sábado, 5 de marzo de 2011

GWB 17. 62. Traslados y cambios de vida

Amatista tuvo que esperar para poder comprarse una moto. En efecto, la idea de Diamante de poder controlarla para que no arriesgara en exceso fue buena. Ella parecía haber perdido el interés al tener que enfrentarse con la idea de sacarse el carné, pero poco tardó en tener otra pasión para sustituir a la velocidad. Desde pequeña había destacado porque tenía una voz muy bonita, el cantar se le daba muy bien. Además, siendo como era muy atractiva, de pelo rubio tirando a miel, grandes ojos violetas y con unos labios bien marcados que la hacían muy sexy, constituía un reclamo inigualable. De modo que unos amigos del Liceo le ofrecieron la posibilidad de unirse a ellos como vocalista en un grupo musical. Como era de esperar, Esmeralda no estuvo muy de acuerdo con la idea. Le preocupaba que su hija no rindiera en los estudios, esto las hizo chocar una vez más.

- ¡Pero mamá! - Protestaba Amatista con tono entre incrédulo e indignado. - Si todos mis amigos van a formar parte del grupo. – Y les enumeró como si aquello fuera un argumento de peso irrefutable. - Ivette, Jean Luck y François. A ellos sus padres les dejan sin ponerles ninguna pega.
-Pero da la casualidad de que tu madre, que soy yo. - Repuso Esmeralda sin inmutarse y remarcando bastante el tono en ésta última palabra - no te deja, por la sencilla razón de que luego no te concentrarás en tus estudios. Y a mí me importa un bledo lo que hagan tus amigos.
-Pero si yo nunca he suspendido nada. - Se defendió la muchacha que aseguró. - Además, yo no dejaría de estudiar, mamá.
-Sí, eso lo dices ahora. - Respondió su madre cruzada de brazos y con aire inflexible - pero luego empezaréis con los ensayos y querréis componer canciones y más tarde ir a cantarlas por ahí en salas de fiestas y clubes nocturnos.
- ¡No eres justa! -  Le reprochó Amatista muy disgustada - siempre es el mismo rollo, para ir a algún desfile de modas nunca falta tiempo ¿no?
-Eso te será mucho más útil. - Afirmó Esmeralda, explicándolo con total convencimiento. -  Puedes conocer a gente influyente de la alta sociedad.
-No quiero ir a ver a una pandilla de escuálidas luciendo trajecitos. - Replicó la chica con una mezcla de desdén y malestar. -

            Desde luego que su madre se molestó sobremanera por aquello. Replicó con tono indignado.

- ¡Mide tus palabras, jovencita! Yo he sido modelo. Y las chicas que desfilan para mí son todas profesionales, responsables y trabajan muy duro. No te consiento que hables de ellas así. ¿Me oyes?

            Amatista se achantó, se había pasado desde luego. Lo cierto es que ella odiaba esas cosas. Nunca le gustó la profesión de su madre y juzgaba que esas modelos eran simplemente unas estúpidas superficiales, mujeres objeto que solamente estaban ahí para que los hombres las mirasen llevando las más de las veces una ropa ridícula. Incluso había acudido con alguna que otra compañera que así lo pensaba a algún evento para protestar a la entrada de este.

-Desde luego no me iba a rapar la cabeza y a pintarrajear todo el cuerpo como hacen algunas de esas locas de las radicales. Pero fui un día con algunas compañeras. Nos escapamos el Liceo para abuchear a esa caterva de gentuza tan superficial. Es algo decadente y patético que las mujeres tengan que servir de objetos. -Pensó ahora recordando esa “hazaña”. -

 Y es que como feminista convencida consideraba que ese tipo de trabajo no era digno y esperaba que algún día se prohibiera. Aunque claro, eso no se atrevería a expresarlo en voz alta delante de su progenitora. Por fortuna no tuvo necesidad de replicar. El sonido de la puerta al abrirse fue como la campana de final de asalto. Diamante hizo su aparición y la jovencita nada más verle se abrazó a él y le dijo con la voz más lastimera que pudo poner.

-Papá. - Le miró de forma suplicante y apretando los labios en actitud quejumbrosa como solía hacer en esos casos para preguntar. - ¿Verdad que tú sí me dejarás?
- ¿Dejarte que, hija? - Inquirió a su vez él, que miró a Amatista y después al enojado rostro de su propia esposa, sin entender nada, pero temiéndose una nueva disputa y así lo manifestó. - No me digas que tú y tu madre estáis discutiendo otra vez.
-Siéntate y escucha el nuevo capricho de tu hija, - le pidió Esmeralda casi con voz de mando. - ¡Ahora le ha dado por ser cantante! - Desveló ella misma con los brazos en jarras. -
- ¿Es eso cierto, cariño? - Quiso saber él temiéndose una buena esta vez. -
-Eso no es nada malo, papá, - le respondió la muchacha. - Además, estaría con compañeros del liceo y yo seguiría estudiando igual, te lo prometo.
-Bueno- declaró conciliatoriamente él tratando de zanjar el tema lo antes posible. - En ese caso no veo nada malo en que cantes.
- ¡Pero Diamante! - Chilló su esposa llevándose las manos a la cabeza. - ¿Cómo puedes dejarte convencer con esa facilidad? ¡No puedo creerlo! Todo lo que Amatista te pide va a misa para ti, ¡la estás malcriando!
-Pero Esmeralda- rebatió su marido encogiéndose de hombros. - ¿Qué mal puede haber en eso? Yo creo que le supondrá una bonita experiencia. Además, ya la has oído, no dejará de estudiar.
- Y tú te lo crees, ¿verdad? - Le reprochó su mujer visiblemente irritada, acompañando sus siguientes palabras con gestos teatrales como elevar sus brazos al cielo. - ¡Te crees a pies juntillas todo lo que te dice! Si un día quisiera tirarse a un pozo te lo argumentaría de tal manera que a ti te parecería maravilloso. - Dicho lo cual hubo un tenso y expectante silencio hasta que la propia Esmeralda se plantó, sentenciando cruzada de brazos. - ¡En fin, me niego a discutir más, no cantará y no cantará! Si tanto le gusta que lo haga en la ducha.

            Su hija abrió la boca como si quisiera replicar y no le salieran las palabras al sentirse totalmente estupefacta. Parecía haber escuchado la mayor injusticia del mundo y así lo hizo constar instantes después de este estudiado gesto.

- ¡Eso no es justo mamá, papá sí que me deja! Él me comprende. ¿Por qué tú siempre te tienes que empeñar en fastidiarme? ...- chilló Amatista muy enfadada. -
- ¡A mí no me levantes la voz que soy tu madre! - La abroncó Esmeralda. -
-Claro, sólo eres mi madre para prohibirme cosas. Pero después te vas y me dejas metida en el internado y te olvidas ¿verdad? - Recriminó la muchacha a su vez, mostrándose indignada con esa situación. -

            Su interlocutora encajó el reproche bastante mal, y visiblemente dolida, le censuró a su vez.

-Tengo mi trabajo y mis responsabilidades. Por si no lo sabes, tanto tu padre como yo trabajamos muy duro para darte todos los caprichos que tú nos pides.
- ¡Basta ya! - Intervino Diamante verdaderamente irritado. - No quiero oíros más. Amatista, eso que le has dicho a tu madre no está nada bien, así que discúlpate.
-Pero ¿por qué siempre me toca a mí? - Protestó la chica haciendo pucheros y agregando con una buena dosis de impotencia y pesar. - Solamente quiero tener amigos para no estar siempre sola allí metida.

            Diamante miró hacia el techo sin saber que hacer.  Su esposa estaba también muy enfadada y antes de que él pudiera decir nada, espetó.

- ¡Haced lo que os dé la gana!, como de costumbre al final la niña se tendrá que salir con la suya.

            Y sin más salió furiosa del comedor dando un portazo que zanjaba la disputa.

-Espera, Esmeralda no es para que te pongas así. Vamos a calmarnos, - le pedía su esposo saliendo tras de ella. -

            Dio alcance a su mujer en el vestíbulo, a punto de salir de la casa. La exmodelo respiraba con agitación.

-Vamos cariño. – Le pidió él posando las manos sobre los hombros de ésta. – Tienes que tranquilizarte.
- ¿Es que no has oído lo que me ha dicho? - Pudo responder la aludida girándose para encarar a su esposo. –

A Diamante le sorprendió ver lágrimas en los ojos de su mujer, enseguida sacó un pañuelo y se las enjugó afirmando con tono más conciliador y calmado.

-Pero Esmeralda. No es para que te lo tomes así.
- ¿No? - Dijo ella casi entre sollozos. – Que mi propia hija me acuse de ser una mala madre, ¿te crees que es agradable para mí?
- No ha dicho eso. – Le susurró su marido con suavidad. –
-¡Ha dicho que la dejo abandonada en el internado! – Suspiró ella tratando de calmarse, aunque sin poder evitar más lágrimas y defendiéndose con tono lleno de pesar en su voz. – ¡Sabes que no es verdad! Yo… nunca pude soportar ver su cara cuando era niña y lloraba pidiéndome que no la dejase allí. Pero… tenía que hacerlo…el trabajo, mis actuaciones como justiciera… ¿Qué podía hacer? ...- Concluyó derrumbándose entre el llanto. –

            Diamante la abrazó realmente apenado. Su esposa sufría mucho por aquello. Y los reproches de su hija realmente le dolían más de lo que a primera vista pudiera parecer.

-Tengo tanta culpa de eso como pudieras tenerla tú. - Le dijo afectuosamente él. – No te castigues por ello tú sola.
-Pero a ti nunca te lo dirá. – Sollozó Esmeralda tiñendo su voz ahora de amargura y cierto reproche. –Tú eres su comprensivo y amable padre. Siempre estás ahí para decirle que sí. Esa es la diferencia con su cruel y represora madre.

            Tras esas palabras, se produjo un incómodo silencio, aunque Diamante las encajó bien sabedor de que eran ciertas en gran parte.

-Tienes razón. Lo siento, cariño. – Se excusó él suspirando largamente para añadir. – Pero en esta ocasión no creo que sea tan terrible. Si tenemos su palabra de que estudiará, al menos podemos darle un voto de confianza. Si no cumple la apartamos de inmediato de eso.
- Está bien. Ya estoy harta de ser siempre la mala de la historia. Ya tuve suficiente en mi otra vida… – Cedió finalmente su esposa que se secó las lágrimas tratando de recomponer su maquillaje y su dignidad. - No quiero que hasta mi hija piense que soy un monstruo sin corazón.

Diamante le sonrió con ternura y tras darle un ligero beso en los labios le susurró. Con todo el afecto que pudo.

-Nadie ya cree eso. Ni lo pensaría nunca. No te hagas tanto daño. Sé que nuestra hija nos quiere. No ignoro lo importante que es para ti. Y lo que significas tú para ella.  Créeme. Lo has hecho lo mejor posible. Eres la mejor madre que Amatista hubiera podido tener… y la mejor esposa para mí.
- Gracias cariño. – Pudo sonreír ella al fin, sintiéndose bastante mejor. – De verdad, gracias…no sabes lo que supone para mí el oírte decir eso.

            Amatista por su parte había aguardado unos instantes, se enjugó las lágrimas e hizo la uve con los dedos. Escuchó parte de la discusión desde lejos. Aunque no entendiera bien que se estarían diciendo sus padres, sabía que en semejantes situaciones su madre acabaría por ceder y ahora se trataba de aplicar una política de paños calientes. De todos modos, no era tan tonta como para sospechar que sus palabras le habían sentado muy mal, incluso herido. Quizás se había pasado un poco. Se imponía reconciliarse con ella. Seguramente su padre estaría tratando de calmarla en ese mismo momento. Así que, aguardaría un rato más y en cuanto hubiera una señal de que todo se hubiese tranquilizado se mostraría mucho más sumisa y conciliadora…

-Sí, esta vez he ido demasiado lejos. - Suspiró casi censurándose por ello en tanto meditaba a modo de justificación.- Es que tengo mucho carácter…y cuando me enfado no me puedo controlar.

            Así era desde que comenzó a quedarse sola en el internado. Al principio para defenderse de las chicas mayores. Algunas eran buenas con ella, pero otras se portaban como auténticas dictadoras. Amatista jamás se rebajaba a seguirles la corriente u obedecerlas y eso le costó llevarse algunos golpes. Pero no era una chivata para denunciarlas a ningún profesor y además aprendió pronto a defenderse. Por si fuera poco, creció rápido y bastante. Pronto esas niñatas se cuidaron muy y mucho de meterse con ella, a riesgo de salir muy mal paradas.  Por fortuna, esas cosas quedaban entre las internas y los profesores no llegaban a darse cuenta. Tampoco quería que sus padres pensaran de ella que era una matona. Nada más lejos de la realidad. Pese a ser a veces irascible y muy competitiva, nunca se metería con alguien más débil. Y menos después de lo que pasó haría unos meses con la chica que había sido su mejor amiga allí.

-Al menos, mis padres lo han olvidado. Aunque yo misma no pueda. Ninguna quisimos llegar a eso. - Se dijo bastante consternada. - Bueno, intentaré tener más cuidado de ahora en adelante. - Se prometió para zanjar aquel doloroso tema.-

            A miles de kilómetros de allí y por fortuna para ellos Roy y Beruche no tenían esos problemas con Leval, era un chico casi perfecto en todos los aspectos. Quizás algo inocente para algunas cosas, pero el orgullo de sus padres. Con Kerria el tema no era tan fácil, un día llegó del colegio un parte en el que se advertía que la chica no había asistido a las últimas tres clases de álgebra. Beruche se acercó al instituto de la muchacha y descubrió que tampoco había frecuentado últimamente las clases de francés. Esto no se había notificado pues la chica llevó partes justificados de sus padres, (obviamente falsificados). Cuando Bertie se enteró se enfadó muchísimo. Pero sobre todo temía la reacción de Roy, él no era tan frío y estallaba con más violencia, aunque fuera como un globo que se deshinchara al poco. Su esposa sabía que él adoraba a su hija y era incapaz de mostrarse enfadado con ella durante mucho tiempo. No obstante, era muy bruto en sus reacciones y aquello había que encauzarlo de otra manera. Ella en cambio era capaz de encajarlo con una aparente tranquilidad y después encargarse del asunto cuando su hija podría pensar que se le había olvidado. Además, estaba la gravedad de esa falta que, de descubrirse por parte de las autoridades del centro, podría ser constitutiva de expulsión y de figurar en el expediente académico de la muchacha de por vida. Lo cual significaría cerrarle las puertas a cualquier Universidad importante en el futuro.

- ¡Dios mío! ¿En qué andará pensando esta niña? - Suspiró Bertie en tanto meditaba sobre todo aquello y vio llegar a su esposo.  No quiso andarse con rodeos y le comentó lo sucedido. -

Efectivamente, cuando su marido lo supo se enfureció aún más de lo que pensaba. Ajena a todo esto, la muchacha estaba de regreso a casa con su hermano y un amigo de Leval, un tal Ryan, tipo alto y moreno, bastante apuesto, que se había fijado en ella desde que entrase en el instituto ese año.

-Hola Kerria. - Saludó lleno de una edulcorada amabilidad. - Cuanto me alegro de verte.
-Hola Ryan - repuso ella sin el mismo entusiasmo. - ¿También vienes por aquí?
-Lo cierto es que acompañaba a tu hermano. - Repuso él -, como venimos de entrenar juntos.
-Sí, hoy nos tocaba sesión de pesas. - Explicó Leval. -
- ¡Que interesante! - Dijo Kerria de forma irónica, dirigiéndose a Ryan del mismo modo. - Pero no te molestes hombre, luego tendrás mucho camino hasta tu casa.
-Si no es ninguna molestia, - se apresuró a decir él que percatándose de que la chica llevaba unos cuantos libros se ofreció a llevárselos. - ¿Me permites?
-No gracias. - Se negó ella apartándose discretamente del chico. - No me pesan nada.
-Disculpad un momento. - Les pidió Leval que había visto a una chica de su clase con la que estaba intentando salir. – Ahora mismo vuelvo…

            Se alejó hasta interceptarla y desde la distancia Kerria le veía hablar con ella, sonreía pues su hermano no tenía mal gusto. La chica era muy bonita, ella sabía quien era, una tal Lorna de último curso. La había visto a veces en el vestuario y se había fijado en...

- Hacen buena pareja, ¿verdad? - Intervino Ryan sacándola de sus pensamientos. -
- ¿Que? ¡Ah sí!, claro, - convino ella casi sin darse cuenta. -
-Quizás Leval quede con ella, quería llevarla al cine este miércoles, pero esa chica es difícil de convencer. Es muy desconfiada, se cree que los chicos siempre vamos a lo mismo.
-No la puedo culpar. - Sonrió Kerria con malicia. -
-Pero tu hermano no es así, ya lo sabes. – Replicó su interlocutor. -

Ella asintió, de eso estaba segura. Diría que incluso pecaba en sentido contrario. Leval era tan caballeroso y transparente que no le imaginaba tratando de sacar provecho de ninguna chica.

-Hasta Debbie me lo ha dicho. - Pensó Kerria. - “Tu hermano es un chico muy gentil” y para que ella lo diga, realmente es que es algo a destacar.

Su compañera de clase, que había llegado a principio de curso, desde luego que no se recataba en decirle lo que pensaba. Así fue desde el primer día que se conocieron.

-Es una de las cosas que me gustan de ella. - Se dijo la muchacha. - Es de lo más directa. Y ve lo que casi nadie puede advertir

Entonces, y sacándola de esas reflexiones, le llegó el siguiente asalto cuando Ryan añadió en tono algo dubitativo.

- He pensado que, si fueran dos parejas, esa chica aceptaría. Saldría con tu hermano seguro. He pensado que podríamos unirnos a ellos. ¿Qué opinas? ¿Te gustaría venir conmigo y con ellos?
- ¿Al cine? - Preguntó la muchacha con tono casi incrédulo de que aquel tipo se estuviera lanzando a invitarla. - ¿Nosotros?
-Sí claro. Leval se lo estará proponiendo ahora.
-No sé. - Respondió la interpelada de forma esquiva excusándose enseguida. - Es que tengo planes para el miércoles.
-Vamos Kerria. ¿No lo harías por tu hermano? - Le insistió él como si quisiera dar a entender que lo hacía por puro altruismo hacia Leval. – Así le podríamos ayudar.

            ¡Lo que faltaba! ¿Es que ese tipo pensaba que era tonta? Tuvo que suspirar y pensar durante unos instantes para ver como salía de ese intento de encerrona.

-Esperemos a ver que le dice esa chica. - Repuso inteligentemente la muchacha. -

Mientras, su hermano terminaba de hablar, se despedía aparentemente animado y volvía con ellos con gesto sonriente.

- ¿Qué tal? - Le inquirió Ryan con visible expectación. -
- ¡Estupendo, me ha dicho que sí saldrá conmigo! - Exclamó el interpelado más que contento. -
- ¡Que bien! - Intervino Kerria ganando por la mano a Ryan cuando declaró aliviada. - Entonces podréis ir los dos solitos, así no os molestará nadie.
-Pues sí, claro. - Admitió Leval extrañado, preguntando a continuación. - Pero ¿eso a que viene?
-Le había dicho a tu hermana que podíamos ir los cuatro para evitar que ella tuviera suspicacias. - Explicó Ryan con gesto sombrío al saberse derrotado. -
-De todas maneras, podríamos ir los cuatro, a Lorna no le importará, es más. Incluso le parecería mejor. - Convino Leval al percatarse del asunto. – Con otra chica se sentirá más confiada…
-Pero es que yo tengo ya mis planes. - Terció su hermana de forma tajante y añadió con aire despreocupado. - Pero estoy segura de que alguna otra de vuestro curso estaría encantada de acompañaros.
-Supongo que sí. - Musitó Ryan, tirando la toalla ante lo inevitable. -

            Kerria le sonrió animosa y todavía más aliviada, realmente el muchacho no estaba mal, aunque no fuera precisamente su tipo. De todos modos, estaba bastante cansada del agobio al que la sometía, siempre con la excusa de acompañar a Leval. Causalmente, (que no casualmente), cuando ella salía también en dirección a casa. Pero ahora sabía que le había parado los pies y que este rechazo haría su efecto. Seguramente no la insistiría en mucho tiempo. Así que con la satisfacción de esa victoria añadió con un mejor humor.

-Bueno, si no os importa voy a adelantarme para ir a casa, tengo que llamar y mi móvil está sin batería. - Se despidió y apretó el paso. –

            Ambos muchachos la vieron alejarse, Ryan exhaló un largo y resignado suspiró y le comentó a Leval.

- ¿Lo tengo difícil con tu hermana, verdad?

            Su amigo le miró sintiéndolo por él, pero no merecía la pena darle falsas esperanzas, así que respondió con sinceridad y solidario pesar.

-Para que te voy a engañar. ¡Con Kerria lo llevas claro!
- ¿Es que tiene novio?,- preguntó él muy inquisitivamente, a buen seguro no sería de extrañar que una preciosidad como esa lo tuviera o que ya tonteara con otro chico. – Supongo que es lo normal.
-No que yo sepa, pero puede que ya esté interesada por alguien. - Elucubró de igual forma Leval.- De todos modos, no me preocupo mucho por la vida amorosa de mi hermana. No sé siquiera si tendrá. Es una cría todavía. - Sonrió añadiendo con tono más animoso y jovial a su desmoralizado compañero. - Trataré de averiguarlo, es lo único que te puedo prometer.

            Ryan asintió agradecido y se alejó cabizbajo, pensando en que no tardaría mucho en ver a Kerria colgada del brazo de algún capullo con suerte y con un buen coche. Leval por su parte apretó el paso y alcanzó a su hermana que, tal y como él imaginaba, no debía de llevar tanta prisa pues estaba esperándole a unos pocos metros de distancia.

-Oye Ky - le inquirió con tono fingidamente perspicaz. - A ti no te va demasiado Ryan, ¿eh?
-Es tu amigo y me cae bien. - Le dijo ella sin querer mojarse demasiado. -
-Es que él está colado por ti. - Sonrió su interlocutor decidiendo que sería mejor poner las cosas claras y agregó de modo cómplice. - ¿No podrías darle una oportunidad?, es un buen muchacho. O es que ya tienes a alguien en perspectiva.
-Algo así - repuso Kerria esbozando una tenue sonrisita, para agregar con la máxima diplomacia que pudo en su voz. - Y no te enfades Leval, pero tu amigo es algo pesado.
-Qué le vamos a hacer. No se lo puedo reprochar, ¡al menos admitirás que tiene buen gusto! - Rio el muchacho dando por terminado el tema. - Eso se lo puedes conceder.

            Su hermana también rio asintiendo. Eso desde luego no lo iba a negar. Se agarró del brazo de Leval y bromeó de forma jovial.

-Con un chico como tú, ¿para que quiero yo a ningún otro? ¡No se te pueden comparar! Así que la culpa es tuya por ponerles el listón tan alto. - Su hermano asintió visiblemente divertido y ella añadió ahora con curiosidad. - Y tú tampoco te puedes quejar, vas a salir con una chica muy guapa. ¿No es así?
-Lorna. Sí, está bien, aunque espero que además sea una muchacha con aficiones parecidas a las mías.- Repuso el ahora azorado muchacho.-

            Kerria suspiró moviendo la cabeza. Realmente eso era difícil. Con un chico volcado en sus sueños de llegar a ser piloto, de surcar el espacio y cosas así. Tan entregado a su preparación y tan apasionado con el tema de las estrellas como lo era su hermanito. Desde que ella misma era pequeña recordaba como Leval se pasaba mucho tiempo mirando al cielo nocturno. Él conocía los nombres de muchas estrellas y en las claras noches de verano incluso le había enseñado algunas. Por entonces a ella eso le parecía fascinante y su hermano mayor era su héroe. Kerria pensaba que lo sabía todo, que era el mejor en todas las cosas, como su padre, como su propia madre, tan buenos en sus respectivos campos. Ella misma se sentía pequeña a su lado y mucho más cuando él le comentaba cuan grande era el espacio y lo que tardarían solamente en ir al planeta más cercano. En fin, daría lo que fuera por encontrar a alguien así un día, alguien que supiera transmitirle esa pasión por algo. Pues ahora mismo apenas le motivaba nada de lo que hacía en el instituto. ¡Siempre era la misma cosa! Chicas florero, a la espera de echarle el guante a un tío bueno o intelectuales babosas que sólo sabían de estudiar. Y al revés, tíos deseosos de meter mano o algo más a cuanta chica atractiva pudieran. Como ese Ryan, que, aunque parecía realmente interesado en ella, también estaría loco por conseguir algo que Kerria no estaba dispuesta en modo alguno a darle. Por suerte, al principio de este curso había conocido a Debbie que tampoco tragaba eso en demasía. Esa muchacha había venido del oeste, por un traslado de sus padres. Al principio recordó verla sola, vestida casi siempre de negro, al menos cuando llevaba cazadoras o estaba fuera del colegio, dado que era obligado que, como el resto, llevase el uniforme. Fue precisamente un día, a las pocas semanas de haber comenzado las clases, cuando Kerria la vio tras entrar en el vestuario.

- ¡Maldición! - Espetaba esa joven dándole un puñetazo a su taquilla. -
- ¿Te ocurre algo? -Inquirió amablemente Kerria, mirándola con preocupación. -

            Allí estaba esa jovencita, con ese traje de color negro, y esa falda gótica, botas a juego y maquillaje muy denso. Desde luego tenía cara de no estar demasiado contenta. Y así lo manifestó.

- ¡No contentos con enviarme a esta mierda pija de sitio, mis padres han olvidado que necesitaba un uniforme de repuesto!
-Vaya. ¿No tienes el tuyo? - Inquirió Kerria, pasando por alto aquel ofensivo comentario sobre su escuela. -
-Lo dejé en la lavandería. - Respondió esa muchacha mirándola con una mezcla de irritación y fastidio. - Y no puedo ir a recogerlo hasta mañana.  Y si algunos de los profesores me ven así vestida, me ganaré una reprimenda. No quiero que den parte a mis padres.
-Bueno, no te preocupes. - La animó Kerria.- Yo tengo una falda y una blusa en mi taquilla. Como ropa de repuesto. Ya sabes, para cuando venimos con el atuendo deportivo. Puede prestártelas. Al menos saldrás del apuro.

            El gesto de enfado de esa chica se suavizó, sonriendo débilmente, bajó incluso la mirada y susurró.

-Gracias…
-Kerria Lorein Malden. - Se presentó ésta ofreciéndole la mano. -
-Deborah Hunter. - Repuso su interlocutora estrechándosela para declarar agradecida.- Me salvas la vida. Ya me han echado de algunos colegios y no quiero que me vuelvan a expulsar.

            Desde luego que Kerria no quiso preguntar el motivo de aquello, se limitó a abrir su taquilla y dejarle esas prendas a su compañera quien, aliviada, comentó.

-Al menos sí que tengo guardados los zapatos aquí.
-Dime una cosa. ¿Por qué no vienes ya con el uniforme? - Quiso saber su contertulia, matizando de inmediato.- No me refiero a hoy. Es que te he visto otros días y siempre llegas así vestida.

            Debbie sonrió, casi como le hubiese complacido oír eso. Y no tuvo reparos en contestar.

-Odio esta ropa pija y tan sosa. No te ofendas. - Añadió enseguida. -
-No te preocupes. Tampoco es que me encante precisamente, pero ya sabes, es el uniforme del colegio. - Sonrió Kerria incluso divertida. -
-Eres maja. - Afirmó Debbie. - Al menos, no me miras como la mayoría de los que estudian aquí. Se deben de creer que soy un bicho raro. Bueno, - Admitió incluso divertida. - quizás lo sea.
-Cada uno es como tiene que ser o como quiere ser. - Repuso categóricamente su interlocutora. - Y creo que tú también eres una chica agradable. Dime, ¿no tienes amigos por aquí?
-No muchos, a decir verdad, apenas hablo con la gente. - Admitió esa muchacha en tanto se acercaba al espejo y se desmaquillaba. -

            Kerria vio que desde luego era guapa, tenía unos bonitos ojos azules y un cabello negro realmente precioso que brillaba como si fuera de seda. Pensó que era bastante más bonito que el suyo.

-El negro te sienta muy bien. - La halagó. - Estás muy guapa.

            Debbie la miró entre sorprendida y visiblemente agradada y no tardó en afirmar a su vez.

-Tú si que eres preciosa. Este uniforme no te hace justicia. Te veo más con vestidos de gasa.
- ¿Bromeas? - Se rio Kerria a medio camino entre el rubor y la chanza.- Yo prefiero ir con pantalones vaqueros y zapatillas.

            Deborah se rio también y eso la hacía aun más atractiva. De hecho, Kerria se percató de que, hasta ese momento, no la había visto reír. La pobre lo debía de estar pasando mal, sin haber podido hacer amigos. Por eso le sugirió.

-Si algún día quieres quedar para ir por ahí. Llámame. - Le propuso con desenfado. -
- ¡Vaya! - comentó una perpleja Debbie, añadiendo con tono meloso y hasta divertido. - No pierdes el tiempo.
-Bueno, ya sabes. Como amigas. - Matizó la ahora azorada muchacha. -
-Ya…bueno. - Suspiró su compañera que se había quitado su ropa y puesto la blusa y la falda de Kerria. Dio la impresión de que iba a comentar algo más sobre esa propuesta, aunque en lugar de eso, dijo algo envarada. -  Creo que tu ropa me queda algo grande. Eres más alta que yo. Debes de medir más de metro setenta.

            Y así era, en efecto Kerria le sacaba algunos centímetros, aunque Deborah no era precisamente bajita. Era alta a su vez para ser chica.

- ¿Metro setenta? ¿Eso cuánto es? - Quiso saber la joven. –
-Unos cinco pies y seis o siete pulgadas más o menos. - Le aclaró Deborah, manifestando. - Me gusta más emplear el sistema métrico decimal que usan en Europa. No sé como podemos guiarnos por una forma de medir tan medieval e imprecisa.
-Pensaba que, al gustarte lo gótico, te encantaría esa época. - Comentó ingenuamente su interlocutora. -
-Una cosa no quita la otra. Lo antiguo tiene su encanto, pero soy una chica práctica. - Sonrió Debbie quien, tras colocarse bien ese uniforme prestado, sonrió una vez más, recogió su largo cabello moreno en una coleta y dijo. - Vamos…

Y Kerria la siguió. Charlaron un poco hasta que entraron en el aula sentándose en sus respectivos lugares. Luego apenas se vieron ese día, dado que Kerria tenía su grupo de amigos y conocidos. Sin embargo, desde entonces las dos comenzaron a quedar para verse fuera de las clases. Lo cierto es que sus amigas comenzaron a decirle que no se juntase mucho con esa chica. Que, si parecía un bicho raro, o que le traería problemas. A lo que invariablemente ella les respondía que no era mala en absoluto y que no se dejasen llevar por las apariencias. Aunque, fuera del trato que tenía con la propia Kerria, Debbie no solía hablar mucho con el resto. Y ella se dio cuenta de que esa muchacha era alguien con la que podía salir, saltarse algunas clases y dedicarse a otras cosas más interesantes. Realmente se sentía algo confusa. Kerria tampoco encajaba mucho con los estándares de su colegio y en bastantes ocasiones ni tan siquiera en los de sus mejores amigas y tenía la necesidad de aclarar sus ideas. Pero, eso sí, siempre que estaba con su hermano se sentía segura.

-De hecho, sé que muchas de las chicas que me saludan y son amables conmigo, sobre todo las mayores, lo único que quieren es que les presente a Leval. - Se decía no sin resignación. -

No obstante, no podía contar con él para expresar lo que le rondaba por la cabeza. Por muy buen chico que fuera, estaba convencida de que no podría comprenderla. No era culpa suya, sencillamente era un hombre. Sería como contárselo a una estatua, y hablando de objetos decorativos. La joven dudaba que Lorna, que era una de las animadoras, cuya hueca cabeza sabía únicamente de modas, cotilleos y diversión, pudiera complacer los anhelos de su hermano. Seguramente saldría con él porque era el mejor atleta del instituto y todas las muchachas se lo rifaban. Pero ¡para que desilusionarle con la triste verdad! Ya lo averiguaría tarde o temprano.

-Bueno, ya tengo hambre. - Comentó el muchacho sacándola de aquellas reflexiones. -
-Tú siempre tienes hambre. ¡Tu barriga sí que es un agujero negro de esos de los que tanto hablas! - Le respondió su hermana casi con tono acusador, pero, sin embargo, divertido. – ¡No tiene fin!…
- ¡Sí!-  admitió jocosamente él llevándose una mano al cogote y haciendo reír a su interlocutora.- Voy a tratar al menos de llenarlo durante un rato…

            Desde luego Leval iba contento, después de todo Lorna había aceptado sin poner ninguna pega. O podría ser que lo esperase. El muchacho no ignoraba que aquella chica le había dirigido muchas miradas escrutadoras en los partidos de baloncesto o en natación. Y que se mantenía a corta distancia observando si él cedía o no a la insistencia de otras muchachas. Pero a él ninguna de las demás le interesaba demasiado. O eran de la edad de su hermana. (Niñas solamente pendientes de hablar de éste o aquel actor o cantante de moda y de tratar de entrar en las discotecas excesivamente maquilladas.) O únicamente pretendían presumir de haber salido con él. Y ya se lo decía su padre empleando uno de sus símiles deportivos. Guárdate de esas, solamente te usarán para contabilizar un trofeo más en sus vitrinas. Aunque con Lorna estaba seguro de que la cosa iba a ser diferente. Y absortos cada uno en sus pensamientos los hermanos llegaron a casa. Leval subió a su habitación tranquilamente pero cuando Kerria iba a hacer lo mismo, su padre la llamó. Éste esperaba en el salón junto con su madre que trataba de apaciguarle.

-Tranquilo, no saques las cosas de quicio. Debemos tener serenidad para afrontar esto. - Le pedía ella con inquietud. -
-Es que esta vez ha ido demasiado lejos. - Respondía él bastante irritado. - ¡Me va a oír!
-Por favor, no seas demasiado duro con ella. - Le pidió Beruche preocupada y con más conocimiento de causa en virtud de su propia experiencia como educadora. - Sólo es una niña y está en una etapa difícil. Chillarle no ayudará.
- Tienes razón. Vale. Trataré de hacerle comprender que no puede seguir con esa actitud. - Añadió Roy más calmado. -

            En eso llegó Kerria que, tras haber subido a dejar sus libros, bajaba de su cuarto.

- ¿Sí? ¿Qué quieres, papá? - preguntó realmente sin comprender. -
- ¡Esto es lo que quiero! - Le respondió su progenitor. -

Y lo hizo no tan contenidamente con hubiese debido, exhibiendo los papeles en su mano derecha lo que produjo en la chica un involuntario respingo de sorpresa y la subsiguiente sensación de que podía ir preparándose para una buena, más cuando su padre exigió.

- Nos vas a explicar a tu madre y a mí ahora mismo que significa todo esto y esta vez no quiero que me des excusas de ningún tipo.
-Así es, hija. - Convino Beruche con gesto serio- esto es muy grave y tú lo sabes. Te has saltado varias clases, que está mal, aunque aún podría tener un pase. Pero lo que es peor, también has falsificado justificantes de ausencia con nuestras firmas. ¡Y eso sí que es imperdonable!
-Mamá, papá. - Respondió ella que parecía sorprendida, aunque en realidad trataba desesperadamente de hilar algún tipo de excusa. Desde luego que no había pensado que eso pudiera descubrirse. - Sólo han sido tres clases de álgebra y por que tenía que hacer un trabajo de ciencias. En cuanto al francés lo odio y tú, papá, me contaste que cuando no aguantabas una clase en la universidad no ibas.
-Mira, hija - contestó Roy tratando de tener paciencia y maldiciéndose por haberle confiado a la niña semejantes sucesos de su juventud. - La universidad es una cosa y el colegio o el instituto otra muy distinta. Yo nunca ¿me oyes?, jamás falté a clase en mis días de colegio. Eso era diferente y si alguna vez no fui a la universidad fue por causas justificadas. Tu madre te lo podrá decir.

            La aludida decidió no comentar algunas de las historias que su esposo le contara que tuvo antes de que ella y Cooan llegasen a la Golden. Se iba de fiestas y luego estaba atontado por las mañanas, pero cuando Bertie le conoció no hacía eso ya. Bueno, apenas. La mayor parte de las veces sólo faltaba cuando tuvo que vérselas contra demonios y claro en la ocasión en la que estuvo controlado por Armagedón o la trágica vez que fue muerto por aquel otro terrible diablo. Y eso evidentemente no podía desvelarlo.

-Tu padre tiene toda la razón, Kerria. - Corroboró diplomáticamente Bertie con tono más pausado -, no debiste hacer eso. No está nada bien, y es un precedente muy malo. No solamente para ti, sino para la reputación de toda nuestra familia. Nos pones en entredicho.

            La chica se vio completamente desarmada y atrapada por la evidencia. Ante eso era inútil, por no decir contraproducente, tratar de negar nada y plantar batalla. Se rindió de modo incondicional. Haría como en los juicios, admitir la culpa en espera de una sentencia benévola. Así que desvió la mirada y entonó una disculpa llena de pesar, apelando a la misericordia paterna.

-Tenéis razón, no pensé en eso. Lo siento mucho. No lo volveré a hacer.
-Eso está bien. - Dijo Roy con aprobación - (Buena señal sin duda, hasta que añadió) - Es importante que reconozcas que te has equivocado. Pero, lamentándolo mucho, estarás castigada toda esta semana sin salir.

            Había caído el mazo y el caso estaba cerrado, ahora tocaba la apelación.

-Papá, por favor- le pidió la chica con una muda súplica en sus ojos y voz lastimera. - Había quedado con mis amigas.
-Lo siento. - Replicó su interlocutor de modo inflexible - debiste pensártelo antes. Así que, en lo sucesivo, confío en que serás más juiciosa. -  Y dicho eso se marchó del salón. -

            La cabizbaja Kerria trató de buscar algo de benevolencia en su madre.

-Por favor, mamá, dile a papá que no me castigue. ¡Hoy no! Había quedado para salir, ...
-No puedo hacer nada, hija. Tu padre tiene razón y todavía creo que ha sido muy blando contigo. ¿Es que no sabes lo que has hecho? - Le recriminó Beruche ahora con más suavidad. -
-Sí mamá, pero ya he dicho que lo sentía. - Respondió la joven con un balbuceo, a punto de llorar, tampoco pensaba que fuese para tanto y así lo dijo. – ¡Pero si solamente han sido un par de pases!…

            Aunque su madre movió la cabeza y tomó la palabra, para declarar con paciente resignación.

-No, hija, quizás lo sabes, pero aún no lo entiendes. Falsificar pases es ilegal, te podrían expulsar del instituto por eso. Y constaría para siempre en tu expediente académico. Te cerraría muchas puertas en el futuro. Da gracias a que he sido yo, y no tu profesora, ni el director, quien lo ha descubierto.

La chica asintió completamente derrotada, se dispuso a subir a su cuarto aceptando el castigo. Sin embargo, su madre aún no había terminado y la detuvo, preguntándola con la preocupación reflejada en su rostro. -

-Hija, tu padre es un hombre y a él puedes ocultarle muchas cosas tras esas lágrimas, pero yo soy mujer y soy tu madre, sé que hay algo más que no nos has dicho. ¿Por qué has faltado tanto a clase?

            Kerria sentía como los escrutadores ojos de su madre le sacarían la verdad. Se negaba a enfrentarse a ellos hasta que Beruche reclamó su atención con un tono más apremiante y severo.

- ¡Kerria Lorein Malden! - Bertie siempre la llamaba por su nombre completo cuando estaba disgustada con ella o quería mostrarse más seria, sin perder nunca aquel aplomo que era realmente lo que su hija más temía. - Mírame cuando te hablo y responde.
-Yo, es que bueno...he conocido a alguien. - Pudo decir la chica con un dubitativo tono de voz. -
- ¡Oh, hija!, no me digas que has estado con un chico. No habrás hecho nada de lo que debas arrepentirte, ¿verdad? - Inquirió su interlocutora, ahora visiblemente alarmada. -
- ¡Oh no!, mamá te aseguro que no es eso. - Le prometió Kerria que en verdad podía jurarlo categóricamente. - No he hecho nada malo con ningún chico, de veras.

            Beruche suspiró aliviada y le dijo a su hija en tono más conciliador.

-Todas nos enamoramos y hacemos tonterías, ya te lo he dicho más de una vez. Pero, por favor, no dejes que eso interfiera en tus estudios. - Y remachó volviendo a su comprensivo y conciliatorio tono habitual. - Anda, sube a tu habitación y cámbiate para cenar. Ya sabes que tu padre se enfada enseguida pero que también olvida pronto. Pórtate bien de ahora en adelante y ya veremos.

            La chica subió a su cuarto más reconfortada por eso, se encontró en las escaleras con Leval, eso le dio esperanzas.

- ¿Qué ha pasado, Ky? - Le preguntó él que la miraba extrañado. - Papá ha subido muy enfadado.
-Me han castigado, Leval- le contó ella muy afectada, recurriendo al único abogado que le quedaba. - Si tú pudieras hablar con papá y mamá, para convencerles de que me perdonen.

            No sería la primera vez que su hermano mediaba por ella cuando cometía alguna trastada. De ordinario, esto lograba un efecto atenuante pues sus padres se sentían orgullosos de que Leval apoyase así a su hermana menor. Era un gesto de responsabilidad, otro más, por parte del chico y les inducía a ser más clementes cuando éste les aseguraba que trataría de hablar con Kerria para que se portase mejor. Aunque los años pasaban y ese truco cada vez era menos rentable. Así se lo hizo ver a su hermana, sobre todo cuando sentenció.

-Has debido de hacer algo muy gordo para que papá se ponga así. Esto no parece que sea igual a cuando pintabas en las cortinas, te comías las galletas o llegabas media hora tarde de una fiesta. Ya tienes casi quince años. - Suspiró  Leval que meneaba la cabeza. – Lo siento. Me temo que en esta ocasión no voy a poder ayudarte.
-Sí, es verdad. - Admitió Kerria que sabía que su hermano de veras lo sentía tanto como ella. - Quizás sea pedirte demasiado esta vez. - No obstante, le miró agradecida dándole un beso en la mejilla. - Hasta la cena, - y sin más subió a su cuarto y cerró la puerta. -

            Leval bajó las escaleras y saludó a su madre. Beruche le miraba y sonreía, a sabiendas del tipo de conversación que habría estado manteniendo con su hermana pequeña, y sus sospechas se confirmaron cuando él le preguntó.

- ¿Que ha pasado con Ky, mamá? ¿Qué es lo que ha hecho ahora?
-Estoy muy preocupada por tu hermana, Leval. - Le confesó entonces su madre. - Me temo que está en una edad difícil y no nos cuenta toda la verdad. ¿Tú no sabrás con quién se mueve en el instituto y lo que hace?
-Mamá, yo soy dos años mayor y me muevo con otros compañeros. - Explicó el chico como si aquello fuera realmente un muro infranqueable. –

Y prácticamente lo era dado que, pese a su buena relación fraterna que mantenía con Kerria, en el instituto existían una serie de reglas no escritas que todos respetaban, incluidos los hermanos, y una de ellas consistía en que los de cursos superiores ignoraban a los pequeños, salvo por motivos de ligue. Y aun esto era algo muy poco usual. De todos modos, con su ánimo conciliador habitual, le prometió a su madre.

- Supongo que con sus amigas de clase. Pero preguntaré, no te preocupes.
-Gracias hijo, así me quedo más tranquila. - Suspiró Beruche realmente aliviada, aunque todavía añadió con algo de inquietud. -Pero habla también con ella, por favor. Hazle ver que su comportamiento no está nada bien, a ti te escucha más que a nosotros. - Y le contó someramente a Leval lo ocurrido. -

            El muchacho se quedó atónito, agitó la mano suspirando. ¡Aquello era incluso peor de lo que él se había imaginado! Desde luego no esperaba que su hermana hubiera llegado a hacer algo así.

-Ahora comprendo el porqué papá estaba tan enfadado. – Replicó reiterando su intención de charlar con Kerria a la primera oportunidad y calmadas las aguas preguntó como solía hacer a esas horas. - ¿Qué hay para cenar? Tengo hambre.
- ¡Ji, ji, ji! - Rio Beruche poniendo una mano sobre el hombro izquierdo de su hijo, (que ya era tan alto como el mismo Roy), en tanto ambos iban hacia la cocina para traer los platos a la mesa.- Eres igual que tu padre, cielos. ¿Es que el apetito voraz que tenéis os viene de familia? – El interpelado se encogió de hombros y los dos entraron en la cocina. -

            Mientras tanto, Kerria estaba sentada en la cama de su dormitorio acariciando uno de sus peluches. Pensaba en que no había dicho la verdad a su madre, al menos no toda, pero. ¿Cómo se lo tomarían? Sobre todo, su padre, si la supieran. Si ni siquiera ella misma estaba segura del todo todavía. Pero si así fuera... ¿Qué podría hacer? Y tampoco podía decirle nada a su hermano. No, lo mejor sería callarse por el momento y sobre todo ser más cauta. Esperar acontecimientos. No quería disgustar aún más a sus padres. A la hora de la cena bajó junto al resto de la familia y estuvo en actitud muy sumisa y amable, ni Roy ni Beruche quisieron volver a sacar el tema y Leval también guardó silencio...

-Bueno, ya es tarde, me voy a dormir. - Repuso la chica un rato después de cenar.- Buenas noches.

            Sus padres respondieron deseándole que descansase a su vez y ella subió las escaleras despacio. Su hermano no tardó en seguirla y alcanzarla ya en el piso de arriba. Con un susurro le preguntó.

- ¿Tienes un momento antes de irte a dormir?
-Sí, claro. A decir verdad, no tengo mucho sueño. - Suspiró ella. -

            Pasaron los dos a la habitación de Kerria. Su hermano sonrió. Tuvo que quitar un par de peluches para sentarse en una silla que había frente a un mueble con espejo. Con tono divertido quiso saber.

- ¿No me digas que todavía duermes con el señor Skipi?
-Esas cosas no se le preguntan a una señorita, forman parte de mi intimidad. - Sonrió ella.-

            Aunque Leval dejó de lado esa broma que había usado para romper el hielo y le desveló con tintes preocupados.

-Mamá me ha contado lo que has hecho.
-Ya. - Suspiró largamente la jovencita. - Y supongo que estarás de acuerdo con ella y con papá. Lo que hice no estuvo nada bien.
-Pues claro que no, Ky. Y tú lo sabes perfectamente. - Declaró él, añadiendo entre decepcionado y sorprendido. - Nunca habías hecho eso antes.
-Lo siento, Leval. No puedo decir otra cosa. - Se defendió ella. -
-Es que es algo muy grave. Menos mal que ha sido mamá quien lo ha descubierto y no el Señor Robins o el Señor Keane.

            El chico aludía al director del colegio y al jefe de estudios respectivamente. Keane era algo más flexible, pero Robins tenía fama de ser muy estricto. Las consecuencias para su hermana hubieran podido ser terribles y así se lo comentó.

-Ya, tenéis razón. Pero, aunque lo desearía, no puedo deshacer lo que hice. - Afirmó Kerria con creciente malestar. -
-Bueno, tampoco te pido eso. Con que no lo vuelvas a hacer es suficiente. - Repuso conciliatoriamente su hermano. -
-Al menos tú no me castigas. Gracias. - Comentó su interlocutora con un poso de ironía. -
- ¡Venga ya, Ky! - Repuso Leval algo más enfadado ahora. - Si únicamente te han castigado una semana ya te puedes dar por contenta. Imagínate que la madrina Ami se enterase.

            La mención a su querida madrina hizo que Kerria se abochornase. Ella idolatraba a su madrina. Bajó la cabeza con genuina vergüenza. Ya le dolía haber decepcionado a sus padres e incluso a su hermano, pero únicamente de pensar que esa estupenda mujer que les visitaba de tarde en tarde y que ayudó a su madre a traerla al mundo supiera aquello la horrorizaba. De siempre quiso parecerse a ella. Quizás por el cariño que sentía desde niña cuando estaba a su lado, e incluso todavía más, por las veces que había visto a sus padres con ella. La mirada de respeto y afecto que ellos le dedicaban era algo que Kerria jamás les había observado dirigir a otras personas. Unido a eso, la doctora Mizuno tenía una gran reputación y prestigio en el mundo de la medicina. La muchacha se sonrió un poco ahora con nostalgia, recordando como, de cría, llegó a desear hacerse doctora también. Bueno, igualmente quiso haber sido princesa de cuento de hadas, bailarina como su prima Idina y hasta piloto como su hermano.

- ¿De qué te ríes? - Se extrañó Leval. -
- De las cosas que pensaba cuando era pequeña. - Le respondió sinceramente su interlocutora. - Parece que todo lo que deseaba ser eran únicamente sueños tontos…

            Su hermano se levantó de la silla y se aproximó a ella posando una mano sobre el hombro derecho de la chica para decirle animosamente con un poco de humor también.

-No pienses así. Tú eres inteligente y muy buena chica. Y también algo guapa.
-Gracias. - Pudo sonreír la aludida quien sin embargo matizó con fingido enfado. - ¿Cómo que algo guapa?
-Vale. Guapa del todo. ¡Aunque no quieras salir con mi amigo Ryan! - Se rio ahora Leval, añadiendo divertido. - A ver si lo adivino, se le ha adelantado nuestro vecinito ¿A que sí?

            Kerria le miró entre perpleja y algo colorada ahora. Su hermano se refería al chico que vivía apenas a unos cincuenta metros de su chalé. Llegó el año pasado a la urbanización. Y era realmente muy amable y también guapo. Lo cierto es que se hicieron amigos enseguida.

- ¿Brian? ¡Oh vamos, no digas tonterías! - Pudo musitar todavía avergonzada.-
- ¡Tu carita te delata, cara de patata! - Se rio Leval, recordando una broma que le decía siendo pequeños y que siempre hacía rabiar a su hermana. -
- ¡Vete por ahí! - pudo replicar la aludida con una media sonrisa. - ¡Lo que me faltaba por oír!

            El chico asintió, y tras darle un beso en la frente añadió con tono afectuoso.

-Anda, duerme y descansa. Que mañana será otro día. Seguro que papá y mamá te perdonan enseguida.
-Sí, eso espero. Gracias Leval. -Contestó la muchacha. -

            El joven se marchó dejándola a solas en su cuarto. Kerria se sentó sobre la cama y volvió a suspirar. Al menos, su hermano la apoyaba siempre, pese a esas bromas que se gastaban. Aunque algo la torturaba causándole una zozobra difícilmente soportable. ¿Seguiría Leval de su parte si supiese la verdad?

-Mejor no arriesgarme a eso. - Se dijo con temor y tristeza. - Intentaré tener cuidado. Mi hermano en realidad es un ingenuo, y no tiene ni idea. Pero prefiero que piense lo que me ha dicho a que él pudiera averiguar…

Y no quiso seguir dándole vueltas a eso. Se puso el pijama y se acostó. En una cosa tenía toda la razón Leval, mañana sería otro día. Amatista por su parte y tras la trifulca organizada, había logrado su objetivo, planeaba con mucha ilusión ser la vocalista del grupo. A decir verdad, ella se sentía muy atraída y hasta se había enamorado de François, el atractivo guitarra, que además era el líder de la banda. La joven pensaba que de ser ella la cantante podría salir con él. Y es que ese individuo era un chico con cierto aire de misterio que no cumplía el precepto de ser o demasiado machista para aceptar salir con una muchacha como ella o demasiado baboso como para estar detrás de sexo fácil. Y sobre todo parecía que siempre tenía algo interesante o que se guardaba algún tipo de secreto que pudiera darle un as en la manga. Era amable con casi todo el mundo, a decir verdad, encantador, pero sin llegar a ser empalagoso, e iba a su aire. Por resumir en opinión de ella, era un espíritu libre. No le gustaba subordinarse a las normas, igual que la propia Amatista. Y la chica pensaba que era su tipo ideal. No era malo haciendo deporte, aunque tampoco parecía estar interesado en competir hasta el límite. Ni le preocupaba que ella lo hiciera. En suma, la respetaba por lo que era y hacía, sin intentar cambiarla ni modelarla a su imagen y para la muchacha eso era ser maduro. Aparte de que ese chico se movía ya por los lugares de ambiente nocturno y artístico de París y gracias a eso consiguió un local para ensayar, pero no se dio ninguna importancia por ello. La chica no pudo evitar sentirse impresionada por este bohemio individuo, solamente un año mayor que ella. Ciertamente y bajo esa fachada de dureza y seguridad en sí misma, Amatista era todavía muy inexperta en relaciones de algún calado. Había salido con muchachos que eran como críos cuando les comparaba con François. Y con la edad que ella tenía ya buscaba algo más.  Solamente debía lograr su propósito de entrar en la banda y lo había hecho. Y para ello se aplicó. Después de unos días de comportamiento ejemplar sus padres se fueron calmando. Esmeralda no tuvo más remedio que conceder este capricho de su hija, aunque no le hacía ninguna gracia. Diamante, por su parte, recibió una carta de la empresa para la que trabajaba, la Masters Corporation. En ella le comunicaban formalmente una buena oferta, caso de que quisiera trasladarse a trabajar en EE. UU. Le daban dos meses de plazo para contestar, en el supuesto de aceptar trabajaría en la sede de Nueva York. Enseguida se lo dijo a Esmeralda que le respondió entusiasmada con la idea.

-Entonces estaríamos muy cerca de Roy y de Bertie, ¿verdad?  ¡Estupendo, hace tanto que no los vemos!
-Incluso podríamos vivir en su misma urbanización. - Afirmó él, visiblemente ilusionado también. - Masters me dice que pese al precio de esos chalets eso no sería problema.
- ¡Este Ian! - Sonrió Esmeralda sentenciando con una no disimulada admiración. - Lo que él no consiga.

            Al oír aquello Diamante puso cara de circunstancias y su esposa se percató de ello.

-Pero cariño. - Le preguntó ella visiblemente divertida. - ¿Han pasado más de quince años de aquello y todavía estás molesto con él?
-No, no estoy molesto con él. - Repuso el interpelado añadiendo a la defensiva aunque con un tono más templado -, pero me fastidia que te creas que es un Dios. Lo único que ocurre es que tiene muchísimo dinero, eso es todo.
- ¡Ja, ja, ja! - Rio su esposa que le corrigió jocosamente. - Muchísimo no, ¡lo tiene todo! Además, en el fondo le aprecias mucho.
- No es tan mal tipo como parece. – Hubo de conceder el príncipe con tono más desenfadado. -
-Anda cariño. ¿Hasta cuándo vas a portarte como un crio celoso cada vez que sale su nombre a relucir?
-Bueno…hasta que deje de mirarte cómo te mira el muy sinvergüenza. - Sonrió su esposo, que dijo esto, aunque con total jovialidad esta vez. - ¿Qué se habrá creído? ...eres mi chica.
-No temas - le susurró su contertulia con voz melosa. - Para mí, el único hombre de mi vida eres tú, tonto.
-Ya lo sé. - Se sonrió él no sin malicia. - Y ahora me lo vas a demostrar…
-Oye- replicó su esposa en cuanto le vio acercarse con ciertas intenciones. - Que la niña estará al llegar…
-Pues nos esconderemos. - Repuso él agarrándola por la cintura y elevándola. - Así no nos verá…

            Esmeralda le besó y ambos se abrazaron tirándose al sofá. Eran ya pocas las ocasiones en las que podían permitirse jugar a ese tipo de cosas. Justo entonces llegaba Amatista que al escuchar alguna que otra risa, se asomó por el resquicio de la puerta y se sonrió, celebraba que sus padres estuvieran de buen humor.

- ¡Vaya! Será mejor no interrumpir. - Se dijo la joven, dejándoles enfrascados en sus cosas.-

            En la otra parte del mundo, el hermano y la cuñada del atareado príncipe tenían sus propias situaciones familiares. Zafiro trabajaba para el mismo magnate que Diamante. Él, como ingeniero, se pasaba largas horas diseñando nuevos sistemas de propulsión y energía. Desde luego la ciencia y tecnología que recordaba del siglo treinta le eran de inestimable ayuda. Cuando le sobraba algo de tiempo ayudaba a su esposa en la tienda. Sin embargo, pese al trabajo, siempre estaba dispuesto a asumir su parte en la crianza de sus hijos. Petz entre tanto se había convertido en una dinámica mujer de negocios. Lleva sus establecimientos con gran firmeza y pericia. Gracias a eso Otafukuya tuvo un gran éxito en Tokio. Tanto que pudo abrir un par de tiendas más en la ciudad y proyectaba con ilusión expandirse a Osaka o Kobe. Pero también estaba muy absorbida por su faceta de madre. Con su hijo mayor Coraíon no tenía grandes problemas. Sin embargo, el pequeño, Granate, era otra historia. Todavía recordaba aquella trastada que éste, años atrás, hizo en la tienda de Makoto, que era la madrina de ambos niños. Las dos tomaban un café y un poco de tarta en el local de la ex sailor.

-Este crio, es un terremoto, no sé a quién habrá podido salir. -  Decía la atribulada madre en unas de esas raras ocasiones que tenía tiempo para reunirse con su amiga. - ¡Es que no lo comprendo! Ni a mí, ni a su padre, desde luego.
- ¡Bueno!  - se rio Makoto recordando a su vez aquello. - Era un niño entonces, el pobre no lo hizo con mala intención. -
-Le habría estrangulado si no llegas a estar tú. - Rio también su interlocutora cuando rememoró aquella situación. - Mira que me hizo pasar vergüenza…Se pasa la vida metiéndose en problemas.
-Es verdad que tu hijo tiene facilidad para meterse en líos. Pero no lo hace de mala fe. Es un muchacho encantador. - Afirmó su amiga, remachando con patente cariño. - Sabe ganarse a las personas. Al menos lo que hizo fue con buena intención.

            La antes guerrera Júpiter recordaba, llevaba varios años dedicada a una vida civil tranquila, como el resto de sus compañeras sailors. Montó aquel negocio ayudada por Petz y Zafiro entre otros. Tuvo suerte y un espacioso y luminoso local estaba disponible. La muchacha lo decoró con gran gusto y ocupó parte de él a hacer arreglos florales. Y la otra mitad aproximadamente le sirvió para montar una pequeña cafetería. Los clientes que llegaban allí, para comprar flores y decoración vegetal, se sorprendían muy agradablemente cuando la dueña les obsequiaba con un té o les ofrecía degustación de tartas. Lo llamó precisamente Flowers and Flavours. Aunque en el rótulo rezaba Flawours por cierto despiste que Usagi tuvo al ocuparse ella de darle las instrucciones al diseñador del letrero. Al fin, tras las consabidas burlas de Rei y las risotadas de Minako, seguidas por el azoramiento y la mediación de Ami, cuando Usagi y la sacerdotisa iban como casi siempre a tirarse de los pelos, Makoto puso paz comentando que, de ese modo, sería todavía más exclusivo.

-Pues no ha sido mala idea. Bien mirado impactará más para la publicidad. - Aseguró con su espíritu afable y generoso de siempre. -

Y ayudas para eso de la promoción tampoco le faltaron. La tienda de Otafukuya también repartía folletos aconsejando visitar el lugar. No pasó mucho tiempo antes de que Makoto tuviese que ampliar el negocio. Adquirió otro local y agrandó la cafetería. Incluso las amazonas y Chibiusa. (Ésta última por mandato de su madre) se pasaron por allí y trabajaron por horas cuando no estaban con sus obligaciones de guerreras. Después, la propietaria tuvo que contratar un par de empleadas. Por si fuera poco, su amiga Minako Aino, famosísima artista ya por entonces, publicitó el sitio. Lo mismo que hizo Esmeralda cuando iba a Japón por motivos de trabajo. A consecuencia de eso, siempre había lleno. La gente estaba encantada y las cosas no le podían ir mejor a la emprendedora.

-Lo cierto es que no puedo quejarme. Aunque tenga tanto trabajo. - Se decía la muchacha en tanto rememoraba aquella épica trastada de su ahijado.-

Una de tantas tardes, teniendo Granate unos nueve o diez años, su madre le fue a buscar al colegio y se acercó con él por la tienda de su amiga. Coraíon estaba en sus clases extraescolares pero su hermano menor aún era joven para eso. De modo que Petz pensó que podrían pasarse a saludar a Mako-chan. Como no podía ser de otra manera, la cafetería estaba llena. No obstante, Makoto los vio venir y les hizo pasar a su despacho. Allí tenía también unas sillas y una mesa y podía comunicarse con la cocina y la zona donde se guardaba la repostería recién hecha.  Las dos amigas se pusieron a charlar animadamente en tanto el crío, algo aburrido de esas conversaciones de mayores, decidió explorar por su cuenta. Oyó eso sí, decir a su madrina que habría que sacar más dulces a la sala de la cafetería. Sin embargo, las empleadas estaban ocupadas. Sin pensarlo dos veces se metió en el almacén, donde vio varias torres de tartas apiladas.

- ¡Qué guay! – Pensó observando hacia arriba. - Les echaré una mano y también le voy a traer una a “Makoina” para que nos la comamos con mamá.

            Aquel era el apelativo cariñoso que usaba para referirse a ella. Siendo muy pequeño no era capaz de pronunciar todo el nombre de Makoto, y la palabra madrina también se le resistía. Hizo lo natural en los críos de corta edad, deformó las palabras y las unió. Ahora ya, tras tanto tiempo, la llamaba así de modo totalmente natural. Por supuesto que él deseaba darle una sorpresa a su madre y a Makoina por lo que, tratando de no ser visto, se metió tras una alta columna que apilaba varias de esas tartas. Como no llegaba a la de arriba tuvo una genial (al menos eso creyó desde su punto de vista) idea. Se subiría a una silla que había allí y ya está. El único problema fue que, al acercar la silla golpeó esa columna de tartas y para su horror ésta se desplomó con todo su contenido. Eso sí, él corrió a tratar de sujetarla, pero fue en vano. Varios de esos pasteles se separaron y algunos impactaron en él, recubriéndole por completo de nata, fresa, chocolate y algún que otro sabor más. El crio pensó que, dentro de lo malo, ser aplastado por una pila de tartas no era tan terrible. Lo que sí fue bastante embarazoso fue el estruendo que provocó y el ver, desde el suelo, las largas piernas de su madrina y, según dirigía la vista hacia arriba, el cuerpo de ésta, coronado por la expresión de asombro y contrariedad en su rostro.

- ¡Granate! ¿Qué ha pasado?...
-Creo que ha sido un alud, Makoina. - Pudo decir, recordando esa palabra de sus clases de esquiar. - Avalancha de tartas…

            Makoto solamente podía mover desaprobatoriamente la cabeza realmente sobrepasada por aquello. Aunque fue peor cuando Petz se unió a ella, brazos en jarras y mirada furibunda, le espetó al niño sin apenas poder contener su enfado.

- ¿Pero se puede saber que has hecho ahora?
-Me he manchado un poco. - Pudo replicar el interpelado con un hilo de voz. -
- ¿Estás bien? - Se interesó Makoto más preocupada ahora por la integridad de su ahijado, tratando de ayudarle a levantar. -
-Sí, las tartas eran blanditas. - Sonrió ahora el crío. -

            Pero dejó de hacerlo en cuanto su furiosa madre le agarró de la oreja derecha haciéndole ver las estrellas para terminar de ponerle en pie.

- ¿Te das cuenta de la que has liado? Esas tartas eran el trabajo de tu madrina. ¡Le has arruinado un día entero! Y te quedas tan contento. ¿A qué esperas para pedirle perdón?
- ¡Auu, mamá! - Fue lo único que el niño pudo replicar, hasta que su madre soltó ese férreo agarre a ruegos de su amiga. -

            Visiblemente compungido bajó la cabeza y musitó, casi entre sollozos.

-Lo siento, Makoina. Fue sin querer, yo sólo quería bajar unas tartas para ayudar a las camareras y que pudierais merendar.
-No te preocupes, cariño. - Le sonrió su interlocutora, enternecida por el pesar del crio, que sabía sincero. - No pasa nada.
- ¡Oh, Dios mío! No sé qué decir. - Terció la abochornada Petz que ya se disponía a comenzar con la limpieza de todo aquel desastre en tanto aseguraba. - Te ayudaré con todo esto y te pagaremos los daños. ¡Qué digo te pagaremos! Este gamberro te los pagará, ¡aunque se quede sin asignación durante un año! Granate. - Añadió con patente enojo. - Ve a buscar una fregona y un recogedor. - No vas a salir de aquí hasta que limpies todo esto.

            Con lágrimas en los ojos el crío obedeció. Makoto entre tanto trataba de apaciguar a su amiga con tintes más suaves y conciliatorios en su voz.

- ¡Déjale mujer! Es sólo un niño. No lo hizo a propósito. Fue un accidente. Mira, puedo limpiarlo yo misma.

            Pero su interlocutora negó vehementemente con la cabeza y rebatió, aunque ya con un tono más tranquilo.

-Tiene que aprender a ser responsable. No puede pasarse la vida haciendo travesuras o cometiendo errores sin afrontar las consecuencias. De lo contrario se malcriará. Sé que piensas que soy muy dura con él, pero creo que es lo mejor. Algún día, cuando sea mayor, lo agradecerá. - Sentenció decididamente. -
-Tú eres su madre. - Suspiró su amiga sabiendo que en ese tema cualquiera le discutía nada a Petz. - Haz lo que creas mejor.

            Y el niño reapareció con los útiles requeridos y guiado, a la par que ayudado por Petz, limpió aquello. Pero la cosa no quedó ahí. Cuando acabaron y finalmente se marcharon, Granate estuvo castigado una semana. Su hermano Cory, como él le llamaba, le comentó con preocupación.

- ¡Sí que las has liado bien gorda esta vez! Mamá está enfadadísima.
- ¡Jo!… me va a castigar para toda la vida. - Se lamentaba su interlocutor. -

            No obstante, su hermano mayor le sonrió animosamente y le dijo.

-No te preocupes. Se me ha ocurrido un plan…

Pasó a explicárselo a Granate que asintió encantado. Seguro que funcionaría. De modo que al poco de terminar su “condena” de arresto domiciliario él mismo junto a su hermano fueron a la tienda de su madrina, pertrechados con un paquete. Justo era la hora de abrir por la tarde y no había todavía clientes. Makoto los vio llegar y sonrió.

- ¡Coraíon! ¡Granate! Habéis salido pronto del colegio.
- Venimos a darte esto. - Le contestó el mayor de los dos, en tanto el pequeño le entregaba ese misterioso objeto. - Esperamos que sea suficiente.
- ¿Es para mí? ¿Qué es? - Quiso saber su madrina. -
- ¡Ábrelo! - Le pidió Granate con visible entusiasmo. - ¡Ábrelo, Makoina!

La sorprendida Makoto no se hizo de rogar, desenredó aquel tosco papel que mal envolvía esa extraña forma y descubrió perpleja que se trataba de un cerdito con una ranura en el lomo. Pesaba bastante y al moverlo se escuchaba un sordo tintineo. Debía de tener bastantes monedas en su interior.

- ¡Pero! ¿Qué significa esto? - Inquirió la joven mirándolos alternativamente con asombro. -
-Es una internización.- Declaró el pequeño de los Lassart con solemnidad.-
-Granate quiere decir que es una indemnización, - corrigió su apurado hermano, que pasó a aclarar. - Por lo de las tartas del otro día.

            Su interlocutora sonrió conmovida a los dos críos. Estaba claro que mucho dinero no habría, pero era el detalle lo que contaba, más cuando Granate le desveló.

-Cory me ha dejado sus ahorros, los hemos juntado con los míos en esta hucha que es súper grande. Así no perderás tu dinero por las tartas.
-Venid aquí los dos. - Les pidió una enternecida Makoto agachándose para abrazar a los dos niños en tanto les respondía devolviéndoles esa hucha. - No hace falta, de verdad. Os lo agradezco mucho. Sois muy buenos chicos. Pero eso ya está olvidado. Será mejor que retornéis esto a vuestra casa y sigáis ahorrando para el futuro. Ahora, lo que vamos a hacer es comernos un trozo de pastel.
- ¿De verdad? - Exclamó Granate con visible contento. -
- ¡Qué bien! – Convino Coraíon del mismo modo. -
-Sí, pero antes llamaremos a vuestra casa para que lo sepa mamá. - Les dijo Makoto a la par que agregaba divertida guiñando un ojo a sus sonrientes ahijados. - Y esta vez seré yo la que vaya a por la tarta. ¿De acuerdo?

            Entre las exclamaciones de júbilo de los chiquillos la risueña madrina no tardó en informar a Petz, ésta no pudo sentirse más orgullosa de ambos chicos. Estaba claro que su hijo menor era un gamberrete, pero no actuaba con maldad. Y lo que era mucho más importante, luego demostraba tener muy buen corazón. En cuanto a Coraíon era también un niño excelente. Sin ser culpable de nada se apresuró a ayudar a su hermano. Por supuesto que autorizó que los dos se quedasen a merendar con su madrina. Se lo habían ganado. Cuando Zafiro llegó del trabajo le contó a su vez lo ocurrido. Éste se rio.

- ¡Hay que ver, como son nuestros hijos! - Pudo decir para recordar con patente nostalgia.- Como mi hermano Diamante y yo siendo niños. Él siempre me protegía, estaba pendiente de mí y me cuidaba…
-Sí, se quieren mucho. - Convino su esposa con patente alegría. - Eso es lo principal para unos hermanos.

            Y a la vuelta de la cafetería los dos niños fueron abrazados por su madre.

-Coraíon. - Le dijo a éste en tanto le acariciaba las mejillas. - Has tenido un bonito gesto al prestarle tu dinero a tu hermano. Pero que no se repita. Tienes que dejar que sea él quien solucione sus propios problemas. Una cosa es ayudarle si lo necesita y otra intervenir demasiado cargando tú con su responsabilidad. ¿Lo comprendes?
-Sí, mamá. - Pudo responder el muchacho, que, pese a todo, no acababa de entender aquello demasiado bien. - Lo que tú digas…

            Pero su madre se percató y tras sonreírle con amplitud le susurró con tono dulce.

-Ya lo comprenderás…. Anda, ahora deja que hable con tu hermano.

            El niño asintió marchándose a su cuarto. Tenía tareas que terminar. Petz se ocupó de hablar con su otro hijo, al que también acarició ahora tiernamente.

-Granate. Has sido capaz de enmendar tu error, y estoy orgullosa de ti por eso. Pero tienes que aprender a pensar primero las cosas antes de hacerlas, para no causar molestias a los demás.
-Sí mami. - Musitó el niño todavía algo amedrentado y confuso, dado que no sabía si eso era una felicitación u otra reprimenda. -
-Ven aquí. - Le pidió su interlocutora quien, de rodillas, le abrazó afectuosamente para añadir. - A ti y a tu hermano os quiero más que a nada en el mundo. Por eso tengo que educaros bien. Un día seréis mayores y tendréis que tomar vuestras propias decisiones. Ser responsables y ayudar a los demás. Para eso debéis aprender desde ahora a comportaros bien.
-Vale. Lo haré. - Comentó el pequeño asintiendo una vez se separó de aquel abrazo maternal. -  Aunque yo no quiero diseñar cosas como papá y Cory. - Pudo añadir con cierta prevención, manifestando. - Me gusta más conducirlas.
-Cariño. Eso está igual de bien. Si estudias mucho y te portas como un chico responsable conseguirás todo lo que quieras. - Le aseguró su madre con una sonrisa. - ¡Ya lo verás!

            El niño asintió sintiéndose mucho mejor y tras eso fue a su cuarto a terminar sus deberes. Petz acabó de relatarle eso a su amiga y junto con Makoto reía rememorando esos instantes. Aunque el tiempo pasaba con celeridad…

-Y ya son unos adolescentes. - Comentó la madre de ambos chicos. - Pero Granate sigue liándolas bien gordas a veces. Y ahora encima está de lo más vago. Se pasa el día tocando la batería o el sintetizador… ¡hasta se los he tenido que prohibir para que estudie! - Suspiró moviendo la cabeza con reprobación. - Ha salido a su padre por el gusto a ese estruendoso instrumento.
-Y seguro que Coraíon continúa echándole una mano para solucionar las cosas. - Añadió animosamente Makoto. - Desde luego, además de su hermano, es su mejor amigo. Eso tiene que alegrarte.
-Eso es verdad - sonrió su interlocutora deseando. - ¡Aunque ojalá que algún día este hijo mío madure! Su hermano mayor no podrá estar siempre para sacarle de los líos en los que se mete…Y nosotros tampoco, ¿verdad, amiga mía?


            Su interlocutora en eso le daba la razón. Después prosiguieron hablando de los viejos tiempos. Así pasaban los años, todas las familias iban acumulando numerosas peripecias vitales, afortunadamente sin que otro tipo de situaciones ajenas a la cotidianeidad les molestasen. De vuelta en París sin ir más lejos, la prima de esos dos chicos no podía esperar, contaba los minutos para comenzar a cantar con su grupo y para ver a Françoise. 


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