sábado, 5 de marzo de 2011

GWB 15. 60.Se inicia una nueva saga


Los meses pasaban de forma plácida y cada vez se le notaba más el embarazo a Beruche. Roy por su parte estaba muy feliz y no permitía que su mujercita, como decía él en tono cariñoso y protector, hiciera ningún esfuerzo. Cuando coincidía que él no tenía ni que entrenar ni que jugar, ni Bertie ir a dar clase, lo cual para tristeza de ambos no sucedía muy a menudo, solían ir a dar largos paseos. En cuanto pudieron la chica se hizo una resonancia para averiguar el sexo del bebé, y para alegría de ambos resultó ser un niño. En realidad les hubiera encantado igualmente de haberse tratado de una niña, pero el recuerdo del muchacho del futuro pesaba en ellos de forma inapelable. Durante casi todo el tiempo hablaban sobre cómo sería Leval, estaba claro que iban a ponerle ese nombre. ¿Sería igual que aquel muchacho que vino desde el futuro para prevenirles? Físicamente creían que sí, pero les preocupaba pensar el modo en que iban a educarle. El muchacho les había dicho que echó a faltar un padre a quien imitar en el futuro y Roy se sentía en la obligación de ser ese padre para él. Beruche por su parte, deseaba evitarle al crío todo tipo de traumas y problemas y contaba con que la vida llena de sacrificios y lucha que tanto ella como su esposo habían tenido no le afectase para nada.

- ¡Será maravilloso! - Suspiraba Bertie con mirada y voz soñadora, al declarar. - Seremos una familia feliz y unida. Y nuestro pequeño no tendrá que padecer esos horrores de aquella otra línea temporal.
-Así lo espero yo también, cubito. - Afirmó Roy acariciando el vientre de su esposa para sentenciar. - Y me tendrá ahí para cualquier cosa que necesite.

            Los dos estaban realmente muy contentos. Las cosas iban bien en los terrenos, familiar y profesional, al poco tiempo Beruche solicitó la baja. Le apenaba dejar sus clases, pero quería descansar y focalizarse en preparar bien el último mes de embarazo. Paralelamente y a los pocos meses, recibieron la noticia de que Cooan estaba también esperando un bebé. Fue maravilloso para Tom, su esposa notó al poco tiempo que el periodo no le venía. Antes de decirle nada a su marido se aseguró con unas pruebas y después esperó a que el chico regresara.

-Hola cariño. Ya he vuelto. – La saludó él cuando entró en casa y la encontró ordenando una de las habitaciones. –
- ¡Hola, mi amor! – Le sonrió ella de una forma luminosa. –
- ¿Qué estás haciendo? - Quiso saber el chico al observar como su esposa había sacado algunas cajas y otras cosas y se afanaba en adornar aquello. – Te veo muy atareada.
-Preparo la habitación para nuestro invitado. - Fue su risueña respuesta. -

Aunque Tom se encogió de hombros, no sabía que fuese a venir alguien. Y tras unos segundos de desconcierto le preguntó a su esposa que le observaba visiblemente divertida.

- ¿Quién va a venir? ¿Acaso Rei va a tener tiempo de visitarnos al fin? – Quiso intuir añadiendo con satisfacción. -  Me alegro de que pueda sacar tiempo. Con lo atareada que está en Hikawa. No la hemos visto desde que regresamos de nuestra Luna de Miel.
-Bueno, pues en realidad no se trata de ella, ¡pero podríamos decir que es alguien de la familia! – Se rio Cooan –
-Vale. – Repuso él pensando que la muchacha desearía darle una sorpresa. –

De hecho, él pensaba que hacía poco que la sacerdotisa les prometió que les visitaría de nuevo. Él mismo recordaba como Connie estaba muy feliz, al poco de regresar de su viaje de novios, que fue bastante entretenido, desde luego. Acababan de mudarse a su casa y estaban completando la decoración. Rei les llamó para preguntarles qué tal les había ido en su Luna de Miel y Cooan no dudó en pedirle que fuera a ver su nueva casa. Tom se sorprendió, pero no le importó, al contrario. Apreciaba mucho a esa chica. Pensaba que, de no ser por ella, quizás nunca hubiera llegado a conocer a la que ahora era su esposa. Y por una vez esa muchacha no se hizo de rogar. Dijo tener tiempo libre y encomendó el cuidado del santuario a su fiel amigo Yuuichirou que había terminado sus estudios universitarios. Al día siguiente tomó el avión y tras unas horas los dos fueron a esperarla al aeropuerto de Portland.  La joven apareció con una blusa blanca, una falda y zapatos rojos que recordaban en algo a su uniforme de guerrera. Llevaba su larga melena morena recogida en una coleta y lucía unas gafas de sol. Tras presentar su pasaporte y el visado de turista a nombre de Reiko Hino, su alias artístico, y contestar a las preguntas de rigor, superando toda clase de detectores, fue autorizada a pasar tras escuchar el preceptivo. “Bienvenida a los Estados Unidos de América”

- ¡Rei! – Exclamó jubilosamente Cooan en cuanto la vio llegar por el túnel de entradas. -
- ¡Qué alegría verte! – Replicó la otra joven abrazándose enseguida a su amiga para quitarse las gafas acto seguido. -
- ¿Tuviste un buen vuelo? - Se interesó Tom. -
-Sí, muchas gracias. - Replicó la muchacha dándole la mano al chico que enseguida se la estrechó. -
- ¿Cómo están las chicas? - Se interesó Cooan. -
- ¡Oh!, muy bien…cada una dedicada a labrarse su propio porvenir. - Sonrió por lo significativo de la frase añadiendo. - Ya sabes, antes de ser guardianas del futuro tenemos que procurarnos un presente.

            Aunque tras decir esto su rostro pareció apagarse un poco. Su amiga enseguida lo percibió.

- ¿Ocurre algo? - Quiso saber. -
-Bueno, no, es cosa del viaje, estoy un poco cansada. - Replicó Rei con una jovialidad que pareció forzada. -
-Anda, déjame a mí tus maletas. - Se ofreció Tom conjeturando. -Supongo que el desfase horario te estará afectando.
-Enseguida llegamos a casa y podrás descansar. - Sonrió Cooan. -

            Su interlocutora asintió de buena gana. Enseguida el chico se hizo cargo del equipaje. Lo subieron a un coche de alquiler y fue Connie la que condujo hasta su casa. Rei iba en el asiento del copiloto.

-Veo que las lecciones que Mamoru-san os dio para conducir han servido para mucho.
-Sí, al poco de terminar en la Golden, Bertie y yo nos sacamos el permiso de conducir de aquí. Y nos vinieron muy bien todas esas clases. - Repuso la aludida resaltando. - En este país tienes que ir en coche a prácticamente todos los sitios.
-Vivís bastante lejos, es cierto. - Afirmó su amiga. -
-Queríamos un lugar tranquilo y agradable, con mucha naturaleza. – Terció Tom. -

            Haciendo buenas sus palabras el vehículo discurría por una carretera flanqueada por una larguísima hilera de árboles y vegetación. Enmarcado aquello en un sereno cielo azul. Realmente era un bellísimo entorno. La sacerdotisa japonesa admiraba las vistas recordando a su vez los bosques de su país natal.

-Es muy bonito. Habéis acertado viniendo a vivir aquí. - Alabó Rei. - Siento que hay armonía.
- ¡Esto es un paraíso! Recuerdo que, siendo niña, en Némesis, soñaba con bosques así de grandes y hermosos. Y con lagos de aguas cristalinas. - Les confesó Cooan. Agregando no sin añoranza. - A veces mi madre nos contaba que su abuela le había descrito los paisajes de la Tierra. Cuando iba a ver a sus propios abuelos. Y se parecían mucho a éste. Por eso me gustó nada más verlo…
-Si Dios quiere nos encantaría que, cuando los tengamos, nuestros hijos se criaran en un lugar así. - Declaró Tom ante el asentimiento sonriente de su esposa. -
-Seguro que así será. - Sonrió su invitada a su vez. -

            Poco más charlaron de camino a la casa, una vez llegaron Cooan aparcó y Tom sacó las maletas entrándolas en la habitación destinada a invitados. Como ya iba atardeciendo prepararon algo ligero para cenar. Sentados a la mesa la sacerdotisa entonces les contó con más detalle cómo iban las cosas por Japón.

- ¡Si vierais a Usagi no la reconoceríais! - Les dijo casi con admiración. - Se ha vuelto mucho más responsable y hasta se aplica en los estudios. Quiere entrar en una buena universidad.
- ¿Y ha dicho qué le gustaría estudiar? - Se interesó Tom. -
-Teniendo en cuenta su futuro papel de reina y de madre, nos comentó que psicología o ciencias políticas, estarían muy bien. Y estoy de acuerdo. - Afirmó Rei con aprobación. -
- ¿Tú de acuerdo con Usagi? - Se rio Cooan, exclamando divertida. - ¡Eso sí que es una novedad!
- ¡Ya os he dicho que no la reconoceríais! - Rio a su vez la sacerdotisa. -
-Bueno, ¿Y tú qué tal? - Le preguntó Cooan. - ¿Tienes algún plan?
- A parte de cantar a veces de forma ocasional, sigo en el santuario Hikawa, muy atareada. Tomo parte en muchas campañas benéficas y trato de educar a niños y niñas en las artes y tradiciones del sintoísmo. -Les explicó la joven. -
-Y Yuuichirou se ha quedado al cargo en tanto tú venías, ¿verdad? - Le inquirió Tom, añadiendo. - Me cae bien ese tipo. Apenas sí coincidimos cuando vino a verte una tarde, antes de que nosotros nos fuéramos.

            Se refería a la ocasión en la que él y su ahora esposa, visitaron Japón y echaron una mano a Rei con los preparativos de un festival. El resto de las chicas no pudieron ir. Al poco de terminarlo todo vino ese otro muchacho. Estaba cursando estudios en una universidad de Yokohama. Pero quiso ir a tratar de aportar algo. Se sorprendió desde luego de ver que esos extranjeros habían ayudado a la sacerdotisa. Aunque enseguida reconoció a Cooan y la saludó con simpatía. No obstante, miró a Tom casi como si éste le hubiera clavado un cuchillo. Por lo menos hasta que el extranjero se presentó como el novio de la amiga de Rei.

- ¡Pobre muchacho! - Se rio Cooan. - Cada vez que ve a un hombre cerca del santuario se piensa que es un pretendiente tuyo.
-Sí. - Suspiró resignadamente ella refiriendo a sus amigos, ahora incluso con tintes de comicidad. - Incluso cuando son mujeres. ¡Si hubieseis visto la que montó con Haruka!
-Ese chico está loco por ti. No hay más que verle. Y creo que es un buen tipo. Podrías darle una oportunidad. - Opinó Tom. -
-Sí, yo misma lo vi claramente la última vez que nos enfrentamos. Se arriesgó mucho por ti. Cada vez que pienso lo que le hice… ¡pobre muchacho! - Se lamentó ahora Cooan. -
-Eso hace mucho que sucedió. Debes olvidarte. - Afirmó su amiga restándole toda importancia. -
-No, en serio…- Repuso su interlocutora ahora mirando inquisitivamente a Rei. - Tom tiene razón. ¿Por qué no le das una oportunidad?
-Es un gran muchacho, pero no puedo corresponder a sus sentimientos. - Pudo decir su invitada con pesar. -
- ¿Y por qué no? Se supone que ahora vivís como personas corrientes. Tenéis derecho a amar a alguien también. - La animó Cooan, agregando. - Te digo lo mismo que tú a mí una vez. No te cierres las puertas al amor. ¡Y tenías razón! Mira qué chico más guapo he encontrado. - Remachó besando a su esposo en los labios.

            Su amiga sonrió débilmente y se quedó observando a su plato con gesto reflexivo, al poco pudo responder.

-Sí, tienes razón. Ya veremos qué pasa. De hecho, ahora incluso está más atractivo. Con eso de haber concluido de estudiar economía y empezar a trabajar en los negocios de su padre, se ha acostumbrado a llevar traje y corbata, cortarse el pelo y ¡hasta a afeitarse!
- ¿Yuuichirou? ¡Eso sí que no me lo creo! - Se rio su interlocutora. - ¿Ya no lleva esa barbita?
- Las cosas cambian. - Pudo musitar Rei ahora con un tinte más suave, sentenciando con voz queda.- Pero hay algunas que ya están decididas…

            Como sus amigos la observaron con extrañeza y hasta casi con algo de preocupación, la sacerdotisa se limitó a sonreír y dejando a un lado aquello, quiso saber por su parte tratando de virar esa conversación hacia derroteros más animados.

-Bueno, ahora os toca a vosotros. Contadme un poco de vuestra vida. ¿Qué tal os va a los recién casados?

            Y tanto Tom como la esposa de éste, la pusieron al corriente de sus proyectos, recalcando el de querer ser padres a la mayor brevedad. Fue Cooan quién le propuso a Rei.

-Desearíamos tener al menos un par de hijos o tres. ¿Quién sabe? Pero una cosa es segura. Nos gustaría mucho que tú fueras la madrina de todos ellos.
- ¿De todos, yo? - Se señaló la antigua sailor con sorpresa. -
-Sería un honor para nosotros. - Afirmó Tom. - Por favor, acepta.

            Rei sonrió ampliamente ahora, le hacía mucha ilusión. Sin embargo, tuvo que objetar con pesar.

-El honor sería mío. Pero yo no soy católica. No podría serlo, aunque lo desee.
-Estudiaste en una escuela católica, si no recuerdo mal. - Repuso una sorprendida Cooan. -
-Sí, pero eso no es lo mismo. En el Sinto podemos conocer otras religiones y hasta asistir a algunos de sus rituales, yo podría ser católica sin renunciar al sintoísmo, pero no es posible a la inversa.
-En tal caso, aunque no sea en la ceremonia eclesiástica, nos encantaría que fueras una madrina civil, por decirlo así. Como una mentora. - Afirmó Tom. - Nuestros futuros hijos no podrían aspirar a tener a nadie mejor para guiarles por el camino del bien.

            La sacerdotisa esbozó una agradecida sonrisa. Y con algo de emoción fue capaz de responder.

-Por supuesto, contad conmigo cuando llegue el momento, que estoy segura llegará.
- ¿Lo has visto en el fuego sagrado? - Se interesó su amiga. -
-No, - volvió a sonreír la interpelada, declarando con afecto y simpatía. - Lo veo en vuestros ojos. En las ganas de ser padres que tenéis. Y sé vais a ser los mejores del mundo en ese oficio…

Sus amigos se ruborizaron y todos se rieron de aquello. Después continuaron charlando sobre más cosas. Rei estuvo unos días y le mostraron algunos paisajes y lugares muy hermosos de Oregón, como el lago del Cráter, el monte Hood o las cataratas Multnomah en el río Columbia, se despidieron deseando que esa especie de vaticinio que les hizo se cumpliera. Ahora Tom salió de aquellos recuerdos. Si no era la sacerdotisa la que iba a venir. ¿Quién podría ser? Pudiera tratarse de su hermano Daniel, quizás de alguna hermana de Connie o puede que Roy y Bertie hubieran dicho algo de ir para allá. De modo que quiso saber.

- ¿Cuándo va a venir?

Ahora Cooan no pudo evitar reír, más cuando acariciándose suavemente el estómago le contestó para sorpresa del chico.

-Creo que, dentro de nueve meses, no estoy del todo segura. Pero vendrá.

            El pobre muchacho abrió la boca, atónito, luego sonrió de forma amplia y apenas si pudo decir con la voz entrecortada por la emoción.

-Entonces, eso significa que tú, ¡que nosotros!… bueno, que…
-Sí, estoy esperando un hijo. - Le desveló finalmente ella. -

Tom la abrazó, eso sí, con cuidado y la levantó en brazos pletórico de alegría. Tras darle un sinfín de besos pudo apenas balbucir con el semblante iluminado de felicidad.

- ¿Seguro?... ¿estás segura?… ¡Tenemos que decírselo a mis padres, y a Roy y a Bertie, y a los demás!
-No te preocupes, tendremos tiempo. Y cuando sea posible podríamos ir a ver a tus padres, Tommy. Se lo diremos allí.

Su marido convino en eso, y aún fue mejor cuando supo que su hermano y la prometida de éste irían también. Dejaron pasar un par de meses para que el embarazo se estabilizase y entre tanto prosiguieron con sus actividades cotidianas y sus trabajos. Al cabo de ese plazo los dos tenían unos días de vacaciones y decidieron ir a ver a los padres del muchacho, de modo que ambas parejas coincidieron en el aeropuerto. Tom y su mujer fueron a buscarlos y cuando estos desembarcaron les recibieron de forma entusiasta.

- ¡Tommy! – exclamó su hermano que corrió a abrazarse a él. –
-Me alegra verte, Dany – replicó éste estrechándole fuertemente. –

Ambas chicas sonrieron divertidas, la novia de Daniel enseguida saludó a Cooan.

-Me alegro mucho de verte. – Le sonrió haciendo una leve inclinación, como era la costumbre en su lugar de origen. –
-Lo mismo digo, Mimette. – Replicó la interpelada que enseguida le preguntó. - ¿Qué tal todo por Japón?
- De maravilla. Trabajando mucho. Tu hermana Petz y Zafiro os mandan recuerdos, me pidieron que os los diéramos cuando les dije que íbamos a venir. – Le respondió ésta saludando ahora a su futuro cuñado que ya había soltado a su hermano. - ¿Y vosotros qué os contáis?
-Pues que vamos a ampliar la familia – le contó Tom con visible contento. –
- ¡Eh, enhorabuena! – Replicó su hermano dándole otro abrazo, después le dio un beso a su cuñada y por su parte su novia hizo lo propio. – Eso es estupendo.
-Muchas felicidades – Les deseó Mimette tomándose de la mano a su pareja. –
-Quiero contárselo a Rei - Afirmó Cooan que estaba radiante. –
-Pero antes se lo tenéis que contar a nuestros padres. – Les dijo Daniel –

Por supuesto que ese era el plan. Enseguida recogieron el equipaje de la joven pareja de recién llegados y se dirigieron a la casa de los Rodney. Allí fueron recibidos por Sarah, la madre de ambos muchachos. Will, su padre, estaba en el pueblo comprando algunas cosas. En cuanto supieron que sus hijos iban a venir quisieron prepararles una buena cena. Los jóvenes aguardaron hasta que el patriarca de la familia llegó y dieron la feliz noticia. Sarah apenas podía evitar las lágrimas de alegría y abrazó a su hijo mayor y a su nuera.

- ¡Es maravilloso! Muchas felicidades, cariño. - Afirmó emocionada, dándole un beso a su hijo, para dirigirse de inmediato a su nuera y repetir. - Muchas felicidades, Constance. Nos has hecho muy felices.

            Por supuesto que en cuanto el señor Rodney volvió de hacer sus compras no tardaron en decírselo.

- ¡Qué gran noticia! - Declaró William, de modo más comedido, pero igualmente contento, agregando con buen talante. - Lo único será el tener que hacerme a la idea de que voy a ser un abuelo.
-Tú sigues siendo igual de joven, papá. - Intervino un risueño Daniel. -
-Es verdad. - Asintió su hermano mayor. –
-Me veis con buenos ojos, hijos. - Sonrió el interpelado.-
-Hay que dar muchas gracias a Dios, y tú tienes que cuidarte. - Le dijo Sarah a su nuera. -
-Sí, lo haré. - Afirmó Cooan. - En unos pocos meses, igual que ha hecho mi hermana Bertie, pediré la baja.
- ¿Sabéis ya si será niño o niña? - Inquirió William. -
-Todavía no. -Contestó Tom. - Tenemos que ir a que le hagan una ecografía a Connie cuando volvamos a Portland.
-Esperaremos impacientes. - Sonrió Mimette. -
-Pues ahora os toca a vosotros. - Afirmó jovialmente Sarah, mirando a esa muchacha de cabello color miel y a su hijo menor. -
-Sí, bueno, somos todavía muy jóvenes. - Pretextó Daniel. -
-Aunque eso no significa que no queramos hijos algún día. - Convino de inmediato su novia. -
-Pero debéis ir por orden. Primero será la boda. - Terció Will. -
-Claro papá. - Asintió su hijo menor. - Eso vendrá antes.

            Tom y Cooan se miraron entre divertidos y apurados por aquella parejita. Estaba claro que ellos estaban cumpliendo las expectativas de los padres de él. Ahora era turno de Daniel y de Mimette. Aunque ellos vivían en Tokio y únicamente venían de visita de forma muy ocasional. Por ello no tendrían que oír eso a menudo. De todos modos, Cooan quiso salir por su futura cuñada y declarar.

-Ser madre es un paso muy importante, merece meditarse. Y yo deseo que, si Dios quiere, mi bebé venga al mundo en un ambiente de paz y rodeado de amor.
-Sabias palabras, hija. - Asintió Sarah. - Así es. Una vez eres madre lo serás para toda la vida.

            Todos estaban de acuerdo en eso. Por ello, en un aparte, cuando los padres de Tom y Daniel conversaban con sus hijos, Mimette le susurró a Cooan a modo de confidencia.

-Si te digo la verdad. Tengo un poco de miedo. Dany ya me ha pedido en matrimonio y yo he aceptado. Pero todavía no queremos comentárselo a sus padres.
- ¿Por qué no? - Se sorprendió Cooan, declarando. - Es una estupenda noticia.
-Sí que lo es. Pero es que…estoy asustada.
- ¿Asustada de qué? - Quiso saber su interlocutora. -
- ¡De todo! - Exclamó la chica, aunque enseguida bajó la voz para que los demás no la escuchasen. -

            Por fortuna el resto estaba en la cocina ahora, preparando la cena. Mimette miró a su contertulia con gesto suplicante y musitó.

-Tú eres la única que me puede comprender. Ya sabes como era yo antes. Y tengo miedo de que mi pasado algún día me alcance.

            Cooan movió levemente la cabeza y posando una mano sobre un brazo de esa angustiada chica, le contestó animosamente.

-Claro que te entiendo. Pero no debes torturarte así. No puedes pasar el resto de tu vida temiendo lo que hiciste antes. Ya pagaste por ello. Piensa que, por el contrario, tienes una segunda oportunidad para corregir todo lo que hiciste y ser alguien mejor. Y si algún día Daniel y tú tenéis hijos, podréis educarles para que sean también buenas personas.

            Mimette la escuchó con mucha atención y al fin fue capaz de sonreír. Asintió con renovado entusiasmo.

-Tienes toda la razón. Esta es una vida nueva. Y quiero ser feliz y hacer feliz también a Dany y a su familia. Ellos me han acogido muy generosamente. ¿Y sabes una cosa? - Afirmó más entusiasmada, con un toque de emotividad.- Por primera vez en mi vida, me siento parte de una familia de verdad.

            Cooan iba a decir algo más pero no tuvo oportunidad. Desde la cocina les llegó la voz de Sarah que las llamaba a ambas.

-Constance, Mimette. Venid a ayudarnos con la cena.
-Enseguida. - Respondió Cooan, quién, guiñándole un ojo a su interlocutora, le propuso.- ¿Vamos?

            Y Mimette así lo hizo. Ayudaron a sus respectivos novio y marido y a sus suegros a preparar una cena típica de la región de la que disfrutaron en una agradable velada. Así, tras unos días y de vuelta a Portland, Tom hizo todo tipo de celebraciones de alegría. Lo mismo que hacía su colega en la costa este hacía él en la oeste. Trataba de evitarle a Cooan cualquier tipo de esfuerzo innecesario, hasta los que ella misma quería hacer para paciente resignación de la muchacha. Ambas parejas se afanaban en compras, cochecitos de bebé último modelo, patuquitos, sonajeros con luces, pollitos que picoteaban con ruido, super pañales absorbentes. Entre Tom y Roy, aunque separados por las distancias, parecía haber estallado la rivalidad de quién compraba para su bebé el artículo más superfluo, hortera e irrisorio, amén de inadecuado para un recién nacido. Pero por eso no había que preocuparse, ya estaban ellos para utilizarlos. Cada vez que traían a casa alguna nueva adquisición, Beruche o Cooan suspiraban encogiéndose de hombros y se lo querían hacer notar a sus maridos a través de frases como...

-"Roy, eso es para niños a partir de los tres años, o Tom, el niño no podrá manejar unos nunchaku cuando nazca, aunque sean de algodón".

A lo que ambos invariablemente respondían despreocupadamente más o menos con frases tales como...

-"Ya crecerá, y mientras lo puedo utilizar yo”.

Esto producía la cara de asombro de sus respectivas esposas. Y por si fuera poco ellos añadían con total convencimiento.

-"No, no pongas esa cara, a mí siempre me han gustado estas cosas y de pequeño no tuve nada parecido. Además, he de cerciorarme de que no sean peligrosas para el bebé.

            Entre estas y otras disquisiciones iban pasando los meses, las tripitas crecían y con ellas algún que otro complejo por parte de las chicas, Cooan se lo tomaba mejor pero su hermana en especial se notaba más gordita. Había perdido su estupenda figura y su cara estaba más redondita. Pese a escuchar de su marido que él estaba encantado con su nuevo aspecto, ella no dejaba de mirarse con creciente preocupación. Delante de Roy procuraba evitarlo, pero se sentía mal, él no la achuchaba como antes. Un día, el chico la sorprendió haciendo pucheros delante del espejo.

-Pero Cubito, ¿qué te pasa? - Le inquirió preocupado - ¿Te duele algo? ¿Estás bien?

Ella asentía tratando de evitar que le aflorasen las lágrimas, pero estaba más sensible de lo habitual. Y cuando Roy la abrazó tiernamente por detrás no pudo evitarlo.

- ¿Qué te ocurre, cielo? - Insistió él, mirándola asustado. – ¿Te encuentras mal?, ¿te duele algo?
- ¡Oh, Roy! - balbuceó ella – mírame. He engordado muchísimo, me he puesto como una foca.
- ¿Era por eso? - sonrió su esposo despreocupándose con un gesto de alivio. - ¡Vamos cariño!, no es verdad, sigues estando muy guapa. - Rebatió él. -
-No, no trates de consolarme, - sollozaba ella, su solícito marido le dio un pañuelo porque también parecía que iba a moquear, en tanto su mujer afirmaba con pesar. - Ya no te gusto como antes.
- ¡Pero qué tontería! - Se apresuró a decir él. - Me gustas mucho más que antes.
- ¿Y porque no me abrazas? - Le preguntó ella desconsolada sentenciando. - Ya no me quieres.
-Pues claro que te quiero, tonta...
-Y encima me insultas. - Añadió Bertie enjugándose las lágrimas. -
-No te insulto, ¡ay! – Negaba Roy que estaba apurado, no sabía por dónde salir, dijera lo que dijese, Bertie se lo iba a tomar mal. - Dame un abrazo. -  Le pidió rodeándola suavemente con sus brazos y plantándole un beso en la cabeza para explicarle después con suavidad. - Lo que ocurre es que quiero tener cuidado contigo, porque soy muy bruto y podría hacerte daño, a ti y a nuestro bebé. Anda, vamos a pasear.
-Parezco un saco de patatas - repetía la chica observándose desconsolada. -
-Que no, no lo pareces, - desmentía su interlocutor. -
- ¡Que sí! - insistía ella señalándose en el espejo. -
-Bueno, pues sí que lo eres, eres mi saquito de patatas, con tu carita de patata. - Sonrió él a fin de desdramatizar. -
- ¿Lo ves? Ahora tú también lo dices. - Le recriminó ella con tono quejumbroso. -
-Pero si tú no me haces caso cuando te digo lo contrario, - replicó Roy cada vez más confuso. -
- ¿Y qué? - Añadió Beruche molesta. - Pero al menos podrías llevarme la contraria en eso. Los hombres sois todos unos insensibles. Y los saiyajin más.

            El muchacho miraba hacia el techo y suspiraba, ¡esto sí que era complicado!, ojalá tuviera que partirle la cara a algún monstruo del espacio que quisiera dominar la Tierra como había sucedido hacía poco. Pero también recordaba que, hacía años ya, su maestro le había advertido sobre las mujeres de los súper guerreros por propia experiencia con la suya. Le avisó de que lo único en el universo que podía darle miedo a un súper saiyajin nivel tres era su mujer. Roy creía que había exagerado, pero ahora comprobaba que no. Aun recordaba eso, en uno de aquellos escasos descansos que hacían, sentado junto a su mentor en una nube de aquella blanca e interminable extensión celeste donde entrenaban.

-Pero maestro. ¡No puedes decir eso en serio! - Se reía el chico. -
-Ya lo creo que sí. - Insistía Son Goku. - No veas como se puso mi esposa cuando me obligó, bueno, nos obligó a Piccolo y a mí a sacarnos el carné de conducir.
- ¡Venga ya! – Se sonreía el muchacho moviendo la cabeza. -
-Te daré un buen consejo. Y es incluso más importante que los que te doy cuando combatimos. - Le dijo su maestro, añadiendo con tintes casi filosóficos. -  Cuando luches contra un enemigo, cuanto más poderoso sea, más disfrutarás. No debes más que preocuparte por darle una buena zurra. Pero no te pelees nunca con tu mujer. Porque ahí sí que estarás perdido.
- ¿No estarás exagerando un poco? - Le preguntó el chico con gesto incrédulo. -

            Sin embargo, su contertulio, sentado como estaba en la postura del loto, negó con la cabeza y replicó.

-Lo bueno que tiene un demonio o un invasor del espacio es que después del combate no tienes que dormir con él. Podrá hacerte pedazos, pero no mandarte al sofá o dejar de hablarte durante una semana. E incluso matarte de hambre porque se niega a hacerte la comida. – Remachó con expresión de horror. - Eso entre otras cosas…ya lo verás. Te aseguro que hasta Vegeta teme a Bulma cuando ella se enfada…bueno, y yo también…- Sentenció agitando una mano. - ¡No veas que carácter tiene, lo mismo que mi mujer!
-Ja, ja, ja. ¡No será para tanto! - Se rio Roy. -
-Bueno, pues tú mismo. Ya lo descubrirás. - Repuso su interlocutor afirmando con tono que rayaba la nostalgia. - Y pensar que cuando Chichí me propuso casarnos acepté porque pensaba que el matrimonio era algo de comer…
- ¿Qué? - Exclamó un atónito Roy. - Debes estar de broma, ¿no?...
-No. - Se reafirmó su mentor, añadiendo. - Es que, verás, tuve que tocarle la entrepierna para saber si era una chica y me dijo que eso comprometía.

            Ahora sí que su discípulo le observaba con ojos como platos. Apenas sí pudo replicar.

-Con todos mis respetos, Goku-Sama, lo tuyo es muy raro…
-Cuestión de la falta de experiencia. Solamente tenía doce años, me había criado con mi abuelo y no sabía cómo eran las chicas. - Se rio Goku llevándose una mano al cogote para suspirar.- Ay, ¡qué tiempos aquellos! Por eso te digo, hazme caso y ten cuidado con ese tema. Para eso no hay entrenamiento en el Rincón que valga. Bueno, quizás soportar al maestro Kaio que es un pesado a veces con sus terribles chistes, pero te da bien de comer...

            Y el chico se limitó a encogerse de hombros, luego retomaron su entrenamiento habitual. Ahora recordaba aquello suspirando en tanto pensaba con creciente apuro.

-Maestro, desde luego que eras muy sabio. Debí escucharte…
- ¡Búa! - Lloraba su esposa, en tanto balbuceaba. - ¡Estoy horrible!, parece que me haya tragado un balón…como ese bicho del circo de la Luna Muerta contra el que Usagi me contó que lucharon…
-Vamos a ver, cielo, - le dijo a Beruche con un susurro tratando de elegir sus palabras con cuidado. - Esto es normal. Estás llegando al final del embarazo...
- ¿Y después qué? - Repuso ella más quejumbrosamente aún. - ¿Qué pasa si luego me quedo así?
-Que no, que no - le repetía su contertulio. - Ya verás cómo luego, con un poquito de ejercicio, volverás a estar como antes.
-Pero si me quedo así, ¿tú me querrías igual? - Le inquirió ella con tono temeroso y mirada de carnero degollado. -
- ¡Te lo juro! - Exclamó Roy levantando las palmas de las manos. - Serías muy cubito favorito de todas las maneras.
-Pero, hay tantas chicas guapas y tú viajas tanto con tus partidos. - Objetó ella añadiendo con un tinte de ruego infantil.  - ¿No podríais jugar solamente en casa?
- ¿Qué?,- Roy casi se reía ante lo absurdo de la proposición, pero se sosegó lo bastante como para replicar de modo amable y paciente. -Tenemos que ir a los campos del contrario también. Si quieres puedo llevarte conmigo de recogepelotas, así creerán que te has tragado alguna ¡ja, ja! Anda, vamos a pasear.
- ¡No te rías de mí!,- contestó ella haciendo más pucheros. - ¡Y no me compares con una pelota!
-Pero si no me río. - Aseguró Roy alarmado. - ¿Y quién te ha comparado con nada? Es que me pides unas cosas muy raras, cubito.
-Es que ya no te gusto - se quejó ella agregando con reprobación. - Sólo te pido alguna cosita de nada y enseguida te molesta.
-Cariño…- Alegó su sufrido esposo armándose con una gran dosis de paciencia. - El otro día me despertaste a las cuatro de la madrugada porque tenías antojo de helado de tutifruti con guindas. Anteayer, estando todo cerrado, me pediste un batido doble de vainilla con melocotón y fresa.
- ¡Y kiwi! ...- añadió Beruche con un tono acusador. - ¡Se te olvidó el Kiwi! Y sabes que me gusta mucho.
-Estaba todo cerrado, tuve que volar hasta otro Estado, - explicó Roy casi en tono de disculpa. -
-Pero para ti eso no es nada. - Argumentó Beruche declarando con seguridad. - Tú puedes volar muy deprisa. Y teletransportarte a los sitios.
-Sí, pero no detecto la energía de las pastelerías. - Objetó el muchacho con creciente agobio, ya que no podía retraerse a lo absurdo de esa discusión hiciera lo que hiciera. - Ni tampoco las heladerías emiten ondas de poder. Además, siempre me has dicho que deje de utilizar mis poderes, a no ser que exista un motivo importante que...
- ¡Si yo te importase algo no te quejarías tanto! ¡Y esto es una emergencia!   

Le cortó ella con tono de reproche ella torciendo el morro, cruzándose de brazos y dándole la espalda, como siempre que se enfadaba.

- ¿Que yo me quejo? - Se señaló Roy abriendo los ojos como platos, sin poder creer lo que escuchaba. - ¡Oh Bertie! - Suspiró nuevamente en tanto posaba sus manos en los hombros de ella y la giraba nuevamente hacia el espejo para añadir con suave reprobación. - Esto no es digno de ti, mírate, lloriqueas como una niña mimada. ¿Dónde está mi luchadora justiciera? - Le susurró acariciándole la barbilla con ternura e incluso pesar. – Vamos, ésta no eres tú…

            Beruche no dijo nada, sentía que su marido llevaba razón, el pobre Roy trataba de complacerla hasta en sus más nimios deseos. Pero ella se sentía insegura e incluso temerosa de algo que nunca había experimentado. Estaba muy feliz con la idea de ser madre, pero no podía dejar de pensar en que eso la afeara delante de su esposo que seguía estando tan atractivo y en forma como siempre. Ella no desconocía que levantaba muchas pasiones entre las mujeres. Y así se lo confesó visiblemente compungida.

- Es que tengo miedo de que deje de gustarte. - Respondió a moco tendido. - ¡No quiero perderte!
- ¿Cómo se te ocurre pensar que me vas a perder? -  Preguntó Roy abrazándola, Beruche apoyó la cabeza contra su pecho, en tanto su marido añadía con dulzura, mesando los cabellos color platino  de ella, que casi comenzaban a volverse a un tono tirando más a rubio. – ¡Pero qué cosas tienes, cubito!…

            Era curioso pero el tono de cabello de la muchacha y de sus hermanas según pasaban los años, evolucionaba a tintes más normales entre los humanos terrestres. Aunque esa era una de las cosas que menos le importasen ahora a Bertie que seguía dejándose consolar con las tiernas palabras de su esposo que le decía.

 - Eres lo más bonito que nunca he visto y en esa barriguita tuya esta nuestro niño. Por el que tanto hemos soñado y esperado. ¿Recuerdas?

            La aludida volvió a sonreír, con su esposo estrechándola entre los brazos y lejos de cualquier otra chica, se sentía mucho mejor. Al poco salieron. Roy y ella fueron dando un largo paseo tomados de las manos. Tan pronto se calmó la muchacha él prometió pasar todo el tiempo posible juntos y la animó a tener paciencia, ya quedaba poco.

-Lo siento mucho. - Se disculpaba ella ahora. - Me siento algo insegura, y asustada. Quiero ser la misma de siempre para ti.
-Tú siempre serás mi cubito. - Sonrió él pasando un brazo sobre los hombros de su esposa. - Y mi mayor ilusión es que envejezcamos los dos juntos, viendo crecer a nuestro hijo. Contemplando como se convierte en ese maravilloso chico que tuvimos la fortuna de conocer.

La joven se dejó abrazar por él sintiéndose feliz. Así, continuaron pasando los días hasta que… La primera en disposición de dar a luz fue precisamente Beruche, tras un par de falsas alarmas con las que Roy se apresuró a llevarla al hospital. Aunque lo único que acabó sacando en claro fueron dos multas de aparcamiento. No podía utilizar la translación instantánea pues no conocía a nadie allí y quizás tampoco hubiera sido una buena idea si pretendían pasar desapercibidos. Por lo menos habían hecho ecografías y sabían seguro que todo iba perfectamente. Pero, por fin, llegó el momento en el que las cosas iban de verdad. Bertie rompió aguas y esta vez Roy decidió arroparla bien y llevarla volando.

-¡Auu! –Exclamaba ella tapándose el abultado vientre. - ¡Ay! Cómo duele…
-Tranquila, enseguida estamos. - Trataba de calmarla su más que inquieto esposo.-

Aterrizó con ella en la parte trasera del hospital asegurándose de no ser visto. Desde allí corrió con ella en brazos hasta la puerta principal y la ingresó. En cuanto pudo conseguir hacerse con un teléfono llamó a todos sus amigos. Era deseo de su esposa que la madre de Ami la atendiese en el parto y, a ser posible, que la propia sailor, en su calidad de madrina y que merced a su gran nivel intelectual había comprimido la enseñanza secundaria y ya estaba en su primer año de medicina, la acompañase. Durante ese tiempo la antigua guerrera había superado con brillantez su examen de nivel C-1 de inglés.  Terminó el instituto y aunque también consideró la opción de ir a Alemania a estudiar finalmente se decantó por los EE.UU. Gracias a su magnífico expediente académico fue aceptada ni más ni menos que en la prestigiosa universidad de Harvard. Pudo matricularse y cursar estudios en su facultad de medicina. Lo bueno era que, estando en Boston, podía ver a menudo a sus amigos. Eso hizo mucha ilusión a la joven pareja y le pidieron que, cuando el momento de dar a luz llegase, estuviera presente en el parto. Ami por supuesto que aceptó encantada. Además, atender en un alumbramiento fue de lo primero que la enseñaron. De este modo, en tanto buscaba la energía de la joven, recordaba la última visita que les hizo a casa, haría casi un par de meses de aquello…

-El tiempo pasa volando. - Suspiraba la joven estudiante de medicina al recordarlo, en tanto unos enfermeros colocaban a Bertie en una camilla. -
-Desde luego. - Respondió el nervioso esposo de la parturienta, que estaba a su lado. - Y ahora ya estamos aquí…

            El chico también lo rememoró. Estaban en casa y tocaron a la puerta. Roy lo escuchó, pero vio como Bertie, con su más que apreciable barriga, salió a abrir. Se percató de quién llamaba y quiso dejarle esa sorpresa a su esposa, escuchando a cierta distancia. En efecto, la muchacha sonrió llena de alegría al ver a su amiga. Ami lucía un conjunto de chaqueta y pantalón muy elegante de tonos crema, y un lazo azul celeste sobre el pecho.

- ¡Hola! – Saludó cordialmente la japonesa. -
- ¡Ami-chan! - Exclamó Bertie abrazándose a ella con cuidado en tanto le preguntaba. - ¿Cuándo has venido? Sé que aprobaste todos los exámenes de ingreso. ¡Enhorabuena!
-Hará una semana. Me he instalado en el College de la facultad y hemos empezado ya el curso. - Le contó su amiga en tanto entraban. -

            Beruche le ofreció sentarse y enseguida le trajo un refresco a su invitada en tanto avisaba a su marido.

- ¡Roy!… ven, mira quién ha venido…

            Su esposo sonrió no tardando en aparecer, ataviado con un pantalón corto, unas zapatillas y nada más, había estado haciendo algo de tiro en la canasta que tenían en el patio trasero de la casa. Se acercó a la recién llegada y le ofreció la mano de modo cordial en tanto quiso saber con jovialidad.

- ¡Hola Ami! – ¡Cuanto me alegro de verte, chica! ¿Qué tal todo por Japón?
-Todo iba muy bien cuando me marché - le sonrió la joven algo azorada al ver el espectacular físico de su interlocutor, todo lleno de músculos realmente desarrollados. - Aunque ya hacen unas semanas de eso.
-Tu madre estará muy orgullosa de ti. Como el resto de nosotros. - Afirmó la anfitriona. - Espero que siga bien. No la vemos desde que estuvimos en Japón honrando la memoria de tu abuelo Ken.
-Gracias. Lo único que he hecho ha sido estudiar. - Repuso modestamente la muchacha. - Y mi madre sigue trabajando mucho. Pero yo solamente he estado delante de los libros, nada especial.
- ¿Y te parece poco? - se rio Roy con total desenfado, haciendo que sus dos contertulias hicieran lo propio. - Pues mucho habrás empollado. Anda que no es difícil que te admitan en Harvard. ¡Eres increíble!

            Aquello contribuyó sin duda a que la aludida se ruborizara más si cabía. Entonces intervino Bertie.

-Espero que te quedarás un par de días al menos. - Le comentó afablemente a su amiga, cambiando ya de tema para decirle a su esposo. - Anda, vete a duchar y haz el favor de vestirte, ¡pobre Ami!
-Pero ¿qué pasa? - Se encogió el chico de hombros alegando. - Si es de la familia…

            Bertie suspiró moviendo la cabeza, juntando los codos a las caderas y extendiendo las palmas de las manos hacia arriba a su vez, en un gesto de “¿qué voy a hacer con él?” que su invitada captó a la perfección. Ami se rio sin poderlo evitar, lo que a su vez provocó la sonrisa de sus anfitriones. Cuando por fin se controló pudo responder a su amiga.

-Sí, podré quedarme al menos este fin de semana. -
-Tenemos que ir de tiendas. Y jugar alguna partidita de ajedrez. Y luego si quieres, podemos ir a la piscina, tengo clases de natación premamá. - Le comentó Beruche con creciente entusiasmo. -
- Y luego alguna peli en casa. De las que me gustan… O algo de pressing catch. ¿Recordáis cuando Usagi y yo hicimos las poses de lucha? - Terció Roy divertido para proclamar. - ¡Tengo unos combates grabados que son increíbles!…

            La joven nipona asintió con otra irreprimible sonrisa. Fue Bertie la que intervino moviendo una vez más la cabeza.

-Ni lo sueñes. - Le rebatió a su esposo con los ojos entornados. - Tenemos cosas más interesantes que hacer.
-Venga cubito, no seas aburrida. - Le pidió él con una media sonrisita algo pícara. -
- No te preocupes por eso. Ami y yo nos vamos a divertir mucho sin necesidad de esas películas tuyas de tíos con escopetas y motosierras matando demonios, que, dicho sea de paso, es algo de lo que terminé muy harta. Y me refiero principalmente a matarlos yo misma.

            Roy se encogió de hombros con comicidad y su invitada no pudo evitar reír. Al poco la futura doctora les comentó.

-Me alegra veros tan felices. Y, además, quedando ya tan poco para que llegue Leval. ¿Por qué le vais a llamar así, ¿verdad?
-Pues claro. - Sonrió su interlocutor pasando ahora un afectuoso brazo por los hombros de su mujer. -
-Y cuando nuestro hijo nazca, ya sabes que queremos pedirte Ami, que lo amadrines tú. - Le dijo Bertie haciendo que la expresión de su amiga se iluminase. -
-Me hizo muchísima ilusión cuando me disteis la noticia de tu embarazo en la fiesta de la mayoría de edad de Usagi-chan. Para mí será un inmenso honor. - Declaró haciendo una inclinación de agradecimiento. -
-No, el honor ese será nuestro. - Afirmó Roy, repitiendo aquel gesto para provocar la sonrisa de ambas. -
-Verás. - Le contó Beruche a su invitada. - Cuando mis hermanas y yo misma empezamos de nuevo en este mundo, decidimos que, si algún día nos casábamos y teníamos hijos, querríamos que vosotras fuerais sus madrinas. Bueno, o al menos una especie de tías.
-Sí, - asintió Ami afirmando con algo de pesar. - Al no ser cristianas, no podemos amadrinarles en la ceremonia eclesiástica. -
-Ni falta que hace. Nos montamos una ceremonia privada. - Intervino Roy, añadiendo con respeto pese a todo. - El Señor lo comprenderá.
           
            Su esposa asintió, sonriente para añadir.

-Cooan se lo pedirá a Rei. Petz, supongo que, a Makoto, En mi caso estaba claro...- Y tras sonreír tímidamente su gesto se entristeció para suspirar. - Y mi hermana Kalie, bueno… seguro que ella desearía que hubiese sido Minako.

            También Ami pareció entristecerse con el recuerdo de Karaberasu. Lo que Roy no podía imaginar era lo que sucedería después. Aprovechando que Beruche fue un momento al cuarto de baño la invitada le contó lo sucedido con sailor Venus por desobedecer las órdenes recibidas de no interferir. A su manera, quiso honrar esa especie de deseo de las hermanas. Por suerte el castigo duró poco. Su amiga además era ahora una famosa cantante y actriz. ¿Quién sabe? Quizás podría finalmente localizar a la hermana mayor de Beruche después de todo.

-Entonces. - Pudo decir el perplejo Roy. - Ella supo dónde estaba Kalie.
-Digamos que las cosas debían suceder de este modo. - Le respondió Ami con un tono de voz bajo para evitar que pudieran ser oídos. - Te pido por favor que no les cuentes nada a Bertie, ni a los demás…
-Bien, si tú lo dices tendrás una buena razón. Descuida, me tranquiliza saber que Kalie está bien, pero es duro no poder contárselo a mi esposa. - Se lamentó el chico. -
-No debí decírtelo, pero es algo que tenía que sacar de dentro de mí. Ahora creo que ya no importa tanto. La orden que nos dieron fue la de no interferir, aunque implícitamente seguro que no debíamos decir nada. Pero no he podido callarlo más. Solamente recuerda. - Le indicó Ami para asegurar a su amigo. - Ella está bien, hay personas importantes velando por su bienestar. Y estoy convencida de que un día volverá.

            Roy no pudo asegurar si esas palabras obedecían a un conocimiento que Mercurio tuviera de lo que iba a suceder o bien eran un mero deseo de la joven. Después recordó con una sonrisa como su esposa regresó y le mandó finalmente a la ducha. Ahora, volviendo a los últimos minutos se acordó de cómo estuvo afanándose en captar la energía de la amiga de Bertie. Cuando lo logró la telefoneó para avisarla y citarse con ella en un lugar sin testigos para traerla junto con su madre al hospital. La doctora Saeko Mizuno, atractiva mujer de mediana edad, pelo corto similar al de su hija y carácter tranquilo y discreto (por suerte), apenas pudo ser puesta al corriente de la situación sin entrar en demasiados detalles. Por fortuna debía asistir a los EE. UU. a un congreso médico de obstetricia que se celebraba en la ciudad de los rascacielos y su hija fue trasladada desde Boston por Roy. Entre los dos la hicieron creer que Ami disfrutaba de unos días libres y que deseaban su intervención para que fuera una Mizuno la que auxiliase en el parto del futuro ahijado de su hija. Aun sorprendida por todo eso, aceptó presentando su licencia del colegio médico y su pasaporte. Como gozaba de bastante reputación no tuvo problemas y siendo la clínica privada de los jugadores del equipo de Roy fue autorizada a intervenir como deferencia a éste. Así pues, tras recordar todas esas peripecias, y ver como se llevaban a Bertie a la sala de partos, el chico y Ami aguardaban fuera de la sala.

-Pobre cubito. - Suspiraba un muy nervioso Roy. – Le tiene que estar doliendo mucho. Espero que sea rápido.
-Dependerá de lo fácil que dilate. - Le contestó Ami que tuvo que dejarle por un momento, tras decirle con tinte animoso. - Voy a ver cómo va.

            Y es que la muchacha entraba y salía lo necesario para hacer de enlace. Beruche, entre tanto, respiraba hondo y se quejaba de las fuertes contracciones.

- ¡Oh, Dios mío! - protestaba la dolorida Bertie. - Siento como si alguien celebrase un combate dentro de mí y mi tripa parece el ring. Desde luego este bebé tiene madera de guerrero.
-Tranquilízate. - Le pidió afectuosamente la doctora Mizuno secándole a la muchacha el sudor que perlaba su frente con una gasa y preguntando - ¿Cada cuánto tiempo las sientes?...
- ¿Las contracciones? -  Inquirió la chica mirando a la doctora que asintió. -Cada cinco minutos.
- Ten paciencia. - Sonrió la madre de Ami - todavía te queda un rato.
- Cuando llegue el momento avise a Roy, por favor. Después de lo que ha entrenado conmigo en los ejercicios para preparar el parto, le daría algo si no pudiéramos hacerlos juntos. - Pudo decir antes de volver a lanzar un sentido. - ¡Auu! - Ahora la contracción únicamente se había hecho esperar tres minutos. -
- Pues la cosa va más rápida de lo que yo creía. - Reconoció la doctora Mizuno que tranquilizó a su paciente con un suave. -  Voy a llamarle.

            Durante todo aquel momento y prescindiendo ya de las formalidades o la prudencia Roy se escondió en un cuarto aparte que estaba vacío y había estado transportándose a por sus amigos con la ayuda de la translación instantánea.

- ¡Esto parece el camarote de los hermanos Marx! - Se dijo todavía con humor, según les iba trayendo a esa cada vez más atestada estancia. -

Por suerte aquel lugar no estaba demasiado concurrido, dado su carácter privado. De este modo, cuando reunió al grupo, todos fueron saliendo poco a poco de ese cuarto y yendo a la sala de espera. Allí aguardaban sentados, bueno, algunos de pie y charlando y otros, los más, tranquilizando al padre en ciernes que se paseaba nervioso. Entonces salió la doctora Mizuno.

- ¿Señor Malden? - Preguntó con cautela. -
- ¿Qué?,- saltó el interpelado que apenas pudo balbucir. - ¿Qué pasa?, ¡Ya, ya! ¿Ha nacido el niño?...
- No, tranquilícese. - Le pidió la doctora con una suave sonrisa y le contó. - Su mujer quiere que vaya junto a ella.
- Pero ¿Bertie está bien, ¿verdad? - Le preguntó Roy angustiado y visiblemente inquieto. -
- No te preocupes muchacho, sólo vengo a llamarte para que ayudes a tu mujer con el parto, eso es todo. - Le aclaró la doctora. -
-Muchísimas gracias por haber venido. - Replicó el chico tratando de calmarse. -
-Ya te dije en aquella ocasión que, para cualquier cosa que necesitaseis de mí y de mi familia, allí estaríamos. - Sonrió Saeko que añadió con amabilidad.- Ahora pasa, que es tu mujer quien te necesita junto a ella.

Y acto seguido invitó al chico a entrar en la sala junto con Ami. Allí ambos se desinfectaron y provistos de guantes y mascarillas pudieron entrar junto a la muchacha que ya estaba prácticamente a punto para el gran momento. Él corrió a sujetarle la mano rápidamente en tanto madre e hija Mizuno comentaban entre ambas la situación y los pasos de rutina a seguir.

- ¿Qué tal vas, cariño? ¿Te duele mucho? - Quiso saber su marido no sin inquietud. -
- ¡Oh! - contestó Beruche casi con un gemido - otra contracción. Este niño tiene mucha fuerza y eso que aún no ha nacido.
- Es que es hijo mío. - Sonrió Roy más relajado, añadiendo con visible orgullo. - Los guerreros del espacio somos así.
- Será un gran deportista cuando sea mayor. - Convino su esposa - como su padre.
- Y seguro que apuesto e inteligente como su madre. - Añadió afectuosamente él. -

            Las contracciones se sucedían ya a cada minuto. Beruche comenzó a tener que controlar su respiración. Ayudada por Roy, que supervisaba la misma aún con más nerviosismo que ella. Pese a no parar de repetirle que todo estaba saliendo perfectamente y que se calmase, aunque era realmente él quien más necesitaba serenarse. La doctora Mizuno instruyó a su hija y Ami, junto al anestesista del hospital, se ocuparon de la epidural para evitar molestias innecesarias a su amiga. Y tras unos momentos que parecieron eternos. Bertie se puso en la fase final del parto. La doctora Mizuno y Ami le ordenaron que empujase con todas sus fuerzas. El muchacho apretaba su mano. Su rostro estaba más pálido que el de ella.

- Ya le veo la cabeza, ¡ya sale! - Animaba la doctora que le decía a la parturienta - un poco más.
- ¡Vamos cariño! - le pedía Roy entre nervioso y entusiasmado. - ¡Un esfuerzo más! ten valor.

            Beruche reunió todas sus fuerzas, las pocas que le quedaban y empujó, el bebé salió como un resorte y ella se quedó exhausta sobre el lecho. Ami se hizo cargo de levantar al niño y la doctora Mizuno cortó el cordón umbilical, cubrió al recién nacido con una mantita, y seguidamente le puso boca abajo golpeándole el trasero hasta hacerle llorar.

- ¡Ya está!,- declaró con satisfacción la doctora- es un niño precioso.
- ¡Qué maravilla, Bertie! – Le dijo Ami a su amiga que estaba algo atontada y debilitada aun por el esfuerzo y solamente podía sonreír de forma pálida al escuchar. – Está sanísimo…

            De pronto la doctora Mizuno ahogó una exclamación y casi dejó caer a la criatura. El padre se acercó sujetándole con rapidez entre sus brazos.

- ¿Pero qué es eso?,- susurró ella señalando el trasero del bebé. -

            Roy se percató de que sobre las nalgas del crío nacía una pequeña colita peluda. Él rápidamente la identificó, gracias a lo que Son Goku le contase hacía tanto tiempo en el Cielo y a lo que presenció cuando conoció a su propio hermano, como distintiva de la raza de los Guerreros del Espacio, los saiyajin. Cuando la madre de Ami se sobrepuso a su sorpresa inicial, su propia hija le explicó que eso no era extraño y el padre del bebé entonces confesó parte de la verdad.

- Parece algo increíble, pero lo estoy viendo con mis propios ojos. - Admitió ella que entonces añadió dirigiéndose a su hija. - Ami, hija mía, después de tantos años, yo no ignoraba que tú eras una guerrera de la justicia, pero esto me sobrepasa.
- Por eso quería que me ayudases, mamá. - Sonrió la chica cuando comentó. – Debemos mucho a Roy y a los de su estirpe y quería tener la satisfacción de ayudar a traer a uno de ellos al mundo. Lo malo es que todavía no tengo la necesaria cualificación.

            Su madre sonrió ahora más distendidamente y asintió comentando a su vez.

-Y después de lo que me contaste. Para mí es un honor haber ayudado. Quizás de no ser por el abuelo de Roy, nosotras no estaríamos aquí. Él salvó a mi abuelo Kenshiro. Siempre estaremos agradecidas por ello.
-En realidad se salvaron mutuamente, doctora Mizuno. - Comentó el chico. -
-Puedes llamarme Saeko. - Le sonrió ésta. -
- ¿Qué hacemos entonces con el bebé?- Quiso saber Ami.- Si Bertie ve esto.- Comentó señalando a aquella colita peluda que se movía de un lado a otro.-

 Entonces fue el padre quien tomó al niño en brazos y les pidió.

- Un momento, no le digáis nada a mi esposa, enseguida vuelvo.

Dicho esto, el chico desapareció trasladándose al cielo con el crio, allí llamó a Landar que tras felicitarle adivinó su intención y le quitó aquel apéndice al bebé no sin antes advertirle

-Puedo quitársela para siempre y que jamás le vuelva a crecer. ¿Es eso lo que deseas?
-Pues, no sé. - Suspiró Roy dudando ahora. - La verdad, si es algo muy importante para los de mi raza no quisiera privar a mi hijo de la oportunidad de decidir por sí mismo.
-Haremos una cosa. Se la quitaré dejándole la posibilidad de poder invocarla si alguna vez le hiciera verdadera falta. - Afirmó el mago. –
-Te lo agradezco, pero mejor será que no le crezca mientras sea pequeño. O los otros niños se burlarían de él. Bueno, más que eso, le tratarían como a un fenómeno de feria. Y no quiero que mi hijo se vea distinto a los demás. - Sentenció Roy. -Debe tener una infancia y una vida lo más normal y tranquila que pueda.

Landar asintió y así lo hizo, eliminando esa cola. El niño lloró dolorido al principio, pero enseguida se encontró bien. Su padre regresó con él al instante. La doctora Mizuno estaba alucinada al vacío que él había dejado al teletransportarse y sobre todo, al observar como reaparecía ante ella como si nada.

- Tranquilícese, ya está todo arreglado - le dijo Roy con un tono despreocupado al percatarse del gesto de aquella mujer. -
- No te preocupes, aunque lo contara nadie me creería. - Afirmó ella mientras Ami le sujetaba una mano y se sonreía de forma algo tonta. - ¡Lo que tiene una que ver!…-Suspiró Saeko.-

            A todo esto, Beruche estaba algo repuesta, lo bastante como para poder hablar de nuevo.

- ¡Dejadme ver a mi hijo! ¿Dónde está? Por favor, ¡dejadme abrazarlo! - Les pidió con insistencia y visible deseo. -

            Ahora sí la doctora Mizuno se lo entregó envuelto en una mantita. Bertie lo puso sobre su pecho acariciándole con una amplia sonrisa de satisfacción y amor. Los latidos de su corazón adormecían al bebé. Éste estaba pegadito a ella, acurrucado como si fuera una ranita. Su madre le acarició con mucha suavidad.

- Es nuestro hijo - declaró muy emocionada y llena de orgullo. - ¿Verdad que es precioso, Roy?
- Sí, amor mío. - Repuso él del mismo modo. El bebé miraba a su padre sin poder verle aun, pero la imagen de éste se reflejaba en sus grandes ojos azules. - Tiene tus mismos ojos, azul índigo, ¡tan bonitos y profundos! - Añadió él muy emocionado también, para sentenciar lleno de alborozo. - ¡Voy a decírselo a los demás!

Y como una exhalación salió corriendo del quirófano e informó a todos. Se sucedieron los abrazos y las felicitaciones, después la natural impaciencia por ver al niño, aunque Roy omitió el contar lo de la cola. También salieron Ami y su madre, quienes por supuesto, tampoco dijeron nada sobre aquello. Sólo que Beruche estaba cansada y sería mejor que esperasen hasta mañana para verla a ella y al bebé. Todos accedieron algo a desgana, pero comprendiendo que era lo mejor.

- Debe ser tan maravilloso ser madre - declaró Petz, llena de alegría por su hermana menor. -
- Pues a mí me queda poco - sonrió Cooan palpándose la barriga con visible emoción. - ¡Tengo tantas ganas!
- Por el momento será mejor que nos vayamos todos a descansar. - Concluyó Zafiro con tinte alegre pero cansado. - Ha sido un día muy duro para seguir despiertos hasta tarde.

            Todos estuvieron de acuerdo, Roy insistía en quedarse a dormir en el hospital, pero entre todos le convencieron de que no sería necesario, pues tanto Beruche, al igual que su bebé, gozaban de una estupenda salud y estarían muy bien atendidos. Así persuadidos los miembros del grupo se fueron a dormir con palpable alegría. Al día siguiente volvieron a ver a la madre y al niño. Todos se acercaban al bebé y le acariciaban. Esmeralda lo acunó entre sus brazos y susurró.

- ¡Qué ricura de bebé, es un encanto!
- Parece mentira que sea una cosita tan pequeña, - añadió Diamante. -
- Pues ya es hora de que os vayáis animando a tener uno. - Les dijo la recostada Beruche sonriendo de forma picara. -
- Bueno- musitó Esmeralda poniéndose colorada. - Es que aún es un poco pronto. Hemos pensado que quizás, de aquí a un año o dos, cuando estemos menos atados por el trabajo.
- Eso es, - asintió Diamante corroborando las palabras de su mujer- deseamos tener tiempo para criar a un niño con tranquilidad.
- Pues no os retraséis mucho - les pinchó Roy, agregando con humor. - Que luego seguro que dará más pereza y desde luego, no sabéis lo que os perdéis. Cambio de pañales, noches sin dormir…
- ¡Oh cielos!,- sonrió Tom, sujetando de la mano a Cooan y agregando con fingido temor - y pensar que en pocos meses nos tocará el turno a nosotros.

            Todos se rieron con aquella ocurrencia. Así, tras festejar en grande aquel nacimiento el grupo se despidió. Efectivamente, a los pocos meses Cooan tuvo un hijo. La joven recordaba la última visita de Rei, cuando la sacerdotisa prometió acudir para conocer a su futuro ahijado nada más naciera.

-Te veo estupenda. - Saludó la sacerdotisa según entraba a la casa de sus amigos, acompañada por Tom.- ¡Hola Cooan!

            Su amiga había ido a abrir la puerta al escuchar la llamada del timbre, lucía una apreciable barriga ya. Casi estaba de siete meses entonces. Enseguida le dijo a la recién llegada.

-Pon tu mano aquí.

            Rei posó su mano derecha sobre ese vientre tan abultado y al poco sonrió. Había notado un golpecito.

- ¡Ya está pidiendo salir! - Se rio Cooan que ahora lucía sus cabellos peinados en forma de coleta sin esos piquitos en forma de orejas gatunas tan característicos suyos. - Y yo también estoy deseando verle.
-Será un niño precioso. Eso seguro. - Afirmó una encantada sacerdotisa. -
-Y tú lo hiciste posible. - Sonrió su agradecida amiga. -

            Entonces se escuchó un carraspeó de Tom. Ambas chicas se echaron a reír… la azorada Cooan apenas si pudo decir en tanto se sentaba en un sofá cercano.

- ¡Bueno, tú ya me entiendes, Rei!

            Su amiga se tronchaba a su vez de risa, y se sentó junto a ella. Asintiendo mientras el marido de la futura mamá comentaba divertido.

-Desde luego que, espero no te olvides de mí pequeña contribución, cariño.
- ¡No, claro! - Reía Cooan, que pudo serenarse un poco para afirmar ya más en serio y con visos de emotividad. - Sin embargo, si Rei no hubiese creído en mí no estaríamos ahora aquí, tan felices.
-Fuiste tú quien quiso cambiar y abrazar una nueva vida. Os ha costado mucho, a ti y a tus hermanas, llegar hasta aquí. Y ese mérito es enteramente vuestro. - Se apresuró a comentar su invitada. -
-Eso es algo que siempre te agradeceré. - Aseveró Tom. - A ti y a las demás guerreras. Y cuando el niño nazca y sea posible nos gustaría llevarle a tu santuario para que le dieras tu bendición.
-Será un honor y un placer para mí. - Afirmó una emocionada sacerdotisa que pasó a informarles con alegre tono en su voz. - He visto las llamas sagradas antes de venir, y todo irá muy bien.

 Sus amigos la escucharon encantados. Aquella fue una estancia fugaz pero muy bonita. La ilusión se notaba en el ambiente. Y pasados unos meses así fue. Aquel fue un parto más normal que el de Bertie y sus amigos también estuvieron allí como una piña, solo que esta vez tardaron más, ya que el hospital estaba algo más concurrido, para hacer translaciones. Al bebé le pusieron por nombre Alan, tal y como el Leval del futuro había dicho que se llamaría. Por supuesto, y aunque no mediase ceremonia religiosa alguna, la madrina del crío fue Rei que incluso viajó a Portland para verle y se ocupó de regalarle un amuleto sintoísta que, según ella, le protegería siempre de todo mal. Tras unos meses, los Rodney cumplieron su palabra y en efecto, viajaron a Tokio. Rei hizo un ritual bendiciendo al crío y percibiendo que estaba destinado a convertirse en un buen hombre el día de mañana, cosa que la alegró sobremanera…

-Sí, al menos el destino ha sonreído a mis amigos. - Pensaba con satisfacción cuando les despidió en el aeropuerto de Narita.- Usagi me lo adelantó, estos niños serán el día de mañana la siguiente generación de luchadores por el bien.

El caso es que sus amigas no estaban con ella ese día, muy ocupadas con sus respectivos quehaceres. De este modo Rei se volvió al santuario. Meditando.

-Y todavía han de nacer algunos más que tendrán un papel muy importante que jugar en sus vidas…

Así era, aunque las otras chicas tardaron algo más. Después de casi dos años de casadas con Zafiro y Diamante, Petz y Esmeralda tuvieron también hijos. Petz, un chico que nació en Tokio, al que llamaron Coraíon. Aquí asistieron las sailors en pleno. Sobre todo, Júpiter que tenía una buena amistad con la flamante mamá y se sintió muy feliz cuando le pidieron que fuera la madrina. Ahora, tras despedirse las demás para no agobiar a los padres y a la criatura, Makoto contemplaba al recién nacido acurrucado entre los brazos de la primeriza madre.

-Es un bebé muy hermoso. - Comentaba la guerrera Júpiter en su identidad civil, junto a la cama del hospital en donde estaba Petz. - Tan chiquitito y tan adorable…

            La convaleciente sonreía de un modo radiante. Su marido estaba al otro lado de la cama, visiblemente feliz a su vez.

-Lo único que me apena es que mi hermano y Esmeralda no hayan podido acudir. Ella está de unos siete meses y no era aconsejable que viajara. – Comentó Zafiro. -
-Eso está muy bien, dentro de poco Coraíon tendrá una prima. - Afirmó Petz. -
- ¿Coraíon? - Repitió Makoto. -
-Sí, era el nombre de mi padre. Y también una derivación del de nuestro bisabuelo Corindón. Él crió a nuestro padre, puesto que nuestro abuelo Karst murió en un accidente espacial. Nuestro padre no conoció pues al suyo y sí tenía mucho aprecio por su abuelo. Quisimos llamarle así en homenaje a él. - Explicó Zafiro. -
-De haber sido niña quizás la hubiéramos puesto el nombre de la madre de mi esposo. Aunque Esmeralda me pidió que la dejase hacerlo a ella.
-La habríamos llamado Nairía entonces. - Añadió Zafiro. - Era el segundo nombre de mi madre.
-Bueno, espero que podremos tener más. - Dijo su esposa. - Aunque el poner el nombre de la mía a alguna de nuestras hijas se lo pidió hace mucho tiempo mi hermana Cooan.
-Oye, no tan rápido. ¡Acabas de tener uno ahora mismo! – Rio su amiga aconsejándole divertida. - Al menos recupérate…
-Lo malo es el negocio. - Se lamentó la interpelada, aunque no del modo en que solía, sino casi con expresión risueña. - Tendré que cerrar Otafukuya durante unos días.
-Puedes contratar a alguien. Y, si es necesario, me pasaré por allí a ver qué tal va la cosa. - Se ofreció su interlocutora. -
-Pero tú ya tienes demasiado trabajo con Flowers and Flavours. - Contestó Petz. - Te lo agradezco, aunque cerraré un par de semanas y después puedo llevar a mi hijo al trabajo. Tenemos una salita de descanso en la trastienda. Allí le cuidaré. Contando con algunas dependientas no me será difícil atenderle.
-O puedo llevármelo yo a diseñar infraestructuras o algunos robots. - Terció Zafiro con tintes de broma. - Para irle preparando para el futuro.
- ¡De eso nada! - respondió Petz con tono firme pero risueño, más al añadir. - Recuerdo cuando, en Némesis, te pasabas la vida metido en esas salas de cibernética diseñando droidas. No parabas ni para comer.
-Solamente cuando tú venías a traerme algo. - Contestó el divertido Zafiro, agregando como confesión. - En realidad, lo hacía para que vinieras a verme, tonta.

Ambas chicas se rieron de la ocurrencia. Tras ello, Makoto enseguida comentó llena de alegría.

-Ya estoy deseando que crezca para hacerle algunas tartas.
-Espero que no le malcriemos. - Afirmó Petz. - Tiene que ser un hombre de provecho el día de mañana. Y yo quiero ser una buena madre.
-De eso no tengo ni la menor duda. - Afirmó su esposo obsequiándola con un beso en los labios. - Vas a ser la mejor.

            Después acarició al bebé que parecía estar dormido ahora. Makoto sonrió con ternura al verle y se despidió dejando a la familia Lassart descansar.  A su vez, otros amigos como Kaori, el profesor Tomoe e incluso Daniel y Mimette, se pasaron a conocer al crío. Por su parte, tal y como comentara Zafiro, Esmeralda estaba encinta. La verdad es que la propia modelo no se percató de que estuviese embarazada en un principio. Meses antes del nacimiento de su sobrino acudía a sus trepidantes giras de desfiles y viajaba mucho. Eso de la ausencia del periodo le había ocurrido a veces, pero cuando se le retrasaba lo había achacado al estrés. Además, ella y Diamante se veían con poca frecuencia, aunque disfrutaban los reencuentros. Un día, estando presta para pasar una de las colecciones en la casa Deveraux en su sede central de París, la muchacha comenzó a notarse mal.

-Tengo el estómago revuelto. - Se quejó a una de sus compañeras, de nombre Tricia, otra modelo de largo cabello rubio y pareja estatura a la suya.
-Vamos a salir en apenas quince minutos a la pasarela. - Le comentó la otra joven con inquietud. -
-Aguantaré. Aunque sea para que madame Deveraux no se enfade. - Pudo sonreír la indispuesta muchacha. -

            Así lo hizo, aunque se sentía cada vez peor no lo dudó, una vez la llamaron para salir se las arregló para sonreír y posar como en sus mejores días. Sin embargo, apenas terminó su tercer vestido tuvo que correr al servicio. Allí devolvió el desayuno. Ahora se sentía mejor. Eran unas nauseas que a veces la asaltaban por la mañana. Salió algo más aliviada, pero con una sensación de mareo. Su compañera, preocupada por ella durante todo el desfile, se apresuró a preguntarla.

-Esmeralda. ¿Estás mejor?...
-Tengo que sentarme. - Fue casi lo único que pudo decir antes de desplomarse. -
- ¡Esmeralda! – Exclamó su alarmada amiga atrayendo la atención de algunas otras modelos y trabajadores. - ¿Qué te pasa?

            Entre varios la levantaron cuidadosamente del suelo y la sujetaron tendiéndola en uno de los sofás de la sala de descanso. A los pocos minutos despertó. Estaba en la enfermería, tumbada en una cama. Entre algunas caras que se arremolinaban a poca distancia de la entrada distinguió la de la señora Deveraux. Una anciana de pelo ya encanecido, pero con una mirada inquisitiva y profunda en esos ojos azules tan agudos que tenía. Enseguida tomó la palabra ordenando a esa troupe.

-Las demás ocuparos de lo vuestro. ¿Habéis llamado al médico?
-Sí, Madame Deveraux. - Replicó Carla, una de las costureras. -

La anciana asintió y enseguida dedicó su atención a su joven modelo indispuesta para preguntar según entraba en la estancia.

- ¿Cómo te sientes, niña?
-Mejor, gracias, Madame Deveraux. Todavía estoy un poco aturdida. - Musitó la aludida. - Pero mejor.
- ¿Por qué no me dijiste que te sentías mal? - La amonestó su jefa ahora con un tono entre reprobador y preocupado. -
-Usted siempre dice que ante todo la obligación. - Pudo musitar la joven. -
-Pero nunca he dicho que eso esté antes que la salud, querida. - Repuso la anciana, reprobándola con suavidad. - Tan malo es quedarte corta, como excederse en tu celo y lo segundo incluso podría resultar peor.

            En ese momento entró el médico, un hombre de mediana edad que llevaba una bata blanca y un estetoscopio al cuello. Tras dar las buenas tardes a la señora Deveraux ésta se apartó y el facultativo auscultó a Esmeralda en tanto le preguntaba.

- ¿Ha tenido usted estos mareos de forma frecuente?
-No, lo cierto es que hasta hace poco no me sentía mal. Pero últimamente me levanto con náuseas y apenas tomo algo de zumo de naranja se me revuelve el estómago. - Le explicó la muchacha. -

            El doctor asintió tomando el pulso de su paciente. Entonces enseguida esbozó una leve sonrisa y le comentó a la propietaria.

-Mucho me temo que esta chica por ahora no podrá seguir en la pasarela.
- ¿Qué me pasa?- Exclamó Esmeralda realmente atónita y asustada.- ¿Estoy enferma? ¿Es grave? ¡Dígame la verdad, por favor!…
-No, no es nada grave. - Se apresuró a replicar el médico. - Ante todo cálmese. En su estado no es bueno sobresaltarse.

            Esmeralda estaba perpleja y sin saber que responder a eso. Aunque la anciana sonrió levemente y asiendo una mano de la modelo entre las suyas, dijo con tinte tranquilizador.

-Está muy claro, niña. Al parecer tú y tu marido, ese Cristal o cómo se llame, no habéis desaprovechado el tiempo cuando tenéis ocasión de veros.

            Su interlocutora estaba desconcertada, no terminaba de comprender. Aunque enseguida le vino todo a la mente, casi como un destello. Ahora abría los ojos de manera realmente notable en tanto apenas si podía balbucear con gran emoción.

- ¿Es que acaso estoy?  ¿Estoy?...
-Está usted embarazada de unas seis semanas, creo. ¡Enhorabuena! - La felicitó el facultativo que agregó con tintes más desenfadados. - Ahora, debe descansar. Si la señora Deveraux no tiene inconveniente. Al menos durante los primeros meses del embarazo que son los que plantean más riesgo.

            No obstante, Esmeralda casi ni le escuchaba, solamente lloraba con gran alegría.

-Ma chère. Estás agotada. Debes dormir. - Le indicó la anciana. -
-Sí señora Deveraux, pero es que… ¡soy tan feliz! - Pudo decir entre lágrimas. -
-No es para menos. - Sonrió ahora su interlocutora de manera más acusada. - Sin embargo, trata de descansar.
-Diamante. ¡Tengo que decírselo! - Exclamó intentando levantarse. -

            No obstante, su jefa la detuvo posando una mano sobre el brazo derecho de la joven. Enseguida le comentó.

-Tu esposo ha sido avisado, llegará pronto. Pero todavía falta un rato. Mejor que reposes para que no le asustes. Solamente le hemos dicho que tenía que venir porque te encontrabas indispuesta.

La muchacha pese a todo quería hablar con su marido para darle esa maravillosa noticia, aunque estaba realmente cansada. Finalmente aceptó el echarse a dormir. El sueño la venció enseguida. Su jefa permaneció a su lado en la enfermería hasta que finalmente, pasadas un par de horas. Llegó Diamante.

- ¿Está bien mi mujer? - Inquirió atropelladamente entrando a la carrera en la habitación. -
-Cálmese joven. - Le pidió serenamente madame Deveraux. - Su esposa está perfectamente. Solo que ha trabajado demasiado los últimos días.
-Cuando me avisaron en el trabajo no quisieron darme ningún detalle. - Comentó el chico con visible enfado.- Y si usted es su jefa no debería haberla permitido trabajar en estas condiciones.- La recriminó él.-

            La anciana le miró con cierto malestar, aunque enseguida replicó, eso sí, sin variar su tono tranquilo.

-Es usted joven e impetuoso. Y debe controlar su temperamento. Pero en algo sí que lleva razón. Si yo hubiera estado al tanto de la situación desde luego que la habría prohibido desfilar. De todos modos, ni ella misma sabía que se estaba forzando más allá de lo aconsejable. Por eso mismo le voy a conceder a su mujer unas largas vacaciones. De modo que espero que se ocupe de cuidarla como merece. Hasta que se recobre por completo.

            Ahora Diamante estaba preocupado. Quizás le había faltado al respeto a esa señora que tenía fama de ser bastante excéntrica y pudiera haber puesto la carrera de su esposa en peligro. Enseguida asintió declarando con un tono más suave y conciliador.

-Lamento mucho si la he ofendido, no era mi intención. Le pido disculpas. Es que estoy muy preocupado por Esmeralda. ¡Para mí lo es todo!
-No lo pongo en duda. - Asintió su contertulia mirándole ahora con mayor simpatía al añadir de modo condescendiente. -  No tema. En cuanto a su estado es lo normal en estos casos. Si quiere usted detalles, en cuanto despierte ella misma se los dará. Ahora debo dejarles. Tengo muchas obligaciones. Permanezcan aquí el tiempo que precisen, si necesitan algo haré que se lo traigan inmediatamente.
-Gracias señora Deveraux. Es usted muy amable. – Afirmó sentidamente el joven. -

            La anciana salió de la enfermería sin pronunciar ni una palabra más. Diamante permaneció allí, sujetando a su dormida esposa de una mano. Tras unos minutos ella comenzó a moverse y a abrir lentamente los ojos.

- ¿Cómo estás, cariño? - Le preguntó suavemente él. -

            Ahí le tenía, de traje y corbata, recién salido del trabajo. Habría corrido e incluso quizás volado para acudir a su lado. ¡Qué diferente era aquello de esos amargos días en Némesis cuando llegó a ignorarla por completo!  Pero todo eso pasó. Ahora ella sonrió radiantemente feliz y musitó.

-Estoy mejor que nunca. Y tú deberás estarlo también, mi amor…para lo que tengo que decirte…
-Dime, ¿qué tienes? - Inquirió el joven sin poder ocultar ya su preocupación. - No me asustes, te lo ruego. ¿Qué te pasa?

            Su mujer se tomó unos segundos para respirar hondo, soltar alguna lágrima y al fin sonreír respondiendo.

-Que voy a engordar un poquito a partir de ahora. Espero que siga pareciéndote atractiva durante los próximos nueve meses.

            Quién abrió la boca y los ojos como platos ahora fue el príncipe. Enseguida pudo decir con emoción.

-Entonces, ¿estás?...
-De seis semanas cree el doctor. - Asintió ella con el semblante iluminado por la dicha. -

            El chico la abrazó, eso sí, con delicadeza. Los dos estuvieron así un rato. Al fin la muchacha fue capaz de decir.

-Espero que todo vaya bien y darte un hijo sano y fuerte.
- ¡Hijo o hija lo que sea que venga será maravilloso! - Afirmó eufóricamente él. - Desde ahora cariño, pasaremos más tiempo juntos.
-Supongo que la señora Deveraux me dará permiso. Aunque pueda seguir diseñando no podré subirme a la pasarela hasta que pase un tiempo. - Comentó la joven. -
-Sí, eso me comentó. – Admitió su marido, cayendo en la cuenta ahora. - ¡Claro!, ella lo sabía, pero no me lo dijo, para que pudieras hacerlo tú misma.

            Esmeralda sonrió. En el fondo su jefa era una buena mujer. Muy exigente sí, pero le había demostrado su aprecio. Era normal, la joven modelo se desvivía por su trabajo. De hecho, le encantaba. Aunque desde ese preciso instante su bebé sería lo primordial. Era lo más hermoso que podía ofrecer a su amado.  Y él compartía esa opinión. No tardaron en regresar a casa. Los siguientes meses, en efecto, la chica fue engordando a un ritmo normal. Tras hacerse una ecografía vieron incluso que sería niña. La futura madre no lo dudó en cuanto propuso.

-Podríamos llamarla Amatista, como tu madre.
-Sería estupendo. Aunque si quieres llamarla Maray como a la tuya no me opondré. - Repuso Diamante. -
-No, mi amor. La reina fue para mí mi verdadera madre. A la biológica no pude llegar a conocerla por desgracia. Murió al poco de nacer yo. Quizás si tenemos otra hija en un futuro. ¿Quién sabe? Guardaremos el nombre de Maray y el de Nairía, por si hubiera ocasión de emplearlos en algunas hermanitas para nuestra hija. - Pudo sonreír alegando hasta con humor. - Y puede que de segundo podamos llamarla Alexandra o Annette, como a mi jefa.
-Como tú quieras, cariño. - Convino Diamante que ya se sentía lo suficientemente feliz. -  Y seguro que eso le iba a encantar a esa mujer tan estirada…

            Esmeralda se rio, aunque no era esa carcajada tan estridente suya, sino una risa algo más moderada, con todo algo complicada de soportar, cuando afirmó divertida.

- ¡Si Roy te oyese, tú llamando estirado a alguien!

Su esposo tuvo que asentir riéndose con ella. Aquel fue un gran día para la pareja, lleno de dicha y esperanza.  Los meses siguientes transcurrieron con ese mismo tinte de ilusión. Y al fin, tras los nueve de rigor, llegó el gran momento. A pesar de que la madre, en su calidad de top model internacional, ya era bastante famosa en todos los medios de sociedad, el asunto pasó ciertamente desapercibido. El parto fue rápido y muy bien. En cuanto las enfermeras lavaron un poco al bebé y lo envolvieron en una sabanita se lo entregaron a Diamante. El orgulloso papá pudo sostener entre sus brazos a una robusta niña de ojos violetas y algunos pelitos rubios.

- ¡Es, es tan hermosa! - Balbuceaba el príncipe que estaba realmente emocionado. - Toma mi amor, aquí está nuestra hija. - Le dijo a su mujer que se recobraba unos minutos después de haber dado a luz. - Es preciosa, como tú…

            Esmeralda la sostuvo entre sus brazos, apoyada contra el pecho, mientras la pequeña hacía muecas con la boquita y cerraba los ojos. No pudo evitar llorar llena de felicidad.

- ¡Mi hija! - Fue capa de sollozar. - ¡Mi niña!… ¡Ma chérie! Diamante, hasta ahora jamás había podido comprender…lo que tu madre y la mía debieron sentir…
-No hay nada más importante en el universo entero. - Completó él afirmando con categórica y emocionada solemnidad. - Desde este mismo instante te juro que haré todo lo que sea necesario para que nuestra hija crezca feliz y tenga una vida lo más plena y segura posible.
-Sí, quiero darle todo el amor que a veces nos faltó a nosotros. - Convino la novel madre. - Y que se convierta en una mujer buena, valerosa y con grandes sueños que poder realizar. Y, sobre todo, mantenerla lejos de intrigas, luchas y de cualquier mal.

Y así lo decidieron. Al poco Esmeralda fue dada de alta. Se produjo la circunstancia de que días después de que abandonaran el hospital, casi a las dos semanas del alumbramiento, se disputaba una final de fútbol entre dos equipos españoles cuyas ruidosas y animadas hinchadas abarrotaban la ciudad, desplazando cualquier otro acontecimiento informativo. Incluso se encontraron con Nephrite quien era gran aficionado a ese deporte y había acudido a presenciar el encuentro. Una vez en París, les visitó fugazmente antes del inicio.  Y éste casi consiguió que Diamante lamentara perdérselo, pues le explicó que quería ver a uno de los dos equipos, mítico en Europa, conquistar su octavo entorchado continental.

-Bueno. - Agregó el príncipe de los Cuatro Cielos. - Ha sido un placer veros y os reitero mi enhorabuena. - Señaló contemplando a la pequeña recién nacida dormir en su cuna para informar complacido. - Amanda está también esperando…
- ¡Eso es fantástico! - Le felicitó su amigo. - ¡Enhorabuena a vosotros también!
-Entonces, ¿por eso no ha venido contigo? - Preguntó Esmeralda. -
-Según dijo prefería estar tranquila en casa. Aunque, o no la conozco o estará tramando alguna de las suyas. - Repuso su interlocutor.-

            Sus amigos asintieron con complicidad. No era ya secreto para ellos que esa mujer andaba en cosas muy complejas, bastante más allá de lo que una reportera, por muy intrépida que fuera, solía hacer.

-Pues os deseo lo mejor, cuando nazca el bebé espero que nos llaméis de inmediato. - Afirmó Diamante. -
- ¡Si es niño podemos ir pactando la boda con tu hija! - Bromeó Nephrite. -
- ¡No te imagino como consuegro! - Rio su amigo a su vez. -

            El invitado sonrió y esta vez sí, tras dedicar una afectuosa mirada a la pequeña, se despidió.

-Adiós, hermosa señorita. Adiós a vosotros también, amigos míos. Espero que nos veamos muy pronto.

Y así quedaron. Efectivamente, al nacer Paul, el hijo de Amanda y Nephrite, la pareja afincada en París hizo una visita a sus amigos llevando a la pequeña Amatista. Pasó más tiempo para todos. Al cabo de unos dos años del nacimiento de Leval. Beruche, también tuvo otro bebé, esta vez con un parto de menos antojos, y mucho más rápido, auxiliada sólo por Ami, que ya estaba en mitad de su carrera de médico. Fue una niña a la que llamaron Kerria Lorein, el primer nombre de su hija hacía rememorar a Bertie la imagen de las hermosas flores que crecían en el jardín del palacio de Némesis y el último era un claro recordatorio de la anterior encarnación de ella misma. ¡Estaban seguros de que la niña sería tan bonita y encantadora como lo fue su homónima, la princesa del antiguo reino terrestre! y, además, cumplía el deseo de ambos de formar una parejita. El hijo que tuvo Karaberasu, paralelamente a ellos, se llamaba Mazoui y era casi dos años mayor que Leval y más tarde, tras casarse Kalie con un médico de nombre Mathew, tuvo una hija a la que llamó Katherine. Este último suceso fue seguido por Minako con muchísimo interés. La antigua sailor, ahora famosa artista, hizo lo posible por ayudar, aunque fuera desde la distancia, a su amiga.  Pese al duro castigo que tuvo que afrontar nunca quiso abandonarla del todo a su suerte. Y de hecho llegó finalmente a verla y entre lágrimas aceptó encantada la propuesta de amadrinar a ambos niños. Por su parte los Rodney habían tenido más hijos también. Otro chico, Lance, y por fin una niña a la que Cooan, cumpliendo la promesa que hiciera a su madre de pequeña, puso por nombre Idina.  Ni que decir tiene que su amiga Rei no faltó a ninguno de sus nacimientos, siendo la madrina de todos ellos y eso que su tarea como sacerdotisa de Hikawa y sus estudios universitarios de filosofía eran bastante absorbentes. También la misma Chibiusa quiso venir del futuro, eso sí, algo mayor ya y con sus escoltas las sailor Asteroides, para acompañar a Cooan a la que le unía una gran amistad. Prometiéndoles a ella y a Tom que iría a visitarles alguna vez, siempre que sus obligaciones se lo permitieran, para ver crecer a los niños. Así pues, una generación completa se dispondría poco a poco, de forma paulatina, a tomar el relevo. Los caminos de las diferentes parejas se separaron casi totalmente durante algún tiempo. Sus vidas tomaron rumbos diferentes e inmersos en sus propias familias, entornos y trabajos no pudieron apenas verse de momento. En el caso de los Malden pasaron algunos años, la tranquilidad fue la nota predominante y Roy había ganado algunos títulos de liga con su equipo e incluso una medalla en las olimpiadas. Durante el tiempo transcurrido ambos padres habían cuidado de forma muy solícita a su prole. Era memorable ver los agobios del papá cuando Beruche salía y le dejaba al cuidado del crío. Si éste lloraba, Roy corría a cambiarle los pañales o a darle el biberón dependiendo de los casos. Muchas veces lo intentaba preparar mientras mecía el niño. Por fin y cuando Leval se dormía, su progenitor tenía que admitir que terminaba mucho más agotado por cuidar a su hijo que por entrenar en el Rincón del Alma y el Tiempo. Con Kerria pasó algo similar, pero ellos ya tenían más experiencia y se manejaron con mucha más soltura. Transcurridos estos años, y cuando el niño cumplió los cinco, llegó el día de llevarle a preescolar. Kerria, por su parte, iría a la guardería. Roy no entrenó a Leval aun, pues tanto él como su mujer juzgaban que todavía era demasiado pequeño. Su padre decidió esperar algunos años todavía, convencido por Bertie. Ella quería que el niño y la niña disfrutasen de una infancia normal, sin ningún tipo de preocupaciones salvo las normales a sus respectivas edades, y de ser posible, que nunca tuvieran que aprender a pelear tal y como su padre y el resto lo hicieron. Aunque él no coincidía del todo con ese punto de vista admitió que se podría esperar algún tiempo aún. De todas maneras, la educación y la felicidad de sus hijos eran ante todo lo principal para Beruche y en eso su esposo estaba completamente de acuerdo. De tal modo que incluso durante las muy contadas visitas que su hermano el rey de los saiyajin, acompañado de su esposa, la reina Meioh, hicieron a la tierra con sus guardianes, Roy le pidió que no mostrase sus poderes a los niños. El propio padre de las criaturas no lo hizo, aunque para los pequeños ya fuera un gran héroe sólo por salir en la tele y meter canastas.

-Bertie tiene razón. Si han de destacar que sea como personas normales en un mundo familiar y seguro. -Se decía él. -

            En Portland, Tom y Cooan adoptaron una resolución similar criando a sus hijos en el tranquilo y cerrado ambiente de la naturaleza que rodeaba su lugar de residencia. Ya que, cuando nació Idina, se mudaron a una apacible ciudad de pequeño tamaño con una atractiva zona residencial, situada a unos cuantos kilómetros de la anterior, sita todavía en un lugar más abierto y lleno de bellezas naturales. Con una casa aún mayor. Fue un cambio magnífico para ellos puesto que los dos adoraban la vida en contacto con la naturaleza y sus respectivos centros de trabajo seguían estando a un paso. En realidad, a ninguna de las parejas les iba nada mal. Merced a sus grandes esfuerzos y sus respectivos méritos, (reconocidos por los distintos gobiernos de sus países siempre a nivel extraoficial, de modo que nunca tuvieron problemas de salir en la prensa por causas que no fueran estrictamente profesionales). Así sus hijos podían disfrutar de una vida más que cómoda y casi parecía existir un pacto no declarado entre las distintas familias. Los niños debían quedar al margen de las cuestiones relativas a sus antiguas vidas. Por lo menos hasta que fueran lo suficientemente adultos como para llegar a comprenderlo. Así lo pensaban también Nephrite y Amanda, que se habían casado los últimos y que tuvieron otro retoño, dado que a Paul le siguió una niña a la que pusieron por nombre Samantha. Incluso Ail y Ann, habían juzgado conveniente no regresar a la Tierra con sus vástagos hasta que estos fueran lo suficientemente mayores para no descubrir su condición de extraterrestres. Pues hay que decir que sus hijos Giaal y Naya, crecían de forma admirable, siendo incluso más gráciles y armoniosos que sus padres.

-Es una lástima no poder ir a ver a nuestros amigos más a menudo. - Suspiraba Annie. -
-Bueno, sabes que, alguna que otra vez podremos hacer una escapada a la Tierra. Nimock y los demás cuidarán de nuestros hijos. - Le respondió Ail. -
-Podríamos llevarlos con nosotros. - Le propuso su esposa. -
-Quizás cuando sean algo mayores. Todavía no controlan bien sus poderes y podrían transformarse en nuestra forma original en medio de cualquier calle concurrida de asustarse por algo. - Le respondió Ail. -
-Tienes razón. Nunca les hemos dicho que adoptar nuestra apariencia real fuera malo. ¡Cómo iba a serlo entre los nuestros! - Suspiró su mujer. -  Bueno, con un poco de paciencia lo controlarán en unos años y podremos explicárselo como adultos. Entonces no les vendría mal conocer la Tierra…

            Y su esposo asintió. Algún día sus vástagos podrían ir a ese bello planeta. Pero si algo llenaba de orgullo y satisfacción a todos en la Tierra era que sus pequeños eran precisamente eso, terrestres, nacidos en ese mundo y con todo un prometedor futuro por delante que parecía despejado de problemas y tribulaciones. Las pocas veces que se vieron y los escasos encuentros entre los niños les dieron la ocasión de presumir de los suyos y admirar a los de los demás. Y casi sin darse cuenta, llegaron a la determinación de no verse demasiado para que, cada chico y chica se forjase su propio mundo de amigos y creciera en su propio ambiente, sin verse influido más de lo necesario por los hijos de los otros.  Es curioso constatar que, Amatista, sin ir más lejos, tuviera mucha más relación con la hija de Ian Masters, puesto que era ahijada del millonario, que con sus mismos primos Coraíon y Granate. Y es que tras el recelo y la antipatía inicial, el magnate demostró no ser mala persona y su relación con Diamante fue evolucionando hasta tener una buena amistad. Ayudaba desde luego el hecho de que el príncipe de Némesis hubiese aceptado finalmente trabajar para las empresas de Masters. Tanto Diamante como Esmeralda también fueron un apoyo muy grande para aquel hombre que parecía todopoderoso, pero al que la desgracia golpeó de una cruel manera apenas un par de años después de casarse. Y ambos además fueron a su vez los padrinos de la única hija del magnate. En el caso de los hijos de Roy, y Beruche y los de Tom y Cooan curiosamente, al estar separados por todo el continente, dado que vivían en costas opuestas, eran casi ajenos entre sí. Se vieron algunas veces durante la infancia y sobre todo Idina y Kerria disfrutaban mucho jugando juntas a princesas, haciendo en cierta ocasión además otra amiguita de su edad y de muy alta cuna. En cuanto a los Rodney, viajaron a Japón con relativa frecuencia a visitar a su hermana Petz, Zafiro y sus sobrinos. Y también, por supuesto, a Rei y las demás guerreras. De todos los hijos de la pareja la que más gustaba de ir allí, e incluso de aprender japonés, fue la pequeña Idina. Su madrina la instruía siendo todavía muy pequeñita, incluso en cómo llevar bien un kimono y hasta en alguna que otra ceremonia del templo y rituales contra los malos espíritus. La sacerdotisa la quería como si de su propia hija se tratase. Llegó a ver en las llamas sagradas que aquella niña tendría un gran destino por cumplir, aunque no se le reveló cual. También Chibiusa, siendo ya una joven bastante hermosa, las veces que venía de visita desde el futuro, estaba encantada con la niña. Y no digamos el cuarteto de las sailor asteroides que siempre la divertían con trucos de magia y malabarismos. En cuanto a los chicos, Alan, el mayor, era más del estilo de su padre, abierto y simpático, le encantaban las artes marciales y Lance, el segundo hijo, era más reservado y misterioso, amén de muy aficionado a la lectura. De él era de quién menos pudo ver Rei cuando consultaba el fuego del templo.

- ¡Qué extraño! – Pensaba la sacerdotisa. - Es como si este niño no tuviera un único destino…como si le fuera cambiando, igual que se gira una ruleta. No veo en dónde se parará… Será mejor que no les diga nada a Cooan y a Tom de esto…quizás dentro de unos años las visiones se puedan aclarar.

Por lo que respectaba a Nephrite y Amanda ellos se distanciaron más del resto, inmersos en la sociedad británica y en sus negocios de antigüedades. Aunque complicados también en sus actividades como miembros de los servicios secretos que colaboraban con el gobierno de su Majestad, y, sobre todo, con otra organización que estaba a un nivel incluso superior. Respecto a sus dos hijos eran buenos estudiantes y muy correctos. Aunque bastante al estilo británico en cuanto a la flema y el saber estar. Sus padres no tenían problemas en dejarles a su aire cuando fueron llegando a una edad adolescente dado que les educaron desde siempre para ser capaces de desenvolverse de manera muy independiente. Eso sí, frecuentando colegios privados de gran prestigio en Inglaterra y el mundo entero.  Por su parte tanto el príncipe de los Cuatro Cielos como su esposa siempre que podían visitaban a Diamante y Esmeralda que eran los que más cerca estaban de todos sus amigos. En ciertas ocasiones incluso viviendo alguna que otra aventura. Como cuando murió la señora Deveraux.

-Vaya. - Se decía Esmeralda tras el funeral. - ¡Pobre madame Deveraux! Apenas pude despedirme de ella en el hospital…
-Vivió una larga y provechosa vida, cariño. - Trató de consolarla Diamante. -
-Y levantó su casa de modas y la agencia de modelos con mucho trabajo. Lo que jamás imaginé fue que me la dejara a mí. - Suspiró su mujer que parecía agobiarse de únicamente pensarlo. -
-Se la dejó a la mejor sucesora que tenía. - Repuso Diamante. -
-Pero tú sabes lo que eso significa. - Pudo decir Esmeralda. - Ya tengo poco tiempo para ver a nuestra hija. Ahora dispondré incluso de menos.
-Lo sabrás aprovechar. - Le aseguró su marido. -
-Ahora debo examinar los papeles y documentos que me dejó. Algunos datan de la mismísima Segunda Guerra Mundial. - Le desveló ella. - Y tiene muchas antigüedades…
-Por eso no te inquietes, cuando Nephrite y Amanda vengan a vernos seguro que él te aconsejará. - La animó su esposo con despreocupación. -

Y así fue, Esmeralda no podía ni sospechar a dónde le llevaría el indagar sobre el pasado de su mentora. Sobre todo, cuando tuvo por compañeras de aventuras a las sailors Urano y Neptuno. Finalmente, los que vivían en otros planetas sí que perdieron el contacto de forma casi definitiva. Para Ail y Ann sus ocupaciones en su nuevo mundo eran tales que no les dejaban mucho tiempo para ir a la Tierra. Y sus hijos crecían totalmente adaptados a su planeta de nacimiento. En el caso de Giaal el chico tenía más ganas de explorar otras regiones del universo y es lo que hizo en cuanto tuvo una edad suficiente como para ser independiente. Naya en cambio permaneció más tiempo junto a sus padres. La niña siempre los oía hablar de aquel bello planeta azul y dedicaba unas curiosas miradas de sus ojos aguamarinas a las fotografías e imágenes que le mostraban de tal bonito lugar.

-Un día me gustaría poder visitar la Tierra. - Declaró-
-Lo harás cariño. - Le prometió su madre.- Cuando estés preparada…

 Y en el caso de Lornd y Setsuna, que también tuvieron tres vástagos, se dedicaron más en cuerpo y alma a educarles como futuros herederos. No obstante Plutón siempre le comentó a su esposo que estaría bien que sus hijos pudieran ir a la Tierra a modo de viaje educativo. Si bien una serie de problemas graves evitaron que los muchachos varones pudieran ir, al menos siendo tan jóvenes, la hija y hermana mediana, de nombre Seren, muy parecida a su madre, sí que viajó años después a la Tierra. Lo mismo que los hijos de otros saiyajin importantes. Algunos incluso fueron educados también en usos y costumbres humanas, a fin de establecer lazos de amistad y cooperación con ese planeta y con la Luna que le orbitaba. Pero sea como fuere y a pesar de los múltiples avatares que cada familia tuvo en los años siguientes todos y cada uno de ellos mantenían siempre en su corazón y su pensamiento al resto de amigos. En las contadas ocasiones de que dispusieron estaban encantados de verse y recordar los viejos tiempos. Si bien sus vástagos en muchos casos eran extraños entre sí esto no preocupaba a sus progenitores cuyos lazos de amistad y camaradería eran lo suficientemente sólidos como para no romperse pese al tiempo y la distancia. La pregunta clave era, ¿podrían verse algún día obligados a revivirlos en una nueva batalla? Pero además de todas estas familias, había otra niña que, siendo algo mayor que esa segunda generación, crecía en un ambiente bien distinto. La pequeña vivía con su madre y su tía. O al menos, eso pensaba. Apenas con seis años comenzó a ser consciente de lo difícil que el mundo era para ellas. Su mamá se llamaba Paige, y siempre traía hombres a casa. Cuando eso pasaba, su madre le decía que se metiera en su cuarto y no saliera. Ella obedecía, pero escuchaba voces y ruidos en la habitación de su mamá. Al rato, ella venía con una bata puesta y ya estando sola.

- ¿Tienes hambre, tesoro? - le preguntaba con dulzura. -
-Un poquito. - Respondía ella. -
-Ahora te haré algo de cenar. - Respondía su solícita madre. -

            Y así lo hacía, luego ella se iba a dormir. Por las mañanas, cuando se levantaba, estaba allí su tía April. Era igual que su madre, pero su pelo era de color castaño, en lugar de moreno.

-Hola tita April. - Respondía ella. -
-Hola Marla, tesoro. - Sonreía dulcemente la interpelada. -
- ¿Mamá se ha ido a trabajar? - Quería saber la niña. -
-Sí, pero volverá enseguida. Mientras tanto yo me quedaré contigo. - Le contestaba ésta. - ¿Quieres desayunar tortitas?
- ¡Sí! - exclamó ella muy contenta, elevando sus bracitos. -

            Su tía April sonrió, siempre era muy amable con ella. Y venía a verla muy a menudo cuando su mamá no estaba. Le daba el desayuno y hasta la llevaba al colegio. Luego se despedía y no aparecía hasta algunos días después. Sin embargo, también había otra persona que iba por su casa. Era ese señor malo, que gritaba a su madre. Una vez, estaba dibujando en un papel, tumbada, cuando ese tipo llegó. No le dijo nada, dejó una chaqueta que llevaba en una silla y se fue a buscar a su madre. Ésta, al verle entrar le pidió que se fuera a su cuarto.

-Delante de la niña, no por favor. - Susurró con gesto suplicante.-

            Aquel tipo guardó silencio. Paige tomó de la mano a su hija y le llevó a su cuarto. Forzando una sonrisa le dijo.

-Quédate aquí a dibujar. Mamá tiene que hablar con este señor. No tardaremos mucho.

            Y la pequeña asintió despacito. Estaba haciendo dibujos de ella y de su madre, agarradas de la mano en un parque. Ésta alabó aquella “obra de arte” y cerró la puerta al salir. Pero Marla se acercó para poder escuchar. Y oyó las voces que venían desde fuera.

-Ya iba siendo hora, Paige. - Le espetó ese individuo. -
-Lo siento, he tenido gastos últimamente. - Afirmó la interpelada en tono de disculpa. -
-Todos tenemos gastos, y este piso es mío. - Le recordó aquel hombre. - Podría estar alquilando a otra aquí, sin tanto gasto y sin niña de la que ocuparse. - Añadió mirando de reojo a la habitación de la cría. -

            A Marla no le gustaba nada ese señor. Y su tía April, además, le decía que los hombres eran malos. Que solamente querían aprovecharse de las chicas. Y era verdad. Solamente tenía que ver a ese señor malo. Reggie se llamaba. Abrió un poquito para poder mirar. Vio a ese individuo metiendo algo en su chaqueta y dejándola otra vez en una silla.

-Te lo repito. - Exclamaba Paige. - No tengo tanto dinero. Y ya te has llevado todo lo que gané este mes pasado.
-Y aun me debes más, ¡zorra! - Espetó él. -

            La cría miró entonces la chaqueta de ese tipo. Ahora que él y su mamá estaban lejos, en otra parte del salón. A gatas salió de su cuarto y se aproximó hasta esa prenda. Ese hombre no se dio cuenta, en tanto discutía con su madre. La cría miró en la prenda. Dentro tenía una cartera llena de dinero. Marla la sacó, le iba a quitar eso y devolvérselo a su mamá.

- ¿Qué demonios te crees que estás haciendo, maldita mocosa ladrona? - Gritó Reggie cuando se percató de eso. -

            Paige se quedó perpleja observando la escena asustada. ¡No se había dado cuenta de que la niña había salido de su habitación! Y antes de que pudiera reaccionar ese canalla apartó a su hija de un manotazo, derribándola en el suelo. Marla lloraba entre atónita y asustada.

- ¡No toques a mi hija! - Estalló ella lanzándose contra ese cerdo. -

            Le golpeó, pero aquel tipo era mucho más fuerte. Una vez repuesto de la sorpresa, él le devolvió los golpes en forma de puñetazos que la derribaron.

- ¡Mami! - Chilló la pequeña, impotente para hacer nada.-

            Y Reggie prosiguió con esa paliza, estaba fuera de sí, Paige se cubría en el suelo para evitar que las patadas que ese tipo le propinaba la hiriesen más todavía. Al fin, el castigo terminó y ese tipo se volvió a la niña. La agarró sin contemplaciones de la pechera de su pijama y la levantó como si de un trapo se tratase para sisear entre sádica y maliciosamente.

- ¿Has visto lo que le pasa a las niñas malas? Como vuelvas a intentar robarme te haré lo mismo que a tu madre…

            Entonces Marla miró de reojo a donde su mamá había estado. Pero no la vio. Sorprendida abrió la boca. Y Reggie se sonrió para recalcar.

-Vosotras tenéis que obedecerme u os echaré a la calle. ¿Me has entendido? Díselo a tu mamaíta cuando se despierte.

            Marla no pudo articular palabra. Más rápido de lo que pudo ver alguien sujetó a ese hombre y le pasó un cuchillo por la garganta. La cara de la niña se llenó de sangre salpicada en tanto ella y su atacante caían al suelo. La cría rompió a llorar.

- ¡Mami! - chillaba histérica. -
-Ya pasó todo tesoro, ya pasó. - Le habló la voz de esta, aunque con una mezcla extraña de dulzura y regocijo. - Ese cabrón jamás nos hará daño otra vez.

            Y entre lágrimas Marla vio a su madre. O eso creyó, su pelo era ahora castaño. ¡Era la tía April! Aunque estaba llena de golpes y moratones y sangraba por el labio. Y entonces su tía, apartándole de aquel hombre que estaba tendido en el suelo y sin moverse en medio de un charco de su propia sangre, le susurró.

-Esto es lo que merecen los hombres. No lo olvides. Si alguno te toca lo pagará. Tu mamá era demasiado débil, no comprendió eso y ahora se ha ido. Se ha ido para siempre.

            Aquello hizo que la niña volviera a romper a llorar, pero su interlocutora la abrazó musitándole con cariñoso tinte de voz.

-Pero yo jamás me iré. Voy a cuidar de ti, mi amor. Ahora tenemos que marcharnos.

            Y dejándola en el suelo April hizo una maleta. Luego se lavó ella y a la cría. Tomó por supuesto todo el dinero de ese hombre que no se volvió a mover.

-Hora de empezar una nueva aventura, cariño. - Le sonrió animosamente April a la niña. - Nos iremos lejos, muy lejos, donde nadie nos pueda hacer sufrir.

Y tras un momento de duda y sin moverse del sitio, al fin, dándole la mano a su tía, Marla la siguió fuera de la casa con rumbo a lo desconocido. Aunque esa fuga no duró mucho. A los pocos días, unos policías vinieron llevándose a April. Pese a resistirse con gritos desgarrados, suplicando porque no la apartasen de su sobrina. La pequeña tuvo que ver como dos señores muy fuertes sujetaban a su tía y la metían en la parte trasera de un coche. Mientras, una señora algo mayor, con gesto sonriente, le dijo.

-Bueno, ¿eres Marla, ¿verdad?

            Ella asintió despacio. Esa señora añadió.

-No tengas miedo. Te vamos a llevar a un sitio en el que vas a estar muy bien…

            Y la cría fue subida a otro coche que arrancó presto para llevarla a una nueva vida…




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