Como
cada día a su hora habitual, Amatista solía dejar a sus compañeras antes de
concluir el entrenamiento y se dirigía a su casa para arreglarse en demasía, e
ir luego a la de Leval a repasar. Aunque esa tarde en cuestión, las chicas
habían aplazado el entreno para después puesto que Kathy e Idina se fueron de
tiendas, ( a sugerencia de la primera de ellas) Se lo propusieron a sus
compañeras, pero ya fuera debido a que Amatista tenía que ir a su clase, o
porque Kerria ya había hecho planes, estas declinaron la oferta y se marcharon
solas.
-Es una
gozada recorrer estos sitios. - Le dijo Katherine a su prima, en tanto miraban
algunos escaparates en la Quinta Avenida.-
-Mis
padres tienen una foto por aquí junto con el tío Roy y la tía Bertie, de cuando
visitaron la ciudad. -Le contó su interlocutora.-
-No me
sorprende nada. Es que es para volverse loca. ¡La cantidad de cosas
maravillosas que tienen, Idina! - Afirmó la entusiasmada Katherine.-
-Sí, hay
cosas muy bonitas.- Convino esta sin tanta emoción como su prima.-
-Algún
día seré una actriz famosa, como mi madrina Minako. Y me compraré un montón de
joyas. Como estas. - Afirmó Kathy
señalando el escaparate de la famosa tiende de Tiffani´s por donde justamente
pasaban.-
-Aquí
fue el sitio, Kat. Mi madre nos contaba a mis hermanos y a mí que lo pasaron
genial.- Repuso Idina.- Hablan con mucha nostalgia de esos tiempos. Y de sus
estudios en la Golden.
Katherine sonrió, moviendo un poco la cabeza, observó a
su prima y comentó con tono más suave y serio.
-Te debo
de parecer una tonta superficial.
Aunque su contertulia la miró sorprendida, apresurándose a
negar.
-No, en
absoluto. Cada uno tenemos nuestros sueños y esperanzas. Te deseo que puedas
realizar los tuyos.
-Eres
una chica estupenda, y me alegro mucho de que seas mi prima.- Afirmó Katherine,
añadiendo con jovialidad.- Y veo que quieres mucho a tu familia. Yo también. No
creas que, por hablar tanto de mí y de trapos y baratijas, les olvido.
-Nunca creería
eso.- Afirmó su interlocutora.-
-Mira,
tengo una foto mía con mi padre. Del último viaje a Irlanda que hemos hecho.
Hará unas semanas que estuvimos.- Comentó afablemente Kathy al tiempo que a su
prima mostraba la imagen en su móvil. –
Aunque la reacción de Idina fue
totalmente inesperada para ella. La muchacha abrió la boca y los ojos como
platos nada más ver esa fotografía, exclamando.
-¡No
puede ser! Ese hombre es…
-¿Qué no
puede ser… qué?¿Qué pasa?- Inquirió la perpleja Katherine.-
-¿De
veras que ese hombre es tu padre? – Inquirió la atónita muchacha señalando la
imagen de aquel individuo, de cabello pelirrojo y pelo algo encrespado.
-Ya
comprendo.- Se sonrió Kathy asintiendo con deportividad.- Me estás devolviendo
alguna de las bromas que te he gastado.
Lo que no esperaba era que su prima
la agarrase de los hombros casi empotrándola contra la pared de una de esas
tiendas y que, con el gesto crispado sisease.
-No es
ninguna broma. ¡Maldita sea! ¿Quién es ese hombre?
Katherine comenzó a asustarse. ¿Qué
le sucedía a esa chica? Parecía que hubiese visto un fantasma.
- ¡Te
juro por lo que más quieras que es mi padre! - Pudo decir con tono temeroso
para querer saber con patente zozobra. - Pero ¿qué te pasa?
Idina respiró hondo y trató de calmarse.
Asintió despacio y al fin fue capaz de responder con más calma.
-Perdóname.
Por favor, deja que vea la foto más de cerca.
Su perpleja prima se la mostró una
vez más. Idina suspiró aliviada al admitir, tras llevarse una mano a la frente,
descargando aquella tensión que la había dominado.
-No, no
es él. Lo siento. Pero es que se parece muchísimo.
- ¿Parecerse
a quién? - Inquirió Kathy que estaba desde luego bastante nerviosa. -
-Tenemos
que regresar enseguida. Por favor. Te lo contaré de camino. - Contestó su prima.
-
Y
las dos volvieron en efecto. Por su parte, ajena a aquello, Amatista llegó a
casa de los Malden. Al muchacho le extrañaba verla siempre tan bien vestida
para ir a dar la clase con él, pero lo juzgó propio de las costumbres de la familia
de ella. Más en concreto de Esmeralda, que para eso era una de las mejores
diseñadoras de moda del mundo. Por eso nunca lo comentaba delante de la pobre
chica. Esta, como era habitual nada más llegar, saludaba al padre de su
“profesor”.
-Buenas
tardes. ¿Qué tal está, señor Malden? - Dijo una de esas veces, con un tono
tímido y cordial, esbozando una leve sonrisa. –
- ¡Amatista!-
La saludó Roy que estaba sentado en el sofá viendo la televisión. – Me alegro
de verte pasa, pasa.
La muchacha entró despacio y se quedó de pie frente al padre
de Leval. Éste la observó con un gesto divertido y le dijo con jovial
familiaridad.
-Pero no
te quedes ahí de pie, hija. ¡Siéntate! Leval no tardará, está en la ducha.
Solía suceder que ella llegase un poco después de que padre
e hijo hubiesen concluido su sesión de entrenamiento. Roy se duchaba enseguida
en el cuarto de baño de la planta baja y su hijo hacía lo propio en el de
arriba. Ahora el señor Malden estaba viendo un programa de lucha libre y le
indicó a la azorada chica.
-Mira.
La de veces que habré llevado a Leval y a Kerria cuando eran pequeños. ¡Les encantaba!
...- Y señalando la pantalla le indicó a Amatista. – Fíjate en eso. ¡Toma!,
cómo le ha tirado del ring… ¡dale más a ese payaso!… - Animaba divertido. -
Lo cierto es que su interlocutora no comprendía nada. El
señor Malden era muchísimo más fuerte que esos tipos, que, pese a las
apariencias, eran simples humanos. Le interrogó con la mirada y Roy,
percatándose de eso, le sonrió de modo paternal y confesó.
-Sí, sé
lo que estás pensando. Nosotros somos capaces de hacer cosas mucho más
impresionantes. ¿Verdad?
La chica tuvo que admitir eso con un asentimiento y una
media sonrisa. Su contertulio entonces le explicó, casi con tono de nostalgia.
-Cuando
era niño yo no sabía nada de mi origen, ni tenía aún mis poderes. Mi padre era
un fan y me llevaba alguna vez a ver la lucha. Lo mismo que el baloncesto. Para
mí alguno de esos tipos eran mis héroes. “Hulk Hogan”, “El Último Guerrero” …Ya
sé que son personas normales. Bueno, algo más que la media normal de los
humanos. Aun así, cada vez que tengo tiempo y veo estos programas es como si me
envolviera una sensación de algo mágico. Es como volver a la infancia. Y por
unos instantes puedo creer que soy ese niño otra vez, sin preocupaciones ni
responsabilidades, disfrutando con esos “súper hombres”.
-Sí, le
comprendo. – Convino la muchacha que también guardaba gratos recuerdos de cosas
parecidas. – Ahora me doy cuenta de que antes era totalmente libre…cuando no
sabía la verdad…
-No ha
sido nada sencillo ni grato el tener que contárosla. - Le confesó Roy, ahora
con un tinte más serio, al añadir. - Ni para nosotros con nuestros hijos, ni
para tus padres contigo. Sabemos bien que esta es una carga difícil de llevar.
-Nosotras
estamos decididas a no desmerecer de lo que han hecho ustedes. - Afirmó la
joven, quien sentenció. - Cuando llegue el momento lo daremos todo por proteger
al mundo.
-Bueno.
- Suspiró Roy, volviendo a su tono más informal y agregando en tanto dedicaba
una vez más su atención a las imágenes de esos tipos zurrándose la badana, con
fingida agresividad. - Esperemos que eso nunca os sea necesario. Así hasta
podríais dedicaros a la lucha libre.
- ¡No me
imagino haciendo eso! - Se rio su contertulia. - No se moleste pero me gustan
otro tipo de deportes más reales.
Su anfitrión no tuvo ocasión de responder a eso, dado que
Bertie hizo su aparición en el salón junto a Kerria. Su esposa sonreía
divertida y moviendo la cabeza para declarar.
-Desde
luego… ¡Ya estás aburriendo a la pobre Amatista con tus batallitas!” Mira que
hacerle ver tus videos de lucha libre…
-Que no
es eso, cubito. – Pudo replicar él añadiendo con jovialidad. – Estaba haciendo
de anfitrión hasta que el pesado de nuestro hijo termine. Tarda más él en
vestirse que nuestras amigas las guerreras en transformarse, ¡ja, ja!…
Era decir aquello y la pobre Amatista se ruborizaba hasta
las orejas. Beruche enseguida lo advirtió y cambió de tercio preguntando con
amabilidad.
-Querida.
¿Te apetece algo de beber?...
-No, no,
muchas gracias, señora Malden. - Contestó ella levantándose como un resorte del
sofá, en tanto saludaba a su amiga que parecía dispuesta a salir. – Hola
Kerria.
-Hola
Amatista. Me voy con mis primas. Te esperamos luego. – Le sonrió sabiendo que
su compañera justiciera conocía el punto de reunión al que acudirían para
entrenar. – Espero que se de bien la clase.
La interpelada asintió algo retraídamente. Kerria la observó
con una mezcla de solidaria ternura y algo divertida. Sabía lo estupendo que
era para su amiga el poder disfrutar de las atenciones de Leval, aunque fuese
únicamente para explicarle física. Así pues, la dejó en buenas manos y se
despidió de todos marchándose. Había recibido un mensaje de Katherine que la
instaba a ir con ellas deprisa, aunque no especificaba el motivo. Le sorprendió
dado que había pensado que esas dos estarían más tiempo viendo tiendas en la
“Gran Manzana”
-Bueno,
habrán decidido que hay que ponerse en forma. - Se sonrió divertida. - Aunque
seguro que ha sido Idina quien ha insistido en volver. No le va tanto ese rollo
de ir de tiendas, y casi que la comprendo. ¡Esta Kathy querría comprarse todo
lo que ve!
Y es que ya había ido conociendo a su extrovertida y
sofisticada prima. Desde luego, Katherine en eso parecía más hija de Esmeralda que
la propia Amatista.
-Seguro
que estaría encantada de hacer un cambio de casa. ¡Como en esos programas de la
tele! -Pensó Kerria riéndose sola en tanto iba al encuentro de sus compañeras.
-
Una vez se marchó la
pequeña de los Malden, los demás en la casa oyeron unos pasos, era Leval que al
fin bajaba ya duchado y cambiado. El chico saludó a su madre con un beso en la
mejilla.
-Siento
haberte hecho esperar. – Dijo acto seguido dirigiéndose a su “alumna” para
añadir con amabilidad. - Cuando quieras empezamos.
La aludida
asintió, de nuevo ruborizada. De hecho, siempre que iba a la casa de los Malden
estaba tan cohibida que casi ni hablaba. Pero no era por cuestión de respeto
excesivo o de no sentirse cómoda. Roy y Bertie eran encantadores, Kerria una
gran amiga y Leval un chico fantástico. Precisamente era eso. Era como si todo
se lo pusieran en bandeja para sentirse parte de la familia y solamente le
faltase llegar a conseguir lo más importante, pero temiendo estropearlo todo
con un paso en falso al mismo tiempo. Y es que cada día estaba más colada por
ese apuesto y amable chico. De modo que, sin apenas decir nada, se aprestó a
seguirle escaleras arriba. Aunque antes de comenzar ni tan siquiera a subirlas
el padre del joven les despidió jocosamente, comentándole a la muchacha.
-Dile al
pesado de tu padre que a ver si un día tiene tiempo y se viene a ver un
programa de estos de lucha. Le enseñaré un par de llaves. Si es que la etiqueta
le permite agacharse, que últimamente le veo muy exquisito. No te lo tomes a
mal, Amatista, pero tu papi es un principito muy estirado. - Rio él. –
- ¡Pero
Roy! – Le reprobó Bertie con los brazos en jarras. - ¿Cómo se te ocurre decirle
eso a la pobre chica? ¡Es su padre! Guárdate esas bromas para cuando estéis los
dos solos.
-Vale
cubito. Si no he dicho nada malo. - Se defendió su esposo levantando las palmas
de las manos de forma tan cómica que en esta ocasión la muchacha no pudo evitar
reír. –
-Se lo
diré. Gracias. – Asintió ella, subiendo finalmente tras Leval, que también
esbozaba una sonrisa tras escuchar aquello en tanto la joven se despedía. –
Adiós señores Malden.
La chica pensaba en lo divertido que era el padre de Kerria.
Desde luego que todo cobró sentido cuando su madre le desveló el auténtico
origen de su familia. ¡Ahora entendía aquel mote del principito! ¡Y pensar que
al principio creyó que era a causa del personaje de Saint- Exupéry! No
obstante, se daba perfecta cuenta del grado de amistad y de cariño mutuo que su
padre y el señor Malden se profesaban a pesar, o precisamente, por ese tipo de
bromas. Cuando salía el tema en su casa Diamante acusaba a Roy de tarambana y
de chalado. A veces e incluso provocando la carcajada de la propia muchacha y
la estruendosa de su madre, declaraba que no podía entender cómo el objeto del
interés amoroso de su hija podía ser hijo de Roy. Y se lamentaba con hilarante
teatralidad, diciéndole a la entonces ruborizada chica, que si alguna vez salía
con ese joven tan apuesto y las cosas iban en serio, él corría el riesgo de ser
consuegro del padre de Leval. Amatista entonces se ponía aún más colorada y
Esmeralda se tronchaba de risa dejándoles sordos. Pero ahora, tras saber la
verdad acerca de las vidas de sus padres y de los de Leval y el resto de sus
amigos, la chica comprendía que todos ellos eran unas personas fabulosas.
Habían hecho grandes sacrificios y siempre buscaron el bien común. Eso era muy
loable y la joven deseaba estar a su altura. Alguna vez lo había hablado con
Kerria, Idina y Kathy y todas coincidían. Pertenecer a esas familias era un
gran honor, pero también una enorme responsabilidad. Recordó precisamente una
conversación con Kerria cuando fue a visitarla una vez esta se repuso del coma.
La chica le comentaba a los pocos días de esa recuperación suya tan milagrosa,
sacando precisamente a colación a su propio hermano, para su sorpresa.
-Cada
día que pasa le doy más valor a lo que hicieron nuestros padres.
-Sí, es verdad.
- Convino Amatista. -
-Cuando
estuve a punto de morir, tuve unas visiones. - Le confesó entonces Kerria. - No
me acuerdo bien de muchas de ellas. Pero algunas, unas pocas, se me quedaron
grabadas. Pude ver a mis padres luchando contra monstruos terribles. Incluso
muriendo.
-Sería
por causa de tu estado. Ellos están bien. - Afirmó Amatista. -
-No, no
sé cómo explicarlo. - Replicó Kerria moviendo la cabeza, para añadir. - Pero
tengo el presentimiento de que aquello fue real. De algún modo estuve en el
lugar en el que ellos estuvieron. Tus propios padres te lo han contado.
-Sí, me
han dicho que se conocieron peleando contra el mal. Y mi padre junto a nuestro
tío Zafiro, estuvo entrenando en un lugar muy raro.
- ¿Acaso
no entiendes cuál era ese lugar? - Le preguntó una emocionada Kerria, para
desvelarle para asombro de Amatista. - ¡Era el Cielo! ¡Estaban muertos!
Ella por supuesto, supuso que eso
era producto del durísimo trance que su amiga había sufrido. Aquella especie de
pesadilla tuvo que parecerle muy real.
-Escucha
Ky. - Le pidió con suavidad y algo de temor. - Has pasado por mucho. Es normal
que vieras a las personas a quienes más quieres allí, ayudándote a regresar.
Pese a todo, su amiga esbozó una
débil sonrisa y le susurró.
-Algún
día tendrás que aceptar que nuestras familias son realmente formidables,
Tist. Seguro que tus padres acabarán por
contarte toda la verdad. Y te aseguro que es algo muy difícil de asimilar.
Tenemos que estar preparadas.
La muchacha suspiró moviendo la cabeza entonces. Empero, los
hechos acabaron por darle la razón a su amiga. Cuando sus propios padres le
contaron su historia ella reaccionó utilizando la incredulidad como escudo.
Luego ya no pudo negar la evidencia por más tiempo. Lo cierto es que se sentía
aterrada. Esa carga era muy grande. Como hija de aquellos heroicos luchadores
tenía el listón muy alto. Y no se sentía ni mucho menos preparada para afrontar
retos de ese calibre.
-Por eso
debo mejorar día a día y rápido. - Se decía tratando de auto arengarse.- Tengo
que ser digna de mis padres.
Quizás algún día
pudiera lograrlo y aportar su granito de arena a la épica de sus mayores. Pero
de momento tocaba centrarse en cosas más mundanas. Debía prepararse la
recuperación de física y aprobar. Empezaría por ahí. Además, ahora tenía a
Leval solamente para ella, aunque fuese por una hora. Entre estas reflexiones
los dos entraron en el cuarto de él para estudiar. La muchacha, como casi
siempre que visitaba aquel “santuario del orden,” se dedicaba a contemplar con
más o menos disimulado interés los adornos, trofeos y demás objetos que
componían la decoración de la estancia. Leval había añadido un póster en la
pared, sobre el frente de su cama, una alegoría del sistema solar con dos
líneas trazadas que, partiendo de la Tierra, serpenteaban en torno de varios
planetas.
- ¿Te gusta?
- Le preguntó orgullosamente él. -
Amatista compuso un leve
asentimiento de cabeza, no es que estuviera mal, pero eso no era lo que ella entendía
por algo a lo que admirar. Hubiera visto con mejores ojos cualquier póster de
motos, o incluso de chicas, (eso indicaría al menos que podía seguir
manteniendo la esperanza en que ese muchacho fuera humano). Aunque a juzgar por
la pasión con la que le habló entonces, eso debía de ser mucho más excitante
para él.
- ¡Son
las rutas de las naves Voyager! ¡Las lanzaron hará más de cuarenta años y ya
están mucho más allá del sistema solar!
- ¿Y no
hubiera sido mejor que fueran en línea recta? - Inquirió ella más que nada,
para dar la impresión de que seguía algo el tema de la conversación. -
- No, ¡qué
va! - Sonrió él siguiendo con un dedo una de ellas que aparecía sobre la otra
en color verde. - De este modo usaron el impulso gravitacional de los planetas
jovianos para ganar velocidad.
La muchacha acucló los ojos
mirándole como si le estuviera hablando en otro idioma. Guardó un incómodo silencio,
aunque Leval no parecía haber captado el matiz de su expresión. No obstante, él
se disculpó añadiendo.
-
Perdona, siempre me distraigo con mis cosas. Dejémonos de eso ahora. Tenemos
poco tiempo y hay que empezar con la clase.
Ella sonrió asintiendo con expresión
reconfortada. Por lo menos ahí podría seguirle un poco. Y Leval, procediendo
con su habitual naturalidad, le indicó que sentara sobre su cama y él hizo lo
propio a su lado. Poniendo la mesa de su cuarto junto a ambos y dejando que
Amatista colocase encima su carpeta de apuntes. A su vez, apartó algunos de los
suyos que ella curioseó por inercia. Aunque apenas entendía nada del galimatías
de fórmulas matemáticas y físicas que había escrito ahí.
- Es un
ejercicio de la academia. - Le explicó despreocupadamente el chico. - Mazoui me
lo prestó para que intentase revolverlo.
- ¿Y lo
has conseguido? - Quiso saber ella, ahora sí, con verdadero interés. – Parece
complicado.
- Bueno,
no del todo. - Admitió él con una leve sonrisa, como si quisiera disculparse de
algún tipo de torpeza, cuando añadió. – Sí que es realmente muy difícil, se
trata de una especie de simulación de reentrada atmosférica y tenemos que
calcular ángulos de inclinación, vectores y temperaturas que puede aguantar un
escudo térmico.
Amatista creyó que, de seguir
escuchando tal jerga, su cabeza sí que comenzaría a girar como un auténtico
satélite. Lo de ese muchacho era inaudito. Hasta la fecha únicamente le había
visto excitarse cuando hablaba de esos temas.
De hecho, hasta sus compañeras justicieras le habían gastado bromas en
alguna ocasión. Además de esa que le costó aquel roce con Kathy. Pero luego
ella misma se lo tomó con deportividad. Recordó justamente hacía un par de
días. Estando en un parque cercano, con sus identidades civiles. Paseaban justo
cuando Amatista había terminado la clase de esa tarde.
- ¿Y qué
tal con el señor maravilloso? - Inquirió Kathy, con algo de sorna. -
-Vamos
avanzando mucho. - Afirmó ella. -
-Eso es bueno.
- Sentenció Idina, afirmando con optimismo. - Sigue así y seguro que aprobarás.
-No sé
yo si Amatista se refiere a ese tipo de avances. - Sonrió Kerria. -
-Por el
momento me temo que son los únicos a los que puedo aspirar. - Suspiró la
aludida para confesar. - Mira que voy bien vestida, y hasta enseñando escote.
Pero es que Leval ni se entera de eso. Se pasa la tarde hablando de
astronáutica, viajes espaciales, cohetes, Von Braun por allí, Armstrong y la
Luna por allá…
Las otras se miraron atónitas, desde
luego y con el busto que su compañera tenía cualquier muchacho habría quedado
realmente extasiado. Incluso la propia Kerria tuvo que admitir.
- ¡Eso
sí que es increíble! Chica, si te falla la artillería pesada de ese modo no sé
qué más puedas hacer.
- ¡Yo sí
que lo sé! - Exclamó una divertida Kathy, afirmando de seguido con jocosidad. -
Seguro que, si Amatista se disfrazara de cohete para ir a vuestra casa, Kerria,
tu hermano la montaría sin pensárselo dos veces…
Idina puso cara de no haber captado del todo aquello y Kerria
rodó por la hierba, desternillándose de risa. Amatista, totalmente colorada, se
lanzó a por Katherine que salió corriendo entre carcajadas.
- ¡Ya te
daré yo ideas!
Aunque en esta ocasión hasta a ella
misma le hizo gracia. Puesto que agregó divertida.
-Aunque
esa no parece tan mala después de todo…
Al
fin dio alcance a su compañera agarrándola del cuello de modo teatral y hasta
fingiendo que la estrangulaba. Las demás observaban la escena entre risas,
puesto que Kerria le pudo explicar el sentido de esas palabras a su prima
Idina, que, de ponerse colorada pasó a mondarse. Al fin Amatista declaró,
riéndose a su vez.
- ¡Eres
una pervertida! Pero…visto el éxito que he obtenido hasta ahora …-Rectificó
hablando con tinte pensativo, de modo que las demás se retorcían en el césped
del parque sin poder parar de reír. -De veras. - Insistió la francesa quien,
pese a su pretendida seriedad, tampoco pudo evitar caer al suelo y desternillarse.
- ¡Al final, va a ser lo único sensato que pueda hacer!…
- ¡Ay! -
trataba de terciar Kerria, sujetándose los abdominales que ya le dolían. - ¡Me
imagino a la Amatista primera en órbita alrededor de mi hermano!…
-Sí,
lista para aterrizar. - Ja, ja, ja - Remachaba Idina pataleando de risa. -
- ¡Houston
tenemos un problema! - Exclamó Kathy para remate de hilaridad. -
-C´est
assez… - Trataba de decir la víctima de la chanza incluso en su idioma natal,
puesto que era incapaz asimismo de dejar de reírse. - La ferme, s’il vous plait…
Y así pasaron un buen rato hasta que
pudieron recobrarse. Ahora la joven sonreía casi riéndose de nuevo en tanto
rememoraba esas escenas, ante la atónita mirada del chico…
- ¿Qué pasa?
- Quiso saber él. -
- ¡Oh,
no, nada! –Se apresuró a contestar ella, azorada. - Es que recordaba algunas
bromas con las chicas.
-Me
alegra ver que os habéis hecho todas tan buenas amigas. –Afirmó el muchacho,
diciéndole a su sorprendida y al tiempo encantada interlocutora. - Las primas
Kathy e Idina te aprecian mucho. Y mi hermana para que te voy a contar.
-Gracias.
- Fue capaz de replicar la joven, ahora con tono suave y semblante ruborizado.
- Lo mismo que yo a ellas.
-No hay
de qué. Bueno, vamos a lo que nos ocupa. - Sentenció él sin darse cuenta de la
mirada que los ojos de ella, tan violetas y profundos, le dedicaban, cuando remachó.
- Que el tiempo se pasa volando…
Al fin Leval cerró sus apuntes y abrió los de la muchacha.
Preguntándose.
- ¿En
dónde nos quedamos? ¡Ah sí! - Sonrió divertido, mirando a la chica para
comentar. - ¡Qué casualidad! De lo que hablábamos antes ¡Vectores y escalares!
- La
verdad, me lío un poco con eso. - Confesó ella con rubor, no sabiendo precisar
si éste se producía por causa de su torpeza con la física o por su proximidad
al muchacho. - Es muy confuso.
- Vamos a ver Amatista, fíjate
bien. - Le pedía él señalando a una hoja de papel en la que escribía en tanto
explicaba. - “Magnitudes vectoriales: la velocidad con que se
desplaza un móvil, ya que no queda definida tan sólo por su módulo (lo que
marca el velocímetro, en el caso de un automóvil), sino que se requiere indicar
la dirección y el sentido (hacia donde se dirige); la fuerza que
actúa sobre un objeto, ya que su efecto depende, además de su intensidad o
módulo, de la dirección en la que actúa; también,
el desplazamiento de un objeto…” (Texto no es del autor, extraído de la
Wikipedia)” - Ella asintió
con la cabeza, pero casi más mirándole a él que al papel. Leval, ajeno a esto
proseguía con su explicación. - Luego
entonces. Si tenemos dos vectores
de igual potencia y sentido contrario estos se anulan, ¿verdad?...
- Sí, sí
claro. - Repuso ella con patente desconcierto. -
- Sabes
la diferencia entre vectores y escalares, ¿verdad? - Le inquirió el muchacho. -
-Esto…
no me acuerdo muy bien. – Opuso la joven con azoramiento. -
-No te preocupes,
escucha. – Le pidió él, explicando. - Un vector tiene tanto magnitud, como
dirección, es una cantidad orientada. Por ejemplo, la velocidad, la fuerza y el
desplazamiento, son vectores. Y un escalar es un tipo de magnitud que se
expresa solamente por un número y vale igual para todos los observadores. La
masa es escalar, por ejemplo, yo peso doscientas quince libras…y si me moviera
hacia algún sitio a cierta velocidad, entonces pasaría a ser un vector.
- ¿Eso
es mucho? Es que yo únicamente conozco el sistema métrico decimal. - Inquirió la muchacha, atónita por semejante cantidad.
-
-Bueno…unos
noventa y siete kilos y medio. - Calculó el joven, añadiendo
despreocupadamente.- La verdad es que he aumentado un poco la masa muscular con
el entrenamiento. Bueno, anda… continuemos con esto. Para sumar escalares
usamos aritmética simple, para sumar vectores que se encuentren en la misma
recta, también…
La chica le miraba ahora con sus grandes
ojos violetas muy abiertos. Pensaba en que todos esos kilos los tenía el chico
muy bien repartidos. Ella pesaba unos treinta menos, pero claro, era una mujer.
Su constitución no era la misma. Y solamente con ver esos bíceps que su
“profesor” contraía involuntariamente cuando le indicaba algo sobre el libro le
daba una idea de cómo estaba esa “masa muscular”. Lo cierto es que desviaba la
vista a la anatomía del joven más de lo que debía. Leval esta vez sí lo
advirtió, amonestándola amablemente en tanto le señalaba los ejemplos de
aquellas gráficas que ella apenas entendía.
-
Amatista, debes mirar al cuaderno, no a mí. De lo contrario no lo entenderás.
-
Perdona - se sonrojó nuevamente ella - estaba algo distraída, pensando en eso
que has dicho de la suma…claro… sigue, sigue.
Y Leval pacientemente continuaba su
explicación ante el embeleso de la chica. De todas formas, a ésta también
comenzaba a asaltarle un cierto complejo de culpabilidad. Se daba cuenta de que
para ese muchacho las cosas que le explicaba debían de parecerle casi de
párvulos en comparación con lo que él estaba estudiando y con lo que debería
aprender. De modo que, por una parte, desearía que esa hora que pasaban juntos
no terminase nunca, pero de otra, suspiraba por aprobar esa asignatura y
estudiar a su vez algo interesante, no quería que él la tomase por una idiota.
Otra cabeza hueca más de las que había en el instituto que solamente se
preocupase de su apariencia. El muchacho ya había salido con algunas de ellas y
seguramente no querría más mujeres que fueran por el estilo. De modo que ella
tendría que llamar su atención por algo de mayor interés, que no solamente
fuera el deporte. Y para una cosa en la que podían coincidir él tenía que hacer
de profesor. Reafirmando la impresión de que ella era tonta. ¡Si tan sólo
pudieran estar juntos sin necesidad de esas clases! En fin, cuando pensaba
esto, debía ponerse alerta para no distraerse aún más y atender. Menos mal que
Leval tendía a enfrascarse tanto en sus explicaciones que rara vez advertía los
suspiros de la pobre Amatista y sus ojos de ternera degollada cuando le
observaba. Y así pasaban más o menos las clases con la muchacha pensando.
-Cuando
apruebe debo sacar una nota excelente, para que se sienta orgulloso de mí.
Kerria mientras tanto, había ido a entrenarse con sus dos
primas. Nada más reunirse les preguntó algo extrañada.
- ¿A qué
viene la prisa? ¿Es que habéis fundido alguna tarjeta de crédito?
Empero, el gesto de esas dos estaba
demasiado serio. No tardaron en ponerla al corriente de lo que Idina le contase
a Kathy en tanto volvían.
- ¿Estás
segura? - Inquirió Kerria dirigiéndose a la hija de los Rodney. -
-Totalmente.
Debe de ser una casualidad. Aunque el parecido es increíble.
-Os
aseguro que mi padre es el mejor hombre que pueda haber. - Intervino una
todavía preocupada Katherine. -
-Bueno,
tranquila Kat, será sencillamente eso. Una mala pasada fruto de la casualidad.
- Desestimó Kerria intentando calmar a su prima. -
-Claro.
- Asintió asimismo Idina, que comenzaba a avergonzarse de su prematura alarma.
- Vamos a entrenar un poco y nos quitamos el susto. ¿Os parece, chicas?
Sus compañeras
asintieron y las tres juntas comenzaron a practicar combates y el uso de sus
armas. Estaban en un páramo rodeado por una arboleda. Kathy entonces pareció
sentir algo extraño, pues se detuvo y les dijo a sus compañeras.
-
Chicas, noto una extraña sensación, como si alguien nos estuviese observando.
- Es verdad.
- Convino Idina que tampoco había sido ajena a ello, remarcando. - Desde hace
un rato. Percibo un aura extraña. ¿Tú no lo has notado, Kerria?
- No -
negó ésta sorprendida. - Yo estaba concentrada en el entrenamiento.
- Quizás
sea Amatista que viene para acá. - Aventuró Katherine sin demasiada convicción.
-
- No,
cuando me fui de casa, todavía no había comenzado su clase con mi hermano. Y
tienen para una hora por lo menos. - Rebatió definitivamente Kerria. -
- Lo
mejor será mirar - aconsejó Idina. - Seguramente no es nada, pero más vale
asegurarse.
-
Despleguémonos entre los árboles, sin perder el contacto, como hemos practicado.
- Les instó Kathy. -
Así lo convinieron. Las tres
entraron por separado entre la arboleda. Katherine la recorrió sigilosamente
con el látigo preparado. En tanto escrutaba la maleza recordaba la conversación
que tuvo con su madre cuando ésta le reveló su secreto…Karaberasu miraba por la
ventana, allí, en su casa de los Ángeles. Ella llegó del instituto. Como de
costumbre dejó sus libros sobre la mesa y se acercó hasta su madre dándole un
beso en la frente, para preguntar de modo jovial.
- ¡Hola
mamá! ¿Qué tal el día?
Ésta siempre solía sonreír. Tras decirle que bien, le hacía
la misma pregunta y eso conducía a alguna conversación breve entre ambas. No
obstante, en esa ocasión el rostro de Karaberasu se mostraba serio. Había
estado dándole vueltas a cómo iba a abordar esa cuestión con su hija. Tras lo
sucedido en casa de su hermana Bertie y el miedo que pasó cuando creyó que
Mazoui iba a agredir a su pequeña. Después de eso, ninguno quiso dedicar más
tiempo a lo sucedido. Al parecer el peligro de la secta daba la impresión de
haber sido conjurado, al menos de momento. Pero ella intuía que las cosas
desgraciadamente no iban a ser tan simples. Y también estaba el pacto que hizo
con sus hermanas y Esmeralda para desvelar sus respectivos secretos a sus hijas
y sucesoras. De modo que se dirigió a la
muchacha con tono grave.
-Por
favor, siéntate, cariño, tengo que hablar contigo.
Katherine obedeció observando a su madre con inquietud. No
creyó haber hecho nada de lo que esta se hubiera enterado para echarle la
bronca. Al menos recientemente. Bueno, lo de esa salidita nocturna que se
alargó demasiado con un chico de su instituto ya era agua pasada.
-No, eso
no puede ser. - Se decía tratando de mantenerse tranquila. -
Karaberasu por su parte quiso aprovechar esa oportunidad. Estaban
las dos solas. Ahora que Mazoui vivía en la Academia y Mathew tenía turno en el
hospital podrían hablar en profundidad. Iba a decir algo cuando la chica
comentó con gesto preocupado.
- ¿Te
pasa algo?
-No
cariño- negó su madre que decidió ir al grano. – Pero tras lo sucedido en casa
de tus tíos creo que debemos hablar. Verás, tú ya eres casi una mujer adulta.
En poco tiempo terminarás el instituto. Posiblemente te irás a alguna
universidad lejos de aquí. Tu hermano ya está en la academia…
Su hija la escuchaba con cierta inquietud, Karaberasu se percató
de que estaba yéndose por las ramas y entonces se ciñó a lo que realmente le
preocupaba.
-Ya has
visto que hay fuerzas malignas muy peligrosas. Y que tanto tus tías como yo
hemos tratado de combatirlas como justicieras.
- ¡Aún
no puedo creerlo! Tú y las tías sois las luchadoras justicieras. – Pudo terciar
la chica con tono de admiración. – ¡Es una pasada, mamá!
-Bueno,
al menos lo fuimos. Te darías cuenta de que tu tía Cooan le cedió el testigo a
tu prima Idina. Pues bien, hija mía. Tu tía Bertie hará lo mismo con Kerria,
Esmeralda con su hija Amatista y yo deseo que seas tú la que me reemplace.
- ¿Yo?-
Pudo replicar la atónita chica señalándose a sí misma con un dedo. – Pero mamá.
No creo que yo pueda ser una justiciera.
-Tampoco
lo creía tu prima Idina y ahí la tienes. – Repuso su madre aseverando
animosamente. – Serás capaz. Estoy convencida.
-Sí,
pero quiero decir que no creo estar preparada. No sé si me gustaría tener esa responsabilidad.
- Objetó la chica de forma apurada. -
-Comprendo
– musitó su madre que añadió con tono entristecido. – Quizás sea demasiado
pronto. Lamento haberte puesto en un compromiso, cariño.
-No mamá
– se apresuró a replicar la muchacha. - No se trata de eso…
Ahora se sentía avergonzada de aquella negativa tan directa,
de hecho, le había salido sin pensar. Aunque no era tan tonta como para no
darse cuenta de que había herido a su madre. Así que pudo improvisar.
- Me
gustaría saber algo más antes de hacer algo así. Por ejemplo, de dónde vienen
tus poderes y los de las tías.
Karaberasu suspiró. Aquello sería difícil, Pero no veía más
alternativa que ser totalmente honesta con su hija. De modo que, tras inspirar
y soltar el aire como si se preparase para una auténtica prueba, desveló.
-Lo que
voy a decirte es la verdad. Quizás no es algo que estés preparada para oír.
Pero ante todo hija, debes saber que te quiero a ti, a tu hermano Mazoui y a tu
padre, más que a nada en el mundo. Únicamente te pido una cosa. Te diga lo que
te diga, confía en mí. Pase lo que pase siempre seré tu madre y te querré.
-Claro
mamá. - Afirmó la chica abrazándola, pero con un cierto temor al escuchar
aquellas palabras y así se lo hizo saber. – Pero, por favor, me estás
asustando.
-No
debes temer, cariño. - Le pidió con tono afectuoso en tanto la acariciaba una mejilla.
- Ahora escucha…
De este modo su madre al fin se atrevió a comenzar su
relato.
-Hace
bastantes años ya, tus tías y yo llegamos a este planeta. Porque, realmente no
nacimos aquí.
- ¿Qué?
- Exclamó la muchacha sin poder creer lo que escuchaba. –
-Ya te
lo dije, Kathy. No va a ser fácil para ti oírlo, como no lo será para mí
contártelo. - Sentenció su madre que, decidida, prosiguió. - Vinimos del
futuro, del siglo treinta para ser exactos. Con una misión muy concreta…
Katherine se pasó con la boca abierta el resto del relato.
Desde luego, si su madre escribiera eso como guion cinematográfico a buen
seguro que en Hollywood podrían hacer una película muy taquillera. Por
desgracia le estaba hablando totalmente en serio. Finalmente, Karaberasu
remachó.
-Fue la
Guerrera Luna, la mítica luchadora por la justicia, la que nos purificó y la
que después nos concedió estos colgantes. – Indicó sujetando la piedra de
justiciera que llevaba al cuello. - Desde entonces, siempre que fuimos capaces
luchamos para defender lo que un día quisimos destruir. Ahora, por desgracia,
somos ya mayores para continuar con esa tarea. Por eso queremos delegar en
vosotras.
-Pero…
entonces ¿qué hará la tía Petz? ¿Puede darle su piedra a alguno de mis primos?
- Quiso saber la muchacha. –
-Los
hombres no podrían usar este poder, aunque quisieran. - Le explicó su madre. –
Es algo que solamente las mujeres podemos utilizar. Pero tus tíos y otros
amigos nuestros, al igual que tu primo Leval y tu hermano, tienen poderes
propios incluso mayores. Sin embargo, no sería justo dejarles a ellos toda la
responsabilidad. Las mujeres también sabemos pelear…y es más, debemos hacerlo
por la justicia y por nuestros seres queridos, tanto como por otras personas
inocentes e indefensas ante el mal.
La chica ahora estaba pensativa. No estaba segura de que
debía hacer. Mejor dicho, lo estaba, pero se resistía a ello. ¿Qué pasaría con
su vida? Sus proyectos, ilusiones, ir a la universidad, incluso poder estudiar
arte dramático o ser una periodista famosa. O cantante y actriz como su madrina
Minako. ¿Acaso tendría que renunciar a ello? No obstante, no se atrevía a
confesar eso a su madre. Ella podría acusarla de ser una egoísta, y
posiblemente lo fuera. De todos modos, Karaberasu, que conocía bien a su hija,
fue más sutil cuando le propuso adelantándose a esa enojosa eventualidad.
- ¿Por
qué no hacemos una cosa? Yo puedo cederte la piedra de la justicia y enseñarte
a convertirte en justiciera. Este verano, antes de que vayas a Irlanda a ver a
la abuela Meg, tus primas, Amatista y tú, podríais juntaros y practicar. Cuando
sepas que es lo que se siente decides si quieres continuar o me devuelves la
piedra.
Aquello le pareció justo a la muchacha. Total, era probarlo
un verano. Luego su madre le ofrecía la posibilidad de no continuar. Asintió y
aceptó, era lo menos que le debía. Y tampoco quería ser menos que sus primas o
esa tal Amatista. También, por qué no admitirlo, sentía mucha curiosidad.
Karaberasu se quitó entonces el colgante y se lo puso al cuello a su hija. En
un primer momento Kathy no percibió nada extraño. Era un collar más. Incluso no
parecía nada del otro mundo hablando estrictamente de su calidad como adorno.
De hecho, lo había visto desde que era pequeña y jamás llamó su atención. Sin
embargo, cuando su madre le indicó las palabras que debería pronunciar para
transformarse y ella las repitió sintió algo increíble, tras una zarabanda de
luz y unos giros que su propio cuerpo dio al margen de su voluntad, reapareció
ataviada como justiciera.
-La
piedra te ha aceptado. Cariño. - Sonrió su madre con aprobación. -
- ¿Qué
quiere decir eso? - Inquirió la perpleja chica. -
-Verás,
debes de tener el corazón puro y desear convertirte en justiciera. De lo
contrario no hubiese funcionado. - Le explicó su contertulia. -
-Sí que
es alucinante. - Admitió la jovencita. -
Apenas podía creerlo cuando se miró al espejo. Lo cierto es
que eso de las botas y el látigo que ahora lucía le parecían más propios de alguna
película de esas para mayores de edad. Cuando se atrevió a sugerirlo su madre
sonrió, aunque enseguida esa sonrisa se congeló en un rictus de amargura.
-Ojalá
fuese algo así de superficial, Kathy. – Pudo replicar agregando con un tinte de
dolor en la voz. – Pero no es ningún juego. Lo sé muy bien. Cuando se viste ese
uniforme debes estar preparada para todo. Y muchas cosas son realmente
terribles. Por eso te lo pido. Antes de aceptar únete a las demás y prepárate
con ellas. Deseo con todo mi corazón que lo único que hagas en tu vida como
justiciera sea eso. Entrenarte con tus primas y amigas y pasar buenos ratos en
su compañía.
Katherine asintió. Y eso hizo, aquel verano se reunieron las
chicas. Al principio con las enseñanzas de Chibiusa, la hija y sucesora de
Guerrera Luna y después ellas mismas por su cuenta. Todas habían entrenado y
aprendido a dominar sus respectivas armas y poderes. Y la verdad es que ella comenzaba a sentirse
cada vez más ligada a ello. Era un vínculo muy difícil de explicar, poco a poco
había comenzado a formar parte de ella misma. Lo cierto es que, sabiendo la
cantidad de cosas que podría hacer por la gente con esos dones, ya se había
decidido a aceptar.
-Sí,
creo que me siento preparada. - Se dijo. -
De pronto algo le arrancó
de aquellos recuerdos y reflexiones. A su derecha, vio la sombra de una forma
moverse a gran velocidad. Se giró, pero ya no estaba, al volver a mirar hacia
delante se topó con un encapuchado, era bastante alto. Rápidamente, sin mediar palabra, éste la
golpeó en la cabeza dejándola inconsciente antes de que pudiese reaccionar.
-¡Ja,
ja, ja!, ya va una. ¡Sólo quedan dos!
Kerria buscó entre los árboles sin
ver nada anormal. Ella también pensaba en las últimas semanas. Realmente su
vida había cambiado mucho. Los acontecimientos acaecidos la hicieron madurar.
Tras ser libre al fin para expresar sus verdaderos sentimientos y poder escapar
a la influencia maligna de esos sectarios y sobre todo tras superar ese coma en
el que se vio sumida, se sentía como si hubiera vuelto a nacer. Se acordaba
cuando, hablando con su madre de todo aquello, ésta le ofreciera la piedra de
justiciera. Beruche estaba sentada en el salón. Roy estaba con ella. Kerria
llegó del instituto, apenas quedaban ya unos días para terminar el curso. Como
en tantas ocasiones, Brian la había acompañado hasta casa tras repasar juntos
en la biblioteca. Aunque esta vez no pasó. Se despidieron hasta el día
siguiente en la puerta y ella entró.
-Hola
mamá, hola, papá. - Saludó con buen humor. –
-Hola cariño.
- Replicó su padre que, levantándose del sofá, se dirigió hasta ella para
preguntar. - ¿Qué tal el día?
-Pues
las clases no han sido demasiado aburridas, aunque tengo ganas de acabar con
los exámenes. – Valoró ella. –
- ¿Qué tal
los llevas? - Quiso saber Roy con patente interés. -
- Bien.
- Afirmó la muchacha sonriendo satisfecha. -
Al menos en eso ya no tenía que engañar a sus padres. Ahora
sí que estaba centrada y deseosa de hacer las cosas como se debía. Quería
abrirse camino por sí misma y que todos estuvieran orgullosos de ella. Y así lo
manifestó. Su padre sonrió ampliamente para sentenciar con un cariñoso tono.
-Sé que
lo harás muy bien, cariño. Y ya estamos orgullosos de ti. Has pasado por mucho
y has salido adelante. Ahora entra al salón. Tu madre quiere hablar contigo.
- ¿Sucede
algo malo? - se preocupó la chica. –
No es que pensase que su padre pudiera estar disgustado por
algo. Desde luego él evidenciaba su estado de ánimo con toda claridad, y ahora
parecía estar realmente feliz, incluso parecía ligeramente emocionado. Pero su
madre era otra cosa. A veces Kerria no sabía lo que podía estar pensando cuando
adoptaba esa expresión seria y ponía aquella mirada escrutadora. No obstante,
fue su progenitor quien se ocupó de quitarle ese temor al sentenciar.
-No es
nada malo. Al contrario. Es algo que simboliza hasta qué punto confiamos en ti.
Pero no me corresponde a mí decirte nada sobre eso.
Y sin añadir más se marchó al piso de arriba. Kerria suspiró
encaminándose a sentarse junto a su madre. Beruche, sin mediar palabra, se
quitó su colgante y cuando la sorprendida chica se acomodó a su lado se lo puso
entre las manos dejando a su hija decir con apenas un balbuceo.
-Pero
mamá. Esto es…
-Mi
piedra de la justicia. La que me convertía en la Dama del Hielo. A partir de
ahora, cariño, quisiera que fueses tú la que me sustituyeras.
Aunque la muchacha movió la cabeza pesarosa e incluso
dejando escapar alguna lágrima para confesar.
-No creo
que sea digna de esto, mamá.
- ¡Claro
que lo eres, cielo! – La animó Bertie pasándole un afectuoso brazo por los
hombros. –
- ¡Cada
vez que recuerdo las cosas tan horribles que te hice y que te dije cuando yo
era aquel monstruo! - Sollozó la chica todavía llena de culpabilidad. - ¿Cómo
podría ser una justiciera?
-Pues
precisamente por eso. Ese monstruo ya no existe – le susurró su madre. – Tú le
derrotaste librando una dura batalla en tu interior. Y esa fue la primera y más
importante victoria de tu vida. Te venciste a ti misma. – Y tras un breve
instante de silencio, Beruche suspiro añadiendo con voz teñida de comprensión
hacia su hija. - Cariño, te comprendo perfectamente, cuando yo era joven
también serví a las fuerzas del mal.
-Pero tú
estabas engañada. – Opuso la chica. –
-Igual
que te pasó a ti. - Le recordó Bertie. - ¿Acaso no te sugestionaron? Créeme.
Esos malvados son maestros en ese arte. Todos hemos caído bajo su influjo en
alguna ocasión, pero lo que realmente cuenta es que supimos escapar de él.
Ahora, si todavía sufres por aquello, tienes la ocasión de compensártelo a ti
misma y al resto del mundo.
-Sí. Eso
quisiera ser capaz de hacer. Ayudar a los demás. - Asintió la chica con visible
reconocimiento y emotividad. – Gracias, mamá. ¡Muchas gracias por creer en mí!
-Mi
amor. Debes ser tú la primera que crea en ti. Yo pondría mi vida en tus manos
sin dudarlo. Y algún día sé que salvarás a muchos inocentes y junto a tus
primas y Amatista velaréis por la gente que lo necesite, como hicimos nosotras
y como siempre han hecho nuestras amigas las guerreras de la justicia.
Kerria no lo dudaba, pero recordaba
perfectamente, ¡ojalá no fuera capaz de hacerlo! cuando, estando aún controlada
por su personalidad de Devilish Lady, su madre se plantó ante ella dispuesta a
morir a sus manos sin protestar. La muchacha no pudo evitar romper a llorar.
- ¡Te
quiero, mamá!, - Sollozó, afirmando convencida. - Yo también moriría por ti.
-Lo sé,
mi amor. - Repuso su interlocutora con la voz quebrada, llorando a su vez. - Lo
demostraste cuando recibiste ese ataque en mi lugar. Ese es tu verdadero yo,
eres valiente, eres buena y defiendes a las personas a las que quieres. Por
eso, estoy convencida. Serás una maravillosa servidora de la justicia.
Y tras enjugarse las lágrimas, madre
e hija sonrieron al fin.
-Ahora
ponte el colgante, por favor, quiero ver cómo te queda. - Le pidió Beruche con
manifiesto orgullo y expectación. -
La muchacha se aprestó a obedecer, tras decir las palabras
que su madre le indicó para transformarse y sufrir esos alucinantes giros
acompañados de múltiples destellos de luz, no pudo por menos que mirarse
atónita en el espejo.
-Desde
luego te luce mucho más que a mí. - Rio Bertie admitiendo sin reservas. –
Tienes mucha mejor planta que yo, hija.
-No es
que sea la clase de ropa que estoy acostumbrada a llevar. Pero no me queda mal.
– Comentó la sorprendida muchacha. –
Y es que apenas si podía creer la imagen de sí misma que le
devolvía el espejo de cuerpo entero que tenían en el fondo del salón. Con ese
uniforme de corpiño blanco, con aquel lazo sobre el pecho, falda hasta la mitad
del muslo y botas de ligero tacón, que le llegaban hasta las rodillas, de color
azul celeste. Aunque lo que la descolocaba más eran esa diadema en la frente,
las pequeñas hombreras y el antifaz.
-Llamaré
a tu padre para que te vea. – Comentó Bertie con patente alegría. – Se sentirá
igual de feliz que yo…
Y lo hizo sin tardanza, Roy bajó enseguida y la observó sin
decir palabra. La muchacha estaba pensando ya que quizás lucía algo ridícula,
aunque finalmente su padre declaró también con gran orgullo, bastante alejado
de sus tonos de broma habituales.
-Eres
una justiciera preciosa, como tu madre lo fue. Como lo son todas las que luchan
por el bien.
-Sí-
secundó su esposa afirmando de la mano de él. – Me gustaría tanto que tu
madrina Ami pudiese verte ahora.
- ¿La
madrina Ami?- Se sorprendió Kerria. – ¿Qué tiene ella que ver?
-Cariño.
Ella es la Guerrera Mercurio. Fue mi peor enemiga y luego mi mejor amiga. Junto
a Guerrero Luna y las otras nos salvaron a mí y a tus tías. – Le desveló su madre.
– Al principio luchamos entre nosotras varias veces y después lo hicimos del
mismo lado en otras tantas ocasiones.
Aquello sí que era realmente demasiado. ¡Su madrina, la
prestigiosa doctora Ami Mizuno, era además la Guerrera Mercurio! La mujer que la
sacó del vientre de su madre para traerla a este mundo. La que salvó su vida
operándola en aquellos momentos tan críticos, después de ser gravemente herida
por ese tridente. ¡La legendaria luchadora de Japón de la que siendo niña había
oído hablar en ocasiones a sus padres e incluso en la televisión! Ahora
recordaba alguna de las visiones que tuvo estando a punto de morir. Viendo a su
madrina primero luchar contra su madre, y luego ayudarla.
-Yo… no
sé qué decir… – Musitó la chica realmente impresionada para sentenciar,
abrumada ante tamaña responsabilidad. – No creo poder estar a vuestra altura.
-Claro
que lo estarás. – Le sonrió su madre. –
-Y más
aún – terció su padre, esta vez con su inconfundible tono entre bromista y
provocador de siempre. – Si con esos tacones que llevas le sacas a tu madre dos
cabezas. ¡Anda que si Brian te viese ahora con esa minifalda! ¡Entonces ya no
le echábamos de casa! – Se rio Roy haciendo que incluso su hija se pusiera colorada.
-
Por supuesto el consabido capón de su mujer no le tardó en
caer. Todos se rieron después. Y Kerria, también de buen humor, dijo para
proseguir la chanza.
- ¡Puede
que no sea mala idea y me lo ponga para salir!
Y tras las risotadas de todos ella revirtió la
transformación y sus padres le contaron alguna de las aventuras que tuvieron
luchando contra el mal. Confirmando aquellas visiones que tuvo estando en coma.
Sonreía ahora recordando eso en tanto daba por concluida su búsqueda. Allí no
parecía haber nadie. Ya se disponía a salir de nuevo hacia el claro cuando
alguien, sin que le advirtiese aparecer, la sujetó de un brazo. La muchacha se
giró tratando de golpear instintivamente pero su puño topó con una mano que lo
bloqueó. Ahora pudo ver claramente a un encapuchado que la sujetaba, éste la
apartó golpeándola en el estómago. Kerria perdió la respiración y cayó al suelo
tratando de recobrarla. El encapuchado la remató con otro golpe en la nuca
dejándola sin sentido.
- Bueno,
esto está siendo mucho más fácil de lo que yo imaginaba. ¡Ja, ja, ja!
Idina volvió al claro esperando a
sus primas, comenzó a inquietarse pues ya habían tenido tiempo suficiente como
para volver. Algo no iba bien. Ella estaba segura de eso. Todavía se acordaba
de aquella batalla librada contra Rubeus. Algunas horas más tarde, tras haberse
recuperado un poco física y sobre todo emocionalmente, su madre tuvo una
conversación muy importante con ella…
-Fue el
momento más duro de mi vida. - Recordaba. -
Cooan entró en la habitación de su
hija que estaba acostada tratando de reposar tras la dura batalla y se sentó
sobre la cama a su lado.
- ¿Qué
tal estás, cariño? - Se interesó vivamente preocupada. –
-Estoy
bien, mamá. No te preocupes. - Sonrió
débilmente la chica. –
Su madre le acarició suavemente el pelo y la cara para sonreír
con dulzura y musitar.
-No, no
lo estás, mi amor. Y es lo normal. Nadie está bien después de algo así.
-Yo...siento
mucho haberme puesto tan nerviosa. - Sollozó la chica perdiendo aquella
aparente tranquilidad. - Casi dejo que os maten…
-Al
contrario, mi niña. Estoy muy orgullosa de ti. Tu padre y yo lo estamos. –Se
apresuró a afirmar Cooan, que, de seguido, mudó su gesto sonriente y afectuoso
a otro más inquieto para añadir. - Pero también estamos preocupados. Ahora
tienes una gran responsabilidad y ya has visto cuan terribles pueden llegar a
ser nuestros enemigos.
-Sí.
Nunca hubiese creído que pudiera haber alguien tan cruel. - Admitió la muchacha
con voz queda. – Pero ¿por qué os odia tanto?...
-Lo
creas o no, hija. Hubo un tiempo en el que Rubeus no fue así. Pero el mal
corrompe y cuando dejamos que el miedo, el odio o la rabia nos dominen al final
ese es el resultado. –Suspiró, reuniendo valor para admitir con pesar. - Así
fui yo también una vez.
- ¿Tú? -
se sorprendió la chica mirándola con incredulidad para rebatir, halagando
sinceramente. - Eres la mejor madre del
mundo y la mejor maestra. Todos los niños te quieren mucho y algún día me
gustaría ser como tú. Tú siempre has sido buena, mamá.
Idina juraría que su madre se emocionó, y de hecho tuvo que
enjugarse algunas lágrimas, Cooan negó con la cabeza y tras sonreír levemente
insistió.
-No
cielo. De todo lo que Rubeus te dijo, la mayoría eran mentiras. Sin embargo, en
eso no te engañó, mi amor. Cuando yo era joven, de tu edad o un poco mayor,
estuve muy enamorada de él. Y no había cosa que me pidiera a la que yo me
negase. – Y como observaba que su hija pareció ruborizarse su madre se apresuró
a puntualizar. – Por fortuna para mí, él nunca me vio de ese modo. Al menos
jamás se insinuó. Debo concederle eso al menos. Y eso que era muy mujeriego.
Aunque cuando se trataba de cumplir su misión y de su trabajo era muy metódico
y profesional, se dedicaba a ello con todas sus energías.
-Pero
entonces. – Pudo replicar su desconcertada hija. - ¿Cómo podía controlarte?
-Ya te
lo he dicho. – Repitió Cooan con visible pesar. – El amor a veces es peligroso,
si te fijas en la persona equivocada. Te hace sufrir y puedes volverte egoísta
y cruel. Eres capaz de todo para obtener, aunque sea por un instante, su
atención y su aprobación. Pero afortunadamente tu madrina Rei y sus amigas
guerreras me salvaron de eso.
- ¿La
madrina Rei? - Se asombró la muchacha. –
-Intenté
matarla en más de una ocasión y luchamos ferozmente. – Le confesó su madre que
agregó con patente agradecimiento en su voz. – Pero cuando creí que mi vida
estaba arruinada al fracasar en mi misión y Rubeus me abandonó a mi suerte
dándome una bomba para que me sacrificase, ella y las demás me salvaron de mi
desolación y de mi rabia. Rei fue muy generosa conmigo y se convirtió en mi
mejor amiga. Me acogió en su santuario, me ayudó a integrarme en este planeta y
junto con las demás guerreras me ofreció su amistad. Por eso fui muy feliz
cuando, tras conocer a tu padre, casarme con él y teneros a ti y tus hermanos,
ella pudo ser vuestra madrina. O al menos tu mentora. Ya que ella no es
cristiana. - Y tras esa aclaración Cooan se tomó unos instantes de descanso y
al fin añadió. -Verás hija, tú has sido la primera. Tus primas y Amatista
seguramente te seguirán algún día. Necesitarán tu ayuda y la de sus madres para
aprender a ser justicieras. Pero antes de que eso suceda, me gustaría que
pasases unos días con la madrina Rei en el santuario Hikawa. Te enseñará cosas
muy valiosas, como hizo conmigo.
-Claro.
Me encantará volver a estar con ella. ¡Es estupenda! - Afirmó la chica con
visible contento. -
Cooan besó a su hija en la frente a la par que sentenciaba.
-Sí que
lo es. Entonces la llamaré para contarle lo sucedido y preguntarle. Aunque
estoy segura de que a ella también le hará mucha ilusión volver a verte. Te
quiere mucho, mi vida.
Idina asintió con una cálida sonrisa que su madre le
devolvió. Después Cooan la dejó descansar. Y efectivamente, tras las peripecias
para recobrar a su prima Kerria de las garras del mal, ella pasó unos días en
Japón junto a su madrina que le enseñó bastantes cosas. Y cuando ella le habló
de su lucha contra Rubeus, el gesto de Rei se ensombreció. Empero, también le
dijo con un toque de admiración que muy pocas veces había oído en ella.
-Fuiste
muy valiente. Lograste algo que ni yo, ni mis compañeras pudimos hacer.
Derrotarle. Tuvo que ser la misma Sailor Moon la que se ocupara de hacerlo.
- ¿Sailor
Moon es vuestra jefa o algo así? - Quiso saber la muchacha con visible curiosidad.-
Juraría que su madrina amagó una
sonrisa algo sarcástica e incluso divertida, no obstante, asintió.
-Es algo
más complicado. Verás, ella es la princesa de la Luna y la futura Neo Reina del
siglo Treinta de la Tierra, cielo. Las Sailors somos princesas planetarias y le
debemos obediencia y lealtad.
-Yo
también quiero servirla para ayudarla a combatir el mal. - Afirmó la jovencita.
-
Sin embargo, Rei alargó un brazo y
colocó la palma de su mano en dirección a ella para detener esa declaración. La
sacerdotisa entonces le explicó.
-Tú no
tienes esa obligación. Y créeme, cariño,
es mucho mejor para ti que así sea. Por desgracia, ya sin ese deber adquirido
tendrás muchos enemigos a los que combatir, si decides ser una justiciera.
-Estoy
dispuesta a lo que haga falta por defender a los inocentes. - Aseveró la muchacha.
- Hay que detener a malvados como ese Rubeus.
-Mucho
me temo que por lo que me contó tu madre y lo que tú me has relatado, él
escapó. Y le conocemos bien. Tratará de recobrarse y lo más probable es que
retorne buscando su desquite. Por ello, no debes descuidarte, Idina. Yo
intentaré enseñarte cuanto pueda para que, llegado el caso, seas capaz de
recibirle preparada.
-Me
esforzaré por aprender. - Le prometió ella. -
Su contertulia sonrió con cara de satisfacción. Idina desde
luego mantuvo su palabra y aprendió muchísimo de su madrina. Ahora, haciendo
uso de aquellas habilidades había percibido una energía maligna. Se estremeció,
estaba casi totalmente segura de a quién pertenecía. Deseaba con todo su
corazón el estar equivocada. Sin embargo, sus sospechas se vieron
desgraciadamente confirmadas cuando desde los árboles le llegó, teñida de
sorna, una voz siniestramente familiar.
- Pero
si es la Dama del Fuego, ¡cuánto me alegro de volver a verte!
- ¿Quién
es?, Rubeus ¿eres tú? - Preguntó Idina con una mezcla de temor e indignación,
mirando en todas direcciones con su arco preparado. - ¿Dónde estás? ¡Sal a dar
la cara si te atreves!
- No
faltaba más. - Se burló la voz que anunció - aquí estoy. - Apareció justo en
frente de Idina y sin que ésta pudiera reaccionar le arrebató el arco
lanzándolo lejos. - Ahora no podrás herirme con eso. - Afirmó levantándose la
capucha y terminando de quitándose el sayal ante el pánico de la chica. – No te
resultará dos veces, mocosa.
- No
puede ser, ¡eres tú! ¡No es posible!, Ru, Rubeus, ¿cómo pudiste sobrevivir y
encontrarnos? - Balbuceó Idina aterrorizada. –
Y es que, pese a prepararse
mentalmente para cuando le tuviera delante, el recordar su crueldad y como casi
llegó a asesinar a sus padres delante de ella, la hizo temblar de pavor. Más
cuando él sentenció, con sádico regocijo al darse cuenta de ello.
- Sí,
efectivamente soy yo, me encanta que me reconozcas y que tiembles de miedo.
¡Ahora prepárate para mi venganza!
- No te
saldrás con la tuya. El arco no es mi única arma y ahora estoy entrenada. He
aprendido muchas cosas, no me vencerás sin luchar. - Repuso ella recobrando el
valor. -
Y la joven, tratando de hacer buenas
sus palabras, atacó a Rubeus con rayos de energía que había aprendido a lanzar
y una sucesión de patadas y puñetazos que éste esquivaba sin problemas. Incluso
le lanzó un par de papeles repelentes de espíritus malignos, pero su rival
también los evitó desapareciendo y reapareciendo en cuestión de décimas de
segundo.
- ¡Ja,
ja, ja!, - Se reía él mientras decía divertido. – Pequeña necia. Acabaré
contigo en un instante.
- ¡No lo
conseguirás!, mis amigas vendrán de un momento a otro para ayudarme. - Replico
Idina confiada en ello - y no podrás contra todas.
Pero su enemigo se rio, brazos en
jarras, desvelando para horror de la justiciera.
- ¿Tus
amigas? Ja, ja...ya he terminado con ellas, y ha sido muy fácil. Pero no te
preocupes, voy a darte el mismo tratamiento a ti también.
Nada más terminar la frase, desapareció de la vista de su
adversaria y reapareció otra vez a un costado de la chica. La atacó de forma
fulminante, golpeándola repetidas veces hasta derribarla.
- ¡Venderé
cara mi vida!, - jadeaba ella tratando de arrastrarse trabajosamente y ponerse
en pie. -
- ¡Qué
melodramático! - Se burló Rubeus, que sin embargo movió la cabeza en señal de
negativa al añadir. - Pero aún no, sería demasiado fácil así. No te preocupes,
a ti y a las tontas de tus compañeras os reservaré para más tarde. Quiero que
vuestros papaítos y mamaítas os vean morir. – Y dicho esto lanzó un rayo de
energía que dejó a Idina inconsciente, él se sonrió con un destello de crueldad
en los ojos y sentenció complacido. - Ahora a por la que falta…pensándolo mejor.
Seguro que ella solita vendrá cuando vea lo que le voy a hacer a su querida
mamaíta, ¡ja, ja, ja!
Ajena a todo esto Amatista acabó la
clase y tras despedirse de los Malden se dirigió hacia su casa. Aunque todavía
tenía tiempo y quiso pasar antes por el claro de bosque donde las chicas
entrenaban. Afortunadamente no necesitaba cambiarse de ropa, bastaba con
invocar el poder de su piedra. Toda una comodidad, se decía. Pero al llegar
descubrió asustada a la Dama del Fuego tirada en el suelo y manchada de sangre,
corrió a tratar de reanimarla.
- ¡Idina
respóndeme! - Chilló zarandeándola con poca delicadeza, debido al miedo y a la
preocupación que la invadían, ¿quién habría podido hacerle eso? - ¡Vamos
despierta!
Tras unos agónicos instantes de
zozobra, su amiga recobró el sentido mientras balbuceaba débilmente.
- Ru,
Rubeus ha vuelto, está aquí. Nos ha derrotado a las tres, no sé dónde están las
otras. ¡Búscalas por favor! Yo estaré bien.
Amatista asintió, dejando a su
compañera apoyada en un árbol con toda la suavidad que pudo se apresuró a
buscar a sus compañeras. Mientras, en casa de sus padres, su madre daba los
últimos retoques al diseño de unos nuevos vestidos para su colección de modas.
Diamante estaba en una reunión en el trabajo, en la sede de la Masters Corporation
en Washington. Esmeralda por su parte había retornado hacía poco de París. Tras
supervisar la sede central de Modas Deveraux tenía tarea atrasada. Su próxima
colección estaba a punto de salir y ahora, tras llevar trabajando algunos días
en ellos, dio por terminados los bocetos y los guardó en su carpeta. Recordaba
mientras con simpatía la vez que su hija, de pequeña, le había manchado unos
similares para limpiarse con ellos de mermelada...
- ¡Qué
diablillo!, pero estaba tan graciosa que no pude ni enfadarme. - Se sonrió
rememorando ahora con nostalgia. - Aunque vaya disgusto que me dio.
Tras una tarde agitada en la que casi se le echaba encima el
plazo de entrega, la diseñadora entró en el comedor. Había estado buscando como
loca los nuevos diseños para la primavera. Al entrar se quedó espantada,
Amatista estrujaba unos papeles que coincidían sospechosamente con estos. Se
limpiaba la boquita con ellos y en cuanto la vio, dijo muy contenta.
- ¡Mami,
me etoy limpando!
- ¡Oh!, Amatista,
¡hija! - Exclamó Esmeralda a punto de darle un pasmo. - ¿Qué has hecho? ¡Oy,
oy, oy, oy!- Repetía espantada tratando
de alisar y quitar la mermelada de grosella de los pocos bocetos que aún eran
recuperables. ¿Pero por qué no has usado las servilletas?
- “No enía
evilleas”,- Replicaba la pequeña todavía
masticando lo que parecía un bollo con mermelada. – “Peo me limpo con
papeitos”.
- ¡Ay! -
Se lamentaba su madre, llevándose las manos a la cabeza, cuando llegó Diamante.
- ¡Mis bocetos! - parecía que iba a llorar como si ella fuera la niña. -
- ¿Qué
te pasa, cariño? - Le inquirió su esposo mirando la escena sin comprender.
Esmeralda se lo explicó y para indignación de la diseñadora a él le hizo mucha
gracia. -
- Pero
¿cómo eres capaz de reírte? ¡Era el trabajo de dos semanas!, ahora tendré que
empezar otra vez. - Reprochó ella con patente mal humor. – Y los entregaré
fuera de plazo.
- Bueno
cielo, seguro que ahora los mejorarás más. Si incluso me habías dicho que los
detestabas. Ni tan siquiera los guardaste en la caja fuerte. ¡No valen ni para
envolver un sándwich!, dijiste. - Repuso Diamante con tinte conciliador y sin
poder dejar de sonreír. -
- Sí,
bueno. - Reconoció Esmeralda que pudo esbozar también una sonrisa que disipaba
en parte su enfado. - Quizás ahora los haga más a mi gusto, pero los entregaré
con mucho retraso. Madame Deveraux me matará. - Objetó, sin embargo, preocupada
por esa circunstancia. – Odia la impuntualidad…
- Más
vale tarde que nunca, cariño, y en cuanto le cuentes a la señora Deveraux la
razón se reirá incluso más que yo. -
Aseveró un divertido Diamante que levantó en brazos a la niña y le
explicó con dulzura, pero firmeza a la vez. -
Mi amor, está bien que te limpies, pero no con los dibujos de mamá
¿vale?
- Vale
papi… - sonrió la pequeña abrazándose al cuello de él. -
Su madre más relajada, le dio un beso a la
niña y tanto ella como su esposo se rieron...
-Mi niña
la crítica de moda. - Comentó divertida ahora, tomándola en brazos y
sonriéndole con ternura a su pequeña. -
Esmeralda suspiró sonriendo, ¡qué recuerdos! y
parecía que fue ayer habiendo pasado ya tantos años, su niña ya era una mujer.
Apagó la lámpara de trabajo de su mesa y se dispuso a encender la luz. Al
hacerlo, se le heló la sangre en las venas y no pudo articular palabra. Sus
peores pesadillas se habían hecho realidad ¡Era él!, Rubeus en persona y tal
como le recordaba de hacía más de veinte años. De pie, frente a ella, cruzado
de brazos y mirándola con una divertida y sádica expresión en la cara que parecía
incluso de alegría, aunque el odio se reflejaba en sus rojizos ojos.
- Vaya,
vaya, vaya, Esmeralda ¡Cuánto tiempo sin verte! - Declaró con sorna. - ¿Cuándo
fue la última vez? - Ésta trató de pronunciar palabra, pero él lo impidió
añadiendo en un tono falsamente jovial. - ¡Ah sí!, ya recuerdo, en mi nave.
Cuando te pedí ayuda para salvarme de la muerte y tú me abandonaste, riéndote
de mí.
- Pero…
¿Cómo es posible? - Inquirió ella con visible horror, tratando de retroceder. -
¡Has podido sobrevivir también a la lucha contra Cooan!, me dijo que estabas
muy malherido.
- No
puedes creerlo, ¿verdad? ¡Ja, ja, ja! Es lógico, pero verás, lo que no sabes es
que ahora tengo nuevos amos y un poder inmensamente superior. - Rio
triunfalmente él clavando en su interlocutora una mirada llena de regocijo. –
Aunque me llevó un tiempo esas heridas fueron totalmente curadas, ¡prepárate,
Esmeralda! Ahora te toca a ti. Vas a sufrir, ya he dejado fuera de combate a
tres de las justicieras. – Comentó despreocupadamente ante la cara de horror de
ella y añadió con desprecio. - Les habéis dado el relevo a esas mocosas
estúpidas, ¿verdad? Ya no sois más que unas viejas, en cambio, yo ¡mírame!
Ahora soy inmortal, a decir verdad, casi debería darte las gracias.
Esas palabras de Rubeus encogieron
el corazón de su oyente. Por suerte, Esmeralda cayó en la cuenta de los
términos que este había empleado. No dijo que las hubiese matado. Eso al menos
le dio la calma suficiente como para responder.
- ¡No lo
lograrás! - Espetó ella tratando de reunir todo el valor posible en aquel
desafío. -Roy, su hijo o incluso Diamante, son mucho más fuertes de lo que
puedas serlo tú. Te machacarán si te atreves a hacernos daño.
Rubeus ladeó levemente la cabeza y
sonrió divertido, en tanto añadía despaciosamente acercándose a su presa, que estaba
atrapada contra una pared, con lentos pasos.
- Tal
vez, pero, para eso. - Y agarró a su
interlocutora por el cuello con una tremenda velocidad añadiendo con sádico
humor. - Deberían estar aquí, ¡ja, ja, ja! ¿No te parece? – Sin más, la levantó
en vilo mientras se reía, Esmeralda estaba paralizada por el terror en tanto su
agresor le preguntaba con sorna. - ¿Tú los ves por alguna parte?
- Pero
¿cómo es posible? - pudo gemir ella que aún no podía creerlo. -
- Te lo
contaré. ¿Por qué no? - Sonrió Rubeus macabramente, sentenciando. - De todas maneras,
vas a morir. Verás. Ocurrió así…
Comenzó su narración recordando, para el oprobio de su
cautiva, las últimas palabras que él le dirigió en medio de su nave en llamas
cuando, sujetándose un brazo herido y de rodillas, imploraba...
-
Esmeralda, ¡ayúdame! Esto va a explotar.
- ¿De verdad?
- Sonrió ella con desdén abanicándose ligeramente y declarando con fría
indiferencia, teñida de reprobación. - ¡Qué pena, Rubeus!, no sólo no has
conseguido cumplir con tu misión, sino que lo has perdido todo, la nave, a las
cuatro hermanas Ayakashi. ¡Mírate!, eres una vergüenza. No - añadió con
desprecio e indiferencia. -Tú mereces morir con esta nave. - Dicho esto
desapareció entre malévolas risitas. -
- ¡Esmeralda
ayúdame, no me dejes aquí! ... ¡Esmeraldaaa! - Chillaba Rubeus aterrado, pero
no pudo decir nada más. La nave estalló, él supo que habían llegado sus últimos
instantes y gritó de horror tapándose la cara con las manos, pero, al cabo de unos
segundos se las quitó dándose cuenta de que estaba a salvo. - Pero ¿qué? ¿Dónde
estoy? - Se preguntó en voz alta mirando en todas direcciones con visible
desconcierto. -
- Estás
en mi morada - rio una voz que le llegaba desde lo alto. -
Levantó la vista quedando espantado. Descubrió
a una enorme figura de tez rojiza y dos enormes cuernos sobre la cabeza y que
miraba desde lo alto al aterrado Rubeus con un tinte de superioridad y desdén.
- ¿Quién
eres? - Inquirió el muchacho, casi sin poder pronunciar palabra. -
- Soy
Zaerosh, demonio del sexto círculo infernal. Coronel de los avernos y Vizconde
de los páramos de Gress. Yo te he salvado de la muerte, humano.
- ¿Y por
qué lo has hecho? Quiso saber Rubeus levantándose para comprobar impresionado
que no le llegaba más allá del pecho. -
- Me serás
útil, te ofrezco la eterna juventud y aumentar tus poderes de forma
espectacular. Sé, que eso te ayudará para cumplir tus propósitos.
- ¿Propósitos?
- Su interlocutor repitió la palabra
sorprendido. -
-
Querrás vengarte por esta humillación, el abandono y la traición de los
miembros de tu familia. Tu príncipe, en el que tanto creías, te ha dejado a tu
suerte. Esa mujer también y tus subordinadas se han pasado al enemigo. ¿No
crees que eso merece una venganza?
-Sí. -
Escupió Rubeus con desprecio e ira. - ¡Por supuesto!, a cambio, ¿qué tengo que
hacer?
-
Jurarme fidelidad. - Le indicó el demonio, que con una media sonrisa añadió de
forma enigmática. - Y algo más...
Los detalles eran demasiado morbosos
y Esmeralda no pudo ocultar una mueca que esbozaba su desagrado. Pero su rival
prosiguió recordando el dolor que vino después.
- ¿Qué
me está ocurriendo? - Gritó Rubeus espantado. -
- Te
estás convirtiendo en un demonio, o al menos un híbrido. - Le explicó Zaerosh.
- Ahora tus poderes son tremendamente superiores y para completar tu fidelidad
hacia mí, agáchate, - le indicó al chico que se pusiera a cuatro patas, y le
arrancó el pantalón -...
Ella había escuchado atónita y
espantada, para Rubeus perder de esa forma su hombría habría sido una tortura.
- ¿Qué
te hizo ese demonio? - Se atrevió a preguntar con temor, aunque imaginando lo
que sería. -
- ¡Pues
más o menos lo que voy a hacerte yo a ti! - rio golpeándola en la cara hasta
hacerla sangrar por la nariz y romperle el labio. Esmeralda se quejaba dolorida
mientras Rubeus la forzaba a agacharse atrayendo su cabeza hacia la
entrepierna. - Vamos, te va a encantar. Y esta vez no me rechazarás. - Añadió
él jadeando excitado y bajándose el pantalón. Ella fue obligada a humillarse y
practicarle sexo oral. Mientras, su agresor sujetándole la cabeza entre las
manos para que no pudiera retirarse, le decía con tono amenazante, pero al
tiempo con cierto toque de condescendencia y regocijo. - Si lo haces bien,
quien sabe, puede que os perdone la vida a ti y a tu preciosa hijita.
Esmeralda escuchando esto no tuvo
más remedio que seguir hasta el final. Por mucha repugnancia que sintiera.
Rubeus tuvo que reconocer que lo hacía bastante bien.
- Tienes
mucha experiencia - sonreía él. - Eso me gusta, me gusta mucho.
Y
cuando aquello terminó, ella todavía con la garganta pastosa por el fluido que
tuvo que beber, le pidió mientras permanecía de rodillas.
- Ahora,
dejarás a mi hija en paz...
-
Todavía no he terminado contigo, ¡zorra! - Replicó él derribándola de una
patada para escupir con deleite. – ¡Apenas acabamos de empezar!…
Y comenzó a propinarle una paliza brutal que
su indefensa víctima trataba de resistir lo mejor posible haciéndose un ovillo
sobre sí misma. La subió sobre una mesa y tras arrancarle la ropa interior dio rienda
suelta a sus más bajos instintos. Ella gritó de dolor y de angustia cuando él
la penetró por detrás con brutalidad. Aquello siguió durante unos terribles
minutos. Cuando pareció estar satisfecho, la derribó de nuevo y reanudó la
paliza hasta que la pobre mujer sólo fue un guiñapo ensangrentado a los pies de
su agresor. Finalmente, Rubeus la propinó una patada en el estómago.
Afortunadamente para ella, Esmeralda perdió el conocimiento un poco antes,
escuchando de fondo las risas de su terrible enemigo…
-No ha
estado, pero que nada mal. A pesar de haber envejecido sigues estando muy bien.
- Declaró él, agregando con regocijo. - Ahora esperaremos al acto final.
Entre tanto y por suerte ajena a los
padecimientos de su madre, Amatista pudo encontrar a las demás y lo más rápido
que pudo las reanimó. Kerria tan pronto como puso en orden sus ideas, tuvo una
intuición fugaz y advirtió a las otras con gesto demudado por el horror.
- Irá a
por nuestras madres, ¡estoy segura!
- Pues
vayamos a las casas, hemos de detenerle. Esta vez no nos pillará por sorpresa.
- Declaró Kathy. -Todas convinieron en eso y corrieron prestas a interceptar la
amenaza. -
Tanto Idina como Katherine no tenían
por qué preocuparse pues sus padres estaban lejos de allí. Pero estaban muy asustadas
por lo que pudiera sucederle a su tía Bertie y a Esmeralda. Amatista corrió
hacia su casa mientras la seguían Kathy e Idina. Más lentas en virtud de sus
heridas. Kerria se desvió en dirección a la suya propia. Comprobó que su madre
estaba a salvo y fue luego a ayudar a sus compañeras, no sin antes preguntar a
la sorprendida Bertie donde estaban Mazoui, Leval y su padre. Beruche,
preocupada ante el estado de nerviosismo de su hija y asustada por los rastros
de golpes que lucía, en su opinión excesivos para un adiestramiento con sus
primas, contestó que los tres se habían ido a entrenar otra vez.
- ¡Ese
maldito bastardo! - Pensó Kerria con rabia. - Ha calculado muy bien su ataque,
¡estamos solas frente a él!
- ¿Qué
está pasando, hija? - Quiso saber su
madre con expresión preocupada. -
- Mamá,
es ese tal Rubeus, nos ha atacado a todas y puede que ahora vaya a por ti y la
madre de Amatista. – Le desveló la chica dejándola horrorizada. – Debes
esconderte.
- ¡Tenemos
que avisar a tu padre y a los demás! - Afirmó Bertie con rotunda imperiosidad. -
- Será
mejor que te encierres y trates de localizarles por móvil mientras nosotras
vamos a la casa de los Lassart. – Le indicó su contertulia. –
Su madre sabía que ella no podía serles de ninguna ayuda ya.
Sólo representaría un estorbo y asintió no sin antes sujetar el rostro de su
hija entre sus manos y pedirle con angustiosa intensidad.
- Ten
mucho cuidado, tenedlo todas, ¡por favor! Rubeus no bromeaba nunca a la hora de
luchar. Y no tenía ninguna compasión.
Kerria asintió con seguridad y corrió a unirse a sus
compañeras, su madre comenzó entonces a llamar al móvil de su esposo…
- ¡Oh, Dios
mío!, ¡Roy! Responde, por favor. - Musitaba Beruche llena de zozobra y temor. -
Cuando Amatista entró en su casa se
encontró a su madre tendida en el suelo y con síntomas de haber encajado una
brutal paliza. La cara estaba amoratada y sangraba por boca y nariz, el resto
del cuerpo estaba lleno de moretones, incluso su ropa parecía rasgada.
Rápidamente se arrodilló sosteniéndola entre sus brazos, mientras le pedía muy
asustada.
- ¡Dios
mío, mamá! Responde por favor. ¿Qué te ha hecho? - Sollozaba con desesperación,
acariciándole las mejillas como si de ese modo pudiera reanimarla. -
- Hi,
hija mía. - Susurró Esmeralda casi sin poder articular palabra, pues tenía
medio fracturada la mandíbula. No obstante, aun a costa de un agudo y terrible
dolor pudo advertirla. - Vete, pronto. Vete de aquí o te matará.
- ¡Yo sí
que le mataré a él! - Escupió Amatista furiosa y sin poder dejar de llorar. -
Se va a arrepentir de haberse atrevido a hacerte esto. ¡Lo pagará! - Se levantó
dejando tendida suavemente a su madre en el suelo y le rogó. - No te muevas por
favor. Llamaré a una ambulancia.
Entonces, apareciendo de pronto,
Rubeus golpeó a la desprevenida chica haciéndola caer al suelo.
- ¿Vas a
matarme? ¡Qué valiente! Eso me gustaría verlo. - Dijo divertido con los brazos cruzados.
- ¡Venga! - La desafió con sorna y desprecio - a ver de lo que eres capaz, niña,
¡atácame!
- ¡Maldito
seas! - Chilló Amatista, que apenas recuperada de la sorpresa atacó, lanzándole
ondas energéticas que Rubeus esquivó sin dificultad. - ¡Lucha sin moverte tanto
y ya verás lo que es bueno! - Le desafió ella que hervía de furia. -
- ¡Como
quieras! - rio él que se plantó instantáneamente ante la muchacha. -
Ella intentó golpearle, no obstante,
pese a ser una buena karateka le era imposible acertarle. Por fin logró darle
un puñetazo en la cara, pero, ante la desesperación de su adversaria que
jadeaba por el cansancio, su enemigo ni tan siquiera se inmutó...
- ¡Menuda
decepción! Pensaba que al ser la hija del príncipe Diamante estarías hecha de
otra pasta. Incluso te pareces a la reina Amatista como dos gotas de agua. Pero
es únicamente fachada. Ahora veo que eres igual que las demás, ¡una patética
chiquilla que no sirve para nada! - Escupió desdeñosamente Rubeus que la
abofeteó haciéndola sangrar por el labio. Amatista se tambaleó. - ¡Únete a la
perra de tu madre! – Espetó él rematándola con un rodillazo en el vientre que
la tiró al suelo. -
La muchacha estaba doblada sobre sí
misma en posición fetal, acusaba el duro golpe y casi ni podía respirar.
-
Amatista, hija, ¿estás bien? - Le preguntó Esmeralda tratando de arrastrarse
hasta ella. - ¡Canalla! - Chilló al tiempo que sujetándose la mandíbula para
mitigar su dolor y mirando a Rubeus con odio, sentenció. - Tú venganza es sólo
contra mí. ¡Eres un cobarde! Deja en paz a mi hija. O te...- Añadió con voz
amenazante y se levantó con las últimas energías que le quedaban, encarándose
contra su agresor. – Te arrepentirás de esto…te…
- ¿Qué?
¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a pegar? ¿O acaso desaparecerás dejándome solo? ¿Qué
puedes hacerme ahora patético despojo? - Se rio él sin dignarse mirar a su
interlocutora y sonriendo divertido añadió. - Lo siento mucho. Pero es ella la
que se ha inmiscuido en mis asuntos. Quizás quiere el mismo tratamiento que tú.
- Rio acariciándose descuidadamente la entrepierna. -
- ¿Qué
le has hecho a mi madre? - Gritó la angustiada Amatista, tratando de
levantarse. -
- A tu
madre… - Se sonrió con gesto avieso para decir despectivamente. – No mucho, es
demasiado vieja para mi gusto. Aunque debo admitir que no estuvo mal. Pero tú
eres joven y estás muy bien. Hay que admitir que, en eso, tus padres han sabido
hacer un buen trabajo. Así que relájate, ya verás lo que voy a hacerte a ti, te
gustará.
- No
¡Por favor!, haz de mí lo que quieras, pero deja a mi hija, ¡déjala marchar te
lo suplico! - Chilló Esmeralda cayendo de rodillas con expresión lívida. -
- De eso
nada. - Negó Rubeus con la cabeza regocijándose con la expresión de terror y
desesperación de su antigua colega. - Además, esto te duele mucho más que si te
lo hiciera a ti. ¿Verdad? Tú ya estás gastada pero tu pobre hijita y tan
bonita...seguro que representa todas tus ilusiones y esperanzas para el futuro…
¿A que sí? - puso una falsa voz melosa al decir aquello que de inmediato trocó
en un tono de amenaza. - ¡Pues cuando acabe con ella nadie la mirará! Quedará
en tal estado que vas a preferir que la mate. Ya lo veras, y quien sabe,
incluso a lo mejor es virgen y todo, aunque con mi nueva condición demoniaca te
aseguro que lo va a notar, lo sea o no.
Amatista se puso en guardia tratando
de defender más a su madre que a ella misma. Su enemigo avanzaba despacio hacia
ella, relamiéndose con lujuria. Estaba a punto de atacar cuando la voz de
Katherine le espetó desafiante.
- ¡No te
lo permitiremos, no la tocarás ni sólo pelo más! - Y mientras hablaba, lanzó su látigo golpeando
al desprevenido Rubeus. -
Idina se unió al ataque y lanzó un
rayo que le alcanzó haciéndole perder el equilibrio.
- Esto
es por el golpe de antes, ahora las cosas serán diferentes. - Declaró con tono
amenazador. -
-
Acabaremos contigo. - Añadió Kerria. -
La Dama del Hielo atacó con su espada para partirle en dos.
Sin embargo, éste paró el filo atrapando el arma entre las palmas de sus manos
mientras aguantaba el equilibrio para rechazar a la justiciera de una patada.
- ¡Ja,
ja, ja, ja! ¡Vaya una pandilla de luchadoras por la justicia! Sois incluso más
patéticas que las sailors. - Reía Rubeus pese a que el filo de la espada le
había cortado las manos. Pero para sorpresa y horror de todas, esos cortes
comenzaron a curarse solos y él aulló embriagado por su patente
superioridad. - ¡Vuestros ridículos
ataques no podrán conmigo!
Y sin esperar réplica comenzó a lanzar contra las
justicieras bolas de energía que ellas lograban evitar con gran esfuerzo. Como
pudo, Amatista se levantó del suelo atacando con su bumerán. Rubeus lo esquivó
despreocupándose de él. Pero el arma volvió por detrás golpeándole en la nuca.
- ¡Ahora
sí que te he cazado! - Exclamó ella que saltó con júbilo lanzando un rayo que
aturdió aún más a su enemigo. -
- ¡Ahora
chicas! - Indicó Idina. - Esta es la oportunidad, todas a la vez, ¡al máximo!
La Dama del Fuego lanzó su mejor
ataque, una andanada de flechas. Kerria hizo lo propio con la lluvia de
cuchillos de hielo y Katherine le enroscó su látigo al cuello transmitiéndole
una descarga de su energía al máximo poder que logró concentrar. Su enemigo
cayó malherido al suelo.
- ¡Lo
logramos! - Exclamó Kerria llena de optimismo. - Está acabado.
Pero para asombro de todas,
Esmeralda, levantándose como pudo, se acercó a Rubeus que se retorcía por las
heridas. Sin embargo, no fue para rematarle…
- Hice
mal en abandonarte, lo sé. Y desde que pude volver a empezar no pasó un día en
que no lo lamentara. - Le dijo ella con un tono extrañamente calmado e incluso
culpable pese a todo lo que le había hecho, más sorprendente si cabe cuando
agregó llena de consternación. - Pero ¿por qué tienes tanto odio hacia los
demás? Debes perdonar y dejar esa alianza con los demonios. Hubo un tiempo en
el que tú no fuiste así. ¿Recuerdas? Una época en la que tu padre el marqués
Lamproite de Crimson y tu madre, la Dama Azurita, te miraban con orgullo,
cuando los dos entramos en la Corte a servir al rey Coraíon.
- Para
ti es fácil decirlo. - Rio Rubeus irónicamente escupiendo las palabras malherido
y no sin amargura. - Te rescató tu querido príncipe azul y te dio la
posibilidad de una nueva vida. ¿Y qué pasó conmigo?, ¿eh? ¿Acaso no quise yo
servirle igualmente? ¿No busqué el triunfo y la salvación para nuestro mundo?
Esmeralda creyó atisbar en los ojos
de su antiguo compañero una brizna de su humanidad perdida y le insistió de
rodillas junto a él, en tanto las justicieras guardaban un expectante y atónito
silencio.
- Esto
nunca debió suceder. Al principio tú no eras malvado. Yo tampoco lo era, hasta
que nos corrompieron. Pero no es tarde si deseas cambiar. No lo fue para mí.
- No, -
balbuceó él añadiendo con esfuerzo. - Yo ya pertenezco por entero a las fuerzas
de la oscuridad y prefiero morir así a vivir como tú. ¡Patética mujer! te has
convertido en un ser humano mortal. Con la misma moralina cursi que la estúpida
de Guerrera Luna. Te prefería como eras antes, a pesar de que me dejases a mi
suerte, porque yo, pese a que te deseaba, hubiera hecho lo mismo contigo.
- ¡Sabes
que eso no es cierto! - Sollozó Esmeralda sin poder apartar su mirada de ese
destrozado cuerpo que estaba herido más allá de su capacidad de regeneración. -
Fuimos jóvenes, arrogantes, ignorantes de la verdad…pero no éramos malos. Al
principio no…
Y Rubeus, ahora diríase que, con un tinte de tristeza en sus
ojos, declaró.
- Lo
malo de convertirse en demonio es que debes serlo hasta el final y yo quiero
terminar con todo. ¿Queréis saber por qué no os maté cuando pude hacerlo? -
Añadió dificultosamente entre balbuceos. – En el fondo esperaba que pudierais
terminar con mi sufrimiento…
Entonces pudo apenas elevar la
cabeza y dirigirse a Amatista que escuchó sorprendida.
- Tienes
unos padres excepcionales, y tú eres una hija digna de ellos... –Tras una pausa
para tomar aliento añadió, esta vez a las otras. - Vuestras madres siempre
fueron buenas chicas. Incluso entonces. Ahora pueden sentirse orgullosas y tú.
- Matizó centrándose en Idina que le contemplaba con pesar, sobre todo cuando
su hasta entonces enemigo, agregó. - He visto en ti la misma inocencia de tu
madre, cuídala y nunca la pierdas. Verdaderamente podía pintarla. En eso no te
engañé. Tienes todo lo que no pude tener yo, el amor de una familia y buenos
amigos. Y serás alguien importante, muy importante. Quiero que sepas que, a
pesar…de todo, jamás quise matarte…No podría, eso no sería posible. Pero por
fortuna mi vida acabará ahora...
Rubeus recordaba ahora, en ese
trance tan próximo a su fin, algunas cosas que su maestro y amo Zaerosh le
contase, antes de devolverle a la dimensión mortal.
-Ahora
estás capacitado para volver al mundo de los humanos. Dado que no eres un
demonio en realidad. Simplemente te he imbuido el poder de la oscuridad en tu
interior.
-Te doy
las gracias, mi amo, te aseguro que me vengaré de todos aquellos que me traicionaron.
- Afirmó él. -
Aunque su interlocutor, se limitó a
mirarle con desapasionamiento desde su mayestático trono y a advertirle.
-Lo
primero es que cumplas con la misión que te ha sido encomendada. Encuéntrala. Y
después, deberás tener mucho cuidado de a quién alcanza tu venganza. O de lo
contrario la paradoja de tu misma existencia estaría en riesgo.
- ¿Qué
quieres decir con eso? - Exclamó él, con perplejidad.-
Y cuando su maestro se lo explicó le
dejó asombrado. Tenía que ser en efecto muy cuidadoso. Tanto, que no sabía a
ciencia cierta a quién podría alcanzar plenamente con su odio y a quién no. Y
eso le preocupaba mucho más que esa otra misión.
-A fin
de cuentas, a juzgar por las palabras de Zaerosh, ella misma vendrá a nosotros.
No necesito preocuparme de eso. - Se dijo, centrándose entonces en ajustar
cuentas con sus antiguas subordinadas. -
Fue así como localizó a los Rodney, y descubrió la nueva
vida de Cooan. Aunque lo que le fascinó verdaderamente fue conocer a Idina. Eso
alteró sustancialmente sus planes. Y ahora, precisamente aquella muchacha, no
pudo evitar derramar unas lágrimas por su enemigo. Estaba asimismo sorprendida
por esas cosas tan extrañas que decía. Posiblemente fueran fruto de su cercanía
a la muerte. Recordó las palabras de su propia madre y las que había
pronunciado Esmerada. En el fondo le consideraba un desgraciado. Todo el odio
que había acumulado y los sucesivos manejos del mal al que se había visto
sometido, le convirtieron en ese monstruo ansioso de venganza. Aunque al percatarse de ello Rubeus pudo
musitar con asombro.
- ¿Estás
llorando por mí? ¿Después de lo que os hice?
Idina entonces le respondió profundamente entristecida.
- La
verdad es que siento mucha lástima por ti. Mi madre me dijo que hubo un tiempo
en que no fuiste malo. Únicamente un muchacho con los mismos sueños que ella de
servir a su mundo. Pero verte tan solo y abandonado debió de ser terrible. Ya
solamente puedo hacer una cosa por ti. Y seguro que ella lo hará también.
Rezaremos por tu alma, para que un día te liberes de todo ese odio y dolor y puedas
ser feliz.
Para asombro de todas Rubeus esbozó una sonrisa, pero ahora
parecía sincera y llena de esperanza en aquellas palabras. Incluso pareció que
sus ojos se empañaban. Aunque de pronto, contrajo su cara en un terrible rictus
de agonía y exclamó.
- ¡Más
os vale correr porque voy a morir y mi cuerpo estallará!
Las
chicas se miraron perplejas, pero no tenían tiempo que perder. Amatista fue la
primera en reaccionar y propuso.
- Unámonos
y creemos una barrera.
Y recordando las enseñanzas de Chibiusa las cuatro lo
hicieron alrededor de Esmeralda. Entre todas lograron un potente escudo de
energía justo en el momento en que Rubeus gritó.
- ¡Por
fin soy libre!
Se produjo una tremenda
explosión que agitó los cimientos de la casa derribando la techumbre y muchas
de las paredes. Al disiparse las grandes humaredas y caer el polvo, por fortuna
todas estaban ilesas, la improvisada barrera aguantó. Aunque las dejó exhaustas
por el gran esfuerzo. De Rubeus no quedaba nada. Permanecieron unos minutos sin
hablar y sentadas para tratar de recuperarse. Entre lloros, Amatista se abrazó
en el suelo a su madre tratando de confortarla. Al cabo de un rato llegaron
Beruche, Roy y los demás. Las ayudaron a levantarse y las llevaron a casa de
los padres de Leval y Kerria. Allí las atendieron curándolas lo mejor posible y
las chicas les contaron a todos lo ocurrido. La desolación de los mayores
contrastó con la furia de Leval que escupió.
- ¡Maldito!
Si yo hubiese estado aquí le...
- Pero
no estabas, ni tú, ni nosotros. - Intervino Roy tratando de calmarle en tanto
que agregaba impresionado, en dirección a su hija y las demás. - Hay que
felicitar a las chicas por su valor.
Leval
convino en eso, realmente estaba sorprendido de que su hermana, Amatista y sus
otras primas, fueran las justicieras y hubieran luchado de esa forma. No
obstante, la frustración que sentía al no haber estado allí para protegerlas
era grande. De todos modos, era mejor hacer caso a su padre, ya había pasado
todo y no se solucionaba nada con seguir enfadado. De modo que le dijo a la
hija de Esmeralda.
-
Cualquier cosa que podamos hacer por vosotras la haremos encantados.
-
Gracias, pero me temo que ese demonio de Rubeus nos ha destrozado la casa.
Cuando vuelva papá, no quiero ni pensar el disgusto que se llevará al verlo. -
Comentó ella en un intento de parecer entera. -
La joven en tanto sostenía una mano de su madre que estaba
acomodada sobre un sofá, con la cara y el resto de sus heridas vendadas
cuidadosamente.
- No te
apures por eso, hija. - Le pidió Esmeralda apenas con un susurro. - Tu padre
estará feliz de que las dos estemos vivas.
- ¡Oh,
mamá, perdona! No sé cómo he podido olvidarme. ¿Cómo estás?, te sigue doliendo
mucho. ¿No es así? Quizás sería mejor llevarte al hospital. - Le respondió
Amatista angustiada y sobre todo maldiciéndose por la estupidez de su anterior
comentario. -
- Puedo
aguantar - le contestó ella con gran entereza mirando a la chica con patente
reconocimiento - no te preocupes hija me pondré bien. Gracias a ti. Te quiero
mi niña…estoy muy orgullosa de ti, mi amor.
Su hija la abrazó con suavidad y ternura sin evitar llorar
una vez más. Pasado el combate aquella fortaleza y determinación la abandonó a
la vista del lamentable estado de su madre y de toda aquella desolación. Los
demás estaban también conmovidos. Aunque fue Bertie la que antes reaccionó para
ofrecerles a ambas.
- Nos
arreglaremos, nosotros te cuidaremos, no os preocupéis por nada más. Esta noche
quedaos a dormir y mañana será otro día. -
-
Gracias Bertie. - Susurró Esmeralda que estaba agotada y realmente en bastante
peor estado del que quería hacer ver, de hecho, debía sujetarse la mandíbula
para poder decir sin que el dolor le fuera insoportable. - Por lo menos ahora
que Rubeus ha muerto definitivamente ya no tendremos que preocuparnos más de
tan terrible enemigo. En el fondo siento mucha lástima por él. Aunque hay algo
bueno en esto. Al menos me he librado de ese fantasma de culpabilidad que me
atormentaba desde hacía tantos años…Y creo que él lo consiguió también al
final…
Beruche y Roy convinieron en
silencio, asintiendo con la cabeza. Las demás chicas no dijeron nada. Aunque
todos se sentían aliviados de que ese peligro hubiera terminado. ¡Ojalá que
fuera el último! Y a la vez, admiraban la entereza de Esmeralda y su hija. Pero
¿Qué iba a ocurrir con ellas, pasado aquel momento de simulada fortaleza? Por
el momento eso es algo que tendría que esperar. Aquel accidente que devastó ese
gran chalé no pasó desde luego inadvertido. Bomberos, policía y muchas
explicaciones se sucederían en los días siguientes. Y una de las que siguió
aquellas noticias con visible interés fue Marla.
-Esto es
muy raro, desde luego. - Se dijo con tintes reflexivos, en tanto veía las
noticias en televisión.- En ese barrio pasan muchas cosas extrañas. Y desde
hace años. Muchas personas de las que viven allí son desde luego famosas e
importantes, pero algunas en particular me llaman mucho la atención. Dos de
ellas, por ejemplo, estudiaron en la Golden State College y coincidieron con mi
propia madre. A buen seguro que debieron de conocerse. La pregunta es. ¿Es ese
un hecho relevante para mis intereses?
Y en tanto meditaba sobre aquello
recordaba sus peripecias de las últimas semanas. Tan centrada en su
investigación que ni tan siquiera se había acostado con ninguna mujer en esos
días. Y oportunidades o lugar no le habían faltado. Estaba en un apartamento
alquilado en un lugar bastante céntrico. Ahora, tumbada en la cama, con un
batín de seda, ojeaba también algunos de esos informes que había sustraído a
ese idiota. Gracias a la buena definición de las fotos pudo ampliar estas e
imprimirlas a mayor tamaño. Leía así con más comodidad y no tardó en subrayar
un par de nombres que daban la sensación de ser prometedores.
-Muy
bien, comenzaré por interrogar a estos dos. - Pensó con satisfacción.- Dejaré
esos extraños accidentes de esa zona residencial para después.
Y más despreocupadamente decidió
tomar alguna cosa, ya iba teniendo hambre.
-Espero
que el servicio de comida a domicilio sea bueno. Lo malo es que el repartidor
será un hombre. Pero ¿qué se le va a hacer?
Llamó solicitando un pedido, tras
una media hora alguien en efecto llamó a su puerta. Vestida de un modo más
discreto dio un vistazo por la mirilla. Entonces sonrió con deleite. ¡Qué
suerte! Aquello fue un placer inesperado. La persona que aguardaba con el
paquete de su encargo y vistiendo un pantalón vaquero, zapatillas y una
chaqueta con el color y logo de la marca de ese servicio de comida, era una
muchachita de su edad, cabellos castaños recogidos en una coleta y no estaba
nada mal. Exhibiendo una gran sonrisa Marla abrió la puerta.
- ¿La
señorita Sorel? - Inquirió afablemente esa jovencita, con tono suave. - Le
traigo su pedido.
-Muchísimas
gracias, pasa por favor. – Le pidió su contertulia, afirmando con agrado. - No
esperaba que fueras una mujer. ¿Cómo es que trabajas de repartidora?
-Tengo
que pagarme los estudios. - Sonrió apuradamente ésta. -
- ¿Qué
estudias? Si te lo puedo preguntar. - Quiso saber Marla. -
-Enfermería.
- Sonrió la muchacha. -
- ¡Vaya,
vaya! Eso no viene mal. Tener una enfermera en la familia. Espera, voy a darte
una buena propina. Es lo menos que merece una joven tan trabajadora. - Le dijo
a esa chica con afabilidad. -
-Es
usted muy amable, señorita. Lo cierto es que llevo ya cinco horas repartiendo.
- Le confesó aquella muchacha. -
- ¡Vaya
unos sinvergüenzas! ¡Cómo se aprovechan de que seas mujer! - Comentó Marla
moviendo la cabeza con desaprobación. –
-No
crea, todos tenemos turnos parecidos. A decir verdad, trabajo igual que mis
compañeros varones. - Afirmó ella. -
-Pues me
alegra mucho que hayas sido tú y no uno de ellos, la que haya venido. Nunca se
sabe con quién puedes topar. Mira, te voy a pedir tu número de móvil,
profesional claro, para cuando quiera encargar más comida. Así me aseguraré de
que seas tú quien me la traiga y no un hombre. Ya sabes, por seguridad. -
Declaró su interlocutora sonriéndole con complicidad. - Y de ese modo también
te llevarás tú las propinas.
-Es
usted muy amable. - Comentó la sorprendida repartidora.-
Sonriendo
una vez más, su clienta le solicitó con tono cordial.
- Ahora,
espera aquí un momento, por favor. Voy a buscar el dinero.
Dejando a la repartidora en el
salón, Marla entró en su dormitorio, por suerte tenía un poco más de esa
escopolamina que tan buenos resultados le había dado con su informador. Aunque
ahora iba a usarla en algo muchísimo más placentero para ella. Con una leve y
calculada dosis impregnó un billete de cien dólares y, sin dejar de lucir
aquella sonrisa tan amplia y seductora que poseía, se dirigió de nuevo al encuentro
de aquella jovencita quien al verla reaparecer exhibiendo esa cantidad
enseguida le comentó apurada.
-Su
pedido son solamente cuarenta dólares, señorita. Lo siento mucho. No tengo
cambio para tanto.
-Eso no importa.
- Sonrió lascivamente su contertulia, que una vez estuvo a su lado, sopló
ligeramente sobre ese billete. - Puedes quedarte la vuelta.
-Pero es
demasiado. - Musitó la perpleja y agradecida chica. -
-
Créeme, cariño. Te lo vas a ganar. - Replicó su clienta con regocijo al tiempo
que contenía su respiración. -
Antes de poder contestar a eso
aquella jovencita inspiró involuntariamente esas partículas que volaron hacia
ella. Al cabo de apenas unos instantes estaba ahí de pie, casi en trance, y
Marla, tomándola suavemente de una mano, la guio a su dormitorio en tanto le
preguntaba con un susurro en el oído.
- ¿Cómo
te llamas, cariño?
-Silvia.
- Le contestó esa muchacha con tono apenas audible. -
- ¿Y te
gustan las chicas? - Inquirió su contertulia, en tanto las dos entraban en la habitación.
-
-No. -
Pudo decir algo cohibida pese a los efectos de aquella droga. -
-Te gustarán.
- Se sonrió Marla que no dudó en comenzar a desvestirla. - Ya lo verás.
Cuando terminó de quitarle la ropa a
esa muchacha ella misma procedió a hacer lo mismo con la suya. Luego, inició a
Silvia en las artes amatorias con otra mujer. Lo único que lamentó Marla de
aquello fue que su comida se iba a enfriar.
-Supongo
que tendré que utilizar el microondas. Pero este plato que tengo aquí delante
es mucho más suculento. - Pensó despreocupadamente, en tanto recorría el cuerpo
de esa muchacha con un sinfín de besos que arrancaban de ésta suspiros de placer.
-
Y sin que ni ella ni su improvisada
amante fueran conscientes de ello, un misterioso encapuchado presenciaba
aquella escena, abría un gran libro de color burdeos y escribía algo en sus
páginas…
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