viernes, 9 de noviembre de 2018

GWNE15. La Luna Negra

Ópalo fue llevado a los calabozos una vez más. Sus guardianes le arrojaron dentro de una celda con nula cortesía. Esto no le sorprendió. A su lado enseguida encerraron a Cinabrio. Éste se hallaba en un estado tan lamentable que apenas sí podía pronunciar palabra. Pese a todo, el conde le preguntó.



-¿Qué sucedió? ¿Cómo te atraparon?

-Es.. estábamos…protestando, como acordamos.- Fue capaz de musitar con esfuerzo.- Pero apenas comenzamos un grupo de androides nos atacaron. Jamás habían actuado así, con tal violencia. Mataron a varios de los nuestros, los demás se dispersaron presas del pánico. Intenté detener aquella masacre, razonar con ellos. Pero fue inútil.

-¡Malditos asesinos!- Rechinó el conde.-

-Dime, ¿has podido contarle algo al rey?-. Quiso saber su compañero, con evidente interés.-

-No, no me fue posible.- Se lamentó su interlocutor.-



            Su contertulio apenas pudo incorporarse ayudado por el conde, se sentó contra la pared de la celda y moviendo la cabeza, sentenció.



-Entonces, nada de esto ha servido. Fue un sacrificio inútil.



            No obstante, Ópalo pudo esbozar una leve sonrisa y replicar con tono animoso.



-No todo está perdido, amigo mío. Pude ingeniármelas para darle algo al rey.

-¿Darle algo?- Inquirió Cinabrio añadiendo con incredulidad.- Por muchos avisos que le dierais, él solamente se fía de ese Sabio. No tenemos pruebas de nada.

-En eso te equivocas. Lady Magnetita me dio algunas.

-¿Quién? - Preguntó su contertulio, mirándole sin comprender.-

-Ya te lo dije. La antigua camarera mayor de su madre, la princesa Ámbar. Me contó lo sucedido y me dio las claves para entrar por un pasadizo secreto que ni el mismo Sabio conocía. Y no únicamente eso…Además, me indicó como encontrar una tarjeta de memoria.

-Magnífico.- Afirmó desapasionadamente su interlocutor, conjeturando.- Y la tenéis aquí, claro. No creo que sirva de mucho.

-No.- Negó un satisfecho conde, desvelándole.- Pude dársela al rey. La metí en uno de sus bolsillos cuando me eché encima suyo. La encontrará y cuando la vea, comprobará que le dije la verdad sobre todo lo que he afirmado. Sailor Némesis me explicó que, en esa tarjeta hizo duplicados de todo lo que sabía y vio. Incluso fue capaz de ocultarla antes de que la expulsaran del palacio. A decir verdad, de eso se ocupó el consejero Karst. Su padre adoptivo.

-Eso está muy bien.- Convino Cinabrio, tratando de ponerse en pie con dificultad.-

-Ten cuidado, estás muy malherido.- Le previno su contertulio con visible preocupación.-

-Quiero estar levantado, para llamar a esos carceleros y decirles lo que pienso.- Repuso el activista quien inquirió de nuevo.- Pero, ¿y si pese a todo el rey no pudiera ver esa tarjeta?

-En tal caso, mi esposa Idina ha recibido una copia. La envié antes de entrar.- Afirmó él con alivio.-

-Al menos no somos los únicos que lo sabemos. Espero que haya alguien más.- Comentó Cinabrio.-

-No por desgracia, salvo Sailor Némesis y mi esposa.- Repuso el conde.- Somos los únicos que estamos al corriente. Bueno, si Dios quiere, el mismísimo rey lo estará de un momento a otro.

-Eso es bueno saberlo.- Se sonrió su contertulio quien entonces cumplió con su palabra gritando.- ¡Carceleros! Venid aquí, estúpidos. Quiero deciros algo.



            Ópalo se rio a su pesar. Aquel tipo al menos tenía espíritu desafiante y de lucha. Aunque no tenía ni idea de qué podría decirles a esos malditos androides que les custodiaban. Sin embargo, su compañero de cautiverio parecía mantenerse bien en pie ahora.



-Este tipo es admirable.- Pensó el conde.- No quiere perder la dignidad ante este hatajo de máquinas.



            Y le imitó, levantándose a su vez. Incluso gritó llamando a los carceleros a coro con él. Al fin dos droidos se aproximaron.



-¿Qué deseáis?

-Salir de aquí.- Repuso tranquilamente Cinabrio, espetando con todo el desprecio que pudo.- O al menos, que nos hagáis un descuento por ser clientes habituales. ¡Malditas máquinas oxidadas!



            Ópalo se rio. ¡Ojalá fuese así de sencillo! Aunque he ahí que, para su sorpresa, uno de esos androides abrió la celda y entró. Posiblemente fuese a recompensar ese desafiante gesto de Cinabrio con algún golpe. De modo que el conde se puso en guardia, listo para defenderse. No obstante, fue el primero en ser agredido. Un rápido puñetazo en el estómago le hizo caer doblándose de dolor. Aunque para su asombro, no provino de ese robot guardián, sino de su propio compañero quien ahora sonrió malévolamente para declarar con burlesco tinte en su voz.



-Los humanos sois ingenuos y estúpidos.

-¿Qué?- Pudo gemir Ópalo, intentando recobrarse sin lograrlo todavía de los efectos de ese golpe.-

-No soy Cinabrio. Soy un droido que adoptó la apariencia de ese rebelde tras aniquilar a la mayor parte de los suyos.- Le reveló ese robot, añadiendo con sorna.- Y visto  que ni tú mismo has podido distinguirme, mi amo el Hombre Sabio estará muy complacido.

-¡Malditos seáis!- Pudo escupir el conde intentando levantarse.-



            Ahora fue el otro robot quien le derribó de una patada. Alcanzado en el rostro Ópalo sangraba por la nariz, tuvo que tapársela con una mano y apenas sí fue capaz de arrastrarse hasta la pared contraria y apoyar la espalda.



-¿Qué habéis hecho con Cinabrio?- Quiso saber el prisionero en cuanto pudo recobrarse lo bastante como para hablar.-



Su falso compañero le explicó casi con regocijo en el tono.



-Ese traidor pudo huir, se nos escapó por poco. Pero no es un problema. Su banda de criminales ha sido prácticamente destruida. No se nos opondrán más. Solamente deseábamos saber si tenías información comprometedora. Ahora que me has puesto al corriente se lo comunicaré al Amo Hombre Sabio. Él quedará complacido. Tendrá que ocuparse del soberano. Ha llegado el momento del cambio.



            Y dicho esto salió de la celda dejando allí al desconcertado, atónito y abrumado Ópalo. Ahora el conde se maldecía, en su ingenuidad había dado a ese bastardo de Sabio toda la información que necesitaba. Incluyendo en ello el comprometer la seguridad de su esposa y la vida del mismísimo rey.



-Perdonadme, Majestad, Idina. ¡He sido un estúpido! - Se maldijo con amargura.-



            Entre tanto, las terribles nuevas de los ataques habían circulado por la Corte. Tal y como el Sabio le dijera a Ópalo, el mismo príncipe Diamante acudió al ducado de Green- Émeraude. Junto con unos droidos, exploró la zona y halló el cuerpo del duque y los restos de aquella androide.



-¡Malditos asesinos terrestres!- Espetó, entre furioso y consternado.-



            No tardó en querer informar a su padre para confirmar esa terrible noticia. No obstante, fue el Sabio quien respondió.



-Príncipe, debéis volver cuanto antes. -Fue la réplica de éste.- Estoy preocupado. El enemigo sigue ahí fuera y pese a que pudimos eliminar y destruir a algunos de los traidores, vuestra seguridad, y la de vuestra familia, está comprometida. No tenemos manera de saber quiénes están detrás de estos ataques.

-Pues es evidente que los agentes de Endimión.- Afirmó su interlocutor con plena seguridad.-

-Eso no lo dudo, pero desconocemos sus identidades aquí.- Objetó el encapuchado.-

-Volveré lo antes posible. Debo estar junto a mi familia y darle esta trágica noticia a Esmeralda.- Suspiró ahora con pesar.-

-La Duquesa sabrá estar a la altura de las circunstancias. Si lo deseáis puedo informarle yo de esto, cuando se lo cuente también a vuestro padre, para evitaros semejante trance.- Le propuso su interlocutor.-

-No.- Negó el joven.- Es mi obligación. No sería digno que le llegase por terceras personas. Por desgracia soy quien ha encontrado el cuerpo sin vida de su padre y quien lo trasladará a la capital.- Remachó el chico.-

-Puede que fuera mejor sepultarle en sus tierras. A fin de cuentas, él las tenía en mucha estima. Y su hija podría visitarle allí. Será un pretexto para que pueda alejarse de la Corte y desahogar su dolor.- Le sugirió el encapuchado.-

-Sí, tienes razón.- Admitió Diamante.- Esmeralda necesitará unos días para el duelo. Y posiblemente quiera estar a solas aquí.



            Así quedó convenido, en tanto el marqués de Crimson retornaba de sus tierras sin encontrar nada más que manchas oscuras con la silueta de sus difuntos progenitores. Lleno de ira juró venganza contra los asesinos.



-¡Haré todo lo que esté en mis manos para que lo paguen!- Rechinó entre lágrimas, en tanto regresaba.-



            Petzite se cruzó con su antigua superiora en un pasillo y observó la cara de preocupación primero y de dolor después, de la duquesa Esmeralda. La joven estaba muy inquieta por su padre. La mayor de las hermanas tampoco quiso molestarla y siguió su camino. Quiso la casualidad que el infante Zafiro se acercase a saludarla.



-Alteza.- Pudo sonreír Petzite, sin apartar los ojos de él, aunque deseando saber.- ¿Qué ha sucedido?

-No lo sé con certeza. Estuve bastante ocupado revisando los sistemas de alimentación de la caldera.- Le confesó él, quien no obstante, matizó.- Pero tengo entendido que hemos sido atacados. Mi hermano regresará en breve, partió al ducado de Green- Émeraude para tratar de contactar con el Duque Cuarzo.

-Espero que su excelencia esté bien.- Deseó la joven.-

-Sí, ojalá.- Suspiró Zafiro quien, observando a esa muchacha sonrió, para disculparse.- Ahora debo irme. Tengo mucho trabajo, debo preparar más droidas y asegurar el suministro de energía de emergencia por si hubiera que pasar a un estado de alerta.



            Petzite asintió levemente y le vio alejarse con el rubor todavía instalado en sus mejillas. Aunque no tuvo mucho tiempo para pensar en su amor imposible. Su hermana Calaverite llegó corriendo hasta ella.



-Petzite. El amo Rubeus está de vuelta y ha venido muy furioso.- Le contó con visible preocupación.- ¡Han atacado sus tierras!

-¿Qué has dicho?- Inquirió ésta con asombro.-

-Los terrestres han lanzado una ofensiva.- Le contó su hermana.- Al parecer han atacado el marquesado de Crimson y el ducado de Green-Émeraude. Al menos eso es lo que se está diciendo.



            La horrorizada Petzite enseguida comprendió el motivo para esa cara de profunda zozobra que advirtió en Lady Esmeralda. No pudo evitar preguntar con el temor reflejado en el rostro.



-¿Se sabe algo de nuestro condado? 

-Nada que yo sepa.- Contestó Calaverite.- ¡Anda, vayamos junto con Rubeus, nos necesita.- Le pidió a su hermana mayor.



            Las dos acudieron de inmediato junto a su jefe. Calaverite pese a todo todavía sentía algo por él. Aunque el joven no estaba para recibir bonitas palabras de consuelo, únicamente quería venganza. Una vez que las mayores llegaron a su lado, él ordenó que llamasen a las otras.



-¿A qué esperáis?- Les ordenó con enojo.- Os quiero aquí a las cuatro, tenemos que limpiar Némesis de traidores pro terrícolas.



            Sin atreverse a replicar ambas asintieron, encaminándose a buscar a sus hermanas menores. Por su parte, Bertierite estaba practicando ajedrez contra un ordenador. La muchacha había crecido bastante y ya era casi toda una señorita. Pese a ello, gustaba de llevar siempre esa especie de body ajustado que emulaba a sus trajes de baño. Remataba el conjunto ahora con un par de botas por encima de la rodilla, todo en color azul celeste. Así vestida, estaba tumbada boca abajo en un confortable sofá, mirando hacia el tablero en 3-D con el que jugaba y elevando ambas piernas para cruzar los pies de forma distendida.



-¡Vaya!. Este nivel de dificultad me está dando mucho trabajo. No sé si debo mover la torre o el alfil.- Musitaba con expresión concentrada contemplando sus piezas, que eran las negras en esta partida.-

-Ama Bertierite, te toca mover a ti.- Le recordó su rival.- 



            Lo hizo moviendo la torre para enrocarse. El computador respondió de inmediato avanzando un caballo. Bertie miró al tablero con gesto concentrado, intentando discernir la trampa que a buen seguro su contrincante informático trataba de tenderle. Aunque no tuvo ocasión de hacer un nuevo movimiento. La voz de su hermana Petzite la sacó de su concentración.



-¡Vamos Bertie! El amo Rubeus nos llama.

-¿Sabes dónde está Kermesite?- Inquirió Calaverite a su vez.-

-Supongo que practicando algo de danza.- Repuso despreocupadamente la interpelada, añadiendo.- Computadora suspende la partida…



            En efecto, la menor de las hermanas se movía con elegancia, pasando grácilmente sobre la punta de los dedos de sus pies de un extremo al otro de la sala de baile en la que estaba. Lucía aquel tutú morado que tanto le gustaba y mallas. Girando sobre sí misma al compás de un tema de música clásica, el cascanueces de Chopin, o dando gráciles saltitos para volver al punto de partida. Estaba tan ensimismada en su arte que no se dio cuenta en un principio de que alguien cortó la música. Entonces oyó la voz de Petzite que le ordenó con sequedad.



-Rubeus nos ha llamado. Vamos.



            No es que estuviera muy presentable tras sudar y moverse tanto. Pero no había más opción que acudir con celeridad.



-Ya voy.- Pudo replicar, saliendo deprisa de esa estancia.-



            Su amo las aguardaba ya, con su característica impaciencia. Nada más verlas aparecer las abroncó.



-¿Se puede saber dónde demonios estabais? Llevo un buen rato esperándoos.

-Perdónanos amo, cada una estaba entretenida en diferentes actividades de entrenamiento.- Se disculpó Calaverite. –

-¿Qué actividades? ¡Vuestro deber es estar atentas a mis órdenes! - Espetó él haciendo que todas bajasen la cabeza. –



            Las dos pequeñas estaban demasiado avergonzadas por haber llegado tarde, Bertierite temía esos arranques de genio y Kermesite no podía soportar haber decepcionado a su idolatrado superior. Por su parte, tanto Petzite como Calaverite, que no ignoraban la tragedia sufrida por su jefe, no se atrevieron tampoco a oponer nada.



-Aguardamos tu órdenes, amo.- Fue capaz de decir la mayor de las hermanas al fin, con toda la humildad que pudo. -

-Tenemos que prepararnos para una misión importante. Nos ocuparemos de dar su merecido a todos los traidores que haya entre nosotros. Comenzando por esos rebeldes pro republicanos, aliados con los terrestres.



            En eso estaba Rubeus, cuando le llegó una orden transmitida por un droido, era un viejo modelo.



-Marqués de Crimson, su Majestad os reclama urgentemente en sus estancias. Lo mismo que al infante Zafiro y al príncipe Diamante.

-Muy bien.- Convino el aludido, calmándose un poco, para agregar con genuina ignorancia.- Pero desconozco dónde puedan estar los príncipes. Supongo que el infante Zafiro estará en la caldera y el príncipe Diamante regresando del ducado de Green-Émeraude.

-Amo, si me lo permites, creo saber dónde está el infante Zafiro.- Se decidió a intervenir Petzite.-

-Ve en su busca pues.- Le ordenó su interlocutor.- Las demás aguardad aquí.

-Sí, amo Rubeus.- Contestaron todas a un tiempo.-



            Entre tanto, Diamante había llegado a palacio. Nada más entrar se dirigió directamente a los aposentos de Esmeralda. La joven duquesa estaba arreglándose un poco, ataviada con ese vestido negro aterciopelado, botas de ante con alto tacón hasta la rodilla y un gran collar de piedras de su mismo nombre.



-Espero estar presentable para cuando el príncipe regrese.- Se decía con una mezcla de inquietud y esperanza.- Supongo que habrá hablado con mi padre. ¡Ojalá que esté todo bien!



            Le sorprendió por tanto que el mismísimo príncipe llamara a su puerta. Ella se  agitó, ruborizándose de inmediato, abrió con la mejor de sus sonrisas, aunque nada más ver el gesto entristecido y grave de Diamante, la borró de su rostro.



-Alteza. ¿Qué ocurre?- Pudo preguntar con un tono de prevención y temor.-

-Esmeralda.- Fue capaz de suspirar él, tratando de no enfrentar sus ojos malva a los avellana de ella.- Lo lamento mucho. Debo darte una terrible noticia.



            La chica palideció cuando él tuvo finalmente el valor de notificarle el asesinato de su padre. Hasta estuvo a punto de desmayarse. Diamante se adelantó para sujetarla. En medio de todo el dolor por la pérdida de su ser más querido ella se alegró al menos de que él tuviera ese detalle.



-¡No!- gimió ella, abrazándose al consternado príncipe.- ¿Cómo ha sido?- Repetía una y otra vez, ¡mi padre, no!



            Diamante únicamente pudo estrecharla entre sus brazos intentando darle un mínimo consuelo. Estaba triste y enfurecido a partes iguales.



-No sé cómo, pero te aseguro que lo pagarán.- Le prometió él.-



            Llegó entonces aquel droida quien, en nombre de su padre, le ordenaba presentarse en sus estancias de inmediato. Esmeralda se separó de su abrazo y tratando de sonreír pese a su dolor asintió.



-Alteza, debéis iros. Yo… estaré bien aquí.

-Volveré enseguida.- Le aseguró el chico tomando una mano entre las de él, a fin de insuflarle algún ánimo.-



            Después de unos instantes de contemplar como la pobre chica ahogaba unos sollozos él se alejó. Esmeralda cerró la puerta de sus habitaciones y entonces rompió a llorar. Al menos Petzite se sentía mucho más alegre cuando fue a avisar a Zafiro. El joven había estado revisando algunos sistemas de palacio y estaba algo tiznado de grasa. Nada más verle ella le transmitió esas órdenes y sacando un fino pañuelo quiso limpiarle cuidadosamente una mejilla.



-Alteza, tenéis una mancha.- Le informó con timidez.- 

-Gracias. Me recuerdas a mi madre.- Sonrió él.- Ella solía limpiarnos así a mi hermano y a mí.



            Ella no supo como tomarse eso, decidió que era sin duda un cumplido.



-El hecho de compararme con la reina Amatista es un honor que no merezco, Alteza.- Pudo musitar.-

-No te hagas de menos. Tú eres una gran chica.- Afirmó él, tomándola de ambos brazos y aproximándose.-



            La joven creyó morirse de vergüenza, aunque también se sentía en una nube. No quería que el tiempo transcurriese. Para su desgracia, voces de otras personas, dirigidas al infante, rompieron aquella especie de hechizo.



-Alteza, rápido. ¡Vuestro padre!

-¿Qué ocurre?- Inquirió el atónito Zafiro separándose de Petzite.-

-Señor, venid enseguida.- Le pidió uno de sus cortesanos.-



            Zafiro asintió y corrió siguiendo a ese individuo. Petzite se quedó allí, sin saber casi como sentirse.



-Mi príncipe.- Sonrió levemente ella, todavía colorada.-



            El que sí se sentía muy mal era Coraíon. Una hora antes había encontrado aquella extraña tarjeta. No tardó en colocarla en un aparato adecuado, ese que tenía de su abuelo, y poder acceder a la información. Al principio se sorprendió. Solamente se veía un largo pasadizo, como un túnel. Al poco oyó voces. Una de ellas le era familiar por grabaciones que había visto desde niño.



-¡Mamá!- Exclamó.-



            Y es que su madre era ahora visible en la imagen, y no estaba sola. Junto a ella, una hermosa mujer de cabellos morenos ondulados y ojos azul-grisáceos la escoltaba. Las dos se tomaban de las manos. Fue Ámbar quien, con tono dulce, se dirigió a esa cámara que la grababa y declaró.



-Mi querido hijo. Estoy grabando este mensaje para el día en que seas lo bastante adulto como para comprender. Estoy aquí, en un pasadizo secreto que incluso el mal que nos acosa ignora. Junto a mí se encuentra mi fiel dama Magnetita. O lo que es lo mismo, Sailor Némesis, la protectora de este mundo, designada directamente por la reina Serenity para ayudarnos. Y también mi amada. Sé que te parecerá raro, pero cuando tu padre murió, una parte mía lo hizo con él. Solamente Magnetita ha podido devolverme la alegría de vivir. Bueno, ella y tú, sois lo más preciado que tengo. Quisiera poder explicarte esto y que lo comprendieras. Por desgracia, hay otras preocupaciones mucho más graves ahora. Sé que no debe de quedarme mucho. Hay un terrible mal en este planeta, se oculta en lo más profundo del mismo, pero se manifiesta a través de entes diabólicos que se ocultan bajo falsas palabras de amistad y ayuda. Aquí tenemos la amenaza de una tal Marla que quiere poseerme. No puedo dejar que lo haga. Y si alguna vez pudo controlarme momentáneamente y por su causa te traté mal o te grité.- Fue capaz de decir, antes de atragantarse con algunos sollozos.- ¡Lo siento, cariño!, no era tu madre quien te hablaba. Por favor, espero que me perdones…Lo que más siento es que su influencia sobre mí va ganando terreno, y puede que llegue un día en el que yo ya no pueda resistirla…

-Tenemos que irnos ya, Ámbar.- Le susurró afectuosamente la otra mujer, acariciándola una mejilla.- Yo debo marcharme de la Corte. Nuestros padres nos dejaron unos minutos para despedirnos. Deben de pensar que seguimos en tus habitaciones. Por su propia seguridad y la tuya no pueden descubrir este pasadizo, mi amor.



            Su interlocutora asintió, deseando concluir su declaración con una advertencia.



-No fíes en extraños que vengan de fuera con palabras lisonjeras. Ni de entes que se oculten tras ropajes que no desvelen su rostro. Cuando Marla ha intentado controlar mis pensamientos yo también he podido ver algunos de los suyos. Sobre todo, hijo mío. ¡No te fíes de ningún encapuchado! Son siervos del mal que quieren destruirnos , y tratarán de volverte contra la Tierra.

-Serenity y Endimión no son el enemigo. Lo es Caos, quien mora en el interior de este mundo.- Apuntó la dama Magnetita con tono imperioso aunque dulcificó el mismo con una sonrisa para dedicarle unas amables palabras a su futuro oyente.- Coraíon, seguramente no te acordarás de mí cuando veas esto, pero he llegado a quererte como a un hijo. Mira esta grabación con mucha atención. He dejado cámaras en estado latente por muchas estancias de palacio. Si ese mal encarna alguna vez y anida en cualquiera de ellas, será registrado y grabado en esta tarjeta que te dejamos. Es lo último que podemos hacer para protegerte. Por favor, cuídate mucho y haz honor al sacrificio que tu madre y yo vamos a hacer por ti.



            Y no dijeron más, las dos mujeres apoyaron la frente una contra la otra y se dieron un ligero beso en los labios. Al fin el mensaje concluyó. Tras el mismo el espantado rey pudo oír y ver muchas de esas grabaciones que daban fe de lo que su madre le había advertido. Incluyendo algunas que captaban a su consejero conspirando contra él y los suyos.



-¡No puede ser!- Exclamó Coraíon entonces.- Mi amada esposa Amatista y Ópalo tenían razón. Es todo culpa del Sabio. Y él la mató y ha tratado de volver loco a mi amigo. ¡Maldito sea!



            No tardó en acudir a un droido, un viejo modelo que tenía de los tiempos de su abuelo. Le programó para que fuera a buscar a sus hijos y a cuantos nobles pudiera encontrar, lo antes posible.



-No me fio de los droidos de la guardia. Es el Sabio quien les da las órdenes.- Rechinó entre dientes.- ¡Ese bastardo traidor encapuchado!

-Me herís con esos lacerantes comentarios, Majestad.- Fue la sarcástica réplica que obtuvo.-



            Ante él, flotando a su estilo habitual y acariciando ese bola que ahora refulgía en tonos rosados, estaba ese individuo.



-¡Tú! ¿Cómo has entrado aquí?- Demandó saber el rey.-Te ordeno que comparezcas ante mí y los notables de Némesis para explicar esto. Serás juzgado por traición.

-¿Que me ordenáis?- Se burló su interlocutor elevando su rosada bola.- Mucho me temo, rey Coraíon que ya no vais a poder darle más órdenes a nadie.



            Y fue concluir esa frase y comenzar a reír con histriónicas carcajadas. Coraíon enseguida quiso salir y llamar a la guardia, pero la puerta de su habitación estaba cerrada al tiempo que una extraña nube vaporosa se iba esparciendo por toda la estancia.



-¿Qué es esto?- Exclamó el monarca mirando en derredor.-

-Vuestro fin.- Replicó el Sabio con regocijo.- Sí, Majestad. Ya no me sois útil. Ahora será vuestro hijo quien ocupe vuestro lugar y sea mi marioneta para concluir la misión que tengo asignada.

-No te lo permitiré. ¡Te haré pedazos! - Estalló su contrincante, intentando alcanzarle.-



            Pero era inútil, el Sabio seguía riéndose y levitó fuera de su alcance. Coraíon se trastabillo. Los efectos de ese gas comenzaban a pasarle factura. Sentía una gran dificultad para respirar. Al fin el soberano cayó al suelo, arrastrándose hacia su cama como pudo. Su enemigo entre tanto aprovechó para hacerse con esa tarjeta, sentenciando.



-Esto no es para que lo vea ningún curioso. Es una pena, Coraíon. Vuestra madre y esa entrometida de Sailor Némesis queriendo salvaros han sido al fin las causantes de vuestra muerte. Si hubierais seguido en la ignorancia esto no habría ocurrido. Al menos no todavía.



            El interpelado quiso replicar, pero no era capaz de hablar, sus cuerdas vocales se paralizaban. Al menos esa nube iba remitiendo. El Sabio entonces desapareció teletransportándose de allí. Al cabo de unos minutos que  a Coraíon le parecieron eternos, tocaron a la puerta.



-¡Majestad!¿Estáis bien?. Responded.- Inquirió la voz de Rubeus.-



            Pero el interpelado era incapaz de elevar la voz lo bastante. Así tras unos instantes, Rubeus insistió.



-Majestad. ¿Estáis ahí? ¿os sucede algo?

-Derribemos la puerta.- Le ordenó Diamante que había llegado a tiempo de oír eso.-



            Entre ambos arremetieron contra esa puerta que, pese a ser maciza, no tenían ningún tipo de blindaje especial. Al fin lograron vencer su resistencia y abrirla. El primogénito del rey entró descubriendo a su padre tumbado en la cama. A duras penas respiraba, los ojos se le entrecerraban y daba la impresión de estar apagándose por momentos.



-¡Padre!- Exclamó, tratando de reanimarle.- ¡Rápido Rubeus, que venga un médico!

-Enseguida, Alteza.- Asintió el interpelado que salió corriendo en busca de alguno.-



            Fue entonces cuando se cruzó con uno de los cortesanos. No tardó en preguntarle.



-¿Dónde está el doctor Jaspe?- Inquirió haciendo referencia al nuevo médico de palacio.-

-No lo sé, Señor Rubeus.- Repuso aquel tipo.-

-Ve en busca de un médico y avisa al Infante Zafiro. ¡El rey está muy grave! - Le indicó el pelirrojo que prosiguió con su carrera.-



            Aquel individuo corrió a su vez dirigiéndose a la sala de calderas. Allí vio al infante Zafiro quien estaba acompañado de una de las hijas del conde de Ayakashi, según creyó recordar. Le llamó y el joven se apresuró a seguirle. Ahora llegaron para reunirse con Diamante que intentaba auxiliar a su padre. Coraíon le miraba casi con los ojos saliéndose de las órbitas, aferrándose con una mano a la pechera de su hijo.



-El…Sabio.- Intentaba decir, sin ser capaz de articular más palabras.-

-Sí, padre, le haré llamar. Espero que él pueda ayudarte.- Se apresuró a responder el asustado joven.-

-No…hijo…no… confíes…-Intentaba decirle con todas sus fuerzas empero, apenas un gemido apagado podía salir de sus labios.-



            Sin embargo, Diamante no era capaz de entenderle. En ese instante Zafiro se unió a él, intentando ayudar.



-¡Padre, aguanta! Han ido a buscar al médico.- Le dijo tratando de sonar más tranquilo.-



            Aunque la vida se le escapaba a Coraíon, al fin, Rubeus llegó junto con el médico.



-Abran paso.- Ordenó a algunos cortesanos curiosos que se arremolinaban en el exterior de las estancias reales.-



Y más atrás, observando aquello sin inmutarse, el Sabio levitaba en el pasillo. Jaspe llegó al fin y trató de reconocer al soberano. Enseguida quiso administrarle alguna droga estimulante para reanimarle, pero fue inútil. El rey luchaba por seguir respirando pero, poco a poco su cuerpo se iba paralizando, hasta que, finalmente perdió la batalla, dejando de existir.



-¡Padree!- Gritó Diamante abrazándose a él.-

-¡Sabio!- Le reclamó un desesperado Zafiro.- Haz algo, por favor.

-Ojalá pudiera, Señor. Pero me temo que el rey ha debido de ser envenenado. Esos mismos rebeldes que nos distrajeron con sus ataques han podido colarse a través de un pasadizo secreto muy antiguo. Desconocíamos su existencia, pero debieron de hallarlo de algún modo.



            Aunque podía ahorrarse las explicaciones, ambos príncipes lloraban amargamente la pérdida de su padre. Ellos no podían saber sin embargo que, con su último aliento de vida, Coraíon se vio rodeado de su amada esposa y de su madre. Ambas le miraban pese a todo con gesto alentador.



-Me muero y ese malvado ha ganado. Tendrá a nuestros hijos, Amatista, a tus nietos, mamá. En su poder. Y es por mi culpa. Por haberme dejado engañar por él.

-No debes culparte. Todo lo que suceda deberá de ocurrir así, amor mío.- Le sonrió Amatista.-

-Pero debes tener fe en tus hijos. Mis nietos deberán sufrir pero finalmente serán capaces de vencer.- Sentenció Ámbar.- Ahora debemos dejarles esta lucha a ellos. Nuestro momento ha pasado. Ven con nosotras, cariño. A un lugar en el que ya no sufrirás.



            Y así, el alma de Coraíon pudo partir junto a ellas sintiéndose más aliviada. Cosa que desgraciadamente no podían saber los que allí quedaban llorándole. Al poco rato la noticia se extendió por toda la Corte y el planeta. El funeral de Estado se celebró dos días después. De luto riguroso Esmeralda y las hermanas, junto a Rubeus y Turmalina, Kiral y Akiral, secundaron a los dos desconsolados príncipes.



-He echado a faltar al conde de Ayakashi.- Musitó Zafiro, estando cercano a la hija mayor del mismo.-

-Alteza, nuestro padre hace días que no se comunica con nosotras. – Suspiró Petzite.- Esperamos que nada malo le haya sucedido.

-Ojalá que no.- Convino el chico.-



            En ese instante, el Sabio pasó a su lado e intervino comentando.



-El conde Ópalo salió en una misión encomendada por su Majestad poco antes de morir. Iba en busca de pruebas para incriminar a esos terroristas y demostrar su relación con la Tierra. Pero mucho me temo que tampoco yo sé dónde pueda encontrase ahora.



            Y en eso precisamente el encapuchado no mentía. Volviendo al día anterior, justo tras la muerte del soberano, Ópalo fue sacado de su celda por dos androides quienes lo llevaron a rastras hacia un oscuro corredor.



-Bueno, supongo que ese bastardo ha decidido matarme y enterrarme aquí.- Se sonrió resignado a su suerte.-

-Vais a ser llevado al astropuerto para embarcar en una nave.- Le informó un droido.-

            Eso le extrañó. No esperaba que ese encapuchado le enviase al destierro. Quizás pudiera escapar de a donde fuera que le mandase y volver para luchar contra él cuando estuviera preparado.



-Mi error fue dar la cara. Ir de frente y decirle a ese mal nacido lo que pensaba de él. - Se lamentaba.- Pero la próxima vez seré más prudente. No me verá venir. – Pensó en tanto le conducían fuera de los calabozos.-



            Una vez salió de ellos y del palacio, recorrió un largo túnel. A final del mismo pudo ver una gran extensión bajo cúpula que albergaba una pequeña lanzadera. Allí, a la puerta, le aguardaba la duquesa Turmalina.



-¿Qué haces tú aquí?- Se sorprendió el conde una vez más.-

-Quería despedirme. Sé que has sido acusado de delitos muy graves, Ópalo.- Afirmó ella con pesar, eso sí, admitiendo.- Aunque no creo que hayas tenido nada que ver con el asesinato del rey.



            Aquello impactó a su contertulio, enseguida preguntó, exclamando entre atónito y horrorizado.



-¿El asesinato del rey?¿De qué demonios estás hablando?

-¿Es que no lo sabes?- Inquirió ella a su vez mirándole perpleja.-

-He estado encerrado en una maldita celda durante más de un día entero. No sé que ha pasado en palacio.- Repuso él.-

-Debemos partir, señora duquesa.- Intervino uno de los droidos.-

-Solamente serán unos minutos, No creo que eso os cause ningún quebranto. Ahora apartaos, deseo despedirme del Conde de Ayakashi en privado. - Replicó ella con tono autoritario.-

-Como vos digáis.- Obedeció el androide.-



            Y en tanto los robots guardianes se alejaban unos pocos metros Turmalina le hizo a Ópalo un breve resumen de la situación. El noble estaba lleno de rabia y de tristeza y estalló.



-¿Es que no lo ves? ¡Ha sido él! Ese Sabio maldito. Nos está eliminando uno a uno.

-¡Basta, Ópalo!- le pidió ella con incredulidad e incluso pesar al oponer.- Han sido los agentes terrestres infiltrados. Ellos liberaron una sustancia tóxica en los aposentos del soberano.

-¡No seas ilusa! - Exclamó su interlocutor, siendo sujetado por esos androides que habían acudido prestos cuando él se agitó, profetizando con una mezcla de impotencia y amargura.- Algún día verás la verdad y entonces será ya muy tarde. Acabará contigo lo mismo que está haciendo con nosotros. Abre los ojos y reacciona antes de que seas la siguiente, Turmalina. ¡Sabes que yo jamás te mentiría en algo así!



            La duquesa ordenó a esos robots que volvieran a apartase, cosa que estos hicieron. Aunque miró ahora con temor a su contertulio y dudó. ¿Y si Ópalo estuviera diciéndole la verdad?. Desde luego no le creía capaz de haber atentado contra la vida del rey. Aparte de ser su leal vasallo, habían sido amigos. Aunque no deseaba pensar que él estuviera en lo cierto. ¿En qué le convertiría eso a ella? Sería una colaboracionista y una traidora. ¡No!, a buen seguro el pobre conde de Ayakashi había perdido la razón.



-Abogaré por ti ante el príncipe Diamante.- Le prometió intentando sonar conciliadora.- Seguro que todo esto ha sido un malentendido.



            Ópalo sonrió sardónicamente, moviendo la cabeza. ¡Era inútil! Turmalina jamás aceptaría aquello. Mejor dicho. Estaba claro que no quería aceptarlo. A su pesar él lo podía comprender mejor que nadie. Durante años había estado en esa misma situación de comodidad, cercano al poder y sin cuestionarse ningún consejo del Sabio. Y por si fuera poco todas las apariencias estaban en su contra, habiendo perdido todas las pruebas a su favor. Al fin suspiró resignadamente para declarar.

-Entonces hazme únicamente un favor. Si algo me sucediera contacta con mi esposa, hazle saber que hice cuanto pude. Y que la quiero, a ella y a nuestras hijas.



            Eso casi desconcertó más a Turmalina. No le hacía ninguna gracia la idea de presentarse ante la legítima mujer de su ex amante y menos para decirle aquello. Sin embargo, esbozó una débil sonrisa y asintió.



-Claro, pero ya verás como todo volverá a la normalidad pronto. Podrás ir con ella a decirle tú mismo lo que quieras.



            Y con esa pequeña esperanza Ópalo fue conducido fuera de allí. Turmalina recordaba aquello con una mezcla de temor y consternación, tras haber oído al Sabio responder a la hija mayor del Conde. De hecho, después el funeral los días siguieron pasando y nada se supo de él. La nave que lo transportaba había desaparecido en su ruta. Nadie tuvo conocimiento nunca de hacia dónde se dirigía. Aunque, lo que más sorprendió  a la duquesa fue que las propias hijas del Señor de Ayakashi dejasen al poco tiempo de preguntarse por él.



-¿Tendrá que ver quizás con esas extrañas exposiciones a la energía oscura?- Se preguntaba la noble.-



Ella desde luego nunca quiso someterse a eso. Y es que, cada vez que las hermanas Ayakashi, Rubeus, e incluso Esmeralda, (quien tras el funeral de Coraíon fue en efecto al sepelio de su padre acompañada de los príncipes y se quedó allí guardándole duelo durante unos días), y el propio Diamante, tomaban una sesión, su comportamiento se tornaba más extraño. Turmalina no podía precisar exactamente en qué. Aunque le daba la impresión de que estaban más ausentes y suspicaces, centrándose únicamente en sus labores. De hecho vio como, poco a poco, el príncipe se volvió más frío, secundado por Rubeus quien tenía grandes deseos de vengarse de la Tierra también merced a las cosas que el Hombre Sabio le había contado, y a lo que él mismo vio cuando estuvo tras aquellos disidentes y en una posterior visita en el ducado de Green. Por no hablar de la propia muerte de sus padres por quienes asimismo se ofició un responso y hubo un funeral en el marquesado de Crimson, donde acudieron a su vez los nobles más destacados y los príncipes. Aunque, como en el caso de los demás, la tristeza o el dolor por aquello se había visto gradualmente reemplazado por el odio y el revanchismo. Además, el joven pelirrojo acudía asiduamente a ver a ese consejero. Una de tantas veces el Sabio le comentó.



-Rubeus. He estado hablando con el príncipe Diamante sobre ti.

-¿De verdad?- Se interesó el chico observando a su interlocutor con ojos bien abiertos. -

-Le he comentado cosas acerca de tu trabajo con las cuatro hermanas y el empeño que pones en cumplir con tu cometido. Está muy satisfecho. Y me ha dicho que cuentas con su total confianza.



Aquello hizo sonreír al complacido joven. Esa era una magnífica noticia, aunque enseguida el Sabio ensombreció su tono para desvelarle.



-Y te necesitará antes de lo que crees. Puesto que negros nubarrones se ciernen sobre nuestro planeta.

-¿A qué te refieres?- Quiso saber el chico ahora con gesto inquieto. –

-Aún es pronto. No puedo decirte más por ahora, pero sigue adiestrando a tu equipo con el mismo tesón que hasta ahora. Necesitaremos gente capaz para los retos que están por venir. Sé que eres un muchacho sano, que gusta de relacionarse con jovencitas. Sin embargo, debo pedirte que, al menos con las cuatro hermanas, te centres únicamente en su preparación. Otra cosa podría muy peligrosa para vosotros en las actuales circunstancias. De hecho, es arriesgado pero necesario, Tanto tú como tus subordinadas deberéis aumentar la dosis de energía oscura que recibís para ser capaces de cumplir con vuestros cometidos.



Rubeus asintió, aquello de los riesgos no le preocupaba demasiado, pero no quería perder la oportunidad de lo que él consideraba una inmejorable ocasión para ascender.  Y por otro lado, había comprobado que, tras las repetidas exposiciones a esa energía, sus fuerzas habían aumentado. Incluso emulando a las hermanas había adquirido unos extraños poderes. Ahora era capaz de lanzar proyectiles de energía  a modo de esferas de color rosado o bermellón. Desde luego que cumpliría con su cometido y seguiría el consejo del Sabio. Tanto él como las cuatro hermanas comenzaron a someterse pues con mayor regularidad a esa toma de energía. Ellas por su parte, tomaban asiento ya con indiferente cotidianeidad en esa sala especial en donde era irradiadas. Allí, mientras tenía lugar el proceso, una voz resonaba en sus mentes.



-Hermanas Ayakashi, Némesis es vuestro padre y vuestra madre. No tenéis más familia. Vivís para servir fielmente al príncipe Diamante y a vuestro superior, Rubeus. Y para escuchar los consejos del Sabio, que es quien sagazmente os dirige en la mejor forma posible hacia el éxito de vuestra misión. Tenéis que hacer cuanto os sea necesario para asegurar el futuro y la victoria de nuestro mundo sobre los enemigos que tenemos en la Tierra. En particular, contra esa malvada reina Serenity y sus crueles guerreras. Ellas son el origen del mal que perturba y daña a nuestro planeta. Solamente desean nuestra destrucción.



-Sí, amo Hombre Sabio.- Repetían ellas mecánicamente, totalmente sugestionadas, durante aquel proceso.- Debemos destruirlas antes de que ellas nos destruyan a todos nosotros.



Por su parte Esmeralda, apenas repuesta de su duelo, veía como Diamante cada vez la ignoraba más. El  consejero de la Corte le dijo que se debía a todo lo malo que había tenido que soportar por parte de la Tierra y al embrujo de Serenity. El encapuchado también tuvo ocasión de charlar amistosamente con la joven duquesa. Cierto día, en unas estancias del palacio, el Sabio la hizo llamar.



-¿Deseabas verme?- le preguntó ella –

-Pasa, Esmeralda.- Le pidió él con amabilidad ofreciéndole una silla que señaló con la manga de uno de sus brazos para que la chica se sentase. – Por favor…



La muchacha obedeció con gesto expectante. Sin mayor dilación el Sabio le dijo con tono grave.



-Tengo noticias terribles. Y he pensado que tú, como la más leal servidora de nuestra difunta reina, debes ser la primera en saberlas.

-¿Antes aún que el príncipe Diamante o el infante Zafiro?- Se sorprendió la muchacha. –

-Sería demasiado doloroso para ellos conocer lo que te voy a revelar. Confío en ti puesto que eres de nobles intenciones y amas a nuestro gentil príncipe.- Remató el Sabio –



Y de entre los pliegues de su hábito extrajo una bola de cristal en tanto le explicaba a la chica.



-Cuando el príncipe fue a la Tierra grabamos estas imágenes de sus audiencias.



Esmeralda pudo ver e incluso escuchar algunas de las groserías que Diamante tuvo que sufrir. Las guerreras guardianas no se recataron de insultarle y humillarle. El Sabio le mostró además unas imágenes de la propia Serenity donde la soberana le calificaba como inexperto embajador ante las sonrisas de sus cortesanas.



-¡Malditas rameras! – Pudo escupir la muchacha llena de ira. - ¿Cómo se atrevieron a insultar así a nuestro gentil príncipe?

-Y eso no es todo. – Agregó consternadamente el Sabio. - Por suerte tenemos informadores que obtuvieron más datos.



Para horror de la chica algunos retazos de conversaciones de las guardianas terrestres se referían a conspiraciones. La palabra Némesis salió a relucir e igualmente el nombre de Amatista, su difunta soberana. Y por si fuera poco, pudo ver al propio Diamante mirando a esa maldita reina terrestre de un modo que parecía embrujado. Al concluir, Esmeralda hervía de indignación y rabia. El Sabio por su parte le comentó.



-Desde que os estáis exponiendo al cristal negro vuestras percepciones y poderes han aumentado, pero todavía queda un largo camino por recorrer. Seguimos siendo vulnerables. Solamente te pido que vigiles bien a Diamante para que los ardides de esa malvada reina no le alcancen. Te confesaré que estoy muy preocupado. Si ella lograse hechizar a nuestro joven heredero sería terrible. Y creo que ya lo ha intentado cuando él estuvo allí.



 ¡Claro!, pensó ella, ahora todo encajaba. Por qué sino ese deseo tan antinatural de Diamante por aquella mujer. Desde hacía un tiempo no dejaba de nombrarla casi en cualquier conversación, por intrascendente que fuese. Era evidente para Esmeralda que su pobre príncipe estaría siendo víctima de un embrujo. La muchacha se sentía impotente y le preguntó al Sabio con tono desesperado.



-¿Y qué puedo hacer yo? No soy rival para los poderes que tiene esa mujer.

-Lo serás cuando aumentes tu exposición al cristal negro. No temas. Dentro de poco podrás ser capaz de anular su maligna influencia sobre Diamante. Pero debo advertírtelo, podrías correr riesgos.

-No me importa. – Afirmó ella con determinación, sentenciando. – Por nuestro amado príncipe haría cualquier cosa.



El Sabio asintió complacido, para declarar ahora con tono de satisfacción.



-Sabía que podía contar contigo Esmeralda. Ahora eres tú la única que puede ocupar el lugar de nuestra reina y proteger a su hijo. Así cumplirás la palabra que le diste a nuestra amada soberana antes de que ella fuese tan vilmente asesinada. Igual que le sucedió a tu padre, el pobre Duque Cuarzo, quien se hubiese sentido muy orgulloso de ti.



Ella asintió y aunque tras esas exposiciones a la energía oscura, el evocar a su progenitor casi no le producía ya ninguna emoción, no sucedía así al pensar en Diamante o incluso al recordar a la madre de este. Por ello aceptó de buen grado someterse a mayores dosis todavía. Deseaba ser más poderosa y ganarse la atención del príncipe. Y con cada sesión de aquellas irradiaciones, la que fuera una chica de nobles intenciones y carácter, fue albergando cada vez más odio hacia la reina Serenity y lo que representaba. En su opinión era sencillamente una ramera, ducha en el arte de la traición, la manipulación y el engaño. La culpaba sin dudar de que planease la muerte de la reina de Némesis. Y sobre todo, la muchacha tuvo cada vez más deseos de ocupar el corazón del  heredero al trono a toda costa.



-No os preocupéis mi gentil príncipe Diamante.- Pensaba ella con más rabia y obsesión, llegando a ser algo enfermizo. - Yo os libraré del embrujo de esa asesina, y honraré la memoria de vuestra madre. Me cueste lo que me cueste.



            Zafiro, pese a ser menos pasional, también comenzaba a querer venganza. El Sabio se ocupaba a su vez de proporcionarle cada vez más herramientas para sus inventos e ideas. Al principio el joven no daba la impresión de querer aceptar esas ideas conspirativas que acusaban a la Tierra. Aunque la muerte del rey Coraíon fue el punto de inflexión. Más cuando, tras una investigación, se descubriera un pasadizo secreto que comunicaba con las habitaciones reales y en el que se hallaron restos de cápsulas venenosas.



-Esta claro que alguien estuvo aquí y liberó gas letal desde este lugar. Nuestro pobre padre fue cobardemente envenenado sin que nadie pudiera enterarse.- Concluyó el Infante cuando tuvo una charla con su hermano mayor.-

-¿Estas seguro de eso?- Quiso asegurarse Diamante entre horrorizado y lleno de ira.-



            Y el Sabio, presente en aquella reunión, intervino apoyando a Zafiro.



- Lo siento príncipe. Para mí tampoco hay ya ninguna duda. Vuestro hermano tiene razón. El doctor Jaspe concuerda asimismo en ello. Recordad que os lo advertí.

- Sí, es verdad. Me lo dijiste varias veces pero no quise creerlo. No pensé que esos malditos terrestres osaran llegar tan lejos. ¡Atreverse a asesinar a mi padre! Esto no va a quedar así. ¡Ya es momento de nuestra venganza! – Espetó el ahora enrabietado heredero al trono. -¡Juro que lo pagarán, pagarán con sangre y fuego todo esto!..- Escupía entre dientes. -



Sin pérdida de tiempo convocó a la asamblea de nobles del reino que a su vez clamaba también venganza. Entonces, espoleado por aquel ambiente de odio a los terrícolas, el joven se erigió delante de todos ellos subido en la tarima del trono y gritó.



-¿Queréis venganza? ¡La tendréis y no seré coronado como rey hasta que lo logre, os juro que destruiré Cristal Tokio hasta los cimientos y mataré a todos sus habitantes! Siguiendo con nuestro programa de rearme ordenaré construir la mayor flota espacial que se haya visto jamás. ¡Acabaremos con esos asesinos de la Tierra para siempre! Entonces y solamente entonces, me proclamaré rey, no únicamente de Némesis sino de la Tierra y de la Luna - y la eufórica asamblea aclamó a su nuevo soberano quien ahora se sentía completamente embriagado por sus deseos de venganza, así sentenció. – Recobraré lo que es mío por derecho y os daré la retribución que merecéis. Al fin, la hora del desquite de Némesis ha llegado.



            Así, en un aparte durante un receso de la asamblea, el Hombre Sabio le sugirió llevar una señal de duelo por su padre. El encapuchado quiso dirigirse a él estando los dos a solas.



-Majestad…

-Tal y como he dicho, no seré digno de ser llamado así hasta que no cumpla con mi promesa.- Le recordó severamente el príncipe.-

-Perdonadme, Alteza.- Rectificó humildemente el Sabio, para proseguir.- En mi opinión, como muestra de respeto y devoción al recuerdo de vuestros amados padres, y  evocando vuestros legítimos derechos, deberíais llevar una marca que los haga patentes ante todos, especialmente, para los habitantes de la Tierra.

-¿De qué marca me hablas?- Quiso saber el joven.-

-De la marca de la Luna Negra, Alteza.- Le respondió su interlocutor, refrescando su memoria.- Acordaos que muchos de los colonos que aquí llegaron, los pioneros, fueron liderados por vuestro abuelo Corindón. Él era un líder de ese clan. Aquellos que ya entonces se opusieron a la tiranía de los soberanos terrestres.  Una media luna negra, con las puntas hacia abajo, era su símbolo. En total oposición al emblema de la monarquía terrestre.



            Diamante asintió pues recordó en efecto la luna dorada que la Reina Serenity llevaba en su frente con las puntas hacia arriba. Aunque enseguida objetó, algo remiso tras pensar en esa hermosa soberana.



-Pero no creo que ella tenga la culpa. Quizás sea ir demasiado lejos.

-Por el contrario, Alteza. No culpo a Serenity. Es más, el símbolo que ella lleva ha sido corrompido por los manejos de su malvado esposo. Vos debéis librarla del mismo.

-Y hacer que ella adopte el mío.- Completó el joven, con evidente agrado, al remachar.- Tienes toda la razón, Hombre Sabio. Ella debe ser liberada de ese malvado que tiene como marido.

-Si vos así lo estimáis, mi príncipe. Es lo que debe hacerse. - Convino su interlocutor.-

-Quiero tener esa marca, ya.- Le ordenó Diamante.-

-Como ordenéis, Alteza.- Asintió el Sabio bajo su capucha.-



            Y sacando uno de sus extraños dedos que brillaban con colores iridiscentes de su manga derecha, disparó una pequeña cantidad de energía en la frente del príncipe. Al poco una media luna negra con las puntas hacia abajo se dibujó en ella. Cuando pudo verse en un espejo, Diamante sonrió con expresión de triunfo. Ahora estaba totalmente decidido. Nada le haría apartarse de su objetivo. No tardó en reanudar el pleno y dirigirse a todos sus notables.



- Escuchad- declaró el joven mostrando su frente a los allí congregados. - Ésta será desde ahora nuestra marca. La marca del clan de la Luna Negra. Desde este momento ordeno que todos mis súbditos deberán llevarla. Por mi parte, yo obligaré a la reina Serenity a cambiar su marca por la nuestra y será mi esposa, como botín para nuestro mundo.

- Pero príncipe ¿Os casaríais con una enemiga? - Objetó la horrorizada Esmeralda, allí presente, sin poder creer lo que oía. -

- Sí, - afirmó Diamante explicando sin ningún tipo de recato ya, algo que el propio Sabio le había sugerido a su vez en sus frecuentes charlas privadas cuando escuchaba en confidencia los deseos del joven. - Porque de ese modo gobernaría de derecho ambos reinos. Además, quiero que sus bellos ojos me miren con amor.



Y aunque esto último era una idea exclusivamente suya, para él era otro razonamiento de tanto o mayor peso que el anterior. Pese a ello, todos los allegados al príncipe se miraron algo sorprendidos, pero finalmente les pareció muy bien. Máxime cuando el Sabio intervino arengando a los allí congregados.



-Todos debéis jurar eterna fidelidad a nuestro príncipe soberano y futuro rey de Némesis y la Tierra. Arrodillaos y juradle lealtad al príncipe Diamante. – Les conminó con tono teatral y grandilocuente.-



            Así, los asistentes a ese histórico momento doblaron la rodilla, jurando ser fieles hasta la muerte a su nuevo gobernante. Y estaban realmente dichosos de hacerlo. Excepto, claro está Esmeralda, quien, a pesar de imitar al resto en el gesto y las palabras de lealtad que pronunciaron los demás, para su horror confirmaba así lo que el Sabio le desvelara. Entonces el consejero intervino una vez más, apresurándose a vitorear a Diamante.



- ¡Larga vida y prosperidad a nuestro príncipe y futuro rey, y a la Luna Negra!, nueva marca de su dinastía.



            Esmeralda no quiso oír más, se giró lentamente alejándose del salón del trono mientras el resto de la corte se sumía en una especie de celebración. Pero ella no tenía ganas de festejar nada. Estaba muy dolida por los planes del príncipe, ¡casarse con esa reina que tanto daño les había hecho y a la que ella culpaba de la muerte de la madre de Diamante! ¡Cómo extrañaba ahora a su padre!. En un instante de debilidad hubiese querido tenerle allí y confesarle todo lo que sentía, su amor no correspondido, su tristeza y su amarga desesperación por lo que juzgaba una locura para Diamante y Némesis. Pero la dura realidad se imponía. El duque Cuarzo fue asesinado por agentes de la Tierra. ¡Espías de Serenity!.



-Si mi padre viviera a buen seguro que me hubiese dicho que mi deber como súbdita leal es obedecer los mandatos del príncipe.- Suspiró con pesar.- Además, la propia reina Amatista me pidió que le protegiera. Y eso haré. Aunque sea de él mismo.- Decidió con determinación.-



Curiosamente, pese a ir perdiendo poco a poco sus mejores emociones y los cariñosos recuerdos que había guardado de la reina y de su padre, esa misión persistía. La tenía muy dentro del corazón. Por ello, Esmeralda no podía marcharse y dejar sólo a Diamante precisamente en esos terribles momentos.



-Es ahora cuando más me necesita. De no ser por él, me retiraría a mis tierras y olvidaría completamente esto. - Se decía tratando de darse ánimos.-



 Aunque siempre había albergado la esperanza de que su rango fuera el suficiente como para poder disfrutar del amor del príncipe. Esa ilusión, pequeña pero factible, de que éste no encontrase ninguna princesa casadera. Realmente no las había ya exceptuando algunas de linajes terrestres casi olvidados, como el de la propia madre de Diamante que fueron absorbidos por el Milenio de Plata. Eso le había dado una posibilidad. Siendo duquesa de Némesis, una importante noble de dicho planeta, las leyes le hubiesen permitido desposarse con un infante o incluso un príncipe, si éste no encontraba otra pretendiente más elevada. Aunque bien podía jurar Esmeralda que a ella nunca le interesó el trono, sólo deseaba que su amor por el príncipe fuera correspondido. Ahora se daba perfecta cuenta de que eso no sería posible. Pese a lo mucho que eso la hería, viéndolo con pragmatismo, le idea del príncipe no era tan descabellada. Serenity, tal y como decía Diamante, sería una reina consorte ideal para unir a ambos mundos y sellar así una alianza que elevaría el poderío de Némesis amén de reparar la injusticia del destierro secular que sufrían los nativos de este planeta. Con la unión de ambos linajes y un posible heredero común todos saldrían ganando. Política, militar y económicamente, razonándolo fríamente eso sería lo más adecuado. Quería pensar así con la cabeza pero su corazón se revolvía una y otra vez. Eso no podía ser bueno para su planeta, ni para Diamante. ¡No podía ser, ella no lo permitiría! Volvió a recordar a la difunta soberana.



-Se lo juré a la reina Amatista Nairía en su lecho de muerte.- Musitó entre dientes.-Cuidaré de él.



            Aunque también se debatía entre este  juramento y el de fidelidad que había hecho a la corona, y pretender ir contra los deseos de éste era traición. No sabía qué hacer. Pero encontraría una manera. ¡Esa ramera terrestre jamás se quedaría con su príncipe! Ella moriría antes que permitirlo. Estaba pensativa cuando Rubeus se acercó a ella y se apoyó en una columna próxima con los brazos cruzados, mientras le decía con bastante sorna.



- No parece que el anuncio de nuestro amado príncipe te haya hecho mucha gracia, Esmeralda. Te veo muy reflexiva. ¿Es que estás haciendo cábalas sobre tu futuro en la Corte?...

- No sé de qué me estás hablando. - Contestó ella visiblemente molesta, tratando inútilmente de evitar que se le notara. -

- Yo creo que sí.- Respondió Rubeus mientras se sonreía con regocijo del gesto de contrariedad de su interlocutora, sobre todo cuando añadió. – Recuerda que hace tiempo ya te lo advertí. Si Diamante se casa con Serenity me temo que tus días de protagonismo en la Corte estarán contados. Eso, claro está, de no ser que la nueva reina te ofrezca ser también su dama de compañía. Como su camarera mayor seguro que sabrías prepararle bien la alcoba para cuando tuviese que recibir en ella a nuestro príncipe y futuro rey.

-¡Eso jamás! - Escupió Esmeralda entre dientes bastante enojada ahora, imprecando a su interlocutor. – Rubeus, eres un miserable. Tu ambición no se detiene ante nada. Tú serías capaz de servir como reina a la mujer que mandó envenenar a  nuestra legítima soberana y que orquestó la muerte de nuestros padres.



            Aquellas recriminaciones parecieron molestar a su contertulio durante unos instantes, aunque retornando a su pragmatismo enseguida replicó.



- Yo serviré a la persona que nuestro príncipe elija para ser su reina. Tengo un juramento de lealtad hacia él.- Le contestó el muchacho añadiendo con retintín a modo de amenaza - y tú también lo tienes, procura no olvidarte de eso. O alguien te lo tendrá que recordar, de un modo u otro.



            Ahora Rubeus se deleitaba en contemplar como Esmeralda temblaba de furia a pesar de que la joven tratara a toda costa de controlarse. Ella nunca le había caído bien, la creía una niña mimada que había tenido la suerte de estar sirviendo a la reina por recomendación y por su linaje distinguido. Demasiado altanera y orgullosa y con mucha ambición para haberse fijado en él. A decir verdad, Rubeus se había sentido atraído por ella desde el primer día. Pero al cabo de múltiples desprecios, sobre todo de aquel con el que humilló cuando llegó a hacerla esa velada propuesta de matrimonio, había llegado a profesarla una auténtica animadversión. Esto era mutuo, Esmeralda le había considerado como un oportunista que se había refugiado al lado del príncipe. Siempre adulándole e incitando a Diamante a todo tipo de excesos y tratando sistemáticamente de apartar al príncipe de su lado. Además de haber intentado hacer de ella misma una más de sus conquistas, de someterla como a las cuatro hermanas que le servían o a cualquier otra mujer de la corte que le llamase la atención. En opinión de la chica, Rubeus era sólo un niño mal criado pero muy peligroso por su gran influencia con el príncipe. Hasta ese momento los dos se trataban lo menos posible y siempre con una helada indiferencia, con una  falsa cortesía. A medida que fueron experimentando mayor exposición a la energía oscura su mutua antipatía fue creciendo. Rubeus por ejemplo, pasó de ser un muchacho vital y espontaneo a alguien más frio y calculador. Con una clara ambición de ascenso y de poder. En Némesis parecía ahora que quien estuviera más cerca del príncipe podría llegar a ser la persona más influyente de la Corte.  Ahora que las cartas se ponían boca arriba Esmeralda sabía que él estaba disfrutando con su enfado y que eso era lo que ese estúpido engreído quería. Decidió cambiar de táctica y le dijo con la voz más calmada y fría.



- Rubeus, yo también acataré mi juramento, serviré al príncipe en lo que me pida. Y seguro que tú con lo valiente que eres, serás el primero en marchar contra la Tierra si ésta nos amenaza. Aunque claro, eso podría ser peligroso y quizás prefieras quedarte en retaguardia aconsejando a su Alteza. - Dijo ahora de forma bastante irónica. -

- Puedes estar segura de que no temo a nada, ni a nadie. - Contestó él enojándose a su vez con pulla. - Me ofreceré voluntario para cualquier misión contra la Tierra que el príncipe disponga.

- No esperaba menos de ti. - Replicó Esmeralda de nuevo utilizando la ironía  para despedirse de la forma más fría que pudo. - Ahora discúlpame, debo atender otros asuntos.



            Y sin esperar la réplica de Rubeus, se dio media vuelta y se marchó. Ganas le hubieran dado de fulminarle con los poderes emanados de la energía oscura que estaba adquiriendo. Y es que, desde hacía ya algún tiempo, la joven pudo comprobar cómo era capaz de lanzar rayos e incluso crear vendavales teñidos con esa misma negra opacidad que estaba absorbiendo en sus exposiciones.



-No es el momento adecuado.- Meditó con un malsano regocijo en tanto se alejaba.-  Sin embargo, algún día me ocuparé de darte tu merecido…



            Mientras tanto en la sala, el resto de los presentes seguían proclamando su adhesión al todavía príncipe. Así, en pocos días, comenzaron los preparativos para la invasión. Tal como Diamante prometió se prosiguió la construcción de una gran cantidad de naves de combate que se dirigirían hacia la Tierra. Algunas ya habían sido iniciadas antes de la muerte de su padre. Por aquel entonces Coraíon frenó parte de los recursos que su hijo hubiera deseado destinar a las mismas, alegando que existían necesidades más importantes. Ahora no obstante, Diamante supeditó todo al incremento de aquella flota. Durante semanas inspeccionaba los trabajos a diario y al terminar la jornada  se sentaba en su trono con una copa de vino en las manos, observando complacido los progresos. Su hermano Zafiro pese a todo era un poco más realista y siempre le recordaba.



- Diamante ¿Crees que este gran esfuerzo merecerá la pena? No olvides que lo principal es mantener la reacción de la caldera para poder dominar la energía oscura que es lo que le da calor y luz a nuestro planeta.

- Es por vengar a nuestros padres y a nuestro mundo. - Replicó él con brusquedad. - Cualquier sacrificio será poco…

- Lo sé y lo entiendo - convino Zafiro que no obstante, objetó. - Pero me he estado encargando de la caldera durante años y quizá no soporte tanta presión. Necesitaremos aumentar mucho su energía y eso nos llevará tiempo.- Añadió algo preocupado por el tono de su hermano. -

- Claro y de eso te encargarás tú.- Contestó Diamante ahora usando un tinte e voz más conciliador para añadir. - Ya sé que lo llevabas haciendo hasta ahora de forma extraoficial. Pero el Hombre Sabio me ha contado como te has esforzado y deseo premiarte, hermano. Tú serás el jefe oficial de la caldera. Eres el mejor ingeniero de Némesis y la persona en la que más confío.

- ¡Muchas gracias!,- exclamó Zafiro que sonrió muy contento. Diamante le devolvió la sonrisa a lo que el más joven de los hermanos repuso con renovado entusiasmo. - ¡No te preocupes, cuenta conmigo, lo conseguiremos!



El Hombre Sabio apareció en ese momento, su voz sonó triunfal cuando reportó.



-Los preparativos están listos. Nuestra flota puede partir hacia la Tierra en cuanto lo dispongáis, Alteza.

-Entonces no perdamos ni un segundo más. – Ordenó el príncipe. -

-Vuestros deseos son órdenes, Señor. – Replicó humildemente el encapuchado. -

-Y recuerda, hombre Sabio. - Le indicó Diamante. – Serenity debe ser respetada. No quiero que sufra ningún daño. Atacad y destruid todo excepto el palacio donde ella habita.

-Se cumplirán tus órdenes a rajatabla, mi príncipe.- Replicó el consejero haciendo una sentida reverencia bajo su sayal. –



            El encapuchado se retiró. Alguien le vio salir flotando del salón de palacio. Era la duquesa Turmalina. Aquella mujer incrédula al principio pensaba cada día más en Ópalo y en sus desesperadas advertencias.



-Esto no está bien. Aquí suceden cosas muy extrañas. Ya nada ni nadie es como antes.- Pensaba con creciente temor.-



            Y es que ella era de las pocas que seguía sin someterse a esa energía oscura. Le había dado largas al Sabio pretextando que deseaba viajar a su ducado para ponerse al día en las mejoras del mismo.



-Yo no entiendo de alta política. Lo que siempre quise fue mi poseer mi propia heredad. Y ahora me da la impresión de estar estorbando aquí. - Argumentaba ante el consejero en una de las veces que él la llamó a sus estancias.- Y allí tengo mucho por hacer.

-Bien.- Convino éste.- En tal caso, podrías solicitar al príncipe un permiso para viajar a tu casa. Estoy seguro de que Diamante te lo concederá…



            Y Turmalina así lo esperaba. Estaba realmente deseosa de salir de allí. Su antiguo amante tuvo razón. Némesis se estaba abocando hacia un conflicto contra la Tierra. Y mientras su mundo se preparaba para la guerra en el exterior, algunos resistentes trataban de hacerle frente en el interior. La propia duquesa había oído cosas. Aquel líder disidente, el republicano Cinabrio, pudo escapar y no perdía ocasión de atentar contra droidas o infraestructuras a fin de sabotearlas. Eso sí, de forma que ninguna persona resultase dañada. Se rumoreaba también que tenía un poderoso aliado o aliada, eso último no estaba claro.



-Ese hombre estuvo junto con Ópalo, estaban colaborando. Quizás si hablase con él pudiera sacarme de dudas.- Pensó Turmalina.-



            Pese a que era una idea descabellada, la duquesa había comenzado a creer que aquel individuo no era un terrorista sino, en efecto, un libertador de su propio pueblo. Aunque pararse tan solo a considerar verle entrañaba un enorme riesgo. Podrían descubrirla y acusarla de traición. No dudaba de que su destino sería entonces similar al del conde de Ayakashi. Y por otro lado, recordaba la promesa que le hizo.



-Tengo que ir a ver a su mujer. Ella merece saber lo qué pasó.- Se decía con tintes de culpabilidad.-



            Y tras unos días de dura lucha interior, de zozobra y de indecisión, finalmente se armó de valor. Pidiendo una audiencia con el príncipe le puso al corriente de sus intenciones, al menos de las confesables.



-Alteza. Humildemente os solicito permiso para regresar a mi ducado. Hace mucho tiempo que no estoy allí y debo atenderlo.



            Diamante la escuchó sentado en su trono y asintió de forma displicente. Al fin, replicó con desapasionado tono.



-Podéis ir. Aquí no tengo ninguna tarea para vos. Os agradezco eso sí, los servicios prestados a la  familia Real, duquesa.

-Os doy las más efusivas gracias, Alteza.- Contestó ella inclinándose de forma muy pronunciada.- Ha sido para mí un honor serviros.



            Y tras recibir la venia del príncipe la mujer se retiró. Iría a su heredad por supuesto, aunque también tenía en mente otros destinos.



-Lo único que espero es que el Sabio no descubra mis intenciones.- Meditaba con temor.-



            Desgraciadamente para ella el encapuchado tenía ojos y oídos en todas partes. Ahora, en la soledad de su estancia privada, acariciaba su bola con la imagen de Turmalina apareciendo en ella y decía.



-Vaya, al parecer la duquesa está empezando a ser demasiado curiosa. Bien, la dejaremos investigar un poco más, de momento. Puede que hasta llegue a serme útil. Y además, tengo otras prioridades que atender, después me ocuparé de que esa pobre estúpida no sea una molestia…



            Y tras esas siniestras palabras desapareció dejando el lugar en el que estaba en una completa oscuridad.



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