Capítulo 29. Karaberasu en Poder del Enemigo.
Cuando la muchacha recobró el conocimiento su vista
estaba algo nublada. Pasaron unos segundos hasta que se le aclaró y tomó conciencia
de lo que le sucedía. Se encontró atada sobre una gran mesa, con los brazos y
las piernas estiradas y separados, completamente desnuda. Sólo llevaba la
piedra colgante al cuello y ésta brillaba intensamente. Tenía frío del contacto
de aquella gélida losa en su espalda y por la brisa nocturna que se notaba por
allí. Estaba aterrada, no podía ver más que un débil reflejo que le llegaba
desde un alto techo y sólo esforzándose fue capaz de mover su cabeza a un lado
y otro para no encontrar nada más que una malsana luz rojiza. Pero escuchaba
siseos entre las sombras cercanas que se producían por esa mala iluminación del
lugar. Hacia ella se acercaron entonces siniestras figuras y casi podía
llegarle el hálito de sus respiraciones entrecortadas.
- ¡Soltádme cerdos!- les chilló Karaberasu con asco
y vergüenza - ¡Si a alguno se le ocurre ponerme la mano encima juro que lo
mataré!
En
respuesta a su alrededor escuchó risas de burla y jadeos excitados. Pero una
voz gutural retumbó por toda la estancia estruendosamente haciéndolas callar y
estremeciéndola a ella misma de pavor.
- ¡No la toquéis, es mía! - gritó Karnoalk
acercándose hasta su presa, los sectarios retrocedieron al momento ocultándose
entre las sombras, en tanto aquel demonio exclamaba. - ¡Sólo yo tengo derecho a
disfrutarla!
- ¿Qué pretendes de mí?, ¡suéltame y lucha si te
atreves! - le retó Karaberasu tratando de aparentar más coraje del que en
realidad tenía. - ¡Cobarde!
- ¡Uuh! – su interlocutor esbozó una sonrisa de
complacencia halagando a su prisionera con regocijada amabilidad. - Eres
valiente, eso me gusta, te daré la oportunidad que me pides de luchar. - Y de
inmediato lanzó a la prisionera sus ropas y la desató usando sus poderes. -
Ella
se vistió con rapidez y empuñó su látigo recobrando algo de su valor y
confianza.
- ¡Ahora ven si te atreves! - exclamó Karaberasu colocándose
en guardia. -
- Eres una pobre ingenua, ¡ja, ja, ja! - Se burló el
demonio acercándose a ella sin ninguna prisa con el destello rojizo de sus ojos
destacando entre la penumbra. – Pero me agrada que demuestres tanto valor. Lo
hace mucho más estimulante.
Kalie
se sintió intimidada por el tamaño de ese individuo, aunque se forzó a
plantarle cara y replicó con audacia.
- ¡Toma un estímulo para que aprendas!
Blandiendo
su látigo la justiciera golpeó al demonio azotándole la cara. Karnoalk sangró
por el labio inferior, con un color rojo brillante, pero se lamió su propia
herida restañándose la sangre y siguió aproximándose lentamente sin dejar de
sonreír y declarando con divertida excitación.
- Eso me gusta, me gusta mucho, ¡sigue así, nena!
Tienes mucho carácter, creo que voy a disfrutar domándote, pequeña zorra.
- ¡No te será tan fácil derrotarme!, y si he de
morir venderé muy cara mi vida. - Espetó su adversaria que volvió a atacar
invocando su poder. – ¡Fuerza del Trueno! - exclamó lanzando un rayo contra su
enemigo en el que reunió todas sus fuerzas. -
Karnoalk
se limitó a encajar el ataque dejándose estremecer por aquella descarga que,
sin embargo, no le produjo ningún efecto. Avanzó aún más colocándose a muy poca
distancia de la atemorizada Karaberasu que ya jadeaba agotada en busca de oxígeno.
La joven comenzaba a darse cuenta de que ese ser era demasiado poderoso para
ella. En realidad, el demonio se limitaba a jugar con su víctima y la chica por
más que pensaba era incapaz de encontrar la manera de vencerle. Además, ese
individuo era enorme, por lo menos mediría dos metros.
- No me importa morir. No te tengo miedo. - Declaró
ella armándose de valor y escudándose en su látigo. -
La justiciera se rodeó con su arma, el largo látigo
refulgía ahora con destellos dorados, cualquiera que tratara de aproximarse a buen
seguro se quemaría. Pero Karnoalk la miró sonriendo maliciosamente y replicó
con una carcajada.
- No te preocupes. De momento no perderás tu vida,
es más, me interesa que estés vivita y coleando, a ser posible que te muevas mucho,
¡ja, ja, ja!
- ¡Maldito! No te burles de mí - gritó la justiciera
chasqueando su látigo y volviendo a lanzarlo contra él. -
El arma le
golpeó en la espalda al demonio que se llevó un brazo hacia la misma girando su
cabeza. Aprovechando el momento de aparente desconcierto de su rival la Dama
del Trueno le lanzó una patada en el vientre. Éste se dobló por el golpe, simulando
que le dolía. Tan bien lo hizo que la muchacha sonrió esperanzada e incluso los
sectarios se aproximaron hacia su enemiga con dagas en las manos, pero el
demonio se apresuró a erguirse y ordenarles que se apartasen.
-No os acerquéis, ¡ahora es mía!, ya tendréis tiempo
de divertiros con ella después...de que lo haga yo, claro.
- ¡Yo no soy el juguete de nadie, maldito bastardo! -
Chilló Karaberasu golpeándole de nuevo con su látigo.
Sin embargo, esta vez Karnoalk lo agarró al vuelo y
tiró de él. A pesar del calor del arma, el demonio no pareció verse afectado.
- ¿Cómo es posible? - Exclamó la muchacha, entre
atónita y aterrada. -
- ¡Ja, ja, ja! ¿Creías que un juguete como este
podría afectarme? Este calorcito es de lo más estimulante.
Y aunque su enemiga intentó aguantar a pie firme, la
fuerza de Karnoalk era muy superior. Con otro tirón la levantó literalmente del
suelo atrayéndola hacia él y atrapándola entre sus poderosos brazos.
- ¡Ahora serás mía! - aulló el demonio con la voz tomada
por el deseo. - Se terminaron los preliminares.
- ¡Suéltame! – Le exigió, la justiciera en tanto pataleaba
y golpeaba impotente contra su captor. -
Pero de nada le servía. Karnoalk levitó con ella
colocándola sobre la mesa. Arrancándole el látigo de las manos el demonio lo
arrojó lejos y sentenció con sorna.
- Ya no vas a necesitar esto, quizás lo use yo luego
para animar el juego, ¡ja, ja, ja!
Pese
a la enconada resistencia de Karaberasu, quien se arqueaba tratando de agitarse
y moviendo las piernas, Karnoalk ató nuevamente sus manos y pies. Con un
sorprendente cuidado abrió la parte superior del uniforme de la chica dejándole
los pechos al descubierto. Se recreó mirando la expresión de terror en los ojos
de su víctima y la despojó de sus ropas acariciándola rudamente mientras se relamía.
La dejó en ropa interior mientras él mismo se despojaba de su armadura, pieza a
pieza. Ella tuvo el horrible presentimiento de que el demonio no iba a
sacrificarla, al menos por el momento. Entonces supo lo que quería.
- ¡Por favor! - Suplicó con balbuceos de angustia. -
¡Eso no!, mátame si quieres, ¡te lo suplico!, dame un final digno, ¡pero eso
no!...
- ¿Un final digno? - Rio él con sarcasmo, para
preguntar. - ¿Es que no sabes quién soy yo? –Y tras hacer una pausa dramática
añadió en alta voz, lleno de orgullo. - ¡Soy Karnoalk, coronel de la horda,
demonio del sexto círculo, Señor de Dite y Barón de las Tinieblas de Hazel!,
estúpida hembra humana mortal. Te aseguro que la mayoría de las diablesas se
matarían por estar en tu lugar. No sabes el honor que te hago. Vas a experimentar
un placer que sobrepasa tu limitado conocimiento. Ahora relájate y disfruta,
será mucho mejor para ti, o puedes resistirte si quieres, eso siempre me excita
más.
- ¡Nooo! - gritó Karaberasu con desesperación y
presa de la más absoluta impotencia. - ¡Por favor, chicas ayudadme os lo
suplico! ¿Dónde estáis? - lloraba y trataba frenéticamente de liberarse, pero
era inútil. - ¡Socorro!
El
demonio se irguió totalmente desnudo ante su presa. La chica tuvo una visión
que la paralizó. Podía verle sin nada que le cubriera y Karnoalk clavó a su vez
sus ojos sobre los de ella. Parecía querer hipnotizarla como una serpiente a un
ratón antes de devorarlo. Y la muchacha no pudo hacer absolutamente nada salvo
gritar y sollozar sufriendo uno tras otro los abusos a los que fue sometida por
ese desalmado monstruo.
- ¡Noo! – Gemía retorciéndose impotente. - ¡Por
favor!... ¡Noo!
Karaberasu
estaba casi totalmente paralizada y apenas sí podía mover sus extremidades. El
demonio la tenía completamente a su merced y se deleitó haciéndola sufrir. Para
él era música celestial escuchar los chillidos de dolor y angustia de su víctima,
así como sus súplicas. El resto de los presentes se entregaban a su vez a
sendas celebraciones orgiásticas más que animados por el espectáculo que
presenciaban. Alguno de ellos eran nuevos reclutas que admiraban el poder de su
amo. Uno de ellos sobre todo se excitaba sobremanera. Si esa justiciera era la
hermana de esas chicas a las que conocía, ¿por qué no hacerles lo mismo también?
-Solamente espero que el Señor Karnoalk nos
recompense por nuestra lealtad. - Pensaba con lujuria. -
No
obstante, otro de sus compañeros de secta y de facultad no pensaba eso. Se
había unido a la secta creyendo otra cosa, que luchaban por acabar con las
mentiras del orden establecido. Ahora, viendo ese terrible espectáculo se
horrorizaba. Moviendo la cabeza despacio, aunque sin atreverse a protestar.
-Me matarían si dijese algo. - Pensaba con una
mezcla de miedo y consternación. -
Y la propia Paige estaba allí, tras haber acompañado
a alguno de esos nuevos hermanos. Igualmente, repugnada por aquello. Esa pobre
chica estaba sufriendo un auténtico calvario.
- ¡Dios se apiade de ella! - Pensaba.- Solamente
deseo que mi hermana se mantenga al margen.
Y en efecto, para la justiciera aquellos momentos se
convirtieron en siglos. No quería gritar más, para no darle a ese repugnante
demonio aun más motivos de placer, empero las vejaciones que ese engendro le
producía eran tales que apenas podía contenerse. No obstante, lo peor llegó
cuando fue completamente forzada y sintió como algo se le desgarraba por
dentro.
-Hermanas… guerreras… ¿Dónde estáis? ¡Salvadme os lo
suplico! - Gritaba sintiéndose totalmente destrozada. - ¡Aaah!
La desamparada joven aulló sobrepasada por el dolor cuando
su agresor la penetró con furia.
- ¡Ah!, ¡Sí! -Jadeaba con deleite su violador viendo
con su presa chillaba y gemía llena de miedo y padecimiento. - Siente todo mi
vigor…
El
demonio, recreándose en esto, empujó durante unos horribles e interminables
minutos. Karaberasu con la mirada vidriosa y los ojos inundados de lágrimas
dejó por fin de quejarse. Ya no sentía nada, estaba perdida en medio de una
nebulosa de padecimiento, casi inconsciente. Ni siquiera notó cuando Karnoalk rozó
fuertemente su cuello con los colmillos
haciéndola sangrar. La muchacha sí que sintió como un torrente de ardiente
fluido se precipitaba por sus entrañas cuando el demonio, por fin, consumó el
acto excitado. Ella no pudo soportarlo más y abrumada por el dolor se desmayó. De
su entrepierna manaba un hilo de sangre cuanto su agresor, levantándose
despaciosamente, la dejó sentenciando entre risas y lamiendo con deleite el
abdomen de su víctima.
- ¡No ha estado nada mal!, sólo me faltaría beber su
sangre, pero yo no soy ningún vampiro. A decir verdad, me ha gustado más que
hacerlo con las súcubos que disfrutan infligiendo y recibiendo dolor. Pero el
poseer de este modo a una humana en contra de su voluntad provocándole todo
este sufrimiento, dolor y humillación es absolutamente maravilloso, ¡ja, ja, ja!...
Se vistió nuevamente con su armadura y contempló a
su víctima tendida e indefensa, desmayada sobre aquella mesa con el moño de su
cabeza deshecho dejando esparcida su larga cabellera de color castaño y con restos
de lágrimas en sus cerrados ojos. Pero lejos de inspirarle piedad alguna se
regocijaba con la visión de esa muñeca rota. Finalmente se giró totalmente
indiferente a ello y les indicó a los sectarios que se acercasen.
- Ahora es toda vuestra, ¡preparadla para el sacrificio!
- Y sin más interés en su inerme presa desapareció. -
-Ya lo habéis oído, indicó uno de los líderes de
esos individuos. - ¡Tú! - Le ordenó a Paige. - Te ocuparás de lavarla y vestirla.
La
interpelada, realmente asustada, no tuvo más opción que aproximarse a esa pobre
desgraciada que seguía inconsciente. Un par de sectarios se ofrecieron a
ayudarla. Aunque uno de ellos aprovechó para poder tocar los senos y las partes
íntimas de esa chica.
- ¡Cerdo! - Espetó Paige con indignación. –
- ¡Vamos! - sonrió lascivamente ese tipo, sin
preocuparse en absoluto, cuando alegó. - Ya ha sido usada por el amo. Dijo que
podríamos gozar también de ella.
-Pero tiene que estar viva para el sacrificio. Y
podríamos matarla. - Le replicó el otro individuo, añadiendo con tintes de advertencia.
- ¿No querrías ser tú quien estropease la ofrenda, verdad?
Ese
canalla enseguida movió la cabeza. Aquello le asustó tanto que hasta se apartó
de la justiciera. Al fin, entre Paige y el otro hombre la transportaron a una
salita próxima que disponía de una bañera. Tras llenarla de agua, metieron a
esa chica dentro.
- ¡El agua está fría! - Protestó Paige. -
-Quizás le venga bien, para que las hemorragias se
le cierren. - Comentó indiferentemente el otro tipo. -
Su
interlocutora no tuvo más remedio que asear del mejor modo que pudo a esa pobre
muchacha y después sacarla de la bañera con la ayuda de su acompañante. Éste
las dejó a solas allí. Paige entonces pudo secar a esa mujer con una toalla.
-Aguanta. - Le susurró tratando de sonar animosa.-
La víctima de aquel terrible abuso estaba ahora
semiinconsciente, murmurando algo ininteligible. Su buena samaritana suspiró.
Recordaba como había llegado hasta allí esa noche. Una hora antes apenas estaba
en su habitación. Llamaron a la puerta. Al asomarse por la mirilla vio a su
hermana. Abrió de inmediato.
- ¿Qué estás haciendo aquí? - Le inquirió con una
mezcla de inquietud y sorpresa. -
- ¡Han secuestrado a una de las justicieras! - le
contó April, alegando. - Tengo miedo de lo que puedan hacerle.
-No te mezcles en nada. - Le aconsejó ella entonces.
-
-Pero Paige, ellas me salvaron. - Afirmó su contertulia.
- Al menos le debo eso.
-No sé qué puedo hacer. - Declaró la aludida. -
Y
volvieron a llamar a la puerta con una combinación de sonidos que eran muy reveladores.
Era la llamada secreta de los sectarios. Paige enseguida le indicó a su
hermana.
-Vete al cuarto de al lado, allí está durmiendo Marla.
Escóndete…
April
corrió a obedecer. Al poco, Paige abrió la puerta. Eran dos tipos que se
cubrían con sendas capuchas. Uno de ellos, con voz ronca, le ordenó.
-Ven con nosotros, se requiere tu presencia.
-Pero...tengo que vestirme antes. - Objetó ella que
estaba apenas en camisón. -
-Cinco minutos. - Le indicó el otro individuo. -
La chica
asintió y se dio prisa en meterse en la habitación que ocultaba a su hermana.
Enseguida y en tanto se cambiaba, le comentó.
-Tengo que ir con ellos, por favor, quédate con
Marla.
April
asintió sin decir nada. Su hermana salió del cuarto ya vestida. Cerró la puerta
de esa habitación y tras ponerse unos zapatos les dijo a esos dos.
-Estoy lista.
Ambos
asintieron, bajaron por las escaleras y la condujeron a la calle, allí
aguardaba un vehículo. Nadie dijo nada y ella no se atrevió a preguntar a donde
iba. Al fin llegaron a una zona apartada de la ciudad, unos viejos edificios de
almacenes se levantaban allí. Entraron por la desvencijada puerta de uno que
ocultaba a su vez otra nueva. Al abrirla Paige entró en una amplia sala, en
donde un grupo de acólitos vestidos con túnicas y llevando capuchas que les
ocultaban el rostro, aguardaban llenos de expectación. La chica pudo mirar
entre ellos observando a una mujer joven, vestida con un extraño uniforme, que
estaba inconsciente y tendida sobre una losa.
-Ocúpate de desnudarla. ¡Rápido! - le urgió uno de
los que la habían llevado allí. -
Observando
a la concurrencia y, sobre todo, escuchando algunos jadeos excitados, Paige
decidió que sería mejor obedecer antes de que esos pervertidos se ocupasen de
hacerlo ellos mismos. Con sumo cuidado despojó a esa pobre infeliz de sus
ropas. Luego, dos individuos la ataron ceremoniosamente.
- ¿Qué vais a hacerle? - Se atrevió a preguntar con
voz trémula. -
-Nosotros, por ahora, nada. Será el maestro quien se
ocupe. - Declaró un encapuchado que parecía estar al cargo. -
- ¿Maestro? ¿Qué maestro? - Quiso saber ella. -
Aunque
a los pocos segundos hubiera preferido no hacer tal pregunta. Una niebla
sulfurosa apareció cerca de su posición. Se apartó de inmediato yendo a
esconderse entre esos tipos. A los pocos instantes, y tras disiparse esa
neblina vio a un ser enorme, de al menos dos metros, con rostro humano y ojos
rojos que brillaban como dos luces de rubí. Paige estaba aterrorizada. ¡Aquello
no era de este mundo! Y ese individuo, con voz gutural y retumbante tomó la
palabra en tanto los acólitos se ponían de rodillas ante su presencia.
-Bien, habéis cumplido bien. -Les elogió queriendo
saber de inmediato, en tanto dedicaba toda su atención a esa pobre chica que
yacía allí atada y desnuda. - ¿Está viva?
-Por supuesto. Mi amo Karnoalk. - Se apresuró a
replicar ese tipo que parecía ser el líder de los acólitos. - No tardará en
despertar….
Paige
estaba también arrodillada, más que nada por no llamar la atención de ese
monstruo. Para su alivio los demás se pusieron en pie enseguida. Ella misma les
imitó y tras unos minutos de tensa espera en la que ese individuo enorme y diabólico,
ni ninguno de sus sirvientes pronunciaron palabra, esa pobre chica despertó.
Ahora, en cambio permanecía inconsciente. Quizás eso fuera lo mejor que pudiera
pasarle.
-Lo siento muchísimo por ti. No te merecías esto. -
Se lamentó Paige en tanto la vestía con una túnica blanca que le habían dejado.
-
Al
poco, otros dos individuos entraron apartándola bruscamente en tanto tomaban a
esa muchacha de los pies y los hombros para llevarla entre ambos. Un tercero,
el tipo que estaba al mando allí, le espetó bajo su capucha.
- ¡Lárgate de aquí!
Y
ella se apresuró a obedecer. Tuvo que salir de allí y deambular por la calle
hasta ser capaz de llegar a una parada de autobús. Al fin abordó uno que la condujo
cerca de su casa. Al llegar, entró cerrando tras de sí. Su hermana April la observaba
con expresión preocupada. Más cuando Paige no pudo evitar llorar y musitar.
-Lo siento, no pude ayudarla…
Las
demás justicieras entre tanto se acercaban hacia la guarida de la secta. Roy
hizo lo propio y llegaron hasta la puerta casi a la par. Él las vigilaba en el
aire sin transformarse aun, pues quería permanecer oculto. Petz lanzó un rayo
que destrozó la puerta y las tres entraron. El chico pasó unos instantes
después. Vieron enseguida a Karaberasu tumbada sobre una gran superficie de
piedra, vestida con una túnica blanca. Los jirones de su uniforme y su piedra
colgante estaban apilados en una esquina de la losa que la sujetaba. Entre
letanías y una demencial atmósfera de jadeos, chillidos de excitación y
carcajadas macabras, el maestro de ceremonias estaba dispuesto a sacrificarla.
Empuñaba una afilada daga curva y recitaba una larga cadena de invocaciones
satánicas.
- ¡Oh, Gran Maestro! – Exclamó con gran regocijo. - ¡Acepta
esta humilde ofrenda de nosotros, tus leales siervos!
Estaba
presto a clavar la daga en el corazón de Karaberasu cuando fue fulminado por
una flecha de fuego de Cooan y un rayo de hielo de Beruche. El resto de los
sectarios quedaron confusos al principio, pero después les invadió el pánico.
Pese a todo atacaron a las chicas que, en esta ocasión, se sentían fuera de sí
por la furia y el temor a lo que le hubiera hecho a su hermana y les dejaron
fuera de combate sin contemplaciones hiriendo de gravedad a más de uno.
- ¡Vamos Kalie, despierta! – Le pidió Beruche
llegándose hasta la muchacha y tratando de reanimarla a la vez que la desataba.
La zarandeó suavemente por los hombros y con palmadas en la cara e insistió
alarmada - ¡Vamos, vuelve en ti, por favor!
- ¡Debemos sacarla de aquí y rápido! - intervino
Cooan muy asustada también. - Parece que está malherida.
- ¡Tiene sangre en el cuello! - exclamó Petz
horrorizada al examinarla con más detalle - ¡malditos bastardos! ¿Qué le habrán
hecho? - Escupió temblando de ira y temor. -
Por
fin los esfuerzos en despertar a su hermana dieron su fruto. Agónicamente
Karaberasu se reanimó abriendo los ojos. Lo primero que vio entre una nebulosa de
confusión fue la confortadora sonrisa de su hermana Beruche que la tomó de la
mano. Estaba atontada y no sabía ni donde se encontraba. Por ahora todo lo
anterior parecía tan sólo una terrible pesadilla. Solamente un dolor
generalizado, más agudo en sus partes íntimas, le recordaba vagamente lo sucedido.
- Bertie, ¿eres tú? - musitó muy débilmente. - ¿Dónde
estoy?...
- Tranquilízate - le respondió la interpelada con
suavidad aferrándole las manos entre las de ella - Ya ha pasado todo.
- ¿Y el demonio? - preguntó con una expresión de
terror en los ojos y visible angustia cuando comenzó a recordar. - ¿Dónde está?
- ¿Qué demonio? - le preguntó Cooan. - Aquí sólo
estaban los sectarios que pretendían sacrificarte.
- ¡Cállate estúpida! - le espetó Petz mientras
observaba la cara de miedo atroz de Kalie. - No tengas miedo, ya está todo controlado.
- Se apresuró a tranquilizarla. -
Y la voz dulce que usó contrastaba con su expresión,
que fulminaba a su indiscreta hermana pequeña con la mirada.
- Lo siento. - Pudo balbucir la autora de ese
inoportuno comentario, bajando la cabeza, consciente de ese desliz. – Estás a
salvo, Kalie…no tengas miedo.
Y
Karaberasu incapaz de contener su angustia y su dolor por más tiempo rompió a
llorar abrazándose a Beruche quien, tan impactada como el resto, trató de
animarla como pudo. Todas creyeron que su hermana lloraba por lo que Cooan le
había dicho y por haber estado prisionera, pero no se imaginaban nada de lo que
realmente había pasado. Ella tampoco se lo quiso decir. Se sentía demasiado
humillada y destrozada moral y físicamente como para ser capaz de hacerlo.
Entonces llegó Roy quien, una vez seguro de que afuera no existía peligro de
que nadie emboscase a las chicas, entró en la sala.
- ¿Estáis todas bien? - preguntó jadeante pues había
llegado a la carrera. - He venido en cuanto me ha sido posible.
- ¿Cómo has
logrado encontrar este lugar? - Le preguntó Beruche sorprendida una vez más de
verle en el sitio indicado. -
- Ya os lo dije. Tom lo localizó con la ayuda de sus
conocimientos de ocultismo. ¿Qué tal estás? - Replicó fugazmente él sin querer
extenderse más y dedicando de inmediato su atención a la rescatada,
interesándose por su estado. – ¿Kalie? ¿Qué ha pasado?
Karaberasu
tenía la mirada perdida, no había reparado en la llegada del muchacho y menos aún
en su pregunta. Estaba encerrada en su propio mundo y no contestó...
- ¿Te encuentras bien? - Le insistió el chico
observándola muy preocupado. -
- ¡Kalie! – La llamó Cooan dulcemente ordenándole el
pelo. – Tranquila. No pasa nada, es Roy que ha venido a ver como estas.
- Sí…, estoy… bien - susurró Karaberasu con un hilo
de voz tratando de rehacerse. -
A duras penas había detenido el llanto y se
esforzaba al límite de sus posibilidades por conservar la calma, pero temblaba
y sus dientes comenzaron a castañetear de modo incontrolado.
- ¡Sácala de aquí! - le pidió una muy inquieta Petz
a Cooan que ayudó a su hermana a levantarse y salir. -
- Será lo mejor. - Convino la interpelada dirigiendo
a la desconcertada joven hacia los restos de sus ropas que la esperaban en una
apartada esquina. - Vamos Kalie…
Roy
se alejó dándoles la espalda para permitir que, en la intimidad, Karaberasu
pudiese desprenderse de esa especie de túnica y vestirse. Colgándose la piedra de
la Justicia al cuello ésta regeneró su uniforme, ¡ojalá pudiera haber hecho lo
mismo por su cuerpo y sobre todo por su alma! Pero al menos ahora, recobrando en
apariencia su dignidad, se sentía un poco mejor. Pese a ello tenía frío, esa
gélida sensación de aquella losa del sacrificio en la que había estado tendida
tanto tiempo se le había colado hasta los huesos y por si eso fuera poco, los
dolores lacerantes en el pubis y otras partes de su cuerpo proseguían
torturándola de un modo casi insoportable.
-Ya no hacemos nada en este maldito antro. - Declaró
Bertie que había permanecido al lado de Roy, quizás para evitarse el trance de
ver a su pobre hermana en ese estado o para no dejar del todo sólo al muchacho.
- Será mejor que nos vayamos. - Les indicó a las demás. -
Petz
asintió y ambas se dispusieron a salir de allí. Beruche miró al chico que
permanecía en el lugar observando ensimismado la zona del sacrificio.
- ¿Vienes, Roy? - Le preguntó deteniéndose en su
caminar. -
- Voy a examinar un momento este lugar, salid y ya
os alcanzaré. No te preocupes por mí, tendré cuidado. Además, ya no queda nadie
peligroso en esta sala. - Afirmó con tono tranquilizador puesto que todos los
sectarios continuaban inconscientes o tirados en el suelo y gravemente heridos.
– Voy a preguntar amablemente a alguno de estos tipos. - Afirmó.-
Beruche
estuvo a punto de pedirle que no lo hiciera, que ya les habían dado un
escarmiento, pero no lo hizo. Observaba a su pobre hermana mayor y un escalofrío
de ira la recorría. Si Roy deseaba golpear a alguno de aquellos cerdos
miserables no sería ella quién lo impidiese. Y el joven se aproximó hasta uno
de los que parecían haber ocupado un puesto preeminente y le agarró de la
túnica elevándole del suelo sin demasiados miramientos.
- ¡Muy bien, escoria! Ahora nos vas a contar dónde
se esconden tus jefes. Y dónde tenéis esas piedras…
-Yo no sé nada de eso. - Escupió aquel tipo, uno de
pelo moreno y rasgos endurecidos de modo desafiante. -
- ¿Ah no? - Sonrió aviesamente Roy declarando en lo
que parecía un tono cordial.- Bueno, en ese caso te dejo tranquilo…perdona por
haberte molestado…
El
sectario miró a aquel chico con gesto de sorpresa, desde luego no esperaba esa
reacción. Aunque su alivio duró poco, sin previo aviso su inquisidor le golpeó
el estómago con un puñetazo que le hizo doblarse de dolor…
- ¡Además de fanáticos, idiotas! - Espetó Roy
dejándole caer al suelo. - ¿Verdad, Dama del Hielo?...
Su
contertulia que le observaba sin inmutarse esbozó una sonrisa de regocijo a su
vez…todo lo que Roy le hiciera a ese bastardo y a los demás estaría bien.
Observó impávida como el joven levantaba del cuello una vez más a ese miserable
y le preguntaba con falsa condescendencia.
-A ver si ahora te acuerdas de algo…haz memoria.
-No… no sé nada…-Insistió aquel tipo con la voz entrecortada,
pero manteniéndose firme. -
-Hoy no es mi día. - Se sonrió su interlocutor,
agregando con pretendida resignación.- Ni
tampoco el tuyo, amigo… a veces vale más no levantarse de la cama.
Y
lanzó a aquel tipo contra un muro cercano. Ese hombre protestó con un grito
ahogado al chocar con la pared. Ahora al caer boca arriba sangraba profusamente
por una ceja y parecía tener roto algún diente… Sin importarle demasiado Roy se
acercó a él y le pisó una rodilla haciéndole gritar…
-Entonces probemos con esto. ¿Qué le habéis hecho a
esa justiciera?
- ¡Ah! - Era lo único que podía replicar ese individuo.
- ¡Me haces daño!
- ¡Y más que te voy a hacer, sabandija! Así que te
duele, ¿eh? Sois muy valientes contra una mujer sola y atada... ¿Verdad? ibais
a matarla a sangre fría.
-Era un…sacrificio… para nuestro amo…- Replicó al
fin aquel tipo. -
-Pues tengo noticias para ti. - Masculló Roy con
patente furia ahora en tanto lo jalaba de la túnica para levantarle con
brusquedad hasta que sus ojos quedaron frente a los de aquel aterrado individuo.
- Dile a tu amo que se han acabado los sacrificios de inocentes. Y que mis
amigos y yo nos ocuparemos de él. Pero mientras tanto. ¿Qué te parece si te
sacrifico yo a ti?
Y
en tanto lo decía apretaba el cuello de ese hombre con una de sus manos de tal
forma que el aferrado comenzaba a no poder respirar, se debatía entre espasmos
tratando desesperadamente de tomar aire. Sin embargo, a Roy no parecía
importarle mucho. Al fin sintió una suave mano sobre la que agarraba a ese
sectario. Al mirar descubrió atónito que era Bertie. La chica finalmente se
había acercado preocupada. Incluso a pesar de la rabia que sentía contra esos
canallas se daba cuenta de que aquello no estaba bien.
-Basta, por favor…no podemos acabar siendo lo mismo
que ellos…
- ¡Son basura! - Replicó su contertulio en tanto
mantenía su presión. - Se merecen que les apliquen la misma consideración que ellos
muestran por los demás.
- No somos así, ¡tú no eres así! - Le suplicó ella
con los ojos llorosos tras el antifaz, alegando. - Tenemos motivos para odiarles,
pero si caemos en eso…no podría mirar a mis amigas a la cara…y tú, por favor,
piensa si a tus padres les hubiera gustado verte actuar así.
Eso
conmovió al chico. Podía recordar los rostros de sus padres adoptivos e incluso
alguna regañina que le dieran cuando cometía alguna de sus travesuras.
-Cariño. Que alguien actúe mal, incluso contra ti,
no quiere decir que tú debas seguir su ejemplo. Esa clase de personas no son
tus maestros. – Evocó esas palabras de su madre. - Por favor, prométeme que serás
bueno.
Cedió entonces soltando a ese tipo
que se desplomó en el suelo sin conocimiento…
-Te lo prometo, mamá. - Recordó que respondió cuando
apenas sí tenía diez años.- Tienes razón.- Suspiró entristecido ahora
dirigiéndose a la justiciera.-
Enseguida
abrazó a Beruche. La joven sufría visiblemente tras dedicar una mirada hacia
sus otras hermanas que intentaban ayudar a Karaberasu a caminar. Roy entonces
le susurró al oído con todo el afecto y la ternura que pudo reunir.
-Se pondrá bien. Nos tiene a todos para cuidar de ella.
Por suerte no pudieron hacerle nada. Llegamos a tiempo. Gracias cubito. Gracias
por estar ahí para recordarme los valores que me inculcaron.
Ella
le miró sonriendo esta vez con más optimismo. Así pudo responder.
-Tuve unas buenas maestras. Unas que me enseñaron que el odio no es bueno…y
que es mejor ser justo que vengativo.
-Llamaremos a las autoridades. Se ocuparán de estos tipos.
- Convino entonces Roy que añadió algo pensativo. - Voy a ver si puedo encontrar
alguna pista y enseguida me reúno con vosotras.
-Ten cuidado. - Le pidió ella. -
-Aquí ya no hay peligro. – Sonrió el chico posando
sus manos delicadamente sobre los hombros de la joven. - Será mejor que vayas
con tus hermanas. Estaré bien.
- A pesar de eso no tardes, por favor. - Le pidió la
joven con voz queda alejándose de allí. -
Él asintió, buscaba algo que pudiera darle un indicio,
alguna pista para ayudarle averiguar quién estaba detrás de todo aquello. La
rabia y la impotencia le consumían al igual que al resto de las chicas. ¿Qué
horrores le habrían hecho a la pobre Karaberasu para dejarla así? Era como si
le hubieran robado el alma. Hasta Roy que no la conocía demasiado se daba
cuenta de que la vitalidad y la alegría de esa chica habían desaparecido.
Esperaba que eso fuese temporal y que, superado el susto, volviera a ser la de
siempre. ¡Malditos bastardos, cuánto deseaba ponerles las manos encima! Pero
debía contenerse. Pensaba en ello cuando una proyección de Karnoalk apareció
súbitamente sobre el altar. El muchacho se puso en guardia hasta percatarse de
que sólo era una imagen, aunque ésta en cuestión, se dirigió a él en tono
desdeñoso y desafiante.
- Así que te has atrevido a asomar tus narices por
aquí, Solar. Bien, date por muerto, la próxima vez no será una imagen mía la
que te reciba. Te mataré a ti y a todos tus amigos. - Le amenazó con jocoso regocijo.
-
- ¡Eso habrá que verlo, miserable! - escupió Roy
asegurándole con rabia. - ¡La próxima vez no tendrás tanta suerte, te
machacaré!
- Créeme, estoy impaciente por verlo - se burló la
proyección. -
- ¡Cuándo quieras y dónde quieras! - repuso el chico
con el mismo tono de desafío. Añadiendo amenazador. - No sé lo que le habréis
hecho tú y tus compinches a esa chica, pero lo pagaréis muy caro cuando os
ponga las manos encima.
Sin
embargo, lejos de parecer intimidado, la imagen de Karnoalk se sonrió
malignamente y repuso divertida.
- ¿No me digas que era amiga tuya? Vaya ¡qué pequeño
es el mundo! Sabiéndolo todavía me complace más.
- ¿Qué le has hecho? - Espetó Roy apretando los
dientes y clavando sobre él una terrible mirada. - ¡Habla!
Pese
a ello el demonio no se amedrentó, más bien al contrario, rio con sorna y le
propuso con suficiencia.
- Quedemos para luchar y antes de matarte te lo
cuento. ¿Qué te parece mañana a las veintitrés cincuenta y nueve de la noche?, ¡ja,
ja, ja! Si fuese a las veinticuatro sería pasado mañana, además, los demonios
ponemos esa hora a menudo y a mí me ha gustado siempre ser original.
- Si peleas igual que haces chistes no me durarás ni
un minuto. - Replicó Roy ahora con una despectiva sonrisa de burla. -
- ¡Pobre payaso! - rio el demonio que le espetó. - Te crees muy poderoso por haber eliminado a
una escoria de diablejos. ¿No es así? Pues lamento desilusionarte. Te diré para
tu información que la otra vez que nos enfrentamos no peleé en serio contra ti
y casi te elimino. Cuando mañana me veas desplegar todo mi poder ya no estarás
tan confiado y comprenderás tu error. Pero será tarde para ti.
- ¡No sabes las ganas que tengo de que luches con
todo tu poder! Por mí no te contengas o lo lamentarás. ¡Porque te haré pedazos!
– Replicó el muchacho apretando los puños remachando. – Tampoco yo he usado el
mío al máximo…Cuando lo haga te vas a enterar.
- Eso ya lo veremos, hasta mañana. - Respondió la
proyección que desapareció. -
Roy
se alejó hacia la salida todavía estremecido de furia y ajeno a que Beruche
había vuelto a buscarle pues se estaba retrasando demasiado. Ella pudo oír la
conversación entre ambos, aunque sólo en sus últimos retazos. Se acercó a él
muy preocupada.
- ¿Ese demonio te ha desafiado? - Le inquirió su
compañera con visible preocupación. -
- Sí - respondió secamente el joven que continuó
andando. -
- ¡Pero, tú no puedes aceptar ese reto! - Le objetó
la joven muy asustada - ¡te matará!, es muy poderoso ¿Qué puedes hacer tú?
- Vámonos a casa, - respondió más conciliatoriamente
el chico pasándole un brazo por los hombros y tratando de soslayar el tema. –
Ha sido un día muy duro.
Sin
embargo, Bertie no estaba dispuesta a olvidar ese asunto y volvió a insistir
con el semblante pálido y la mirada cargada de temor y angustia.
- Pero Roy, no debes arriesgarte inútilmente.
- No te preocupes - sonrió él para tranquilizarla. -
No pienso hacerlo.
Beruche,
que supuso que el chico se refería a no aceptar ese desafío al pensarlo mejor,
se quedó más tranquila. Ambos salieron del lugar abrazados. Pero él pensaba en
algo bien distinto en tanto la cabeza de la muchacha se apoyaba en su pecho.
- ¡Te machacaré maldito bastardo, te juro que lo
haré! No voy a permitir que salgas impune de lo que sea que le hayas hecho a
Kalie. Y mucho menos que amenaces la seguridad de las chicas y del resto del
mundo. - Miró cariñosa y decididamente a Beruche mientras seguía pensando. -
Dentro de poco te contaré mi secreto, Bertie. Ya que conozco el tuyo, es justo
que tú también sepas el mío. Únicamente te pido que me des tiempo para acabar
con ese maldito demonio, cariño.
Aunque
ambos pronto salieron de su ensimismamiento. Se reunieron con las demás que
aguardaban con su hermana apoyada en una columna. Agotada y maltrecha apenas sí
podía andar, mover las piernas le reportaba un dolor casi insufrible. Roy, fijándose
en la expresión de esa pobre muchacha, se brindó a llevarla en brazos.
-Van a pensar que somos novios. - Fue capaz de
balbucir la Dama del Trueno, pese a todo, intentando por un instante sonar tan
ácida como solía en sus comentarios. - ¿No crees?
No
obstante, aquellas palabras le salieron entrecortadas casi entre sollozos.
-Claro. - Sonrió Roy, lleno de compasión en su
mirada. Lo mismo que las otras chicas. Aunque pese a todo añadió, tratando de
sonar jovial. - Mientras Bertie no se enfade conmigo…
La aludida intentó sonreír sufriendo como el resto
por su pobre hermana. Por su parte, Kalie aceptó ese ofrecimiento agradecida. Realmente
no podía andar. La arroparon con esa túnica que había llevado puesta para
preservarla del frío nocturno y se dirigieron al piso de las chicas. Durante el
camino Roy sintió el cuerpo de la chica estremecerse con temblores y su temor
aumentó. Algo le sucedía y parecía muy serio pese a que ésta se esforzase por
no evidenciarlo demasiado. La miraba a los ojos y podía captar algo en ellos,
como si pidiera ayuda a gritos. El joven abrió la boca con inquietud, sin embargo,
la chica le aferró el brazo con una de sus manos y movió ligeramente la cabeza
apretando los dientes. No deseaba alarmar más a sus hermanas.
-Tranquila. Te vas a poner bien. - Musitó él con
patente compasión, aunque intentando ser animoso. - Únicamente tienes que
descansar. Ya ha pasado, ya se ha terminado…
La pobre muchacha fue incapaz de replicar, tan solo
esbozó lo más parecido a una sonrisa que pudo. Se abstraía en sus recuerdos
siendo joven, incluso en Némesis. Sus coqueteos con hombres, sus discusiones
con Petz. Después pensaba en la Tierra y en su nueva vida, la tienda y esos
paseos con su amiga Minako yendo de tiendas y ligando con chicos. Todo aquello
le parecía ahora irreal y utópico, como si jamás hubiera sucedido.
- ¡Oh, Dios! - Musitaba. - ¿Por qué has permitido
que me hicieran esto? ¿Ha sido un castigo por ser como fui?
El muchacho volvió a mirarla, creyó haber oído algo,
pero ahora la joven estaba con los ojos cerrados. Quizás se hubiese dormido.
Tanto mejor así. Cuando por fin salieron a la calle, las chicas recobraron sus
identidades civiles y llamaron un taxi. Subieron Roy, junto con Karaberasu que
iba en sus brazos, acompañados por Bertie y Cooan que pudieron meterse en la
parte trasera. Petz subió junto al conductor.
-Buenas noches. - Saludó el taxista, un tipo regordete
y calvo. - ¡Menuda fiesta, eh, amigos!
-Sí, ha sido una buena. Mi amiga ha bebido mucho. -
Contestó Roy de un modo bastante natural. -
-Son ustedes demasiados. - Objetó ese tipo,
afirmando con algo de inquietud. - Podrían multarme.
-Esto para que pague la multa. - Intervino Petz ofreciéndole
un billete de cien dólares. -
Aquel
individuo lo aceptó encantado, para declarar con más despreocupación.
-Bueno, no creo que eso pase a estas horas. La
policía tiene otras cosas de las que ocuparse. Acomódense como puedan. ¿A dónde
quieren que los lleve?
Le
dijeron a qué dirección debía ir y arrancaron. Tras una media hora de soportar
en silencio el parloteo de ese taxista llegaron al fin a su destino. Pagaron incluyendo
además una buena propina y subieron al apartamento, con Roy portando en brazos
a la todavía inconsciente muchacha. Cuando entraron en casa dejaron a Karaberasu
sobre la cama de su dormitorio. La chica al fin abrió los ojos.
-Ahora descansa. - Le susurró cariñosamente Cooan. -
Te daremos algo de cenar.
Y es que Petz se afanó en prepararle algo a su
hermana. Pero Kalie no tenía ganas.
-Te vendrá bien, y te entonará. - Afirmó Petz con
tono cariñoso pero firme. -
Al fin, su hermana condescendió. Sentada sobre la
cama y con una bandeja sobre sus rodillas le pusieron la comida. Un consomé
ligero y algo de queso para hacer que entrase en calor.
-Con cuidado. - Le susurró dulcemente Bertie en
tanto le servía. -
La
mano se su hermana temblaba tanto que era incapaz hasta de llevarse la taza a
la boca sin tirar el contenido. Las otras se miraron entre atónitas y muy
asustadas.
-Tranquila. - Intervino Petz, quien, como hermana
mayor que era, se ocupó de darle suavemente de beber a pequeños y pausados sorbos.
-
-Gracias. - Gimió Karaberasu, sin atreverse a
levantar la mirada. -
-Todo se va a arreglar. - Le dijo afectuosamente
Cooan. -
Pese a no
creerse aquello en absoluto, Kalie asintió débilmente. Al fin pudo terminar esa
frugal y accidentada cena y las otras la metieron en la cama. Cooan le tocó la
frente y se asustó, su hermana ardía. Debía de tener mucha fiebre. En seguida
le dieron un analgésico y se aprestaron a velarla. Roy entre tanto aguardaba
fuera de ese dormitorio. Se removía inquieto paseándose por el salón, todavía
medio devastado por la lucha del día anterior. Petz salió a verle tan pronto
como dejó a Karaberasu al cuidado de las otras.
- Gracias por tu ayuda. – Le dijo con voz suave y
cansada. -
- Si puedo hacer cualquier otra cosa por tu hermana o
el resto de vosotras, no dudes de decírmelo. - Se apresuró a replicar
solícitamente él. -
Ella
movió la cabeza y sonrió apenas para añadir con voz serena y queda.
- Todavía no he tenido oportunidad para agradecerte
de veras todo lo que has hecho por Bertie y Cooan desde que llegaron. Tanto tú
como Tom habéis demostrado ser muy buenos amigos. Y lamento mucho que os veáis
envueltos en este lío por nosotras.
- ¿Pero, qué dices?- negó rotundamente él. - ¡Al
contrario!, yo tengo la culpa. Venían a por mí y de no ser por tus amigas
guerreras y tus hermanas yo formaría parte de su ejército. ¡He sido yo el que
os ha puesto en esta terrible situación a todas! - Se lamentó bajando la
cabeza. – Os pido perdón.
Petz
se aproximó a su interlocutor y posó una de sus manos sobre las de él susurrando
amablemente.
- Si algo aprendí de mis amigas guerreras es a no
abandonar nunca a mis amigos. Ellas me dieron una lección que jamás olvidaré. En
realidad, nos devolvieron el alma a todas nosotras, pero ninguna tuvo la culpa.
Fuimos manipuladas, como esos terribles demonios hicieron contigo. Nadie es
responsable de esto salvo ellos. Y ahora que tenemos la oportunidad de luchar
por el bien trataremos de imitar en lo posible el valor y la entereza de
nuestras salvadoras, para que nadie más sufra por causa del mal.
- Ya lo hacéis. – La alabó Roy sinceramente
impresionado al sentenciar. - Soy todas unas mujeres admirables.
Su
contertulia guardó silencio durante unos instantes agradeciendo esas palabras y
luego agregó con patente afecto y consideración.
- Estarás cansado, igual que nosotras, vete
tranquilamente a casa y mañana hablaremos. Yo me ocuparé de mi hermana para que
Beruche y Cooan puedan ir a clase.
El muchacho,
dándose cuenta de que las chicas deseaban estar solas y restañar todas sus
heridas, (tanto físicas como morales), se despidió con voz queda de Petz,
encargándola que lo hiciera por él de las otras. No se atrevía a molestarlas.
Regresó, no a la facultad, pues era demasiado tarde y estaba cerrada. Podría
haber entrado por la ventana, pero no quiso. Se dirigió a su propio apartamento
y se tumbó en la cama tratando de pensar. Entonces sonó el teléfono, sin dudar
lo descolgó rápidamente preocupado ante la posibilidad de que Karaberasu estuviera
peor pero afortunadamente era Tom. El chico tampoco había logrado pegar ojo y
aunque sus padres no estaban demasiado conformes con que se hospedase en la universidad,
él les había persuadido de ello, lo mismo que hizo cuando les convenció de que
regresasen a Kansas, alegando ser capaz de valerse por sí mismo.
-Pero Tommy. - Recordó a su madre pedirle desde el
otro extremo del teléfono. - Deja que vayamos a ayudarte.
-No es necesario, mamá. De verdad. - Le aseguró él, agregando.
- Cuidad de Dany. Está en una edad complicada.
- ¡Oye, que te he oído! - Intervino la voz de su
hermano menor, añadiendo con una mezcla de jovialidad y algo de preocupación. -
Ya no soy ningún crio. ¿Qué te has creído?
Y
es que éste debía de estar escuchando desde el otro aparato que tenían en casa.
Tom se sonrió, contestando con afabilidad.
-Ya lo sé. Eres un friki de los ordenadores. ¡No sé
qué es peor!
Aunque
su hermano replicó, ahora ya con un tinte más serio y concernido.
-En serio Tom, si necesitas cualquier cosa… puedo ir
allí…
- ¿Y ver la cantidad de chicas guapas que hay en la Golden?
¡Entonces ya no te sacaría de aquí ni a patadas! - Le interrumpió su hermano
mayor, intentando sonar jovial, aunque enseguida añadió con un tinte más serio.
- No, Dany. Únicamente quiero que tú, mamá y papá, sigáis tranquilamente con
vuestras vidas. Os aseguro que he aprendido a valerme por mí mismo.
Y
es que, si había sido capaz de sobrevivir a esa diablesa, no sería tan difícil
apañarse en el día a día. Claro que eso no se lo podía decir. En cambio, fue su
madre quien declaró.
-Lo que tú quieras, cariño. Pero llámanos si nos
necesitas.
-Claro mamá. - Convino él, más que nada para tranquilizarla.
-
Desde luego, bastantes problemas tenían ya sus
amigos y él como para complicar en ellos al resto de su familia. Después, cuando
Roy le contó esa noche el secuestro de Karaberasu le dejó bastante inquieto y
maldijo la imposibilidad de acompañar a las chicas y a su amigo. Pero lejos de
frustrarse se prometió que haría algo útil. Efectivamente, consultaba todos los
libros y apuntes que su mentor le dio y estaba investigando alguna manera de
acabar con la secta. De momento no había nada firme, pero quería saber si la
búsqueda había tenido éxito y si habían logrado rescatar a Kalie. Cuando Roy le
explicó lo sucedido Tom compadeció a la pobre muchacha, pero lo que más le
preocupó fue conocer el reto de ese demonio.
- Debes tener mucho cuidado. – Le advirtió a su
amigo. - Por lo que me has contado sobre ese individuo seguramente pertenece a
las altas jerarquías infernales. Y eso son palabras mayores. Me dijiste que
tenía un título, ¿no? Como en la nobleza.
-Sí, mencionó algo de barón. - Creyó recordar Roy. -
Y un sitio. Dite, o Dime, ¡vete tú a saber!
- ¿Has dicho Dite? - Inquirió su amigo. -
-Eso creo. No estoy seguro del todo. - Repuso su interlocutor.
-
Tom
buscó de inmediato entre los libros y le contó dejando a su compañero perplejo.
-Ese nombre aparece en “La Divina Comedia” de Dante.
Es una especie de ciudad en el quinto círculo. – Y dicho esto, leyó. - “Dante no quiere hablar más de Argenti e
inicia a ver los muros de la ciudad de Dite y a escuchar los lamentos de los
condenados que están encerrados. Ve torres incendiadas, que sobresalen de los
muros como mezquitas. En tanto llegan a la fosa que rodea los muros, de
los cuales se abre una puerta protegida por una miríada de diablos” … (La Divina Comedia, Dante Alighieri)
Roy se encogió de hombros y comentó
entonces…
-Todo eso está muy
bien. Pero ¿De qué me sirve para derrotar a ese tipo? ¿Dice el Dante ese algo
de cómo patearle el culo?
-De eso no habla nada. -Admitió su contertulio
moviendo la cabeza. -
-Entonces no vale gran cosa, excepto para presumir de
ser un nerd cuando hables de eso. Si es que es un tema de conversación. -
Desestimó sarcásticamente su amigo. -
-Te sirve al menos para que te conciencies de su nivel.
- Replicó un inquieto Tom, explicándole.- Hasta ahora nuestros enemigos eran de
niveles bajos o medios. Y sus poderes parece que aumentan casi de forma
geométrica a medida que se profundiza en los círculos del averno.
- Lo sé, he sentido su fuerza y la he comprobado. Pero
precisamente porque es tan poderoso debo acabar con él cueste lo que cueste. - Replicó
Roy con determinación, agregando con tono concernido. – Por favor, tienes que
pensar en algo para echarme una mano.
A Tom no le gustaba en absoluto la idea que de que amigo
tuviese que luchar contra semejante demonio. Pero, por otra parte, sabía que
eso era inevitable así que, dándose cuenta de lo avanzado de la hora y el
cansancio que atenazaba a su compañero, quedó en que ya hablarían al día
siguiente. Roy se lo agradeció y colgó.
-Bueno, tendré que consultar muchos libros. - Pensaba
Tom cuando alguien tocó a la puerta. - ¿Quién es?- Quiso saber el chico con
evidente extrañeza.-
-Soy April, Rodney...Abre la puerta, ¡por favor! - Le
pidió esa joven con apenas un susurro. -
Era
ya tarde y la chica no deseaba ser vista. Aunque, por otro lado, podrían
tomarla por una más que le hacía una visita nocturna a Malden. De todas formas,
eso ya no le importaba. Estaba realmente impactada y horrorizada por lo que su
hermana le había contado. Deseaba poder
ayudar, y si bien ya no podía hacer nada por esa desdichada justiciera, al
menos sí que esperaba poder darles información a las otras. Primero se dirigió
a la habitación de Connie y Bertie, pero no había nadie. Al principio no supo
que hacer, luego pensó que Tom sería de su confianza. Suspiró tratando de
reunir valor en tanto le escuchaba acercarse. La puerta se abrió y ese chico,
sentado en su silla de ruedas, la interrogó con la mirada. Ella le comentó.
-Tengo cosas muy importantes que contarte…
-Hace tiempo que deseaba hablar contigo. Pasa, por favor.
- Le pidió él con gesto y tono serio. -
Esa joven así lo hizo cerrando la puerta tras ella. Entre
tanto Roy no tuvo el más mínimo problema en caer rendido y dormir a pesar de
todo lo sucedido. Tal era su agotamiento. Para su desgracia, Karaberasu no tuvo
tanta suerte. La fiebre le subía y deliraba. Tenía terribles pesadillas donde
podía ver el rostro cruel de ese monstruo forzándola una y otra vez. Sus inquietadas
hermanas se turnaron en acompañarla. Primero Cooan que empapaba trapos de agua
fría para bajarle el ardor que parecía consumirla. Luego Bertie, que trató de
comprender algunas de las palabras de su hermana sin lograrlo en absoluto. Estaba
muy preocupada y consideró seriamente la posibilidad de decirles a las otras
que ingresaran a Kalie en un hospital. Afortunadamente, la fiebre bajó un poco
y no lo creyó necesario. Finalmente, rendida, se dejó relevar por Petz. Ésta se
cuidó de observar con detenimiento a su hermana, ahora al menos parecía haberse
dormido más serenamente al fin.
- ¡Oh!, Kalie. ¿Qué te han hecho esos malditos? -
Musitaba con voz queda y visiblemente preocupada, luchando por no llorar. –
¡Ojalá hubiéramos podido estar a tu lado! Yo debía haberte protegido, soy tu
hermana mayor. ¡Perdóname!…
Aunque nada más podía hacer de momento, salvo
acariciar dulcemente las mejillas y el pelo de la convaleciente. Hasta que al
fin ella misma se sintió con sueño. No tardó en dormirse deseando que el día
siguiente amaneciera mejor para su pobre hermana….
-Todo será mejor por la mañana. - Quiso obligarse a creer.
-
En Tokio,
Usagi también descansaba y se levantó agitada y con sudores fríos. La propia
Luna que dormía a su lado se despertó a su vez. Ya era de día, aunque todavía
temprano…
- ¿Qué te ha pasado? ¿Una pesadilla de esas? - Quiso
saber. -
Pero
se quedó atónita cuando vio el rostro de su amiga, estaba pálida y lágrimas
corrían por sus mejillas.
- ¿Qué te pasa? ¿Qué has soñado? - Inquirió la gata
con asombro y preocupación. -
Su
interlocutora ensayó una trémula sonrisa y movió la cabeza para apresurarse a
replicar con la voz entrecortada…
-Nada… solamente fue un mal sueño, Luna. No tiene
nada que ver…no, no puede tener nada que ver con esto…
Aun
recordaba esa espantosa visión de aquella chica siendo forzada de un modo tan
terrible por ese cruel demonio. Pero lo que más la asustaba no fue eso. Cerca
de esa escena pudo ver aquella figura embozada en un negro y largo sayal
sosteniendo un gran libro y tomando apuntes. Aquello sí que la estremeció. No
era la primera vez que la veía. Y le susurró algo. En su cabeza resonaban aquellas
palabras que la muchacha repitió musitando.
-Aún no está colmado el cáliz del sufrimiento…Aun
no…
-Usagi ¿Qué dices? - Inquirió la felina con patente preocupación.
- ¿Te encuentras bien?
-Nada. No me pasa nada. - Sonrió su interlocutora
agregando en un vano intento por parecer jovial. - Vamos a levantarnos ya y a
desayunar. Tengo hambre ¿Tú no?... Tenemos que quedar con las chicas y luego
visitar a Mamo-chan.
Y
la gata no quiso preguntar más. Pese a que en la mirada de Usagi podía percibir
claramente el pavor. Algo realmente horrible habría tenido que soñar para tener
esa expresión. Aunque ya la conocía durante demasiado tiempo para no saber que
en esta ocasión era mejor no insistir en ese tema. Pese a todo confiaba plenamente
en ella. Su amiga tendría alguna buena razón para eludir aquello. Asintió y
ambas se dispusieron a comenzar el día…
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