La diablesa entró en el callejón tras su objetivo,
pero ante su asombro no vio a nadie, no había ni rastro de la justiciera. Y de
no haber salido volando o teletransportándose no existía manera de escapar de
allí. ¿Acaso eran capaces de hacerlo?
-¿Cómo es posible?,- se preguntó Iama. - Ha entrado aquí,
yo misma la vi y la he seguido instantes después, ¡no puede haber salido! No me
consta que tengan esa clase de poderes. Esto no me gusta.
Pensaba
en la importancia que tenía aquella misión. Había estado reunida con esa
acólita haría apenas un par de horas.
-Esa estúpida furcia me aseguró que había
investigado.- Pensaba con malestar.- Estuve allí antes de ir a verla…en fin, a esa
media naranja suya que dice ser su patética hermana. Es ridículo, tener que
seguirle la corriente a esa chalada.
Y
es que Iama fue a ese cuchitril en donde vivía aquella humana con su bebé. Por
supuesto, la diablesa lucía su apariencia de hermosa jovencita de cabellos castaños
y ojos verdes. Hasta fue abordada por un par de tipos con aviesas intenciones. Esos
idiotas creyeron poder abusar de una muchacha indefensa, pero lo pagaron cuando
les abrió en canal con sus uñas, largas como cuchillas. Lo malo fue que tuvo
que esconder los cuerpos.
-Es un retraso imperdonable, y además, me han
estropeado la falda con su sangre.- Se dijo con disgusto.- ¡Y esta falda me
gustaba!
Lucía
pues aquellas delatoras manchas en su vestido y sus medias. Por lo menos los
zapatos no se vieron perjudicados. Por
ello, en cuanto llamó a la puerta de esa chica y ésta le abrió, la humana la
miró con esa cara atónita y asustada.
-No preguntes.- Le ordenó Iama, entrando como una
exhalación y demandando de seguido.- Déjame algo de ropa. Soy más alta que tú,
pero tendrá que valer.
-Claro.- Se apresuró a responder su interlocutora
con tinte servil.-
Mientras
aquella mujer le buscaba alguna cosa, la diablesa se entretuvo mirando a esa
niña que dormía.
-Meriak vio algo cuando estuvimos aquí. Aunque no me
quiso revelar nada. ¡La muy zorra! Quería guardárselo para ella a fin de sacar
ventaja. ¡Mira de lo que le ha servido! Ahora ha sido eliminada por pasarse de
lista. Igual que esa presuntuosa de Saila. No me sucederá lo mismo a mí.- Y
llamó a esa individua, para pedirle.- ¿Tienes lo que te encargué?
-Sí, me costó pero lo logré.- Repuso su
contertulia.-
Gracias
a sus relaciones con algunos miembros de la secta, Paige pudo entrar en
contacto con algunas recientes incorporaciones. Algunos estudiantes habían sido
atraídos por las promesas de buena vida, placeres y la belleza de la oscuridad.
Entre esos acicates, estaba la propia joven quien tuvo que acostarse con
algunos por órdenes de los sectarios. Uno de ellos, le dio datos sobre esas
chicas. Y además le consiguió unas direcciones. Ahora fue a por ellas y tras
regresar de otra habitación con unos pantalones de pana y un jersey que le ofreció
a la diablesa, esta le insistió.
-Quiero toda la información que hayas reunido.
-Tuve que esperar pero las localicé. Las mujeres de
las que me hablaste son hermanas mayores de los objetivos.- Le comentó
mostrándole unas fotos.-
-Sí, eso ya lo sabíamos. Estas dos son sus hermanas
mayores. Están aquí, un informador que tenemos infiltrado en la universidad nos
lo ha dicho. Hasta me dio una dirección pero lo que no ha podido averiguar es
donde está la esfera Yalmutud que ocultan.- Contestó una irritada Iama, que no
quiso revelarle a esa estúpida tarada que el confidente era su propia hermana.-
-¿La qué?- Inquirió Paige sin comprender.-
-¡La piedra,
maldita idiota!- Espetó la contrariada diablesa.- ¿Dónde tienen esa condenada
piedra?
-Eso no he podido averiguarlo.- Repuso tímidamente
la humana.- Lo siento.
Iama
la agarró del cuello levantándola sin apenas esfuerzo y deleitándose en la
vidriosa expresión de temor que veía en sus ojos.
-¡Eres una inútil! Te dije que la buscaras.- Escupió
tornando sus ojos verdes en otros color sangre y haciendo aflorar sus colmillos
y despreciando en tanto las hacía arder con su otra mano.- ¿Para qué quiero
estas ridículas fotografías?
Entonces
ese bebé miserable comenzó a berrear. La diablesa le ordenó a su interlocutora soltándola.
-¡Calla a esa patética criatura o lo haré yo!
-¡No, te lo suplico!- Exclamó la mujer visiblemente
aterrada.-
Paige
corrió con desesperación hacia la cuna, tomando a su bebé en brazos.
-Ya, cariño, ya… Marla tesoro, no llores más, ¡por
favor!…-gimió llena de pavor.-
Así, tras mecer a la niña esta guardó silencio al fin.
Iama entonces declaró.
-Eso está mucho mejor. Al parecer, ni mis compañeras,
ni nuestro informante anónimo, encontraron nada en esa universidad. Yo sospecho
por tanto que la piedra está en poder de las otras dos. Iré a comprobarlo.
Espero por tu bien que así sea, o volveré bastante enojada. ¿Entiendes lo que quiero
decir?- Remachó con una pérfida sonrisa demoniaca volviendo a su apariencia
totalmente humana para sentenciar con regocijo.- Si no lo entiendes, puedes ir
al descampado cercano a tu casa, a ver cómo han quedado los dos últimos imbéciles
que me han hecho enfadar. Pues te aseguro que ellos se verán favorecidos
comparados a cómo luciréis tu babosa hijita y tú.
-Te he dicho todo cuanto sé, ¡lo juro!…-Musitó esa
chica balbuceando de miedo.-
Sin
responder y tras dedicar una despectiva y fugaz mirada a esa patética humana, Iama
se marchó. Ya en la sede de la secta, fue el Sabio quien le proporcionó
imágenes actualizadas de sus objetivos a través de su bola. Y también, antes de
enviarla a por ellas, le comentó algo que la sorprendió.
-Por cierto Iama. No molestes a ese bebé humano.
-¿Por qué dices eso? No le he molestado.- Replicó
ésta, preguntando además con perplejidad.-Además. ¿Desde cuándo te preocupas
por una criatura humana?
-Mis preocupaciones a ti no te conciernen, limítate
a obedecer mis órdenes y encárgate de encontrar la esfera Yalmutud.- Replicó
abruptamente el Sabio para remachar.- Y tampoco alteres más a su madre. Tenéis
instrucciones muy claras a ese respecto.
La diablesa
no comprendía aquello. Si de ella hubiese dependido esa loca estaría ya muerta.
Empero, su superior les había indicado a todas las de su grupo que no le
comentasen nada sobre su particular comportamiento. Pese a no entender el
motivo, Iama sabía que no era prudente desobedecer. A fin de cuentas, en tanto
pudiera cumplir su misión, lo que esa demente hiciera en su doble vida le daba
igual. Así pues, afirmó antes de desaparecer.
-Lo que tú digas, señor.
Y así se puso en marcha. Pese a detestarle no le
convenía desafiar a ese poderoso encapuchado. Estaba al corriente de que gozaba
de mucha influencia con sus superiores. Por ello no le quedaba otra que
obedecer. Supuso que todo formaría parte de alguno de sus retorcidos planes. En
cualquier caso, era cierto que a ella igual le daba todo eso. Así pues, se encaminó
hacia la zona que le había indicado en su bola.
-Ya no deben de vivir en donde informó mi confidente.-
Meditó. – ¡Idiota!, cuando triunfe en mi misión ya le ajustaré las cuentas a
esa zorra.
De modo que al menos celebró que ese Sabio tuviera datos
más precisos. Aguardó y se mantuvo a la espera hasta que vio a esa mujer, la
presunta justiciera. De hecho, le
permitió recorrer una parte del camino para que se sintiera segura. Luego, tras
seguir el rastro de su presa, aterrizó en el callejón y comenzó a registrarlo. Pero
no la veía por ninguna parte.
-¡No puede haberse evaporado!- Espetó contrariada. -
A su vez, Karaberasu estaba escondida tras unas
cajas apiladas en una esquina y se transformó en justiciera. Salió de su
escondite sorprendiendo a la diablesa por detrás.
- Hola, ¿me estabas buscando? - Le inquirió la Dama
del Trueno con retintín, enroscándola de paso su látigo en el cuello - ¡Pues aquí me tienes, guapa!
-¡Maldita seas!,- siseó la succubus que agarró el
látigo con una enorme fuerza y para
asombro de su rival, se lo desenroscó del cuello. - ¡Voy a acabar contigo!
Contraatacó con un rayo que lanzó desde sus ojos
hiriendo en un brazo a la justiciera. Ésta, sorprendida por esa inesperada réplica,
no tuvo más opción que soltar su arma sujetándose el brazo dañado con la mano
contraria. Karaberasu trató de escapar pero la diablesa le cerró el paso. Haciéndose
con un palo de madera la justiciera golpeó a su rival en la cabeza produciéndole
una herida de la que manó sangre amarillenta como el azufre. La diablesa
replicó propinándola un puñetazo que derribó a su oponente en el suelo. Iama la
levantó con un brazo agarrándole del cuello y sonrió con suficiencia.
- Ya no estás tan segura de ti misma, ¿verdad
humana?
-¡Vete al cuerno!- Le espetó ésta con desprecio. -
Su
rival la atenazó con más fuerza apretando en su garganta hasta casi impedirla respirar,
la justiciera se agitaba dolorida y jadeando, tratando tomar aire en tanto su
rival sí que tomaba la palabra.
- Si no quieres que te mate ahora mismo, será mejor
que me digas donde has escondido la piedra. ¡Habla!.- Le conminó la diablesa, aflojando
un poco la presión del cuello de su víctima. -
Karaberasu
sonrió lamiéndose su labio ensangrentado por el golpe anterior...
-¿Y si te lo digo? ¿Qué te impedirá matarme
igualmente? No, tendrás que buscarla tú misma. -Replicó con expresión desafiante.
-
- Eres audaz, te felicito, los humanos soléis ser
unos miserables cobardes. Es agradable ver algo de valor en vuestra patética
especie para variar. Pero eso no te ayudará demasiado. No obstante, como eres
una digna enemiga seré piadosa y te dejaré elegir, o me lo dices ahora y
tendrás una muerte rápida, o te aseguro que sufrirás horriblemente.- Le amenazó
la succubus con una pérfida sonrisa. -
-¡No te será sencillo el librarte de mí! - Espetó la
Dama del Trueno zafándose del agarre de la diablesa tras golpearla con el palo
que aun sostenía detrás de la espalda. –
Esa
reacción tomó por sorpresa a su enemiga que no había esperado tanta resistencia.
Kalie rodó lejos de su alcance pero por desgracia su rival era muy rápida a la
hora de rehacerse.
-¡Ahora sí que me has enfadado de verdad! ¡Vas a
morir, perra! - Siseó la súcubos.-
Estaba agarrándose el brazo herido con la otra mano
a imitación de lo que antes hizo su rival, sólo que en este caso emitía energía
reparadora al mismo que estaba sanando la lesión.
- Mucho después que tú, ¡zorra de Satanás!,- replicó
Karaberasu saltando hacia atrás y recobrando su látigo. -
- Aun no he tenido ese honor, pero no pierdo la ilusión
¡ja, ja, ja! - Rio Iama lanzando rayos contra su enemiga que fue alcanzada por
un rebote de estos cayendo al suelo. - Ahora sabrás lo que es verdadero dolor,
miserable humana ¿Dónde está la piedra? - Insistió con nula cortesía. –
-¿Quién te ha dicho que yo estaba aquí?- Le preguntó
Kalie a su vez.-
-¡Ja, ja, ja! Tenemos informadores. -Respondió su
interlocutora solazándose al verla en tal mal estado.- En la propia universidad
en la que estudian tus queridas hermanitas.
-¡Maldita pécora! Déjalas fuera de esto!- Replicó la
justiciera apretando los dientes.- Ellas no tienen nada que pueda interesarte.
-Eso ya lo veo. Al parecer eras tú quien la
guardaba.- Se sonrió Iama.-
A
decir verdad, ella había sido dirigida allí por el Sabio. Y ni esa acólita a la
que amenazó, ni su estúpida hermana, le dieron la impresión de conocer el
paradero de la esfera Yalmutud. O ni de saber tan siquiera lo que era. Pero esa
justiciera sí que estaba al tanto y lo que era más, presumiblemente la había
escondido cerca.
- Nunca te lo diré, antes prefiero morir.- Respondió
decididamente la Dama del Trueno mirando hacia unas cajas. –¡Jamás hablaré!…
Lo
cierto es que Karaberasu se encontraba en una situación muy apurada. Su rival
se había curado a sí misma de las heridas que le había infligido. Pero ella no
podía decir lo mismo. De seguir así, esa diablesa la mataría. Tenía que
ocurrírsele algo y rápido. ¿Pero qué? Y continuó dirigiendo una fugaz e
intencionada mirada hacia la pila de cajas en cuestión, dando la impresión de
que trataba de pensar.
- ¡Ja, ja, ja! - se rio Iama al darse cuenta de ello.
- ¡Eres una estúpida!, puede que no hables, sin embargo, tú misma te has
traicionado al mirar. Ya sé dónde la has escondido. De todos modos, voy a comprobarlo
antes de matarte, no sea que quieras pasarte de lista.
Comenzó a registrar las cajas y descubrió la sábana
allí oculta que envolvía algo redondo, era suave y liso al tacto y pesaba.
-Vaya, vaya. ¿Qué es lo que tenemos aquí?- Se
preguntó la diablesa con regocijo.-
-¡No toques eso, maldita! - le gritó Karaberasu arrastrándose
hacia la súcubos. -
Iama
se sonrió, ignorando a su oponente desenvolvió aquello, quitando la sábana y
una especie de plástico que recubría el objeto a desgarrones. No obstante dio
una exclamación de disgusto, incluso profirió un doloroso chillido al verlo.
Sus manos se habían quemado en cuanto lo tocó.
- Espero que te guste la pecera con agua bendita. Un
recuerdo de la catedral de San Patricio que visitamos el otro día. Mira que te
advertí que no la tocaras. – Declaró Karaberasu con su sarcástica sorna
habitual. -
- Ésta no es la piedra Yalmutud. ¡Maldita zorra, me
has engañado! ¿Dónde la has escondido? - Le inquirió la súcubos fuera de sí por
el dolor, además de por la rabia de verse burlada. – ¡Responde!
Pero
la justiciera se había percatado para
entonces de que a unos dos metros por encima de su enemiga pasaban unos cables
de suministro eléctrico bastante deteriorados.
-¿Te creías que éramos estúpidas? - Le espetó a la
diablesa con una cínica sonrisa. - Ese será tu último error. - Sentenció volviendo
a enroscar el látigo alrededor del cuello de la
súcubos que no se opuso. – ¡Aquí va esto!
-¿Crees que vas a lograr hacerlo mejor esta vez?- se
mofó Iama regenerando sus manos y usándolas para agarrar el látigo con una de ellas
a la vez que sentenciaba. - Voy a usar tu propio látigo para estrangularte.
-¿Ah sí?- repuso la Dama del Trueno sonriendo -
¡pues toma! ¡Estallido subsónico!-gritó.-
Lanzó su arma hacia arriba logrando enroscar los
cables a la vez que su látigo hacia retumbar el suelo, produjo así una poderosa
corriente de energía, esto originó un gran cortocircuito que achicharró a la
diablesa. Iama comenzó a arder entre aullidos de dolor y su enemiga aprovechó
para rematarla con un rayo sin darle tiempo a recobrarse. La súcubos estalló
con un horrible alarido. El látigo se desprendió de los cables y la justiciera
lo recuperó tras dejarlo enfriar.
- Se acabó, ahora volveré a casa.- Se dijo
Karaberasu incorporándose dificultosamente a causa de las heridas, a la vez que
adoptaba su identidad normal para salir del callejón en tanto musitaba. - ¿Será
posible? Esa perra me ha dejado hecha
unos zorros, tendré que maquillarme bastante para tapar estos moratones…
Todo
el combate había sido presenciado por el Gran Sabio y la súcubos restante. Éste se dirigió hacia
ella con tono de advertencia.
-¿Has visto lo que ocurre por menospreciar a tus enemigos?
Ahora debes ir a por la justiciera que falta, de seguro que ella es la que guarda
la piedra, ¡y no me falles! Esta vez ya conoces con seguridad quien la tiene.
- Sí, Gran Sabio. - Asintió la diablesa que, como
hicieron las otras en ocasiones precedentes, aseguró convencida. - Yo no cometeré el mismo error que mis
estúpidas compañeras. No soy tan idiota como ellas y atacaré usando la astucia
en lugar de la fuerza. Te prometo que obtendré la esfera y mataré a esas
malditas humanas.
Sin
más palabras la diablesa desapareció. Su superior, nada más verla desvanecerse decidió
invocar a otro demonio, ya no se fiaba en absoluto de las súcubos. Pero esta vez
la ceremonia se llevó a cabo con mucha más parafernalia y realizando un ritual especial.
- Ven a mí, yo te conjuro, Karnoalk, demonio de la
categoría anti virtudes del sexto círculo, Barón de las Tinieblas de Hazel.
Comparece ante mi presencia y acaba con los enemigos del Maestro.
Una
gran neblina roja sulfurosa se materializó en la estancia, de ella destacaban
dos brillantes puntos rojizos que al disiparse la neblina resultaron dos ojos y
la figura de Karnoalk, vestido con una armadura roja y con dos pentáculos
invertidos grabados a cada lado de sus hombreras. Era muy alto y robusto, con
pelo castaño ceniza y penetrantes ojos color sangre. Con ellos recorrió la
habitación en la que se hallaba, parecía sorprendido e incluso molesto.
Finalmente reparó en su invocador y le inquirió al Gran Sabio, con voz gutural
y cavernosa.
- Aquí estoy. ¿Cómo te atreves a llamarme a este
asqueroso mundo?
- Discúlpame si te importuno, poderoso Karnoalk, pero
la situación se ha puesto muy difícil y necesitamos tu ayuda para llevar a cabo
con éxito nuestra misión.- Replicó el Sabio, con tono bastante considerado para
lo que solía ser en él habitual.-
-¿Acaso unos miserables seres humanos son capaces no
sólo de derrotaros sino de burlarse de vosotros? - Le preguntó el demonio visiblemente irritado.
-¡Qué vergüenza!
- No subestimes el poder de nuestros enemigos,
Karnoalk,- le aconsejó pacientemente el Sabio - todos los que lo hicieron antes
que tú, ahora están destruidos.
- Hace falta mucho más poder del que esos gusanos tienen
para poder destruirme a mí. Soy un demonio del sexto círculo. Guardo la antesala
del camino hacia los más poderosos. Y soy dueño de vastos territorios.- Afirmó
con enorme suficiencia. -
- También la última súcubos que ha sido destruida
creía que no sería posible que los humanos la derrotasen, pero se equivocó.- Le
advirtió el Sabio.-
-¿Una súcubos? ¡Bah! - escupió con una mueca de desprecio.
- Esas furcias rastreras sólo sirven para disfrutarlas durante un rato. Pero ni
siquiera ellas se dejarían vencer con tanta facilidad. Y menos por meros
mortales. - Matizó en actitud más reflexiva inquiriéndole al Sabio con mayor
interés. - Dime ¿quiénes son concretamente nuestros enemigos?
- Te los mostraré. Empezando por la última derrota,
imposible según tus subordinadas, que hemos sufrido. - Le respondió el Gran Sabio con ironía - observa,-
en su bola aparecieron las imágenes del último combate entre Iama y Karaberasu.
-
El
demonio miraba excitado a la justiciera, la escuchaba con ese tono tan seguro y
provocativo, burlándose incluso de su enemiga cuando esta gozaba de superioridad.
Karnoalk se relamía a la par que admitía.
- Posee grandes cualidades, es decidida, con un gran
estilo y me gusta su carácter burlón, tiene que ser mía. Disfrutaré mucho
domándola.
- No dejes que tu lujuria te desvíe de la misión que
debes cumplir. Otros antivirtudes lo han pagado muy caro. - Le recordó el Gran
Sabio con patente irritación aunque cuidándose de templarla en tanto remachaba.
- Debes acabar con todas las justicieras sí, pero sobre todo con el Guerrero
Dorado. Él es el más peligroso de todos.
-¿Y quién es ese? - Preguntó Karnoalk ahora sin
demasiado interés. -
El
Sabio materializó imágenes de Roy con su pelo brillando en todos dorados.
Pudieron ver fragmentos de algunas batallas en las que el chico había destruido
a adversarios anteriores. Sin embargo, Karnoalk se limitó a sonreír con
desprecio.
- ¿Y qué? Esos demonios no eran más que basura,
ninguno era digno siquiera de lamer el suelo por donde yo pisara.
- Pues si tan seguro estás, acaba con él.- Le
contestó el Sabio como si le desafiase a ello rematando su provocación con retintín
en la voz cuando agregó - ¿O debo invocar a alguien más poderoso aún?-
-¡No te molestes, yo mismo le liquidaré! - Exclamó
Karnoalk tocado en su orgullo, aunque enseguida volvió a su otro pensamiento
declarando. – Pero sin prisa, antes quiero satisfacerme con esa hembra humana
que me has mostrado, ordenaré que mis fieles la traigan hasta mí. Después habrá
tiempo de sobra para matarles a todos.
- Está bien. Haz lo que tú quieras - concedió el
Sabio a desgana. - Pero luego te encargarás de ese guerrero.
- Me parece muy bien - rio Karnoalk desapareciendo. –
Las dos cosas me proporcionarán un gran
placer…
Por
su parte, Paige, fiel a su compromiso, había estado indagando. Al menos, tras
acostarse con algún universitario recién enrolado en la secta. De uno en particular
obtuvo datos sobre esas chicas que esperaba fuesen más fiables que los
anteriores.
-Tendré que comentárselo a April para que me lo
confirme.- Se dijo con temor.- No quiero errar de nuevo o esa diablesa es capaz
de matarnos a todas.
Llamó
a su hermana a su extensión, pero no estaba. Aunque alguien contestó, era una
voz femenina. Por si acaso intentó camuflar su voz para no ser reconocida.
-¿Quién es?- Quiso saber.-
-Ho, hola.- Musitó tímidamente.- ¿Está April?-
-No, no está. ¿De parte de quién?- Inquirió esa voz,
presentándose.- Soy Melanie, su compañera de cuarto.
-Bueno, solamente soy una amiga. Ya la llamaré, no
es importante.- Se apresuró a responder su interlocutora.-
La
llamada terminó, Melanie se quedó con el auricular en la mano, con gesto
reflexivo.
-¿Quién podrá ser? Me era muy familiar. Puede que esa chica con la que estaba. O
quizás otra. En fin, no debo ser yo quien juzgue a April por eso. Debe ser duro
para ella, muy duro, desde luego, no me creí esa excusa de que estaba
controlada por ningún demonio.
Decidió
no darle más vueltas. Cuando la volviera a ver ya la informaría sobre esa
llamada. Aunque llevaba ya casi todo el día sin saber de ella.
-No sé qué estará haciendo, cada vez falta más a los
ensayos y no sé siquiera si irá a sus clases.- Pensaba la capitana de las
animadoras con preocupación, sobre todo al decirse.- Sea lo que sea que le
suceda, y los gustos sexuales que tenga, es mi amiga. Espero ser capaz de ayudarla.
¡Pobre April! ¿En qué andarás metida?...
La
aludida en las preocupaciones de Melanie, en efecto se encontraba fuera de la
universidad. A su vez estaba investigando. Con sigilo trató de seguir las zonas
por las que habían sido vistas las justicieras.
-Tengo que hacer cualquier cosa para librar a mi
hermana de ese pacto. Estoy segura, se ofreció en mi lugar para servir a esa
secta. ¡No puedo permitirlo! Ella tiene
una niña pequeña...
Por
eso, llevaba ya varios días seguidos eludiendo a sus compañeros, incluso a Mel,
y centrándose en investigar a esas luchadoras. Aunque descubrió que no era la
única en el campus que andaba tras su rastro. Y eso la asustaba.
-Yo no deseo que sufran ningún daño. Solamente hago
esto por proteger a mi hermana y a mi sobrina. Pero ese otro…- Suspiró moviendo
la cabeza.-
Mientras
tanto, en la universidad, Roy y Beruche habían estado esperando a que April
apareciera. Pero la muchacha no daba señales de estar por allí. Cooan y Tom
estaban ocupados a su vez así que pospusieron la conversación con esa chica. Los
dos fueron a la biblioteca y estaban estudiando, (por fin). Preparando con
antelación los exámenes de fin de curso. En un descanso él le confesó a la
muchacha.
-¿Sabes una cosa? Nunca creí que fuera capaz de
estudiar a estas alturas para los exámenes de final de curso.
- Pues ya verás como no te arrepientes. - Sonrió
ella aseverando convencida. - Es la única manera decente de aprobar el curso y
con buenas notas.
- Sí - suspiró Roy con las manos detrás de la nuca y
echándose hacia atrás con la silla para declarar. - El último curso, y si lo apruebo
seré ya el profesor Malden. Nunca me lo había planteado seriamente hasta ahora,
incluso puede que llegue a ser jugador profesional. ¿Y tú qué?- quiso saber a
la par que miró fijamente a su compañera. - ¿Qué piensas hacer cuando termines?
- Supongo que mis hermanas y yo volveremos a Japón.
Karaberasu y Petz tendrán que reabrir la tienda y nosotras buscar plazas como
maestras.
-¿Y no habéis pensado? bueno.- Replicó él tratando
de buscar la forma más adecuada para proponerlo. - Quiero decir, si no os gustaría
quedaros a vivir aquí, en Nueva York. Hay muchas plazas para maestros. Muchos
niños necesitan educación.
- Sí, quizás - admitió Bertie, pues era una idea
atractiva en principio. - Aunque de todas maneras se debería terminar primero
con la amenaza de esa maldita secta.- Objetó con preocupación. -
-¡No te preocupes!- sonrió animosamente él tomándola
afectuosamente de los hombros. - Entre las justicieras y ese tipo que brilla en
la oscuridad seguro que no dejan ni un sólo demonio. Si nosotros hemos podido
acabar con unos cuantos, figúrate lo que serán capaces de hacer ellos. Es más,
creo que deberían unir sus fuerzas.- Declaró el chico pensando a renglón
seguido. - Si tú supieras que cerca estás del guerrero dorado.
- Sí,- convino Beruche sonriendo para sus adentros.
- Si Roy supiera… - y replicó de modo más optimista - seguramente vencerían sin
ningún problema.
-¿Y nosotros? - Añadió él acercando su rostro al de
ella. - Bertie, ¿crees que deberíamos?...
-¿El qué? - Le musitó la joven de forma inquisitiva
acercándose a su vez. -
Antes
de que Roy pudiera responder, la voz de Cooan les llamó, en efecto la muchacha
se aproximaba a ellos y eso hizo que aquel momento tan íntimo desapareciera.
- Beruche, tengo un recado para ti. Kalie me ha
llamado por teléfono, quiere que vayamos al apartamento lo antes posible.
-¿Te ha dicho para qué? - Le preguntó su hermana
separándose con celeridad de Roy. -
Cooan
le hizo un cómplice gesto con la mirada y Bertie comprendió que no podían
hablar delante del muchacho.
- Ya te lo contaré por el camino, son cosas de
nuestras hermanas,- alegó ante la curiosa mirada de Roy al que le dijo. - Lo siento,
no quería interrumpir, a propósito. ¿Podrías ir tú a buscar a Tom? Debe de estar
a punto de terminar sus clases de rehabilitación.
-¡Claro, eso no es problema, descuida Connie! - le
aseguró jovialmente él que imaginó que las chicas podrían haber tenido algún percance
familiar. – Iré a por ese paleto…
Cooan
asintió y su hermana le pidió que la esperase fuera un momento. Ésta salió de
la biblioteca y Bertie le preguntó a su compañero.
- Roy, antes de que mi hermana llegara. ¿Ibas a
decirme algo?.
- No, olvídalo, no era nada,- sonrió resignadamente él
que, pasado aquel momento en el que ambos se habían acercado tanto, había
perdido el ambiente necesario para declararse. - Luego nos vemos. – Añadió más
jovialmente.-
Y dándose la vuelta se levantó alejándose de allí.
Bertie intuía que él había intentado decirle alguna cosa que era seguramente
importante y suspiró resignada. No tenía más opción que dejarlo correr por el
momento y se reunió con su hermana. De camino hacia el apartamento Cooan le
contó a Beruche que Kalie llamó a su
habitación desde una cabina. Había estado luchado contra una diablesa que
buscaba la piedra y presumiblemente Petz podría ser atacada también y estaba
inquieta pues la había llamado para advertirla y no respondió.
-Debemos darnos prisa, hay que acudir en su ayuda.-
Afirmó Bertie.-
-Y cuando solucionemos esto, iremos a por April.-
Añadió su hermana.- Tiene que explicarnos muchas cosas.
Su contertulia asintió pero ahora debían darse prisa
en reunirse con Petz para ayudarla si era preciso. La propia Karaberasu acudía
ya hacia el apartamento.
-Debo darme prisa en regresar. Mi hermana podría
estar en peligro.- Se dijo la Dama del Trueno, que, suspirando, pensaba.-
¡Ojalá Usagi, Minako y las otras estuvieran aquí!
Recordaba todas las veces en las que las guerreras
las habían ayudado en los últimos años. Comenzando por su conversión en humanas
normales. En su caso y en el de Petz sucedió cuando ambas se echaban en cara el
abandono de Bertierite y Kermesite. Desde los altos ventanales de su nave podía
observarlas pasando una tarde en el santuario Hikawa. Bertie barriendo hojas y
Kermie acariciando el sedoso pelo de una niña. Estaban junto a un grupo de
chicas.
-No puedo creer lo que ven mis ojos. ¡Esas dos son
la desgracia de la familia! - Exclamó Petz.-
-Si no hacemos algo y rápido, nadie volverá a
confiar en nuestra lealtad.- Le respondió Calaverite a su hermana.-
En
ese momento escucharon la voz de su jefe tras de ellas.
-Eso es. Ahora vuestra lealtad está también en
entredicho.
Eso
indignó sobremanera a Calaverite. Quizás en algunas ocasiones había estado reacia
a cumplir con sus tareas, pero fue simplemente porque no le apetecía hacerlo o
por cierta dosis de revanchismo hacia Rubeus que, tras haber sido su amante, la
dejó postergada y olvidada. Nunca por el deseo de desobedecer abiertamente o no
ser leal a la causa de su príncipe. Ahora se daba cuenta de que su amo había
tolerado aquello porque al final siempre cumplían con su obligación. Pero esto
era diferente. Se apresuró a protestar con patente enojo.
-¡Nosotras no tuvimos la culpa de su traición!
-Escucha Rubeus. Tú sabes que no somos tan tontas
como esas dos. Te aseguro que derrotaremos a las guerreras, mataremos a la
chica y castigaremos a las traidoras.- Añadió Petz con decisión.-
Su
interlocutor las observó con aparente escepticismo. Aunque enseguida preguntó con
visos de interés dirigiéndose a la mayor de las hermanas.
-¿Crees que podrás hacerlo?
-¡Naturalmente que podré! - Se reafirmó Petz de
forma rotunda.-
-Muy bien. - Contestó su jefe que le pasó una especie
de cetro a su contertulia.-
-¿Qué es?- Quiso saber ésta en tanto lo observaba
con una mezcla de asombro y curiosidad.-
-Este báculo acrecentará tu poder. Úsalo para acabar
con las guerreras y las traidoras. Id las dos. Os recuerdo que es vuestra última
oportunidad. Si falláis no se os permitirá volver. ¿Está claro?
-Sí. - Replicó Petz con rotundidad.-
Aunque Calaverite miró a su hermana con el gesto
demudado. Aquella promesa era muy difícil de cumplir. En cuanto Rubeus se
marchó así se lo hizo saber a Petz. Pero ésta la acusó de inepta. Ella se
enfadó y quiso examinar el báculo, pero su interlocutora se lo negó. Acabaron
dándose la espalda con enfado. Pero no les quedó otra que colaborar. No les fue
nada difícil sorprender a sus hermanas menores y capturarlas en una bola de
energía. Se las llevaron con la intención de atraer a las guerreras. No obstante,
Calaverite se mostró escéptica. Así se lo dijo a Petz, en tanto sus dos
hermanas renegadas permanecían inconscientes, flotando dentro de esa esfera de
energía. Ya anochecía sobre el gran puente colgante en el que habían preparado
su trampa, cuando comentó.
-Escucha Petzite. No creo que las guerreras se
molesten en venir a salvar a esta basura. ¿No crees? Lo mejor será que
terminemos con ellas de una vez.
-No te precipites, aguarda un poco más.- Repuso
ésta.-
Y
es que su hermana no parecía tener prisa, acariciaba ese báculo con expresión
ausente y eso atrajo la atención de Calaverite que le comentó.
-Ese cetro parece que tienen mucho poder, hasta da la
impresión de que tu piel se ha vuelto más suave. ¿Me lo dejas?
-¡Ni hablar! - Exclamó su interlocutora propinándole
una descarga.-
-¡No seas tan egoísta, Petzite! - Le recriminó abrazándose
a sí misma, todavía recuperándose de ese calambre.-
-Ahora que Kermesite y Bertierite me han traicionado
no me es posible confiar en ti.- Le contestó su hermana con frialdad.-
Lo
cierto es que parecía estar muy rara. Pese a su genio no solía comportarse así,
de un modo tan seco y brusco. Hasta para ella era demasiado. Pero Calaverite no
pudo continuar pensando en eso. Vio como sus dos rehenes habían despertado.
-Al parecer esas dos tontas ya se han recuperado.-
Comentó Petz con una malévola sonrisa.-
-Pero Petzite. ¿Por qué haces esto?- Le inquirió Kermesite
con tono entre preocupado y triste, opacado además al estar dentro de aquella
burbuja.-
- Ya basta, ¿es que queréis interponeros en nuestro
ascenso una vez más?- Las recriminó Calaverite.-
-No, os decimos esto por vuestro propio bien.-
Declaró Bertierite con el mismo tono y expresión que su hermana menor.-
- En esta lucha solamente hay un vencedor y es
evidente que vosotras nunca lo seréis.- Las recriminó Petz con enfado.-
-¡Por favor! Tenéis que dejar de luchar contra las
guerreras.- Les pidió Kermesite.-
-¡Oh, vamos! ¿Pero qué os ha pasado?- Quiso saber Calaverite
con una mezcla de irritación e incredulidad.-
-Nos hemos dado cuenta de que la Luna Negra es
tremendamente egoísta.- Le contestó Kermesite.-
-La Luna Negra está compuesta de una terrible
familia que solo piensa en su bienestar.- Remachó Bertierite, añadiendo con
tono de súplica.- Confiad en nosotras.
-¡Petzite, por favor!- Le pidió a su vez Kermesite
con desesperación.-
- ¡Ya basta de tonterías! - Replicó airadamente la
interpelada para sentenciar en tanto las apuntaba con su cetro.- Vosotras moriréis.
En
ese momento la voz de la Guerrera Luna la detuvo. Calaverite vio con asombro
que las guerreras sí que habían venido a salvar a las dos prisioneras. Es más,
les pidieron que les devolviesen a sus queridas amigas. No obstante su hermana
parecía haberse transformado, era mucho más poderosa y sin ayuda libró una
corta batalla contra todas sus enemigas, derrotándolas. Entonces ella le pidió
casi sin meditar.
-Será mejor que eliminemos a las traidoras.
-Tienes razón.- Convino Petz observándolas de forma
malévola cuando gritó.- ¡Rayo acaba con ellas!
Para
sorpresa y horror de Calaverite ella misma era también blanco de ese ataque. Se
estremeció con esa descarga y, atónita, solo pudo preguntar.
-Pero, ¿por qué me haces esto a mí?...
-Te ha llegado la hora de sufrir mi querida hermana,
solo me estoy adelantando a tus oscuras intenciones.- Replicó impávida Petz.-
Su
interlocutora la observaba casi con más perplejidad que miedo. ¿Pero qué estaba
diciendo? Ella no había pensado en eso en absoluto. Aunque palideció cuando su
hermana sentenció, invocando de nuevo el poder de aquella arma tan terrible.
-Tú también debes morir. Para que no me traiciones.
¡Rayo destructor!
Otras tremenda descarga la derribó del aire. Calaverite
a duras penas frenó su caída, aunque la burbuja que apresaba a sus hermanas se
rompió. Kermesite y Bertierite cayeron a plomo contra el suelo y ella era
incapaz de impedirlo. Afortunadamente dos de las guerreras las pudieron tomar
en brazos evitando que se estrellasen. Por su parte aterrizó postrada en el
suelo y preguntándose todavía con horror e incredulidad, pero sobre todo, con
una gran tristeza.
-Petzite, ¿por qué has hecho esto?...
Aunque
para su sorpresa fue la propia Sailor Moon en persona la que se arrodilló a su
lado, y poniendo una mano sobre su hombro, le preguntó con deferencia.
-¿Estás bien?...
Eso
la desconcertó. ¿Cómo era posible? Su enemiga mortal interesándose por su estado.
Quizás fuese un truco pero, ¿con qué objeto? No pudo evitar preguntar con total
incredulidad.
-¿Qué te propones? Nosotras éramos enemigas hasta hace
solo un momento.
-Es natural interesarse por alguien que está
herido.- Le sonrió su contertulia.-
-Calaverite, eso es el amor. Nosotras no teníamos
eso en la Luna Negra. - Terció entonces Kermesite, que se apoyaba sobre los
hombros de Guerrera Marte.-
-Allí solo nos enseñaron, que debíamos odiar a las
guerreras.- Añadió Bertierite, que a su vez era sujetada por la Guerrera
Júpiter.-
Y
entonces lo comprendió. Esas estériles luchas por el poder, el control. ¿Sobre
qué? ¿Para qué? Podía sentir en el tono y la expresión de sus hermanas que
ambas eran felices y se sentían queridas y apoyadas. Esas guerreras no eran sus
enemigas. Al contrario. No podía ser que fueran las causantes de los males de
su mundo de origen. Estaba claro que las habían engañado. Toda su vida estuvo
llena de mentiras…
-Entonces siempre hemos estado equivocadas.- Pudo
decir entre lágrimas.-
Recordaba
aquello con cierta nostalgia. Después tuvieron que emplearse a fondo para derrotar
a Petz y sacarla del influjo de aquel maldito báculo. Así se lo comentó a las
guerreras. Su hermana no era tan cruel. Estaba poseída. Como lo estuvo ella
misma. Solo que a una escala todavía mayor. Finalmente salvó a su hermana mayor
de ser engullida por aquel agujero que provocó esa arma. Cuando el malvado
Rubeus apareció y mostró su verdadera cara. La pobre Petzite estaba tan
arrepentida que en un primer momento quiso sacrificarse por el resto. Todavía
se acordaba de la expresión atónita y confusa en la cara de su hermana mayor cuando,
a punto de ser absorbida por aquella especie de discontinuidad a la que se
enfrentaron, ella la sujetó con su látigo salvándola.
-¿Tú?- Exclamó Petzite.-
-No dejaré que seas la única heroína de esta
historia.- Le respondió Calaverite echando mano de su sentido del humor y su
típico sarcasmo mientras trataba de aguantar frente aquella fuerza absorbente.-
Desde luego que aquello hubiera merecido ya la pena
solamente por ver la cara de su hermana cuando la rescató, ayudada luego por
Kermie y Bertie. Afortunadamente, todas salieron con bien de aquello y aprendieron
una valiosa lección. El poder del amor y la amistad. Y las guerreras, a las que
luego conoció en sus identidades civiles, eran unas chicas estupendas con las
que siempre podían contar. En cierta ocasión, al poco de convertirse en humanas
corrientes, mantuvo una charla con
Minako y Artemis. De hecho, estos la ayudaron a solventar un grave problema
para ella y el resto de sus hermanas. Reunidas en la casa de Sailor Venus
charlaron sobre el particular.
-Verás Mina-chan- le comentaba Kalie a su amiga.- Es
muy hermoso eso de ser humana, disfrutar del cariño de los tuyos y vivir sin
odio ni temor. Pero tenemos una seria complicación.
-Tú dirás, si podemos ayudaros en algo.- Repuso su
rubia interlocutora dedicándole una mirada entre curiosa y preocupada.-
-Queremos abrir una pequeña tienda de cosméticos. No
ese pequeño puesto con el que hemos empezado, sino un local más grande. Ya
sabéis, era nuestra tapadera cuando trabajábamos para la Luna Negra y es lo que
mejor sabemos hacer. Pero hay un grave problema. No disponemos de ningún
documento legal. Para hacer esos trámites deberíamos tener al menos partidas de
nacimiento, estar censadas. Cosas así…
-Comprendo – musitó Minako mirando ahora de reojo a
Artemis para convenir con su amiga.- Si, ese es un problema serio. No sé.
Tendría que hablarlo con las demás. A ver si podemos hacer algo.
- Bueno,- terció el gato ahora con un tono menos
inquieto que las dos humanas al declarar.- Tanto Luna como yo tenemos acceso a
los ordenadores de nuestro cuartel general. Desde allí creo que sería factible
el poder crearos unas identidades e introducirlas en el sistema.
-¿De verdad podríais hacer una cosa así?- Se
sorprendió Karaberasu.-
- Dadnos unos días y veremos qué se puede hacer. –
Afirmó Artemis.-
- Eres un encanto. Muchas gracias. - Sonrió Kalie
tomando al gato con ambas manos y dándole un sentido beso en su media luna.-
El
felino en cuestión enrojeció sus mejillas ante las risas de ambas chicas. Y
desde luego que cumplió su palabra. Ninguna de las hermanas sabía cómo pudo ser
aquello posible pero, tras darles unos nombres y el apellido Malinde (éste
último a ocurrencia de Bertie y que todas suscribieron) los gatos se ocuparon
de proveerlas con lo necesario. ¡Incluso con permisos de circulación! El propio
Mamoru les dio unas clases para poder ser unas expertas al volante. O al menos
para ser capaces de conducir un vehículo sin problemas. Aunque como no tenían
coche eso no las preocupó en exceso, pero nunca se sabía. Ahora, tras hacer
memoria de aquello, Kalie sonrió, pensando en tanto retornaba lo más
rápidamente posible al piso para reunirse con Petz.
-No os defraudaremos chicas. Tenemos mucho que
agradeceros por esta nueva oportunidad de vivir la vida. Ahora nos ha llegado
el turno de ayudaros a combatir el mal.
Roy
por su parte se fue a buscar a su amigo. Cuando le recogió conversaron sobre los
progresos de Tom y el tema fue girando hacia las chicas. De hecho ambos
charlaron sobre ellas largo rato. En realidad Roy estaba algo inquieto, le daba
por pensar en que últimamente que sus compañeras tenían demasiados secretos
entre ellas, a pesar de apelar a su condición de temas familiares. Y eso era precisamente
lo que le escamaba más.
-¿No las notas algo raras en estas últimas semanas, Tom?-
le preguntó a su amigo casi con un susurro. -
- Yo no encuentro nada especial en ellas - contestó
éste limitándose a encogerse de hombros y queriendo saber a su vez. ¿Por qué lo dices?
- Es una sensación.- Explicó Roy confiándole a su
compañero. - Ambas se miraban de modo extraño, como si quisieran ocultar algo.
No es la primera vez que se van corriendo sin ningún motivo aparente.
- Estás enamorado de Bertie, ¡eso se nota! Por eso
te preocupas por todo - rio Tom descolocando a su amigo por completo. -
- No, te aseguro que no tiene que ver con eso. - Se
defendió su compañero. -
- No trates de negármelo, amigo. Se te nota y te sucede
como a mí, temes por ellas. Pero estarán bien, seguro. - Le animó su compañero
con demasiada rotundidad como para
resultar sincero. -
- Sí, es verdad - reconoció pese a todo Roy - quiero
a Beruche, igual que tú a Cooan. Pero Tom, amigo, esto es diferente, no tiene
nada que ver.-Insistió proponiendo.- Creo que deberíamos ir al apartamento de sus
hermanas y hablar con ellas a ver si nos esconden algo.
- No seas ridículo, hombre. Deben ser problemas domésticos,
cosas de hermanas. - Se apresuró a responderle su interlocutor restándole
importancia para agregar incluso con tono de cierta vergüenza. - ¿Qué pasaría
si nos presentamos allí y estuviesen discutiendo sobre cosas personales?
- No estoy seguro pero, presiento que pueden estar
involucradas en algún asunto serio. Que me esconden alguna cosa importante y
eso me inquieta.- Le confesó Roy añadiendo con más gravedad - Tom, tú no sé si
te preocupas hasta ese punto, pero a mí me da miedo que se metan en algo
peligroso.
- No lo sé - repuso su amigo comenzando a dudar si
hacía bien en callarse. - No me lo perdonaría si les sucediera algo a Bertie, Connie
o alguna de sus hermanas. A pesar de que ellas tengan...
Y maldijo su descuido, había hablado demasiado.
Ojalá que su compañero no se hubiera percatado de ello, pero éste sí que lo
había hecho.
Roy
notó a su amigo nervioso, como si se callase algo que él no sabía.
- Tú me estás ocultando algo, Tom - le dijo
escrutándole con ojos inquisitivos, más cuando éste desvió la mirada. - Hay
algo que no me has contado ¿Qué es?
- No, no… te aseguro que no, Roy - tartamudeó su
interlocutor que seguía mirando hacia otro lado para no enfrentar sus ojos a
los de él. -
- Ahora eres tú el que no puede engañarme - afirmó
su compañero mirándole fijamente para apelar. - Somos amigos. Vamos, ¡por favor!,
yo soy el Guerrero Dorado. Si están en algún aprieto puedo ayudarlas. ¿Quién
mejor que yo? No puedes permitir que se expongan a peligros innecesarios. Lo
que sea que puedas saber de ellas, si implica algo concerniente a su seguridad.
Debes contármelo para que pueda protegerlas.
Su
amigo respiró envarado, luchaba consigo mismo. Había hecho una promesa
pero su contertulio tenía razón. Las
vidas de las chicas estaban por encima de eso, suspiró y tomó la palabra.
- Connie es una de las justicieras. - Le confesó
Tom. - La Dama del Fuego.
-¿Cómo?- exclamó su interlocutor abriendo unos ojos
como platos. - Esas de las que se habla en los periódicos y que luchan también
contra los demonios. ¡Las que vimos en el concierto!
- Así es - confirmó su compañero. -
- Entonces, eso quiere decir qué...- Musitó el chico
que dedujo lo evidente, su mente no tuvo problemas para hacerlo. –
Ahora comprendía
las curiosas coincidencias entre ausencias de las chicas y apariciones de las
Justicieras. Sin ir más lejos en el concierto, cuando ellas se fueron al servicio
aparecieron las luchadoras.
- Luego entonces si Connie es una de ellas - repitió
casi sopesando cada palabra -... ¡Las demás hermanas también lo son, Bertie!-
Exclamó, aun sin pese a todo, sin podérselo creer. -
Y dirigió
a su amigo una mirada de reprobación ¿Por qué demonios se lo habría ocultado?
- No podía decírtelo, Connie me lo pidió,- trató de
justificarse Tom leyendo esos pensamientos en los ojos de su compañero. - Pero
no he podido callarlo. Además, lo supe hace muy poco, cuando nos atacó esa
diablesa. Y al parecer no somos los únicos que podrían estar al tanto.
- Debiste haberlo dicho antes - le reprochó Roy a
pesar de la disculpa. Aunque enseguida añadió conciliador. - Comprendo que
estuvieras en un dilema, por suerte aun no ha pasado nada.
- Tampoco les he dicho que tú eras el Guerrero
Dorado y seguramente a ellas les gustaría saberlo, Roy. Compréndelo, la misma
promesa que te hice a ti, se la hice a ella.- Aseveró su compañero.-
- Tienes razón. Y has tenido que romperla porque yo
te he insistido. Lo siento, gracias por confiar en mí, amigo.- Se disculpó
ahora su interlocutor animando a su compañero. - No te preocupes, de cara a
ellas no sé nada. Las seguiré discretamente y me aseguraré de que no sufran ningún
daño. Te pido como un favor personal que no les digas nada de mí todavía. En
cuanto a quién más podría estar enterado…
-Sospecho que April sabe alguna cosa. Connie la ha
visto actuar de forma muy extraña.
-Sí, y eso me lleva a cuando la vimos entrar en el
cuarto de las chicas a buscar vete a saber qué.- Convino su amigo, añadiendo.-
Creo que deberíamos tener una conversación con esa chica, ya.
-Sabes que acordamos que ellas se ocuparían. No quisiera
faltar a mi palabra dos veces en un día.- Suspiró Tom.-
-Es cierto. Además, ahora es más urgente comprobar
si están bien. Dame un poco de tiempo, no tardaré mucho.- Le aseguró su contertulio.-
Tom
asintió y Roy se despidió de él, saliendo raudo hacia el apartamento de las
chicas. Mientras tanto, la súcubos había llegado al piso de éstas, con una llave
maestra que materializó, abrió la puerta y sigilosamente se deslizó dentro, a
la habitación de Petz.
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