Amatista se dirigía como siempre tras terminar las
clases al local que ella y sus amigos tenían reservado para ensayar. La verdad,
el grupo no lo hacía nada mal y en eso tenía mucho que ver ella. Tal y como se
imaginó, con sus espléndidos quince años captaba la atención rápidamente y su
voz era también preciosa. Con unas canciones compuestas por los miembros del
grupo o cantando algunas otras de diferentes artistas, consiguieron hacerse con
un buen repertorio. Además, logró lo que quería, salir con François. Los dos
comenzaron una relación, al principio poco seria pero después parecía que las
cosas tomarían un cariz más importante. Llegó el gran momento en el chalé de su
novio, Amatista estaba decidida. Tendría su primera experiencia completa con ese
chico, ¿quién mejor que él? Era cariñoso, comprensivo y debía ser bastante
experto. Aunque siempre insistía en que jamás había tenido una chica tan
maravillosa como ella y ponía reparos en seguir adelante.
- ¿De veras estás decidida, Cherie? - Le susurraba
él al oído con prevención, en tanto acariciaba suavemente las mejillas de la
chica, descendiendo después por los brazos hasta la cintura. -
La
muchacha asintió sonriendo, pese a tratar de aparentar tranquilidad estaba
realmente bastante nerviosa, pero juzgaba llegado el momento. A su edad muchas
de sus compañeras se habían acostado ya con sus novios o con chicos que les
gustaban, hasta las más recatadas parecían haber tenido ya un lío.
Decididamente no podía quedarse atrás, y, sobre todo, tenía mucha curiosidad e incluso
ilusión por hacerlo con alguien como François. La mejor prueba de eso era que
el muchacho se preocupaba mucho de no hacerle daño ni de utilizarla. Así lo
confesó.
- Amatista, no deseo que esto suponga algo a lo que
te sientas obligada, créeme. Comprenderé que quieras disponer de tiempo. No me
gusta forzar las cosas, y menos tratándose de ti.
- Nadie me fuerza a nada. Hago lo que quiero hacer.
- Repuso ella con otro susurro uniendo acto seguido sus labios a los de él. -
Y
los dos rodaron por el sofá del cuarto del chico, abrazados mutuamente. Ella
sintió como el muchacho comenzaba a aflojarse su cinturón desprendiéndose
también de la camisa. Amatista hizo lo propio quitándose su camiseta y dejando
tan solo el sujetador como único retén a sus grandes, redondos y firmes pechos.
Aunque una mano diestra del chico ya los recorría arrancándole algún que otro
gemido y otra comenzaba a quitarle una prenda más íntima bajo su falda.
- ¡Oh, mon amour!
- Jadeaba él. Repitiendo con tono agitado. - Je t´aime beaucoup.
Un ruido seco, el girar de una llave se escuchó a
distancia y François, pálido, rompió la magia de aquel instante saltando como
un resorte del sofá.
- ¡Mierda! ¡Mis padres!
La
chica se quedó paralizada. Apenas pudo musitar, por fortuna su compañero estaba
más rápido de reflejos y le dio su camiseta indicándole a la par con un gesto
de sus manos.
- ¡Escóndete debajo de mi cama! Cuando pueda te haré
salir.
- ¿No sería mejor que me fuera ya?- Preguntó ella
visiblemente asustada de que pudieran encontrarla allí. -
- No, mi madre vendrá aquí para verme, es lo primero
que hace después de volver de viaje, ¡corre!, haz lo que te digo.
La
azorada muchacha obedeció, por fortuna la cama de su novio tenía unas patas de
considerable altura que las sustentaban y cabía bien bajo ella. Eso si, tuvo
que encogerse un poco de las piernas para evitar mover los flecos de la colcha
que la ocultarían de la vista. Y mientras se escondía pensó en que habría
querido decir él con eso de que su madre siempre hacía lo mismo.
-Será la costumbre que tiene, para saludar a François
al regresar a casa. - Dio por supuesto. -
Aunque lo dejó correr, no estaba la cosa para
perderse en disquisiciones. Respiraba muy nerviosa y realmente asustada. ¿Qué
pasaría si esa mujer la encontrase allí? No quería ni imaginar que la
descubriera, y llamase a su casa.
- ¡Qué vergüenza! Mis padres me matarían. Bueno,
quizás papá no, pero mamá…- Pensó con creciente desasosiego. - Sería capaz de
meterme en un internado de monjas. ¡Oh mon Dieu!
Quiso no
hacer ni el más mínimo ruido, tanto que ahora apenas se atrevía a respirar,
conteniendo el aliento. Solamente podía escuchar a François trastear con alguna
cosa, posiblemente preparando su coartada. Luego se le encogió el corazón pues
oyó como se abría la puerta del cuarto del chico y después sintió el sonido de
unos pasos, debían de ser tacones, a juzgar por el eco y una voz femenina se lo
confirmó.
- François, ya hemos llegado.
- ¡Qué alegría, mamá! Os he echado de menos. -
Exclamó él. -
- Por eso ni siquiera te has enterado de que
veníamos, ¿no? – Repuso su interlocutora. -
Amatista escuchó después una risa de mujer. Al menos
parecía estar contenta.
- Es que me has pillado… en medio del trabajo.
- Se excusó él. -
- Sigues con eso del grupo musical. - Se interesó la
voz de su madre. -
- No paro de escribir. - Afirmó él. -
- Bueno, pues te dejo con tus partituras. - Declaró
su interlocutora que añadió. - Pero sal pronto para saludar a tu padre.
- Sí mamá. – Convino obedientemente él y después
volvió a escucharse el ruido de la puerta que se cerraba. -
Al cabo de unos instantes se levantaron parte de los
faldones de la colcha, y Amatista escuchó la voz de François.
- Sal ahora. ¡Corre!
Y
mientras la muchacha salía ágilmente de su escondrijo y se vestía por completo
él le indicó.
- Mis padres estarán ahora en su habitación. Suelen
ir a cambiarse para darse una ducha después de sus viajes. Voy a mirar y, si es
así, les retendré lo bastante como para que salgas por la puerta principal.
Como su cuarto está al lado opuesto no te verán salir. Espera aquí a escuchar
mi señal. Cuando yo diga, “todo va estupendamente”.
- Entonces nos vemos mañana. - Respondió Amatista
tras asentir a las explicaciones. -
El chico apenas le respondió con un gesto y salió presuroso
de su cuarto. Ella aguardó aquellos tensos instantes con el corazón en la
tripa. Y al transcurso de un par de minutos escuchó la señal. Sin perder ni un
segundo salió como una flecha y cuando quiso darse cuenta ya estaba en la
calle. Todavía respiró durante unos instantes con fuertes tomas de aire para
relajar la tensión hasta que volvió a su casa. Todo esto sucedió la semana
anterior y aun no habían tenido una nueva ocasión. Aunque decidió tomárselo con calma. No quería
tener su primera experiencia de una manera apresurada. Además, en tres días comenzaban
los exámenes y tendrían que verse menos. De todos modos, invitó a François a su
propia casa y el muchacho pudo conocer a sus padres. Amatista creyó pensar que
les había caído bien. Su padre pareció satisfecho del chico si bien su madre no
hizo ningún comentario, se limitó a un desapasionado “No está mal”. Aunque
viniendo de ella eso era todo un cumplido. Y la muchacha ya estaba trazando
planes para poder escaparse durante unos días cuando acabasen las pruebas de ese
trimestre, quizás hacer una excursión de esas en grupito y así tener de nuevo
la ocasión para terminar lo que habían debido dejar a medias...Así pasaron los
siguientes días y las pruebas del Liceo. La joven ya pensaba en como pediría
permiso para salir...
-Cuando termine los exámenes podremos quedar. - Se
decía la esperanzada muchacha. - Espero que sus padres no nos sorprendan esta
vez. O quizás, si los míos no estuvieran en casa…
Sin embargo, todo esto se vio truncado por Diamante
que anunció a la familia su decisión final de ir a trabajar a Nueva York. Una
tarde cuando regresaba de su trabajo, celebró reunión familiar.
-Hola hija. - Saludó él tras dejar una tablet que
llevaba en la mano sobre una mesita cercana. -
-Hola papá. - Replicó ella que estaba sentada en el
salón, al parecer estudiando matemáticas. -
- ¿No está mamá? - Quiso saber su interlocutor. -
-No ha llegado todavía. Creo que tenía una reunión
en la central de la casa de modas. - Comentó la muchacha con tono despreocupado.
-
Su
padre asintió, creía recordar que Esmeralda le comentó algo así la noche
anterior antes de acostarse. De modo que, optando por reservar el tema que
deseaba tratar, le preguntó a la muchacha.
- ¿Estudiando?
-Sí, tenemos examen dentro de dos días. - Afirmó
ella que agregó con un suspiro resignado, sentenciando con desagrado. - ¡Y odio
las matemáticas!
- ¡Ja, ja!... A mí tampoco me gustaban demasiado a
tu edad. - Admitió su padre quien, no obstante, remarcó. - Pero son muy
necesarias, cariño. Bueno, voy a cambiarme…
La
muchacha asintió, una vez se marchó su padre sacó el móvil que tenía escondido
bajo sus libros, no tardó en enviar algunos WhatsApp a su novio. Se
intercambiaban algún que otro epíteto caliente y planeaban cuando repetir su
cita interrumpida. Entonces la joven oyó el ruido de la puerta al abrirse, era
su madre que volvía.
-Ya estoy en casa. - Sonó la voz de Esmeralda. -
Amatista
enseguida escondió el teléfono… Sería mejor que su madre no lo encontrase
cuando se suponía que estaba estudiando. Sonrió de inmediato cuando ésta hizo
acto de presencia en el comedor.
- ¿Qué tal llevas los estudios, chérie?...
–Preguntó la recién llegada. -
-Bien, mamá, papá acaba de llegar. - Comentó la joven.
-
Esmeralda
asintió y se encaminó a su dormitorio. Su marido coincidió con ella justo
cuando entraba. Tras darse un beso la diseñadora le preguntó.
- ¿Qué tal te ha ido? ¿Has tomado ya una decisión?
-Sí, estaba aguardando a que estuviéramos los tres juntos.
- Declaró Diamante. -
-Pues si me permites darme una ducha y cambiarme,
enseguida nos lo cuentas a tu hija y a mí. - Le pidió su esposa. -
Por
supuesto que él no tuvo objeción. Así, tras media hora y con todos los miembros
de la familia sentados en el sofá y los sillones del comedor, Diamante declaró.
-Tengo noticias. Como sabéis, me hicieron una oferta
hace algún tiempo. Ian quiere que sea su vicepresidente ejecutivo.
- ¡Eso es genial! ¡El padrino Ian confía mucho en
ti! - Celebró Amatista. - Satory siempre me lo ha dicho.
-Sí, hija mía. Y le pedí algún tiempo para pensármelo.
- Replicó su padre agregando. - Hace poco fue tu cumpleaños y no quise
perturbar el momento. Y no estaba tampoco muy seguro de qué hacer, pero a
principios de año, con lo que sucedió aquí…en París…
Madre e hija se miraron ahora con pesar. Recordaban muy bien ese terrible
atentado a la redacción de aquella revista satírica que costó tantas vidas. Una
vez más los fanáticos e intolerantes provocaban una masacre. Por su parte,
Esmeralda se sintió muy mal al hacer memoria de aquello. Se enteró estando en
Milán, como Dama del Viento no pudo hacer absolutamente nada. Y en cuanto a su
marido, él se indignó, llenándose de rabia. Sin embargo, el acuerdo suscrito a
nivel mundial tanto por su parte como por la de sus amigos, le prohibía actuar
para asuntos que no supusieran una amenaza a nivel mundial. Temas como el
terrorismo o las guerreras domésticas de la Tierra estaban fuera de su ámbito
de actuación. El propio Diamante le dijo a su esposa al poco de suceder
aquello.
-Ahora comprendo cómo se sintió Roy el Once de
Septiembre. Con Bertie embarazada de ocho meses y él incapaz de actuar contra
esos terroristas.
-Sin embargo, creo que Bertie me comentó que, pese a
todo, el hizo algo. - Le respondió Esmeralda. - Aunque ella, por su avanzado
estado de gestación no pudiera intervenir.
-Sí, lo sé. Él salvó a algunas personas, pero de
forma anónima. Al menos corrieron rumores de que víctimas que parecían
condenadas e incluso que quedaron inconscientes, aparecieron milagrosamente
fuera de las torres. ¡Ojalá hubiera podido hacer yo lo mismo aquí! – Se lamentó.
- Pero me enteré de la noticia cuando todo había sucedido ya.
-Es duro, pensé igual que tú. Pero es la vida que
tenemos. – Afirmó su mujer con tono cariñoso en tanto le acariciaba una mejilla.
- Así quedó dispuesto…
Su esposo le devolvió una mirada afectuosa
ahora, tras retornar de esos recuerdos y sonrió para desvelar.
-Es por eso por lo que he aceptado el cargo,
vicepresidente de nuevas tecnologías con sede en Nueva York.
Aunque
en esta ocasión fue Amatista quién perdió la sonrisa. Se había quedado helada.
¿Quería eso decir que tendrían que irse a vivir a América? Quizás no
necesariamente. Ella era ya mayor, podría quedarse en Francia, en su Liceo. De
todos modos, había vivido muchas veces interna durante semanas cuando sus
padres estaban viajando por el mundo a causa de sus respectivos trabajos. No
quiso sacar ese tema. Trataría de sonsacar a su padre cuando estuviera a solas con
él. Seguro que podría persuadirle de dejarla allí. ¡Pudiera ser que esto
incluso la favoreciese! Si sabía jugar bien sus cartas. Ahora tendría la
oportunidad de verse con Françoise en casa. De modo que optó por sonreír nuevamente
y decir con genuina alegría.
- ¡Felicidades, papá! …te lo mereces más que nadie.
-Gracias, cariño. – Respondió un contento Diamante.
-
Por su parte Esmeralda
estaba encantada, le aburrían los continuos cotilleos de la alta sociedad parisina.
Y a ella le daba igual. Viajaba constantemente y no precisaba vivir en Francia
para controlar la marcha de la casa Deveraux. Es más, quería alejarse un poco
del cuartel general y poner en marcha alguna delegación que coordinara de un
modo más eficiente el mercado norteamericano. Si tenía que viajar de vuelta a
París de vez en cuando para supervisar las cosas no habría problema. De modo
que la cosa quedó así y llegaron los exámenes. Tal y como su madre le había
advertido, entre el grupo y más que nada François, Amatista se había descuidado
y comprobó con horror que había suspendido dos asignaturas. Con ese bagaje, de
salidas nocturnas nada. Y encima peligraba su continuidad en el grupo. De modo
que se vio obligada a hacer un trato con sus padres que, en esta ocasión y para
su desgracia, hicieron frente común. Ella misma admitía que tenían razón. De
modo que se avino a complacerles. Estudiaría durante las siguientes semanas
hasta recuperar las asignaturas y después podría volver con sus amigos. Además,
quería demostrarles que era capaz de aprobar para tener una baza a la hora de
lograr su objetivo de quedarse en París. Era un verdadero fastidio pero que le
iba a hacer. Cuando llamó a su novio para decírselo comprobó que el muchacho no
parecía muy disgustado. En cambio, la animó. Muy maduramente, al menos eso
pensó ella, François le dijo que era lógico, que sus padres en esa ocasión
tenían todo el derecho a pedirle ese sacrificio. Él mismo se disculpó de modo sentido
por haber contribuido a esas malas notas. No obstante, le prometió que, al cabo
de ese tiempo, cuando ella recuperase, volverían a verse y sería mucho mejor
que nunca.
-Sí, Ma chérie. Tienes que aplicarte mucho. Merece la pena que
paguemos el precio de no vernos en estas semanas. Lo pasaré mal sin ti. Pero
será para bien. Seguro que entonces podrás quedarte aquí, tal y como me has
comentado. Tus padres verán que eres madura e independiente. Y lo que es más
importante, podremos estar los dos a solas…-le comentó él vía teléfono. - A
solas al fin…
Animada por eso, la chica se aplicó a estudiar. Además,
su orgullo le hacía querer aprobar, no quería que ni sus padres ni su novio
pensaran que era tonta. Diamante y Esmeralda entre tanto decidieron viajar a Nueva
York durante unos días para volver a ver la ciudad, estudiar su posible lugar
de residencia y de paso, visitar a Roy y Beruche. Amatista desde luego, no
deseaba irse de su ciudad y tal y como habían pensado y hablado con François contaba
con aprobar para convencer de eso a sus padres. Es más, se dio cuenta de que no
tendría oportunidad de pedirles quedarse en París si no recuperaba. De este modo se centró y las dos semanas que
tenía hasta la repesca pasaron más rápido de lo que creía. Ella pudo aprobar
ambas asignaturas con buenos resultados y cuando sus padres volvieron, intentó
convencerles de que le permitieran quedarse.
- Por favor – rogaba casi de rodillas - yo puedo quedarme
aquí y cuidar de mí misma. Siempre lo he hecho cuando tú mamá estabas de gira o
tú papá trabajando. Sin ir más lejos mientras habéis estado de viaje. ¿Por qué
no iba a poder hacerlo ahora?
- Pero Amatista. - Objetó Diamante - tú sola en
París. Ya no estarías internada la semana completa como cuando eras pequeña. Y
no es lo mismo estar sola unos días que todo el tiempo.
- Papá, eso no me importa, sé cuidar de mí misma. - Repitió
la chica. - Además aquí tengo mi vida, mis amigos y mi novio.
- Si lo dices por ese tal François. - Intervino
Esmeralda con manifiesta ironía y expresión de incredulidad - a mí sólo me
parece un ligón barato. Por lo poco que he visto de él, le encantaría liarse
con cualquier cosa que lleve faldas, incluidos los escoceses, diría yo.
- ¡No hables así de François! - Repuso Amatista
ciertamente molesta -, es un chico muy dulce y nos queremos mucho, además tú no
le conoces ¿cómo puedes juzgarle así?
- Hija - Suspiró su madre con un tinte demasiado
condescendiente en la voz para lo que solía ser habitual en ella cuando añadió.
- No quiero desilusionarte, pero he viajado mucho y conocido a muchos hombres y
se de que pie cojean la mayoría de ellos. Y la verdad es que cuando tu amiguito
ha estado aquí, no me quitaba los ojos de encima.
- No creo que sea para tanto, Esmeralda - intervino
Diamante sonriendo con incredulidad. - Sólo
es un crío.
- ¡No lo es! - rebatió enérgicamente Amatista para
pasar a defender a su novio con ardor. - François es muy maduro para su edad.
- ¿Qué quieres decir con eso? - Fue la pregunta que
le llegó por parte de su padre, inquiriendo con un tinte más preocupado y severo.
- ¿No habréis hecho nada qué?...
- ¡Papá, por favor!, de eso nada, de nada. - Se
apresuró a responder la ruborizada chica. - Françoise es un caballero. Y mamá,
seguro que lo has interpretado mal, él únicamente trataba de ser amable. Me ha
dicho que te admira mucho. Que eres la mejor diseñadora del mundo. Por eso
siempre te mira, pero en el fondo es tímido.
Esmeralda
sonrió divertida moviendo la cabeza, su hija seguía siendo tan inocente a pesar
de todo. Desde luego, le bastó ver la expresión de su cara para convencerse de
que, en efecto, no mentía. Al menos en su aseveración de que ella y ese petimetre
todavía no hubieran formalizado aquella clase de relaciones, y al hilo de la
conversación se permitió añadir...
- ¡Uy sí, tímido! -
Exclamó con sorna y acto seguido declaró a modo de parodia. - A mí no me
gusta ese tipo de admiración. No me quedaría encerrada con él en un cuarto ni
dos minutos. Seguro que empezaría a darme besitos a la par que trataría de
quitarte la ropa, eso sí, con mucha suavidad. Diciendo cosas como. “Chérie, no te
quiero obligar a nada”, pero sin parar de sobarme mientras tanto.
Amatista
se calló enrojeciendo visiblemente otra vez, en eso mismo estaban aquel día en casa
de François cuando llegaron sus padres.
- ¿No habrá intentado algo de eso contigo? - Insistió
su concernido padre clavando en ella una inquisitiva mirada para sentenciar con
tono más amenazador. - Porque si me entero de algo así… ¿Ha tratado de propasarse?
- ¡No, no… que va!… es un chico muy caballeroso. -
Se apresuró a mentir ella, totalmente ruborizada. -
- ¡Menudo caballerete tiene que estar hecho! - Se
sonrió la madre de la muchacha moviendo la cabeza para añadir. - Hija, ya
puedes tener cuidado con él…tiene pinta de estar demasiado…experimentado…
Ahora
Amatista no sabía que decir, mejor estar callada para no traicionarse, porque
pensaba que su madre era capaz de ver a través de ella como si tuviera rayos
equis. Por suerte intervino Diamante para darle algo de cuartel.
- Vamos Esmeralda. - Le pidió él, pensando que su
esposa se había pasado. - Tampoco digas esas cosas. Si nuestra hija asegura que
no le ha hecho nada así será. No todos van a ser como tú los pintas.
Su
mujer se encogió de hombros, como si diera a entender que podría ser y añadió
dirigiéndose a la muchacha de una forma extrañamente liberal en ella.
- De todas formas, eso es algo que tendrás que
descubrir tú misma, cariño.
- Bueno, a lo que vamos, Amatista, - terció Diamante
que estaba ansioso de volver al tema que les había llevado a esto. - Espero que
ahora que ya has aprobado vendrás con nosotros a ver a nuestros amigos, al
menos tendrás ese detalle. Además, tienen dos hijos de tu edad y no os veis
desde que erais muy pequeños. Pero tú jugabas
bastante con ellos entonces. Seguro que no te aburrirás.
- Sí claro. -Musitó desganadamente la muchacha. -
Desde luego pensaba no sin sorna que, igualito iba a
ser ahora que cuando tenían dos o tres años, pues realmente ni se acordaba de
esos niños.
- A decir verdad. - Intervino Esmeralda - hace muchos
años que no los veo. No estaban con sus padres cuando fuimos a visitarles, creo
que tenían campamento o algo así.
Efectivamente,
los hijos de Roy y Bertie no estaban allí. Leval, el mayor había ido a
participar en una competición de natación, creyó recordar. Y Kerria, la más
pequeña, que sería de la edad de su propia hija, estaba fuera con unas amigas.
- De acuerdo- concedió Amatista esperando tener así
alguna posibilidad más de salirse con la suya. - Pero un viaje rápido y antes
quiero saludar a mis amigos, ¡por favor! - Musitó suplicante. - He aprobado y
dejé de verlos para estudiar, creo que me lo merezco y ese era el trato.
- Vale hija. - Concedió Diamante. - En eso llevas
razón, has cumplido y tienes nuestro permiso ¿no? - Inquirió mirando a su mujer.
-
- De acuerdo. - Sonrió Esmeralda
mientras su marido la miraba poco convencido y ella agregaba. - ¡Ay Diamante! deja
de mirarme como si fuera siempre la mala de la película. ¡Hace mucho que dejé
ese papel! - Y después dulcificó su gesto y le dijo a Amatista con cierto toque
de advertencia. -Puedes ir hija, pero ándate con cuidado por favor, no me
gustaría que te llevases un desengaño.
- Tranquila mamá. - Le aseguró la chica que ahora estaba
radiante. - Confío en François, a propósito. ¿Qué significa eso del papel de
mala? ¿Cuándo lo hiciste, en alguna obra de teatro? - Inquirió curiosa, aunque
más bien deseando terminar el anterior tema. -
- ¡Oh, no es nada! - Rio Esmeralda frotándose el
cogote - son cosas de tu padre y mías, ¡ja, ja, ja!
- Anda hija, ve con tus amigos, estarás impaciente por
volver a verlos. - La animó Diamante deseoso también de dejar aquello. –Te lo
has ganado.
- ¡Gracias, papá, mua! - Exclamó Amatista que le dio
un beso en la mejilla. - ¡Gracias, mamá, mua! - otro a su madre. - Adiós, luego
nos vemos
La eufórica muchacha salió disparada. Amatista se fue
a su habitación y se arregló un poco. Pensaba entre tanto en volver a ver a su
novio y a su pandilla de amigos. Y también se le pasaron por la cabeza esas
palabras de sus padres.
-Es curioso, no hablan mucho de ellos mismos cuando
tenían mi edad. Y cuando lo hacen es de forma muy genérica, apenas mencionan a
mis abuelos.
Era
algo que siempre le extrañó. Al principio siendo pequeña, no. Aunque luego fue
viendo que sus compañeros tenían abuelos, quienes hasta les visitaban a veces.
Cuando preguntó hacía bastantes años por aquello sus padres se miraron apenados
y fue su madre quien le dijo con una mezcla de afecto y tristeza.
-Chérie, tus abuelos están en el cielo. Y seguro que te ven
desde allí y te quieren mucho.
Y poco más le contaron. Su padre sí que le dijo que
su abuela paterna era muy guapa, y que la propia Amatista se le parecía
muchísimo.
- ¿Y no tenéis fotos de ella ni de los demás
parientes? - Llegó a preguntar años después, siendo algo mayor. -
-No cariño, las perdimos. - Le contestó entonces su padre.
-
-Es muy raro. Pero bueno, ¡qué le voy a hacer! -
Suspiró ahora olvidándose de eso. -
De hecho, lo dejó estar por completo dado que su
interés estaba puesto en salir lo antes posible y reunirse con Françoise. Por su
parte, al verla salir a la carrera de casa sus padres sonrieron, aunque nada
más se marchó su hija, Esmeralda le confió a su marido en tono algo inquieto.
- Tengo la impresión de que la pobre lo va a pasar
mal. Ese chico me recuerda demasiado a alguien que tenía las mismas dotes de
manipulador, con una máscara llena de encanto para las jovencitas.
- Creo saber a quién te refieres. - Asintió Diamante
no deseando pronunciar un nombre maldito para ambos y suspirando para remachar.
- Espero que te equivoques. Aunque no sé qué es peor, después tendremos que
llevárnosla a EE. UU.
- No suelo equivocarme en estas cosas. No después de
aprender por mí misma lo que se siente. - Replicó Esmeralda que sentenció ante
la atenta mirada de su esposo quien encajó la pulla sin replicar. - Y por eso
es nuestra hija quien deberá aprenderlo por sí misma. No te preocupes, me
parece que no tendremos problemas para hacerla venir.
Diamante se levantó abrazándola por detrás en
actitud cariñosa para susurrarle al oído.
-Bueno, creo que te he compensado de sobra por
aquellos años. ¿No?
-Pues, no sé – sonrió pícaramente ella. -
-Si mi princesa tiene alguna petición que su
príncipe pueda complacer. – Añadió él con el mismo tono. -
-Algo se me ocurrirá, - convino su esposa con voz
melosa. –Déjame pensar…
-No pienses demasiado. - Le susurró él al oído haciéndola
sonreír. - O te raptaré y sabes que eso se me da muy bien…
Y la levantó en brazos entre las risas de ella. Así,
aprovechando la ausencia de su hija, los dos decidieron subir al dormitorio y
pasar a discutir los términos de la compensación más a fondo. Por su parte Roy
y Beruche recibieron con alegría la noticia de que Diamante y Esmeralda iban a
venirse a vivir cerca de ellos. Durante la breve estancia de estos hablaron de
los viejos tiempos y les ayudaron a ver casas cerca de donde vivían. Estuvieron
visitando la ciudad y haciendo planes para cuando se instalasen, también les
dieron y pidieron noticias de los demás. Lo único que empañó un poco el
reencuentro era la ausencia de los chicos. Porque Leval estaba de gira con su
equipo de natación y Kerria en un campamento de verano con sus amigas. Y claro,
Roy no iba a usar la translación instantánea para traerlos, a riesgo de que le
viera media clase de su hija o el equipo de su hijo. Ni tampoco sus amigos, ni su mujer aprobarían
aquello. Todos querían comportarse como personas normales, aunque en esa
ocasión les perjudicase. De todos modos, tanto él como Bertie estaban
contentos. Lo cierto es que la actitud de su hija había mejorado mucho y sus
padres le dieron permiso para irse con su amiga Debbie, una compañera de su
colegio con la que la niña se llevaba muy bien, Bertie a veces pensaba que demasiado,
pero lo dejaba correr asumiendo que sólo eran cosas de adolescentes. A juzgar
por lo que Kerria le había contado de esa muchacha, en cierto modo, le
recordaba a ella misma con Ami, al poco de convertirse en una mujer corriente.
Su amiga la guerrera Mercurio, ahora una reputada doctora, la había apoyado
mucho y ambas habían compartido muchas cosas. Quizás a Kerria le sucediera algo
similar con esa muchacha. Roy por su parte estaba más animado, parecía que su
hija volvía a portarse bien y había recuperado la sensatez.
-Bueno, ya va a cumplir enseguida los quince años.
Se está convirtiendo en una mujer. - Se dijo él, lleno de orgullo e incluso
algo de nostalgia. - ¡Cómo pasa el tiempo!
- ¿Y qué tal todo por aquí? - Le preguntó Diamante
sacándole de esos pensamientos. -
-No nos podemos quejar. ¿Verdad cubito? - Repuso él
mirando a su esposa que estaba paseando junto a Esmeralda. -
-En absoluto. Nos va bien en el trabajo, tenemos dos
hijos estupendos. - Enumeró Bertie con evidente satisfacción, para interesarse
a su vez. – ¿Y vosotros?
-Lo mismo. Somos felices, nuestras carreras van bien
y, sobre todo, tenemos una hija maravillosa. – Afirmó su amiga, aunque añadió
con un tinte un poco más apagado y meditabundo. - Y ella es en gran parte la
causa de que hayamos venido a veros ahora, amigos. Queremos mudarnos aquí, lo
más cerca posible de vosotros. Y encontrar un buen sitio para Amatista.
-Pues si es por eso, tranquilos. Os mostraremos toda
la urbanización. - Declaró Roy, agregando en su clásico estilo jocoso. - Hay
muy buenas chozas por aquí, lo bastante para pasar por palacios. ¡Ya lo verás,
principito! Vas a estar como en casa enseguida. - Remachó pasando un brazo por
los hombros de su amigo, quien se limitó a sonreír, entre las risas de las mujeres.
-
-Tú no cambiarás nunca. - Suspiró Diamante al fin entre
divertido y resignado. -
Pero su amigo, como siempre, mantuvo su palabra y
recorrieron el lugar. A base de mirar y preguntar por las casas en venta, encontraron
finalmente un chalé muy grande cerca de donde vivían los Malden. Diamante y
Esmeralda no se lo pensaron dos veces y lo compraron. Decidieron también
matricular a Amatista en el mismo colegio privado al que iban los hijos de sus
amigos. Ese año Leval acabaría allí pasando al último curso. Kerria iría a segundo,
igual que su hija, sería perfecto. Aunque quizás para la hija de los Lassart no
lo fuese tanto.
-Es un bonito sitio, tranquilo y con buen ambiente y
comodidades en general. - Valoró Esmeralda. - Nuestra hija estará muy bien allí.
-Y seguro que hará amigos muy pronto. - Afirmó Diamante.
- Al menos ya tendrá a los hijos de Roy y Bertie para que la ayuden a
integrarse.
Su esposa asintió. No dudaba de que sus amigos les
echarían una mano en esa importantísima cuestión. Por su parte, tras dejar a
sus padres en casa, Amatista llegó corriendo al local donde su grupo estaba
ensayando. Les pilló en un descanso y corrió a saludarles muy contenta,
exclamando con los brazos elevados.
- ¡Hola!, ya he vuelto, ahora podremos arrasar en
las listas.
Todos
la recibieron con un tenso silencio, ninguno le dirigía la palabra, tan sólo
unos “holas” bastante forzados y nerviosos. La chica, todavía sonriente, les
preguntó con humor al percatarse de esto.
- ¡Pero chicos, que no hace tanto que me fui!, sólo
han sido dos semanas. Tenía que estudiar. Comprendedlo.
-No pasa nada, lo entendemos. - Respondió su amigo Gastón.
-
Amatista
suspiró aliviada, llegó a temer que sus compañeros de grupo pudieran haberse
molestado con ella al no aparecer en tantos días.
- ¿No está François? - Preguntó entonces al no ver a
su novio. - ¿Es que no ha venido hoy?
- ¿Se lo digo? - Inquirió Jean Luck mirando al resto
del grupo, pero nadie respondía. - ¿Quién quiere decírselo?
La única respuesta a eso fue un incómodo silencio
por parte de todos, que miraban hacia otra parte.
- ¿Qué es lo que pasa?,- insistió la recién llegada
dejando de sonreír. - ¿Por qué os comportáis así? ¿Es que no os alegra verme?
- No es eso, Amatista - intervino su amiga Ivette,
con visible envaramiento. - Claro que nos alegramos, pero verás. Hemos tenido
ciertos cambios ¿sabes? Esto no es igual que cuando te fuiste a estudiar.
- ¿Habéis cambiado el local? Yo no veo nada nuevo. -
Aseguró la muchacha que volvió a mirar percatándose de un bolso que no conocía.
- ¿Es tuyo ese bolso, Ivette? - Ésta negó con la cabeza cada vez más apurada. -
Pero ¿dónde está François? - Insistió la desconcertada chica. -
- Verás Amatista, François está ultimando las
canciones de la nueva maqueta, - le dijo Jean Luck, el único que parecía
dispuesto a hablar. -
- ¿Y cómo lo hace si él no canta, no debería haber
esperado a que las cantase yo o alguno de vosotros? - Le preguntó su
interlocutora que se había sorprendido mucho al escuchar esa explicación. – No
lo entiendo.
-Bueno, es que está con alguien. - Musitó
tímidamente Gastón, sin atreverse a mirarla directamente. -
- ¿Qué? ¿Con quién? - Quiso saber Amatista con gesto
perplejo. -
- Es que en tu ausencia tuvimos que buscar a una
cantante sustituta para hacer las pruebas. François dijo que no podíamos
esperarte pues no nos daría tiempo a terminar, lo siento. - Se disculpó Jean
Luck. -
- Bueno- respondió la muchacha algo envarada, pero
sin querer darle mucha importancia. Quería pensar que François no habría tenido
otro remedio que tomar esa determinación. - No pasa nada, habéis hecho bien. Lo
más importante es el grupo. Además, así seremos dos vocalistas. ¿Dónde está esa
chica nueva? Quiero conocerla.
Otra
vez un silencio que se extendía como un manto de plomo hasta que Ivette se
atrevió a musitar.
- Está con François, supongo que ahora vendrán.
- Seguro que están terminando las canciones, -
terció Amatista interrumpiendo a su amiga que parecía querer añadir algo. –
Tengo ganas de interpretarlas.
En
efecto la puerta del local se abrió y entre risas y achuchones entraron
François y una chica morena, de figura voluptuosa que vestía de forma
provocativa, sujeta a su brazo. Él la acariciaba por todo el cuerpo y ambos se
besaban sin recato. Amatista quedó petrificada. François llamó a sus amigos sin
reparar aparentemente en ella.
- ¡Eh, chicos!, Marie y yo nos hemos estado inspirando,
ya tenemos dos baladas más para el disco...
- ¡François!, ¿qué significa esto? - Le gritó la
recién llegada bastante furiosa una vez se recobró de la sorpresa inicial. -
- Amatista, Cherie, - saludó él sorprendido de
verla, pero sin parecer preocupado, incluso se permitió preguntarle con
jovialidad. - ¿Qué haces tú por aquí?...
- ¿Cómo qué?, ¿qué hago por aquí? - Inquirió ella a
su vez con tono indignado cuando respondió -pues venir a ensayar. He aprobado
los exámenes y éste también es mi grupo, ¿recuerdas? ¿Y qué haces tú agarrado y
besuqueándote con esa? - Señaló a la otra chica con un dedo acusador. -
- Has aprobado, felicidades, - le respondió
despreocupadamente él, como si no hubiera escuchado todo lo demás. – No
esperaba menos de ti.
- ¡No has contestado a mi pregunta!- Insistió
Amatista irritándose aún más. - ¿Qué significa esto y quién es esa chica?
- Es la nueva cantante del grupo, creí que lo sabías
- respondió él sin inmutarse. -
- Pero tú y yo somos novios - le recordó la atónita
muchacha sin dar crédito a lo que veía. - ¿Qué haces con ella?
François
le dedicó una mirada indolente suspirando impaciente como si quisiera darle
carpetazo al tema. Pero ante la insistencia de su interlocutora dijo de un modo
pausado y paciente.
- Amatista, lo nuestro fue bonito. Muy bonito de
verdad, mientras duró. Pero no pensarías que iba a esperarte toda la vida...
- ¿Cómo has dicho? ¡Toda la vida! ¡Si solamente he faltado
quince días! - estalló la muchacha que ahora estaba histérica. - ¿Cómo has
podido hacerme esto? - Trataba de dominarse para no llorar, no quería
humillarse de esa manera delante de todos y le costó un gran esfuerzo cuando
escupió rabiosa. - ¡Sólo dos semanas sin verte y ya te has buscado a otra!
- La vida es corta y hay que aprovecharla. - Sentenció
él por toda respuesta, añadiendo con un tinte de condescendencia que sacaba de
quicio a su interlocutora. - No te enfades, no es nada personal. Conocí a Marie
a los tres días de marcharte tú, necesitábamos una vocalista. Ella cantaba bien
y congeniamos, eso es todo. Pero no te preocupes, tú puedes seguir actuando en
el grupo, necesitaremos a alguien para los coros.
Amatista
se sentía herida e insultada en lo más profundo, no sólo la despreciaba por esa
chica, además, ¡quería convertirla en una segundona en el grupo que ella misma
contribuyó a fundar! Nunca en su vida se había sentido tan humillada. ¡Le había
ofrecido su confianza y sus mejores sentimientos! ¡Incluso se había hecho
vulnerable! ¡Estuvo a punto de entregarle su virginidad, para que ese mal
nacido hubiera jugado con ella así!
- ¡Vete al infierno! - Le gritó totalmente fuera de
sí ante el espeso y cariacontecido silencio del resto. - Mi madre tenía razón, no
eres más que un cerdo. ¡Iros al demonio tú y tu maldito grupo!
Los demás la observaban visiblemente incomodados. La
joven ni siquiera pudo pensar en romperle la cara ni a Françoise que la miraba
con expresión imperturbable, ni a esa zorra que la observaba divertida, mirando
después a ese canalla con ojos de carnero degollado. Amatista se sentía
demasiado envarada y abochornada. Solamente pudo salir corriendo de allí y
volvió a casa deshaciéndose en lágrimas de dolor y vergüenza por el camino. Cuando
llegó, subió como una exhalación. Estaba tan rabiosa que ni vio a su padre al
cruzarse ambos por las escaleras. Pasó ante él rauda y sin decir nada
metiéndose en su cuarto tras dar un sonoro portazo.
- ¡Amatista! ¿Qué pasa? - Pudo preguntar su atónito
progenitor, pero la chica ya se había encerrado en su habitación. - ¿Estás bien,
hija?
Diamante fue tras ella y la llamó. La joven no abría
la puerta, pero su padre escuchaba preocupado el ruido de cosas que se rompían.
La chica, furiosa, hacía pedazos en efecto, todo lo que guardaba de François.
- Amatista. – La llamó su padre nuevamente con el
sonido de su voz apagado desde el otro lado de la puerta. - ¿Te ocurre algo?
Contéstame. Hija ¿te encuentras bien?
- ¡Por favor, papá, déjame sola! - le pidió ella sin
poder parar de llorar. -
- Pero cariño - repuso él lo más amablemente que
pudo. - Si tienes algún problema, a mí me lo puedes decir.
Sin
embargo, su hija no respondía, sólo se la escuchaba sollozar. Diamante se dio
cuenta de que sería inútil insistir y temiéndose que Esmeralda hubiera acertado
con su vaticinio bajó enseguida a avisar a su mujer.
- No sé lo que le ocurre, ha subido corriendo, se ha
encerrado en su cuarto y no quiere hablar conmigo, parece que está muy enfadada
por algo. ¡Está llorando! Estoy muy preocupado. - Le explicó él, sin atreverse
a asegurar nada, en cuanto la vio en el comedor. -
Esmeralda
le escuchó con atención, suspiró largamente y se levantó dejando a un lado
algunos de los bocetos de modas que estaba retocando.
- Seguro que ha ocurrido lo que me temía. -
Respondió resignada. -
- Pero ella es una chica muy fuerte. Nunca la he
oído llorar de esa forma. ¿Qué le puede pasar para que se haya puesto así? - Quiso
saber él con manifiesta inquietud. -
- Eso mismo. Cosas de chicas. - Le comentó su mujer.
-
- ¡Si ese mocoso ha intentado propasarse le voy a! -
Amenazó él crispando su postura y apretando los puños. -
Diamante no podía evitar enfurecerse temiendo algo
así. ¡Si ese canalla se hubiera atrevido a obligar a hacer algo indecoroso a su
hija le despedazaría! Ahora también recordaba con mucha culpabilidad lo que él
mismo intentó con la pobre Usagi, la futura reina Serenity de la que se había
enamorado.
-Entonces jamás pude imaginar que a una hija mía
pudiera sucederle algo similar. – Se decía lleno de admonición y reproche. - Me
comporté como un auténtico sinvergüenza.
Desde luego, de haber tenido la ocasión de toparse
en ese momento con su yo más joven se hubiese dado una buena paliza a sí mismo.
No obstante, al verle así Esmeralda sonrió y movió la cabeza para
tranquilizarle y al tiempo dando a entender a su marido que era algo mucho más
sutil y a la vez doloroso como para que se tratase de una mera cuestión física.
Y lo remachó declarando con seguridad.
- Tu hija podría romperle la cabeza a ese niñato tan
bien como tú. ¡Si es hasta más alta que él! Ni que decir tiene que ese no le puede
tocar un pelo a Amatista si ella no quiere. No Diamante, tú eres un hombre y no
sabes de estas cosas, déjamelo a mí. Yo hablaré con ella.
Dejó
a su perplejo marido pensativo en el salón y subió las escaleras. Ya no se
escuchaban ruidos provenientes de la habitación. La muchacha parecía más
calmada. Esmeralda, pegando la oreja a la puerta, llamó con suavidad.
- Cariño, soy yo, voy a entrar. - No hubo respuesta,
únicamente el sonido de gimoteos y sorbidos entrecortados por parte de la chica.
-
Su madre tanteó
la puerta, ahora estaba sin cerrojo o quizás su hija no lo había echado
siquiera. Diamante no se hubiera atrevido a entrar a perturbar su intimidad. En
el fondo sabía que él no podría ayudar a la niña y por eso bajó enseguida a avisarla.
Suspirando y lista para consolarla lo mejor posible, Esmeralda abrió la puerta
y se coló en el cuarto. Desde luego que resultó. En cuanto Amatista vio pasar a
su madre se abrazó a ella llorando de nuevo.
- Tenías razón, mamá. - Sollozaba desconsolada. - ¡Han
sido únicamente dos semanas sin verle y me ha dejado por otra chica! ¿Cómo ha
podido hacerme algo así? Yo le quería.
-Tranquilízate, hija. - Le susurró Esmeralda que la
hizo sentarse en la cama sentándose ella a su lado. Entonces la exmodelo añadió
con un tono que no admitía discusión, pero que era a la vez suave y reconfortante.
- Ese idiota no merece ni una sola de tus lágrimas. Eres mucho mejor de lo que
será él jamás. Trata de olvidarle enseguida. Verás como dentro de nada te
sentirás bien y no te importará. ¡Anda cariño, cálmate!, además, nos vamos a ir
a Nueva York. Eso te animará, conocerás gente interesante, ya lo verás.
Amatista
asintió mecánicamente ahora, realmente era como si su mundo se hubiera
derrumbado. Lo había pasado terriblemente mal con esto y todavía recordaba la
cara de él mirándola con ese aspecto despreocupado e incluso lleno de regocijo.
Ahora podía entender bien lo que sintió Michelle el año pasado cuando ella... ¡pero
no deseaba volver a recordar eso otro, quizás esto fuera un castigo y nunca
pudiera ser feliz en este lugar!...
- Sí, quiero irme de aquí cuanto antes, ¡no volveré
a esta ciudad nunca, nunca más! - Aseveró desahogando su frustración. -
- No seas tan injusta con París. - Le susurró su
madre con dulzura. - Siempre se portó bien contigo. Además, no creo que todos
tus amigos sean iguales que ese chico.
- Pero ellos le dejaron hacerlo. - Rebatió Amatista
entre sollozos mientras las lágrimas le caían rodando por las mejillas - ¡No se
lo impidieron!
- Las cosas son así, cariño. - Contestó su madre
acariciando con dulzura el rubio pelo de su hija. – Eso es algo que nadie puede
evitar. ¡Ay, mi vida!, yo también supe a tu edad lo que era sufrir por el amor
de un hombre al que no le importaba. Mientras yo me desvivía por captar su
atención él me ignoraba y se pasaba el tiempo pensando en otra…
- ¿Y quién fue? ¿Qué hiciste tú? - pudo preguntar su
hija aun entre sollozos. –
- Nunca lo adivinarías - sonrió su madre divertida,
dándole un beso en la mejilla para prometerle. – Algún día te lo contaré.
-Ojalá tenga tanta suerte como tú con papá. – Pudo
decir la chica que seguía sintiéndose destrozada por la decepción. -
- Mi amor. Pues naturalmente que la tendrás. A veces
las cosas parecen muy oscuras. Pero todo se arregla al final. ¡Ahora escúchame
y anímate!, y ante todo, como me decía a mí madame Deveraux, ¡pase lo que pase niña,
mantén siempre la cabeza erguida! - La
arengó con jovialidad, recordando aquellos viejos y buenos tiempos junto a su
mentora. -
La muchacha asintió y pudo esbozar una tímida
sonrisa. Esmeralda empleaba ese tono más decidido que siempre usaba para
enderezar las cosas con su hija, a la par que suavemente elevaba el mentón de ésta
con un dedo. Después, tomando un pañuelo de una mesita cercana la enjugó las
lágrimas con la otra mano. Entonces le contó a su hija lo que Diamante y ella
habían hecho en Nueva York y todas las cosas que eran dignas de verse allí. Amatista
se animó poco a poco y al fin aceptó viajar con sus padres, (de momento sólo al
comedor), lo otro llegaría después.
-Vamos hija, no será para tanto. – Trató de
consolarla Diamante en cuanto la vio llegar abrazada a Esmeralda. –
- ¿Por qué los chicos tienen que ser así? - Se
lamentó ella, secándose todavía algunas lágrimas. –
- No todos lo son, tesoro. – La animó Esmeralda
aseverando con regocijo. – Verás, básicamente existen dos grupos de muchachos. Están
los malos y están los tontos. Tu padre, por ejemplo, pertenece al segundo
grupo.
Diamante recibió aquello brazos en jarras, pero su
esposa logró el efecto deseado, la abatida muchacha esbozó una sonrisa.
-Muchas gracias, cariño. – Replicó no sin sorna él,
en el fondo contento de ver a su hija sonreír. – A eso llamo yo echar un
piropo.
- Eres un tonto, pero encantador. Eso es lo
importante – Replicó su mujer visiblemente divertida, dándole un ligero beso en
los labios. –
- Este tonto se va a ver qué hay de cena. - Declaró
Diamante. – Prepararé alguna cosa.
- Mira por donde hoy me apetece cocinar a mí. –
Repuso Esmeralda proponiéndole a su hija. - ¿Qué te parece si me ayudas a hacer
unas crepes?
La
muchacha asintió, más animada ahora, las crepes de su madre le gustaban mucho.
Tanto las dulces como las saladas.
-Os ayudaré. – Terció el padre de Amatista, aunque
su esposa negó con la cabeza afirmando. –
- Mientras las hacemos tenemos pendiente una charla
madre e hija. Pero no te preocupes, cariño. Luego cenaremos los tres juntitos y,
para que veas que pensamos en ti, te haremos algunas de las que más te gustan.
- Vale. Aguardaré impaciente pues. – Concedió Diamante
que, tras darle un beso en la mejilla a su hija se marchó a la habitación que
tenía como despacho. –
- ¡Pobre papá! – Exclamó Amatista de modo más jovial,
para agregar. – Le hemos dejado solo.
- No hija- le sonrió su madre afirmando. – Tu padre
sabe que tenemos que hablar de cosas de mujeres. Y que eso no le corresponde.
Y
en tanto las dos se metían en la cocina y la muchacha iba sacando los
ingredientes de la despensa, Amatista siempre disfrutaba cuando las dos
cocinaban juntas. Recordaba que, siendo pequeña, era de las pocas cosas que
tenían tiempo para hacer en familia. Y atesoraba esa experiencia que le evocaba
mucho cariño y ternura. A todo eso, su madre prosiguió.
-Verás, todo en esta vida tiene un porqué. Aunque a
veces pensemos lo contrario. Lo que te ha sucedido tenía que pasar.
Su interlocutora la miró con incredulidad, pensando
que solamente trataba de animarla, pero Esmeralda se reafirmó con más
rotundidad.
-Créeme hija. Todavía eres muy joven para darte
cuenta de ello. Pero algún día lo verás.
- No sé, mamá. – Dudó su contertulia moviendo la cabeza,
aunque enseguida se apresuró a añadir. – No te preocupes, ya estoy mejor, de
verdad, gracias.
Aunque Esmeralda se limitó a sonreír, tras ponerse
el delantal le contó algunas cosas sobre ella misma cuando empezó a trabajar
como modelo. También le relató algo más acerca de Nueva York y de la casa que
ya habían comprado. Su hija la escuchó con interés. En unos pocos días se
prepararía para una nueva vida. Aquello era un auténtico reto y a ella le
gustaban los retos. Tras un rato terminaron las crepes y cenaron los tres en
buen ambiente. Amatista se sintió desde luego, mucho mejor. Aunque discutía
muchas veces con su madre en el fondo la quería muchísimo. Y sabía que era recíproco.
Esmeralda sabía cómo animarla y trataba de estar a su lado. Con su padre no
discutía apenas pero también podía contar con que siempre la escuchaba y se
adoraban a partes iguales. Además, ella era una chica que no se amilanaba
fácilmente y aunque tardó un poco en superar el disgusto y cerrar sus heridas,
emergió más fuerte que antes, pensando ya solamente en ese viaje, en las nuevas
experiencias que viviría y en las personas a las que conocería en aquel país. Y
justamente en los Estados Unidos, otra joven había tenido una vida bien
distinta. Tras vagar por varias casas de acogida fue creciendo con desconfianza
cada vez mayor hacia los hombres. Alguno de sus teóricos padrastros incluso
había intentado aprovecharse de ella, aunque la chica fue lo bastante lista y
hábil como para impedirlo. Llegando a tornar eso a su favor. Y, porqué no
decirlo, una de sus teóricas madrastras tampoco se privó de intimar con ella.
-Me ha enseñado muchas cosas. Todas bastante agradables.
- Recordaba la joven en tanto se preparaba para salir a una cita.-
Ahora
ya estaba recién cumplida la veintena y Marla sabía que, para salir de esa
situación de vida tan miserable, tenía que hacer algunas cosas. La primera
procurarse una educación adecuada. Por eso, teniendo todavía dieciséis años,
acabó recalando en la casa de una reputada periodista, llamada Linda Miles y
supo aprovecharlo. Tanto por todo lo que esa mujer le enseñó en cuanto a la
profesión periodística como por otras cosas bastante más inconfesables que
ambas practicaron en la intimidad del dormitorio. Y es que Marla enseguida
aprendió a dar placer tanto como a recibirlo. Y de puertas para afuera mantenía
la apariencia de una “hija modelo” siendo amable con todo el mundo, incluso con
los hombres, a los que odiaba. Su “madre adoptiva” y amante pese a todo le decía
alguna vez al poco de conocerse.
-No todos los hombres son malos.
-No he visto nunca a ninguno bueno. - Replicaba ella.
- Mi tía April me lo advirtió. Por lo poco que sé tuvo que matar a uno que le
hizo daño a mi madre. ¡Por eso la condenaron a la perpetua! ¡Por defenderse y querer
protegerme a mí de un macho vicioso, como todos lo son! - Espetó. -
-Podríamos pedir que reabriesen su caso entonces. -
Le ofreció Linda. - ¿Te gustaría?- Inquirió acariciando el cabello de la chica
y bajando despacio hasta su espalda.- Yo podría investigarlo. Y tú me
ayudarías.
Aunque
Marla hizo un rápido cálculo mental. Era muy pequeña entonces pero ya había algo
que no le cuadraba y así lo comentó, en tanto se dejaba acariciar y besar en el
cuello.
-Es curioso. Jamás vi juntas a mi tía April y a mi
madre. Era como si no pudiesen coincidir en la misma habitación al mismo tiempo.
Dejó
esas disquisiciones por el momento para devolver caricias y besar en la boca a
su amante. Las dos se despojaron de la ropa sobre la cama de Linda y dieron
rienda suelta a toda la pasión que albergaban. Al concluir, abrazadas como
estaban, la periodista suspiró.
-Si algún colega me descubriera acostándome contigo
no dudaría en sacar una buena exclusiva. Yo lo haría.
-Bueno, el amor entre dos mujeres no es ya noticia.
- Sonrió Marla. -
-Pero el de una famosa periodista con su hija adoptada
menor de edad, sí podría serlo. - Comentó ésta de modo algo temeroso. - Por
eso, debemos ser muy cuidadosas.
-Lo seremos. - Le garantizó la muchacha para volver besarla
una vez más. - No debes preocuparte por nada.
Y
haciendo el amor con su mentora, Marla fue aprendiendo también como seducir a
mujeres mayores que ella. A espaldas de Linda no tardó en ir buscando a alguna
con dinero que pudiera guardar secretos importantes a los que acceder. De este
modo, mediante el chantaje tras haber documentado esos ardientes encuentros, le
proporcionaba a su amante estupendas informaciones para sus reportajes. Y ella
firmaba a veces en algunos de esos artículos, lo que fue contribuyendo a darle
un nombre dentro de la profesión. Ahora, con apenas veinte años, era valorada
por algunos y temida por muchos otros.
-Y todo eso sin pasar por ninguna facultad de periodismo.
- Se decía con satisfacción. – Entre eso, y mis servicios como acompañante de
lujo para mujeres de alto nivel, no me puedo quejar.
Así
era, y tampoco estaba muy interesada en su tía April. Le costó darse cuenta. Siendo
una cría no lo veía, pero una vez se hizo adulta comprendió. Su supuesta tía
era en realidad su madre. Una pobre trastornada que tenía doble personalidad.
Por eso jamás pudo coincidir consigo misma en un lugar.
-Mi madre fue una víctima más del hetero patriarcado
que nos oprime. -Reflexionaba diciéndose. - Una parte de ella, April, era libre.
La que se decía mi tía solamente amaba a otras mujeres y quiso educarme bien
para darme el control de mi propia vida. Sin embargo, la otra parte, Paige, era
una pobre mujer sumisa a los caprichos de los machos. Tenía hasta que
prostituirse con ellos para sobrevivir. Al final sucedió lo inevitable. Ambas entraron
en conflicto. No me acuerdo bien, pero creo que ese chulo suyo que la pegaba
quiso hacerme algo. Cuando dejó inconsciente a la parte de Paige fue April la
que definitivamente tomó el control. Y desde entonces Paige murió. Fue como si
ese cerdo asqueroso que la explotaba la matase. Y April se vengó de él, ¡le
cortó el cuello! - Se sonrió ahora, rememorando aquello en una especie de destello
en su mente. - Por desgracia, pese a que huimos, la acabaron deteniendo.
Marla
tuvo que esperar años hasta poder dar con una persona como Linda, influyente y
con contactos. Entonces fue capaz de obtener su ayuda, en tanto las dos gozaban
de su mutua pasión amorosa, para recabar esta información que confirmaba sus
recuerdos. Y aunque esa periodista supuso que el deseo de Marla sería el de ver
a su madre, esta se negó afirmando.
-Quiero pasar esa página de mi vida y centrarme en
mi futuro. Esa pobre mujer nada puede hacer por mí ya. Si no estaba loca antes lo
estará ahora. Le agradezco lo que hizo en el pasado, pero ya es demasiado
tarde. Eso sí, juro dedicarme a vengarla de todos los hombres.
Se
acordó entonces de esas palabras de su “madre adoptiva” pronunciadas al poco de
conocerse y que ahora le repitió, con tinte conciliador.
-No todos los hombres son malos.
-Para mí, sí. - Sentenció la joven que agregó. - Y
hay algo que odio todavía más que a un hombre.
Y
su atónita interlocutora no pudo por menos que preguntar.
- ¿El qué?
Y
tras unos breves instantes de silencio, Marla respondió, mirando a los marrones
ojos de la perpleja Linda con esas pupilas azules aceradas que poseía.
-A las mujeres que les defienden. Tras unos años he
llegado a darme cuenta de que los hombres son como son, ser así está en su
naturaleza. En el fondo no les podemos culpar por ser unos acosadores y unos opresores.
Quizás castrándoles podríamos hacerles tolerables. Pero una mujer no tiene
ninguna excusa para oponerse a las de su sexo por ayudar a un varón. O bien es
demasiado estúpida o una completa traidora. En ambos casos, es peligrosa para
el resto de nosotras.
Su
interlocutora ni se atrevió a objetar nada. Quizás es que la observaba con una
expresión que más que mostrar acuerdo, indicaba miedo.
-No comprendo entonces como eres capaz de hablar con
un hombre y de sonreírle incluso. Y te he visto hacerlo. - Pudo responder al
fin, dominada por el estupor.-
Y
Marla sonrió incluso divertida para contestar con total naturalidad.
-Es obvio. Del mismo modo que nadie suele decirle a
su estúpido y abusivo jefe lo que piensa de él. O de la forma en la que tampoco
se le escupe a un dictador asesino a la cara. Por lo menos, no en tanto se tenga
las de perder o no te importe morir. Por eso, soy paciente. Necesito utilizar a
los hombres para lograr mis fines. Si para ello debo sonreírles, trabajar para
alguno, o incluso besarles en la mejilla, sea así. La mejor manera de engañar
al enemigo es no mostrar que le odias. Pero te prometo Linda que algún día lo sabrán.
Defenderé a las mujeres oprimidas y valientes como tú. Que luchan por ser
independientes y liberarse de esa tiranía.
Y
dicho esto, besó pasionalmente en los labios a su contertulia y se despidió, tenía
que ir a una cita con una de esas damas adineradas. Aunque al verla marchar, la
propia Linda sintió un escalofrío. Esa muchacha la atemorizaba más a cada día
que pasaba.
-No sé, pero creo que no está nada bien y me aterra
pensar de lo que sería capaz de hacer contra mí si supiera lo que pienso de
ella.
Y es
que no era ajena a lo que Marla estaba haciendo, pese a no desear evidenciarlo.
Quizás dentro de poco esa chica se cansará o entrase en razón. Esa fue la
esperanza que tuvo. Hasta había pensado en proponerle matrimonio, dado que ya
había alcanzado la edad legal para casarse. Desde que la conoció sintió una
atracción muy difícil de explicar, y se fue enamorando de ella. Era una extraña
mezcla de deseo y amor que no podía refrenar. Aunque desde hacía un tiempo a
esta parte, el miedo iba pesando cada vez más.
-Hay algo muy extraño y perverso en Marla. No sé qué
pueda ser, pero me aterra. Espero que sea ella misma quien un día se canse de
mí y se vaya. - Suspiró. - ¡Ojalá no tenga nada de lo nuestro grabado!
Y no deseando pensar más en eso, volvió a su
despacho, tenía algunos reportajes en los que trabajar.
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