Amatista tuvo que esperar para poder comprarse una
moto. En efecto, la idea de Diamante de poder controlarla para que no arriesgara
en exceso fue buena. Ella parecía haber perdido el interés al tener que enfrentarse
con la idea de sacarse el carné, pero poco tardó en tener otra pasión para
sustituir a la velocidad. Desde pequeña había destacado porque tenía una voz
muy bonita, el cantar se le daba muy bien. Además, siendo como era muy atractiva,
de pelo rubio tirando a miel, grandes ojos violetas y con unos labios bien
marcados que la hacían muy sexy, constituía un reclamo inigualable. De modo que
unos amigos del Liceo le ofrecieron la posibilidad de unirse a ellos como
vocalista en un grupo musical. Como era de esperar, Esmeralda no estuvo muy de
acuerdo con la idea. Le preocupaba que su hija no rindiera en los estudios,
esto las hizo chocar una vez más.
- ¡Pero mamá! - Protestaba Amatista con tono entre
incrédulo e indignado. - Si todos mis amigos van a formar parte del grupo. – Y
les enumeró como si aquello fuera un argumento de peso irrefutable. - Ivette,
Jean Luck y François. A ellos sus padres les dejan sin ponerles ninguna pega.
-Pero da la casualidad de que tu madre, que soy yo.
- Repuso Esmeralda sin inmutarse y remarcando bastante el tono en ésta última palabra
- no te deja, por la sencilla razón de que luego no te concentrarás en tus
estudios. Y a mí me importa un bledo lo que hagan tus amigos.
-Pero si yo nunca he suspendido nada. - Se defendió
la muchacha que aseguró. - Además, yo no dejaría de estudiar, mamá.
-Sí, eso lo dices ahora. - Respondió su madre
cruzada de brazos y con aire inflexible - pero luego empezaréis con los ensayos
y querréis componer canciones y más tarde ir a cantarlas por ahí en salas de
fiestas y clubes nocturnos.
- ¡No eres justa! -
Le reprochó Amatista muy disgustada - siempre es el mismo rollo, para ir
a algún desfile de modas nunca falta tiempo ¿no?
-Eso te será mucho más útil. - Afirmó Esmeralda,
explicándolo con total convencimiento. -
Puedes conocer a gente influyente de la alta sociedad.
-No quiero ir a ver a una pandilla de escuálidas
luciendo trajecitos. - Replicó la chica con una mezcla de desdén y malestar. -
Desde
luego que su madre se molestó sobremanera por aquello. Replicó con tono
indignado.
- ¡Mide tus palabras, jovencita! Yo he sido modelo.
Y las chicas que desfilan para mí son todas profesionales, responsables y
trabajan muy duro. No te consiento que hables de ellas así. ¿Me oyes?
Amatista
se achantó, se había pasado desde luego. Lo cierto es que ella odiaba esas
cosas. Nunca le gustó la profesión de su madre y juzgaba que esas modelos eran
simplemente unas estúpidas superficiales, mujeres objeto que solamente estaban
ahí para que los hombres las mirasen llevando las más de las veces una ropa
ridícula. Incluso había acudido con alguna que otra compañera que así lo
pensaba a algún evento para protestar a la entrada de este.
-Desde luego no me iba a rapar la cabeza y a
pintarrajear todo el cuerpo como hacen algunas de esas locas de las radicales.
Pero fui un día con algunas compañeras. Nos escapamos el Liceo para abuchear a
esa caterva de gentuza tan superficial. Es algo decadente y patético que las
mujeres tengan que servir de objetos. -Pensó ahora recordando esa “hazaña”. -
Y es que como
feminista convencida consideraba que ese tipo de trabajo no era digno y esperaba
que algún día se prohibiera. Aunque claro, eso no se atrevería a expresarlo en
voz alta delante de su progenitora. Por fortuna no tuvo necesidad de replicar. El
sonido de la puerta al abrirse fue como la campana de final de asalto. Diamante
hizo su aparición y la jovencita nada más verle se abrazó a él y le dijo con la
voz más lastimera que pudo poner.
-Papá. - Le miró de forma suplicante y apretando los
labios en actitud quejumbrosa como solía hacer en esos casos para preguntar. - ¿Verdad
que tú sí me dejarás?
- ¿Dejarte que, hija? - Inquirió a su vez él, que
miró a Amatista y después al enojado rostro de su propia esposa, sin entender
nada, pero temiéndose una nueva disputa y así lo manifestó. - No me digas que
tú y tu madre estáis discutiendo otra vez.
-Siéntate y escucha el nuevo capricho de tu hija, -
le pidió Esmeralda casi con voz de mando. - ¡Ahora le ha dado por ser cantante!
- Desveló ella misma con los brazos en jarras. -
- ¿Es eso cierto, cariño? - Quiso saber él temiéndose
una buena esta vez. -
-Eso no es nada malo, papá, - le respondió la
muchacha. - Además, estaría con compañeros del liceo y yo seguiría estudiando
igual, te lo prometo.
-Bueno- declaró conciliatoriamente él tratando de
zanjar el tema lo antes posible. - En ese caso no veo nada malo en que cantes.
- ¡Pero Diamante! - Chilló su esposa llevándose las
manos a la cabeza. - ¿Cómo puedes dejarte convencer con esa facilidad? ¡No
puedo creerlo! Todo lo que Amatista te pide va a misa para ti, ¡la estás
malcriando!
-Pero Esmeralda- rebatió su marido encogiéndose de
hombros. - ¿Qué mal puede haber en eso? Yo creo que le supondrá una bonita
experiencia. Además, ya la has oído, no dejará de estudiar.
- Y tú te lo crees, ¿verdad? - Le reprochó su mujer
visiblemente irritada, acompañando sus siguientes palabras con gestos teatrales
como elevar sus brazos al cielo. - ¡Te crees a pies juntillas todo lo que te
dice! Si un día quisiera tirarse a un pozo te lo argumentaría de tal manera que
a ti te parecería maravilloso. - Dicho lo cual hubo un tenso y expectante
silencio hasta que la propia Esmeralda se plantó, sentenciando cruzada de brazos.
- ¡En fin, me niego a discutir más, no cantará y no cantará! Si tanto le gusta
que lo haga en la ducha.
Su
hija abrió la boca como si quisiera replicar y no le salieran las palabras al
sentirse totalmente estupefacta. Parecía haber escuchado la mayor injusticia
del mundo y así lo hizo constar instantes después de este estudiado gesto.
- ¡Eso no es justo mamá, papá sí que me deja! Él me
comprende. ¿Por qué tú siempre te tienes que empeñar en fastidiarme? ...-
chilló Amatista muy enfadada. -
- ¡A mí no me levantes la voz que soy tu madre! - La
abroncó Esmeralda. -
-Claro, sólo eres mi madre para prohibirme cosas. Pero
después te vas y me dejas metida en el internado y te olvidas ¿verdad? -
Recriminó la muchacha a su vez, mostrándose indignada con esa situación. -
Su
interlocutora encajó el reproche bastante mal, y visiblemente dolida, le
censuró a su vez.
-Tengo mi trabajo y mis responsabilidades. Por si no
lo sabes, tanto tu padre como yo trabajamos muy duro para darte todos los
caprichos que tú nos pides.
- ¡Basta ya! - Intervino Diamante verdaderamente
irritado. - No quiero oíros más. Amatista, eso que le has dicho a tu madre no
está nada bien, así que discúlpate.
-Pero ¿por qué siempre me toca a mí? - Protestó la
chica haciendo pucheros y agregando con una buena dosis de impotencia y pesar.
- Solamente quiero tener amigos para no estar siempre sola allí metida.
Diamante
miró hacia el techo sin saber que hacer. Su esposa estaba también muy enfadada y antes
de que él pudiera decir nada, espetó.
- ¡Haced lo que os dé la gana!, como de costumbre al
final la niña se tendrá que salir con la suya.
Y sin más salió furiosa del comedor
dando un portazo que zanjaba la disputa.
-Espera, Esmeralda no es para que te pongas así.
Vamos a calmarnos, - le pedía su esposo saliendo tras de ella. -
Dio
alcance a su mujer en el vestíbulo, a punto de salir de la casa. La exmodelo
respiraba con agitación.
-Vamos cariño. – Le pidió él posando las manos sobre
los hombros de ésta. – Tienes que tranquilizarte.
- ¿Es que no has oído lo que me ha dicho? - Pudo responder
la aludida girándose para encarar a su esposo. –
A Diamante le sorprendió ver lágrimas en los ojos de
su mujer, enseguida sacó un pañuelo y se las enjugó afirmando con tono más
conciliador y calmado.
-Pero Esmeralda. No es para que te lo tomes así.
- ¿No? - Dijo ella casi entre sollozos. – Que mi
propia hija me acuse de ser una mala madre, ¿te crees que es agradable para mí?
- No ha dicho eso. – Le susurró su marido con
suavidad. –
-¡Ha dicho que la dejo abandonada en el internado! –
Suspiró ella tratando de calmarse, aunque sin poder evitar más lágrimas y defendiéndose
con tono lleno de pesar en su voz. – ¡Sabes que no es verdad! Yo… nunca pude
soportar ver su cara cuando era niña y lloraba pidiéndome que no la dejase
allí. Pero… tenía que hacerlo…el trabajo, mis actuaciones como justiciera… ¿Qué
podía hacer? ...- Concluyó derrumbándose entre el llanto. –
Diamante
la abrazó realmente apenado. Su esposa sufría mucho por aquello. Y los
reproches de su hija realmente le dolían más de lo que a primera vista pudiera
parecer.
-Tengo tanta culpa de eso como pudieras tenerla tú.
- Le dijo afectuosamente él. – No te castigues por ello tú sola.
-Pero a ti nunca te lo dirá. – Sollozó Esmeralda tiñendo
su voz ahora de amargura y cierto reproche. –Tú eres su comprensivo y amable
padre. Siempre estás ahí para decirle que sí. Esa es la diferencia con su cruel
y represora madre.
Tras
esas palabras, se produjo un incómodo silencio, aunque Diamante las encajó bien
sabedor de que eran ciertas en gran parte.
-Tienes razón. Lo siento, cariño. – Se excusó él
suspirando largamente para añadir. – Pero en esta ocasión no creo que sea tan
terrible. Si tenemos su palabra de que estudiará, al menos podemos darle un
voto de confianza. Si no cumple la apartamos de inmediato de eso.
- Está bien. Ya estoy harta de ser siempre la mala
de la historia. Ya tuve suficiente en mi otra vida… – Cedió finalmente su
esposa que se secó las lágrimas tratando de recomponer su maquillaje y su dignidad.
- No quiero que hasta mi hija piense que soy un monstruo sin corazón.
Diamante le sonrió con ternura y tras darle un
ligero beso en los labios le susurró. Con todo el afecto que pudo.
-Nadie ya cree eso. Ni lo pensaría nunca. No te
hagas tanto daño. Sé que nuestra hija nos quiere. No ignoro lo importante que
es para ti. Y lo que significas tú para ella. Créeme. Lo has hecho lo mejor posible. Eres la
mejor madre que Amatista hubiera podido tener… y la mejor esposa para mí.
- Gracias cariño. – Pudo sonreír ella al fin,
sintiéndose bastante mejor. – De verdad, gracias…no sabes lo que supone para mí
el oírte decir eso.
Amatista
por su parte había aguardado unos instantes, se enjugó las lágrimas e hizo la
uve con los dedos. Escuchó parte de la discusión desde lejos. Aunque no
entendiera bien que se estarían diciendo sus padres, sabía que en semejantes
situaciones su madre acabaría por ceder y ahora se trataba de aplicar una
política de paños calientes. De todos modos, no era tan tonta como para
sospechar que sus palabras le habían sentado muy mal, incluso herido. Quizás se
había pasado un poco. Se imponía reconciliarse con ella. Seguramente su padre
estaría tratando de calmarla en ese mismo momento. Así que, aguardaría un rato
más y en cuanto hubiera una señal de que todo se hubiese tranquilizado se
mostraría mucho más sumisa y conciliadora…
-Sí, esta vez he ido demasiado lejos. - Suspiró casi
censurándose por ello en tanto meditaba a modo de justificación.- Es que tengo
mucho carácter…y cuando me enfado no me puedo controlar.
Así
era desde que comenzó a quedarse sola en el internado. Al principio para
defenderse de las chicas mayores. Algunas eran buenas con ella, pero otras se
portaban como auténticas dictadoras. Amatista jamás se rebajaba a seguirles la corriente
u obedecerlas y eso le costó llevarse algunos golpes. Pero no era una chivata para
denunciarlas a ningún profesor y además aprendió pronto a defenderse. Por si
fuera poco, creció rápido y bastante. Pronto esas niñatas se cuidaron muy y
mucho de meterse con ella, a riesgo de salir muy mal paradas. Por fortuna, esas cosas quedaban entre las
internas y los profesores no llegaban a darse cuenta. Tampoco quería que sus
padres pensaran de ella que era una matona. Nada más lejos de la realidad. Pese
a ser a veces irascible y muy competitiva, nunca se metería con alguien más débil.
Y menos después de lo que pasó haría unos meses con la chica que había sido su
mejor amiga allí.
-Al menos, mis padres lo han olvidado. Aunque yo
misma no pueda. Ninguna quisimos llegar a eso. - Se dijo bastante consternada.
- Bueno, intentaré tener más cuidado de ahora en adelante. - Se prometió para
zanjar aquel doloroso tema.-
A
miles de kilómetros de allí y por fortuna para ellos Roy y Beruche no tenían
esos problemas con Leval, era un chico casi perfecto en todos los aspectos. Quizás
algo inocente para algunas cosas, pero el orgullo de sus padres. Con Kerria el
tema no era tan fácil, un día llegó del colegio un parte en el que se advertía
que la chica no había asistido a las últimas tres clases de álgebra. Beruche se
acercó al instituto de la muchacha y descubrió que tampoco había frecuentado
últimamente las clases de francés. Esto no se había notificado pues la chica
llevó partes justificados de sus padres, (obviamente falsificados). Cuando
Bertie se enteró se enfadó muchísimo. Pero sobre todo temía la reacción de Roy,
él no era tan frío y estallaba con más violencia, aunque fuera como un globo que
se deshinchara al poco. Su esposa sabía que él adoraba a su hija y era incapaz
de mostrarse enfadado con ella durante mucho tiempo. No obstante, era muy bruto
en sus reacciones y aquello había que encauzarlo de otra manera. Ella en cambio
era capaz de encajarlo con una aparente tranquilidad y después encargarse del
asunto cuando su hija podría pensar que se le había olvidado. Además, estaba la
gravedad de esa falta que, de descubrirse por parte de las autoridades del
centro, podría ser constitutiva de expulsión y de figurar en el expediente
académico de la muchacha de por vida. Lo cual significaría cerrarle las puertas
a cualquier Universidad importante en el futuro.
- ¡Dios mío! ¿En qué andará pensando esta niña? -
Suspiró Bertie en tanto meditaba sobre todo aquello y vio llegar a su
esposo. No quiso andarse con rodeos y le
comentó lo sucedido. -
Efectivamente, cuando su marido lo supo se enfureció
aún más de lo que pensaba. Ajena a todo esto, la muchacha estaba de regreso a
casa con su hermano y un amigo de Leval, un tal Ryan, tipo alto y moreno,
bastante apuesto, que se había fijado en ella desde que entrase en el instituto
ese año.
-Hola Kerria. - Saludó lleno de una edulcorada
amabilidad. - Cuanto me alegro de verte.
-Hola Ryan - repuso ella sin el mismo entusiasmo. - ¿También
vienes por aquí?
-Lo cierto es que acompañaba a tu hermano. - Repuso
él -, como venimos de entrenar juntos.
-Sí, hoy nos tocaba sesión de pesas. - Explicó
Leval. -
- ¡Que interesante! - Dijo Kerria de forma irónica,
dirigiéndose a Ryan del mismo modo. - Pero no te molestes hombre, luego tendrás
mucho camino hasta tu casa.
-Si no es ninguna molestia, - se apresuró a decir él
que percatándose de que la chica llevaba unos cuantos libros se ofreció a
llevárselos. - ¿Me permites?
-No gracias. - Se negó ella apartándose
discretamente del chico. - No me pesan nada.
-Disculpad un momento. - Les pidió Leval que había
visto a una chica de su clase con la que estaba intentando salir. – Ahora mismo
vuelvo…
Se
alejó hasta interceptarla y desde la distancia Kerria le veía hablar con ella,
sonreía pues su hermano no tenía mal gusto. La chica era muy bonita, ella sabía
quien era, una tal Lorna de último curso. La había visto a veces en el vestuario
y se había fijado en...
- Hacen buena pareja, ¿verdad? - Intervino Ryan
sacándola de sus pensamientos. -
- ¿Que? ¡Ah sí!, claro, - convino ella casi sin
darse cuenta. -
-Quizás Leval quede con ella, quería llevarla al
cine este miércoles, pero esa chica es difícil de convencer. Es muy
desconfiada, se cree que los chicos siempre vamos a lo mismo.
-No la puedo culpar. - Sonrió Kerria con malicia. -
-Pero tu hermano no es así, ya lo sabes. – Replicó su
interlocutor. -
Ella asintió, de eso estaba segura. Diría que
incluso pecaba en sentido contrario. Leval era tan caballeroso y transparente
que no le imaginaba tratando de sacar provecho de ninguna chica.
-Hasta Debbie me lo ha dicho. - Pensó Kerria. - “Tu
hermano es un chico muy gentil” y para que ella lo diga, realmente es que es
algo a destacar.
Su compañera de clase, que había llegado a principio
de curso, desde luego que no se recataba en decirle lo que pensaba. Así fue
desde el primer día que se conocieron.
-Es una de las cosas que me gustan de ella. - Se
dijo la muchacha. - Es de lo más directa. Y ve lo que casi nadie puede advertir
Entonces, y sacándola de esas reflexiones, le llegó
el siguiente asalto cuando Ryan añadió en tono algo dubitativo.
- He pensado que, si fueran dos parejas, esa chica
aceptaría. Saldría con tu hermano seguro. He pensado que podríamos unirnos a
ellos. ¿Qué opinas? ¿Te gustaría venir conmigo y con ellos?
- ¿Al cine? - Preguntó la muchacha con tono casi
incrédulo de que aquel tipo se estuviera lanzando a invitarla. - ¿Nosotros?
-Sí claro. Leval se lo estará proponiendo ahora.
-No sé. - Respondió la interpelada de forma esquiva
excusándose enseguida. - Es que tengo planes para el miércoles.
-Vamos Kerria. ¿No lo harías por tu hermano? - Le
insistió él como si quisiera dar a entender que lo hacía por puro altruismo hacia
Leval. – Así le podríamos ayudar.
¡Lo
que faltaba! ¿Es que ese tipo pensaba que era tonta? Tuvo que suspirar y pensar
durante unos instantes para ver como salía de ese intento de encerrona.
-Esperemos a ver que le dice esa chica. - Repuso
inteligentemente la muchacha. -
Mientras, su hermano terminaba de hablar, se
despedía aparentemente animado y volvía con ellos con gesto sonriente.
- ¿Qué tal? - Le inquirió Ryan con visible
expectación. -
- ¡Estupendo, me ha dicho que sí saldrá conmigo! - Exclamó
el interpelado más que contento. -
- ¡Que bien! - Intervino Kerria ganando por la mano
a Ryan cuando declaró aliviada. - Entonces podréis ir los dos solitos, así no
os molestará nadie.
-Pues sí, claro. - Admitió Leval extrañado,
preguntando a continuación. - Pero ¿eso a que viene?
-Le había dicho a tu hermana que podíamos ir los
cuatro para evitar que ella tuviera suspicacias. - Explicó Ryan con gesto
sombrío al saberse derrotado. -
-De todas maneras, podríamos ir los cuatro, a Lorna
no le importará, es más. Incluso le parecería mejor. - Convino Leval al
percatarse del asunto. – Con otra chica se sentirá más confiada…
-Pero es que yo tengo ya mis planes. - Terció su
hermana de forma tajante y añadió con aire despreocupado. - Pero estoy segura
de que alguna otra de vuestro curso estaría encantada de acompañaros.
-Supongo que sí. - Musitó Ryan, tirando la toalla
ante lo inevitable. -
Kerria
le sonrió animosa y todavía más aliviada, realmente el muchacho no estaba mal,
aunque no fuera precisamente su tipo. De todos modos, estaba bastante cansada
del agobio al que la sometía, siempre con la excusa de acompañar a Leval. Causalmente,
(que no casualmente), cuando ella salía también en dirección a casa. Pero ahora
sabía que le había parado los pies y que este rechazo haría su efecto.
Seguramente no la insistiría en mucho tiempo. Así que con la satisfacción de
esa victoria añadió con un mejor humor.
-Bueno, si no os importa voy a adelantarme para ir a
casa, tengo que llamar y mi móvil está sin batería. - Se despidió y apretó el
paso. –
Ambos
muchachos la vieron alejarse, Ryan exhaló un largo y resignado suspiró y le
comentó a Leval.
- ¿Lo tengo difícil con tu hermana, verdad?
Su
amigo le miró sintiéndolo por él, pero no merecía la pena darle falsas
esperanzas, así que respondió con sinceridad y solidario pesar.
-Para que te voy a engañar. ¡Con Kerria lo llevas
claro!
- ¿Es que tiene novio?,- preguntó él muy
inquisitivamente, a buen seguro no sería de extrañar que una preciosidad como
esa lo tuviera o que ya tonteara con otro chico. – Supongo que es lo normal.
-No que yo sepa, pero puede que ya esté interesada
por alguien. - Elucubró de igual forma Leval.- De todos modos, no me preocupo
mucho por la vida amorosa de mi hermana. No sé siquiera si tendrá. Es una cría
todavía. - Sonrió añadiendo con tono más animoso y jovial a su desmoralizado
compañero. - Trataré de averiguarlo, es lo único que te puedo prometer.
Ryan
asintió agradecido y se alejó cabizbajo, pensando en que no tardaría mucho en
ver a Kerria colgada del brazo de algún capullo con suerte y con un buen coche.
Leval por su parte apretó el paso y alcanzó a su hermana que, tal y como él
imaginaba, no debía de llevar tanta prisa pues estaba esperándole a unos pocos
metros de distancia.
-Oye Ky - le inquirió con tono fingidamente
perspicaz. - A ti no te va demasiado Ryan, ¿eh?
-Es tu amigo y me cae bien. - Le dijo ella sin
querer mojarse demasiado. -
-Es que él está colado por ti. - Sonrió su
interlocutor decidiendo que sería mejor poner las cosas claras y agregó de modo
cómplice. - ¿No podrías darle una oportunidad?, es un buen muchacho. O es que
ya tienes a alguien en perspectiva.
-Algo así - repuso Kerria esbozando una tenue
sonrisita, para agregar con la máxima diplomacia que pudo en su voz. - Y no te
enfades Leval, pero tu amigo es algo pesado.
-Qué le vamos a hacer. No se lo puedo reprochar, ¡al
menos admitirás que tiene buen gusto! - Rio el muchacho dando por terminado el tema.
- Eso se lo puedes conceder.
Su
hermana también rio asintiendo. Eso desde luego no lo iba a negar. Se agarró
del brazo de Leval y bromeó de forma jovial.
-Con un chico como tú, ¿para que quiero yo a ningún
otro? ¡No se te pueden comparar! Así que la culpa es tuya por ponerles el listón
tan alto. - Su hermano asintió visiblemente divertido y ella añadió ahora con
curiosidad. - Y tú tampoco te puedes quejar, vas a salir con una chica muy
guapa. ¿No es así?
-Lorna. Sí, está bien, aunque espero que además sea
una muchacha con aficiones parecidas a las mías.- Repuso el ahora azorado
muchacho.-
Kerria
suspiró moviendo la cabeza. Realmente eso era difícil. Con un chico volcado en
sus sueños de llegar a ser piloto, de surcar el espacio y cosas así. Tan
entregado a su preparación y tan apasionado con el tema de las estrellas como
lo era su hermanito. Desde que ella misma era pequeña recordaba como Leval se
pasaba mucho tiempo mirando al cielo nocturno. Él conocía los nombres de muchas
estrellas y en las claras noches de verano incluso le había enseñado algunas.
Por entonces a ella eso le parecía fascinante y su hermano mayor era su héroe.
Kerria pensaba que lo sabía todo, que era el mejor en todas las cosas, como su
padre, como su propia madre, tan buenos en sus respectivos campos. Ella misma se
sentía pequeña a su lado y mucho más cuando él le comentaba cuan grande era el
espacio y lo que tardarían solamente en ir al planeta más cercano. En fin,
daría lo que fuera por encontrar a alguien así un día, alguien que supiera
transmitirle esa pasión por algo. Pues ahora mismo apenas le motivaba nada de
lo que hacía en el instituto. ¡Siempre era la misma cosa! Chicas florero, a la
espera de echarle el guante a un tío bueno o intelectuales babosas que sólo
sabían de estudiar. Y al revés, tíos deseosos de meter mano o algo más a cuanta
chica atractiva pudieran. Como ese Ryan, que, aunque parecía realmente
interesado en ella, también estaría loco por conseguir algo que Kerria no
estaba dispuesta en modo alguno a darle. Por suerte, al principio de este curso
había conocido a Debbie que tampoco tragaba eso en demasía. Esa muchacha había
venido del oeste, por un traslado de sus padres. Al principio recordó verla
sola, vestida casi siempre de negro, al menos cuando llevaba cazadoras o estaba
fuera del colegio, dado que era obligado que, como el resto, llevase el
uniforme. Fue precisamente un día, a las pocas semanas de haber comenzado las
clases, cuando Kerria la vio tras entrar en el vestuario.
- ¡Maldición! - Espetaba esa joven dándole un
puñetazo a su taquilla. -
- ¿Te ocurre algo? -Inquirió amablemente Kerria, mirándola
con preocupación. -
Allí
estaba esa jovencita, con ese traje de color negro, y esa falda gótica, botas a
juego y maquillaje muy denso. Desde luego tenía cara de no estar demasiado
contenta. Y así lo manifestó.
- ¡No contentos con enviarme a esta mierda pija de
sitio, mis padres han olvidado que necesitaba un uniforme de repuesto!
-Vaya. ¿No tienes el tuyo? - Inquirió Kerria,
pasando por alto aquel ofensivo comentario sobre su escuela. -
-Lo dejé en la lavandería. - Respondió esa muchacha
mirándola con una mezcla de irritación y fastidio. - Y no puedo ir a recogerlo
hasta mañana. Y si algunos de los
profesores me ven así vestida, me ganaré una reprimenda. No quiero que den
parte a mis padres.
-Bueno, no te preocupes. - La animó Kerria.- Yo
tengo una falda y una blusa en mi taquilla. Como ropa de repuesto. Ya sabes,
para cuando venimos con el atuendo deportivo. Puede prestártelas. Al menos
saldrás del apuro.
El
gesto de enfado de esa chica se suavizó, sonriendo débilmente, bajó incluso la
mirada y susurró.
-Gracias…
-Kerria Lorein Malden. - Se presentó ésta ofreciéndole
la mano. -
-Deborah Hunter. - Repuso su interlocutora estrechándosela
para declarar agradecida.- Me salvas la vida. Ya me han echado de algunos
colegios y no quiero que me vuelvan a expulsar.
Desde
luego que Kerria no quiso preguntar el motivo de aquello, se limitó a abrir su
taquilla y dejarle esas prendas a su compañera quien, aliviada, comentó.
-Al menos sí que tengo guardados los zapatos aquí.
-Dime una cosa. ¿Por qué no vienes ya con el uniforme?
- Quiso saber su contertulia, matizando de inmediato.- No me refiero a hoy. Es
que te he visto otros días y siempre llegas así vestida.
Debbie
sonrió, casi como le hubiese complacido oír eso. Y no tuvo reparos en
contestar.
-Odio esta ropa pija y tan sosa. No te ofendas. -
Añadió enseguida. -
-No te preocupes. Tampoco es que me encante
precisamente, pero ya sabes, es el uniforme del colegio. - Sonrió Kerria
incluso divertida. -
-Eres maja. - Afirmó Debbie. - Al menos, no me miras
como la mayoría de los que estudian aquí. Se deben de creer que soy un bicho
raro. Bueno, - Admitió incluso divertida. - quizás lo sea.
-Cada uno es como tiene que ser o como quiere ser. -
Repuso categóricamente su interlocutora. - Y creo que tú también eres una chica
agradable. Dime, ¿no tienes amigos por aquí?
-No muchos, a decir verdad, apenas hablo con la gente.
- Admitió esa muchacha en tanto se acercaba al espejo y se desmaquillaba. -
Kerria
vio que desde luego era guapa, tenía unos bonitos ojos azules y un cabello
negro realmente precioso que brillaba como si fuera de seda. Pensó que era
bastante más bonito que el suyo.
-El negro te sienta muy bien. - La halagó. - Estás
muy guapa.
Debbie
la miró entre sorprendida y visiblemente agradada y no tardó en afirmar a su
vez.
-Tú si que eres preciosa. Este uniforme no te hace
justicia. Te veo más con vestidos de gasa.
- ¿Bromeas? - Se rio Kerria a medio camino entre el
rubor y la chanza.- Yo prefiero ir con pantalones vaqueros y zapatillas.
Deborah
se rio también y eso la hacía aun más atractiva. De hecho, Kerria se percató de
que, hasta ese momento, no la había visto reír. La pobre lo debía de estar
pasando mal, sin haber podido hacer amigos. Por eso le sugirió.
-Si algún día quieres quedar para ir por ahí. Llámame.
- Le propuso con desenfado. -
- ¡Vaya! - comentó una perpleja Debbie, añadiendo con
tono meloso y hasta divertido. - No pierdes el tiempo.
-Bueno, ya sabes. Como amigas. - Matizó la ahora
azorada muchacha. -
-Ya…bueno. - Suspiró su compañera que se había
quitado su ropa y puesto la blusa y la falda de Kerria. Dio la impresión de que
iba a comentar algo más sobre esa propuesta, aunque en lugar de eso, dijo algo envarada.
- Creo que tu ropa me queda algo grande.
Eres más alta que yo. Debes de medir más de metro setenta.
Y
así era, en efecto Kerria le sacaba algunos centímetros, aunque Deborah no era
precisamente bajita. Era alta a su vez para ser chica.
- ¿Metro setenta? ¿Eso cuánto es? - Quiso saber la
joven. –
-Unos cinco pies y seis o siete pulgadas más o menos.
- Le aclaró Deborah, manifestando. - Me gusta más emplear el sistema métrico decimal
que usan en Europa. No sé como podemos guiarnos por una forma de medir tan
medieval e imprecisa.
-Pensaba que, al gustarte lo gótico, te encantaría
esa época. - Comentó ingenuamente su interlocutora. -
-Una cosa no quita la otra. Lo antiguo tiene su
encanto, pero soy una chica práctica. - Sonrió Debbie quien, tras colocarse
bien ese uniforme prestado, sonrió una vez más, recogió su largo cabello moreno
en una coleta y dijo. - Vamos…
Y Kerria la siguió. Charlaron un poco hasta que
entraron en el aula sentándose en sus respectivos lugares. Luego apenas se
vieron ese día, dado que Kerria tenía su grupo de amigos y conocidos. Sin embargo,
desde entonces las dos comenzaron a quedar para verse fuera de las clases. Lo cierto
es que sus amigas comenzaron a decirle que no se juntase mucho con esa chica. Que,
si parecía un bicho raro, o que le traería problemas. A lo que invariablemente ella
les respondía que no era mala en absoluto y que no se dejasen llevar por las
apariencias. Aunque, fuera del trato que tenía con la propia Kerria, Debbie no
solía hablar mucho con el resto. Y ella se dio cuenta de que esa muchacha era
alguien con la que podía salir, saltarse algunas clases y dedicarse a otras
cosas más interesantes. Realmente se sentía algo confusa. Kerria tampoco
encajaba mucho con los estándares de su colegio y en bastantes ocasiones ni tan
siquiera en los de sus mejores amigas y tenía la necesidad de aclarar sus ideas.
Pero, eso sí, siempre que estaba con su hermano se sentía segura.
-De hecho, sé que muchas de las chicas que me
saludan y son amables conmigo, sobre todo las mayores, lo único que quieren es
que les presente a Leval. - Se decía no sin resignación. -
No obstante, no podía contar con él para expresar lo
que le rondaba por la cabeza. Por muy buen chico que fuera, estaba convencida
de que no podría comprenderla. No era culpa suya, sencillamente era un hombre.
Sería como contárselo a una estatua, y hablando de objetos decorativos. La
joven dudaba que Lorna, que era una de las animadoras, cuya hueca cabeza sabía únicamente
de modas, cotilleos y diversión, pudiera complacer los anhelos de su hermano.
Seguramente saldría con él porque era el mejor atleta del instituto y todas las
muchachas se lo rifaban. Pero ¡para que desilusionarle con la triste verdad! Ya
lo averiguaría tarde o temprano.
-Bueno, ya tengo hambre. - Comentó el muchacho sacándola
de aquellas reflexiones. -
-Tú siempre tienes hambre. ¡Tu barriga sí que es un
agujero negro de esos de los que tanto hablas! - Le respondió su hermana casi
con tono acusador, pero, sin embargo, divertido. – ¡No tiene fin!…
- ¡Sí!-
admitió jocosamente él llevándose una mano al cogote y haciendo reír a
su interlocutora.- Voy a tratar al menos de llenarlo durante un rato…
Desde
luego Leval iba contento, después de todo Lorna había aceptado sin poner
ninguna pega. O podría ser que lo esperase. El muchacho no ignoraba que aquella
chica le había dirigido muchas miradas escrutadoras en los partidos de
baloncesto o en natación. Y que se mantenía a corta distancia observando si él
cedía o no a la insistencia de otras muchachas. Pero a él ninguna de las demás
le interesaba demasiado. O eran de la edad de su hermana. (Niñas solamente
pendientes de hablar de éste o aquel actor o cantante de moda y de tratar de
entrar en las discotecas excesivamente maquilladas.) O únicamente pretendían
presumir de haber salido con él. Y ya se lo decía su padre empleando uno de sus
símiles deportivos. Guárdate de esas, solamente te usarán para contabilizar un
trofeo más en sus vitrinas. Aunque con Lorna estaba seguro de que la cosa iba a
ser diferente. Y absortos cada uno en sus pensamientos los hermanos llegaron a
casa. Leval subió a su habitación tranquilamente pero cuando Kerria iba a hacer
lo mismo, su padre la llamó. Éste esperaba en el salón junto con su madre que
trataba de apaciguarle.
-Tranquilo, no saques las cosas de quicio. Debemos
tener serenidad para afrontar esto. - Le pedía ella con inquietud. -
-Es que esta vez ha ido demasiado lejos. - Respondía
él bastante irritado. - ¡Me va a oír!
-Por favor, no seas demasiado duro con ella. - Le
pidió Beruche preocupada y con más conocimiento de causa en virtud de su propia
experiencia como educadora. - Sólo es una niña y está en una etapa difícil. Chillarle
no ayudará.
- Tienes razón. Vale. Trataré de hacerle comprender
que no puede seguir con esa actitud. - Añadió Roy más calmado. -
En
eso llegó Kerria que, tras haber subido a dejar sus libros, bajaba de su
cuarto.
- ¿Sí? ¿Qué quieres, papá? - preguntó realmente sin
comprender. -
- ¡Esto es lo que quiero! - Le respondió su progenitor.
-
Y lo hizo no tan contenidamente con hubiese debido,
exhibiendo los papeles en su mano derecha lo que produjo en la chica un
involuntario respingo de sorpresa y la subsiguiente sensación de que podía ir
preparándose para una buena, más cuando su padre exigió.
- Nos vas a explicar a tu madre y a mí ahora mismo
que significa todo esto y esta vez no quiero que me des excusas de ningún tipo.
-Así es, hija. - Convino Beruche con gesto serio-
esto es muy grave y tú lo sabes. Te has saltado varias clases, que está mal,
aunque aún podría tener un pase. Pero lo que es peor, también has falsificado
justificantes de ausencia con nuestras firmas. ¡Y eso sí que es imperdonable!
-Mamá, papá. - Respondió ella que parecía sorprendida,
aunque en realidad trataba desesperadamente de hilar algún tipo de excusa.
Desde luego que no había pensado que eso pudiera descubrirse. - Sólo han sido
tres clases de álgebra y por que tenía que hacer un trabajo de ciencias. En
cuanto al francés lo odio y tú, papá, me contaste que cuando no aguantabas una
clase en la universidad no ibas.
-Mira, hija - contestó Roy tratando de tener
paciencia y maldiciéndose por haberle confiado a la niña semejantes sucesos de
su juventud. - La universidad es una cosa y el colegio o el instituto otra muy
distinta. Yo nunca ¿me oyes?, jamás falté a clase en mis días de colegio. Eso
era diferente y si alguna vez no fui a la universidad fue por causas justificadas.
Tu madre te lo podrá decir.
La
aludida decidió no comentar algunas de las historias que su esposo le contara
que tuvo antes de que ella y Cooan llegasen a la Golden. Se iba de fiestas y
luego estaba atontado por las mañanas, pero cuando Bertie le conoció no hacía
eso ya. Bueno, apenas. La mayor parte de las veces sólo faltaba cuando tuvo que
vérselas contra demonios y claro en la ocasión en la que estuvo controlado por
Armagedón o la trágica vez que fue muerto por aquel otro terrible diablo. Y eso
evidentemente no podía desvelarlo.
-Tu padre tiene toda la razón, Kerria. - Corroboró diplomáticamente
Bertie con tono más pausado -, no debiste hacer eso. No está nada bien, y es un
precedente muy malo. No solamente para ti, sino para la reputación de toda
nuestra familia. Nos pones en entredicho.
La
chica se vio completamente desarmada y atrapada por la evidencia. Ante eso era
inútil, por no decir contraproducente, tratar de negar nada y plantar batalla.
Se rindió de modo incondicional. Haría como en los juicios, admitir la culpa en
espera de una sentencia benévola. Así que desvió la mirada y entonó una disculpa
llena de pesar, apelando a la misericordia paterna.
-Tenéis razón, no pensé en eso. Lo siento mucho. No
lo volveré a hacer.
-Eso está bien. - Dijo Roy con aprobación - (Buena
señal sin duda, hasta que añadió) - Es importante que reconozcas que te has
equivocado. Pero, lamentándolo mucho, estarás castigada toda esta semana sin
salir.
Había
caído el mazo y el caso estaba cerrado, ahora tocaba la apelación.
-Papá, por favor- le pidió la chica con una muda
súplica en sus ojos y voz lastimera. - Había quedado con mis amigas.
-Lo siento. - Replicó su interlocutor de modo
inflexible - debiste pensártelo antes. Así que, en lo sucesivo, confío en que
serás más juiciosa. - Y dicho eso se
marchó del salón. -
La cabizbaja
Kerria trató de buscar algo de benevolencia en su madre.
-Por favor, mamá, dile a papá que no me castigue. ¡Hoy
no! Había quedado para salir, ...
-No puedo hacer nada, hija. Tu padre tiene razón y
todavía creo que ha sido muy blando contigo. ¿Es que no sabes lo que has hecho?
- Le recriminó Beruche ahora con más suavidad. -
-Sí mamá, pero ya he dicho que lo sentía. - Respondió
la joven con un balbuceo, a punto de llorar, tampoco pensaba que fuese para
tanto y así lo dijo. – ¡Pero si solamente han sido un par de pases!…
Aunque
su madre movió la cabeza y tomó la palabra, para declarar con paciente
resignación.
-No, hija, quizás lo sabes, pero aún no lo entiendes.
Falsificar pases es ilegal, te podrían expulsar del instituto por eso. Y
constaría para siempre en tu expediente académico. Te cerraría muchas puertas
en el futuro. Da gracias a que he sido yo, y no tu profesora, ni el director, quien
lo ha descubierto.
La chica asintió completamente derrotada, se dispuso
a subir a su cuarto aceptando el castigo. Sin embargo, su madre aún no había
terminado y la detuvo, preguntándola con la preocupación reflejada en su rostro.
-
-Hija, tu padre es un hombre y a él puedes ocultarle
muchas cosas tras esas lágrimas, pero yo soy mujer y soy tu madre, sé que hay
algo más que no nos has dicho. ¿Por qué has faltado tanto a clase?
Kerria
sentía como los escrutadores ojos de su madre le sacarían la verdad. Se negaba
a enfrentarse a ellos hasta que Beruche reclamó su atención con un tono más
apremiante y severo.
- ¡Kerria Lorein Malden! - Bertie siempre la llamaba
por su nombre completo cuando estaba disgustada con ella o quería mostrarse más
seria, sin perder nunca aquel aplomo que era realmente lo que su hija más temía.
- Mírame cuando te hablo y responde.
-Yo, es que bueno...he conocido a alguien. - Pudo
decir la chica con un dubitativo tono de voz. -
- ¡Oh, hija!, no me digas que has estado con un
chico. No habrás hecho nada de lo que debas arrepentirte, ¿verdad? - Inquirió
su interlocutora, ahora visiblemente alarmada. -
- ¡Oh no!, mamá te aseguro que no es eso. - Le
prometió Kerria que en verdad podía jurarlo categóricamente. - No he hecho nada
malo con ningún chico, de veras.
Beruche
suspiró aliviada y le dijo a su hija en tono más conciliador.
-Todas nos enamoramos y hacemos tonterías, ya te lo
he dicho más de una vez. Pero, por favor, no dejes que eso interfiera en tus estudios.
- Y remachó volviendo a su comprensivo y conciliatorio tono habitual. - Anda,
sube a tu habitación y cámbiate para cenar. Ya sabes que tu padre se enfada
enseguida pero que también olvida pronto. Pórtate bien de ahora en adelante y ya
veremos.
La
chica subió a su cuarto más reconfortada por eso, se encontró en las escaleras
con Leval, eso le dio esperanzas.
- ¿Qué ha pasado, Ky? - Le preguntó él que la miraba
extrañado. - Papá ha subido muy enfadado.
-Me han castigado, Leval- le contó ella muy afectada,
recurriendo al único abogado que le quedaba. - Si tú pudieras hablar con papá y
mamá, para convencerles de que me perdonen.
No
sería la primera vez que su hermano mediaba por ella cuando cometía alguna
trastada. De ordinario, esto lograba un efecto atenuante pues sus padres se
sentían orgullosos de que Leval apoyase así a su hermana menor. Era un gesto de
responsabilidad, otro más, por parte del chico y les inducía a ser más
clementes cuando éste les aseguraba que trataría de hablar con Kerria para que
se portase mejor. Aunque los años pasaban y ese truco cada vez era menos
rentable. Así se lo hizo ver a su hermana, sobre todo cuando sentenció.
-Has debido de hacer algo muy gordo para que papá se
ponga así. Esto no parece que sea igual a cuando pintabas en las cortinas, te
comías las galletas o llegabas media hora tarde de una fiesta. Ya tienes casi
quince años. - Suspiró Leval que meneaba
la cabeza. – Lo siento. Me temo que en esta ocasión no voy a poder ayudarte.
-Sí, es verdad. - Admitió Kerria que sabía que su
hermano de veras lo sentía tanto como ella. - Quizás sea pedirte demasiado esta
vez. - No obstante, le miró agradecida dándole un beso en la mejilla. - Hasta
la cena, - y sin más subió a su cuarto y cerró la puerta. -
Leval
bajó las escaleras y saludó a su madre. Beruche le miraba y sonreía, a
sabiendas del tipo de conversación que habría estado manteniendo con su hermana
pequeña, y sus sospechas se confirmaron cuando él le preguntó.
- ¿Que ha pasado con Ky, mamá? ¿Qué es lo que ha
hecho ahora?
-Estoy muy preocupada por tu hermana, Leval. - Le
confesó entonces su madre. - Me temo que está en una edad difícil y no nos
cuenta toda la verdad. ¿Tú no sabrás con quién se mueve en el instituto y lo
que hace?
-Mamá, yo soy dos años mayor y me muevo con otros compañeros.
- Explicó el chico como si aquello fuera realmente un muro infranqueable. –
Y prácticamente lo era dado que, pese a su buena relación
fraterna que mantenía con Kerria, en el instituto existían una serie de reglas
no escritas que todos respetaban, incluidos los hermanos, y una de ellas
consistía en que los de cursos superiores ignoraban a los pequeños, salvo por
motivos de ligue. Y aun esto era algo muy poco usual. De todos modos, con su
ánimo conciliador habitual, le prometió a su madre.
- Supongo que con sus amigas de clase. Pero
preguntaré, no te preocupes.
-Gracias hijo, así me quedo más tranquila. - Suspiró
Beruche realmente aliviada, aunque todavía añadió con algo de inquietud. -Pero
habla también con ella, por favor. Hazle ver que su comportamiento no está nada
bien, a ti te escucha más que a nosotros. - Y le contó someramente a Leval lo ocurrido.
-
El
muchacho se quedó atónito, agitó la mano suspirando. ¡Aquello era incluso peor
de lo que él se había imaginado! Desde luego no esperaba que su hermana hubiera
llegado a hacer algo así.
-Ahora comprendo el porqué papá estaba tan enfadado.
– Replicó reiterando su intención de charlar con Kerria a la primera
oportunidad y calmadas las aguas preguntó como solía hacer a esas horas. - ¿Qué
hay para cenar? Tengo hambre.
- ¡Ji, ji, ji! - Rio Beruche poniendo una mano sobre
el hombro izquierdo de su hijo, (que ya era tan alto como el mismo Roy), en
tanto ambos iban hacia la cocina para traer los platos a la mesa.- Eres igual
que tu padre, cielos. ¿Es que el apetito voraz que tenéis os viene de familia? –
El interpelado se encogió de hombros y los dos entraron en la cocina. -
Mientras
tanto, Kerria estaba sentada en la cama de su dormitorio acariciando uno de sus
peluches. Pensaba en que no había dicho la verdad a su madre, al menos no toda,
pero. ¿Cómo se lo tomarían? Sobre todo, su padre, si la supieran. Si ni
siquiera ella misma estaba segura del todo todavía. Pero si así fuera... ¿Qué
podría hacer? Y tampoco podía decirle nada a su hermano. No, lo mejor sería
callarse por el momento y sobre todo ser más cauta. Esperar acontecimientos. No
quería disgustar aún más a sus padres. A la hora de la cena bajó junto al resto
de la familia y estuvo en actitud muy sumisa y amable, ni Roy ni Beruche
quisieron volver a sacar el tema y Leval también guardó silencio...
-Bueno, ya es tarde, me voy a dormir. - Repuso la
chica un rato después de cenar.- Buenas noches.
Sus
padres respondieron deseándole que descansase a su vez y ella subió las
escaleras despacio. Su hermano no tardó en seguirla y alcanzarla ya en el piso
de arriba. Con un susurro le preguntó.
- ¿Tienes un momento antes de irte a dormir?
-Sí, claro. A decir verdad, no tengo mucho sueño. -
Suspiró ella. -
Pasaron
los dos a la habitación de Kerria. Su hermano sonrió. Tuvo que quitar un par de
peluches para sentarse en una silla que había frente a un mueble con espejo. Con
tono divertido quiso saber.
- ¿No me digas que todavía duermes con el señor
Skipi?
-Esas cosas no se le preguntan a una señorita,
forman parte de mi intimidad. - Sonrió ella.-
Aunque
Leval dejó de lado esa broma que había usado para romper el hielo y le desveló
con tintes preocupados.
-Mamá me ha contado lo que has hecho.
-Ya. - Suspiró largamente la jovencita. - Y supongo
que estarás de acuerdo con ella y con papá. Lo que hice no estuvo nada bien.
-Pues claro que no, Ky. Y tú lo sabes perfectamente.
- Declaró él, añadiendo entre decepcionado y sorprendido. - Nunca habías hecho
eso antes.
-Lo siento, Leval. No puedo decir otra cosa. - Se
defendió ella. -
-Es que es algo muy grave. Menos mal que ha sido mamá
quien lo ha descubierto y no el Señor Robins o el Señor Keane.
El
chico aludía al director del colegio y al jefe de estudios respectivamente. Keane
era algo más flexible, pero Robins tenía fama de ser muy estricto. Las consecuencias
para su hermana hubieran podido ser terribles y así se lo comentó.
-Ya, tenéis razón. Pero, aunque lo desearía, no puedo
deshacer lo que hice. - Afirmó Kerria con creciente malestar. -
-Bueno, tampoco te pido eso. Con que no lo vuelvas a
hacer es suficiente. - Repuso conciliatoriamente su hermano. -
-Al menos tú no me castigas. Gracias. - Comentó su
interlocutora con un poso de ironía. -
- ¡Venga ya, Ky! - Repuso Leval algo más enfadado ahora.
- Si únicamente te han castigado una semana ya te puedes dar por contenta.
Imagínate que la madrina Ami se enterase.
La mención
a su querida madrina hizo que Kerria se abochornase. Ella idolatraba a su
madrina. Bajó la cabeza con genuina vergüenza. Ya le dolía haber decepcionado a
sus padres e incluso a su hermano, pero únicamente de pensar que esa estupenda
mujer que les visitaba de tarde en tarde y que ayudó a su madre a traerla al
mundo supiera aquello la horrorizaba. De siempre quiso parecerse a ella. Quizás
por el cariño que sentía desde niña cuando estaba a su lado, e incluso todavía
más, por las veces que había visto a sus padres con ella. La mirada de respeto
y afecto que ellos le dedicaban era algo que Kerria jamás les había observado
dirigir a otras personas. Unido a eso, la doctora Mizuno tenía una gran
reputación y prestigio en el mundo de la medicina. La muchacha se sonrió un
poco ahora con nostalgia, recordando como, de cría, llegó a desear hacerse
doctora también. Bueno, igualmente quiso haber sido princesa de cuento de
hadas, bailarina como su prima Idina y hasta piloto como su hermano.
- ¿De qué te ríes? - Se extrañó Leval. -
- De las cosas que pensaba cuando era pequeña. - Le
respondió sinceramente su interlocutora. - Parece que todo lo que deseaba ser eran
únicamente sueños tontos…
Su
hermano se levantó de la silla y se aproximó a ella posando una mano sobre el
hombro derecho de la chica para decirle animosamente con un poco de humor también.
-No pienses así. Tú eres inteligente y muy buena
chica. Y también algo guapa.
-Gracias. - Pudo sonreír la aludida quien sin
embargo matizó con fingido enfado. - ¿Cómo que algo guapa?
-Vale. Guapa del todo. ¡Aunque no quieras salir con
mi amigo Ryan! - Se rio ahora Leval, añadiendo divertido. - A ver si lo
adivino, se le ha adelantado nuestro vecinito ¿A que sí?
Kerria
le miró entre perpleja y algo colorada ahora. Su hermano se refería al chico
que vivía apenas a unos cincuenta metros de su chalé. Llegó el año pasado a la
urbanización. Y era realmente muy amable y también guapo. Lo cierto es que se
hicieron amigos enseguida.
- ¿Brian? ¡Oh vamos, no digas tonterías! - Pudo musitar
todavía avergonzada.-
- ¡Tu carita te delata, cara de patata! - Se rio Leval,
recordando una broma que le decía siendo pequeños y que siempre hacía rabiar a
su hermana. -
- ¡Vete por ahí! - pudo replicar la aludida con una
media sonrisa. - ¡Lo que me faltaba por oír!
El
chico asintió, y tras darle un beso en la frente añadió con tono afectuoso.
-Anda, duerme y descansa. Que mañana será otro día. Seguro
que papá y mamá te perdonan enseguida.
-Sí, eso espero. Gracias Leval. -Contestó la muchacha.
-
El
joven se marchó dejándola a solas en su cuarto. Kerria se sentó sobre la cama y
volvió a suspirar. Al menos, su hermano la apoyaba siempre, pese a esas bromas
que se gastaban. Aunque algo la torturaba causándole una zozobra difícilmente soportable.
¿Seguiría Leval de su parte si supiese la verdad?
-Mejor no arriesgarme a eso. - Se dijo con temor y tristeza.
- Intentaré tener cuidado. Mi hermano en realidad es un ingenuo, y no tiene ni
idea. Pero prefiero que piense lo que me ha dicho a que él pudiera averiguar…
Y no quiso seguir dándole vueltas a eso. Se puso el
pijama y se acostó. En una cosa tenía toda la razón Leval, mañana sería otro día.
Amatista por su parte y tras la trifulca organizada, había logrado su objetivo,
planeaba con mucha ilusión ser la vocalista del grupo. A decir verdad, ella se
sentía muy atraída y hasta se había enamorado de François, el atractivo guitarra,
que además era el líder de la banda. La joven pensaba que de ser ella la cantante
podría salir con él. Y es que ese individuo era un chico con cierto aire de
misterio que no cumplía el precepto de ser o demasiado machista para aceptar
salir con una muchacha como ella o demasiado baboso como para estar detrás de
sexo fácil. Y sobre todo parecía que siempre tenía algo interesante o que se
guardaba algún tipo de secreto que pudiera darle un as en la manga. Era amable
con casi todo el mundo, a decir verdad, encantador, pero sin llegar a ser
empalagoso, e iba a su aire. Por resumir en opinión de ella, era un espíritu
libre. No le gustaba subordinarse a las normas, igual que la propia Amatista. Y
la chica pensaba que era su tipo ideal. No era malo haciendo deporte, aunque
tampoco parecía estar interesado en competir hasta el límite. Ni le preocupaba
que ella lo hiciera. En suma, la respetaba por lo que era y hacía, sin intentar
cambiarla ni modelarla a su imagen y para la muchacha eso era ser maduro. Aparte
de que ese chico se movía ya por los lugares de ambiente nocturno y artístico de
París y gracias a eso consiguió un local para ensayar, pero no se dio ninguna
importancia por ello. La chica no pudo evitar sentirse impresionada por este
bohemio individuo, solamente un año mayor que ella. Ciertamente y bajo esa
fachada de dureza y seguridad en sí misma, Amatista era todavía muy inexperta en
relaciones de algún calado. Había salido con muchachos que eran como críos
cuando les comparaba con François. Y con la edad que ella tenía ya buscaba algo
más. Solamente debía lograr su propósito
de entrar en la banda y lo había hecho. Y para ello se aplicó. Después de unos
días de comportamiento ejemplar sus padres se fueron calmando. Esmeralda no
tuvo más remedio que conceder este capricho de su hija, aunque no le hacía
ninguna gracia. Diamante, por su parte, recibió una carta de la empresa para la
que trabajaba, la Masters Corporation. En ella le comunicaban formalmente una
buena oferta, caso de que quisiera trasladarse a trabajar en EE. UU. Le daban
dos meses de plazo para contestar, en el supuesto de aceptar trabajaría en la
sede de Nueva York. Enseguida se lo dijo a Esmeralda que le respondió
entusiasmada con la idea.
-Entonces estaríamos muy cerca de Roy y de Bertie,
¿verdad? ¡Estupendo, hace tanto que no los
vemos!
-Incluso podríamos vivir en su misma urbanización. -
Afirmó él, visiblemente ilusionado también. - Masters me dice que pese al
precio de esos chalets eso no sería problema.
- ¡Este Ian! - Sonrió Esmeralda sentenciando con una
no disimulada admiración. - Lo que él no consiga.
Al
oír aquello Diamante puso cara de circunstancias y su esposa se percató de
ello.
-Pero cariño. - Le preguntó ella visiblemente divertida.
- ¿Han pasado más de quince años de aquello y todavía estás molesto con él?
-No, no estoy molesto con él. - Repuso el
interpelado añadiendo a la defensiva aunque con un tono más templado -, pero me
fastidia que te creas que es un Dios. Lo único que ocurre es que tiene
muchísimo dinero, eso es todo.
- ¡Ja, ja, ja! - Rio su esposa que le corrigió
jocosamente. - Muchísimo no, ¡lo tiene todo! Además, en el fondo le aprecias
mucho.
- No es tan mal tipo como parece. – Hubo de conceder
el príncipe con tono más desenfadado. -
-Anda cariño. ¿Hasta cuándo vas a portarte como un
crio celoso cada vez que sale su nombre a relucir?
-Bueno…hasta que deje de mirarte cómo te mira el muy
sinvergüenza. - Sonrió su esposo, que dijo esto, aunque con total jovialidad
esta vez. - ¿Qué se habrá creído? ...eres mi chica.
-No temas - le susurró su contertulia con voz
melosa. - Para mí, el único hombre de mi vida eres tú, tonto.
-Ya lo sé. - Se sonrió él no sin malicia. - Y ahora
me lo vas a demostrar…
-Oye- replicó su esposa en cuanto le vio acercarse
con ciertas intenciones. - Que la niña estará al llegar…
-Pues nos esconderemos. - Repuso él agarrándola por
la cintura y elevándola. - Así no nos verá…
Esmeralda
le besó y ambos se abrazaron tirándose al sofá. Eran ya pocas las ocasiones en
las que podían permitirse jugar a ese tipo de cosas. Justo entonces llegaba
Amatista que al escuchar alguna que otra risa, se asomó por el resquicio de la
puerta y se sonrió, celebraba que sus padres estuvieran de buen humor.
- ¡Vaya! Será mejor no interrumpir. - Se dijo la joven,
dejándoles enfrascados en sus cosas.-
En
la otra parte del mundo, el hermano y la cuñada del atareado príncipe tenían
sus propias situaciones familiares. Zafiro trabajaba para el mismo magnate que
Diamante. Él, como ingeniero, se pasaba largas horas diseñando nuevos sistemas
de propulsión y energía. Desde luego la ciencia y tecnología que recordaba del
siglo treinta le eran de inestimable ayuda. Cuando le sobraba algo de tiempo ayudaba
a su esposa en la tienda. Sin embargo, pese al trabajo, siempre estaba
dispuesto a asumir su parte en la crianza de sus hijos. Petz entre tanto se
había convertido en una dinámica mujer de negocios. Lleva sus establecimientos
con gran firmeza y pericia. Gracias a eso Otafukuya tuvo un gran éxito en
Tokio. Tanto que pudo abrir un par de tiendas más en la ciudad y proyectaba con
ilusión expandirse a Osaka o Kobe. Pero también estaba muy absorbida por su
faceta de madre. Con su hijo mayor Coraíon no tenía grandes problemas. Sin
embargo, el pequeño, Granate, era otra historia. Todavía recordaba aquella
trastada que éste, años atrás, hizo en la tienda de Makoto, que era la madrina
de ambos niños. Las dos tomaban un café y un poco de tarta en el local de la ex
sailor.
-Este crio, es un terremoto, no sé a quién habrá
podido salir. - Decía la atribulada
madre en unas de esas raras ocasiones que tenía tiempo para reunirse con su amiga.
- ¡Es que no lo comprendo! Ni a mí, ni a su padre, desde luego.
- ¡Bueno! -
se rio Makoto recordando a su vez aquello. - Era un niño entonces, el pobre no
lo hizo con mala intención. -
-Le habría estrangulado si no llegas a estar tú. -
Rio también su interlocutora cuando rememoró aquella situación. - Mira que me
hizo pasar vergüenza…Se pasa la vida metiéndose en problemas.
-Es verdad que tu hijo tiene facilidad para meterse
en líos. Pero no lo hace de mala fe. Es un muchacho encantador. - Afirmó su
amiga, remachando con patente cariño. - Sabe ganarse a las personas. Al menos
lo que hizo fue con buena intención.
La
antes guerrera Júpiter recordaba, llevaba varios años dedicada a una vida civil
tranquila, como el resto de sus compañeras sailors. Montó aquel negocio ayudada
por Petz y Zafiro entre otros. Tuvo suerte y un espacioso y luminoso local
estaba disponible. La muchacha lo decoró con gran gusto y ocupó parte de él a
hacer arreglos florales. Y la otra mitad aproximadamente le sirvió para montar
una pequeña cafetería. Los clientes que llegaban allí, para comprar flores y
decoración vegetal, se sorprendían muy agradablemente cuando la dueña les
obsequiaba con un té o les ofrecía degustación de tartas. Lo llamó precisamente
Flowers and Flavours. Aunque en el rótulo rezaba Flawours por cierto despiste
que Usagi tuvo al ocuparse ella de darle las instrucciones al diseñador del
letrero. Al fin, tras las consabidas burlas de Rei y las risotadas de Minako,
seguidas por el azoramiento y la mediación de Ami, cuando Usagi y la
sacerdotisa iban como casi siempre a tirarse de los pelos, Makoto puso paz comentando
que, de ese modo, sería todavía más exclusivo.
-Pues no ha sido mala idea. Bien mirado impactará más
para la publicidad. - Aseguró con su espíritu afable y generoso de siempre. -
Y ayudas para eso de la promoción tampoco le
faltaron. La tienda de Otafukuya también repartía folletos aconsejando visitar
el lugar. No pasó mucho tiempo antes de que Makoto tuviese que ampliar el
negocio. Adquirió otro local y agrandó la cafetería. Incluso las amazonas y
Chibiusa. (Ésta última por mandato de su madre) se pasaron por allí y
trabajaron por horas cuando no estaban con sus obligaciones de guerreras. Después,
la propietaria tuvo que contratar un par de empleadas. Por si fuera poco, su amiga
Minako Aino, famosísima artista ya por entonces, publicitó el sitio. Lo mismo
que hizo Esmeralda cuando iba a Japón por motivos de trabajo. A consecuencia de
eso, siempre había lleno. La gente estaba encantada y las cosas no le podían ir
mejor a la emprendedora.
-Lo cierto es que no puedo quejarme. Aunque tenga
tanto trabajo. - Se decía la muchacha en tanto rememoraba aquella épica
trastada de su ahijado.-
Una de tantas tardes, teniendo Granate unos nueve o
diez años, su madre le fue a buscar al colegio y se acercó con él por la tienda
de su amiga. Coraíon estaba en sus clases extraescolares pero su hermano menor
aún era joven para eso. De modo que Petz pensó que podrían pasarse a saludar a
Mako-chan. Como no podía ser de otra manera, la cafetería estaba llena. No
obstante, Makoto los vio venir y les hizo pasar a su despacho. Allí tenía
también unas sillas y una mesa y podía comunicarse con la cocina y la zona
donde se guardaba la repostería recién hecha.
Las dos amigas se pusieron a charlar animadamente en tanto el crío, algo
aburrido de esas conversaciones de mayores, decidió explorar por su cuenta. Oyó
eso sí, decir a su madrina que habría que sacar más dulces a la sala de la
cafetería. Sin embargo, las empleadas estaban ocupadas. Sin pensarlo dos veces
se metió en el almacén, donde vio varias torres de tartas apiladas.
- ¡Qué guay! – Pensó observando hacia arriba. - Les
echaré una mano y también le voy a traer una a “Makoina” para que nos la
comamos con mamá.
Aquel
era el apelativo cariñoso que usaba para referirse a ella. Siendo muy pequeño
no era capaz de pronunciar todo el nombre de Makoto, y la palabra madrina
también se le resistía. Hizo lo natural en los críos de corta edad, deformó las
palabras y las unió. Ahora ya, tras tanto tiempo, la llamaba así de modo
totalmente natural. Por supuesto que él deseaba darle una sorpresa a su madre y
a Makoina por lo que, tratando de no ser visto, se metió tras una alta columna
que apilaba varias de esas tartas. Como no llegaba a la de arriba tuvo una
genial (al menos eso creyó desde su punto de vista) idea. Se subiría a una
silla que había allí y ya está. El único problema fue que, al acercar la silla
golpeó esa columna de tartas y para su horror ésta se desplomó con todo su
contenido. Eso sí, él corrió a tratar de sujetarla, pero fue en vano. Varios de
esos pasteles se separaron y algunos impactaron en él, recubriéndole por
completo de nata, fresa, chocolate y algún que otro sabor más. El crio pensó
que, dentro de lo malo, ser aplastado por una pila de tartas no era tan terrible.
Lo que sí fue bastante embarazoso fue el estruendo que provocó y el ver, desde
el suelo, las largas piernas de su madrina y, según dirigía la vista hacia
arriba, el cuerpo de ésta, coronado por la expresión de asombro y contrariedad
en su rostro.
- ¡Granate! ¿Qué ha pasado?...
-Creo que ha sido un alud, Makoina. - Pudo decir,
recordando esa palabra de sus clases de esquiar. - Avalancha de tartas…
Makoto
solamente podía mover desaprobatoriamente la cabeza realmente sobrepasada por
aquello. Aunque fue peor cuando Petz se unió a ella, brazos en jarras y mirada
furibunda, le espetó al niño sin apenas poder contener su enfado.
- ¿Pero se puede saber que has hecho ahora?
-Me he manchado un poco. - Pudo replicar el
interpelado con un hilo de voz. -
- ¿Estás bien? - Se interesó Makoto más preocupada
ahora por la integridad de su ahijado, tratando de ayudarle a levantar. -
-Sí, las tartas eran blanditas. - Sonrió ahora el crío.
-
Pero
dejó de hacerlo en cuanto su furiosa madre le agarró de la oreja derecha
haciéndole ver las estrellas para terminar de ponerle en pie.
- ¿Te das cuenta de la que has liado? Esas tartas
eran el trabajo de tu madrina. ¡Le has arruinado un día entero! Y te quedas tan
contento. ¿A qué esperas para pedirle perdón?
- ¡Auu, mamá! - Fue lo único que el niño pudo
replicar, hasta que su madre soltó ese férreo agarre a ruegos de su amiga. -
Visiblemente
compungido bajó la cabeza y musitó, casi entre sollozos.
-Lo siento, Makoina. Fue sin querer, yo sólo quería
bajar unas tartas para ayudar a las camareras y que pudierais merendar.
-No te preocupes, cariño. - Le sonrió su
interlocutora, enternecida por el pesar del crio, que sabía sincero. - No pasa
nada.
- ¡Oh, Dios mío! No sé qué decir. - Terció la
abochornada Petz que ya se disponía a comenzar con la limpieza de todo aquel desastre
en tanto aseguraba. - Te ayudaré con todo esto y te pagaremos los daños. ¡Qué
digo te pagaremos! Este gamberro te los pagará, ¡aunque se quede sin asignación
durante un año! Granate. - Añadió con patente enojo. - Ve a buscar una fregona
y un recogedor. - No vas a salir de aquí hasta que limpies todo esto.
Con
lágrimas en los ojos el crío obedeció. Makoto entre tanto trataba de apaciguar a
su amiga con tintes más suaves y conciliatorios en su voz.
- ¡Déjale mujer! Es sólo un niño. No lo hizo a
propósito. Fue un accidente. Mira, puedo limpiarlo yo misma.
Pero
su interlocutora negó vehementemente con la cabeza y rebatió, aunque ya con un
tono más tranquilo.
-Tiene que aprender a ser responsable. No puede
pasarse la vida haciendo travesuras o cometiendo errores sin afrontar las
consecuencias. De lo contrario se malcriará. Sé que piensas que soy muy dura
con él, pero creo que es lo mejor. Algún día, cuando sea mayor, lo agradecerá.
- Sentenció decididamente. -
-Tú eres su madre. - Suspiró su amiga sabiendo que
en ese tema cualquiera le discutía nada a Petz. - Haz lo que creas mejor.
Y
el niño reapareció con los útiles requeridos y guiado, a la par que ayudado por
Petz, limpió aquello. Pero la cosa no quedó ahí. Cuando acabaron y finalmente
se marcharon, Granate estuvo castigado una semana. Su hermano Cory, como él le
llamaba, le comentó con preocupación.
- ¡Sí que las has liado bien gorda esta vez! Mamá
está enfadadísima.
- ¡Jo!… me va a castigar para toda la vida. - Se
lamentaba su interlocutor. -
No
obstante, su hermano mayor le sonrió animosamente y le dijo.
-No te preocupes. Se me ha ocurrido un plan…
Pasó a explicárselo a Granate que asintió encantado.
Seguro que funcionaría. De modo que al poco de terminar su “condena” de arresto
domiciliario él mismo junto a su hermano fueron a la tienda de su madrina,
pertrechados con un paquete. Justo era la hora de abrir por la tarde y no había
todavía clientes. Makoto los vio llegar y sonrió.
- ¡Coraíon! ¡Granate! Habéis salido pronto del
colegio.
- Venimos a darte esto. - Le contestó el mayor de
los dos, en tanto el pequeño le entregaba ese misterioso objeto. - Esperamos
que sea suficiente.
- ¿Es para mí? ¿Qué es? - Quiso saber su madrina. -
- ¡Ábrelo! - Le pidió Granate con visible entusiasmo.
- ¡Ábrelo, Makoina!
La sorprendida Makoto no se hizo de rogar, desenredó
aquel tosco papel que mal envolvía esa extraña forma y descubrió perpleja que
se trataba de un cerdito con una ranura en el lomo. Pesaba bastante y al moverlo
se escuchaba un sordo tintineo. Debía de tener bastantes monedas en su
interior.
- ¡Pero! ¿Qué significa esto? - Inquirió la joven mirándolos
alternativamente con asombro. -
-Es una internización.- Declaró el pequeño de los
Lassart con solemnidad.-
-Granate quiere decir que es una indemnización, - corrigió
su apurado hermano, que pasó a aclarar. - Por lo de las tartas del otro día.
Su
interlocutora sonrió conmovida a los dos críos. Estaba claro que mucho dinero
no habría, pero era el detalle lo que contaba, más cuando Granate le desveló.
-Cory me ha dejado sus ahorros, los hemos juntado
con los míos en esta hucha que es súper grande. Así no perderás tu dinero por
las tartas.
-Venid aquí los dos. - Les pidió una enternecida
Makoto agachándose para abrazar a los dos niños en tanto les respondía
devolviéndoles esa hucha. - No hace falta, de verdad. Os lo agradezco mucho.
Sois muy buenos chicos. Pero eso ya está olvidado. Será mejor que retornéis esto
a vuestra casa y sigáis ahorrando para el futuro. Ahora, lo que vamos a hacer es
comernos un trozo de pastel.
- ¿De verdad? - Exclamó Granate con visible contento.
-
- ¡Qué bien! – Convino Coraíon del mismo modo. -
-Sí, pero antes llamaremos a vuestra casa para que
lo sepa mamá. - Les dijo Makoto a la par que agregaba divertida guiñando un ojo
a sus sonrientes ahijados. - Y esta vez seré yo la que vaya a por la tarta. ¿De
acuerdo?
Entre
las exclamaciones de júbilo de los chiquillos la risueña madrina no tardó en
informar a Petz, ésta no pudo sentirse más orgullosa de ambos chicos. Estaba claro
que su hijo menor era un gamberrete, pero no actuaba con maldad. Y lo que era
mucho más importante, luego demostraba tener muy buen corazón. En cuanto a
Coraíon era también un niño excelente. Sin ser culpable de nada se apresuró a
ayudar a su hermano. Por supuesto que autorizó que los dos se quedasen a merendar
con su madrina. Se lo habían ganado. Cuando Zafiro llegó del trabajo le contó a
su vez lo ocurrido. Éste se rio.
- ¡Hay que ver, como son nuestros hijos! - Pudo
decir para recordar con patente nostalgia.- Como mi hermano Diamante y yo
siendo niños. Él siempre me protegía, estaba pendiente de mí y me cuidaba…
-Sí, se quieren mucho. - Convino su esposa con
patente alegría. - Eso es lo principal para unos hermanos.
Y a
la vuelta de la cafetería los dos niños fueron abrazados por su madre.
-Coraíon. - Le dijo a éste en tanto le acariciaba
las mejillas. - Has tenido un bonito gesto al prestarle tu dinero a tu hermano.
Pero que no se repita. Tienes que dejar que sea él quien solucione sus propios problemas.
Una cosa es ayudarle si lo necesita y otra intervenir demasiado cargando tú con
su responsabilidad. ¿Lo comprendes?
-Sí, mamá. - Pudo responder el muchacho, que, pese a
todo, no acababa de entender aquello demasiado bien. - Lo que tú digas…
Pero
su madre se percató y tras sonreírle con amplitud le susurró con tono dulce.
-Ya lo comprenderás…. Anda, ahora deja que hable con
tu hermano.
El
niño asintió marchándose a su cuarto. Tenía tareas que terminar. Petz se ocupó
de hablar con su otro hijo, al que también acarició ahora tiernamente.
-Granate. Has sido capaz de enmendar tu error, y
estoy orgullosa de ti por eso. Pero tienes que aprender a pensar primero las
cosas antes de hacerlas, para no causar molestias a los demás.
-Sí mami. - Musitó el niño todavía algo amedrentado
y confuso, dado que no sabía si eso era una felicitación u otra reprimenda. -
-Ven aquí. - Le pidió su interlocutora quien, de
rodillas, le abrazó afectuosamente para añadir. - A ti y a tu hermano os quiero
más que a nada en el mundo. Por eso tengo que educaros bien. Un día seréis
mayores y tendréis que tomar vuestras propias decisiones. Ser responsables y
ayudar a los demás. Para eso debéis aprender desde ahora a comportaros bien.
-Vale. Lo haré. - Comentó el pequeño asintiendo una
vez se separó de aquel abrazo maternal. -
Aunque yo no quiero diseñar cosas como papá y Cory. - Pudo añadir con
cierta prevención, manifestando. - Me gusta más conducirlas.
-Cariño. Eso está igual de bien. Si estudias mucho y
te portas como un chico responsable conseguirás todo lo que quieras. - Le
aseguró su madre con una sonrisa. - ¡Ya lo verás!
El
niño asintió sintiéndose mucho mejor y tras eso fue a su cuarto a terminar sus
deberes. Petz acabó de relatarle eso a su amiga y junto con Makoto reía
rememorando esos instantes. Aunque el tiempo pasaba con celeridad…
-Y ya son unos adolescentes. - Comentó la madre de
ambos chicos. - Pero Granate sigue liándolas bien gordas a veces. Y ahora
encima está de lo más vago. Se pasa el día tocando la batería o el
sintetizador… ¡hasta se los he tenido que prohibir para que estudie! - Suspiró
moviendo la cabeza con reprobación. - Ha salido a su padre por el gusto a ese
estruendoso instrumento.
-Y seguro que Coraíon continúa echándole una mano
para solucionar las cosas. - Añadió animosamente Makoto. - Desde luego, además
de su hermano, es su mejor amigo. Eso tiene que alegrarte.
-Eso es verdad - sonrió su interlocutora deseando. -
¡Aunque ojalá que algún día este hijo mío madure! Su hermano mayor no podrá
estar siempre para sacarle de los líos en los que se mete…Y nosotros tampoco,
¿verdad, amiga mía?
Su
interlocutora en eso le daba la razón. Después prosiguieron hablando de los
viejos tiempos. Así pasaban los años, todas las familias iban acumulando
numerosas peripecias vitales, afortunadamente sin que otro tipo de situaciones
ajenas a la cotidianeidad les molestasen. De vuelta en París sin ir más lejos,
la prima de esos dos chicos no podía esperar, contaba los minutos para comenzar
a cantar con su grupo y para ver a Françoise.
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