Roy apareció en medio de un lugar que semejaba a una
terminal de aeropuerto. A su alrededor se movían de un lado a otro un número
incontable de siluetas etéreas con rasgos humanos. Para su perplejidad pasaban
a su lado con total indiferencia. Todas ellas iban hacia un inmenso portal
situado a una considerable distancia. Penetraban en él, dentro de una
resplandeciente luz, que sin embargo, no cegaba. Era igual que aquella que tanto
le atrajo y nuevamente el muchacho sentía las emanaciones de paz y bondad que
provenían de allí. A la vez que una potentísima energía. Otra vez tuvo el deseo
de seguir a aquellas figuras y adentrarse en la luz. Pero, de nuevo fue
detenido, y esta vez por una voz diferente a la que antes le había guiado.
- Aun no ha llegado tu hora, no debes entrar,
espérate ahí.
Esa
voz era cálida y amable y el muchacho sintió que poseía una gran fuerza. Mucho
mayor aun que la de su anterior interlocutor.
- Pues vaya ¿Tendré que quedarme aquí mucho tiempo? -
Preguntó Roy que ahora volvía a tener la sensación de impaciencia terrenal,
pero ésta no le duró mucho. -
-¡Ya tenía ganas de verte en persona! – Respondió
esta vez la voz que le había guiado anteriormente, sonando muy próxima a él. - Y
ahora también podrás verme tú a mí.
El
aludido se volvió hacia donde le parecía que venía aquella voz, aunque no vio
nada. Pero al girarse nuevamente al frente, delante de él, se erguía un anciano
delgado y alto, de larga barba blanca, rostro amable y ojos azules índigo,
vestido con una túnica del mismo tono inmaculado y radiante.
- Por fin nos vemos las caras.- Sonrió aquella
aparición - no sabes cuánto he deseado que llegase este momento. Soy Landar, el
mago blanco.- Se presentó con tono templado clavando en el muchacho una paternal
mirada. -
- No, yo no te envié ninguna pesadilla, esos eran
tus recuerdos. Mejor dicho, los del demonio Armagedón cuando pugnaba por salir
desde tu interior. Una vez le destruiste esas pesadillas desaparecieron.
-¿Y qué pasó entonces con mis otros sueños? - Le
inquirió el muchacho sin comprender. -
- Esos sueños de lugares lejanos y paisajes
maravillosos, esos sí que te los envié yo. Y otros más que realmente eran parte
de tu propia memoria.- Reconoció Landar que le hizo un gesto con las manos
añadiendo. - Ahora debes seguirme. – Sentenció comenzando a andar hacia aquel
blanco e inmenso horizonte. -
Sin
embargo, Roy estaba asombrado y más intrigado que nunca, no tardó en acosar con
todo tipo de preguntas a su guía.
-¡Espere un momento!, ¿qué palacios eran esos? ¿De dónde
vengo? ¿Qué significa?
Aunque
Landar esbozó una condescendiente sonrisa y se limitó a replicar de modo
paciente sin detener su marcha.
- Aun no puedes saberlo. Pero cuando llegue el
momento te aseguro que todo te será revelado.
El
chico se resignó ante aquella contestación más que cargante para él. Le
recordaba a las preguntas sobre sexo que hacía de pequeño y a las respuestas
que le daban sus pacientes padres. Con decir. “Todavía eres muy pequeño para
entenderlo”. Ya estaban las cosas resueltas. En fin, habría que dejarlo estar
de momento, pero al menos algo podría decirle esa especie de profeta. Y Roy,
siguiéndole en su pausado caminar, insistió con otra pregunta.
- Bueno, pero al menos contésteme a una cosa. - ¿Creí
entender antes que esto es el Cielo, no?
- Es algo un poco más complicado, pero podrías
llamarlo así. Digamos que la antesala antes de la Eternidad.- Le matizó el
mago. - El lugar por el que andamos ahora es una estación de tránsito.
-¡Estupendo!- exclamó Roy realmente contento de estar
allí y de que sus “pecadillos” con las mujeres no hubieran sido tenidos en
cuenta y agregó con solemnidad fingida. - Vera señor mago, siempre quise saber
una cosa, algo que me atormentó desde mi más tierna infancia y esto creo que sí
me lo podrá decir.
-¿De qué se
trata?- Quiso saber su interlocutor deteniéndose un instante y escrutándole con
esos sabios ojos. -
-¿Está por aquí
Elvis? - Inquirió a bocajarro con su típico descaro. - ¡Seguro que todo el mundo
tiene curiosidad por saberlo!
-¡Deja de preguntar tonterías!- le regañó el mago
poniendo ahora una expresión de paciente reprobación, idéntica a la que un
padre adoptaría con cualquier niño pesado y añadiendo con más severidad. -
Tienes cosas más importantes en que pensar. Y mucha tarea por hacer.
- Una cosa más. – Terció el chico ahora con una sonrisa
y tono más reconocido para agregar. En serio en esta ocasión. -Muchas gracias
por dejarme ver a mis padres otra vez.
El mago le devolvió una tenue sonrisa e hizo una
leve inclinación de cabeza. Después continuó andando y Roy le siguió
sumisamente sin dejar de mirar en todas direcciones. Aquello ya le empezaba a
parecer monótono pero al fin llegaron ante una puerta dorada, con un marco
finamente labrado. Era extraño pues no parecían existir paredes que la rodeasen
y el joven, de hecho, podía pasar de largo y continuar andando por esa blanca
vastitud. Incluso rodear la puerta por detrás y no encontrar nada más que la
parte trasera de dicha puerta.
-¿Esto es una broma, no?- Preguntó en voz alta -
Pero Landar no contestó, con un gesto de sus manos
le indicó que se acercase y el mago abrió. (El chico no pudo darse cuenta de
cómo ni con qué, pues no existía ranura para la llave ni picaporte).
-¡Sígueme muchacho!- Le ordenó el anciano.-
Y el atónito Roy asintió pasando tras él, ambos
entraron y la puerta se cerró tras ellos…
En
la Tierra, April había huido sin mirar atrás. Pese a todo, trató de encontrar a
su hermana Paige y a su sobrina. Finalmente, sintiéndose derrotada y hundida al
no tener éxito, retornó a la casa de sus padres. Allí, ambos quedaron atónitos
cuando la chica quiso ponerles al corriente de lo sucedido.
-¡Pero hija!- Comentó su incrédula madre.- No puedes
estar hablando en serio.
-Entendemos que volver a ver a Paige te haya
alterado tanto, lo que no puedo comprender es esas historias sobre demonios y
seres sobrenaturales.
-¡Yo misma les he visto! Y a las propias
Justicieras, ¡ellas me salvaron!- Comentó la muchacha.- pero tenía miedo.
Seguramente que esos monstruos buscaban a Paige. Por eso ha huido, y tengo que
encontrarla.
Sus
padres se miraron con una extraña expresión, aunque la madre de April enseguida
dedicó una sonrisa a su hija para afirmar.
-¡Claro cariño! Haremos lo que sea para encontrarla.
No te preocupes, pero tienes que descansar.
Aunque
la joven les dedicó una mirada desconfiada. Apuntando a su padre con un dedo
acusador, le exigió, llena de indignación.
-Dime la verdad. ¿Le hiciste algo a Paige?
-¿Hacerle algo a Paige, cariño? ¿A qué te refieres?
-Ya lo sabes.- Sollozó la muchacha.- Tú…tú abusaste
de ella…
Su
progenitor y la esposa de este se miraron con horror, el aludido enseguida
movió la cabeza negando eso. Muchos de sus cabellos algo encanecidos ya,
destacaban sobre el resto de su pelo moreno que se mesó nervioso al responder
con tinte conciliador.
-Yo jamás le hice nada malo a Paige. Siempre la
quise mucho, pero porque era mi hija. Como tú, sois lo mismo, April.
-¿Por qué hablas de ella en pasado? ¿Acaso ya no lo
es?- Replicó agudamente la muchacha.-
-Por favor, cariño.- Le pidió su asustada madre.- Tienes
que descansar, date un baño, toma algo de cenar y te prometo que buscaremos a…Paige.
Créeme, ella está equivocada, tu padre jamás hizo nada. Y en cuanto podamos
encontrarla y lo aclaremos todo, volveremos a estar juntos. ¿Te gustaría,
verdad que sí?
Eso
hizo que April la mirase entre atónita y esperanzada. Ahora preguntó con tono
más optimista.
-¿De verdad, mamá?¿Me lo prometes?
-Claro que sí, cielo.- Sonrió la interpelada abriendo
los brazos.-
-¡Qué bien! Volveremos a ser una familia.- Afirmó
entusiasmada, añadiendo para asombro de sus padres.- Y además, os encantará
saber que sois abuelos.
-¿Abuelos? ¿A qué te refieres con eso?- Inquirió su
atónito y alarmado padre.-
-No, a mí no.- Se rio la chica, desvelándoles.- Es Paige,
ella ha tenido un bebé. Es una niña preciosa, se llama Marla. Es morena como
ella.
Sus
progenitores apenas podía ocultar el impacto que esas palabras les habían
producido, se miraban asombrados y llenos de temor.
-Claro, hija. Estaré encantado de recibirlas aquí, y
de ayudarlas.- Afirmó su padre con tono conciliador.-
-Anda cariño, ven conmigo.- Le pidió afectuosamente
su madre dándole un abrazo.-
La
joven se dejó envolver por la calidez de los brazos maternos y dócilmente permitió
que la llevasen al cuarto de baño. Estaba agotada, un buen baño caliente y
dormir era lo que necesitaba. Su padre entre tanto aprovechó para ir a otra
habitación. Allí descolgó el teléfono y marcó un número, a los pocos instantes
alguien respondió y él le comentó.
-¿Doctor Newton? Sí, mi hija ha vuelto. Sí, está
peor, mucho peor…tiene otra vez esas fantasías. Habla de Paige. Sí, esa hermana
suya que murió en aquel accidente. ¿Su medicación?. No lo sé, no creo que en la
universidad la haya tomado. Claro, por favor, recéteme algunas de esas
pastillas…En cuanto pueda venir a reconocerla le contaré el resto…
Tras
colgar aquel hombre suspiró llevándose las manos al rostro, luchando por no llorar.
Su pobre hija había recaído del peor modo. A pesar de creer que todo había
terminado en cuanto fue diagnosticada y medicada. April volvió a ser la que era
y llenos de esperanza, la enviaron a esa Universidad. Su hija aceptó encantada.
Quería estudiar derecho, ser abogada, esa fue su ilusión desde pequeña. Luego
sucedió ese terrible accidente. Pero todo parecía haber quedado atrás. Al
principio la chica hasta les escribía regularmente y les mandaba fotos de la
Golden, de sus amigos y les contaba que hasta era animadora. Añadía que aquello
le habría encantado a Paige, puesto que su difunta hermana era una gran
bailarina. Pero repentinamente perdieron en contacto con ella. En sus últimas
cartas les advirtió no obstante que tardaría en escribir.
-Fueron casi dos años.- Se lamentaba el padre.- Y no
quisimos ir allí por no recordarle sus malas experiencias, y su trauma. Ella
vino apenas un par de veces a visitarnos y pensábamos que estaba bien. Cometimos
un error.- Suspiró ahora enjugándose alguna lágrima.-
Y mientras tanto, en el apartamento de las hermanas
Malinde, las chicas se reunieron con sus hermanas para contarles lo de sus
trabajos. Petz se alegró mucho, pero Karaberasu sólo las felicitó de forma
forzadamente cordial. Una vez de vuelta en el apartamento, las dejó con el pretexto
de ordenar su cuarto y se metió en su habitación. Hacía ya más de un mes que
había sufrido la violación y estaba muy preocupada. A pesar de lo que quería
exteriorizar, ella seguía sin superar el trauma. No obstante, ante la gravedad
de la situación que debían enfrentar había callado sin volver a decir nada
manteniendo una fuerza artificial en su carácter. No habría sido oportuno
quejarse puesto que las circunstancias habían demandando que todos olvidasen
sus penas y dolor y trabajasen unidos. Pero ahora que las cosas se calmaban no
podía dejar de pensar en ello y, por si fuera poco, no le llegaba el periodo.
No quería pensar en nada extraño ni terrible pero su cabeza se le iba a las más
terribles divagaciones. ¿Y sí…? No, ¡aquello era absurdo y monstruoso!, ¡de
ninguna manera! Y trató de apartar esas ideas de su mente. Incluso llegó a
comprarse un predictor a ver que le salía, pero no estaba segura de que eso
pudiera funcionar, sobre todo en vista de lo que le había sucedido a ella.
Quizás hubiera sido mejor olvidarlo. Pero le era imposible dejar de pensar en
ello y dominada por la ansiedad buscó en la guía de teléfonos y marcó un número…
-Es absurdo, pero…no puedo seguir así.- Se decía en
tanto aguardaba a que alguien respondiera.- Supongo que son mis nervios…
Pero, pese a los acontecimientos vividos por todas y
sus respectivos problemas, la postura de Karaberasu no pasó desapercibida. Sus
hermanas menores también la notaron extraña y demasiado distante y lo
comentaron con Petz. Ésta les dio la razón, lo había venido observando desde
hacía ya algún tiempo y comprendió que las más pequeñas le preguntasen.
-¿Qué le pasa a Kalie? - Quiso saber Cooan. - Está
muy rara desde hace semanas.
- Supongo que es la tensión de los combates,-
conjeturó Petz con un largo suspiro sentada en una silla del comedor y cruzando
las manos sobre su regazo - y que no ha superado el trauma de cuando la
capturaron.
- Sí - convino Beruche. - Eso de que intenten
sacrificarte debe ser muy duro.
- Dejémosla
tranquila, lo superará. - Animó Cooan al resto. - Es una mujer muy fuerte.
Convinieron
en ello esperando que todo se solucionaría con el tiempo. Entonces Bertie
consultó su reloj avisando a su hermana pequeña.
- Debemos irnos. Si queremos empezar a preparar los
apuntes y las cosas que necesitaremos para dar las clases. Hay mucho por hacer.
Cooan
asintió y ambas se despidieron de su hermana mayor. Ninguna se dio cuenta de
que Karaberasu colgaba en ese instante el teléfono. Aguardó unos instantes al
percatarse de que las menores se habían ido y salió arreglada de su habitación.
Petz la observó sorprendida pero más tranquila. Si su hermana se vestía así,
con ese traje crema y esos zapatos a juego con bolso incluido que tanto el
gustaban y repasaba su lazo rojo que anudaba su largo y liso pelo castaño para
recogerlo en un pequeño y coqueto moño, podría decirse que estaba mejor.
-¡Qué guapa te has puesto! – Le sonrió esperando
quizás alguna de sus contra réplicas sarcásticas. Al no producirse ella misma
añadió.- No como la carca de tu hermana mayor. ¿Verdad?
Pero la interpelada no hizo nada de eso ni tan
siquiera replicó a esa broma. Parecía incluso querer disimular una apariencia
de nerviosismo en su voz y sus movimientos y respondió, pese a que su
interlocutora no le había preguntado explícitamente.
- Me voy de compras a la ciudad. Hace mucho que no
me miro ningún traje. Y mi vestuario se va a quedar tan desfasado como el tuyo.
– Añadió al fin.-
Sin embargo, lo hizo de un modo forzado, como si
supiera que su hermana esperaba algún comentario como aquel para quedarse
satisfecha.
- Voy contigo. - Sonrió Petz sin tomarlo en consideración,
a diferencia de otras ocasiones en las que ya estaría con los brazos en jarras
reprendiendo a su hermana, e incluso añadió, como si se disculpase por ese reproche
a su guardarropa. -Tampoco he tenido mucho tiempo para ir de tiendas últimamente.
- Si no te importa - repuso Karaberasu con extraña
sequedad. - Me gustaría ir sola. – Su interlocutora la miró sorprendida por ese
tono, tan fuera de lugar. Pero su hermana esbozó una pálida sonrisa suavizando
sus facciones y su voz para agregar conciliatoriamente. - Perdona, pero tengo que tomarme un poco de tiempo conmigo
misma.
Su
hermana mayor asintió y continuó observándola extrañada pero no puso ninguna
pega.
- Claro, que te diviertas. Y no vuelvas muy tarde
¡eh!- Le pidió al fin con suavidad. -
Karaberasu afirmó que no se
preocupase por eso y se despidió saliendo a la calle. Pero no iba de tiendas. Tomó
un taxi y se dirigió a ver a una doctora que le habían recomendado. Había
pedido hora para esa misma tarde y tuvo la suerte de que otro paciente había
anulado la suya. Al llegar ante la puerta del edificio clínico por un instante
estuvo tentada de marcharse. El valor la abandonaba pero sabía que, de no cerciorarse,
sufriría esa congoja durante mucho tiempo. Debía atreverse a descubrir lo que
fuera y con ese pensamiento a modo de impulsor cruzó la puerta y subió unas
escaleras. La consulta estaba en el primer piso y enseguida se llegó a una puerta
con un pequeño timbre que apretó. A los pocos instantes, una enfermera de gesto
amable, con un traje blanco y cofia, le abrió haciéndola pasar a una salita
contigua. La muchacha tomó asiento en un sofá allí dispuesto junto a otras dos
mujeres y aguardó ojeando algunas revistas. En realidad simplemente pasaba las
hojas sin apenas fijarse en ellas. La quietud y el silencio expectante de
aquella sala hacían la atmósfera muy densa y le recordaba algo similar a estar
esperando el momento de ir al matadero. Igual que si de un cordero listo a
sacrificarse se tratara. Mejor no pensar en eso de nuevo. Agitó ligeramente la
cabeza cerrando los ojos, como si de este modo esa idea se cayera de su mente.
Inspiró hondo, suspiró largamente y trató de concentrarse en algún artículo de modas
o de cremas para el cutis. A fin de cuentas era su trabajo.
-Debo serenarme. Seguro que todo es cosa de mi
imaginación.- Se decía.-
Pasaron los
minutos hasta casi completar una hora de esperar su turno, viendo desfilar a
los que estaban por delante, pero a ella casi se le hizo corto cuando
finalmente la enfermera reapareció con una carpeta, leyó su nombre y la invitó
a pasar. Ahora estaba dentro de una habitación alicatada con baldosines blancos
y que contenía múltiples instrumentos médicos. Eso acrecentaba la angustia que
comenzaba a latirle de nuevo en el corazón.
- Siéntese aquí, por favor - le pidió la solícita
enfermera señalando un sillón reclinable y continuó indicándole. - Haga el
favor de quitarse su ropa interior y de separar las piernas.-
Karaberasu obedeció aunque se sentía algo avergonzada,
puso sus pies en sendos apoyos. Su interlocutora se dio cuenta de su
incomodidad y le dijo con un tono muy amable y confortador.
- Tranquilícese, esto es algo muy normal - esbozó una
sonrisa de aliento y comprensión que realmente calmó bastante a su
interlocutora y agregó. - Ahora mismo viene la doctora.
Ahora
al menos suspiró aliviada, ¡se sentía envarada y su médico era una mujer! No
quiso ni pensar que habría sentido si se hubiese tratado de un hombre. La
enfermera salió del cuarto y en su lugar
entró una mujer rubia, de largo pelo ensortijado y gafas con montura de concha.
Sonrió a Kalie presentándose con idéntica
amabilidad que su compañera.
- Hola, soy Pamela Smith, su doctora, pero llámeme
Pam. Seguro que le aliviará que no sea un hombre el que la atienda ¿Verdad?,-
preguntó sonriendo para romper el hielo como si en verdad hubiera adivinado el
pensamiento de su paciente. -
- Sí, gracias - sonrió Karaberasu a su vez reconociéndolo
más desenfadadamente - , hubiera sido algo incómodo para mí.
- Tranquila, en un momento terminamos,- la animó Pam
que preparaba mientras su instrumental y se esterilizaba para preguntarle. -
¿Ha traído la muestra de orina?
La paciente asintió, sacando un frasquito de
plástico del interior del bolso. Su interlocutora lo tomó llevándolo a una
mesita cercana donde lo destapó con sus manos enguantadas vertiendo un poco en
una especie de cartoncito. Entre tanto comentaba de forma jovial.
- Bien, en unos minutos volvemos a esta muestra. Ahora
voy a hacerte una inspección de rutina. ¿No te importa que te tutee, verdad? Dime
si te hago daño.
Su inquieta paciente respondió negando con la cabeza.
La doctora terminó de reconocerla enseguida, siempre con el mayor cuidado y amabilidad
aunque al dejar los instrumentos le lanzó una escrutadora mirada y declaró con
más seriedad.
- Voy a preguntarte algunas cosas que quizás te
resulten embarazosas,- le advirtió con sinceridad argumentando acto seguido con
total justificación que Kalie comprendió. - Pero es importante para mí
saberlas. Así que te ruego que me contestes. Y recuerda que esto es
confidencial y que las dos somos mujeres.
- Está bien - suspiró Karaberasu nerviosa pero
sabedora de que debía cooperar – pregunta.
-¿Estás casada? ¿Tienes novio quizás?
- Estoy soltera,- se alivió Kalie que no tenía
ningún problema con dar esa contestación, añadió incluso con una ligera sonrisa
- y sin compromiso.
- Tengo que sacarte algo de sangre - le dijo
Pam apresurándose a calmarla. - No te preocupes,
es sólo para un análisis normal.
Ella
asintió y la doctora le extrajo un poco. Vertió unas gotas en un frasco que
mezcló con un producto. Luego dedico su atención a la muestra de orina
anterior. Al verla sonrió al principio, aunque luego se extrañó del color del
cartón, pero recobró su semblante relajado y jovial para añadir.
- No te preocupes, aquí no hay ningún tipo de cosa
que pueda preocuparte, a primera vista no hay rastro de enfermedades. De todos
modos haremos un análisis por pura precaución. A no ser que.- Se tomó unos
segundos para preguntar - ¿Has tenido relaciones últimamente? ya me entiendes.-
Su interlocutora asintió bajando la
cabeza. -
- Quizás hace algo más de un mes, no estoy segura.-
Musitó apurada tras pensarlo mejor, si a eso se le podía llamar relación. -
- Vale, entonces ya está claro, he terminado,
vístete - le pidió Pam que mostraba la expresión de quién por fin aclaraba una
duda que en realidad era evidente.
La
muchacha lo hizo y se levantó.
-¿Qué ocurre Pam? ¿Tengo algo malo? - Inquirió impaciente. -
- No, tranquila no te pasa nada malo - sonrió la
doctora agregando con tinte de complicidad. - Lo único de lo que deberás
preocuparte será de engordar un poquito. Estás de casi un mes y medio,
¡felicidades!,- se giró para guardar su
instrumental y al volverse hacia su paciente ésta había desaparecido.
¿Karaberasu?- la llamó, pero ya no estaba allí. -
Saliendo
al pasillo, Pam le preguntó a su enfermera si había visto a la paciente. La
aludida respondió que había salido corriendo muy agitada. La doctora se sorprendió,
pero comprendió enseguida que se había equivocado al decírselo de aquel modo.
Esa chica no tenía marido ni novio. Y pudiera ser que un hijo no fuera
precisamente lo que deseara en ese momento. Suspiró cabizbaja, se encogió de
hombros y volvió a su consulta puesto que debía reconocer a dos pacientes más.
-Bueno. Espero que le vaya bien. Parecía una buena
muchacha. - Pensaba la facultativa en tanto llamaba a la siguiente.-
Karaberasu
corría por las calles conmocionada, con los ojos cubiertos de lágrimas. El
mundo entero se le venía encima. Por fin dejó de correr. Agotada, deambuló sin
rumbo fijo. Iba caminando ahora con la mirada perdida y sin importarle nada de
lo que sucediera a su alrededor. Tan sólo podía pensar en una súplica.
- ¡Dios mío, Dios mío! - Se repetía en la cabeza una
y otra vez. ¡Ayúdame, no quiero engendrar un monstruo! ¿Qué va a ser de mí? ¿A
dónde iré? No quiero implicar a mis hermanas en esto. Sería demasiado para
ellas. ¡Pero no puedo tener el mal dentro de mí!
Acabó
sentada en el banco de un parque sin apenas fijarse en las gentes que pasaban,
desahogando su angustia entre lágrimas. Por fin, arrastrando los pies, volvió a
casa al anochecer. Entró y cerró con suavidad la puerta, sin decir nada se
metió en su habitación. Beruche y Cooan estaban ya acostadas, pues a la mañana
siguiente debían levantarse muy temprano para ir a la escuela. La mayor de las
hermanas era la única que seguía despierta. Estaba preocupada porque Karaberasu
se retrasaba mucho a pesar de que había prometido volver pronto. Pero su
hermana no estaba bien, eso era evidente. Petz no sabía qué hacer. Tampoco
quería despertar a las otras sin aguardar un poco más. Por eso cuando advirtió
que su hermana había llegado suspiró aliviada y se acercó a la puerta de su habitación. Tocó a la puerta
y le inquirió preocupada.
- Kalie, ¿te encuentras bien? ¿Has cenado ya?
- Sí, estoy bien.- Se esforzó ella por contestar de
forma normal, dominando a duras penas sus espasmos y las ganas de llorar. - Me
voy a la cama, tengo sueño.
Petz
se alejó y al poco rato volvió pese a todo con una bandeja de comida. Tocó a la
puerta y no obtuvo respuesta.
-¿Puedo pasar? - Inquirió con prevención, pero su
hermana seguía sin responder, decidió entrar con cuidado. -
Karaberasu
estaba acostada y arropada hasta la barbilla. Petz se preocupó nuevamente por
su salud.
- Te traigo algo de cena. - Le dijo su hermana mayor
sonriendo para tratar de aliviar ese depresivo ambiente - chica, ¿dónde te
metes? .Ya empezaba a preocuparme por ti.
- Fui a dar una vuelta después de ver unas tiendas,
no me decidí a comprar nada - replicó Kalie de manera evasiva, con un hilo de
voz. - Tanta presión en estos días me ha afectado, supongo.
- Debes serenarte,- repuso su interlocutora tratando
de animarla. - Mira a Bertie y Cooan. Ellas lo llevan muy bien. Y tú y yo deberíamos seguir su
ejemplo. Quiero seguir con nuestro trabajo y vivir la vida y tú también
deberías hacerlo, quizás incluso podamos abrir una sucursal de nuestro negocio
aquí. Cuando ganemos más dinero. - Se sonrió, preguntando a la espera de la
aprobación de su hermana. -¿Qué te parece?
- Sí, es una buena idea.- Musitó Karaberasu con la
mirada perdida en la bandeja y añadió apenas incapaz de ocultar su decaimiento.
-Perdóname Petz pero estoy muy cansada, ha sido un día muy duro.
-¿No quieres cenar nada? - Le ofreció solícitamente
ésta insistiendo con suavidad. - Este guiso está muy bueno.
- No muchas gracias, solo quiero dormir - contestó
la muchacha con la voz muy apagada. -
Petz
la observaba cada vez más intranquila. Lo de Karaberasu iba más allá de una vulgar
depresión, o eso le parecía. No en vano la conocía casi tan bien como a sí misma.
Por unos instantes guardó silencio y
reunió valor para ofrecerle.
- Si necesitas hablar conmigo de algo. Lo que sea.
Si tienes algún problema cuéntamelo y trataré de ayudarte en todo ¿vale?
Su hermana asintió luchando contra el desesperado
deseo de abrazarse a ella y llorar confesándole toda aquella horrible situación
que sufría, pero se reprimió.
- ¿Para qué? - Se dijo desolada - ¿Qué iban a poder
hacer Petz, o el resto de mis hermanas más que sufrir?
Ésta viendo el silencio de su interlocutora decidió
no atosigarla más. Quizás fuera tan simple como que debía descansar y así se lo
dijo. Dándole las buenas noches con un beso en la frente.
- Bueno, pues entonces, hasta mañana. Que duermas
bien,- le deseó saliendo del cuarto. -
- Hasta mañana Petz,- musitó Karaberasu que cerró
los ojos dejando escapar las lágrimas. Lloró y gimió en voz baja para que su
hermana no la oyese. - ¡Dios mío! ¡Qué voy
a hacer?...
A
la mañana siguiente, Cooan y Beruche se levantaron ilusionadas por empezar su
trabajo como maestras. Tras desayunar, asearse y vestirse, se despidieron de
Petz que también se iba a su trabajo. Karaberasu aun dormía y ninguna quiso
molestarla. Así que bajaron a la calle y abordaron el autobús. Al cabo de un
poco más de media hora llegaron al colegio. Allí las aguardaban Tom y el
profesor Harding.
- Celebro verlas - las saludó su ya antiguo profesor
y ahora colega. - Síganme por favor, voy a presentarles a sus futuros alumnos.
-¡Vamos chicas!- las animó Tom. - Yo ya conozco a
los míos y me voy a comenzar las clases.
-¡Suerte Tommy! - le deseó Beruche en tanto Cooan le
besaba. -
Harding
las llevó hasta un aula llena de críos que gritaban y reían jugando entre
ellos. Con varias palmadas y unos momentos de pacientes ruegos les hizo guardar
silencio. Luego se dirigió a la clase que le observaba expectante.
- Niños, estas son vuestras nuevas maestras, os darán
clase hasta final de curso. Espero que las obedezcáis en todo y que seáis
aplicados. ¿De acuerdo?
- Sí, señor Harding – le contestaron al unísono. -
- Son todos suyos, suerte.- Les deseó su
interlocutor a las dos despidiéndose de ellas. -
- Gracias señor - respondieron ambas, en tanto el
profesor se marchaba perdiéndose por el largo pasillo que antecedía a la clase
-
Las
chicas se quedaron mirando a los niños que aguardaban con un curioso silencio.
Por fin, Cooan se decidió a romper el hielo.
- Hola niños y niñas, buenos días, me llamo Cooan
Malinde y os daré Lenguaje, Dibujo y Geografía.
- Yo soy Beruche Malinde - añadió Bertie - y me
encargaré de enseñaros Matemáticas, Naturales e Historia.
- Las dos juntas o por turnos nos ocuparemos de la
Educación Física y los Trabajos Manuales
- completó Cooan. -
- Tenéis el mismo apellido - preguntó sagazmente un
niño rubito y con gafas. - ¿Es que sois hermanas?..
- Así es, somos hermanas - admitió Beruche con una
sonrisa. - Muy bien, eres muy observador.- Le halagó añadiendo divertida. - Así
que para no liaros llamadnos sólo por nuestros nombres. A mí podéis llamarme
señorita Bertie.
- Y a mí señorita Connie - se sonrió Cooan
alegrándose de que esa contracción cariñosa del nombre que le pusiera Roy fuera
a serle tan útil. -
-¿Quién es la mayor de las dos? - Intervino una niña
negrita de pelo corto y rizado, que también se decidió a preguntar. -
- Ella. - Sonrió Cooan señalando a su hermana - pero
nos llevamos muy poco.- Y decidió cambiar las tornas dirigiéndose a los
chavales a su vez con tono interrogador. - Bueno, ahora os toca presentaros a
vosotros.
- Sí, iros levantando mientras decís vuestros
nombres. Así, os iremos conociendo a todos.- Propuso jovialmente Bertie. -
Los
niños se fueron presentando uno por uno, a ambas les llamaron la atención
cuatro de ellos diríase que resumían algunos de los estereotipos más claros que
habían estudiado en psicología del comportamiento infantil. Una niña rubita,
Sharon, la tímida y retraída. Spencer, el clásico empollón de gafitas. Jason,
el gamberro típico, pelirrojo y con pecas para más tópico. Y Kevin, el chistoso
y ocurrente. Beruche esbozó una débil sonrisa, imaginaba como habría disfrutado
Roy allí de haber podido compartir esos momentos con los niños. La muchacha
suspiró con añoranza pero volvió a concentrarse en su labor. Casi sin darse
cuenta estaban terminando la primera
clase que fue sólo para conocerse un poco y los niños, siempre curiosos, bombardearon
a preguntas a las nuevas maestras.
-¿De dónde sois? - Inquirió un muchachito moreno. -
- Venimos de Japón - respondió Cooan. - Pero tampoco
somos de allí, tenemos origen extranjero. - Lo mismo que dijo a Tom cuando le
conocieron, recordó melancólica pero continuó explicándole al niño. - Hace un
año vinimos aquí a estudiar.
-¿Tenéis novio?- Les preguntó con algo de malicia
una niña de pelo claro y cortito. -
- Sí, bueno, yo lo tuve.- Repuso Beruche bajando la
cabeza sin poder evitar una oleada de tristeza. -Pero ya no…
-¿Te dejó?- le preguntó la misma niña que junto a
los otros la observaban sorprendidos de ese cambio de tono. - ¿Es que se fue a
algún sitio?
- Sí, se fue, muy lejos, tuvo que irse a un largo
viaje.- Replicó Bertie en voz baja, tratando de permanecer lo más entera
posible. -
-¡Claro!, mi mamá siempre lo dice. ¡Todos los
hombres son iguales! - declaró la niña dejando perplejas a las dos adultas. - ¿Y
usted?- Interrogó ahora a Cooan casi como si de una fiscal se tratara. - ¿Tiene
novio?
- Sí,- sonrió ésta con cara de circunstancias, desde
luego esa niña estaba muy adelantada para su edad - es un chico muy guapo, que
trabaja aquí también.
-¿Os gusta la astronomía?- les preguntó Spencer
aburrido seguramente de esos temas de cotilleo
para mayores. - ¿Nos llevaréis a ver el planetario? - Añadió esperanzado
y contándoles a sus maestras con entusiasmo - ¡Yo a veces miro las estrellas
con el telescopio de mi padre!
- Nosotras también las hemos visto, y muy de cerca,-
sonrió Beruche sintiéndose mejor de
nuevo al evocar aquello. -
- Trataremos de llevaros allí, si estudiáis mucho,-
les prometió Cooan. – ¡Al planetario, claro! - Se sonrió casi azorada al darse
cuenta de lo tonto que era hacer esa matización.-
-¿Pondréis muchos deberes? - Quiso saber Jason
evidentemente inquietado ante esa posibilidad. -A mí no me gustan,- declaró
convencido obteniendo un murmullo de aprobación entre los pequeños. -
- Sólo los que hagan falta - le respondió
amablemente Beruche. - Si trabajáis mucho en clase, serán muy pocos.
-¡Estudiar en un rollo! - le dijo Kevin - prefiero
jugar.
- Me recuerdas a un chico que conocí - respondió
Bertie esbozando una débil sonrisa de añoranza. - Decía lo mismo que tú.
¿Sabes? – .Añadió con tono más sereno y resignado. - Muchas veces hay que hacer cosas que no nos gustan
demasiado. Pero no queda otro remedio.
-¿Él las hacía?- le inquirió Kevin con curiosidad. -
- Sí, las hizo, cuando tuvo que hacerlas siempre se
esforzó hasta el final - sentenció
Beruche más musitando para sí con voz queda.-
Por suerte su hermana le dio un golpecito en el
brazo para sacarla de esa melancolía y tomó el relevo con jovialidad.
- Bueno, ahora nos toca a nosotras preguntar.
Contadnos cada uno que os gusta hacer y habladnos un poco de vuestros papás.
Así
invirtieron el resto del tiempo de clase en hablar con todos los niños y ellos
les comentaron cosas sobre sus propias vidas. Al terminar el día las chicas se
los habían ganado. Sólo una niña no dijo nada. Estaba en una esquina de la
clase muy callada. Era Sharon, la rubita tímida. La clase terminó y los críos salieron
eufóricos y a la carrera menos ésta última. Cooan entonces se acercó hasta la
pequeña que intentaba salir sin llamar la atención.
- Espera un poquito, cielo.- Le pidió suavemente
arrodillándose para estar a su altura. -
-¿He hecho algo malo? – Preguntó tímidamente la niña
que parecía asustada. -
- No, que va, no te preocupes, nena - la tranquilizó
afectuosamente Beruche que también se acercó. – Solo queremos preguntarte algo.
-¿Qué te pasa, cariño? Has estado muy callada
durante las clases. - Inquirió Cooan con voz dulce acariciándole amorosamente su
largo cabello rubito, para declarar. - ¿Sabes que tienes un pelo precioso? Como le decía yo a otra niña tan guapa como tú
hace ya tiempo, el pelo es el mejor adorno de una mujer, así que debes cuidarlo
muy bien.
La
niña no contestó, cerraba la boquita en actitud compungida, sin atreverse a
decir nada.
Beruche la tomó cariñosamente en brazos sentándola
sobre un pupitre.
- No tengas miedo - le pidió Bertie con la mayor
amabilidad. - Estamos aquí para ayudarte y ser tus amigas, dinos. ¿Qué pasa con
tus papás?, no nos has contado nada de ellos.
- Mis padres se murieron - respondió la pequeña en
voz baja y suave dejando a las chicas heladas, incluso estremecidas al escuchar
a la cría añadir con tono lleno de temor. - Los hombres malos de las capuchas
llegaron a casa y les mataron. Pero a mí no me vieron porque me escondí. Ahora
vivo con mis tíos.
- Tranquila, cariño - pudo responder Beruche
visiblemente impresionada, casi le temblaba la voz al oír aquel horror en
labios de esa pequeña pero pudo componer un gesto risueño y le susurró con
dulzura. – Vamos, te acompañaremos al autobús, ¿vale? - La pequeña asintió
despacio dejándose tomar de la manita. -
Llevaron
a la niña a la ruta escolar que ya esperaba hacía algunos minutos para salir.
Beruche y Cooan le pidieron perdón por el retraso al conductor y dejaron a
Sharon sentada en su lugar. Ellas tomaron su propio autobús y volvieron a casa.
Quedaron con Tom para contarle lo ocurrido e intercambiar pareceres sobre su
primera jornada ya que no habían podido verle en todo el día. Una vez reunidos
en el piso que fuera de Roy, su amigo escuchó la historia de esa pequeña y
declaró pensativo.
- ¡Pobre cría! Eso quiere decir que esos sectarios
ya están sembrando de nuevo el pánico en la ciudad. Yo he oído que en algunos
barrios de las afueras se han producido ataques contra personas y lugares que
concuerdan mucho con su estilo.
-¡Malditos, hacedle eso a una niña! - terció Cooan
verdaderamente indignada. - ¡La próxima vez las justicieras, estaremos allí
para impedirlo!
-¿Es un cambio, verdad? - Dijo Beruche con mirada y
voz reflexiva - de luchar contra demonios hemos pasado a dar clase a los niños.
¡Qué ironía! y pensar que cuando llegamos a la Tierra sólo pensábamos en matar
a una cría de la edad de nuestros alumnos. Una pobre niña como Sharon. ¡Qué
horror! - Se lamentó amargamente. - ¡Siento tantísima vergüenza y desprecio de
mí misma con sólo pensarlo! – Confesó.-
Estaba con las manos entrelazadas, bajando la
cabeza. Pese a todo lo sucedido y lo que habían cambiado ese pensamiento todavía
la atormentaba en ocasiones. Cooan asintió llevada por ese mismo sentimiento de
culpa.
- Todo eso ya pasó - las animó Tom - ¡No seáis tan
duras con vosotras mismas, chicas! ¡Ahora ya habéis resarcido al mundo con creces de todo lo malo que
hicisteis!..
-¡No del todo aún, esta vez nos toca a nosotras
impedir que esos malvados hagan algo
similar o peor! ¡Ahora puedo comprender bien a las Guerreras! Esto es muy duro
pero no podemos ni debemos desfallecer.- Convino Bertie recobrando la
determinación. -
- Es cierto - añadió Cooan. - Es como si el destino
nos diera la oportunidad de remediar todo ese mal que hicimos en el pasado, o
haremos en el futuro, ¡es un lío! - Suspiró elevando los brazos para exclamar con
un tono de incredulidad. - ¡Pensar que todavía faltan casi mil años para que
hayamos nacido!
- Sí, pero no penséis más en ello. Sólo tenemos que
preocuparnos de que llegue la paz definitivamente y podamos llevar una vida
normal.- Suspiró el muchacho pensando para sí en tanto miraba de reojo su silla.
- Bueno, al menos todo lo normal que pueda.
Las
dos chicas asintieron esperanzadas de que así fuera y pasaron a comentar cosas
más amables como sus impresiones acerca de las clases y las cosas que podrían
hacer en ellas. A unos cientos de kilómetros de allí, en Filadelfia, el señor
Sinclair recibió al doctor Newton, un prestigioso psiquiatra de la zona. Por
suerte April dormía profundamente ahora, le habían dado una pastilla que el médico
les indicó disuelta en un vaso de leche. De este modo pudieron poner al
corriente al galeno de lo que su hija les había contado. Tras escuchar con atención,
este se llevó una mano a la barbilla para declarar.
-Parece que ha estado sufriendo episodios de
esquizofrenia paranoide. Ésta claro que refleja síntomas positivos de
alucinaciones y delirios.
-A veces le costaba un poco hablar.- Añadió la asustada
madre de April. –
-Y por lo que ustedes me han comentado, señores
Sinclair, su hija presenta un cuadro de ideas delirantes de persecución, autorreferencia
con componente religioso. Al menos en lo que les ha contado de esa supuesta secta.
-Entonces nuestra hija está completamente loca.- Sollozó
esa consternada mujer.- Vive en otro mundo.
-No del modo que ustedes creen. Para ella, las ideas
o cosas extrañas de otros serán tan raras como para nosotros las suyas. Sin embargo,
ella misma es incapaz de ver lo que le sucede.- Le respondió el doctor.- Además,
esas alucinaciones me desconciertan, no son únicamente auditivas, ella mantiene
haber estado con su hermana Paige. ¿Verdad? Porque eso también es muy extraño,
no puedo achacarlo a un trastorno de doble personalidad. Normalmente las
personalidades divergentes no se conocen.
-Así es.- Suspiró el cariacontecido padre de esa
infeliz.- Nuestra hija pequeña murió hace cuatro años. April y ella tuvieron un
accidente. Iban en bicicleta. April quiso darle una vuelta a su hermana, pero
se despistó y salió a la carretera. Se cruzó con un coche que no pudo frenar a
tiempo y se las llevó por delante.- Gimió aquel destrozado individuo al rememorar
aquello, remachando a duras penas.- Paige murió en el acto y April se rompió
las piernas. Estuvo en el hospital durante varios días, en coma. Al fin, cuando
salió, y preguntó por su hermana…
-No pudo aceptar que Paige hubiese muerto.- Le reveló
la asimismo desolada madre.- Se puso histérica y después no hablaba…Así,
durante un par de semanas, hasta que comenzaron a medicarla.
-Lo lamento mucho. Mi colega el doctor Nicholls no
me pasó esa información cuando me traspasó este caso.- Se justificó el psiquiatra,
añadiendo entonces con tono profesional, elucubró.- Entonces puede que la
trágica pérdida de su hermana, asociada al complejo de culpa por la misma,
hicieran que la mente de April se fragmentase durante el coma, y que parte de
ella luego adoptase la personalidad de Paige. Incluso pudiera ser que se
hiciera pasar por ella ante terceros. Personas que no la conocieran como April.
-Y habla de nuestra difunta hija como de su hermana
mayor, aseguraba que yo abusé de ella.-
Comentó el ahora incómodo padre.-
-Ese es un mecanismo de defensa.- Le explicó el
médico.- Su hija April quiere pensar que Paige era mayor que ella, que era la
más madura y adulta. De este modo se libera de la culpa. O al menos, de la
responsabilidad. También se la traspasa a usted, señor Sinclair. De este modo,
Paige era la mayor, fue abusada y huyó de casa. Pero no está muerta por la
imprudencia que April cometió al llevarla en esa bicicleta. Eso es lo que opino,
que en su mente ha invertido la situación y hasta ha llegado, no solo a adoptar,
sino a mezclar las personalidades de ambas. Aunque lo que no comprendo es eso
de su presunta nieta. Creo que deberían encargar un reconocimiento médico de su
hija.- Les aconsejó ahora con tono más preocupado.- Por mi parte les confieso
que estoy atónito, jamás había visto un caso similar.
Eso
no animó precisamente a los padres de esa desventurada muchacha. Así estaban
hablando con aquel médico cuando el timbre de la puerta volvió a sonar. El
señor Sinclair fue a contestar.
-¿Sí?- Quiso saber mirando por la rejilla de la
puerta.-
Y
pudo observar a dos jóvenes una alta, rubia y muy atractiva chica, acompañada
de un altísimo y robusto muchacho. Fue ella quien habló.
-Señores Sinclair, somos compañeros de su hija
April, de la universidad. Estamos buscándola. Se marchó de allí como si
estuviera huyendo de algo. Queríamos preguntarles si han sabido algo de ella o
si está aquí.
En
ese instante el hombre abrió la puerta. Con gesto consternado les invitó a entrar
y la rubia muchacha se presentó a sí misma y a su compañero.
-Muchas gracias, me llamo Melanie Sanders, y él es
mi novio, Malcolm Roberts. Yo soy la compañera de cuarto de su hija.
-Así que tú eres Mel.- Sonrió levemente la madre de
April.-
Incluso
suspiró aliviada al comprobar que, al menos esa chica sí que era real. De todas
maneras April le había mandado fotos de ambas vestidas de animadoras. Pero pudiera
haber sido una compañera sin el menor trato con ella y servir únicamente como
imagen para apoyar una fabulación, ¡ otra más de su pobre hija! Pero
afortunadamente esa joven estaba ahí y demostrando preocuparse por April. De modo
que agregó, muy reconocida y con tono cordial.-
- Mi hija me hablaba de ti en algunas de sus cartas,
hace tiempo. Parecía que te quería mucho.
-Y yo a ella, señora Sinclair.- Pudo decir la
interpelada casi a punto de llorar.-
Pero
fue el esposo de aquella mujer, quien intervino entonces para contarles.
-Nuestra hija ha vuelto a casa, ahora duerme. Está
bien…
-¡Gracias a Dios!- Suspiró Melanie abrazándose con
Malcolm.-
No
obstante, su interlocutor no se detuvo y agregó con tono lleno de pesar.
-Al menos parece estar bien físicamente y quisiéramos
pediros que nos contaseis todo lo que sepáis. Veréis, no creo que tenga sentido
ocultároslo. April está muy enferma, tiene un gravísimo trastorno. Los dos
parecéis apreciarla mucho al haberos tomado tantas molestias para venir a buscarla.
Por ello os pondremos al corriente de lo que pasa.
Y
así lo hicieron, dejando a los muchachos
entre perplejos y horrorizados. La propia Melanie entonces se dio cuenta de un detalle
que hasta ese instante le había pasado inadvertido.
-Ese tinte de pelo. April tenía un bote de tinte,
pero jamás se tiñó delante de mí. Debía de ser uno de esos que se va cuando te
lavas la cabeza.- Comentó atónita.-
-Mucho me temo que April ha tomado la personalidad
de su hermana Paige, o al menos, ha tratado de recrearla. Y todas esas
fantasías de demonios, posesiones y extraños sectarios, no son más que una
especie de mundo irreal que ha construido para irle dando soporte a su delirio.-
Declaró su contertulio.-
-Sí, coincido en eso.- Convino el psiquiatra
asintiendo despacio para disertar.- Una expresión de la maldad y la injusticia
a la que se cree que se ha visto sometida. Los demonios bien pudieran representar
su propio sentimiento de culpa sublimado. De ese modo podría luchar contra él.
Aunque Melanie y Malcolm se miraron sin saber qué
hacer. Por un lado deseaban decir que esas cosas eran bien reales pero temían
que, a su vez, les tomasen por locos. De modo que cuando les llegó el turno a
ellos de referir lo sucedido en la universidad, honestamente no supieron por dónde
empezar. Melanie apenas sí pudo comentar, tratando de ser lo más cauta posible.
-Lo cierto es que han pasado cosas muy extrañas en
Nueva York. Y todos hemos sido testigos o nos hemos visto afectados en uno u otro
momento por ellas. Quizás April era más sensible y eso le haya hecho una mayor
mella.
-¿Pero os habló alguna vez de un bebé?- Quiso saber
el señor Sinclair, obviando lo otro.-
-¿Un bebé?-
repitió Roberts con cara de sorpresa.- No, que yo sepa.
-Aunque el año
pasado faltó casi todo el curso.- Apuntó Melanie quien precisamente recordó.-
Me contó que tuvo que venir a cuidarla a usted, señora Sinclair, porque estaba
delicada de salud.
-Yo nunca he
estado enferma, no para que nadie tuviera que venir a cuidarme.- Rebatió la
interpelada, comentando a su vez.- April vino a vernos hará casi un año. Estaba
muy contenta, o por lo menos, eso quiso trasmitirnos, diciendo que estaba muy
bien en la Universidad, que no nos preocupásemos. ¡Nos engañó!, la creímos y
por eso no fuimos a la Golden.
-Realmente no es
que ella les engañase. April creía de veras en todo lo que les estaba contando. Su otra parte, Paige, fue
quien hizo esas otras cosas. Por ello, es necesario que su hija pase un
reconocimiento médico y que nos cercioremos si eso del bebé es una más de sus
fantasías o pueda tener visos de realidad.- Terció el psiquiatra.-
-Doctor, ¿está
usted insinuando acaso que nuestra hija?.- Pudo decir el alarmado padre.-
-Es una
posibilidad.- Tuvo que admitir el interpelado, ante las caras de horror del
resto.-
Tras unos instantes en los que nadie
supo que decir, fue la señora Sinclair quien se dirigió a esos dos jóvenes con
tono agradecido y sonando también a disculpa para pedirles.
-Habéis sido muy
considerados y apreciamos vuestra preocupación por April, pero tenemos que
pediros que nos dejéis a solas con ella. ¡Por favor!, necesitamos recuperar a
nuestra hija y cuidarla. Os prometo que, pasado un tiempo, os llamaremos para
informaros de como sigue.
-Claro. - Asintió
Roberts, para dirigirse a su consternada novia.- ¿Verdad Mel?
-Si pudiera al
menos verla un instante.- Pidió la joven.-
-Por supuesto.-
Asintió el padre de la convaleciente.- Está dormida en su cuarto, el doctor nos
recetó un somnífero tan fuerte que no se despertará.
Y Melanie acompañó a la madre de su
compañera hasta la habitación. Abriendo la puerta muy lentamente y casi en
penumbra la vio dormida. Por lo menos daba la impresión de estar descansando y
en paz. Tras derramar algunas lágrimas por ella, la visitante sonrió.
-Muchas gracias,
señora. ¡Cuídenla! Le daré mi el número de mi casa.
-Gracias a ti y a
tu novio por preocuparos tanto de mi hija. Me alegra constatar que ha tenido
buenos amigos allí.
-Para nosotros, los
compañeros de la Golden son casi de la familia.- Aseguró su contertulia.-
De este modo, tanto ella como
Malcolm se despidieron yendo al fin a dedicarse a su propios planes de futuro. Y en tanto todo esto sucedía en la Tierra, en el cielo,
Roy estaba impaciente por lo que vería tras la puerta. Pero le decepcionó
encontrarse en otra gran extensión de espacio en blanco. El mago se quedó tras
él, le tocó un hombro y le dijo.
- Debo dejarte por ahora, en poco tiempo vendrá
alguien que se encargará de ti.
-¿Quién va a venir? - Preguntó Roy intrigado. - ¿Y a
qué te refieres con eso de que se encargará de mí? - Terminó sin hacerle demasiada
gracia esa expresión.- Eso parece del Padrino…
Y es que aquello le sonaba como si de un mafioso
listo para ser eliminado se tratara. Aunque si ya estaba muerto, no pensaba que
le pudiera suceder nada más. Pese a todo, nunca se podía estar seguro de nada
en esta vida, eso le decía siempre su madre.
- Ni en la otra al parecer tampoco. - Añadió él
mismo mirando al frente con gesto desconfiado, pero recordando la promesa hecha
a sus padres afirmó con decisión. - No te preocupes, estoy dispuesto para lo que
sea.
Se
giró para esperar una respuesta o alguna aclaración más precisa pero el tal
Landar ya no estaba allí. Tras mirar en todas direcciones se dio por vencido,
no había nadie por los alrededores de esa vasta extensión.
-¡Esto es magnífico! Se va sin despedirse y me deja
aquí con la palabra en la boca. - Se dijo con irónica sorna levantando los
brazos y dejándolos caer con resignación pensando. - Bueno, ¡a esperar! Total,
no tengo otra cosa que hacer y dispongo de mucho tiempo libre. Veremos quién
viene ahora por aquí…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, si sois tan amables y no os es molestia, comentar vuestras impresiones sobre lo que habéis leído. Me vendría muy bien para mejorar y conocer vuestras opiniones sobre mis historias. Muchas gracias. ;)