siquiera los príncipes tendrán que estudiar tanto!- Protestó Calaverite elevando el tono. -

-¡Jovencita, no se te ocurra levantarme la voz!- La riñó su enojada madre, remachando.- ¿Qué sabrás tú de cuales son los deberes de los príncipes? Te voy a enseñar a no ser tan impertinente. Para que comprendas hasta donde llegan tus obligaciones vas a estar toda la noche ensayando protocolo con la droida Duba.

-¿Qué?...¡Pero eso es injusto! No pienso hacerlo.- Se negó una enfadada Calaverite.-

-¡Lo harás o te quedarás encerrada a pan y agua por insolente! - Estalló su madre.-



            La muchacha no pudo evitar romper a llorar. Salió corriendo de allí. Petzite estaba bloqueada, fue incapaz de decir nada durante aquella desagradable situación. Al fin, una vez estuvo a solas con su madre, se atrevió a suplicar.



-Mamá, por favor. Kalie no quería faltarte al respeto.

-Me sorprende que la defiendas.- Repuso sin embargo su madre.- Te pasas la vida quejándote de lo descarada que es.



            La muchacha desvió la mirada y pareció no saber que replicar, aunque al fin encontró las palabras.



-Sí, es verdad. Pero es que estamos cansadas. Practicamos a todas horas.- Musitó con prevención. -

-¡No puedo creer lo que oigo!-  Espetó su progenitora moviendo la cabeza con desaprobación para agregar.- De Calaverite podría esperarlo, ¡pero de ti!…siempre he creído que eras la más responsable, además de ser la mayor.

-Mamá , ¡por favor! – Insistió Petzite con gesto suplicante.- Haré que Kalie y las otras trabajen duro. Y yo también lo haré. Te lo prometo. Pero…

-Pero ¿qué?- Quiso saber su madre con una mezcla de enfado y ansiedad.- ¿Es que te atreves a imponerme condiciones?



            La chica bajó la cabeza y tras unos instantes fue capaz de musitar consternada.



-No…es sólo que…ojalá que fueras como antes…ojalá que nos quisieras otra vez…



            Ahora fue su progenitora quien no supo que decir. Al fin, abandonó aquel tono tan duro por unos momentos. Petzite juraría que incluso vio lágrimas en sus ojos.



-¿Cómo puedes pensar que no os quiero? Sois lo más importante para mí.- Le reprochó entre sollozos ahogados, añadiendo.- Lo único que deseo es que tengáis un buen porvenir. ¡No te haces idea de lo difícil que esto es para mí!



            Petzite también lloraba sin poderlo evitar. Ver sufrir así a su madre era muy duro. Intentó abrazarla pero ella la apartó.



-¡Mamá, por favor!

-Tú no lo entiendes.- Declaró Idina enjugando sus lágrimas.- Ojalá que nunca tengas que pasar por algo así. ¿Crees que yo deseaba esto?...No.- Musitó respondiéndose ella misma, en tanto se alejaba de su desconsolada hija.- Jamás pensé que sería de este modo. Pero es lo que me ha tocado vivir. El sacrificio más grande que una madre puede hacer. Y lo hago por vosotras.

-Te ayudaré.- Se ofreció la muchacha casi con tintes de desesperación.- Te prometo que hablaré con las demás y que no te decepcionaremos. Solamente te pido que no nos trates así…¡Mamá por favor!. Únicamente queremos que las cosas sean un poco como antes.



            Aquellas palabras tan desgarradas parecieron conmover a esa atormentada mujer. Al fin abrazó a su hija. Tras llorar un poco las dos, se separó despacio y después de mirarle a los ojos y secarle las lágrimas con un pañuelo, su madre le susurró a Petz.



-Escúchame bien. Por mucho que yo quisiera impedirlo, algún día tendréis que alejaros de mí. Es ley de vida. Iréis a la Corte. Solamente puedo confiar en que tú cuidarás de tus hermanas. Es el único consuelo que me queda.

-Te doy mi palabra, mamá. Haré cualquier cosa por ellas. Nos mantendremos unidas.- Afirmó Petzite. –



            Idina pudo sonreír levemente al fin, acariciando una mejilla de su hija. Después, le indicó con tono más calmado y conciliador.



-Ve a buscar a Calaverite. Dile que quiero hablar con ella.

-La haré entrar en razón.- Aseguró la chica.-

-No te preocupes. – La tranquilizó su madre, admitiendo.- He sido muy dura con ella.  Anda, llámala…



Y Petz así lo hizo, encontró a su hermana refugiada en su habitación, todavía con lágrimas en los ojos, sentada y abrazándose las rodillas.



-Kalie. Mamá quiere verte.

-¿Para qué?¿Para castigarme más?- Inquirió ésta entre sollozos.-

-No, no es para eso. Anda.- La animó Petzite.-



            Su hermana menor debió de percatarse de ello, dado que, con una mezcla de sorpresa y pesar, le dijo.



-¿También has estado llorando?. Seguro que te ha reñido a ti también.

-No es eso.- Suspiró ella, confesándole a su interlocutora.- Mamá está pasándolo muy mal. Tenemos que hacer todo lo posible por ayudarla.

-Tú siempre estás de acuerdo con ella en todo.- Le recriminó Calaverite.-

-¡Eso no es verdad!- Se defendió Petzite, alegando con tono reivindicativo.- Te he defendido a ti. Mamá no fue justa contigo y se lo dije.

-¿Se lo dijiste?- Exclamó la perpleja Calaverite.-

-Seguro que quiere arreglar las cosas. Anda, debes ir.- Insistió Petzite.-



            Su hermana se levantó y asintió. Comenzó a caminar pero se detuvo mirándola con una expresión de temor y duda.



-No tengas miedo. Ya verás como todo se arregla.- La animó. -



Y Calaverite fue en efecto a hablar con su madre. Más tarde le contó a Petzite que ésta le había perdonado el castigo y que ella le prometió que se portaría bien y haría caso a su hermana mayor. Y así parecía. Al menos ahora seguía a Petzite tan dócilmente como las más pequeñas. Después de recorrer algunos pasillos encontraron a ese Ayuda de Cámara de la Reina que les dijo que, dada su temprana edad, alternarían su formación y estudios (lo que alegró a Bertie más que a ninguna) con sus nuevas obligaciones que ya irían aprendiendo.



Y en su hogar, en el condado de Ayakashi, su madre se consumía pensando en ellas.



-¡Hijas, perdonadme! - Pensaba llena de amargura.- Todo lo he hecho por vosotras. Para que tengáis un futuro, y que vuestro padre no os separase de mí antes.



 Y es que, fiel a la palabra dada a su marido, Idina hizo traer a los mejores instructores e institutrices droidas y humanas para que sus hijas aprendieran todo tipo de disciplinas. Desde las consabidas asignaturas académicas que debían de estudiar pasando por baile, ceremonial cortesano, idiomas y protocolo. Y cada una dio la impresión de sobresalir en algo en particular. Petzite destacó en la cocina. Su propia madre y algunas de las empleadas domésticas de su casa la enseñaron  bastante bien. Tampoco se le daban mal las ocupaciones de dirección de sus sirvientes. Sabía coordinar muy bien el trabajo de sus otras hermanas. Era la más fuerte y decidida. Calaverite era más creativa y extrovertida, destacó en labores de comunicación y festejos. A su corta edad, era una consumada experta en el arte de las relaciones públicas y en llevar a cualquiera a su terreno, algo sin duda muy útil en palacio. Aprendió asimismo a manejar el látigo con soltura. Bertierite demostró su gran inteligencia y aparte del ajedrez era muy buena en los estudios. También practicaba la natación como deporte, era muy aficionada a llevar su traje de baño de competición. Por otra parte el vestuario le fascinaba, siendo proclive a probarse muchos vestidos y no gustando tanto de aprender a combatir como el resto de sus hermanas. En cuanto a Kermesite, desarrolló un gran interés por los cosméticos y la danza. Era una estupenda bailarina, como soñó desde que era muy pequeña. Aunque también aunaba una buena disposición para la lucha.



-Mis hermosas niñas.- Suspiraba sin poderlo evitar.- Sois lo único que me queda.



            Con un esposo que ya casi nunca la veía, la desgraciada mujer se consolaba a solas, en su habitación, dedicando su atención a las holo fotos y grabaciones de sus hijas. Desde que eran bebés hasta casi el momento de marcharse. Las miraba una y otra vez. Aunque también comenzó a entretenerse buscando entre los recuerdos heredados de su propia madre Kimberlita y de su abuela Kurozuki. Las dos habían fallecido. Su querida abuela, hacía muchos años ya. Su progenitora apenas haría unas semanas. Eso acabó por hundirla del todo. La última vez que la vio su madre descansaba en su cuarto. Fue de las pocas veces que Idina había salido de casa, dejando a sus hijas con las droidas.



-Mamá, tienes que ponerte bien para ver a tus nietas. Sabes que te adoran.- Le dijo intentando animarla.-

-Y yo a ellas.- Musitó la debilitada anciana, suspirando pese a ello para sentenciar.- Pero estoy muy cansada, cariño. Me gustaría que viniesen a visitarme alguna vez, hace tiempo que no vienen.

-Han estado muy atareadas estudiando. Y dentro de muy poco irán a la Corte, para servir a los reyes.- Afirmó con una mezcla de orgullo y tristeza. - Pero en cuanto vayan y se asienten allí y retornen para visitarme, les diré que quieres verlas. Vendrán, te lo prometo.- Convino intentando sonreír.-



            Quizás su madre estuviera ya en los últimos instantes y lo supiera. O puede que la conociese muy bien, el caso es que movió levemente la cabeza y le susurró.



-Ten cuidado, mi vida. No confundas el medio con el fin…

-No te entiendo, mamá. ¿Qué quieres decir?- Inquirió la perpleja Idina.-

-Tu abuela Kurozuki me educó para tratar de ser feliz, lo más importante es la gente a la que amas, me decía. Yo traté de hacer lo mismo contigo. Y tú te casaste por amor…

-Eso es cierto.- Asintió ella reconociéndolo a su pesar.-



            Sin embargo, la anciana le dedicó una entristecida mirada y añadió.



-Pero, en algún momento…has perdido el rumbo, cariño. Sé que esto que te digo podrá hacerte daño, pero es por tu bien. Tienes que recuperarlo.

-No sé qué rumbo es ese, mamá.- Declaró una dolida Idina.-

-Tienes unas hijas maravillosas que te quieren y te necesitan…

-Siempre estoy con ellas. Nunca las he abandonado.- Se reivindicó sintiéndose ofendida.- Las he educado con esmero y total dedicación.

- Mi amor, no quiero que haya discusiones entre nosotras, no me queda mucho y no desearía irme con el corazón oprimido por la tristeza.- Suspiró una vez más Kim para remachar.- Jamás he dudado de que quieras a tus hijas. Sé que, como madre, las amas como yo os he amado siempre a ti y a tu hermano. Pero a veces no nos damos cuenta de que enfocamos mal nuestro amor. He hablado poco con las niñas en los últimos meses. A pesar de que me contaron que están muy contentas con la idea de servir a su Majestad me he dado cuenta de que están tristes. Te echan de menos. Y eso que todavía no han partido.

-¡No sé cómo puedes haber pensado eso, mamá!- Repuso Idina alegando agitada.- Yo nunca quise que fueran a la Corte siendo tan jóvenes, pero es lo mejor para su futuro. Y estoy a su lado. No pierdo detalle de sus progresos. Nadie puede pedirme más.



            Aunque intentó calmarse. Su madre evidentemente no estaba bien. En su delirio decía cosas que seguramente imaginaba, por eso, agregó con tono conciliador.



-Hablaré con ellas. Te prometo que cuando estén allí pedirán un permiso lo antes que puedan y vendremos a verte.



            Su madre no obstante la observó con tristeza en sus ojos, apenas pudo mover levemente la cabeza y reuniendo fuerzas, suspiró con resignación.



-No me has entendido, cariño. Y si lo has hecho, bien sabes que no me refiero a eso. Lo que quiero decirte es que disfrutes de ellas ahora. Luego será tarde.- Le aconsejó la anciana.

-Perdóname mamá.- Le pidió una consternada Idina, bajando la cabeza.- Yo… intento hacer las cosas lo mejor que sé. Nunca quise defraudarte…

- No me has defraudado, mi amor.- Intentó sonreír Kimberly quien a duras penas, añadió, con un débil susurro.- Estoy muy cansada, quiero dormir…

-Claro, descansa, ya hablaremos.- Concedió ella.-



            Salió del cuarto de su madre y vio a Agatha. Su cuñada estaba bastante desmejorada. Su rostro comenzaba a mostrar arrugas y lucía un semblante triste.



-¿Qué tal tu madre?- Quiso saber.-

-Muy mayor, y muy cansada, creo que su cabeza ya no está tan clara como antes.- Se lamentó Idina.-

-Pues a mí no me ha dado esa impresión.- La contradijo abruptamente su cuñada.-

-Supongo que dependerá del día.- Comentó su sorprendida interlocutora cambiando rápidamente de tema.- ¿Qué tal mi hermano y los chicos?

-Grafito está trabajando ahora en unas prospecciones. Kiral y Akiral han ido con él para aprender. Están muy contentos.

-Me alegro. Hace mucho que no les veo.

-Ni yo a tus hijas. Deben de ser ya unas señoritas al servicio de sus majestades.- Sonrió Agatha.-

-Partirán en breve hacia la capital para ponerse a su servicio.- Declaró su interlocutora tratando de imprimir orgullo a esas palabras.- Las traeré la próxima vez que vengan de permiso para ver a mi madre.-



            Aunque su cuñada la miró con una expresión de perplejidad, incluso de pesar. Sin embargo, no dijo nada. Idina se despidió de ella, y pasó una vez más a saludar a su progenitora. Luego se marchó pensando en ver a sus hijas.



-En cuanto pueda las llamaré. Ya lo verás, mamá. Te traeré a tus nietas, y comprobarás que yo también soy una buena madre. Como tú lo has sido para mí.- Pensaba con el deseo de que así fuera.-



            Por desgracia al retornar a su casa volvió enseguida a sus rutinas con las niñas. Éstas se fueron dos días después. Idina no vio lógico decirles nada de que pidieran un permiso nada más llegar a la capital. Pensó en aguardar un poco y, a los pocos días recibió las trágicas noticias. Fue la propia Agatha quien la llamó para decirle que Kimberly había fallecido. Sin poder dejar de llorar, escuchó a su cuñada contarle con voz queda.



-No sufrió, se fue apagando. Preguntó por tus hijas y por ti, y  solamente pidió que recordases a tu abuela. Y todo lo que ella te contaba. Dijo que te quería…

-Gracias.- Gimió Idina llevándose las manos a la cara.-



            Se sentía destrozada y culpable a la vez, no pudo despedirse de su madre como hubiese deseado hacer, diciéndole eso mismo.



-Por eso quise mantener a mis niñas a mi lado, todo el tiempo que pude. Si fui dura con ellas fue por su propio bien.- Pensaba consternada.-



Eso le sirvió para tenerlas junto a ella unos pocos años más. ¡Pero a qué precio! Ahora ya comenzaban a ser unas señoritas. Sobre todo las dos mayores y quizás pudieran haber llegado a odiarla por la manera tan severa en la que las había tratado.



-Tengo que ir a verlas.- Se dijo.- Debo arreglarlo.



Pensó en viajar a la capital. Sabía que a Ópalo no le iba a gustar la idea. Se debatió con ese pensamiento durante algunas semanas, no tenía la intención de perjudicar a sus niñas yendo allí, y sin embargo cada día le consumía más el no saber apenas nada de ellas, salvo algunos mensajes ocasionales que se cruzaban. Y sobre todo, la corroía el ser incapaz de abrazarlas. Finalmente decidió que le daba igual.



-Hijas, tengo que veros. No me importa nada más.- Pensaba con el vivo deseo de que así fuera.-



            Y se dispuso a prepararse para salir. Informó de ello a sus droidas domésticas y las encargó cuidar de la casa y el condado.



-Así se hará, señora.- Aseveró una de ellas.-



            E Idina viajó a la capital del reino. Allí no tardó en acudir a la Corte. Quiso la casualidad que por entonces la reina se sintiera indispuesta, más todavía cuando se despidió de su hijo mayor que estaba a punto de partir a la Tierra en misión diplomática. Quizás no fuera el mejor momento para ir allí, pero no iba a volverse atrás ahora. De modo que al entrar en los salones de recepción se anunció. Tras unos momentos de espera, una individua de cabellos largos y oscuros y ojos profundamente rosados, se aproximó a ella.



-Lo lamento.- Declaró esa dama, presentándose.- Soy la duquesa Turmalina, encargada de la recepción. Su Majestad la reina no puede ver a nadie.

-Solamente venía a ver a mis hijas.- Le comentó ella, presentándose.- Soy la Condesa Idina de Ayakashi.

-En tal caso. Trataré de conseguiros acceso.- Repuso esa individua.- Si sois tan amable de esperar, señora Condesa. Poneos cómoda. Ordenaré que una droida os traiga algo. ¿Qué os apetece?

-Os lo agradezco.- Convino Idina, añadiendo.- No os preocupéis, no deseo tomar nada. Solamente ver a mis hijas.

-Haré lo posible por  comunicárselo a su supervisora.- Le respondió aquella mujer.-



Y se alejó dejando a esa mujer allí sentada. Turmalina se sonrió. Llevaba allí unos meses. No quiso que ese estúpido de Rubeus le ganase la delantera por el pleito que mantenían sobre el ducado de la difunta Turquesa. Por ello enseguida supo que tenía que ganarse la confianza del Sabio. Era quien realmente dirigía la Corte.



-Le prometí ser sus ojos y oídos. Le informaré de esto. Y de paso, olvidaré comunicárselo a ese idiota de Rubeus. Si no me equivoco, aunque esas chicas estén dirigidas en la práctica por Esmeralda, están nominalmente a su cargo.



            Y rauda se encaminó en busca de aquel extraño embajador. Le encontró en una estancia que utilizaba como aposento, o quizás despacho. Ella no estaba muy segura, Al percibir su presencia ese individuo giró la abertura de su capucha en dirección a  la recién llegada, quien enseguida le dijo con tono humilde.



-Hombre Sabio, lamento importunaros, es que creí necesario informaros de algo.

-¿De qué se trata?-Quiso saber éste con tono neutro.-

-La condesa de Ayakashi está aquí. Ha venido a ver a sus hijas. Antes de facilitarle el paso, he pensado que deberíais saberlo.

-Hiciste bien.- Concedió aquel tipo, explicando.- Siempre es bueno conocer las llegadas de nobles destacados. Es la esposa del conde Ópalo. Un noble de gran confianza para su Majestad el rey Coraíon.



            Turmalina sonrió, eso lo sabía perfectamente. Enseguida repuso, con un tinte entre interesado y cínico.



-¿Y qué pensáis que complacería más al conde? ¿Qué su esposa viese a sus hijas o que no?



            Durante unos instantes, ese individuo no respondió. Al fin, admitió con tinte reflexivo.



-Es una interesante cuestión. El conde Ópalo podría agradeceros o no la decisión que toméis. Más ahora, que está a punto de acompañar a nuestro joven príncipe Diamante en una misión tan delicada.

-O quizás, podría tomar la decisión él en persona.- Añadió ella.-



            El Sabio hizo un casi imperceptible asentimiento con su capucha.  La joven enseguida sonrió, alejándose de allí, no sin antes decir con marcada ironía.



-Gracias por el consejo.



            Y se marchó en busca del mismísimo conde. Aunque no estaba en la Corte en ese momento, sabía dónde contactar con él…



Idina entre tanto esperó durante un par de horas. Estaba cansada y llena de impaciencia. Al fin alguien vino. Pero no era en absoluto quien ella imaginaba. Su esposo estaba allí, mirándola entre sorprendido y molesto. Se aproximó a ella preguntando de inmediato.



-¿Qué estás haciendo aquí?

-He venido a ver a mis hijas.- Respondió Idina.-

-Están sirviendo a la soberana. No pueden dejar sus obligaciones.

-Pero soy su madre.- Alegó ella con una mezcla de incredulidad y angustia.- Quiero verlas, hace ya muchos meses que…

-Tienes que entender que su futuro está ligado a este lugar. Que tienen prioridades, y ahora se deben a la soberana.

-¿Por encima de ver a su propia madre?- Se indignó Idina, que estalló llena de frustración.- ¡Óyeme bien! Las eduqué tal y como quisiste. Dejé que me las arrebataras. Pero no permitiré que me las quites para siempre.



            Algunos cortesanos que pasaban por allí se detenían presenciando perplejos aquella embarazosa situación. Ópalo no contestó a su mujer, sencillamente se acercó a ella haciendo un gesto apaciguador con sus manos.



-Este no es el momento, ni mucho menos el lugar para que montes una escena. Y menos ahora, que estoy a punto de partir.

-Eso, ¡vete como siempre has hecho! - Le recriminó ella, añadiendo con amargura.- Ya no me importa. Da lo mismo que estés en la Tierra o aquí.

-No estamos solos.- Insistió su apurado marido, mirando en derredor hacia algunos cortesanos que les observaban a su vez.-

-¿Te crees que me importa algo lo que piensen?- Espetó Idina, sin arredrarse.- Gritaré en voz alta como me has quitado a mis hijas. Lo chillaré tan alto que hasta el propio rey vendrá.

-Esta bien. Vayamos a otro sitio y hablemos de esto con calma. – Repuso su marido con tinte conciliador.-

-No tenemos nada de que hablar. ¡Quiero ver a mis hijas!- Aulló ella.-



            Fue en ese momento cuando aquel tipo encapuchado apareció. Idina juraría que el semblante de su esposo palideció, más cuando, con un tono de voz grave y teñido de recriminación, ese individuo le preguntó.



-¿Qué está pasando aquí, conde?

-Lamento el alboroto, Hombre Sabio.- Se disculpó éste visiblemente envarado.-  Mi esposa no se siente bien. Eso es todo.

-De eso nada.- Rebatió ella, enfrentándose a ese tipo también.- Quiero ver a mis hijas, sirven a la reina y hace meses que no sé casi nada de ellas. Soy su madre. He hecho un largo viaje para verlas. ¿Acaso es mucho pedir?



            Durante unos instantes nadie habló. Ópalo miraba alternativamente a su esposa y al Sabio, sin saber qué decir. Pero fue finalmente éste encapuchado quién, con un tono de voz bastante más amable. Concedió.



-Por supuesto que no tiene nada de raro. Es normal que una madre se interese por sus hijas. Conde, no pasa nada.



            Idina sonrió esperanzada. El propio Ópalo quedó sorprendido. Aunque no tardó en reaccionar, alegando.



-Iba a decirle a mi mujer que hablaría con la camarera  mayor de la reina, lady Esmeralda, para pedir permiso. Justo antes de que llegarais.

-No será necesario. Si su esposa tiene la bondad de acompañarme, con gusto la llevaré a ver a sus hijas. – Aseguró éste.-

-Claro que le acompañaré. Muchas gracias.- Sonrió débilmente ella.- Remachando para dirigirse a su esposo con tono apenas velado de reproche.- Al fin, alguien que me comprende.



            E Idina fue con ese tipo. Dejando allí a su marido que quedó visiblemente desconcertado. Aquel individuo, al que llamaban Sabio, daba desde luego una muy siniestra primera impresión.



-Las apariencias engañan.- Se dijo una más animada Idina.- Pese a su aspecto tan poco tranquilizador, demuestra ser mucho más considerado que mi propio marido que es tan atractivo y amable a ojos de cualquiera que no le conozca.



            Y se dejó conducir por ese individuo quien la guio hasta una habitación grande que parecía estar alejada de otras dependencias del palacio. La estancia estaba bastante oscura, aunque a una indicación que su cicerone hizo con una de sus mangas, unas tenues luces rojizas la iluminaron.



-Por favor, condesa, le ruego que espere aquí un momento. Avisaré a sus hijas. No tardarán. A buen seguro que desean ver a su madre tanto como usted a ellas.- Declaró el encapuchado con tono teñido de amabilidad.-

-Se lo agradezco mucho, de verdad.- Afirmó Idina llena de alegría.-



            Eso confirmó su impresión. Aquel consejero no era tan insensible como algunas voces maledicentes opinaban. Idina no entendía casi nada de política y menos aún de embrollos cortesanos. No obstante, algunas veces había escuchado hablar a su esposo sobre el Sabio. Decía que era alguien con quien no se debía uno confrontar. Y que la mayoría de los nobles le respetaban mucho, incluso hasta le temían.



-Pues a mí me ha parecido muy amable y comprensivo.- Reflexionó.- Esas críticas son injustas. Lo que sucede es que tendrá muchos asuntos de los que ocuparse. Aun así, y teniendo en cuenta el escándalo que he armado, ha sido muy deferente conmigo.



Y es que cualquiera podía darse cuenta de que ella estaba deseosa de ver a sus queridas niñas otra vez, de abrazarlas y de decirles lo mucho que las quería. Y ese consejero encapuchado debía de haberlo visto con toda claridad. Tristemente más que su propio marido. Decidió dejar de pensar en ello. Se sentó en un sofá alargado de tonos carmesíes y aguardó. Esta vez no pasó demasiado tiempo, o eso creyó. Lo cierto es que estaba quedándose dormida. Puede que fuese el cansancio acumulado o el cómodo y silencioso ambiente de esa sala, que estaba presidida por un apreciable cristal negro, ubicado en su mismo centro. Entrecerraba ya los ojos cuando escuchó la alegre voz de su hija Kermesite.



-¡Mami! ¡Has venido a visitarnos!



            Abrió los ojos y se levantó, ¡Allí estaban las cuatro! Vestidas con unos hermosos ropajes que variaban de color. Petzite lucía un vestido verdoso y azulado, Calaverite, uno con tonos oro y rojizo, Bertierite, un vestido de azules celestes y amarillos y Kermesite uno con tonos púrpuras y rosados. Idina corrió abrazándose a ellas. Todas la rodearon con gestos sonrientes. Parecían estar algo frías al tacto, pero quizás fuese debido a que su propia y agitada madre estaba acalorada por esa discusión que mantuvo con su esposo.



-¡Mis queridas hijas! Tenía tantas ganas de veros.

-Y nosotras a ti, mami.- Sonrió Bertierite.- Hacía mucho tiempo que no estábamos juntas.

-Te hemos echado mucho de menos.- Añadió Calaverite.-

-Y nos hemos comportado tal y como tú nos enseñaste.- Rubricó con orgullo Petzite.-

-Eso está muy bien, pero lo único que importa es que seáis felices.- Afirmó Idina en cuanto se separaron de aquel abrazo.-



            Miró a sus niñas, casi le dio la impresión de que habían crecido en ese periodo de separación. Todas sonreían visiblemente contentas. Fue Calaverite quien afirmó.



-Tenías razón, mamá. Gracias a la educación que nos diste, la reina Amatista nos ha aceptado como sus doncellas.

-¡Y estamos estudiando y aprendiendo muchas cosas aquí!- Agregó Bertierite, llena de entusiasmo.-

-Eso es maravilloso, me hacéis muy feliz.- Sonrió ampliamente su madre.-

-A veces tenemos que estudiar mucho, pero es divertido. Yo he mejorado mucho bailando.- Le contó Kermesite.-

-Sí, todas estamos muy contentas aquí.- Subrayó Petzite quien ahora comentó, algo más apenada.- Aunque la reina está enferma y nos necesita. La inminente partida del príncipe Diamante la ha afectado mucho.

-Pronto tendremos que volver a nuestras obligaciones.- Apuntó Calaverite.-



            Idina asintió, eso le apenaba pero lo entendía. Ella misma les inculcó responsabilidad. Ahora no podía quejarse de que sus hijas la hubieran aprendido. Y también lo sentía por la reina que iba a verse privada de la presencia de uno de sus hijos durante mucho tiempo. Podía comprenderla demasiado bien. ¡Ojalá que se mejorase pronto!



-Transmitid mis mejores deseos a la reina. Deseo que goce de buena salud. Y vosotras, hijas mías, me hacéis muy feliz. Os quiero más que a nada en este mundo.- Declaró emocionada.- Y estoy muy orgullosa de vosotras.



Charlaron un poco más, y al fin se despidieron. Idina las vio salir de la estancia y al poco, aquel Sabio entró.



-Espero que el reencuentro con vuestras amadas hijas os haya alegrado, condesa.- Comentó el encapuchado.-

-Sí, muchísimas gracias por todo.- Repuso la interpelada, añadiendo.- Realmente sois muy considerado. Entiendo que mi marido y hasta el propio rey, os tengan en tan alta estima.

-Estoy aquí para ayudar en lo posible.- Fueron las modestas palabras de su interlocutor.-



            Y guio a Idina hacia la salida. Al rato de desandar algunos de esos pasillos, la mujer escuchó unos gritos que le eran muy reconocibles.



-¡Mami!...



            Miró hacia una arcada alejada a cierta altura, estaría dos pisos más arriba. Sonrió. Eran Kermesite y Bertierite que agitaban las manos. Seguramente para despedirla. Hizo lo propio al tiempo que se marchaba. Al salir, le dijo al Sabio.



-Gracias otra vez, y por favor, cuidad de mis hijas.

-Están seguras y en buena compañía. No temáis por ellas.- Afirmó aquel tipo, quien se giró alejándose de ella en dirección a la entrada.-



Idina retornó a casa más tranquila. Al menos sus amadas niñas estaban bien y muy felices. Al cabo de unos días, su cuñada le envió algunas cosas que fueran de Kimberly. Entre ellas encontró un antiguo aparato que reproducía música y algunas imágenes. Fue de su abuela Kurozuki. Apenas sí se podía ver nada, puesto que el vídeo estaba muy deteriorado.



-Droida.- Llamó a uno de sus androides.-



            Un robot con apariencia de joven de cabello castaño acudió.



-Mi Señora me manda.- Declaró por toda réplica.-

-Quiero que revises esta grabación y que trates de recuperar todo cuanto puedas.- Le ordenó.-

-Es muy antigua, pero así se hará. Aunque no puedo garantizar el tiempo que tarde.- Valoró el androide.-

-No hay prisa, pero obtén resultados.- Le indicó Idina.-



            El androide asintió, tomando esa grabación se marchó. Su dueña estaba sentada recordando los días felices de su infancia. Cuando junto con sus padres y su hermano, escuchaba algunas de las historias que la abuela Kurozuki les contaba.



-¿Cómo eran tus abuelos, abuela? Quería saber ella, siendo tan solo una cría de cinco años.-

-Muy buenas personas. Mi abuela Constance, bueno, la llamaban así.- Se sonrió su interlocutora.- Aunque mi abuelo la llamaba Connie. Era muy simpática. Me llevaba a dar largos paseos por los campos que había alrededor de su casa. Mi abuelo murió siendo yo muy pequeña, apenas sí me acuerdo de él. Pero mi madre le quería mucho…

-Tu madre se llamaba igual que yo.- Recordó la cría.-

-Sí, es verdad.- Asintió su abuela.-

-Te puse el nombre de mi abuela. - Terció la madre de Idina quien estaba asimismo allí, escuchando.- Era una mujer fantástica, ¿verdad, mamá?



            Idina recordó como el semblante por lo general alegre de su abuela Kurozuki se entristeció entonces. La anciana pudo apenas musitar.



-Lo era, sí. Y todavía la echo mucho de menos. ¡Ojalá pudierais haberla conocido todos!



            Ahora, volviendo de esos antiguos ecos de su niñez, Idina reflexionaba.



-Mi madre no estaba demasiado segura puesto que la abuela Kurozuki siempre eludió esa conversación. Pero creía que algo muy serio pasó algo entre ellas. La abuela huyó de su casa y de su mundo natal porque se enamoró de alguien que no debía. Sí, eso me dijo mi madre una vez. Su amor estaba vedado. No sé por qué, pero el abuelo Crimson y ella debían de ser parientes o algo así…bueno, ahora que estoy tranquila respecto de las niñas tengo mucho tiempo disponible, quizás bucé un poco en la historia de nuestra familia…



Mientras tanto la reina estaba cada vez más delicada de salud, su estado se agravaba, ocurrió  un poco antes de la partida de Diamante. Esmeralda  acrecentaba su preocupación. Por un lado agradeció la presencia de aquellas cuatro hermanas que habían venido hacía poco.  Aunque estaban bajo la supervisión directa de Rubeus, a él no parecía importarle que ayudasen a la doncella de la reina en labores y quehaceres habituales al servicio de ésta. Incluso daba la impresión de sentirse aliviado por librarse él de dirigirlas. La propia soberana se alegró, tantas niñas y tan alegres, sobre todo las más jovencitas, le ayudaban a soslayar su estado, cada vez más enfermizo. Y sobre todo, a no pensar tanto en la marcha de su hijo y en lo poco que veía a su otro vástago o a su esposo. Por su parte las hermanas se afanaban por cumplir con su cometido. Petzite estaba al cargo de  coordinar a las más pequeñas, quienes, dada su todavía corta edad, acompañaban a la soberana a dar paseos por el jardín y la entretenían sin tener comisionadas otras tareas. Aprovechando que la reina dormía, fue precisamente a hablar con las dos, que estaban estudiando. Al entrar en la habitación que sus hermanas menores ocuparon las vio con un droido que les estaba dando algunas clases de historia.



-Y los pioneros sufrieron mucho, dado que los terrestres les expulsaron a la mayoría de ellos. Lamentablemente, la intolerancia bajo el reinado de los soberanos del planeta azul, obligó a muchos a exiliarse.

-Perdón.- Interrumpió Petzite.- Deseo hablar un momento con mis hermanas.



            Aquel androide asintió, haciendo una leve inclinación y saliendo de allí. Aunque antes de que Petzite pudiera decirles nada a las niñas, fue Kermesite quien le contó entre sorprendida y desencantada.



-Hemos visto a mamá.

-¿A mamá?- Repitió su hermana mayor con incredulidad.- ¿Habéis hablado por video conferencia con ella?

-No, estaba aquí. Cuando íbamos a clase.- Le contó Bertierite.- Abajo, a la salida de palacio. La saludamos y la llamamos, ella solamente nos dijo adiós con la mano y se marchó.

-¿Estáis seguras?- Inquirió su perpleja contertulia añadiendo con tono más analítico.- Este piso está muy alto y puede que creyerais ver a una señora que se pareciese a nuestra madre.

-Yo creo que era ella.- Insistió Kermesite.-



            Aunque Bertierite guardó un incómodo silencio. Ella apenas sí la vio. Su madre o quien quiera que fuese estaba ya casi de espaldas cuando pudo mirar. Saludó por imitación a su hermana pensando que sería una falta de educación no haberlo hecho.



-Preguntaremos a Lady Esmeralda, ella es la camarera mayor. Si alguien ha venido a vernos se habrá dirigido a ella.- Afirmó Petzite quien, sin dar más importancia a lo que juzgó una mera fantasía de la menor de sus hermanas, volvió al tema que le traía allí y les comentó.- La reina está indispuesta. No es necesario que vayáis a visitarla esta tarde. Tiene que descansar.



            Las crías se miraron entristecidas. Era una lástima. Primero aquella decepción de su madre, ahora la soberana seguía enferma. Para ellas casi era una especie de tía más que su reina. Se acordaron del día en el que ésta las recibió por primera vez. Estaba en sus estancias privadas. Algo amedrentadas las niñas entraron. Lo hicieron por orden. Sus hermanas mayores lo hicieron primero, estuvieron charlaron un poco con su Majestad. Al salir parecían impresionadas. Fue Calaverite quien les dijo con un cuidadoso susurro que contrastaba de un modo realmente significativo con su tinte de voz jovial, y despreocupado habitual.



-Os toca entrar.

-¿Cómo es la reina?- Inquirió Kermesite con curiosidad y algo de miedo.-

-Es una mujer realmente increíble.- Afirmó Petzite con tono respetuoso, añadiendo animosamente.- Pasad, no tengáis miedo.



            Lo hicieron, Bertierite y Kermesite entraron de la mano, pese a las alentadoras palabras de su hermana mayor les imponía mucho ver a la reina. Traspusieron una puerta y encontraron un pequeño recibidor. Otra puerta estaba entreabierta. Fieles a su educación tocaron en ella. Una voz de mujer, agradable y animada, les contestó.



-Adelante…



            Obedecieron, al pasar entraron en una hermosa habitación, con decoración de tonos entre blancos y plateados. Una gran cama con dosel y un largo sofá con muchos cojines inmaculados centraron primero su atención. A la derecha de éste había un gran espejo con tocador y sentada en frente del mismo, una mujer de larguísima cabellera dorada. Incluso le caía al suelo. Se estaba peinando con un peine de plata. Entonces giró la cabeza para mirarlas. Era de tez pálida y ojos grandes y violetas, muy guapa. Las dos crías enseguida se inclinaron tanto que parecía que iban a caerse. Esa mujer se rio con tono musical y aun divertida, les indicó.



-No hace falta que toquéis el suelo con la frente. Anda, acercaos.



            Las dos niñas obedecieron, despacio. Esa mujer se levantó. Llevaba un bonito camisón de tonos rosados y estaba descalza. Aun así, a ambas les pareció que era muy alta. Entonces la soberana, mirando a Bertierite con interés, sonrió nuevamente y afirmó.



-Yo a ti te conozco…



            Y Bertie recordó también. Totalmente atónita fue capaz de musitar.



-¡La señora que trabajaba en el jardín!

-Bueno, ¡algo sí que he trabajado en él! - Se rio la soberana.- Tú eres la niña a la que le gustaban las flores. Y tú eres su hermanita pequeña, ¿verdad?- Afirmó con dulzura dirigiéndose acto seguido a Kermesite.-



            La pobre cría estaba totalmente roja. Solamente puedo asentir deprisa. Mirando a esa hermosa y majestuosa mujer con expresión embobada.



-Espero que podamos dar muchos paseos por el jardín.- Deseó la soberana.-

-Nuestra casa también tiene uno, aunque no es tan bonito como este.- Se atrevió al fin a decir tímidamente Kermesite.-

-Seguro que es muy hermoso.- Le sonrió tiernamente su interlocutora.-



            Pero un ataque de tos interrumpió ese bonito momento. La reina tuvo que esperar unos instantes hasta ser capaz de decir.



-Por favor, dadme un poco de agua.



            Fue Bertie la que corrió a buscarla. Al fin, trayendo una jarra se la ofreció a su reina. Ésta la bebió con avidez. Al poco esta mejor.



-Tengo que descansar. Me alegro mucho de teneros aquí. Ya nos veremos, niñas.



            Las dos asintieron inclinándose una vez más, tal y como habían sido instruidas para hacer. No obstante, no bajaron tanto las cabezas en esta ocasión.



-La reina Amatista es una mujer muy buena.- Comentaba Kermesite a su hermana.-

-Sí, es verdad.- Convino ésta, afirmando con extrañeza.- Qué raro que venga de la Luna. Allí no les gustamos. Ni tampoco en la Tierra.

-Eso es lo que nuestros maestros dicen. Puede ser que ella fuera distinta y por eso vino aquí.- Conjeturó Kermesite afirmando entristecida por la soberana.- A lo mejor también la echaron.



 Su contertulia asintió, y las dos se marcharon a entretenerse un poco.  A su vez Petz, que así era llamada muchas veces para abreviar su nombre, se ocupaba de atender a la reina por indicaciones de Esmeralda. Aunque antes de que ésta se marchase, quiso preguntarle.



-Disculpad, Señora. ¿Sabéis si alguien ha venido preguntando por nosotras?

-¿Por vosotras?- Se sorprendió su interlocutora, añadiendo.- No, no que yo sepa.

-Gracias.- Repuso Petzite, su superiora inclinó levemente la cabeza y se marchó. -



 La muchacha quedó pensativa. Tal y como creyó desde un principio, a buen seguro que sus hermanas pequeñas habrían malinterpretado las cosas. Estaban tan deseosas de volver a ver a su madre que no era de extrañar que, al observar desde lejos a alguna mujer que se le pareciese, hubieran pensado que se trataba de ella. Suspiró, lo comprendía perfectamente puesto que la añoraba de igual forma. Decidió dejar aquello, tenía mucho que hacer y se volcó en acometer sus tareas. Tan absorta estaba en eso que no se percató al principio de la llegada del infante Zafiro. Éste se pasó por allí con la intención de ver a su madre. Amatista Nairía dormía y el muchacho decidió esperar un poco a que se despertase. Observando un rato le llamó la atención aquella jovencita que estaba trabajando duro llevando de aquí para allá sábanas y otros ornamentos al tiempo que daba indicaciones precisas al resto de las camareras reales. Se decidió a preguntarle.



-Disculpa ¿estás tú a cargo de la habitación de mi madre?



Cuando Petzite vio al joven príncipe Zafiro dirigirse hacia ella le dio un vuelco al corazón. Se había recogido su largo pelo en un moño, puesto que le era más cómodo para efectuar sus tareas y maldijo el no estar con su larga melena habitual, tan mal vestida y poco presentable, ¡pero qué se le iba a hacer! Tampoco sabía dónde mirar, el príncipe le parecía muy apuesto y agradable, aunque era la primera vez que se dirigía directamente a ella.



-Sí, mi príncipe. – Pudo casi balbucear poniéndose colorada por momentos. -

-¿Sabes si despertará pronto?

-Lo lamento Señor, no lo sé. - Replicó sintiéndose tan culpable como si hubiera cometido un crimen al tiempo que bajaba la mirada. –



Zafiro suspiró, no tenía mucho tiempo y debía volver a sus prácticas en la zona de reactores de palacio. Estaba cada vez más interesado en como la energía de ese negro cristal que les diera el Sabio potenciaba el poder de las máquinas. Tenía incluso algunas ideas para mejorar aún más su eficacia. Pero por unos instantes aparcó aquello. Miró a esa muchacha y sonrió. Tampoco es que la pregunta que él había hecho fuera muy adecuada. La pobre chica no podría saber eso. Se limitó a decirle con una sonrisa y mucha amabilidad.



-¿Cómo es que te ocupas personalmente de esas cosas? Tenemos droidas para eso…

-Prefiero hacerlo yo, Alteza. Un androide no pondrá el mismo interés. Y no me gustan demasiado esas máquinas.- Pudo decir evidenciando un ligero tinte de desconfianza. -

-¡Vaya! Tendré que dejar de diseñarlas.- Se sonrió él.-



            Zafiro pudo ver como el rubor escalaba en el rostro de esa pobre chica. La joven enseguida se apresuró a responderle con total apuro.



-No, no quise decir que no sean muy útiles…Yo, bueno… perdonad si…



            Aunque él, enseguida la detuvo en sus erráticas frases elevando una de sus manos y replicó con tono reconocido.



-Te agradezco enormemente tu dedicación. Sé que mi madre os aprecia mucho. Con vuestra presencia la alegráis y eso la alivia en sus padecimientos. Sois mucho mejores que cualquier droida que yo pudiera diseñar. De hecho, me gustaría quedarme hasta que mi madre despierte pero desgraciadamente no tengo mucho tiempo, debo irme. Cuando sea posible, por favor, ¿querrás decirle que pregunté por ella?

-Será un honor, mi príncipe. Le diré que estuvisteis esperando durante un rato. – Contestó ella más relajada ahora y esbozando una ligera sonrisa a su vez que la embelleció mucho a ojos de su interlocutor. –

-Muchas gracias. – Contestó él que ya se marchaba, absorto nuevamente en sus cálculos de ingeniería y pensando además en cómo le iría a su hermano mayor en su misión.  -



            Y la joven le vio marchar sin ser capaz de refrenar los latidos de su corazón. Aquel era un muchacho amable además de apuesto. Se maldijo por su metedura de pata. Por suerte el príncipe era comprensivo y cercano. Pese a que en los cotilleos de la Corte se decía de él que solamente se interesaba por sus estudios en ingeniería. Sin embargo, a Petzite le pareció muy considerado.



-Espero volveros a ver muy pronto, príncipe Zafiro. - Pudo decir para sí todavía llena de sonrojo.-



            No obstante, siendo responsable como era, no tardó en aparcar eso en su mente y volver a su tarea. Esperaba que el resto de sus hermanas llegasen ya para echarle una mano. Bertierite y Kermesite estarían aun en clase o jugando por ahí. Eran todavía demasiado pequeñas, con muchas cosas que aprender. Aunque Calaverite no tenía ya que ir con ellas y sí estar ayudándola.



-¿Dónde se habrá metido esa haragana?- Pensó ahora con creciente enfado.-



Debería haber venido haría ya una hora. Por un lado fue una suerte que no estuviera, así Petzite pudo estar a solas con el príncipe Zafiro. Pero, aunque eso la hubiera beneficiado de ese modo circunstancial, la actitud de su hermana no estaba bien. Y por si fuera poco, no era la primera vez que le hacía algo parecido. Sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando escuchó la voz de la soberana.



-¿Hay alguien ahí?- Inquirió con tono desasosegado.- ¡Auxilio!



La muchacha no lo dudó, entró rápidamente. Al encenderse las luces vio con horror a la reina tendida en el suelo. Trataba de levantarse sin lograrlo.



-Señora. ¿Estáis bien?- Inquirió con preocupación en tanto la ayudaba.- ¿Qué os ha sucedido?



            Amatista no respondió, se agarró a los brazos de esa joven. Afortunadamente era una chica fuerte, la mayor y  más robusta de las hermanas. Logró que la ayudase a sentarse en la cama. Respirando trabajosamente intentó recobrarse. Como la pobre Petzite seguía observándola con expresión temerosa e inquieta, se forzó a sonreír.



-Tengo sed, por favor, tráeme un vaso de agua.- Le pidió.-

-¡De inmediato, Majestad!- Repuso la chica, corriendo a por él.-



            Trajo incluso la jarra y un vaso. Amatista bebió con avidez un par de veces, sintiéndose mejor. Estaba débil todavía. Al fin, pudo hablar con más calma.



-Soy muy despistada. Quise levantarme a oscuras, pero tropecé. Gracias por venir tan rápido.

-No tiene por qué darlas, Señora. Es mi cometido.- Le aseguró su interlocutora.-



            La voz titubeante de Calaverite se escuchó fuera de la habitación. ¡Al fin había llegado! Fue Amatista quien la llamó.



-Pasa, estamos aquí…



            La joven entró, llevaba su pelo castaño recogido en un moño con un hermoso lazo amarillo.



-¿Necesitáis alguna cosa, Majestad?- Preguntó sumisa y amablemente.-

-Por favor, preparadme el baño. Quisiera adecentarme un poco y salir. -Les pidió la reina a las dos.-

-Sí, Majestad.- Contestó Petzite quien entonces le comentó.- El príncipe Zafiro vino a veros hará casi una hora. Aguardó un rato pero tuvo que marcharse a proseguir con sus obligaciones, me dijo que os saludase.

-Gracias.- Sonrió débilmente su interlocutora.-



            Dicho esto, las dos hermanas fueron al baño. Allí, en tanto abrían el agua y disponían todo para llenar la bañera de sales, Petzite aprovechó para recriminarle a la recién llegada.



-¿Se puede saber por qué has tardado tanto?

-Lo siento, me descuidé, estaba recorriendo el palacio.- Se excusó su contertulia.-



            Y bajando la voz para no ser escuchada, Petzite le contó a su atónita hermana.



-La reina llamó pidiendo ayuda, estaba tendida en el suelo. Dijo que se cayó al levantarse a oscuras, pero creo que algo le ha pasado.

-¡Oh cielos! ¿Está bien?- Se interesó de inmediato su contertulia.-

-Ya la has visto tú misma. No sé, me preocupa.- Comentó gravemente su hermana.-

-Deberíamos informar de esto.- Repuso Calaverite con preocupación, en cuanto salió de su estupor.-

-No sé si podremos ver al rey. El príncipe Diamante está muy ocupado preparando su viaje. Y el príncipe Zafiro no creo que regrese en un tiempo de su trabajo.- Se lamentó Petzite.-

-Digámoselo a lady Esmeralda.- Propuso Calaverite.-

-Sí, tienes razón. -Convino su hermana mayor.-



             Salió a interesarse por su soberana. Amatista se levantó algo torpemente.



-Permitidme, os lo ruego.- Se ofreció Petzite para que la reina se apoyase en su hombro.-

-Gracias, eres una chica robusta.- Sonrió su contertulia, suspirando.- Una vez yo también fui fuerte.

-Vos lo seguís siendo, Señora.- Quiso animarla su camarera.-



            La aludida no replicó a eso. Se quitó el camisón que llevaba y tras estar desnuda, se metió en la bañera ayudada por Calaverite y Petzite. Suspiró relajándose al contacto con el agua caliente y las sales de baño.



-Ahora me siento mejor, gracias chicas.- Pudo decir visiblemente reconocida.-

-No hay de qué, Majestad.- Sonrió Calaverite.-



            Su hermana mayor le indicó entonces en voz baja, para que la reina no escuchase.



-Quédate con su Majestad, voy a informar.



Y su interlocutora asintió. De modo que tras asegurarse de que la reina estaba mejor, fue Petzite quien buscó a su superiora. Esmeralda tenía libre esa tarde. La joven había recorrido algunas zonas de la capital dedicándose a contemplar algunas tiendas de ropa. Deseaba olvidar la próxima marcha del príncipe Diamante. Pensó en algún diseño para hacer, quizás le diese tiempo y él pudiera verla todavía. Después, al llegar a sus habitaciones en palacio, intentó contactar con su padre, aunque este no contestaba sus llamadas.



-Espero que estará bien. Aunque me preocupa mucho. Me gustaría saber qué está haciendo en casa.- Se dijo en tanto salía.-



            Fue entonces, al caminar por uno de los pasillos,  cuando vio llegar corriendo a la mayor de las Ayakashi, esa chica venía muy agitada.



-¡Lady Esmeralda!, os he estado buscando. ¡La reina!- Exclamó ésta en voz alta.-

-Baja la voz.- Le pidió.- ¿Qué ocurre?- Quiso saber ella, entre atónita y preocupada.-

- Excusadme, Señora.- Se disculpó Petzite quien se daba cuenta ahora de la imprudencia de elevar tanto el tono.- Veréis…estaba en las dependencias de su Majestad cuando…



            Una vez la puso al corriente las dos fueron hacia las estancias reales sin perder ni un segundo. Al llegar a la habitación de la soberana, esta parecía estar bien. Había salido del baño, estaba vestida con un hermoso conjunto blanco y violeta y Calaverite permanecía junto a  ella.



-Señora. ¿Cómo estáis?- Se interesó Esmeralda con visible inquietud.-

-No ha sido nada. Petz, no debiste preocupar a la duquesa de Green por esto.- Replicó Amatista, reprendiendo suavemente a la joven.-

-Perdonadme, Majestad. Yo solamente quería…- Musitó ésta bajando la cabeza.-

-Nuestro único deseo es que nada malo os suceda.- Añadió Calaverite, en apoyo de su hermana.-



            Ahora la reina asintió, se incorporó de su lecho y declaró con tono reconocido.



-Os agradezco mucho vuestra preocupación. Pero no quiero que ni el rey, ni mi hijo Zafiro, se distraigan de sus deberes. Y mucho menos Diamante, ahora que se está preparando para una misión de tanta importancia. No sería bueno que estuviesen más pendientes de mí que del interés que deben tener en los asuntos de Némesis. Debéis prometer que no les comentaréis nada de esto. A ninguno.- Sentenció ahora con un tono más serio.-

-Lo que vuestra Majestad desee.- Replicó de inmediato Esmeralda haciendo una inclinación para pedirle con suavidad.- Por favor, descansad un poco. Me ocuparé de todo.



            Amatista estaba en efecto muy cansada. Hubiera deseado salir a pasear por sus amados jardines pero las fuerzas le fallaban una vez más. Asintió. Tras dejarla acostada las hermanas y su superiora salieron.



-Me preocupa la reina.- Les confesó Esmeralda a sus interlocutoras.-

-Pero nos ha dicho que no le contemos esto al rey, ni al príncipe Zafiro.- Objetó Petzite.-

-Y no lo haremos, recurriremos a alguien que pueda ayudarla.- Repuso la duquesa.-

-¿A quién?- Exclamó Calaverite, alegando con un tono más respetuoso.- Con todo el respeto Lady Esmeralda, si acudimos al médico real informará de inmediato a su Majestad el rey.

-Es cierto.- Convino está a su pesar.-

-No sé, alguien habrá a quién podamos recurrir.- Dijo Petzite, tratando de pensar.-

-Quizás…- Musitó Esmeralda con tono dubitativo.- No sé…la reina no le ve con buenos ojos. Pero creo que él sí que podría ayudarla.

-¿De quién habláis, Señora?- Quiso saber Calaverite.-

-Del Hombre Sabio.- Les aclaró ésta.- Con sus grandes conocimientos puede ser que tenga algún remedio para su mal.

-Sí, es cierto.- Convino Petzite, añadiendo, eso sí, con tono apurado.- Pero no me atrevo a dirigirme a él.



            Y es que esa figura encapuchada le imponía, incluso la asustaba. Lo mismo que a Calaverite y al resto de las hermanas. Su jefa, sin embargo, asintió para declarar.



-Descuidad. Yo hablaré con él.



            Esmeralda no perdió ni un segundo y se marchó yendo a buscar al Sabio. Éste se encontraba junto con Turmalina y el conde Ópalo en una de las largas galerías del palacio. El noble estaba desconcertado.



-Hombre Sabio, ¿habéis visto a mi esposa? No se despidió de mí. Y no la he vuelto a ver. Pensé que se habría alojado en palacio…

-Solamente la acompañé hasta la salida y la vi marchar. Más allá, no puedo darte ninguna información sobre su paradero. Pero creo que lo más plausible es que haya vuelto a vuestra casa en la región de Ayakashi. Quedó tranquila tras pasar un momento con las niñas. O al menos, eso creyó.

-No os entiendo.- Comentó Ópalo respondiendo atónito.- ¿Acaso no las vio? Tú dijiste que la llevarías ante ellas.

-Digamos que en cierto modo lo hice. Verás.- Le explicó pacientemente éste.- Tal y como tú apuntaste no hubiese sido acertado que perturbase a tus hijas. Las pobres ya tienen demasiada presión en la Corte. Pero les encontré unas sustitutas que no desmerecieron de ellas.



            Y para asombro del conde, cuatro droidas se mostraron ante él adoptando la apariencia de sus hijas. Sonriendo todas, saludaron a coro.



-¡Hola papá!

-¡Es increíble!- Exclamó él sin poder dejar de mirarlas con la boca abierta.- ¿Cómo has hecho esto, Sabio?- Inquirió anonadado.-



            Aunque Turmalina se adelantó a la posible respuesta del interpelado. Abrazó por la cintura a Ópalo y tras darle un suave beso en los labios le susurró con voz melosa.



-De este modo, la pesada de tu mujer no vendrá durante algún tiempo por aquí.

-Y, quizás…para asegurarte de que esa esposa tuya no interfiera en el futuro de tus hijas, estas maravillosas suplentes podrían ir a visitarla a su propia casa más adelante. – Le sugirió el Sabio.-



            El asombrado conde no supo que decir. Por un lado aquella podría ser la solución perfecta. Llevaba un año con Turmalina, su relación era bien conocida por muchos y había murmuraciones. Pese a todo intentaba ser discreto. El rey Coraíon no aprobaba eso. Aunque el Sabio resultó ser muy comprensivo, lejos de censurárselo se ocupó de ayudarle desde el primer momento. Y si esas droidas eran tan buenas que habían logrado engañar incluso a Idina, serían perfectas para mantener a su mujer alejada. Aunque por otra parte aquello no le gustaba. Era muy extraño.



-No sé. Quizás sería mejor aguardar durante un tiempo. Idina no volverá en una buena temporada, si se ha ido tranquila tras ver a estas…a las que haya creído que eran nuestras hijas.- Rectificó envarado.-

-Como desees.- Sentenció el Sabio marchándose de regreso a sus estancias.-



            Ópalo permaneció callado, estaba meditando aquello. Turmalina le sonrió comentando con tono desenfadado.



-No lo pienses más. Es la solución que estábamos esperando. Y cuando gane el pleito y obtenga el ducado, tú y yo…

-Sigo estando casado.- Objetó él.-

-No quieres a tu esposa. Esa mujer se ha echado a perder.- Afirmó su interlocutora.- No es ni la sombra de lo que decías que era.

- A pesar de eso, sigue siendo mi esposa. No puedo dejarla así...no estaría bien.- Musitó él.-

-Tú mismo me has dicho que ella no ha sido lo que creíste.- Le recordó su contertulia.-

-Pensé que su pasión por triunfar y ascender sería como la mía. Aunque ella decía que prefería una vida tranquila.- Matizó Ópalo, admitiendo.- En eso nunca me engañó. Quizás no quise escucharla. O puede que, tras algún tiempo, me diera cuenta de que no la amaba todo lo que yo creía. No obstante, es la madre de mis hijas. La sigo queriendo y respeto mucho la memoria de sus padres y su abuela.



            Turmalina se rio, haciendo que él la observase sin comprender. Al fin, ella movió la cabeza para exclamar entre incrédula e irónicamente.



-¡Qué buen actor eres! Si hasta te has logrado convencer a ti mismo.

-No sé de qué demonios hablas.- Replicó un molesto conde.-

-Es muy sencillo.- Contestó Turmalina.- No deseas divorciarte puesto que eso no le gustaría a los soberanos. En especial a la reina que tiene a tus hijas a su servicio. Quizás Amatista pensase que, si llegara ese caso, las niñas estarán mejor en casa con su pobre madre. Y sería muy capaz de persuadir al rey Coraíon para que apoyase a su esposa en caso de pleito por su custodia.

-¡No digas tonterías!- Rechazó él.- A la reina no le preocupa en absoluto mi vida. No creo que tenga demasiado tiempo para ocuparse de asuntos triviales para ella, máxime en su estado de salud.

-Te equivocas, cariño.- Le sonrió falsamente su interlocutora, reafirmándose.- Precisamente porque está en ese estado tan precario de salud, no tiene otra cosa que hacer que atender a chismorreos. Y hablando de eso…- Añadió mirando hacia el fondo del pasillo en el que estaban.-



            Ópalo dirigió su vista también hacia allí y vio acercarse a esa hermosa joven de larga cabellera color verde botella claro y ojos castaños. Al llegar junto a ellos les sonrió fugazmente y saludó al tiempo que les preguntaba.



-Buenas tardes. Conde Ópalo, Dama Turmalina. Disculpadme, ¿habéis visto al Sabio?

-Buenas tardes. Sí, claro, Dama Esmeralda.- Sonrió su interlocutora.- Ha ido a sus estancias.

-Muchas gracias. Por cierto, conde.- Comentó la joven casi de pasada antes de irse.- Vuestra hija mayor quería saber si alguien había preguntado por ellas. ¿Acaso queríais verlas?

-No sé de qué me habla, duquesa.- Replicó él fingiendo sorpresa.- Sabéis que las visito regularmente.

-Claro, en tal caso disculpadme.- Contestó la muchacha, marchándose en busca del Sabio.-



            Ópalo y Turmalina se miraron, fue esta última quien comentó con un deje de incomodidad.



-Espero que esa niña tonta no se meta en lo que no le importa.

-No lo creo.- Contestó Ópalo, alegando.- Mis hijas se llevan bien con ella. Y es casi de la misma edad que Petzite. Pero sigue siendo su superiora.

-¡No comprendo como la reina Amatista tiene a esa cría cabeza hueca como camarera mayor! - Espetó Turmalina con visible desagrado y malestar.-

- Es la hija de la difunta duquesa de Green-Émeraude. Su madre era buena amiga de la reina.- le contó su contertulio, o eso creyó recordar.-

-Ya lo sé. Pero creí que, siendo la legítima heredera del ducado de Turquesa, la reina se dignaría elegirme a mí como sucesora de mi prima en esa tarea.

-Eso hubiese sido sin lugar a dudas muy conveniente para tu reclamación.- Observó desapasionadamente Ópalo, con un leve sarcasmo encubierto.-



            De este modo le devolvía el comentario anterior. El conde Ayakashi no ignoraba lo ambiciosa que era Turmalina. De hecho fue una cosa que le gustó de ella. Tenía ese empuje y deseo por medrar que a su esposa le faltaba. Era atractiva y buena amante. Aunque a veces su codicia era excesiva hasta para el mismo Ópalo, quien agregó de un modo más tranquilizador.



-Tú eres mucho más inteligente que ese patán de Rubeus. El Sabio te recomendará a ti. Ese chico solamente vale para ser peón.

-Así lo espero. Desde luego que yo puedo serle mucho más útil a ese encapuchado. ¿Sabes una cosa?- Le confesó ahora a su interlocutor.- Únicamente estoy a su lado por su influencia. Ese individuo o lo que sea, me da escalofríos.



            El conde asintió, eso pensaba él también. Aquel tipo era muy extraño. Que él supiera, nadie jamás le había visto el rostro. Y no se explicaba tampoco cómo era capaz de anticipar tantas cosas. Eso sí, su ayuda era extremadamente valiosa y por supuesto que no le querría como enemigo. Al menos ahora no tendría que preocuparse de eso durante bastante tiempo. Iba a alejarse mucho, yendo a la Tierra para acompañar al joven príncipe Diamante. Y fue precisamente a sugerencia del Sabio.



-Sí, es cierto.- Admitió entonces él.- Tiene mucho ascendiente con el rey. Por eso, no me ha gustado nada lo que ha hecho con esas droidas. Si puede suplantar así de bien a mis hijas, ¿quién dice que no sería capaz de hacer lo mismo con otros?



            Turmalina no respondió a eso, aunque meditó esas palabras que casi parecían sonar a advertencia. Por su parte, Esmeralda llegó a la cámara privada de ese encapuchado y llamó declarando con tono deferente y protocolario.



-Hombre Sabio. Soy la duquesa de Green. Solicito verte si es posible.



            No tardó en abrirse la puerta. A poca distancia de la joven y fiel a su costumbre, ese tipo flotaba en el aire y ojeaba esa extraña bola, respondió a los pocos segundos con tono educado.



-Bien, duquesa, es un honor para mí. Decidme. ¿Cuál es el motivo de vuestra visita?

-Veréis.- Se atrevió a responder ella, con tono dubitativo.- La reina Amatista no está bien…

-Por desgracia eso es de sobra conocido. ¿Acaso ha empeorado su estado?- Quiso saber el consejero tiñendo su voz de preocupación.-

-Se desmayó y pidió socorro. Por suerte dos de las hermanas Ayakashi estaban allí. Al poco me llamaron.- Le contó la joven.- Creo que deberíamos informar al rey, pero ella nos ha ordenado no hacerlo. Ni tampoco contárselo a los príncipes.

-En tal caso, no sé qué deseáis que yo haga. No voy a desobedecer una orden directa de la reina Amatista. - Declaró el Sabio, añadiendo también en tanto sopesaba esa cuestión.- Y además estoy de acuerdo con ella. No haría ningún bien a su esposo, ni al infante Zafiro, el ser informados de tal enojoso incidente. Y sería incluso mucho menos prudente decírselo al príncipe Diamante, quien tiene una importantísima misión que cumplir en la Tierra.



            Eso era totalmente cierto. Podría dar al traste con la misión de Diamante. El joven príncipe adoraba a su madre y a buen seguro que no querría apartarse de ella si la salud de esta empeoraba. Por un lado a Esmeralda le gustaría que él no se marchase. Empero, si la soberana llegase a saber que era todo por causa suya, pudiera ser que no la perdonase nunca. Ese viaje era muy importante para el futuro de las relaciones de Némesis con la Tierra. La joven no quería ni pensar en eso, de modo que matizó con un tono lleno de inquietud.



-No os pido que hagáis tal cosa. Únicamente quisiera saber si, con vuestros grandes conocimientos, tuvieseis constancia de algún remedio para ella. Me preocupa, cada día que pasa la noto más débil.



            Su interlocutor guardó silencio durante unos instantes, al fin replicó con cautela en su tono.



-Debería ser su Majestad el rey Coraíon en persona quien aprobase eso. Y si la soberana ha dado órdenes de no contárselo, tengo las manos atadas…

-Claro.- Convino Esmeralda.- Lo comprendo. Muchas gracias de todos modos.

-No hay de qué. Si en el futuro las cosas cambian, estaré muy complacido de buscar un remedio adecuado para su Majestad la reina.- Afirmó el encapuchado.-



            La jovencita asintió, retornando a sus deberes. Allí quedó el Sabio, cuyos ojos refulgieron rojizos, en lo profundo de su capucha, al tiempo que musitaba.



-Bien, no temas, niña. Yo me ocuparé de darle a Amatista exactamente lo que se merece. Pero no es el momento aun…



            Y con un gesto de uno de sus brazos la puerta de su estancia se cerró, volviendo a ocultar al Sabio de las miradas indiscretas del resto del mundo.



       
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