sábado, 5 de marzo de 2011

GWB 22. 67. Arrepentimientos.

Kerria se despertó aturdida, los rayos solares se filtraban por su ventana y ponían luz a un apacible silencio que para ella era aun el eco de su propia cabeza embotada. Ésta le pitaba entre los oídos y esa molesta sensación no cedía a pesar de sumergir el rostro entre sus manos repletas de agua fría.

- ¡Dios mío! -Se quejó con un leve gemido. -

Salió del baño despacio. Todavía se movía como un autómata por su cuarto. No recordaba con claridad casi nada de lo ocurrido la noche anterior. Lo único que sabía a ciencia cierta era que sus padres debían de estar enfadadísimos. Sólo de forma confusa se acordó de su hermano llevándola a casa. Se duchó durante un largo rato sintiéndose un poco mejor. Después se notó más despejada, todo lo sucedido ayer noche le parecía ahora una pesadilla irreal que desapareció al despertar.

-No, yo no pude haber estado allí, ni hacer nada de eso. - Quería convencerse, cuando era asaltada por algún breve recuerdo de lo sucedido. -

Terminó de secarse y fue entonces cuando en el entreabierto armario descubrió colgado un conjunto de vestir compuesto por una falda y blusa visiblemente discreto e incluso elegantemente formal. Seguramente habría sido su madre la que lo dejase allí. Decidiendo que debía ponérselo lo hizo y bajó a la cocina. Iba con la cabeza gacha, en actitud sumisa, esperando encontrarse de un momento a otro con sus padres y la consiguiente bronca que, a buen seguro le esperaría, pero allí no había nadie, no debían de estar en casa. Suspirando se preparó el desayuno y miró el reloj.

-Todavía no son las diez y media. – Pensó extrañada. -Tampoco es tan tarde, me pregunto dónde estarán papá y mamá.

            Al poco la puerta de la cocina se abrió y entró su hermano. Él no dijo nada, únicamente la miraba con una mezcla de severidad y preocupación, bastante rara en él.

- Buenos días, Leval, - saludó ella con un bajo y amable tono. -
- Kerria, termina pronto el desayuno y ven conmigo al instituto. - Replicó el joven con un tono bastante serio sin usar el apelativo cariñoso con el que siempre la llamaba. –

Aquello terminó de inquietar a la muchacha, si su hermano se dirigía a ella en ese tono era que la cosa aún había sido peor de lo que pensaba. Y ¿para qué tendrían que ir al instituto?

- Pero ¡si hoy es sábado! - objetó ella sorprendida -, no tenemos clase.
- Papá y mamá están allí. - Explicó el interpelado paseando la mirada por la cocina, como si no quisiera fijarla en su hermana, cuando le refirió. - Han llamado al director para hablar con él. Están muy enfadados contigo, sobre todo papá. Nunca le había visto de esa manera, ayer me dio miedo. Estoy muy preocupado por ti.
- Leval, ¿qué pasó ayer? - Preguntó Kerria musitando con voz trémula pese a estar convencida de ello. - ¿Es que hice algo malo?
- Malo no es la palabra, - repuso el chico agregando con pesar, queriendo saber a su vez. - ¿De verdad no te acuerdas de nada?
- No, de casi nada. - Negó ella con un movimiento ostensible de su cabeza. - Sólo nos recuerdo a Debbie y a mí entrando en la discoteca. Bebimos un poco y fuimos con un amigo de ella a un reservado. Luego no sé más. Solamente me acuerdo de ti trayéndome a casa, pero estoy confusa.

            Leval movió la cabeza con reprobatoria resignación y le contó lo sucedido. Esta vez sin omisiones, la muchacha estaba espantada. No podía creer que ella hubiera actuado de esa manera, ¡no quería! pero su hermano no tenía por que engañarla. Es más, veía claramente que no lo hacía y él añadió con patente pesimismo.

- No he dicho nada de eso a papá ni a mamá. Aun así, prepárate, porque no creo que sean muy comprensivos contigo. Pero no te preocupes, yo estaré allí a tu lado. - Añadió para tratar de animarla-, intentaré ayudarte en lo que pueda.

            El chico pensaba en esa misma mañana. Se levantó a eso de las ocho, tampoco pudo dormir mucho. Para entonces sus padres ya estaban despiertos. Es más, hasta dispuestos a salir de casa. Fue su madre quién le comentó.

-Hijo, aguarda a que tu hermana despierte. Tiene que recuperarse. Nosotros vamos a ir a ver al director. Le he dejado a Kerria ropa apropiada en el armario. Cuando esté lista la acompañas al instituto.
-Muy bien, mamá. - Convino él, que observo de reojo el adusto y enfadado rictus de su padre, quien, sin embargo, no pronunció palabra. - En cuanto podamos estaremos allí.
-Vamos Bertie. - Terció entonces Roy con tono seco.-

            Ambos iban bien vestidos, Leval vio a su padre trajeado y con corbata lo que no solía ser habitual en sus días libres. Su madre también lucía un traje pantalón, de tono gris perla. Con sus cabellos recogidos además en un moño. Al estilo de la tía Petz. Aquello desde luego que no podía presagiar nada bueno. Suspiró moviendo la cabeza cuando los lloros de su hermana le sacaron de sus pensamientos.

- ¡Leval perdóname! - Le pidió la muchacha abrazándose a él entre sollozos. - No sabía lo que estaba haciendo, no quería causarte problemas a ti también.
- Ahora es demasiado tarde para pensar en eso. - Declaró él que, pese a todo, trató de decir conciliatoriamente. - Pero tranquila, supongo que después de la bronca y el castigo que te pongan todo se arreglará.
- Sí, aceptaré lo que sea. - Afirmó su hermana preparándose mentalmente para ello. -

             Apenas pudo terminar el desayuno, su estómago estaba contraído por los nervios y el temor que la asaltaban ante las perspectivas que se le venían encima. Tampoco sabía nada de Debbie. ¿Qué pasaría con ella ayer? Posiblemente regresase a su casa. Ella vivía en la ciudad, de hecho, tenía que tomar en autobús para ir al instituto.

-Tengo que verla en cuanto pueda. Y aclarar esto de una vez. Pero ahora no me queda otro remedio que hacer lo que me digan. - Pensaba llena de angustia.-

Desde luego que la mera idea de enfrentarse a sus padres en este momento le daba pavor. Pero era inútil tratar de aplazar aquello y junto a su hermano se dirigió al instituto. Fueron caminando para que se le quitasen los nervios. Pasó cerca de la casa de Amatista, aunque supuso que ella estaría en alguna de sus actividades deportivas.

-Mejor dejarla al margen de esto. Cuanta menos gente se entere, mucho mejor. Además, ella no tiene nada que ver. - Reflexionó Kerria. -

Al fin llegaron ante las puertas del colegio. El corazón de la muchacha palpitaba más deprisa. Por suerte su hermano estaba a su lado. No habían hablado durante el camino. Esa era otra cosa que a ella le asustaba. Leval siempre solía comentarle algo o preguntarle alguna cosa cuando iban de camino al instituto. No obstante, la chica se percató de que su hermano la observaba de reojo, y hasta con desconfianza, como si estuviera mirando a una completa extraña.

-No sé qué hice ayer, pero si hasta Leval se comporta así conmigo, ¡que Dios me ayude cuando vea a papá y a mamá! - Pensaba con zozobra. -

Al llegar no se demoró. Pasó al interior junto con su hermano. En la recepción le dijeron que acudiese al despacho del director. Pero solamente debía entrar ella. Así lo hizo, Leval le dio un último ánimo y se dirigió a sentarse a la sala de espera. A Kerria le latía el corazón con fuerza, tocó la puerta y le dieron permiso para pasar, lo hizo tímidamente. Nada más entrar cerró suavemente tras de sí y descubrió al señor Scott, el director de su instituto sentado en su sillón, flanqueado por sus padres, ambos de pie.

- Hola papá, hola, mamá, buenos días, señor director. - Saludó casi con un susurro. -

             Únicamente el señor Scott le devolvió unos buenos días de cortesía. Su padre no dijo nada, su rostro parecía una esfinge, inescrutable pero amenazador. Beruche la miró de forma fría, diciéndole de forma seca.

- ¿Ya te has despertado? Bien, no es demasiado tarde, espero que tu hermano te haya explicado el por qué estamos aquí.
- Sí, me lo ha dicho. - Confirmó Kerria con un hilo de voz mientras bajaba la cabeza. -
- Te parecerá bonito tu comportamiento. - Le recriminó su madre perdiendo algo de aquella frialdad en pro de una creciente mirada de indignación, que acompañaba perfectamente a su tono. - Esta vez has ido demasiado lejos. Ahora siéntate. - Señaló una de las sillas que había en el despacho y le ordenó con rictus severo. - Tu director te va a hacer una serie de preguntas, contéstale.

            Kerria miró a su padre que permanecía de pie, con gesto muy serio, sin pronunciar palabra.

- Papá, ¿qué me van a preguntar? - Le inquirió tímidamente. -
- Ya has oído a tu madre. - Contestó Roy de forma fría, - ¡obedece! - Le espetó y la intimidada muchacha se sentó de inmediato. -

            El señor Scott se había visto sorprendido esa mañana al recibir la llamada de Beruche, a la que ya conocía de las reuniones de directores de los diversos institutos y de las entrevistas a las que acudía ocasionalmente para informarse de la marcha de sus hijos. Citó a los padres de Kerria a las nueve y tuvo que escuchar pacientemente los reproches de Roy acerca de los compañeros de curso de su hija. Se apresuró a tratar de calmarle y le pidió que llamasen a la muchacha para así poder hablar todos. Ellos contestaron que la chica vendría lo antes posible. Así pues, ahora la joven estaba allí sentada esperando nerviosa y él procedió con sus preguntas. Tratando de mitigar el cargado ambiente con un tinte más benévolo.

- Bien, Kerria, tus padres me han pedido que vaya al grano y creo que es lo mejor. Dime, ¿quiénes estaban contigo en esa discoteca? Es un asunto muy serio y debemos saberlo.
- Lo lamento, señor. - Musitó ella apenas enfrentando su mirada a la de él – pero… no puedo decírselo.
- Encubriéndoles no les haces ningún bien. - Insistió pacientemente el director que trató de tranquilizarla al agregar. - Yo no puedo castigarles, pues lo que estuvieran haciendo, malo o no, está fuera de mi jurisdicción. Pero desde luego tu comportamiento no me hace sentir nada bien. Siempre te tuve por una chica juiciosa y de buena actitud. Lo que a ti concierne, es cosa entre tus padres y tú. Pero hay más chicas y chicos implicados. Sus padres deben ser informados para evitar males mayores. Y también yo me siento culpable pues estamos hablando de alumnos y alumnas de este centro. Por favor, responde a mi pregunta. ¿Quién fue contigo?
- De verdad que lo siento mucho, señor - repitió ella, esta vez mirando al suelo -, no puedo decírselo...
- ¡Tu director te ha hecho una pregunta muy clara! - Intervino su padre perdiendo su aparente calma - ¡y tú le vas a contestar ahora mismo! - Gritó agitando la silla donde estaba su hija que temblaba de miedo. -
- Roy…- Terció Bertie entre temerosa y avergonzada, sujetando a su marido de un brazo. - Prometiste que no ibas a intervenir, por favor, cálmate.

            La chica estaba muy asustada, no por el director, sino por la mirada que veía en los ojos de su padre. Nunca le había visto tan enfadado y sólo pudo susurrar con palabras atropelladas.

- Lo siento, de verdad, sé que lo que he hecho no estuvo nada bien. Pero no lo volveré a hacer más. Se nos fue la cabeza, eso es todo. ¡Perdonadme por favor! - Pidió con los ojos llenos de lágrimas pero sus padres no respondieron. -
- Kerria - suspiró el señor Scott armándose de paciencia para volver a la carga. - Si nos dices quienes iban contigo seguro que tus padres verán que te arrepientes, no lo hagas más difícil.
- Más vale que contestes ya. - Le exigió Roy atemperando un poco su furia con una voz cargada de frialdad, lo que casi le hacía más temible aun - y rápido, porque del castigo que te espera no te vas a librar por mucho que nos supliques.

            La muchacha mantenía la cabeza baja como si así pudiera esconderse de todo. No dijo nada, no podía delatar a sus compañeros o estaría acabada allí. Al menos debía ser digna, de todas formas, no sabía a ciencia cierta cuantos podrían haber frecuentado esos locales, solo dos o tres nombres difusos que prefería no pronunciar, entre ellos el de su amiga Debbie. Sobre todo, por ella debía guardar silencio. A buen seguro que la expulsarían de saberse. Y aunque mentó su nombre cuando charlaba con Leval estaba convencida de que su hermano no lo diría. Ese era un mínimo consuelo para la situación en la que estaba. Entrelazaba sus manos que temblaban y sollozaba lo más bajo que podía.

- Yo no voy a insistir más. - Renunció el director con tono resignado para declarar. - Lo siento, pero creo que esta situación con Kerria les atañe a ustedes como padres. Del resto nos ocuparemos en una investigación. Les prometo que me involucraré personalmente en llegar al fondo de este enojoso asunto.
- Ha sido usted muy amable. - Respondió Roy recuperando un poco una precaria calma. - Le pido perdón por todas las molestias que le hemos causado.
- No se preocupe, lo entiendo, también tengo hijos de esta edad y seguramente habría actuado igual que ustedes. - Asintió el director que miró entonces hacia la señora Malden añadiendo con un tono que trató de ser conciliador. - Encantado de volver a verla, aunque hubiera preferido que fuera en circunstancias más agradables, espero que puedan arreglar las cosas con su hija.
- Gracias señor Scott. Ha sido usted muy amable. - Dijo Bertie empleando ahora su habitual tono cortés. -Salude a su mujer de mi parte.

            El director salió cediéndoles su despacho para que pudieran hablar en privado con la chica. Entonces apareció Leval que esperaba con impaciencia el desenlace de aquello. Al verlo Kerria pareció renovar sus esperanzas. La muchacha sonrió tímidamente. Su hermano siempre la había ayudado a mitigar los castigos y las broncas. Pero en esta ocasión Beruche miró a su hijo y le dijo con tono inflexible.

- Leval por favor, espéranos fuera, tu padre y yo tenemos que hablar con tu hermana a solas.

             Éste trató de decir algo, pero sus padres se mostraron inapelables, incluso su hermana comprendió que aquello ya no serviría de nada, prefería enfrentarse sola a lo que fuera. Le miró y él lo comprendió perfectamente. Así que salió del despacho sin dejar de observarla con un sentimiento de temor por lo que pudiera pasar. El propio chico estaba preocupado, además de por Kerria por él. Se acordaba perfectamente de cómo logró sacar a su hermana de aquel antro, y de los golpes que repartió. Aun habiendo sido provocado. Lo malo es que no midió sus fuerzas. De hecho, no pensaba que tuviera tanta.

-Espero no haber herido de gravedad a nadie. Podría ir a la cárcel. - Meditaba con temor. -

Y eso le arruinaría la vida. Todos sus sueños y anhelos de llegar a ser piloto y de tener una carrera distinguida en el ejército. Suspiró deseando que nadie hubiese salido mal parado y que no pudieran dar con él. De todos modos, en garitos como esos las peleas eran muy frecuentes. A buen seguro le habrían tomado por un alborotador más. Y si él se sentía mal y estaba asustado, su hermana lo estaba muchísimo más. Dentro del despacho del señor Scott, una vez se cerró la puerta, transcurrieron unos tensos instantes en los que nadie hizo ni dijo nada. Por fin, Roy se acercó de nuevo a su hija, resopló y trató de mantener la calma, aunque se veía de antemano que sus esfuerzos iban a ser baldíos.

- Me gustaría saber que demonios pasaba por tu cabeza para ir a un antro como ese. - Le recriminó conteniendo en la medida de lo posible su indignación. -

Aquella era una de esas situaciones en las que si Kerria trataba de defenderse con palabras enfurecería aun más a su padre. Únicamente podía callar y soportar el chaparrón, en la vaga esperanza de que éste se disolviera por si mismo. Pero lejos de amainar, la tormenta arreciaba.  Roy proseguía cargando sus palabras con un cada vez mayor tono de enfado.

- Creo que hemos sido muy claros sobre los sitios a los que puedes o no ir. Que hemos tenido mucha paciencia contigo cuando has llegado tarde, ¡cada vez más tarde! Te permitimos ir y venir a tu antojo con tus amigos de clase. Confiábamos en ti y tú nos lo pagas de esta manera.

            La muchacha era como una muñeca sin vestigio de emoción, no podía oponer nada a eso. Solamente aguardaba con cada vez más temor y desolación a que su padre estallase de una vez. Sabía que tenía toda la razón. Ni ella misma era capaz de justificarse. ¿Qué les iba a decir? En realidad, deseaba que todo terminase cuanto antes con el previsible castigo, por grande que fuera, y luego que la dejasen en paz. Ahora fue su madre la que intervino casi a modo de desesperada súplica.

- Si por lo menos dices quién o quienes te han metido en esos sitios evitaremos que sus padres se lleven algún disgusto grave. ¡Piénsalo, hija! ¿No ves que con tu actitud empeoras más las cosas?

            Kerria apenas se permitió elevar sus llorosos ojos hacia su madre que esperaba una respuesta, la muchacha no pasó de articular un gemido apagado. ¡Ojalá pudiera transmitir toda su impotencia, sus miedos y su confusión, las causas que la habían llevado a esto! Pero creía firmemente que de hacerlo se enfrentaría a algo mucho peor de lo que ya tenía. A fin de cuentas, esto pasaría, tarde o temprano, lo otro no. Y su mutismo hizo que su padre perdiera definitivamente la paciencia. Con una mano y no mucha delicadeza, elevó el mentón de su hija para hacer que le mirase y espetó.

- ¡Mírame cuando te hablo y escucha bien lo que te voy a decir, mocosa! Aunque no quieras decirnos quienes son, te aseguro que lo averiguaré. Y cuando lo sepa te prohíbo, ¿me oyes? ¡Te prohibo que los vuelvas a ver más! Vas a estar castigada sin salir por tiempo indefinido, sólo de casa al instituto. Yo mismo iré a traerte y llevarte si es necesario y si por alguna causa no pudiera hacerlo algún día, quiero que estés de vuelta en casa, a la hora justa. Lo que tardes en ir y volver, ¡ni un minuto más! Y a la mínima que hagas o que nos desobedezcas te juro que te mando de cabeza a un internado. ¡Ahora, vuélvete a casa con tu madre!, no quiero verte hasta la cena.
- ¡Papa! - Sollozó Kerria. - Lo siento…

La muchacha dirigió una mirada suplicante a sus padres a punto de romper a llorar, pero esta vez Roy era insensible a sus ruegos. Le dio la espalda mirando por la ventana y cruzado de brazos.

- He dicho que te quites de mi vista. - Repitió volviendo a su frialdad anterior. -

            Beruche tocó el hombro de su hija y le dijo de forma inexpresiva.

- Ya has oído a tu padre, levántate y vamos a casa, allí hablaremos tú y yo.

            Kerria obedeció, siguiendo sumisamente a su madre y ambas salieron. Leval que continuaba aguardando allí se acercó enseguida preguntándole a su hermana que caminaba arrastrando los pies y con la cabeza hundida entre los hombros.

- ¿Qué ha pasado? - Ella no dijo nada, sólo miraba al suelo y lloraba en silencio. -
- No te preocupes, Leval. - Le tranquilizó Beruche con algo más de amabilidad. -  Tú haz lo que debas hacer esta mañana, yo me ocuparé de tu hermana.

            El muchacho se quedó callado, sin saber qué decir, abrazó a la chica que se pegó a él llorando desconsolada. Demandando algo de calor y de cariño en medio de ese infierno de frialdad y enfado que la rodeaba. Pero su madre, muy a su pesar, la separó con brusquedad recalcándole con un tono inconmovible.

- Kerria, ya está bien, esto sólo te atañe a ti. Ya tienes edad de comenzar a afrontar tus propios problemas. No puedes depender de que tu hermano te ayude con esto, es demasiado grave. - Y seguidamente se dirigió a su hijo de forma más animosa. - Vete, yo me encargo de todo. Y no te preocupes más por tu hermana, confío en que habrá aprendido la lección cuando termine su castigo.

Él asintió con pesar y se alejó mirando hacia atrás hasta que no vio a su madre ni a Ky. Al poco rato llegó a la piscina pues le tocaba entrenamiento de natación. Allí estaban sus compañeros del equipo, haciendo su calentamiento, se disculpó por llegar tarde y se unió a ellos. Amatista se presentó allí, ajena por completo a lo que ocurría con Kerria. De hecho, pasó la noche durmiendo de maravilla. Se levantó algo tarde y pensó en ir a nadar para despejarse.  Además, sabía que el hermano de su amiga tenía entrenamiento y decidió ir a ver si se encontraba con él. Ahora estaba con alguna de sus amigas del equipo.

- ¿Qué tal anoche? - Quiso saber Lana. -

            Y es que su amiga sabía por boca de ella misma de los planes de Amatista. La francesa se lo contó por teléfono con mucha emoción.

- ¡Menuda suerte que tienes! ¡Vaya un guía te ha salido! - Le dijo Lana al enterarse, para añadir, eso sí, con tinte de fastidio por su compañera. - Lo malo es que su hermana también vaya.
-Oye. Que ha sido precisamente idea de Kerria. Lo hace para ayudarme. Es muy maja. - La defendió Amatista. -
-Eso es cierto. - Admitió su amiga, que se despidió pidiéndole. - Bueno, ya me contarás. ¿Eh?
           
Y en efecto, la propia Lana, junto con Norma y Sandra, que conformaban el núcleo de las amigas de Amatista, la rodeaban en busca del cotilleo. Fue Sandra quien la interrogó primero nada más verla aparecer en el vestuario tras haberse ejercitado un poco en la piscina.

- ¡Cuenta, Tist!
-Pero bueno. No se te puede decir nada. ¡Ya se lo has tenido que largar a todas! - Regañó jovialmente a Lana por toda réplica. -
-Entiéndelo. Cuando una chica tiene una cita con Leval, es una noticia realmente interesante. - Se defendió jocosamente la interpelada. -
-Aunque fueras con su hermanita como carabina. - Intervino Norma. -
-Kerria tuvo el detalle de proponer esa idea, y, además, luego se fue y nos dejó solos para cenar. - Sonrió Amatista, añadiendo con patente reconocimiento. - En cuanto la vea le daré las gracias.
- ¡Anda! No me digas que Kerria se fue. - Comentó una sorprendida Sandra. - ¿Te dijo con quién?
-Creo que había quedado con un chico. - Elucubró la interrogada. -

            Sandra y Norma se miraron, lo mismo que Lana. Parecían perplejas desde luego. Amatista no comprendía esa actitud y añadió.

-Bueno, tiene derecho a tener sus propios planes.
-Sí, claro. - Convino Lana que al igual que el resto daban la impresión de querer cambiar de tema, o más bien centrarse en lo que importaba. - ¿Y entonces, hubo algo? Ya me comprendes.
-Cenamos y conversamos de varias cosas. Luego me llevó a casa. ¡A ver, chicas! ¿Qué os creíais? Sus padres y los míos son amigos. No puedo ir deprisa…y, además, no quiero…

            Pero en el gesto de sus amigas se dibujaba la decepción. Norma movió la cabeza alegando.

-Chica, eso no es buena señal.
- ¿Cómo qué no? - Replicó la francesa. -
-Me refiero a que está genial que hayáis salido, pero eso no cuenta como una cita. -Valoró su interlocutora. -
- ¿Y se puede saber por qué no? - Preguntó Amatista que se había molestado al escuchar eso. -
-A ver. - Suspiró Sandra ahora, con tono conciliador y cauto sobre todo al comentar. - No sé cómo decirlo sin que te enfades.
-Pues dilo claramente. - Le ordenó su interlocutora que ya comenzaba en efecto a enojarse. -
-Mira, Tist. No queremos decir que no le intereses, pero piénsalo. Fue su hermana quien propuso esa salida de los tres. Tú misma has dicho que vuestros padres son amigos. Posiblemente hayan querido ser amables y enseñarte la ciudad.
-Eso si Kerria no se ha aprovechado de ti en parte para realizar sus propios planes. -Añadió suspicazmente Norma, quien entonces se percató. - Por cierto. No ha venido a entrenar con nosotras hoy.
-Lo hizo con la mejor intención. De eso estoy segura. - Se reafirmó su contertulia defendiendo a su amiga ausente. - Y hoy es sábado. Habrá preferido descansar. No sé porqué dices esas cosas de ella.

            Su compañera se encogió de hombros, mirándose una vez más con las otras. Amatista iba a preguntar qué les sucedía cuando oyeron a los chicos. Estaban terminando y salían de la piscina. Ellas fueron enseguida a verlos. Al menos buscando a uno muy concreto.

-Hola Amatista. ¿Qué haces luego? - Quiso saber uno de los componentes del equipo de natación masculino. -
-Nada que pueda interesarte. - Replicó ella esbozando una malévola sonrisa. -
-Venga, danos una oportunidad. - Le pidió otro chico que era ciertamente atractivo. -
-Cuando seáis capaces de ganarme en una carrera. - Les retó la joven. -
           
            Los demás se miraron desalentados, estaban cansados tras en el entrenamiento y esa muchacha era muy rápida. Pero sobre todo se daban cuenta de que solamente tenía ojos para su compañero Leval quien estaba justamente saliendo de la piscina, dado que llegó más tarde que el resto. Por su parte, Amatista había calentado ya antes, nadando algunos largos y se sentía en forma. Se dirigió hacia él y saludó de modo jovial.

- Hola Leval, ¿cansado? ¿No te apetece que hagamos una carrera?
- No, gracias Amatista. - Declinó él. - Otro día ¿vale? Sí que estoy algo cansado. - Lo dijo más bien para eludir el compromiso, pues no tenía ninguna fatiga pese a lo duro del entrenamiento. -
- ¿Es que me tienes miedo? - rio ella añadiendo con simulada comprensión. - Haces bien. Soy la más rápida e incluso gano a muchos de tus compañeros de equipo. -

Y para refrendarlo, alguno de estos miró al muchacho algo avergonzado y asintió, incluso uno le advirtió.

- Es muy buena Leval, nunca he visto a una chica nadar así.
- Y en doscientos metros no me gana nadie. - Presumió Amatista que proclamó jocosa. – ¡Ya te dije que tenía el récord de mi liceo! Y ahora tengo el del instituto, el de las chicas claro, el de los chicos aun no me he propuesto batirlo, ¡ja, ja, ja!

            Tras todo lo sucedido con Kerria, Leval no tenía demasiadas ganas de perder el tiempo con ella. Al menos no desde esa perspectiva tan infantil que le proponía. Realmente se sentía desconcertado con Amatista. Pensaba que era una muchacha más seria. Al menos la noche anterior cuando hablaron le dio esa impresión. Pero las chicas de su edad quizás tuvieran dos caras. Lo acababa de comprobar con su propia hermana y a fin de cuentas esto era una tontería. Podría ser que esa muchacha tuviera su orgullo deportivo y que delante de los otros no pudiera evitar retarle. De todas formas, eso quizás le quitara la tensión que había sufrido con su hermana. Si esa chica quería jugar, jugaría un poco con ella. A fin de cuentas, él comenzaba a sentir curiosidad por la fama que la barbie francesita, como alguna compañera envidiosa la llamaba, había adquirido de buena atleta. Hasta ahora no la había visto en acción y también él quería encontrar a alguien que fuera más competitivo que el resto, contra los que, la mayor parte de las veces no podía sacar todo su potencial. Y quizás tampoco vendría mal que le diese una cura de humildad a esa muchacha. Decidido pues, la miró a su vez de forma burlona y dijo.

- Así que eres buena. ¿No? De acuerdo, tú ganas, te echo una carrera, a doscientos metros. Estilo libre. ¿Te parece bien?
- Me parece perfecto. – Asintió ella complacida de que él aceptase el desafío y más en su distancia preferida. -

            Leval se quedó pensativo unos instantes y añadió.

- Considerando el récord femenino….

 Sin embargo, no pudo terminar la frase. Amatista le cortó exclamando.

- ¡Estoy tan segura de mis posibilidades que te apuesto una cena, el que pierda invita al otro, en el sitio más caro que haya!

            En realidad, ella pretendía que ambos volvieran a salir, pero era demasiado orgullosa y tímida al tiempo como para proponérselo de modo directo. Y de este modo lograría una auténtica cita para que sus amigas vieran que no se detendría ante nada para ligarse a Leval. Y la oportunidad era inmejorable. Ésta era la mejor forma que habría podido encontrar. La que más podría acercarles dadas sus preferencias. No obstante, él declaró con tono calmo y dando de la impresión de que hasta un poco despectivo.

- Muy bien, pero no me has dejado acabar. Iba a decirte que teniendo en cuenta ese tiempo del récord que posees, necesitarás una pequeña ventaja para que tengas posibilidades.

 Los chicos se sonrieron divertidos, les encantó que su compañero le bajase los humos a esa prepotente y las chicas, al igual que Amatista, le miraron con cierta indignación.

- Ya salió tu machismo ¿eh? – Comentó irónicamente ella que concedió con aparente indiferencia, (aunque no le había gustado nada la manera que tuvo él de decirlo) - Bueno, tus compañeros fueron lo bastante tontos como para cometer el mismo error. Disfrutaré ganándote a ti también.
- Pues vamos allá. ¿O quieres calentar? -  Ofreció él sin dejar de sonreír confiadamente. -
- No, ya estoy más que preparada. - Aseveró ella muy segura y devolviéndole la misma sonrisa de seguridad en sí misma. -
- ¡Vamos Tist! duro con él. - La animó Lana. -
-Dale una lección. - Añadió Sandra. -

            El chico se sonrió ampliamente ahora, casi de forma paternal. En tanto que Amatista exhibía un rictus concentrado. Ambos subieron a los cajones para tirarse, la señal la daría uno de los compañeros de Leval. Aguardaron, él con aparente calma, ella con una más que notoria impaciencia, y en cuanto escucharon el, preparados, listos, ya, reaccionaron. Por lo menos Amatista, que saltó al agua con un inmejorable estilo y comenzó a nadar a crol con furia, ¡parecía un misil!, casi todos estaban boquiabiertos. Pero su contrincante se limitaba a mirarla de modo indolente, sin saltar aún. Ella que nadaba con todas sus fuerzas avanzaba ya diez metros. Leval no saltaba, quince metros, veinte metros.

- ¿A qué espera? ¿Es que le había parecido una salida falsa? - Pensaba la chica indignada, pero con el magnífico ritmo que llevaba no se iba a detener. - Veinticinco metros, treinta, pero algo le decía que el muchacho sabía perfectamente que la salida era buena. - ¿Qué se habrá creído?, ya no podrá ni tan siquiera alcanzarme. Voy a ganar, pero no quiero hacerlo así, ¡engreído! No me toma en serio, pero se va a enterar.  

Cuarenta metros, cuarenta y cinco… Y al fin Leval saltó al agua mientras Amatista giraba en los primeros cincuenta metros, con un crono excelente.   A una velocidad impresionante al estilo mariposa, él fue recortando diferencias. Leval se cruzó con ella por la mitad de la piscina. La joven no podía creer que su rival nadase tan rápido y pese a que acusaba ya el cansancio, trató de aumentar su ritmo utilizando el mismo estilo que él, que, aunque era más duro, aumentaba su rapidez. El chico ya giraba en su persecución en tanto a ella le restaban aún diez metros para hacerlo de nuevo. En cuanto la chica giró, Leval ya estaba más allá de la mitad de la piscina, ¡había reducido veinticinco de los cincuenta metros de desventaja en un momento! Esta vez le dio alcance cruzándose en el sentido opuesto, cuando ella tan sólo llevaba recorridos unos siete metros, al cabo de unos segundos, el giró ya en la misma dirección y sólo había diez metros de diferencia entre ellos.

- ¡Ese chico no es humano, pero no me rendiré!- Pensaba la agotada muchacha, que tuvo que volver al crol para ser capaz de soportar aquello. Aunque pese a todo, sacó fuerzas de su determinación y su orgullo para acelerar al límite de sus posibilidades o incluso más allá. -  Iré con todo lo que tengo. ¡No voy a perder!

            Leval también había pasado a crol y ya estaba sólo a cinco metros de distancia cuando ella giró para encarar el último largo. Poco a poco, se iba acercando. A su atónita rival solamente le quedaban diez metros para terminar y él estaba a tan sólo dos de ella. Cinco metros para la meta. Todos los chicos y chicas contenían el aliento y no se perdían detalle. Aquel impresionante atleta estaba a sólo un metro de diferencia. Al quedar dos la igualó con sólo un metro la superó. Pero, cuando todo el mundo creía que iba a ganar, se dejó ir para que su destrozada adversaria pudiera alcanzarlo. Tocaron la meta a la par. Amatista jadeaba sujeta al borde sin poder casi ni respirar, en tanto que Leval, jadeando cansado, pero bastante más entero, salió del agua. Incluso le ayudó a ella sujetándola de los brazos y tirando hacia arriba. Los demás que habían presenciado aquello con la boca abierta, estallaron en aplausos. ¡Había sido una exhibición increíble! En cuanto se hubo rehecho un poco la misma Amatista miró el crono asombrada, ¡habían rebajado bastante el récord que ella misma poseía! Pero, aun así, no había podido, con cincuenta metros de ventaja sobre doscientos, ganar a Leval. Y recordó ahora las anteriores palabras del chico, no eran producto de la vanidad, el machismo, ni la altanería. ¡Eran la pura y objetiva verdad!

- Felicidades. - Declaró entonces él, dándole a su competidora una toalla y asegurando con amabilidad. - Has nadado muy bien, nunca he visto a nadie avanzar a esa velocidad. No he podido contigo, creo que lo más justo ha sido el empate.
- ¿Te estás burlando de mí? - Repuso ella jadeando aun por el esfuerzo, entre sorprendida y herida en su amor propio para recriminarle. - Tú me adelantaste y luego te dejaste alcanzar… ¿por qué?
- No, ¡qué va!,- negó despreocupadamente Leval que aludió. - Hice mucho esfuerzo por recuperar la distancia y me entró una pájara. Te concedí demasiada ventaja. Tenías razón, fue un error. Tengo que reconocer que eres muy buena. Nadie había logrado empatarme hasta ahora. Así que no ha ganado ninguno de los dos, tendremos que aplazar la cena para otra ocasión. - Y tras esa conclusión sonrió divertido ante la desconcertada muchacha. -
- Te reto a cualquier otro deporte que practiquemos los dos. - Le respondió resueltamente ella. - Pero esta vez no quiero ventajas, no me gustan. Prefiero perder sin paliativos que recibir esa clase de ayudas. Es humillante. Será un reto justo, ¿de acuerdo?
- Perdóname, no quise humillarte ni nada por el estilo. Me parece bien. - Asintió el chico agradado al comprobar que su interlocutora tenía esa clase de dignidad. - Pero ahora he de volverme a casa. Ya hablaremos de eso. Hasta luego.   

Y él se alejó tranquilamente dejando a Amatista aún con la respiración agitada y el corazón latiendo casi hasta salírsele del pecho, y no solamente por el esfuerzo de aquella carrera.

- ¡Es formidable! - Pensaba ella. - Jamás vi a nadie igual…

La joven batallaba entre el sentimiento de haber sido humillada, cosa a la que desde luego no estaba acostumbrada y que no podía soportar y el de incredulidad, al haberlo sido por alguien que desde luego parecía de otro planeta. Verdaderamente no pudo hacer más, ¡nadie podría haber hecho nada frente a ese chico! Su récord lo atestiguaba y en ello pensaba para consolarse sin poder asimilarlo aún. En eso su amiga Lana, se aproximó junto con sus otras compañeras, que se habían unido al grupo, exclamando.

- ¡Guau chica! - ¡Ha sido increíble! Has podido medirte con Leval casi de igual a igual…
- ¿Me tomas el pelo? - Sonrió la interpelada moviendo la cabeza. - No tengo nada que hacer contra él. Al menos en natación. Y eso que es uno de mis puntos fuertes.
- Pero has logrado atraer su atención. No veas la envidia que me das. - Le confesó su amiga comentándole casi con tono confidencial. - Dicen que le gustan mucho las chicas decididas y con pundonor. Mira que yo he tratado de salir con él, pero misión imposible.
-Sí- terció Tiffany, otra de las compañeras de Amatista que era una chica de color, bastante más baja que ella. - Pensábamos que, después de salir con Lorna, alguna podría tener una oportunidad. Pero para él no existimos. - Suspiró desolada como el resto de sus acompañantes al remachar. - No querrá saber nada más de ninguna chica de por aquí.
- ¡Eso no es del todo cierto! - rio Lana exclamando con jocosidad en el tono, al tiempo que en un francés más que aceptable en referencia a Amatista sentenciaba. - ¡Nous avons ici la femme idéale pour Leval!

            Su amiga enrojeció a ojos vistas para regocijo del resto y se apresuró a replicar en su idioma natal.

-Pas de bêtises!
- ¡Venga ya! Si lo estás deseando. - Afirmó Lory, otra de sus compañeras, de pelo castaño, ojos marrones y mediana estatura. -
-Bueno. - Concedió la aludida, ya en inglés para confesar. – Aparte de su físico es un chico muy agradable, de verdad. No pensaba que fuera así.
-De hecho, ayer estuvieron cenando. - Terció la entusiasmada Sandra desvelándoselo a las otras. -
- ¿Cómo? - Exclamaron las compañeras que estaban al tanto de aquello, rodeándola de inmediato con deseos de conocer aquella historia. - ¡Cuenta, cuenta!

            Amatista suspiró, fulminando a esa chismosa con la mirada. Aunque, ¡qué se le iba a hacer! Tendría que contarlo todo otra vez. Pero ahora optó por hacerlo con tono mucho más modesto y sin pretensiones.

-No fue nada de particular. En serio. - Se apresuró a matizar la azorada muchacha, refiriéndoles a sus atentas oyentes. - Fui con Leval y su hermana a conocer la ciudad. Sus padres y los míos son amigos desde hace mucho tiempo.

            Aunque para sorpresa de Amatista, las expresiones de sus otras compañeras se tornaron más serias de lo normal y fue Tiffany quién le comentó esta vez con tono exento de broma…

-Ten cuidado con Kerria. Últimamente no es de fiar.
- ¿Qué? - Pudo replicar la joven observando a su interlocutora con asombro y añadiendo no sin contrariedad. - ¿Otra vez con lo mismo? No digas tonterías, es una buena amiga. La idea de conocer la ciudad y de que su hermano nos llevase fue suya.
-Sí, claro… y luego aprovechó la circunstancia para desaparecer. - Declaró Sandra que no se apeaba de aquello. -
-Bueno, ya está bien. - Se plantó la francesa, pudiendo al fin preguntar con visible malestar. - ¿Qué es lo que os pasa con Kerria?...

            Ante la cara de sorpresa de Amatista las demás le contaron a su vez lo que se había sabido por los cotilleos. Algún compañero vio a esa chica en un local que no pocos frecuentaban. Y la vieron con esa tal Deborah, la chica nueva. Esa que apenas se relacionaba con nadie allí. La habían trasladado recientemente y se rumoreaba que por nada bueno. Aunque la explicación que se dio era que sus padres se mudaron por trabajo. Era una tía muy rara, que vestía de negro, casi con un toque gótico en ocasiones, y con la que la hermana de Leval parecía llevarse muy bien, demasiado bien, pensaban. La propia Amatista la había visto alguna que otra vez y al margen de su apariencia no apreciaba en esa muchacha nada extraño.

-No decimos que Kerria sea mala chica. Sólo que esa compañía no es muy recomendable para ella. – Apuntó Norma. -
- ¡Bah! – Desdeñó su interlocutora. - Yo he visto a Ky en su casa, conozco a su familia y os puedo asegurar que eso son tonterías. ¿Y qué si fue a una discoteca? ¿Acaso nosotras no estamos locas por ir? Lo que sucede es que mi madre me vigila como un halcón y si se me ocurriera hacer algo semejante me castigaría hasta que cumpliera los cuarenta. - Suspiró con fastidio. -
- Bueno, chica, si tú lo dices será así. - Repuso Lana, tratado de aparcar ese enojoso asunto para volver al tema anterior. - Sigue por ese camino y seguro que Leval cae en tus redes, ja, ja…

             Amatista se rio sin poderlo evitar. ¡Ojalá que sus compañeras llevasen razón! Y junto con todas se marchó de allí, dispuesta a volver a casa. Aunque le extrañaba que Kerria le hubiera dicho que iba a ver a un muchacho. Bueno, en realidad quizás fue ella la que hizo esa deducción.

-Ahora que lo pienso, ella no mencionó a ningún chico en particular. Habló de una amiga.  Me lo tomé por una simple excusa, pero quizás fuera verdad. - En fin, ¿qué más da? Irían a la discoteca a ligar con algunos tíos buenos, le echaron morro, eso es todo. - Y así lo dejó correr, olvidándose del tema de Kerria, para volver a pensar en Leval. - Es increíble ¡Con toda la ventaja que me dio sabía que me alcanzaría! Le bastó para superarme y luego se dejó alcanzar, a pesar de lo que él diga lo hizo adrede, de eso estoy segura. Lo que pasa es que no quería humillarme. Eres un adversario impresionante Leval. Pero a mí no me achantan los retos, ni los deportivos ni los de otro tipo. – Pensaba llena de emoción. – Al contrario, es lo que más me gusta.

            Efectivamente aquello no había hecho más que reforzar su determinación de conseguir la atención de ese muchacho. Si había un chico lo suficientemente bueno para ella era él. Quizás fuera pecar de inmodestia, pero si algo no fue nunca Amatista era hipócrita. En el fondo ansiaba alguien así. Capaz de ser amable y considerado, pero no por ser débil ni servil, sino fuerte y seguro de sí. Aunque ahora se abrían ante ella dos sentimientos contrapuestos y a un tiempo complementarios. La rivalidad se mezclaba con el deseo y ella lograría satisfacer ambos de un modo u otro. Aunque eso sí, siempre que su dignidad y su orgullo deportivo y sobre todo personal quedasen intactos. Lo que no haría jamás sería jugar sucio o rebajarse. Ya tuvo suficiente con François y, de todos modos, este reto no merecía actuar de manera poco decorosa. Si no podía lograrlo por su propio esfuerzo no lo querría. Ahora solamente le quedaba pensar en la forma de conseguirlo…

-Será difícil, tendré que dar lo mejor de mí para estar a su altura. - Pensaba verdaderamente motivada. -

            Y en la casa de los Malden, Beruche, sin casi mediar palabra, indicó a Kerria que subiera a su habitación. La desolada chica no pudo evitar romper a llorar de nuevo y se abrazó a su madre pidiendo perdón una y otra vez. Bertie no pudo evitarlo y se ablandó pese a su pretendida frialdad, sabía que su hija lo estaba pasando muy mal. Ella misma sufría viéndola en ese estado y por fin también la abrazó.

- Ahora. - Le susurró con más suavidad. - Voy a ir a buscar a tu padre y trataré de calmarle. No te prometo nada, pero más vale que te portes bien durante mucho tiempo.  

La muchacha asintió débilmente, quería ser perdonada, que sus padres le mostrasen su comprensión, ser capaz de sincerarse y de que la aceptasen. De volver a tener el cariño de antaño. Aunque ahora mismo lo primero era salvar esta situación. Por lo menos las palabras de su madre la confortaban invitándola a la esperanza. Si dependía de ella se esforzaría en hacer lo que le mandasen.

-Te lo prometo mamá. Lo haré. Cualquier cosa que me digáis. - Pudo balbucir. -

Beruche por su parte se limitó a asentir, dejando a la todavía sollozante Kerria en su cuarto tras darla un afectuoso beso en la frente. Al poco volvió al instituto a encontrarse con Roy. Su marido aguardaba aun allí, tratando de calmarse del todo. Durante algún rato mantuvo una charla con el director que se había quedado preocupado allí fuera, a la espera de saber como habían salido las cosas. Finalmente pudo serenarse lo bastante como para acordar con ese hombre que se tomarían medidas para impedir que algo así se repitiera. Y cuando el señor Scott se despidió, Roy no pudo evitar verse abrumado por el desasosiego y la tristeza. Se preguntaba una y otra vez que pasaba con su hija. ¿Acaso había dejado él de atenderla una sola vez? Siempre, a pesar de los viajes con el equipo y de su apretada agenda de trabajo, había sacado tiempo para los chicos. Ellos eran su mayor prioridad. Igual que para Bertie. Y aunque él en su despiste pudiera haber dejado cosas por atender, su esposa de seguro, no. De todos modos, no podía dejar de pensar que Kerria le había decepcionado del peor modo. Apenas hacía poco más de un par de años era una inocente niña que jugaba con muñecas y le escuchaba embelesada cuando él le contaba alguna historia. ¿Cómo había podido cambiar tanto en tan poco tiempo? Es más. ¿Desde cuándo era así? ¿Habría hecho ya cosas parecidas sin que él o Bertie lo supieran? Eso le asustaba. ¡Ojalá ésta hubiera sido la primera y única vez y ellos hubiesen cortado de raíz el asunto! Sí, eso deseaba creer.  A partir de ahora estaría mucho más pendiente de la niña. Pensaba ahora en la conversación que mantuvo con su esposa, en tanto iban de camino al instituto.

-Estoy muy preocupado, Bertie. Quiero averiguar quienes han sido los que la han llevado a esos sitios. Empezaré por demandar a ese local de sinvergüenzas por permitir la entrada a menores…
-Roy, por favor. No busques complicaciones. - Le pidió ella. -

            Él le dedicó una perpleja mirada. Apenas pudo responder.

-No lo entiendo. Pensaba que estarías de acuerdo conmigo en demandar a esos canallas.
-Lo estoy, pero ahora me preocupa mucho más nuestra hija. - Afirmó su contertulia, alegando. - Además, no quiero juicios ni procesos que hagan que nadie se ponga a investigarnos o a sacarnos en la televisión. Y menos todavía que vayan a meterse en la privacidad de Kerria.
-Ya, es verdad, lo había olvidado. - Admitió él. -

            Como exjugador profesional de baloncesto y entrenador ya era bastante famoso y no deseaba atraer más la atención. Al hilo de esos mismos temores, su esposa añadió.

-Por eso, aunque no me guste la idea. Es mejor olvidarse de esos individuos. Demos gracias a Dios de que nuestra pequeña está sana y salva y veamos qué le ha podido ocurrir, para evitar que esto se repita en el futuro.

            Y así lo decidieron. Ahora, Roy le daba vuelta a eso en el patio del colegio. Beruche lo encontró cuando meditaba sobre eso sentado en los jardines del exterior. Tras saludarle, ella propuso a su marido ir de compras por la ciudad. Roy no estaba muy dispuesto, no paró de decirle a ella lo perdido que se sentía en relación con su hija. Lo frustrante que era para él verla actuar así.

- Encima su cumpleaños va a ser en unos pocos días. Había pensado en hacerle un regalo especial. ¡Son quince años, Bertie! Pero ahora tengo que castigarla. Sufrirá sin fiesta y sin sus amigos. Y no me gusta nada tener que llegar a eso. Pero se lo ha merecido. ¡Nosotros no hemos sufrido tanto para esto!, ¡no hemos luchado en tantas batallas para esto! - Repetía una y otra vez con visible malestar. -

Ella le escuchó poniendo el contrapunto de la serenidad y el afecto e intentó apaciguarlo con palabras amables.

-Está cambiando porque es una adolescente. – Le explicaba su esposa añadiendo con suavidad. – Tienes que darle tiempo.
- No puedo entenderlo. – Repetía él, lamentándose. – Nunca lo habría esperado de nuestra hija. Siempre la hemos protegido de todo.
- Vamos, cariño. – Le respondió Bertie de forma algo más jovial. – Trata de recordarte tú a su edad.
- A su edad yo era solamente un crio que jugaba al baloncesto. No me metía en bares ni bebía. - Contestó su esposo con desazón. –
- ¡Roy! – Se sonrió su interlocutora añadiendo con divertido tono amonestador. – Que yo te conocí en tu época dorada. ¡Y nunca mejor dicho! Hasta te acabó por brillarte el pelo de ese color.

            Su marido apenas pudo sonreír débilmente rememorando aquello y tras suspirar replicó de forma entre reflexiva y nostálgica.

-De hecho, tú fuiste la razón por la que me transformé en súper guerrero la primera vez. En serio, cariño. – Pudo decir ahora de forma más grave. – No era lo mismo. Yo perdí a mis padres, eso tú lo sabes. Y era unos años mayor que Kerria cuando nos conocimos. Ya estaba en la universidad. Ella apenas sí ha comenzado el instituto. Y nos tiene a nosotros. No está sola como lo estuve yo. Ni está poseída por ningún demonio. Ni por la energía de ningún cristal oscuro como te sucedió a ti. Aquí no hay nada de sobrenatural. Y eso, por paradójico que sea, es lo que más me asusta. No sé cómo enfrentarme a esto. Quizás porque no hay nada a lo que enfrentarse. Y eso me deja a mí como la causa. ¿Acaso he sido tan mal padre?
-Claro que no, tonto. - Trató de animarle su esposa.- Eres un padre maravilloso.
-Tú sí que eres una madre estupenda. Y que ha estado junto a los niños mucho más tiempo que yo. Pero, por esa misma razón tengo miedo. ¿Qué se nos ha podido pasar? Hasta ayer mismo creía que conocía a nuestra hija…Nunca me habría podido imaginar algo como esto. ¿Acaso no piensas lo mismo tú?

Ahí su contertulia tuvo que darle la razón. Sin embargo, tras meditar sobre eso unos momentos le respondió con sincera inquietud, en tanto se agarraba a uno de los brazos de su esposo con ambas manos según paseaban por la calle.

-No sé, Roy, pero de alguna manera creo que a nuestra hija le sucede algo. Y no me refiero a lo que ha hecho. Eso en mi opinión esto, por grave que parezca, no es más que un síntoma de otra cosa.
- ¿El qué? - Quiso saber él. - ¿Qué le puede pasar? Vive en un sitio estupendo, tiene a su familia que la quiere con ella, tiene amigos que la aprecian…
- Aún no tengo ni idea, puede que esté experimentando, tratando de encontrar su sitio en el mundo, como hacen los adolescentes. Pero no te preocupes, te aseguro que lo descubriré. – Afirmó su esposa con tono decidido. – Déjamelo a mí, cariño. Una madre sabe cómo indagar en estas cosas con su hija.

Su marido movía la cabeza entre incrédulo y reprobador. No podía pensar en nada que justificase las acciones de su hija. Pero confiaba en Bertie. Era cierto que ella podría charlar con Kerria de intimidades y de temas que, para él, por ser un hombre, estaban vedados. O al menos desde luego se sentía muy incómodo ante la mera idea de que su niña hubiera crecido tanto que se estuviera haciendo una mujer. ¡Dios sabría en cuantos sentidos!

-Bueno, el periodo le empezó hará un par de años, o eso creo. Es Bertie quien lo sabe. Y si yo entonces estaba aterrado de que me hiciera preguntas acerca de esas cosas. No puedo ni imaginarlo ahora.  

Meditaba esto entre inquieto y culpable comentándole de seguido a su esposa no sin una irónica auto reprobación.

-Tiene gracia, cubito. Soy un príncipe saiyajin, puedo convertirme en un guerrero super poderoso. Me he enfrentado sin titubear a seres realmente terribles jugándome la vida e incluso llegando a perderla. También sabes que tuve mucho éxito con las mujeres. He ligado con muchas y sé bien cómo les gusta que les hagan ciertas cosas.
-Sí que lo sé, sinvergüenza. - Sonrió afablemente su mujer. -

            Él se permitió sonreír un poco a su vez, pero prosiguió admitiendo con azoramiento.

-En cambio, cuando toca hablar de esto en relación con mi propia hija, preferiría esconderme en el polo norte o soportar un entrenamiento con Piccolo en el Rincón, antes que sentarme con Kerria y tener una simple conversación sobre estos temas. No sé, quizás esté más anticuado de lo que creía. Ahora comprendo por qué mis padres eludían según que tipo de charlas.

Suspiró con inquietud, no obstante, su esposa se esforzó por animarle consiguiéndolo a regañadientes mientras le guiaba hacia el centro comercial.

-Vamos, estaremos juntos en esto, como siempre. - Le susurró cariñosamente ella. -

Entre tanto, Kerria, aprovechando que no había nadie en casa, llamó por teléfono a Debbie. Le costó que atendiera la llamada, pero al fin, alguien respondió. No obstante, no se trataba de su amiga. Era una voz de mujer adulta.

- ¿Quién es?
-Buenas tardes, señora Hunter…- Pudo decir tímidamente ella tras recuperarse de la sorpresa. - Soy Kerria Malden, llamaba para hablar con Deborah.
-Ahora mismo no está en casa. - Le contestó esa mujer con tono cordial. - Pero le diré que has llamado para que te devuelva la llamada.
-No, bueno. No se preocupe. Ya volveré a llamarla yo. Muchas gracias. – Contestó la muchacha con evidente nerviosismo. -
-Como tú quieras. Adiós. - Se despidió esa mujer, colgando. -

            Kerria se quedó con el teléfono en la mano, respirando algo agitada. Había llamado al móvil de su amiga y sin embargo fue su madre quien respondió. Ahí tenía que estar sucediendo algo. ¡Menos mal que no le mandó un WhatsApp! Si hubiera escrito algo comprometido esa mujer lo hubiera leído.

-Quizás la hayan castigado a ella también. No tendré más remedio que aguardar a verla en el colegio. Y eso no será fácil ahora. - Suspiró.-


            Y lamentando su mala suerte decidió tumbarse a descansar un poco. A buen seguro le haría mucha falta para ser capaz de afrontar los duros días que se avecinaban. ¡Qué poco podía imaginar ella entonces lo realmente difíciles que se le iban a poner las cosas!


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