sábado, 10 de noviembre de 2018

GWNE16. Ataque y resistencia



Así, tras la orden dada por Diamante, la gran flota se puso en marcha y por fin llegó el momento del  ataque. Las naves llegaron a la Tierra amparadas por el poder del Cristal Negro, cuya energía las propulsó desde Némesis a la velocidad de la luz, creando una pantalla que las protegía de la detección de las naves del Milenio de Plata. Estas fueron fácilmente destruidas. Incluso las de sus puestos avanzados en los planetas exteriores. Todo se logró mucho más sencillamente de lo que nadie en Némesis, ni tan siquiera el más optimista de sus generales, podría haber previsto. Lo cierto es que los terrestres parecían contar con muchas menos fuerzas de las que se había pensado.



-Alteza.- Contactó uno de los altos oficiales que dirigía una flota con tripulación de droidos, para informar a Diamante.- Hemos logrado ocupar los sectores de Urano, Neptuno y Saturno sin problemas.

-¿No habéis encontrado ninguna resistencia?- Se sorprendió el príncipe.-

-Ninguna, Señor.- Fue la respuesta del asimismo extrañado oficial.-



            En el salón del trono, Diamante quedó pensativo, su hermano Zafiro estaba junto a él, lo mismo que el Sabio, Rubeus y Esmeralda.



-Hermano.- Intervino el infante.- Esto es muy extraño.- Creíamos que la Tierra tendría escuadras en esos planetas y que la lucha sería dura. De hecho, dividimos nuestra flota para que una parte entretuviera a sus fuerzas en este sector exterior.

-Es verdad. Yo tampoco lo comprendo. Sabio.- Inquirió el príncipe dirigiéndose a su consejero.- ¿Qué puedes decirnos de esto?



            El interpelado observó su bola de cristal con atención, declarando a los pocos segundos.



-Posiblemente, nuestros planes han ido mejor de lo que creíamos. La Tierra debe de habernos subestimado. Nuestros servicios de inteligencia filtraron hace tiempo que el objetivo que teníamos era controlar unos campos de asteroides ricos en minerales, que estaban al límite del Sistema Solar y de los que afirmábamos ser los propietarios. Allí fueron vistas algunas de sus naves.

-O puede ser que esto sea un cebo.- Intervino suspicazmente Rubeus.- Quizás Endimión haya creído que una fácil victoria aquí, donde no supone ningún riesgo para ellos, nos haría relajar las precauciones.

-Sí. Bien pensado.- Convino Diamante.- Eso podría ser.

-Admito que esa es una posibilidad. Rubeus tiene razón. Debemos tener cuidado.- Aconsejó el Sabio.-

-En tal caso proseguiremos con el plan, aunque aumentando las precauciones.- Dictaminó el príncipe.-



            Todos asintieron, Esmeralda por su parte había estado algo apartada de la conversación. Aquellos temas no le interesaban en lo más mínimo, por no decir que la aburrían. Sin embargo, deseaba estar junto al príncipe Diamante todo lo que fuera posible. Tras regresar de sus tierras después de un breve permiso que solicitó, decidió que no quedaba nada allí que la atase.



-Incluso destruyeron a Num.- Se dijo con una mezcla de incredulidad y desagrado.- Al menos ella me conocía desde que yo era niña. Y decía quererme. Mi padre debió de programarla para que hiciera las veces de madre. Incluso le cambió la apariencia para que se pareciese a la mía. Luego papá debió de enamorarse de ella o usarla para consolarse. Pero yo no haré nada así. ¡Es humillante!, o tendré al verdadero Diamante o no tendré nada.- Se prometió.-



Así pues dejó al cargo de su heredad a algunas droidas nuevas y volvió con la esperanza de que su deseado príncipe se fuese fijando poco a poco en ella. Pero esto no sucedía, más al contrario. El joven se pasaba el tiempo planeando su ofensiva y, en algunos ratos libres, contemplando imágenes holográficas de la reina Serenity. Aquello exasperaba realmente a Esmeralda.



-¡Esa bruja maldita le tiene totalmente encantado! - Pensaba con creciente odio hacia la soberana de la Tierra.- No me extrañaría que ella y su esposo estuviesen de acuerdo en esto. Mientras Serenity controla la voluntad de Diamante y le atrae hacia una trampa, él seguro que estará aguardando con su flota a nuestras naves para destruirlas.



            Aunque no se atrevía a decir eso abiertamente, temía que el príncipe la apartase de su lado. O aun peor, que la tomase por una traidora.



-Y ahora ni tan siquiera puedo hablar con Turmalina. Me pregunto por qué se habrá ido.- Meditaba, aunque enseguida concluyó.- Bueno, no es un secreto que estaba enamorada del conde Ópalo. Él también lleva mucho tiempo sin dar señales de vida. No me sorprendería que los agentes de Serenity le hubieran matado también.



            La aludida duquesa había vuelto en efecto a sus tierras. Allí, tras acondicionar sus posesiones, quiso establecer contacto con ese Cinabrio. Pero antes debía cumplir una promesa.



-Tengo que ir a ver a su mujer.- Se dijo.- Fue su último deseo, al menos la última petición que me hizo y mucho me temo que Ópalo ya no podrá realizarla.



            Y viajó hacia el condado de Ayakashi. Únicamente escoltada por una droida de confianza. Tal y como el conde hacía, eligió un modelo anticuado que no podía ser manipulado más que directamente. Tras unas horas en deslizador llegó finalmente a su destino. Aquella ciénaga pantanosa, con esa casona en ruinas.



-Debe de estar abandonada.- Pensó cuando al fin llegó.-

-Señora, poneos el traje aislante, detecto roturas en la cúpula de aislamiento de esa casa.- Le informó la droida.-



            Turmalina así lo hizo. Al salir del vehículo junto con ese androide iba aislada con el traje y la escafandra que se usarían para aventurarse en la misma superficie del planeta que no había sido acondicionada.



-Posiblemente la mujer de Ópalo debió irse de aquí. O quizás ella haya sufrido el mismo destino que su esposo. Lo lamento, no la conocía en persona. Y pese a ello me siento mal, es como si la hubiera traicionado.



            Y es que ella era la otra, la mujer con la que su marido había engañado a esa infeliz después de todo.



-Al menos me habría gustado decirle que sus hijas estaban bien. Todo lo bien que están los demás físicamente. No creo que le gustase ver en lo que se han convertido.- Reflexionó consternada.-



            Deambuló por allí durante unos minutos y cuando se convenció de que no había nadie decidió marcharse.



-Lo he intentado, Ópalo.- Pensó, tratando de justificarse.- Cumplí mi promesa viniendo aquí. Ahora trataré de encontrarme con ese hombre. Espero tener más fortuna.



            Y aunque ella no lo supiera, sí era observada por alguien a distancia. La propia Idina, pese a no ser capaz más que de apreciar a una figura envuelta en un traje espacial, decidió no dar señales de vida. Y es que se había acostumbrado ya a llevar una existencia oculta. No confiaba en nadie. Hacía mucho que no tenía noticias de su marido, ni de sus amadas hijas. ¡Ojalá que ese visitante supiera algo! Aun así, no se atrevió a delatarse. Había sido bien aleccionada por su marido y supuso lo peor, aunque quería mantener la esperanza.



-Ópalo vendrá. Él me prometió que las niñas estarían a salvo. Debo seguir aquí aguardando. No sé quien sería ese extraño, pero no era él. Mi esposo hubiese sabido donde encontrarme.



            Con tanto tiempo ya en soledad, Idina había visto casi todas aquellas grabaciones antiguas y  ahora, la revelación de algo increíble la obsesionaba.



-Ese debe de ser el destino. Y tiene que cumplirse. Lo mejor que puedo hacer es quedarme aquí, aislada, sin interferir, hasta que alguien venga a buscarme. Bien sea Ópalo o ese maldito Sabio. Sabré recibir a cada uno como se merece. Sea como fuere, ya estoy harta de vivir como una rata asustada.



            Y al poco de que ese intruso se marchase, al fin decidió retornar a su mansión. Tenía algunos androides anticuados que bien podría usar para hacer arreglos.



-A partir de ahora, me comportaré con dignidad. Viviré en mi casa y moriré en ella si es preciso.- Se decía. –



Y entre tanto programaba las órdenes oportunas a ese par de viejas droidas de la época de su abuela Kurozuki, que había tenido guardadas en un almacén desde hacía muchos años, y reflexionaba.



- Al menos estas me serán leales y no tratarán de confundirme con trucos.



            Una vez puestas en marcha, la propia dueña de la casa las ayudó. Pese a todo era demasiado trabajo y tenía a buen seguro poco tiempo para culminarlo. Lo primero fue reparar las cúpulas que protegían la mansión familiar y sus alrededores. Después plantó algunas verduras y otras plantas comestibles en unos cultivos hidropónicos. Los días, así como las semanas, fueron transcurriendo sin que se diera apenas cuenta y ahora Idina sonreía pese a duro trabajo. Tener una atmósfera respirable pese a pasar calor y sudar durante la tarea, la llenaba de vida.



-Estoy segura de que esto es lo que sintieron mis padres y mis abuelos cuando se establecieron aquí por vez primera. – Reflexionó, sintiéndose bien consigo misma.-



            Y es que consagrarse a crear algo hermoso y a hacer habitable ese pequeño pedazo del planeta emulando a sus ancestros, aunque fuese de esa manera tan modesta, la llenaba de orgullo. ¡Ojalá sus queridas niñas pudieran estar a su lado ayudándola! Pero a su pesar la mujer sabía ahora que su destino era otro bien diferente. Por ello, tras una jornadas más de duro esfuerzo preparando algunas otras cosas, entre ellas ciertas sorpresas para un posible visitante no deseado, decidió darse un relajante baño y ataviarse con sus mejores galas. En una de las habitaciones ya rehabilitadas por sus droidas quiso grabar un hermoso mensaje dedicado a ellas.



-Algún día lejano, no sé dónde, ni cuándo, espero que podáis escuchar esto. Y que seréis capaces de entender que para mí lo sois todo. Y sé quien os llevará este mensaje, aunque no desee hacerlo. Porque, por una vez, yo sé algo que él, con toda su pretendida sabiduría, no. – Pensó con una mezcla de satisfacción y tristeza muy difícil de explicar.-



            Así se preparó para recibir aquella visita que llevaba tiempo aguardando y al fin, su invitado no deseado se presentó…



-Aquí está.- Suspiró Idina al verle aparecer.- ¡Al fin!...



Entre tanto en Neo Cristal Tokio, habían pasado muchas cosas. Endimión y Serenity estaban en su alcoba. Era de esas pocas ocasiones en las que podían estar juntos y a solas, descansando. Se acercaba además el cumpleaños de la Pequeña Dama. La niña estaba muy ilusionada. Aunque oficialmente cumplía seis años, todos sabían que su longevidad podía medirse por décadas e incluso siglos. Pero nadie se acordaba de eso cuando la veían. Era como cualquier cría de su edad, inocente y curiosa. Tanto que, aprovechando que no había nadie en el gran salón de audiencias, la niña decidió dar un paseo por allí. No pudo evitar acercarse a esa urna que brillaba tanto. En ella estaba guardado el legendario Cristal de Plata. Esa joya que su madre utilizó muchas veces para derrotar al mal, según le contaron. Su padre también le había relatado muchas batallas de la mítica heroína Guerrero Luna. La guardiana del Milenario de Plata. La Pequeña Dama hubiera deseado conocerla aunque ignoraba dónde podría estar. Tenía ganas de preguntarles a las princesas que la protegían. Había buscado a Ami, pero estaba muy atareada. Al parecer daba clases a un grupo de chicos y chicas de mucho talento. En cuanto a Minako, tampoco pudo localizarla, se estaba encargando de supervisar unas reparaciones. Makoto y Rei estaban a su vez ocupadas en vete a saber qué y no fue capaz de verlas. De modo que, aburrida, se aproximó hacia esa urna.



-¡Qué bonito brillo tiene! – Decía admirada en tanto pegaba su naricilla contra el cristal.-



            Casi sin darse cuenta tocó la tapa con las manos, en ese momento ésta se abrió. La niña, sorprendida, vio entonces ante sí ese hermoso diamante de multitud de caras poliédricas, refulgiendo en muchos colores. Cuando estos se unían formaban esa luz inmaculada tan hermosa sin pensarlo dos veces lo tomó entre sus manos. Era como si se hubiese sentido atraída por él sin poder evitarlo. Entonces salió de esa especie de embrujo. Escuchó la voz de una de las guardianas llamándola.



-¡Pequeña Dama! ¿Dónde estás?...



            La cría se giró viendo a lo lejos la silueta de la guerrera Marte. Ésta, junto a la guerrera Venus, estaban andando hacia ella. Asustada quiso guardar enseguida el Cristal de Plata en la urna. Seguro que la reñirían si se daban cuenta de lo que había sacado. Pero para su horror esa joya ¡había desaparecido!



-Nos habías dado un buen  susto.-Comentó Venus sonriendo en tanto se aproximaba.- Llevamos un largo rato buscándote.



            La niña tuvo miedo. Se darían cuenta de que el Cristal ya no estaba y la culparían. Sin pensar en nada más salió corriendo hacia el exterior del palacio.



-¿Pequeña Dama, adónde vas? - Quiso saber Ami, que se cruzó con ella entonces.-

-¿Pequeña Dama? Hija. ¿Dónde te has metido, cariño? - Oyó la voz de su madre haciendo que el corazón se le encogiese.-



            La niña estaba preocupada. Y para mayor horror, escuchó la voz de Júpiter informar a las otras.



-¡El Cristal de Plata no está! Alguien ha debido de llevárselo.

-Eso es imposible. Nadie puede tocarlo si no es de la familia Real.- Argumentó Rei.- Ni tan siquiera nosotras, las princesas planetarias.



            Serenity dejó eso de momento y salió. Entonces vio a su hija. Temiéndose alguna trastada de la pequeña la llamó. Aunque la niña parecía reacia a aproximarse. Las guardianas salieron también, extrañadas de que su soberana pareciese haber ignorado lo sucedido. Fue en ese momento cuando lo vieron…



-¡Al suelo! – Exclamó Venus.-



            Un poderoso rayo de energía oscura se estrelló a pocos metros de allí. Serenity tuvo el tiempo justo para proteger a su hija apartándola aunque quedó expuesta a la onda expansiva de la explosión. Sus guardianas actuaron rápidamente. Con sus poderes combinados la protegieron encerrándola en una especie de sarcófago de cristal, pero también fueron a su vez alcanzadas, cayendo inconscientes. Solamente la Pequeña Dama había quedado lo bastante al margen como para evitar ser afectada. Al poco otro gran rayo impactó contra una parte del palacio. El propio rey Endimión salió corriendo al exterior al percatarse de lo que ocurría. Cuando pudo ver a su hija la tomó en brazos y, sin mirar atrás, la puso a salvo dentro de la parte más segura.



-¡Pronto! Ve con la guerrera Plutón. Ella te protegerá. Yo voy a buscar a mamá.- Le dijo él tratando de sonar calmado.-



La cría obedeció a toda prisa. Aquello era un pandemónium de explosiones y gritos de algunas personas. Y el panorama era similar en todo el planeta. Las defensas terrestres habían sido sorprendidas por multitud de naves enemigas. Ni tan siquiera desde la Luna se pudo advertir a tiempo. De hecho, fueron los primeros en ser atacados y destruidos, dado que los agresores habían viajado a través del continuo espacio-tiempo de algún modo. Y después, el escudo que protegía Neo Cristal Tokio, que era alimentado por el mismísimo Cristal de Plata, había desaparecido misteriosamente. Nadie tuvo tiempo ni de preguntarse qué había ocurrido.



-¡Es increíble! - Notificó el jefe de las fuerzas invasoras.- Todo ha ido mucho mejor de lo que hubiésemos podido imaginar. No encontramos ninguna resistencia. Y ese escudo protector terrestre estaba anulado. Habrá sido cosa de alguno de nuestros agentes infiltrados, ¿verdad Alteza?



            Cuando Diamante recibió las noticias se sorprendió a su vez mucho, interrogando con la mirada al Sabio. Incluso éste por una vez, replico con total sinceridad, no exenta de satisfacción.



-No he tenido nada que ver en eso, príncipe. Puede que tengáis más simpatizantes a vuestra causa en la Tierra de los que hayamos podido imaginar.



            El joven soberano sonrió con expresión de triunfo. No obstante, enseguida recordó su orden principal.



-Debéis proteger a la reina Serenity a cualquier precio. Si ya no es necesario interrumpir el ataque.

-Bien, Alteza.- Repuso el almirante de la fuerza expedicionaria, tan pronto le llegó ese mensaje horas después.-



Casi toda la ciudad había sido destruida, lo mismo que gran parte de otras metrópolis terrestres. Estas noticias llegaron a Némesis. Se confirmaba que la victoria era total. El enemigo ni se había defendido. Su supuesta superioridad en naves de guerra no había existido. De hecho ningún ingenio hostil había tratado ni tan siquiera de atacar a las naves de la Luna Negra.  Aunque eso, lejos de hacer reflexionar sobre las causas, produjo una gran alegría a todos. También llegó la respuesta del almirante de la flota a las órdenes de su soberano.



- Mi señor y Príncipe, tengo buenas y malas noticias, empezaré por las buenas. Ya es definitivo. Como os adelanté, hemos arrasado los reinos de la Luna y de la Tierra y desbaratado sus defensas sin ningún problema. Ha sido muy fácil, las malas noticias son que sólo se nos ha resistido el palacio de Cristal Tokio. Cumpliendo vuestras órdenes no hemos usado toda nuestra potencia de fuego. No obstante, una fortísima barrera de energía hace inútiles nuestros esfuerzos por tomarlo. Pero lo seguimos intentando.

- Habrá pues que buscar una manera más sutil de burlar esas defensas sin destruir el palacio. – Afirmó el Sabio – Tal y como es vuestro deseo, mi Señor.



            Diamante no replicó. Recibió con una expresión gélida aquellas noticias. Tras tanta exposición al Cristal oscuro todos habían perdido gran parte de su humanidad y eran mucho más fríos. Los mejores sentimientos parecían haber sido reemplazados por la ambición y el deseo de venganza. Únicamente persistían en parte, de una manera casi enfermiza, deformados completamente respecto a lo que originalmente fueron. En el alma del joven residían la ambición de poder y el deseo de tener a Serenity. Zafiro había cegado su buen juicio en pro de la admiración por su hermano mayor, deseando obtener su aprobación constantemente y el trabajo en la caldera que lo absorbía por entero. Rubeus estaba dominado por el ansia de ascender en la escala y demostrar sus habilidades al servicio de su soberano. Esmeralda había sepultado sus mejores cualidades bajo la desazón y los celos. Respondía a estos con una cada vez mayor vanidad e insoportable arrogancia frente a todos aquellos que no fuesen, por una parte el Hombre Sabio, al que desde luego respetaba y del que recibía los únicos consejos a los que hacía caso y, por otra, el propio Diamante, de quién trataba de llamar la atención en vano. Todos ellos lucían por supuesto la marca de su clan en la frente y los negros pendientes que condensaban la energía oscura inundándoles con su poder. Precisamente el  joven príncipe se tocaba uno de ellos en tanto atendía ahora a esas noticias y le  preguntaba al Hombre Sabio entre indiferente e irritado.



-¿Esa energía que nos opone tanta resistencia podría ser la del Cristal de Plata?

- No lo sé, mi príncipe,- repuso el Sabio. - Sería bueno enviar una expedición a investigar las causas de esa resistencia. Si es el Cristal de Plata lo anularé con el Cristal Oscuro, que ya tiene un gran poder. Si no lo es, que se descubra de donde proviene para eliminar su fuente. No os preocupéis, nuestra victoria total sólo es cuestión de poco tiempo y pronto podréis cumplir vuestro deseo.

- Bien, pediré un voluntario para emprender la misión que me has propuesto.-  Replicó Diamante que convocó a su Corte y preguntó a sus súbditos, al oírle el ahora marqués de Crimson se ofreció con entusiasmo. -

-¡Dejadme a mí, mi señor...ya verás como os doy la completa victoria!...

- No esperaba menos de ti, Rubeus - repuso Diamante que sonrió muy complacido. - Muy bien, tuya es la misión, ¿necesitas ayuda para llevarla a cabo?..

- Me llevaré a las cuatro hermanas a mi servicio.- Señaló hacia las cuatro chicas que se inclinaron respetuosamente ante el príncipe. -

- Muy bien,- declaró Diamante en tono solemne – Hermanas de la familia Ayakashi...desde ahora hermanas malignas y de la persecución para nuestros enemigos. Baronesas todas de Némesis. Acompañad a Rubeus y cuidad de servirle bien para cumplir esta misión.- Las cuatro se inclinaron de nuevo agradeciendo al unísono al Príncipe su confianza y el título concedido. –

-Siempre a tu servicio, príncipe Diamante.- Sonrió Petzite.-

-No te decepcionaremos, Señor.- Convino Calaverite.-

-Déjanoslo todo a nosotras, Alteza. Haremos que tus enemigos lo paguen.- Le aseguró Bertierite.-

-Estamos deseando ir a castigarles en tu nombre, mi príncipe.- Remató Kermesite. -



            Su soberano asintió con aprobación, dándoles la venia para irse. Tras esto se retiraron dispuestas a cumplir con su misión. Desde que llegaron a la Corte habían ido poco a poco ganándose la confianza de Rubeus. La más pequeña, Kermesite, incluso había empezado a flirtear con su amo y señor, feliz de ver que a éste parecía que no le era indiferente. Todas, tras su exposición al Cristal y el uso de esos pendientes, habían obtenido esos diversos poderes que fueron desarrollando y controlando a medida que pasaban los años. Petzite el del rayo, Karaberasu el del trueno, Beruche el poder sobre el hielo y el agua y Kermesite sobre el fuego. Y aunque sus personalidades se habían ensombrecido mucho tras todo el tiempo que llevaba bajo la influencia del cristal negro, cada una de ellas recordaba aun con cariño y nostalgia el momento hacía ya años en el que habían llegado a la Corte. Antes de salir de su casa su madre les dio a todas un gran beso y las despidió emocionada...



-¡Mis niñas, vais a servir al Rey, sed buenas y diligentes!..

- Sí mamá, lo seremos. -Le prometió Petz asegurando. - Podrás estar orgullosa de nosotras.

- Mamá, seremos las mejores servidoras del rey - Añadió Calaverite con su innato entusiasmo. -

- Cuidaos mucho. - Les pidió su madre con los  ojos humedecidos por la emoción. -

- Pronto volveremos a verte, mamá, no llores.- Creía candorosamente Bertierite mientras le secaba las lágrimas a su madre con su manita. -

- No lo sé, mi niña. Únicamente espero que os acordéis mucho de mí, igual que yo pensaré en vosotras. - Le rebatió ésta  agregando con pesar. - La corte está muy lejos y estaréis tan ocupadas que os visitaré cuando ya seáis unas mujercitas y hasta puede que os caséis y todo antes de que os vuelva a ver...

- Pues si yo tengo una niña, la llamaré como tú. Te lo prometo, mami. Idina es un nombre muy bonito.- Le dijo su hija menor y la emocionada mujer abrazó a Kermesite y lloró, mientras el padre les recordaba con suavidad. -

- Idina, ya es la hora, las niñas y yo debemos irnos.



            Las hermanas se separaron de su madre también con alguna lágrima, le dijeron adiós con sus manos mientras su padre tomaba el vehículo transportador. Lo último que vieron de ella fue la estampa de esta saludándolas con la mano y sonriendo entre las lágrimas. Una vez se instalaron en la capital las comunicaciones con su madre o las visitas de su padre fueron disminuyendo. El Sabio les dijo en alguna ocasión que eso era un sacrificio que las haría más fuertes para poder servir mejor a su soberano. Todas le creyeron asintiendo con energía y decididas a hacer todo lo que estuviera en sus manos para no defraudar la confianza que ese alto consejero y los monarcas tenían puesta en ellas. Aquello sucedió hacía mucho tiempo. La imagen de su madre había ido diluyéndose en sus memorias, ahora apenas sí la recordaban. En sus mentes muchos de esos recuerdos de la niñez habían quedado sepultadas por su objetivo de servir a su mundo y a sus amos. Después, cuando el cristal negro las afectó aún más, ni pensaron ya en su familia. Para la mayor parte de los cortesanos, incluidas ellas mismas, su madre languidecía en su retiro. Algunos decían que enloquecida por la soledad. Otros comentaban que la llevaron a uno de los asteroides mineros más distantes del planeta. Sea como fuere no volvió a contactar con ellas. Y su padre tampoco. De hecho, la versión oficial que se daba sobre el conde de Ayakashi es que fue enviado por el Sabio a destruir las guarniciones enemigas en Saturno, Urano y Neptuno. Tardaría mucho en retornar o bien fue una de las primeras víctimas de la guerra. Ellas en cualquier caso, lejos de limitarse a llorar su pérdida, le consideraban un héroe y estaban más que dispuestas a vengarle. Y ahora tenían al fin esa anhelada oportunidad, debían partir mucho más lejos aún para cumplir una misión fundamental para alcanzar la completa victoria sobre el odiado enemigo terrestre. Eso pensaban mientras aguardaban a que culminasen los preparativos, Petzite miraba a Zafiro con un sentimiento de gran pesar por tener que irse. A pesar de toda la sugestión, sus sentimientos hacia él permanecían. Estaba enamorada de él desde el primer día que le vio, podía acordarse de esos encuentros casuales, o de sus conversaciones en los jardines reales. Pero finalmente la realidad se impuso. El joven Infante había ido poco a poco consagrándose a su labor de ingeniero y diseñador de droidas y naves de combate, y sobre todo, a cuidar la caldera que sintetizaba la energía del interior del planeta. Hacía mucho que no le dirigía la palabra a esa muchacha. Y ella se dio cuenta de que había una gran distancia entre ellos. A pesar de eso él siempre había sido muy amable. El joven, no obstante, era un príncipe de Némesis y seguramente se casaría con alguna noble de superior rango al de Petzite. Esto la había carcomido por dentro durante años haciendo que, a medida que iba creciendo y en combinación a la energía del cristal negro, su carácter fuera cada vez más amargado. Pese a todo recordaba todavía con un agridulce sentimiento de tristeza alguna vez en la que años atrás, por encargo de la reina Amatista Nairía, fue a visitar al joven infante Zafiro.



-Aquella vez…lo que pudo ser.- Se decía no sin pesar y amargura.-



            Rememoró una ocasión en la que la reina Amatista la llamase a sus estancias. Ella acudió  enseguida y tras hacer una inclinación acompañada de reverencia quiso saber.



-¿Me mandaste llamar, Señora?

-Sí, Petzite.- Sonrió la soberana para exponer sin rodeos.- Me preocupa mi hijo Zafiro. Se pasa la vida metido en ese lúgubre sótano en el que trabaja con sus robots. Seguro que ni ha parado para comer. ¿Serías tan amable de llevarle algo?

-¿Yo?- Exclamó sin pretenderlo la muchacha, que al darse cuenta de aquella salida de tono enseguida se excusó azorada.- Os ruego que me disculpéis, Señora.

-No te preocupes. -Se sonrió la soberana alegando.- Sé que pareceré una madre demasiado protectora y que mis hijos son ya mayores. Pero aun así, conozco a Zafiro. Tiende a enfrascarse en sus cosas y no se da cuenta de nada más. Te estaría muy reconocida si vas y te aseguras de que esté bien.

-Para mí será un honor, Majestad. Haré lo que sea que me demandéis. Estoy para serviros.- Se apresuró a replicar la ruborizada jovencita.- Con vuestra venia, voy a buscarle al infante algo para comer. Me aseguraré en persona de que le llegue.

-Muchas gracias, querida. Lo dejo en tus manos. - La despidió la soberana dedicándole una afectuosa sonrisa.-



            Petzite iba con el corazón desbocado. Por supuesto que eligió los mejores manjares que sabía le gustaban al Infante. Una vez los tuvo y auxiliada por una droida de servicio, se dirigió hacia ese sector. No podía pasar al interior del cuarto de calderas pero sí que llamó a uno de los guardias y le explicó que iba de parte de la reina. Al poco éste se retiró a informar tras hacerla pasar a una sala de espera. La muchacha no supo el tiempo que aguardó, pero al fin vio acercarse a Zafiro. El chico iba algo tiznado de grasa y con un atuendo de trabajo que no le favorecía demasiado. Pese a todo le encontraba muy apuesto. Todavía más cuando el joven se dirigió a ella aunque con tono inquieto



-¿Qué sucede? El guardia me ha dicho que vienes de parte de mi madre. ¿No estará peor, verdad?

-No, Alteza. Ella está bien.- Replicó algo atropelladamente la muchacha que casi ni podía enfrentar su mirada a la de él, cuando agregó con evidente timidez.- Pero se preocupa por vuestro estado. Solamente me ha enviado para ver si habíais comido. Os he traído algunas cosas.



            Zafiro se relajó y sonrió entonces. Movió la cabeza hasta diríase que divertido para admitir.



-No sé el tiempo que llevo ahí dentro. No he tomado nada desde el desayuno.

-Pues es muy tarde ya, Alteza. Tendréis hambre. Por favor. La reina me encomendó que me ocupase de que comierais algo. Permitidme que os lo sirva…

-Sí, mi madre cree que sigo teniendo cinco años.- Suspiró el interpelado que sin embargo añadió con buen talante.- Pero tanto ella como tú tenéis razón, me muero de hambre. Enseguida comeré lo que tan amablemente me has traído. Deja que me lave un poco antes. Estoy pringoso.



            La envarada chica asintió enseguida. Luego ordenó a la droida que adoptase la forma de una mesa, cosa que ésta hizo. Se ocupó de pedir una silla a uno de los guardias. Cuando Zafiro retornó del baño la mesa estaba puesta. Incluso con un jarrón adornado por algunas flores.



-¡Vaya! Eres muy considerada.- Sonrió el chico ofreciéndola.- Siéntate conmigo, por favor. No quiero comer solo.



            Y pese a que ella sí que había comido por supuesto que aceptó. Tras hacerse con otra silla le acompañó tomando un par de canapés y una copa de vino por pura cortesía. Zafiro por su parte devoró enseguida el primer plano. Un puré de calabacín, el segundo, un filete y el postre, unas crepes, regado todo con buen vino. Al acabar, el saciado chico comentó con agrado.



-Esto estaba muy bueno. La verdad tenía más hambre de la que yo creía. Y el postre sobre todo estaba delicioso. No sabía que ninguna de mis droidas cocineras fuera capaz de tal refinamiento.

-Hice el postre yo misma.- Se atrevió a musitar su interlocutora.-

-Pues te felicito.- Declaró sinceramente él.- Tienes mucho talento.

-No, ¡qué va! - Sonrió la ruborizada muchacha.- Vos sí que sois un genio.

-Me encanta lo que hago. Diseñar y construir ingenios es mi pasión. Aunque a veces estoy bastante solo ahí abajo. - Le confesó él.-

-Si lo deseáis podría pedir permiso a la reina, vuestra madre, para venir a traeros la comida todos los días.- Se ofreció ella con la voz queda.-

-Eres muy amable.- Sonrió el joven.- Pero no quiero añadir más trabajo al que de por sí ya tendrás, ni convertirme en una permanente molestia para ti.



            Petzite quedó algo descolocada. Quería contestar que eso no sería ninguna molestia. ¡Que estaría encantada! Sin embargo, por algún motivo no se atrevió a hacerlo y a los pocos instantes fue Zafiro quién, levantándose, suspiró para declarar.



-Tengo que volver al trabajo. Muchísimas gracias por tu amabilidad. Ya hablaré con mi madre para que no te cargue con la obligación de hacerme de niñera…

-En absoluto, Alteza…quiero decir...- Se aturulló la muchacha tratando a duras penas de reformular sus palabras para remachar.- Estoy para serviros, en lo queráis…



Zafiro asintió despacio a modo de reconocimiento y tras brindarle una agradecida sonrisa se marchó a proseguir con su trabajo. Petzite se acordaba de aquello. Del momento en el que le faltó valor para ser más directa. Aunque, ¿qué podría haberle dicho? En cualquier caso eso ya no tenía remedio. Así, tras mirar ahora por última vez a su amor imposible, les dijo a sus hermanas con un tono firme y decidido.



- No debemos fracasar, como vuestra hermana mayor y cabeza de familia en esta misión, espero lo mejor de todas vosotras.- Arengó -

- Claro que no vamos a fracasar, confía en nosotras. Ya somos adultas. - Replicó Calaverite con suficiencia. -

- Es cierto Petzite, ya no somos unas niñas.- Añadió Bertierite  con un átono entusiasmo, bastante matizado por la frialdad.- Ahora somos poderosas y junto al amo Rubeus nadie podrá enfrentarse a nosotras.

- Es verdad, Rubeus es el noble más guapo y más fuerte que tiene a su servicio el príncipe Diamante.- Aseguró Kermesite suspirando. – Seremos invencibles junto a él.



            El temperamento de las tres hermanas menores de Petz, desde luego que había cambiado al igual que el de su hermana mayor. Calaverite, una niña siempre optimista y vital, se había transformado en una joven altanera y bastante despreocupada. Confiaba ciegamente en sus encantos físicos y habilidades sociales para solucionar cualquier cosa y no se paraba a pensar en nadie que no fuera ella y su belleza. Siempre que podía trataba de solucionar cualquier situación con el mínimo esfuerzo posible y no aguantaba la rígida disciplina que intentaba imponer su hermana mayor. Bertierite, de siempre tímida y reflexiva, se convirtió en una muchacha desapasionada y aunque con ciertos toques de simpatía infantil, era no obstante la más cerebral y quizás la que más podía cuestionarse las cosas. Sin embargo, acataba las órdenes sin protestar deseando causar una buena impresión a sus superiores, pero mantenía recelo y desconfianza ante cualquiera y no gustaba de complicarse personalmente con los problemas derivados de sus obligaciones. Kermesite, la más joven de todas, pasó de ser una cría ingenua y cariñosa a preocuparse casi únicamente por su belleza y el coqueteo. Se transformó en una joven orgullosa y agresiva contra quién tratase de interponerse en su camino. Para ella Rubeus era como un dios amable y cercano. Su hombre ideal  y no se detendría ante nada para que él se fijara exclusivamente en ella.



-¡Pobre estúpida!- Pensaba Calaverite con poca compasión y sí bastante regocijo, al mirar a su hermana menor.- Hará contigo como ha hecho con todas…



            Y es que recordaba como su jefe pasó de colmarla con sus visitas y atenciones a olvidarse de ella cuando se encaprichó de otras cortesanas. La joven tuvo que sufrir las burlas de su hermana mayor que le devolvía la pullas que ella misma le lanzase a costa de Zafiro. Desde entonces ambas se dedicaban a discutir y a intercambiarse ofensas. Aunque ya no le importaba. Rubeus era su superior y tenía que obedecerle pero desde luego que haría el menor esfuerzo posible. Su jefe por su parte recibía instrucciones del Hombre Sabio que, en esa ocasión, estaba flanqueado por dos enormes individuos con un armadura negra y dos tridentes cruzados dibujados en los hombros. El extrañado muchacho preguntó al encapuchado por ellos pero éste se limitó a decirle que eran simples droidos escoltas que había traído para vigilar la seguridad del príncipe ante un posible atentado de la Tierra. Rubeus no preguntó más y el Hombre Sabio le dio las últimas consignas.



- Si te encuentras ante algún problema, llámame.- Y mientras hablaba le entregó al chico una especie de aparato que Rubeus desconocía, en tanto le explicaba. -Es un  proyector holográfico, pulsando  esto - señaló un botón que tenía bajo su base. - Saldrá un holograma mío con el que te podrás comunicar, te hablaré a través de él para guiarte cuando lo precises. Ahora, tengo una última información. Acorde con nuestros servicios secretos y la cámara espía que Ópalo dejó allí hace años, la pequeña Dama, la hija de los soberanos terrestres, ha escapado. Posiblemente haya huido hacia el pasado. Podría tener en su poder la clave para nuestra victoria. Es crucial lograrlo para que nuestro mundo tenga futuro. En cuanto lleguéis reconoced la zona para confirmar si estamos en lo cierto. De ser así. Tendréis que retroceder en el tiempo y matadla.

-¿Retroceder en el tiempo?- Se sorprendió el joven.- ¿Acaso es eso posible Hombre Sabio?

-Lo es. Con la energía del Cristal Negro no hay nada que no podamos realizar.- Aseveró éste que agregó.- Ya sabes cómo funciona tu nave. Es un crucero de guerra modificado para que pueda ser usado por una mínima tripulación. Y su núcleo de poder está alimentado por algunos de los mejores cristales que hemos producido. No tendréis ningún problema para dar el salto temporal. Espero que no defraudes las altas expectativas que el príncipe ha depositado en ti y que cumplas con tu misión.

- Así se hará. Gracias Hombre Sabio. Con mi fuerza, mi equipo y tus atinados consejos, todo saldrá perfecto.- Repuso el complacido Rubeus que miró al príncipe y solicitó permiso para partir, Diamante asintió y el joven salió de la estancia seguido por las cuatro hermanas tras efectuar todos la correspondiente reverencia ante su Alteza. -



            Mientras tanto Esmeralda se mantenía cerca del príncipe esperando de él aunque sólo fuera una mirada pero para Diamante ella ni siquiera existía. La chica estaba muy frustrada y furiosa, celosa de la reina Serenity. Esperó pacientemente sin embargo y cuando la audiencia terminó volvió a intentar  hablar con él acercándose de forma dubitativa para pedirle.



- Mi Príncipe ¿Podría hablar con vos unos instantes?

- Ahora no puedo Esmeralda. - Replicó él de forma fría, añadiendo - debo ocuparme de los planes de invasión. Mientras Rubeus marcha a cumplir su misión debemos culminar los preparativos para cuando caiga la defensa del palacio de Cristal Tokio.

- Pero yo…- musitó ella perdiendo el valor inicial para susurrar - sólo quería...

-¿Sí? - Inquirió él que por un instante la miró pero en sus ojos no podía leerse emoción alguna, parecía estar en otra parte. Sintiéndose derrotada la chica bajó la cabeza y él preguntó con sequedad. - ¿Qué es lo que querías, Esmeralda? ¿Se trata de algo relacionado con nuestros planes?

- No es nada, únicamente desearos buena suerte. Disculpadme por molestaros, Señor. - Se atrevió a responder con un débil hilo de voz. Diamante enseguida perdió todo interés, le dio la espalda y desapareció por la entrada del salón del trono, en tanto la joven musitaba.- Solo eso…



Esmeralda se fue a su estancia cabizbaja y carcomiéndose por dentro, ¡siempre le sucedía lo mismo!, deseaba confesarle lo que sentía pero llegado el momento todas las barreras que existían entre ambos se alzaban como farallones infranqueables y la hacían retroceder. Diamante estaba demasiado absorto en sus planes de invasión y lo que era peor, en el recuerdo de aquella maldita reina de la Tierra. Ya no tenía ningún sentido decirle nada. En el mejor de los casos la ignoraría. En el peor…no quería ni pensarlo. Lo único que podía hacer para mantenerse lo más próxima posible a su Alteza era servirle lealmente y cumplir bien con su cometido. Pensando así la chica se dirigió hacia el jardín, era el aniversario de la muerte de la reina Amatista, pero el príncipe parecía haber olvidado incluso eso. Ella, a pesar de todo, cumplió con su promesa, cortó una de las rosas que ahora eran negras (una nueva variedad creada por el Sabio y a la que Diamante había alabado como símbolo de la Luna Negra). Aunque la muchacha se rozó con una de las espinas que crecían en los tallos y su dedo índice comenzó a sangrar. Soltando la rosa, Esmeralda se llevó el dedo a la boca y chupó la sangre en tanto pensaba.



- Las rosas son bellas pero también tienen espinas ¡Como esa maldita reina Serenity! Nunca permitiré que ella hiera a Diamante, él no besará, ni será besado por esa rosa envenenada ¡Seré yo la que algún día le bese!



Y recogió la flor depositándola sobre el mausoleo de los monarcas. Después se alejó de allí.



-Señora.- Suspiraba ahora rememorando una ocasión junto a la reina y a su amado príncipe.- Os echo tanto de menos…Mi príncipe Diamante…¡ojalá todo volviera a ser como aquella vez!



            Era una tarde agradable de estío. O al menos del verano artificial que simulaban los climatizadores del palacio. Un mes antes de la partida de Diamante hacia la Tierra. Por esas fechas Amatista Nairía estaba algo mejor. Tanto que insistió en salir a tomar el té al jardín. Con entusiasmo Esmeralda lo dispuso todo. La soberana escuchaba algo de música en tanto su Camarera Real traía las pastas para acompañar aquello.



-Ven querida, siéntate conmigo y acompáñame.- Le pidió la reina.-

-¿Yo, Majestad? - Se señaló incrédulamente la joven.-

-Claro niña, - sonrió la mujer asintiendo para añadir hasta divertida.- ¿Quién iba a ser sino?



            Muy contenta y honrada por esa invitación la muchacha trajo otra taza para sí. Se disponían a comenzar cuando alguien se acercó. Fue Amatista quien sonrió ampliamente al ver llegar a su hijo mayor.



-¡Diamante!

-Hola madre, lady Esmeralda.- Sonrió él a su vez saludando con una inclinación de cabeza.-



            La azorada joven enseguida se levantó inclinándose ante el príncipe y le cedió su silla.



-Por favor, Alteza, os ruego que os sentéis.



            No obstante, el chico movió ligeramente la cabeza. Traía en sus manos un ramillete de flores blancas de jazmín y una rosa roja. Doblando una rodilla ante ella, dio el primero a su madre …



-Gracias, pero ya sabes lo que te he dicho siempre, hijo.- Pudo comentar Amatista con voz queda.- No necesitas traérmelas. Disfruto viendo como brotan en el jardín y viven tan hermosas, a tenerlas muertas en mis manos.

-Entonces le daré esta rosa a Esmeralda. Espero que ella no me reñirá.- Se sonrió el joven en tanto se erguía.-



            La muchacha tomó esa flor con sumo cuidado, invadida por un repentino rubor. Apenas fue capaz de balbucear.



-Sois… muy gentil, mi príncipe. Os lo agradezco mucho.

-Iré a por otra silla.- Declaró Diamante tras sonreír una vez más.- Si me permitís que me una a vosotras.

-Claro.- Convino su madre, visiblemente feliz por tenerle allí.- Será estupendo, hijo.



            El muchacho así lo hizo y cuando se sentaban los tres a la mesa, Esmeralda se levantó para ir a por otra taza y más cubiertos. Diamante se puso en pie a la vez que ella.



-Permite que te ayude.

-¡Por favor, Señor! No es necesario.- Pudo musitar la avergonzada jovencita.-

-Así no haces dos viajes. - Comentó Diamante afirmando entre divertido y extrañado.- Desde luego, no entiendo por qué mi madre no quiere tener droidas a su servicio.

-Porque prefiero la compañía de las personas.- Respondió la aludida.-  Es mucho más agradable que un robot.

-En eso mi hermano Zafiro no ha salido a ti.- Pudo decir el joven.- He ido a buscarle y estaba perfeccionando no sé qué modelo nuevo. Dentro de poco se va a quedar a vivir en su taller o en el cuarto de la caldera. Pero en tu caso… ¿No me dirás que las droidas no son útiles?

-No he dicho eso. Pero, ¿acaso preferirías tú un androide a la compañía de Esmeralda?- Le preguntó agudamente la reina a su hijo.-

-¡Claro que no!- Repuso jovialmente él.-



            Por un lado la pobre aludida deseaba que la tierra se la tragase. Más si cabe cuando la soberana le guiñó un cómplice ojo sin que Diamante lo advirtiera. Esmeralda bajó la mirada y hundió la barbilla en su pecho visiblemente ruborizada en tanto juntaba las piernas y entrelazaba nerviosamente sus manos sobre su regazo. Junto a ella estaba aquel gallardo y apuesto joven del que estaba perdidamente enamorada. Parecía su sueño hecho realidad. Y quizás si alguien pasara por allí y les viera podría pensar que eran en efecto una pareja de novios. Por desgracia, no debía dejarse llevar por la fantasía, ni olvidar ni tan siquiera por un instante quienes eran los que compartían mesa con ella. Así tomó la palabra para ofrecerse de inmediato.



-Mi Señora. Voy por un poco de agua para vuestras medicinas. Alteza, ¿queréis alguna cosa más?

-No gracias.- Rehusó Diamante.- Yo mismo me serviré.

-Ve a mi cámara privada. Allí guardo algunos dulces de esos de la Tierra.- Le indicó Amatista a su hijo.- Los mandé hacer con una receta que tenía mi abuela Crista.



Tras comentar eso el príncipe obedeció enseguida y se hizo con una tarta que había en una gran cámara refrigeradora del interior de las estancias reales. También conectó la música en tanto se dirigía a Amatista…



-Me gusta mucho esta canción que tienes aquí, madre. ¿Es de la Tierra, verdad? Debe de ser muy antigua…- Preguntó en tanto una voz grave masculina cantaba.-



Parara pararara pararara



Había una torre gris solitaria en el mar 
Tu, te convertiste en la luz de mí lado oscuro
 
El amor continua, una droga que es lo máximo y no la píldora
 


Pero ¿Sabías que cuando nieva
 
Mis ojos llegan a ser más grandes
 
Y la luz que irradias no se puede ver?
 



            Escuchando esta tonada Esmeralda llegó con el agua y las medicinas de la soberana y se sentó junto a ella y al príncipe…


Nena, te comparo con un beso de una rosa en el campo
 
¡Ooh, entre más consigo de ti, más extraño se siente sí!
 
Ahora que tu rosa está floreciendo
 
Una luz llega a la penumbra en el campo
 



Parara pararara pararara


Hay tanto que un hombre puede decirte
 
Tanto que puede decir
 


Sigues siendo mi energía, mi placer mi dolor
 
Nena, para mí, eres como una creciente
 
Adicción que no se puede negar
 

¿No me dirás, que es sano, nena? 


Pero ¿Sabías que cuando nieva
 
Mis ojos llegan a ser más grandes
 
¿Y la luz que irradias no se puede ver?
 

Nena, te comparo con un beso de una rosa en el campo
 
¡Ooh!, entre más consigo de ti, más extraño se siente sí
 
Ahora que tu rosa está floreciendo
 
Una luz llega a la penumbra en el campo
 
¡Oh, cariño, te comparo con ser besado por una rosa en el campo!
 


He sido besado por una rosa en el campo
 

He sido besado por una rosa en el campo 


Y si tuviera que caer ¿Todo se acabaría?


He sido besado por una rosa en el campo 

He sido besado por una rosa en el campo  



            Esmeralda miraba la rosa que Diamante le había dado y que reposaba sobre la mesa. Al hacerlo todavía se ruborizaba más. Sobre todo al oír las siguientes estrofas. Deseando que  su gentil príncipe se las pudiera dedicar a ella algún día.


Hay tanto que un hombre puede decirte
 
Tanto que puede decir
 
Sigues siendo mi energía, mi placer, mi dolor
 
Nena, para mí, eres como una creciente
 
Adicción que no se puede negar
 


¿No me dirás, que es sano, nena?
 
Pero ¿Sabías que cuando nieva
?
Mis ojos llegan a ser más grandes
Y la luz que irradias no se puede ver?

Nena, te comparo con un beso de una rosa en el campo
 
¡Ooh!, entre más consigo de ti, más extraño se siente sí
 
Ahora que tu rosa está floreciendo
 
Una luz llega a la penumbra en el campo
 



Nena, te comparo con un beso de una rosa en el campo 
¡Ooh!, entre más consigo de ti, más extraño se siente sí
 
Ahora que tu rosa está floreciendo
 
Una luz llega a la penumbra en el campo
 


Parara, pararara, pararara


Ahora que tu rosa está floreciendo
 
Una luz llega a la penumbra en el campo
 



(Kiss from a rose. Seal. Crédito al autor)



            También la soberana parecía haber estado escuchando con aire soñador. Apenas concluyó les contó a sus dos interlocutores.



-Esta canción es muy antigua, sí. Tengo muchas de la Tierra. Se remontan a los tiempos de mi bisabuela.

-¿Tan antiguas, Majestad?- Pudo intervenir Esmeralda, añadiendo enseguida con sinceridad.- Son muy bonitas. Es una pena que ya no se compongan canciones como éstas.

-Quizás para eso haya que tener la inspiración que surge del amor, querida.- Suspiró Amatista Nairía agregando.- Por lo que mi abuela la reina Alice me contaba, hasta el propio rey Endimión le ponía esta melodía a la reina Serenity. A él también le gustaban mucho las rosas. Son sus flores favoritas por lo que yo sé.

-¡Quizás deberíamos ir a verle y llevarle algunas!- Se rio Diamante.-



            Eso hizo reír algo estruendosamente a Esmeralda. Sin pretenderlo había imaginado a su adorado príncipe llevándole un ramo de esas flores al rey de la Tierra como si de un pretendiente se tratase. Aunque ahora, al darse cuenta del escándalo que había provocado, miró a sus atónitos acompañantes y enseguida se disculpó realmente avergonzada.



-¡Lo lamento mucho!, Majestad, Alteza. Soy muy escandalosa cuando me río. Os ruego que me perdonéis…



Y aunque Diamante estaba todavía con la boca abierta, y al mismo tiempo divertido, su madre enseguida sonrió para sentenciar afectuosamente.



-Querida niña, no te disculpes nunca por ser feliz…



  Y de hecho la chica lo era y mucho en ese momento. Aquella se convirtió en una de las mejores tardes que recordaba. Mientras degustaron aquellas deliciosas cosas llamadas tartas, otra comida típica del pasado, hablaron más. La soberana les refirió muchos de sus recuerdos de juventud y algunas historias que sus propias abuelas le contasen a ella. Los dos jóvenes se sorprendieron al saber cómo era el mundo antes del Gran Sueño. En esos siglos veinte y veintiuno tan aparentemente primitivos. Terminaron de tomar aquella improvisada merienda para tres y Diamante hasta la ayudó a despejar la mesa. Esa fue una de las ocasiones en las que le tuvo más cercano, e incluso compartiendo algunas miradas de complicidad que ambos cruzaban ante la sonrisa de la soberana. Ahora Esmeralda estaba absorta en esas meditaciones sonriendo  sin poderlo evitar. Pero repentinamente aquel ensueño terminó. El Hombre Sabio se apareció ante ella y le preguntó con una voz preocupada.



- Esmeralda, ¿has hablado con el príncipe Diamante?..

- No. - Contestó ella al retornar a la realidad, entre abatida y frustrada. - Parecía que ni siquiera me escuchase, no he tenido valor para decirle…

-¿Lo que sientes por él?,- adivinó el Sabio dejando a Esmeralda atónita. - No, claro que no, pobre muchacha,- añadió con un tono compasivo, exponiendo - ¿No ves que para el príncipe Diamante sólo existe una mujer en su pensamiento? Y esa es la reina Serenity. Hace tiempo que te lo dije. Ella es la culpable de que esté en ese estado. Le tiene manipulado. Algo tuvo que hacerle cuando estuvo en la Tierra. Esa mujer tiene grandes poderes y se sirve de ellos para controlar a todo el que se le acerca. No me extrañaría incluso de que le quisiera para sí y toda esta guerra hubiera estado planeada por ella desde el comienzo…

- ¿Sería capaz de sacrificar su propio mundo para lograr tal cosa? – Inquirió la muchacha de forma incrédula. - ¿Podría haber planeado esto a propósito?...

- Siendo por Diamante… – Replicó el Sabio que dejó ahí colgada la frase, hasta que añadió. - ¡Qué conveniente sería para ella que nuestro príncipe acabase con el rey Endimión y la desposara! Y si nuestro soberano es derrotado y perdiera la vida, ella no saldría afectada pues sería la vencedora. Aunque quizás esto sean únicamente especulaciones mías. No tengo ninguna prueba sólida de sus intenciones.

-¡La reina Serenity! - repitió Esmeralda escupiendo las palabras furiosa para remachar. - ¡Si pudiera librar a mi príncipe de su embrujo y hacerle ver lo que le está haciendo esa ramera!

- Te comprendo muy bien.- Convino el Sabio con complicidad para, sin embargo, advertirla. - Pero debes dejar eso por ahora. Hay otra cosa que me preocupa y que solamente tú puedes evitar.

-¿Cuál es?- preguntó Esmeralda deseosa de poder ayudar. -

- No dudo que Rubeus triunfará en su misión,- le explicó el Hombre Sabio – pero, por si acaso eso no sucediera, deberás ser tú la que tome su lugar, eres la única capaz y Diamante lo agradecerá.

- Yo haría cualquier cosa por mi príncipe. Pero no deseo que él se case con Serenity.- Objetó bajando la cabeza. –



            El Sabio mantuvo unos instantes de silencio hasta que repuso con tono sereno  e incluso amable.



- Eso puede arreglarse, la reina Serenity podría sufrir un accidente. Por lo que sé, nuestro ataque ha producido que ella quedara congelada en el interior de su palacio. Si lograse salir de allí, no temas. Habrá alguna forma de evitar que emponzoñe el corazón de nuestro reino con su maldad. Llegado el momento me ocuparé de ello. Además, es la única manera de salvar nuestro mundo.

-¿Lo harías por mí? - Exclamó Esmeralda sorprendida para avisarle, o al menos eso creía  - Si Diamante lo supiera sería tu ruina.

- No lo sabrá...tú no se lo dirás ¿verdad? - Inquirió el Sabio con un cómplice tono de voz. Esmeralda negó con la cabeza y su interlocutor añadió. - Además, la reina Serenity no sería nada buena, ni para él, ni para Némesis. Necesitamos una soberana que sea de aquí, que quiera al príncipe, que haya conocido y amado a la reina anterior y que disfrutase de su cariño ¿Quién podría ser mejor monarca para Némesis que tú? Créeme Esmeralda, tú lo reúnes todo para ocupar el puesto de la reina Amatista y en bien de este planeta me arriesgaré gustoso por ti a sufrir la ira de nuestro amado príncipe si llegara el caso. Por el bien mayor.

- Tienes razón.- Contestó ella y un rubor iluminó su rostro juvenil haciéndola sonreír feliz por primera vez en mucho tiempo. - Gracias por tu confianza y tu lealtad, Hombre Sabio. Te juro que haré cualquier cosa que tú me digas para poder servir mejor al príncipe Diamante y a nuestra causa.



            Y la joven se rio de forma estruendosa. Incluso más que antaño. Aquella era una molesta costumbre que había ido adquiriendo cuando deseaba desahogar su tensión y su rabia. Su interlocutor pareció asentir complacido bajo su capuchón, se despidió de Esmeralda y se retiró a sus estancias. Allí, los dos guerreros de negra armadura le aguardaban. Uno de ellos se dirigió a él en un tono poco educado.



-¡Ya era hora, Sabio!, Armagedón y yo estábamos hartos de esperarte.

- Las cosas requieren su tiempo, Valnak,- le respondió el aludido reprochándole acto seguido. - Eres demasiado impaciente, mira como Armagedón no dice nada.



            El otro guerrero enmascarado con un gran casco afirmó mientras se quitaba éste, revelando ese atractivo rostro de pelo castaño y ojos verdes.



- El Sabio tiene razón, Valnak. No podemos dejar que todo se nos escape ahora después de tantos años de preparación.



            Su compañero también se quitó el casco, era a su vez igualmente bien parecido, de pelo rubio y con unos ojos que centelleaban del mismo modo que los de su colega aunque en color rojizo, respondió acordando con él.



- Tienes razón, Armagedón. Perdona, Hombre Sabio. Solamente quiero saber cuándo podremos intervenir, estoy impaciente. Desde que quitamos de en medio a esos dos idiotas de Crimson y Green, hemos debido permanecer en el Infierno hasta que nos has llamado.

-Sí, es aburrido.- Convino su compañero reflexionando ahora.- Pero no pudimos ser invocados en la Tierra. Debe de existir alguna razón. Algunos dicen que nos han sellado el acceso de modo perpetuo mediante una fuerza muy poderosa.

-Por suerte eso no se aplica aquí.- Afirmó Valnak dirigiéndose al encapuchado.- Dinos. ¿Sabes algo de esto?

- Mil años antes,- les contó éste. - Las guardianas de Serenity y ella misma frustraron los planes de otro de nuestros enviados, el demonio Metalia. Ésta vez utilizaremos a estos estúpidos al mando de ese niñato de príncipe para nuestros fines. Me ha costado mucho tiempo y esfuerzos ganarme sus voluntades. Que sean ellos los que acaben con la resistencia humana, nosotros les exterminaremos más tarde. Sin riesgos.

- Pero nosotros somos más poderosos que estos seres humanos, ¿no podríamos intervenir ahora y acabar con esto de una vez? Recuerda que en este cuerpo tengo latente un poder enorme. - Le dijo Armagedón. - ¿No podrías ayudarnos a entrar en la Tierra de algún modo para desarrollarlo?

- No. Como tú mismo has observado, los demonios no podéis ir ahora a ese planeta. No hay hechizo ni práctica alguna que yo pueda hacer para anular eso. Además, tu fuerza latente aún no se ha despertado. - Le replicó el Hombre Sabio. –

- Tienes razón. Eso es lo que te hemos dicho. Una especie de barrera muy poderosa nos lo impide. Quizás sea debido al poder de esa reina.

-La razón es otra.- Le comentó el encapuchado, sin querer entrar en más detalles para agregar con agudeza.- No podéis ir ahora, pero si podríais ir al pasado, cuando esa barrera no existía. Es por ello que os he allanado el camino enviando a algunos miembros de la Luna Negra atrás en el tiempo.

- Pero ¿y si estos cretinos fallasen? - Preguntó Valnak con una leve sonrisa. -

- Ya tengo elaborado un plan, - contestó su interlocutor sin parecer preocupado -  Al enviar a estos expedicionarios al pasado distraeremos a los soberanos de la Tierra y a sus guardianas. Si tenemos suerte incluso podrían vencer y acabar con las guerreras mil años antes, cuando todavía ellas no eran tan poderosas. Además, sé que la energía que les impide tomar la ciudad actualmente proviene de las guardianas de Neo Cristal Tokio. Se ubican en unos puntos de poder que debemos anular.

-¡Claro! Será más fácil hacerlo en el pasado, cuando eran más débiles y estaban desprevenidas.- Sonrió Valnak, añadiendo no sin extrañeza. Pero… viajar en el tiempo exige mucho poder de concentración y energía. Además, creo que tienen una guardiana que protege exclusivamente esa puerta.

-No te preocupes por eso. Está todo previsto. Esa guardiana estará demasiado ocupada con  la invasión de Diamante y los demás. Y emplearemos una brecha en el continuo temporal que ella no podrá custodiar. - Replicó su interlocutor.-

-Es un buen plan. Se nota que lo llevas perfilando mucho tiempo.- Sonrió Valnak.-



El Sabio asintió y como era su costumbre guardó un enigmático silencio antes de remachar con tono reflexivo



- Y si eso no resultase…

- Entonces sería mi turno, ¿verdad? - Intervino Armagedón exultante. - Me enviaríais a un  pasado anterior con mis recuerdos y poderes en estado latente para reencarnarme allí. A fin de poder sortear esa barrera antes de que la hubieran erigido.

- Exacto,- confirmó el Sabio objetando.- El inconveniente de ese plan es que serías tú el que, alcanzada la edad adulta, recobrarías tus recuerdos y aniquilarías toda oposición abriéndole las puertas a nuestro verdadero señor, el Príncipe de las Tinieblas. Pero podría no resultar y quedarte atrapado en ese cuerpo mientras lo dominase otra consciencia.

-Sí. Ya sé a qué consciencia te refieres. Espero que eso no suceda. - Convino Armagedón  decayendo un poco en su entusiasmo para dirigirse a su compañero con un tono dubitativo. - Valnak. Si yo no despertase a mis recuerdos supongo que tú vendrías a buscarme... ¿podré contar contigo?...

- Por supuesto camarada, cuenta con ello.- Respondió su compañero palmeándole la espalda. -

- No temas, de todos modos alguno de mis hermanos estará contigo para guiarte, pero no nos preocupemos de eso, puede que estos idiotas tengan éxito.- Terció sarcásticamente el Sabio. -

- Por una parte espero que no, quiero divertirme, ¡ja, ja, ja, ja!,- declaró Armagedón que se rio con grandes carcajadas para celebrar su comentario. -

- Tú siempre estás igual... - le dijo Valnak que rio también ante la complacencia del Hombre Sabio, para agregar.- Aunque ya hemos tenido tiempo de entretenernos aquí.

-Sí, todavía me acuerdo de ese duque de Green. Nos  sorprendió en sus dominios. Una lástima que tuviéramos que matarle. Admito que supo pelear. Él y su amante droida ¡Ja, ja! - Reía Armagedón.-

 -Lo mismo hicimos con las padres de ese tal Rubeus. Aunque a esos  los desintegramos de tal forma que ese jovenzuelo idiota ni tan siquiera se dio cuenta al principio de que los habían asesinado.- Añadió Valnak.- Luego, como todos, se tragó esa mentira de que fueron enviados de la Tierra quienes lo hicieron.

-¡Ja, ja! ¡Por Endimión y Serenity! Eso gritamos o algo así.- Se burló Armagedón. -



            Entonces una hermosa mujer de pelo y ojos color fuego se aproximó. Vestía un uniforme compuesto por una especie de traje de baño negro de una pieza, capa y altas botas rojas por encima de sus rodillas. Saludó con un gesto de su cabeza y con voz gutural aunque tamizada por la cortesía les nombró.



-Valnak, Armagedón, Hombre Sabio…

-Hola Mireya.- Replicó Valnak observándola divertido para preguntar.- Qué, ¿estás lista?...

-En cuanto me deis la orden partiré hacia el pasado. Yo seré tu enlace, Armagedón. Para cuando te dispongas a reencarnarte.

-Vaya. Con una súcubos del conocimiento y la ciencia de mi lado no tendré de que preocuparme. Si debo retroceder en el tiempo y poner en práctica ese plan, tendrás que enseñármelo todo. Cuando vuelva a nacer no tendré conciencia de quién soy hasta que no me despiertes apropiadamente.- Le comentó.-

-Ten por seguro de que me ocuparé de eso.- Sonrió pérfidamente ella.-

-Recuerda esto. Cuando retrocedas en el tiempo contactarás con un hermano mío que está latente allí.- Le explicó el encapuchado.- Él se ocupará de que todo salga según lo previsto.

-Muy bien, Señor.- Asintió ella dándose la vuelta y alejándose.-



            La vieron marchar y entonces fue Valnak quien dijo.



-Por cierto. ¿La princesa también estaba aquí, verdad?...

-Sí.- Convino el Sabio para desvelarles.- Es una de las que partirán, las demás ya no son lo que fueron. Pero vosotros no debéis intervenir en eso. Al menos, no por ahora.

-Será divertido encontrarla allá en el pasado si tengo ocasión.- Se sonrió Armagedón, agregando.- Me gustaría saber si me reconocería al verme.

-Mejor no nos arriesguemos a eso. Por ahora.- Le dijo su compañero.- Podría reactivar sus recuerdos más profundos de otra vida que no nos conviene que despierten.



            El interpelado asintió. El  Sabio les dijo que se fueran ya, ambos lo hicieron y en su camino se cruzaron con Rubeus y las hermanas. Iban de nuevo con el casco puesto. Armagedón miró de refilón a una de ellas. Entonces sonrió, no creía equivocarse, le pareció conocerla de algo en su interior pero la impresión pasó deprisa y siguió su camino. Bertierite por su parte, al cruzarse con el gran soldado enmascarado sintió algo similar, una especie de pálpito, pero tampoco le prestó demasiada atención. De este modo la chica prosiguió junto a sus hermanas y el amo Rubeus para embarcar en una gran nave. Un gigantesco objeto con forma de cristal de color negro y con varias puntas, se remontó en el espacio y viajó hacia la Tierra.



-Al fin ha llegado nuestro momento.- Pensaba Rubeus cruzado de brazos en el puente de mando, en tanto veía con satisfacción como abandonaban la órbita de Némesis.-



            Al menos él y la mayoría eran ajenos a que, en ese mismo mundo, todavía quedaban personas que se oponían a los planes orquestados por el Sabio. Clandestinamente eso sí. Utilizando antiguos túneles olvidados excavados por los pioneros que se intercomunicaban y con hangares que antaño sirvieron para guardar materiales y pertrechos. La resistencia sobrevivía a duras penas, tratando de plantar cara a ese malvado encapuchado y a su príncipe marioneta. Así lo describía Cinabrio a algunos de sus leales.



-Por ello, no podemos dejar la lucha. Sé que parece algo abocado al fracaso, pero no desesperemos, tenemos poderosos aliados. Algunos que no podéis siquiera imaginar. Uno de ellos nos ha proporcionado estas grabaciones, en donde se puede ver hasta donde llegan los malvados propósitos de ese individuo.



            Y para asombro y horror de los presentes, Cinabrio proyectó esa conversación que el Sabio, Valnak y Armagedón mantuvieran. Toda ella había sido captada al detalle por una cámara oculta. Entre los que visionaron esas imágenes se hallaba una atónita y aterrada Turmalina. Ahora, sus sospechas se habían trocado en certezas. Y las palabras de Ópalo resonaban una vez más en su mente, llenándola de culpabilidad.



-Algún día verás la verdad, y será tarde.- Musitó llena de dolor y vergüenza, recordando esas proféticas advertencias.- Tenías razón, y yo no quise creerte…



            De modo que, una vez concluyeron con esa proyección, la duquesa aguardó hasta que el grupo de rebeldes se fue disgregando. Enseguida se dirigió hacia el hombre de cabellos grisáceos y ojos verdes que buscaba. Aunque antes de llegarse hasta él, una mujer de pelo anaranjado y ojos verdes también, la abordó.



-¿Qué querías? No te he visto por aquí antes.

-Quería hablar con Cinabrio.- Pudo responder ella con la voz entrecortada.-



            Temía que esos individuos creyesen que era una agente del Sabio. ¡Menuda ironía! hace poco tiempo pudiera incluso haberlo sido. Y la suspicaz mirada de esa mujer le indicaba a las claras que esa era su opinión. Aunque entonces fue precisamente aquel tipo quien intervino acercándose a ellas.



-No te preocupes, Lazulita. Está bien. La conozco.

-¿Me conoce?- Inquirió la perpleja aristócrata.-

-Sí, sois la duquesa de Turquesa, si no me equivoco, ¿no es así?- Repuso él.-



            De inmediato eso hizo que algunos individuos que estaban cercanos la contemplasen con desconfianza. Turmalina observó en derredor con creciente temor. No obstante, una leve sonrisa y las siguientes palabras de Cinabrio bastaron para calmar el ambiente.



-Está de nuestro lado. Ópalo Ayakashi me avisó de que, algún día, usted vendría a verme.



            Eso sí que dejó atónita a la noble. Su mirada fue lo suficientemente expresiva como para que su interlocutor le contase.



-Cuando él y yo nos vimos, para planear su visita al rey Coraíon, me habló de vos. Me contó que teníais muchos deseos de lograr consolidar vuestra heredad pero que, en el fondo, no erais mala persona. Sencillamente no podíais ver la verdad. Lo mismo que le había sucedido a él.

-Vaya.- Suspiró la aliviada y al mismo tiempo triste Turmalina, reconociendo.- Ópalo me conocía mejor de lo que me conozco a mí misma.

-Me dijo que fuisteis amantes durante años.- Repuso Cinabrio.-

-Así fue. Reconozco que no estuvo bien, él era un hombre casado. -Admitió ella.- Pero mentiría si dijera que me arrepiento de ello.

-Yo no soy quien para juzgar eso. Lo que sí os pediré es que seáis tan amable de extender vuestra mano derecha, duquesa.

-¿Mi mano derecha?- Inquirió ella sin comprender.-

- Sí.- Insistió de modo firme Cinabrio.-



            La extrañada mujer así lo hizo y sin que apenas pudiera reaccionar su interlocutor se la sujetó con una suya. Con la otra el líder de la resistencia empuñó un cuchillo y le hizo un corte rápido en la palma.



-¡Ay!- Exclamó Turmalina, con genuino gesto de dolor, recriminándola acto seguido, una vez que él la soltó.- ¿Por qué me habéis cortado?

-Porque tenía que comprobar que no fueseis una droida enviada a espiarnos.- Sonrió Cinabrio, indicándole enseguida a esa mujer que seguía cercana a ellos.- Lazulita, trae unas vendas y cúrale la herida a la duquesa.



            Aquella individua asintió, tras mirar el rostro de la todavía agitada Turmalina y sonreírse. Su líder entre tanto le explicó a la aristócrata.



-Esa reacción de miedo y sorpresa que habéis tenido ha sido tan genuina que no hay droida que haya podido ser capaz de imitarla aún. Por no hablar de vuestra sangre.

-Aun así, yo puedo ser humana pero estar trabajando para el Sabio. ¿No creéis?- Le respondió agudamente ella en tanto se tapaba la hemorragia cerrando la mano.-

-Es otra posibilidad.- Reconoció Cinabrio.-

-¿Y qué prueba tenéis para discernir eso?- Quiso saber ella, temiéndose alguna otra cosa peor todavía.-

-La única prueba que preciso es la de haberme fijado en vuestra cara cuando visteis la grabación.- Le contestó ya más seriamente él.- No necesito más. Ya sabéis a lo que nos enfrentamos.

-Es verdad.- Musitó la duquesa, entonando un mea culpa.- He estado ciega por culpa de mis ambiciones, sumergida en un mar de trivialidades cortesanas. Ópalo me lo advirtió y no quise escucharle, aunque dentro de mí sabía que todo lo que me dijo era cierto. En cierto modo he colaborado con ese monstruo por mi propia voluntad. Ahora entiendo…



            Y se quedó tan pálida que hasta Cinabrio se interesó por ella preguntándole.



¿Está usted bien?

-Sí, es solamente que recordaba a mi prima Turquesa, y a su esposo…y otros muchos que han ido desapareciendo. Incluido el propio rey Coraíon.- Le contestó la aristócrata.- Ahora empiezo a comprenderlo todo. Ellos debieron de averiguar lo que yo acabo de saber. Y el duque Cuarzo y el marqués Lamproite... -Añadió con cada vez más desasosiego.-

-Todos han sido eliminados por ese tipo de algún modo.- Convino su interlocutor.-

-Y ahora le tocará el turno al príncipe Diamante.- Dijo ella con patente temor.-Y a todos los que están a su lado.

-No lo creo. En tanto sirvan a los intereses de ese Sabio.- Rebatió Cinabrio esta vez.- Es por eso que, entre otras cosas, debemos mantener a ese encapuchado perverso ocupado con nosotros.

-¿Acaso no deseáis derrocar la monarquía?- Le preguntó agudamente Turmalina.-

-No al precio de ver como el mal se adueña de Némesis. En eso Ópalo tenía también razón. Lo primero es salvar nuestro mundo, luego ya hablaremos del modo de gobernarlo. - Replicó su interlocutor.-



            En ese instante Lazulita se acercó hasta su líder y le susurró algo al oído. Él asintió para decirle a la duquesa de Turquesa.



-Debo dejaros ahora. Tengo que ver a alguien.  Si me excusáis.



            Ella evidentemente lo hizo. Estaba en el territorio de aquel hombre que parecía tener madera de líder. Una vez se marchó, quiso preguntarle a aquella chica.



-Parece que Cinabrio es muy respetado.

-Lo es.- Convino secamente su interlocutora.-



            Y no dio opción a Turmalina a decir nada más, aquella chica se alejó caminando deprisa, como si no quisiera permanecer a su lado más que el tiempo estrictamente necesario. Entre tanto Cinabrio se reunió con aquella misteriosa persona que iba a proporcionarle una interesante información.


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