jueves, 3 de marzo de 2011

GWA 35. El mago blanco



Roy apareció en medio de un lugar que semejaba a una terminal de aeropuerto. A su alrededor se movían de un lado a otro un número incontable de siluetas etéreas con rasgos humanos. Para su perplejidad pasaban a su lado con total indiferencia. Todas ellas iban hacia un inmenso portal situado a una considerable distancia. Penetraban en él, dentro de una resplandeciente luz, que sin embargo, no cegaba. Era igual que aquella que tanto le atrajo y nuevamente el muchacho sentía las emanaciones de paz y bondad que provenían de allí. A la vez que una potentísima energía. Otra vez tuvo el deseo de seguir a aquellas figuras y adentrarse en la luz. Pero, de nuevo fue detenido, y esta vez por una voz diferente a la que antes le había guiado.

- Aun no ha llegado tu hora, no debes entrar, espérate ahí.

            Esa voz era cálida y amable y el muchacho sintió que poseía una gran fuerza. Mucho mayor aun que la de su anterior interlocutor.

- Pues vaya ¿Tendré que quedarme aquí mucho tiempo? - Preguntó Roy que ahora volvía a tener la sensación de impaciencia terrenal, pero ésta no le duró mucho. -
-¡Ya tenía ganas de verte en persona! – Respondió esta vez la voz que le había guiado anteriormente, sonando muy próxima a él. - Y ahora también podrás verme tú a mí.

            El aludido se volvió hacia donde le parecía que venía aquella voz, aunque no vio nada. Pero al girarse nuevamente al frente, delante de él, se erguía un anciano delgado y alto, de larga barba blanca, rostro amable y ojos azules índigo, vestido con una túnica del mismo tono inmaculado y radiante.

- Por fin nos vemos las caras.- Sonrió aquella aparición - no sabes cuánto he deseado que llegase este momento. Soy Landar, el mago blanco.- Se presentó con tono templado clavando en el muchacho una paternal mirada. -
- Pues encantado de conocerle.- Repuso Roy, que pasada la primera impresión que tuvo de estar ante una especie de santo, sonrió irónicamente con cara de enfado para reprobar. - Así que fue usted el que hizo pasar todas esas pesadillas.
- No, yo no te envié ninguna pesadilla, esos eran tus recuerdos. Mejor dicho, los del demonio Armagedón cuando pugnaba por salir desde tu interior. Una vez le destruiste esas pesadillas desaparecieron.
-¿Y qué pasó entonces con mis otros sueños? - Le inquirió el muchacho sin comprender. -
- Esos sueños de lugares lejanos y paisajes maravillosos, esos sí que te los envié yo. Y otros más que realmente eran parte de tu propia memoria.- Reconoció Landar que le hizo un gesto con las manos añadiendo. - Ahora debes seguirme. – Sentenció comenzando a andar hacia aquel blanco e inmenso horizonte. -

            Sin embargo, Roy estaba asombrado y más intrigado que nunca, no tardó en acosar con todo tipo de preguntas a su guía.

-¡Espere un momento!, ¿qué palacios eran esos? ¿De dónde vengo? ¿Qué significa?

            Aunque Landar esbozó una condescendiente sonrisa y se limitó a replicar de modo paciente sin detener su marcha.

- Aun no puedes saberlo. Pero cuando llegue el momento te aseguro que todo te será revelado.

            El chico se resignó ante aquella contestación más que cargante para él. Le recordaba a las preguntas sobre sexo que hacía de pequeño y a las respuestas que le daban sus pacientes padres. Con decir. “Todavía eres muy pequeño para entenderlo”. Ya estaban las cosas resueltas. En fin, habría que dejarlo estar de momento, pero al menos algo podría decirle esa especie de profeta. Y Roy, siguiéndole  en su  pausado caminar, insistió con otra pregunta.

- Bueno, pero al menos contésteme a una cosa. - ¿Creí entender antes que esto es el Cielo, no?
- Es algo un poco más complicado, pero podrías llamarlo así. Digamos que la antesala antes de la Eternidad.- Le matizó el mago. - El lugar por el que andamos ahora es una estación de tránsito.
-¡Estupendo!- exclamó Roy realmente contento de estar allí y de que sus “pecadillos” con las mujeres no hubieran sido tenidos en cuenta y agregó con solemnidad fingida. - Vera señor mago, siempre quise saber una cosa, algo que me atormentó desde mi más tierna infancia y esto creo que sí me lo podrá decir.
-¿De qué se trata?- Quiso saber su interlocutor deteniéndose un instante y escrutándole con esos sabios ojos. -
-¿Está por aquí Elvis? - Inquirió a bocajarro con su típico descaro. - ¡Seguro que todo el mundo tiene curiosidad por saberlo!
-¡Deja de preguntar tonterías!- le regañó el mago poniendo ahora una expresión de paciente reprobación, idéntica a la que un padre adoptaría con cualquier niño pesado y añadiendo con más severidad. - Tienes cosas más importantes en que pensar. Y mucha tarea por hacer.
- Una cosa más. – Terció el chico ahora con una sonrisa y tono más reconocido para agregar. En serio en esta ocasión. -Muchas gracias por dejarme ver a mis padres otra vez.

El mago le devolvió una tenue sonrisa e hizo una leve inclinación de cabeza. Después continuó andando y Roy le siguió sumisamente sin dejar de mirar en todas direcciones. Aquello ya le empezaba a parecer monótono pero al fin llegaron ante una puerta dorada, con un marco finamente labrado. Era extraño pues no parecían existir paredes que la rodeasen y el joven, de hecho, podía pasar de largo y continuar andando por esa blanca vastitud. Incluso rodear la puerta por detrás y no encontrar nada más que la parte trasera de dicha puerta.

-¿Esto es una broma, no?- Preguntó en voz alta -

Pero Landar no contestó, con un gesto de sus manos le indicó que se acercase y el mago abrió. (El chico no pudo darse cuenta de cómo ni con qué, pues no existía ranura para la llave ni picaporte).

-¡Sígueme muchacho!- Le ordenó el anciano.-

Y el atónito Roy asintió pasando tras él, ambos entraron y la puerta se cerró tras ellos…

            En la Tierra, April había huido sin mirar atrás. Pese a todo, trató de encontrar a su hermana Paige y a su sobrina. Finalmente, sintiéndose derrotada y hundida al no tener éxito, retornó a la casa de sus padres. Allí, ambos quedaron atónitos cuando la chica quiso ponerles al corriente de lo sucedido.

-¡Pero hija!- Comentó su incrédula madre.- No puedes estar hablando en serio.
-Entendemos que volver a ver a Paige te haya alterado tanto, lo que no puedo comprender es esas historias sobre demonios y seres sobrenaturales.
-¡Yo misma les he visto! Y a las propias Justicieras, ¡ellas me salvaron!- Comentó la muchacha.- pero tenía miedo. Seguramente que esos monstruos buscaban a Paige. Por eso ha huido, y tengo que encontrarla.

            Sus padres se miraron con una extraña expresión, aunque la madre de April enseguida dedicó una sonrisa a su hija para afirmar.

-¡Claro cariño! Haremos lo que sea para encontrarla. No te preocupes, pero tienes que descansar.

            Aunque la joven les dedicó una mirada desconfiada. Apuntando a su padre con un dedo acusador, le exigió, llena de indignación.

-Dime la verdad. ¿Le hiciste algo a Paige?
-¿Hacerle algo a Paige, cariño? ¿A qué te refieres?
-Ya lo sabes.- Sollozó la muchacha.- Tú…tú abusaste de ella…

            Su progenitor y la esposa de este se miraron con horror, el aludido enseguida movió la cabeza negando eso. Muchos de sus cabellos algo encanecidos ya, destacaban sobre el resto de su pelo moreno que se mesó nervioso al responder con tinte conciliador.

-Yo jamás le hice nada malo a Paige. Siempre la quise mucho, pero porque era mi hija. Como tú, sois lo mismo, April.
-¿Por qué hablas de ella en pasado? ¿Acaso ya no lo es?- Replicó agudamente la muchacha.-
-Por favor, cariño.- Le pidió su asustada madre.- Tienes que descansar, date un baño, toma algo de cenar y te prometo que buscaremos a…Paige. Créeme, ella está equivocada, tu padre jamás hizo nada. Y en cuanto podamos encontrarla y lo aclaremos todo, volveremos a estar juntos. ¿Te gustaría, verdad que sí?

            Eso hizo que April la mirase entre atónita y esperanzada. Ahora preguntó con tono más optimista.

-¿De verdad, mamá?¿Me lo prometes?
-Claro que sí, cielo.- Sonrió la interpelada abriendo los brazos.-
-¡Qué bien! Volveremos a ser una familia.- Afirmó entusiasmada, añadiendo para asombro de sus padres.- Y además, os encantará saber que sois abuelos.
-¿Abuelos? ¿A qué te refieres con eso?- Inquirió su atónito y alarmado padre.-
-No, a mí no.- Se rio la chica, desvelándoles.- Es Paige, ella ha tenido un bebé. Es una niña preciosa, se llama Marla. Es morena como ella.

            Sus progenitores apenas podía ocultar el impacto que esas palabras les habían producido, se miraban asombrados y llenos de temor.

-Claro, hija. Estaré encantado de recibirlas aquí, y de ayudarlas.- Afirmó su padre con tono conciliador.-
-Anda cariño, ven conmigo.- Le pidió afectuosamente su madre dándole un abrazo.-

            La joven se dejó envolver por la calidez de los brazos maternos y dócilmente permitió que la llevasen al cuarto de baño. Estaba agotada, un buen baño caliente y dormir era lo que necesitaba. Su padre entre tanto aprovechó para ir a otra habitación. Allí descolgó el teléfono y marcó un número, a los pocos instantes alguien respondió y él le comentó.

-¿Doctor Newton? Sí, mi hija ha vuelto. Sí, está peor, mucho peor…tiene otra vez esas fantasías. Habla de Paige. Sí, esa hermana suya que murió en aquel accidente. ¿Su medicación?. No lo sé, no creo que en la universidad la haya tomado. Claro, por favor, recéteme algunas de esas pastillas…En cuanto pueda venir a reconocerla le contaré el resto…

            Tras colgar aquel hombre suspiró llevándose las manos al rostro, luchando por no llorar. Su pobre hija había recaído del peor modo. A pesar de creer que todo había terminado en cuanto fue diagnosticada y medicada. April volvió a ser la que era y llenos de esperanza, la enviaron a esa Universidad. Su hija aceptó encantada. Quería estudiar derecho, ser abogada, esa fue su ilusión desde pequeña. Luego sucedió ese terrible accidente. Pero todo parecía haber quedado atrás. Al principio la chica hasta les escribía regularmente y les mandaba fotos de la Golden, de sus amigos y les contaba que hasta era animadora. Añadía que aquello le habría encantado a Paige, puesto que su difunta hermana era una gran bailarina. Pero repentinamente perdieron en contacto con ella. En sus últimas cartas les advirtió no obstante que tardaría en escribir.

-Fueron casi dos años.- Se lamentaba el padre.- Y no quisimos ir allí por no recordarle sus malas experiencias, y su trauma. Ella vino apenas un par de veces a visitarnos y pensábamos que estaba bien. Cometimos un error.- Suspiró ahora enjugándose alguna lágrima.-

Y mientras tanto, en el apartamento de las hermanas Malinde, las chicas se reunieron con sus hermanas para contarles lo de sus trabajos. Petz se alegró mucho, pero Karaberasu sólo las felicitó de forma forzadamente cordial. Una vez de vuelta en el apartamento, las dejó con el pretexto de ordenar su cuarto y se metió en su habitación. Hacía ya más de un mes que había sufrido la violación y estaba muy preocupada. A pesar de lo que quería exteriorizar, ella seguía sin superar el trauma. No obstante, ante la gravedad de la situación que debían enfrentar había callado sin volver a decir nada manteniendo una fuerza artificial en su carácter. No habría sido oportuno quejarse puesto que las circunstancias habían demandando que todos olvidasen sus penas y dolor y trabajasen unidos. Pero ahora que las cosas se calmaban no podía dejar de pensar en ello y, por si fuera poco, no le llegaba el periodo. No quería pensar en nada extraño ni terrible pero su cabeza se le iba a las más terribles divagaciones. ¿Y sí…? No, ¡aquello era absurdo y monstruoso!, ¡de ninguna manera! Y trató de apartar esas ideas de su mente. Incluso llegó a comprarse un predictor a ver que le salía, pero no estaba segura de que eso pudiera funcionar, sobre todo en vista de lo que le había sucedido a ella. Quizás hubiera sido mejor olvidarlo. Pero le era imposible dejar de pensar en ello y dominada por la ansiedad buscó en la guía de teléfonos y marcó un número…

-Es absurdo, pero…no puedo seguir así.- Se decía en tanto aguardaba a que alguien respondiera.- Supongo que son mis nervios…

Pero, pese a los acontecimientos vividos por todas y sus respectivos problemas, la postura de Karaberasu no pasó desapercibida. Sus hermanas menores también la notaron extraña y demasiado distante y lo comentaron con Petz. Ésta les dio la razón, lo había venido observando desde hacía ya algún tiempo y comprendió que las más pequeñas le preguntasen.

-¿Qué le pasa a Kalie? - Quiso saber Cooan. - Está muy rara desde hace semanas.
- Supongo que es la tensión de los combates,- conjeturó Petz con un largo suspiro sentada en una silla del comedor y cruzando las manos sobre su regazo - y que no ha superado el trauma de cuando la capturaron.
- Sí - convino Beruche. - Eso de que intenten sacrificarte debe ser muy duro.
- Dejémosla  tranquila, lo superará. - Animó Cooan al resto. - Es una mujer muy fuerte.

            Convinieron en ello esperando que todo se solucionaría con el tiempo. Entonces Bertie consultó su reloj avisando a su hermana pequeña.

- Debemos irnos. Si queremos empezar a preparar los apuntes y las cosas que necesitaremos para dar las clases. Hay mucho por hacer.

            Cooan asintió y ambas se despidieron de su hermana mayor. Ninguna se dio cuenta de que Karaberasu colgaba en ese instante el teléfono. Aguardó unos instantes al percatarse de que las menores se habían ido y salió arreglada de su habitación. Petz la observó sorprendida pero más tranquila. Si su hermana se vestía así, con ese traje crema y esos zapatos a juego con bolso incluido que tanto el gustaban y repasaba su lazo rojo que anudaba su largo y liso pelo castaño para recogerlo en un pequeño y coqueto moño, podría decirse que estaba mejor.

-¡Qué guapa te has puesto! – Le sonrió esperando quizás alguna de sus contra réplicas sarcásticas. Al no producirse ella misma añadió.- No como la carca de tu hermana mayor. ¿Verdad?

Pero la interpelada no hizo nada de eso ni tan siquiera replicó a esa broma. Parecía incluso querer disimular una apariencia de nerviosismo en su voz y sus movimientos y respondió, pese a que su interlocutora no le había preguntado explícitamente.

- Me voy de compras a la ciudad. Hace mucho que no me miro ningún traje. Y mi vestuario se va a quedar tan desfasado como el tuyo. – Añadió al fin.-

Sin embargo, lo hizo de un modo forzado, como si supiera que su hermana esperaba algún comentario como aquel para quedarse satisfecha.

- Voy contigo. - Sonrió Petz sin tomarlo en consideración, a diferencia de otras ocasiones en las que ya estaría con los brazos en jarras reprendiendo a su hermana, e incluso añadió, como si se disculpase por ese reproche a su guardarropa. -Tampoco he tenido mucho tiempo para ir de tiendas últimamente.
- Si no te importa - repuso Karaberasu con extraña sequedad. - Me gustaría ir sola. – Su interlocutora la miró sorprendida por ese tono, tan fuera de lugar. Pero su hermana esbozó una pálida sonrisa suavizando sus facciones y su voz para agregar conciliatoriamente. - Perdona, pero  tengo que tomarme un poco de tiempo conmigo misma.

            Su hermana mayor asintió y continuó observándola extrañada pero no puso ninguna pega.

- Claro, que te diviertas. Y no vuelvas muy tarde ¡eh!- Le pidió al fin con suavidad. -

            Karaberasu afirmó que no se preocupase por eso y se despidió saliendo a la calle. Pero no iba de tiendas. Tomó un taxi y se dirigió a ver a una doctora que le habían recomendado. Había pedido hora para esa misma tarde y tuvo la suerte de que otro paciente había anulado la suya. Al llegar ante la puerta del edificio clínico por un instante estuvo tentada de marcharse. El valor la abandonaba pero sabía que, de no cerciorarse, sufriría esa congoja durante mucho tiempo. Debía atreverse a descubrir lo que fuera y con ese pensamiento a modo de impulsor cruzó la puerta y subió unas escaleras. La consulta estaba en el primer piso y enseguida se llegó a una puerta con un pequeño timbre que apretó. A los pocos instantes, una enfermera de gesto amable, con un traje blanco y cofia, le abrió haciéndola pasar a una salita contigua. La muchacha tomó asiento en un sofá allí dispuesto junto a otras dos mujeres y aguardó ojeando algunas revistas. En realidad simplemente pasaba las hojas sin apenas fijarse en ellas. La quietud y el silencio expectante de aquella sala hacían la atmósfera muy densa y le recordaba algo similar a estar esperando el momento de ir al matadero. Igual que si de un cordero listo a sacrificarse se tratara. Mejor no pensar en eso de nuevo. Agitó ligeramente la cabeza cerrando los ojos, como si de este modo esa idea se cayera de su mente. Inspiró hondo, suspiró largamente y trató de concentrarse en algún artículo de modas o de cremas para el cutis. A fin de cuentas era su trabajo.

-Debo serenarme. Seguro que todo es cosa de mi imaginación.- Se decía.-

 Pasaron los minutos hasta casi completar una hora de esperar su turno, viendo desfilar a los que estaban por delante, pero a ella casi se le hizo corto cuando finalmente la enfermera reapareció con una carpeta, leyó su nombre y la invitó a pasar. Ahora estaba dentro de una habitación alicatada con baldosines blancos y que contenía múltiples instrumentos médicos. Eso acrecentaba la angustia que comenzaba a latirle de nuevo en el corazón.

- Siéntese aquí, por favor - le pidió la solícita enfermera señalando un sillón reclinable y continuó indicándole. - Haga el favor de quitarse su ropa interior y de separar las piernas.-

Karaberasu obedeció aunque se sentía algo avergonzada, puso sus pies en sendos apoyos. Su interlocutora se dio cuenta de su incomodidad y le dijo con un tono muy amable y confortador.

- Tranquilícese, esto es algo muy normal - esbozó una sonrisa de aliento y comprensión que realmente calmó bastante a su interlocutora y agregó. - Ahora mismo viene la doctora.

            Ahora al menos suspiró aliviada, ¡se sentía envarada y su médico era una mujer! No quiso ni pensar que habría sentido si se hubiese tratado de un hombre. La enfermera salió del cuarto y  en su lugar entró una mujer rubia, de largo pelo ensortijado y gafas con montura de concha. Sonrió a Kalie  presentándose con idéntica amabilidad que su compañera.

- Hola, soy Pamela Smith, su doctora, pero llámeme Pam. Seguro que le aliviará que no sea un hombre el que la atienda ¿Verdad?,- preguntó sonriendo para romper el hielo como si en verdad hubiera adivinado el pensamiento de su paciente. -
- Sí, gracias - sonrió Karaberasu a su vez reconociéndolo más desenfadadamente - , hubiera sido algo incómodo para mí.
- Tranquila, en un momento terminamos,- la animó Pam que preparaba mientras su instrumental y se esterilizaba para preguntarle. - ¿Ha traído la muestra de orina?

La paciente asintió, sacando un frasquito de plástico del interior del bolso. Su interlocutora lo tomó llevándolo a una mesita cercana donde lo destapó con sus manos enguantadas vertiendo un poco en una especie de cartoncito. Entre tanto comentaba de forma jovial.

- Bien, en unos minutos volvemos a esta muestra. Ahora voy a hacerte una inspección de rutina. ¿No te importa que te tutee, verdad? Dime si te hago daño.

Su inquieta paciente respondió negando con la cabeza. La doctora terminó de reconocerla enseguida, siempre con el mayor cuidado y amabilidad aunque al dejar los instrumentos le lanzó una escrutadora mirada y declaró con más seriedad.

- Voy a preguntarte algunas cosas que quizás te resulten embarazosas,- le advirtió con sinceridad argumentando acto seguido con total justificación que Kalie comprendió. - Pero es importante para mí saberlas. Así que te ruego que me contestes. Y recuerda que esto es confidencial y que las dos somos mujeres.
- Está bien - suspiró Karaberasu nerviosa pero sabedora de que debía cooperar – pregunta.
-¿Estás casada? ¿Tienes novio quizás?
- Estoy soltera,- se alivió Kalie que no tenía ningún problema con dar esa contestación, añadió incluso con una ligera sonrisa - y sin compromiso.
- Tengo que sacarte algo de sangre - le dijo Pam  apresurándose a calmarla. - No te preocupes, es sólo para un análisis normal.

            Ella asintió y la doctora le extrajo un poco. Vertió unas gotas en un frasco que mezcló con un producto. Luego dedico su atención a la muestra de orina anterior. Al verla sonrió al principio, aunque luego se extrañó del color del cartón, pero recobró su semblante relajado y jovial para añadir.

- No te preocupes, aquí no hay ningún tipo de cosa que pueda preocuparte, a primera vista no hay rastro de enfermedades. De todos modos haremos un análisis por pura precaución. A no ser que.- Se tomó unos segundos para preguntar - ¿Has tenido relaciones últimamente? ya me entiendes.- Su interlocutora asintió bajando  la cabeza. -
- Quizás hace algo más de un mes, no estoy segura.- Musitó apurada  tras pensarlo mejor,  si a eso se le podía llamar relación. -
- Vale, entonces ya está claro, he terminado, vístete - le pidió Pam que mostraba la expresión de quién por fin aclaraba una duda que en realidad era evidente.

            La muchacha lo hizo y se levantó.

-¿Qué ocurre Pam? ¿Tengo algo malo?  - Inquirió impaciente. -
- No, tranquila no te pasa nada malo - sonrió la doctora agregando con tinte de complicidad. - Lo único de lo que deberás preocuparte será de engordar un poquito. Estás de casi un mes y medio, ¡felicidades!,- se  giró para guardar su instrumental y al volverse hacia su paciente ésta había desaparecido. ¿Karaberasu?- la llamó, pero ya no estaba allí. -

            Saliendo al pasillo, Pam le preguntó a su enfermera si había visto a la paciente. La aludida respondió que había salido corriendo muy agitada. La doctora se sorprendió, pero comprendió enseguida que se había equivocado al decírselo de aquel modo. Esa chica no tenía marido ni novio. Y pudiera ser que un hijo no fuera precisamente lo que deseara en ese momento. Suspiró cabizbaja, se encogió de hombros y volvió a su consulta puesto que debía reconocer a dos pacientes más.

-Bueno. Espero que le vaya bien. Parecía una buena muchacha. - Pensaba la facultativa en tanto llamaba a la siguiente.-

            Karaberasu corría por las calles conmocionada, con los ojos cubiertos de lágrimas. El mundo entero se le venía encima. Por fin dejó de correr. Agotada, deambuló sin rumbo fijo. Iba caminando ahora con la mirada perdida y sin importarle nada de lo que sucediera a su alrededor. Tan sólo podía pensar en una súplica.

- ¡Dios mío, Dios mío! - Se repetía en la cabeza una y otra vez. ¡Ayúdame, no quiero engendrar un monstruo! ¿Qué va a ser de mí? ¿A dónde iré? No quiero implicar a mis hermanas en esto. Sería demasiado para ellas. ¡Pero no puedo tener el mal dentro de mí!

            Acabó sentada en el banco de un parque sin apenas fijarse en las gentes que pasaban, desahogando su angustia entre lágrimas. Por fin, arrastrando los pies, volvió a casa al anochecer. Entró y cerró con suavidad la puerta, sin decir nada se metió en su habitación. Beruche y Cooan estaban ya acostadas, pues a la mañana siguiente debían levantarse muy temprano para ir a la escuela. La mayor de las hermanas era la única que seguía despierta. Estaba preocupada porque Karaberasu se retrasaba mucho a pesar de que había prometido volver pronto. Pero su hermana no estaba bien, eso era evidente. Petz no sabía qué hacer. Tampoco quería despertar a las otras sin aguardar un poco más. Por eso cuando advirtió que su hermana había llegado suspiró aliviada y se acercó  a la puerta de su habitación. Tocó a la puerta y le inquirió preocupada.

- Kalie, ¿te encuentras bien? ¿Has cenado ya?
- Sí, estoy bien.- Se esforzó ella por contestar de forma normal, dominando a duras penas sus espasmos y las ganas de llorar. - Me voy a la cama, tengo sueño.

            Petz se alejó y al poco rato volvió pese a todo con una bandeja de comida. Tocó a la puerta y no obtuvo respuesta.

-¿Puedo pasar? - Inquirió con prevención, pero su hermana seguía sin responder, decidió entrar con cuidado. -

            Karaberasu estaba acostada y arropada hasta la barbilla. Petz se preocupó nuevamente por su salud.

- Te traigo algo de cena. - Le dijo su hermana mayor sonriendo para tratar de aliviar ese depresivo ambiente - chica, ¿dónde te metes? .Ya empezaba a preocuparme por ti.
- Fui a dar una vuelta después de ver unas tiendas, no me decidí a comprar nada - replicó Kalie de manera evasiva, con un hilo de voz. - Tanta presión en estos días me ha afectado, supongo.
- Debes serenarte,- repuso su interlocutora tratando de animarla. - Mira a Bertie y Cooan. Ellas lo llevan  muy bien. Y tú y yo deberíamos seguir su ejemplo. Quiero seguir con nuestro trabajo y vivir la vida y tú también deberías hacerlo, quizás incluso podamos abrir una sucursal de nuestro negocio aquí. Cuando ganemos más dinero. - Se sonrió, preguntando a la espera de la aprobación de su hermana. -¿Qué te parece?
- Sí, es una buena idea.- Musitó Karaberasu con la mirada perdida en la bandeja y añadió apenas incapaz de ocultar su decaimiento. -Perdóname Petz pero estoy muy cansada, ha sido un día muy duro.
-¿No quieres cenar nada? - Le ofreció solícitamente ésta insistiendo con suavidad. - Este guiso está muy bueno.
- No muchas gracias, solo quiero dormir - contestó la muchacha con la voz muy apagada. -

            Petz la observaba cada vez más intranquila. Lo de Karaberasu iba más allá de una vulgar depresión, o eso le parecía. No en vano la conocía casi tan bien como a sí misma. Por unos  instantes guardó silencio y reunió valor para ofrecerle.

- Si necesitas hablar conmigo de algo. Lo que sea. Si tienes algún problema cuéntamelo y trataré de ayudarte en todo ¿vale?

Su hermana asintió luchando contra el desesperado deseo de abrazarse a ella y llorar confesándole toda aquella horrible situación que sufría, pero se reprimió.

- ¿Para qué? - Se dijo desolada - ¿Qué iban a poder hacer Petz, o el resto de mis hermanas más que sufrir?

Ésta viendo el silencio de su interlocutora decidió no atosigarla más. Quizás fuera tan simple como que debía descansar y así se lo dijo. Dándole las buenas noches con un beso en la frente.

- Bueno, pues entonces, hasta mañana. Que duermas bien,- le deseó saliendo del cuarto. -
- Hasta mañana Petz,- musitó Karaberasu que cerró los ojos dejando escapar las lágrimas. Lloró y gimió en voz baja para que su hermana no la oyese. - ¡Dios mío! ¡Qué voy  a hacer?...

            A la mañana siguiente, Cooan y Beruche se levantaron ilusionadas por empezar su trabajo como maestras. Tras desayunar, asearse y vestirse, se despidieron de Petz que también se iba a su trabajo. Karaberasu aun dormía y ninguna quiso molestarla. Así que bajaron a la calle y abordaron el autobús. Al cabo de un poco más de media hora llegaron al colegio. Allí las aguardaban Tom y el profesor Harding.

- Celebro verlas - las saludó su ya antiguo profesor y ahora colega. - Síganme por favor, voy a presentarles a sus futuros alumnos.
-¡Vamos chicas!- las animó Tom. - Yo ya conozco a los míos y me voy a comenzar las clases.
-¡Suerte Tommy! - le deseó Beruche en tanto Cooan le besaba. -

            Harding las llevó hasta un aula llena de críos que gritaban y reían jugando entre ellos. Con varias palmadas y unos momentos de pacientes ruegos les hizo guardar silencio. Luego se dirigió a la clase que le observaba expectante.

- Niños, estas son vuestras nuevas maestras, os darán clase hasta final de curso. Espero que las obedezcáis en todo y que seáis aplicados. ¿De acuerdo?
- Sí, señor Harding – le contestaron al unísono. -
- Son todos suyos, suerte.- Les deseó su interlocutor a las dos despidiéndose de ellas. -
- Gracias señor - respondieron ambas, en tanto el profesor se marchaba perdiéndose por el largo pasillo que antecedía a la clase -

            Las chicas se quedaron mirando a los niños que aguardaban con un curioso silencio. Por fin, Cooan se decidió a romper el hielo.

- Hola niños y niñas, buenos días, me llamo Cooan Malinde y os daré Lenguaje, Dibujo y Geografía.
- Yo soy Beruche Malinde - añadió Bertie - y me encargaré de enseñaros Matemáticas, Naturales e Historia.
- Las dos juntas o por turnos nos ocuparemos de la Educación Física y  los Trabajos Manuales - completó Cooan. -
- Tenéis el mismo apellido - preguntó sagazmente un niño rubito y con gafas. - ¿Es que sois hermanas?..
- Así es, somos hermanas - admitió Beruche con una sonrisa. - Muy bien, eres muy observador.- Le halagó añadiendo divertida. - Así que para no liaros llamadnos sólo por nuestros nombres. A mí podéis llamarme señorita Bertie.
- Y a mí señorita Connie - se sonrió Cooan alegrándose de que esa contracción cariñosa del nombre que le pusiera Roy fuera a serle tan útil. -
-¿Quién es la mayor de las dos? - Intervino una niña negrita de pelo corto y rizado, que también se decidió a preguntar. -
- Ella. - Sonrió Cooan señalando a su hermana - pero nos llevamos muy poco.- Y decidió cambiar las tornas dirigiéndose a los chavales a su vez con tono interrogador. - Bueno, ahora os toca presentaros a vosotros.
- Sí, iros levantando mientras decís vuestros nombres. Así, os iremos conociendo a todos.- Propuso jovialmente Bertie. -

            Los niños se fueron presentando uno por uno, a ambas les llamaron la atención cuatro de ellos diríase que resumían algunos de los estereotipos más claros que habían estudiado en psicología del comportamiento infantil. Una niña rubita, Sharon, la tímida y retraída. Spencer, el clásico empollón de gafitas. Jason, el gamberro típico, pelirrojo y con pecas para más tópico. Y Kevin, el chistoso y ocurrente. Beruche esbozó una débil sonrisa, imaginaba como habría disfrutado Roy allí de haber podido compartir esos momentos con los niños. La muchacha suspiró con añoranza pero volvió a concentrarse en su labor. Casi sin darse cuenta estaban  terminando la primera clase que fue sólo para conocerse un poco y los niños, siempre curiosos, bombardearon a preguntas a las nuevas maestras.

-¿De dónde sois? - Inquirió un muchachito moreno. -
- Venimos de Japón - respondió Cooan. - Pero tampoco somos de allí, tenemos origen extranjero. - Lo mismo que dijo a Tom cuando le conocieron, recordó melancólica pero continuó explicándole al niño. - Hace un año vinimos aquí a estudiar.
-¿Tenéis novio?- Les preguntó con algo de malicia una niña de pelo claro y cortito. -
- Sí, bueno, yo lo tuve.- Repuso Beruche bajando la cabeza sin poder evitar una oleada de tristeza. -Pero ya no…
-¿Te dejó?- le preguntó la misma niña que junto a los otros la observaban sorprendidos de ese cambio de tono. - ¿Es que se fue a algún sitio?
- Sí, se fue, muy lejos, tuvo que irse a un largo viaje.- Replicó Bertie en voz baja, tratando de permanecer lo más entera posible. -
-¡Claro!, mi mamá siempre lo dice. ¡Todos los hombres son iguales! - declaró la niña dejando perplejas a las dos adultas. - ¿Y usted?- Interrogó ahora a Cooan casi como si de una fiscal se tratara. - ¿Tiene novio?
- Sí,- sonrió ésta con cara de circunstancias, desde luego esa niña estaba muy adelantada para su edad - es un chico muy guapo, que trabaja aquí también.
-¿Os gusta la astronomía?- les preguntó Spencer aburrido seguramente de esos temas de cotilleo  para mayores. - ¿Nos llevaréis a ver el planetario? - Añadió esperanzado y contándoles a sus maestras con entusiasmo - ¡Yo a veces miro las estrellas con el telescopio de mi padre!
- Nosotras también las hemos visto, y muy de cerca,- sonrió Beruche  sintiéndose mejor de nuevo al evocar aquello. -
- Trataremos de llevaros allí, si estudiáis mucho,- les prometió Cooan. – ¡Al planetario, claro! - Se sonrió casi azorada al darse cuenta de lo tonto que era hacer esa matización.-
-¿Pondréis muchos deberes? - Quiso saber Jason evidentemente inquietado ante esa posibilidad. -A mí no me gustan,- declaró convencido obteniendo un murmullo de aprobación entre los pequeños. -
- Sólo los que hagan falta - le respondió amablemente Beruche. - Si trabajáis mucho en clase, serán muy pocos.
-¡Estudiar en un rollo! - le dijo Kevin - prefiero jugar.
- Me recuerdas a un chico que conocí - respondió Bertie esbozando una débil sonrisa de añoranza. - Decía lo mismo que tú. ¿Sabes? – .Añadió con tono más sereno y resignado. - Muchas  veces hay que hacer cosas que no nos gustan demasiado. Pero no queda otro remedio.
-¿Él las hacía?- le inquirió Kevin con curiosidad. -
- Sí, las hizo, cuando tuvo que hacerlas siempre se esforzó hasta el final  - sentenció Beruche más musitando para sí con voz queda.-

Por suerte su hermana le dio un golpecito en el brazo para sacarla de esa melancolía y tomó el relevo con jovialidad.

- Bueno, ahora nos toca a nosotras preguntar. Contadnos cada uno que os gusta hacer y habladnos un poco de vuestros papás.

            Así invirtieron el resto del tiempo de clase en hablar con todos los niños y ellos les comentaron cosas sobre sus propias vidas. Al terminar el día las chicas se los habían ganado. Sólo una niña no dijo nada. Estaba en una esquina de la clase muy callada. Era Sharon, la rubita tímida. La clase terminó y los críos salieron eufóricos y a la carrera menos ésta última. Cooan entonces se acercó hasta la pequeña que intentaba salir sin llamar la atención.

- Espera un poquito, cielo.- Le pidió suavemente arrodillándose para estar a su altura. -
-¿He hecho algo malo? – Preguntó tímidamente la niña que parecía asustada. -
- No, que va, no te preocupes, nena - la tranquilizó afectuosamente Beruche que también se acercó. – Solo queremos preguntarte algo.
-¿Qué te pasa, cariño? Has estado muy callada durante las clases. - Inquirió Cooan con voz dulce acariciándole amorosamente su largo cabello rubito, para declarar. - ¿Sabes que tienes un pelo precioso?  Como le decía yo a otra niña tan guapa como tú hace ya tiempo, el pelo es el mejor adorno de una mujer, así que debes cuidarlo muy bien.

            La niña no contestó, cerraba la boquita en actitud compungida, sin atreverse a decir nada.
Beruche la tomó cariñosamente en brazos sentándola sobre un pupitre.

- No tengas miedo - le pidió Bertie con la mayor amabilidad. - Estamos aquí para ayudarte y ser tus amigas, dinos. ¿Qué pasa con tus papás?, no nos has contado nada de ellos.
- Mis padres se murieron - respondió la pequeña en voz baja y suave dejando a las chicas heladas, incluso estremecidas al escuchar a la cría añadir con tono lleno de temor. - Los hombres malos de las capuchas llegaron a casa y les mataron. Pero a mí no me vieron porque me escondí. Ahora vivo con mis tíos.
- Tranquila, cariño - pudo responder Beruche visiblemente impresionada, casi le temblaba la voz al oír aquel horror en labios de esa pequeña pero pudo componer un gesto risueño y le susurró con dulzura. – Vamos, te acompañaremos al autobús, ¿vale? - La pequeña asintió despacio dejándose tomar de la manita. -

            Llevaron a la niña a la ruta escolar que ya esperaba hacía algunos minutos para salir. Beruche y Cooan le pidieron perdón por el retraso al conductor y dejaron a Sharon sentada en su lugar. Ellas tomaron su propio autobús y volvieron a casa. Quedaron con Tom para contarle lo ocurrido e intercambiar pareceres sobre su primera jornada ya que no habían podido verle en todo el día. Una vez reunidos en el piso que fuera de Roy, su amigo escuchó la historia de esa pequeña y declaró pensativo.

- ¡Pobre cría! Eso quiere decir que esos sectarios ya están sembrando de nuevo el pánico en la ciudad. Yo he oído que en algunos barrios de las afueras se han producido ataques contra personas y lugares que concuerdan mucho con su estilo.
-¡Malditos, hacedle eso a una niña! - terció Cooan verdaderamente indignada. - ¡La próxima vez las justicieras, estaremos allí para impedirlo!
-¿Es un cambio, verdad? - Dijo Beruche con mirada y voz reflexiva - de luchar contra demonios hemos pasado a dar clase a los niños. ¡Qué ironía! y pensar que cuando llegamos a la Tierra sólo pensábamos en matar a una cría de la edad de nuestros alumnos. Una pobre niña como Sharon. ¡Qué horror! - Se lamentó amargamente. - ¡Siento tantísima vergüenza y desprecio de mí misma con sólo pensarlo! – Confesó.-

Estaba con las manos entrelazadas, bajando la cabeza. Pese a todo lo sucedido y lo que habían cambiado ese pensamiento todavía la atormentaba en ocasiones. Cooan asintió llevada por ese mismo sentimiento de culpa.

- Todo eso ya pasó - las animó Tom - ¡No seáis tan duras con vosotras mismas, chicas! ¡Ahora ya  habéis resarcido  al mundo con creces de todo lo malo que hicisteis!..
-¡No del todo aún, esta vez nos toca a nosotras impedir  que esos malvados hagan algo similar o peor! ¡Ahora puedo comprender bien a las Guerreras! Esto es muy duro pero no podemos ni debemos desfallecer.- Convino Bertie recobrando la determinación. -
- Es cierto - añadió Cooan. - Es como si el destino nos diera la oportunidad de remediar todo ese mal que hicimos en el pasado, o haremos en el futuro, ¡es un lío! - Suspiró elevando los brazos para exclamar con un tono de incredulidad. - ¡Pensar que todavía faltan casi mil años para que hayamos nacido!
- Sí, pero no penséis más en ello. Sólo tenemos que preocuparnos de que llegue la paz definitivamente y podamos llevar una vida normal.- Suspiró el muchacho pensando para sí en tanto miraba de reojo su silla. - Bueno, al menos todo lo normal que pueda.

            Las dos chicas asintieron esperanzadas de que así fuera y pasaron a comentar cosas más amables como sus impresiones acerca de las clases y las cosas que podrían hacer en ellas. A unos cientos de kilómetros de allí, en Filadelfia, el señor Sinclair recibió al doctor Newton, un prestigioso psiquiatra de la zona. Por suerte April dormía profundamente ahora, le habían dado una pastilla que el médico les indicó disuelta en un vaso de leche. De este modo pudieron poner al corriente al galeno de lo que su hija les había contado. Tras escuchar con atención, este se llevó una mano a la barbilla para declarar.

-Parece que ha estado sufriendo episodios de esquizofrenia paranoide. Ésta claro que refleja síntomas positivos de alucinaciones y delirios.
-A veces le costaba un poco hablar.- Añadió la asustada madre de April. –
-Y por lo que ustedes me han comentado, señores Sinclair, su hija presenta un cuadro de ideas delirantes de persecución, autorreferencia con componente religioso. Al menos en lo que les ha contado de esa supuesta secta.
-Entonces nuestra hija está completamente loca.- Sollozó esa consternada mujer.- Vive en otro mundo.
-No del modo que ustedes creen. Para ella, las ideas o cosas extrañas de otros serán tan raras como para nosotros las suyas. Sin embargo, ella misma es incapaz de ver lo que le sucede.- Le respondió el doctor.- Además, esas alucinaciones me desconciertan, no son únicamente auditivas, ella mantiene haber estado con su hermana Paige. ¿Verdad? Porque eso también es muy extraño, no puedo achacarlo a un trastorno de doble personalidad. Normalmente las personalidades divergentes no se conocen.
-Así es.- Suspiró el cariacontecido padre de esa infeliz.- Nuestra hija pequeña murió hace cuatro años. April y ella tuvieron un accidente. Iban en bicicleta. April quiso darle una vuelta a su hermana, pero se despistó y salió a la carretera. Se cruzó con un coche que no pudo frenar a tiempo y se las llevó por delante.- Gimió aquel destrozado individuo al rememorar aquello, remachando a duras penas.- Paige murió en el acto y April se rompió las piernas. Estuvo en el hospital durante varios días, en coma. Al fin, cuando salió, y preguntó por su hermana…
-No pudo aceptar que Paige hubiese muerto.- Le reveló la asimismo desolada madre.- Se puso histérica y después no hablaba…Así, durante un par de semanas, hasta que comenzaron a medicarla.
-Lo lamento mucho. Mi colega el doctor Nicholls no me pasó esa información cuando me traspasó este caso.- Se justificó el psiquiatra, añadiendo entonces con tono profesional, elucubró.- Entonces puede que la trágica pérdida de su hermana, asociada al complejo de culpa por la misma, hicieran que la mente de April se fragmentase durante el coma, y que parte de ella luego adoptase la personalidad de Paige. Incluso pudiera ser que se hiciera pasar por ella ante terceros. Personas que no la conocieran como April.
-Y habla de nuestra difunta hija como de su hermana mayor,  aseguraba que yo abusé de ella.- Comentó el ahora incómodo padre.-
-Ese es un mecanismo de defensa.- Le explicó el médico.- Su hija April quiere pensar que Paige era mayor que ella, que era la más madura y adulta. De este modo se libera de la culpa. O al menos, de la responsabilidad. También se la traspasa a usted, señor Sinclair. De este modo, Paige era la mayor, fue abusada y huyó de casa. Pero no está muerta por la imprudencia que April cometió al llevarla en esa bicicleta. Eso es lo que opino, que en su mente ha invertido la situación y hasta ha llegado, no solo a adoptar, sino a mezclar las personalidades de ambas. Aunque lo que no comprendo es eso de su presunta nieta. Creo que deberían encargar un reconocimiento médico de su hija.- Les aconsejó ahora con tono más preocupado.- Por mi parte les confieso que estoy atónito, jamás había visto un caso similar.

            Eso no animó precisamente a los padres de esa desventurada muchacha. Así estaban hablando con aquel médico cuando el timbre de la puerta volvió a sonar. El señor Sinclair fue a contestar.

-¿Sí?- Quiso saber mirando por la rejilla de la puerta.-

            Y pudo observar a dos jóvenes una alta, rubia y muy atractiva chica, acompañada de un altísimo y robusto muchacho. Fue ella quien habló.

-Señores Sinclair, somos compañeros de su hija April, de la universidad. Estamos buscándola. Se marchó de allí como si estuviera huyendo de algo. Queríamos preguntarles si han sabido algo de ella o si está aquí.

            En ese instante el hombre abrió la puerta. Con gesto consternado les invitó a entrar y la rubia muchacha se presentó a sí misma y a su compañero.

-Muchas gracias, me llamo Melanie Sanders, y él es mi novio, Malcolm Roberts. Yo soy la compañera de cuarto de su hija.
-Así que tú eres Mel.- Sonrió levemente la madre de April.-

            Incluso suspiró aliviada al comprobar que, al menos esa chica sí que era real. De todas maneras April le había mandado fotos de ambas vestidas de animadoras. Pero pudiera haber sido una compañera sin el menor trato con ella y servir únicamente como imagen para apoyar una fabulación, ¡ otra más de su pobre hija! Pero afortunadamente esa joven estaba ahí y demostrando preocuparse por April. De modo que agregó, muy reconocida y con tono cordial.-

- Mi hija me hablaba de ti en algunas de sus cartas, hace tiempo. Parecía que te quería mucho.
-Y yo a ella, señora Sinclair.- Pudo decir la interpelada casi a punto de llorar.-

            Pero fue el esposo de aquella mujer, quien intervino entonces para contarles.

-Nuestra hija ha vuelto a casa, ahora duerme. Está bien…
-¡Gracias a Dios!- Suspiró Melanie abrazándose con Malcolm.-

            No obstante, su interlocutor no se detuvo y agregó con tono lleno de pesar.

-Al menos parece estar bien físicamente y quisiéramos pediros que nos contaseis todo lo que sepáis. Veréis, no creo que tenga sentido ocultároslo. April está muy enferma, tiene un gravísimo trastorno. Los dos parecéis apreciarla mucho al haberos tomado tantas molestias para venir a buscarla. Por ello os pondremos al corriente de lo que pasa.

            Y así lo hicieron, dejando a  los muchachos entre perplejos y horrorizados. La propia Melanie entonces se dio cuenta de un detalle que hasta ese instante le había pasado inadvertido.

-Ese tinte de pelo. April tenía un bote de tinte, pero jamás se tiñó delante de mí. Debía de ser uno de esos que se va cuando te lavas la cabeza.- Comentó atónita.-
-Mucho me temo que April ha tomado la personalidad de su hermana Paige, o al menos, ha tratado de recrearla. Y todas esas fantasías de demonios, posesiones y extraños sectarios, no son más que una especie de mundo irreal que ha construido para irle dando soporte a su delirio.- Declaró su contertulio.-
-Sí, coincido en eso.- Convino el psiquiatra asintiendo despacio para disertar.- Una expresión de la maldad y la injusticia a la que se cree que se ha visto sometida. Los demonios bien pudieran representar su propio sentimiento de culpa sublimado. De ese modo podría luchar contra él.

Aunque Melanie y Malcolm se miraron sin saber qué hacer. Por un lado deseaban decir que esas cosas eran bien reales pero temían que, a su vez, les tomasen por locos. De modo que cuando les llegó el turno a ellos de referir lo sucedido en la universidad, honestamente no supieron por dónde empezar. Melanie apenas sí pudo comentar, tratando de ser lo más cauta posible.

-Lo cierto es que han pasado cosas muy extrañas en Nueva York. Y todos hemos sido testigos o nos hemos visto afectados en uno u otro momento por ellas. Quizás April era más sensible y eso le haya hecho una mayor mella.
-¿Pero os habló alguna vez de un bebé?- Quiso saber el señor Sinclair, obviando lo otro.-
-¿Un bebé?- repitió Roberts con cara de sorpresa.- No, que yo sepa.
-Aunque el año pasado faltó casi todo el curso.- Apuntó Melanie quien precisamente recordó.- Me contó que tuvo que venir a cuidarla a usted, señora Sinclair, porque estaba delicada de salud.
-Yo nunca he estado enferma, no para que nadie tuviera que venir a cuidarme.- Rebatió la interpelada, comentando a su vez.- April vino a vernos hará casi un año. Estaba muy contenta, o por lo menos, eso quiso trasmitirnos, diciendo que estaba muy bien en la Universidad, que no nos preocupásemos. ¡Nos engañó!, la creímos y por eso no fuimos a la Golden.
-Realmente no es que ella les engañase. April creía de veras en todo lo que  les estaba contando. Su otra parte, Paige, fue quien hizo esas otras cosas. Por ello, es necesario que su hija pase un reconocimiento médico y que nos cercioremos si eso del bebé es una más de sus fantasías o pueda tener visos de realidad.- Terció el psiquiatra.-
-Doctor, ¿está usted insinuando acaso que nuestra hija?.- Pudo decir el alarmado padre.-
-Es una posibilidad.- Tuvo que admitir el interpelado, ante las caras de horror del resto.-

            Tras unos instantes en los que nadie supo que decir, fue la señora Sinclair quien se dirigió a esos dos jóvenes con tono agradecido y sonando también a disculpa para pedirles.

-Habéis sido muy considerados y apreciamos vuestra preocupación por April, pero tenemos que pediros que nos dejéis a solas con ella. ¡Por favor!, necesitamos recuperar a nuestra hija y cuidarla. Os prometo que, pasado un tiempo, os llamaremos para informaros de como sigue.
-Claro. - Asintió Roberts, para dirigirse a su consternada novia.- ¿Verdad Mel?
-Si pudiera al menos verla un instante.- Pidió la joven.-
-Por supuesto.- Asintió el padre de la convaleciente.- Está dormida en su cuarto, el doctor nos recetó un somnífero tan fuerte que no se despertará.

            Y Melanie acompañó a la madre de su compañera hasta la habitación. Abriendo la puerta muy lentamente y casi en penumbra la vio dormida. Por lo menos daba la impresión de estar descansando y en paz. Tras derramar algunas lágrimas por ella, la visitante sonrió.

-Muchas gracias, señora. ¡Cuídenla! Le daré mi el número de mi casa.
-Gracias a ti y a tu novio por preocuparos tanto de mi hija. Me alegra constatar que ha tenido buenos amigos allí.
-Para nosotros, los compañeros de la Golden son casi de la familia.- Aseguró su contertulia.-

            De este modo, tanto ella como Malcolm se despidieron yendo al fin a dedicarse a su propios planes de futuro. Y en tanto todo esto sucedía en la Tierra, en el cielo, Roy estaba impaciente por lo que vería tras la puerta. Pero le decepcionó encontrarse en otra gran extensión de espacio en blanco. El mago se quedó tras él, le tocó un hombro y le dijo.

- Debo dejarte por ahora, en poco tiempo vendrá alguien que se encargará de ti.
-¿Quién va a venir? - Preguntó Roy intrigado. - ¿Y a qué te refieres con eso de que se encargará de mí? - Terminó sin hacerle demasiada gracia esa expresión.- Eso parece del Padrino…

Y es que aquello le sonaba como si de un mafioso listo para ser eliminado se tratara. Aunque si ya estaba muerto, no pensaba que le pudiera suceder nada más. Pese a todo, nunca se podía estar seguro de nada en esta vida, eso le decía siempre su madre.

- Ni en la otra al parecer tampoco. - Añadió él mismo mirando al frente con gesto desconfiado, pero recordando la promesa hecha a sus padres afirmó con decisión. - No te preocupes, estoy dispuesto para lo que sea.

            Se giró para esperar una respuesta o alguna aclaración más precisa pero el tal Landar ya no estaba allí. Tras mirar en todas direcciones se dio por vencido, no había nadie por los alrededores de esa vasta extensión.

-¡Esto es magnífico! Se va sin despedirse y me deja aquí con la palabra en la boca. - Se dijo con irónica sorna levantando los brazos y dejándolos caer con resignación pensando. - Bueno, ¡a esperar! Total, no tengo otra cosa que hacer y dispongo de mucho tiempo libre. Veremos quién viene ahora por aquí…

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