- ¡No Idina! Ya no estás en edad de hacer esas
cosas...- se escuchó la voz enojada de Michael. -
- Pero ¿Por qué no? - Rebatió ella con sus
argumentos. - Soy la más joven de las tres. Si Amatista y Sandy pueden, yo también.
Además, a mí tampoco me gusta la idea pero son mis amigas y no las voy a dejar
colgadas.
-¿Eres consciente de que tienes dos hijos que
cuidar? ¿Acaso yo me he metido en
aventuras? - Le reprochó Michael. -
- Tú sabías como era yo al casarte conmigo,-
respondió Idina molesta, añadiendo con ese mismo malestar. -Nunca te oculte nada,
ni te prometí que dejaría de ser lo que soy. Mi madre nunca lo hizo y mi padre
lo respetó siempre… mi padre – pudo añadir ahora con tristeza -… lo
comprendería. Siempre nos comprendió.
Michael suspiró. Sabía que los recuerdos de su
esposa estaban frescos pero por eso mismo no era momento de meterse en aquella
aventura.
- Pero eran otros tiempos.....- repuso él con voz
más conciliatoria. - Ellos se conocieron
y lucharon juntos contra una amenaza muy grave para la humanidad. Eso me lo
contaste. Y también que tu madre te traspasó a ti esa responsabilidad, pero
cuando fuisteis atacados. No antes, de no ser por esa razón nunca te lo habría
dicho. ¿O no?,- replicó agudamente su marido. -
- Sí. Vale,- concedió Idina más calmada para agregar.
- Pero Michael, sólo te pido que confíes un poco en mí. ¡Puedo hacerlo! , sé
que todavía puedo... - Suspiró entonces suavizando su tono y confesando no sin
pesar.- Me gusta tan poco como a ti, había rezado con todas mis fuerzas para no
tener que volver a ser una justiciera nunca. Pero no se trata de lo que yo
quiera o no quiera hacer. Se trata del futuro de este mundo y de nuestros
hijos. No puedo quedarme cruzada de brazos sabiendo que ese peligro está ahí
fuera. Me sentiré responsable si algo les ocurre a personas inocentes si no
hago nada. ¿Es que no lo comprendes? Podrían ser nuestros hijos los que
sufrieran las consecuencias si no actúo.- Le preguntó con una mirada suplicante
que hizo ablandarse a su esposo. -
- Bueno, precisamente por eso. Por nuestros hijos te
pido que lo reconsideres.- Suspiró Michael sabiendo que no podría disuadirla
enfadándose, así que cambió de técnica y con un tono más calmado y al tiempo
analítico, aunque con un trasfondo de inquietud, expuso. -Digamos que te
entrenas y todo eso, ¿qué podéis hacer tú y tus amigas contra esa banda del
crimen organizado? Son traficantes, Idina, matan al que se les opone y les da
igual quien sea. Y no solamente a esa persona, también a sus familias y amigos.
Si no recuerdo mal me has dicho que han intentado atacar a Asthel. Imagina que
averiguasen tu identidad. ¿Estás preparada para lanzar una carga semejante
sobre ti misma, sobre mí y los niños? No podríamos vivir tranquilos, podrían
atacarnos en cualquier momento, cuando menos lo esperásemos. ¿No te das cuenta?
Al
oír esto al principio su esposa se quedó sin saber que decir, su marido había
reaccionado como ella esperaba al saber que iba a volver a convertirse en la
Dama del Fuego. Pero debía admitir que eso de que sus posibles enemigos tomasen
represalias contra su familia era muy preocupante, aunque al reflexionar un
poco encontró una respuesta.
-No me reconocerán. Las justicieras nunca fuimos
reconocidas. Además, en cuanto desarticulemos a esas bandas volverá la paz a
Bios.- Replicó con seguridad.- Ya no habrá nada que temer.
Tom,
que había estado oyendo algo de la conversación sin acertar a escucharla
claramente, llegó preocupado a preguntarles a sus padres.
- Papá, mamá, ¿por qué discutís?... ¿estáis
enfadados?...
- No - respondió Idina que se apresuró a
tranquilizar a su hijo. - No cariño, sólo tenemos diferentes opiniones sobre
algunas cosas, pero hablamos, no discutimos. No te preocupes.
- Venga Tom, no quiero verte preocupado,- terció su
padre con más desenfado para explicarle. -Papá y mamá tienen que pensar en
cosas que deben hacer y estamos decidiéndolas los dos juntos.
- Vale – sonrió el niño aliviado. - Me alegro,
entonces me voy a jugar.- Se disponía a irse cuando Idina le detuvo
preguntándole con un tono suspicaz. -
- Espera un momento, ¿has terminado ya tus
deberes?...
- Pues - el crío vaciló un poco al contestar un
impreciso... - Sí...- Su inquisidora le miró de forma desconfiada y él aun dudó
más, como no respondía ella le insistió con severidad.-
- Thomas Andrew Johnson. No trates de mentir a tu
madre. ¿Los has terminado o no?
El niño bajó la cabeza. Se sentía avergonzado y pudo
confesar con un hilo de voz.
- Bueno, casi todos, me quedan muy pocos...y no sé…
- Pues ponte con ellos antes de ir a jugar. - Le
ordenó su interlocutora cortándole sin contemplaciones. -
-¡Jo, mamá!…es que son muy difíciles y además mis
amigos me esperan - protestó Tom. -
Idina
le miró ahora con una expresión todavía más seria para sentenciar de forma
tajante.
- ¿Sí? ¡Pues que se esperen! Hasta que no termines
con tus deberes, tú no sales. Y ya hablaremos luego tú y yo sobre tu intento de
engañarnos.
- Hijo, hazle caso a tu madre - ordenó Michael a su
vez con un tinte más amable. -
Tom
no tuvo más remedio que subir a terminar sus tareas. Encima se la había cargado
bien. Su madre estaba muy enfadada. Ahora se arrepentía de haberse metido a
interrumpir a sus padres.
-Me tendría que haber ido sin decir nada. En el
colegio van a tener razón. Soy tonto. - Pensó.-
Entre
tanto, ajenos a esos sombríos pensamientos del niño, sus progenitores
continuaba con su conversación. Hablando precisamente de Tom.
-Cariño – le pidió Michael a su esposa que ahora estaba
visiblemente agitada. - ¿No crees que has sido demasiado dura con él?
-Tiene que aprender a no mentir. No voy a consentir
que trate de engañarme. – Replicó ella de forma seca. – No he luchado y sufrido
tanto para que mi propio hijo no sepa comportarse.
Michael suspiró moviendo la cabeza, entonces posó
sus manos en los hombros de ella y mirándola a los ojos le dijo con tono suave
e incluso apenado.
-Idina, se lo mal que lo has estado pasando. Lo duro
que ha sido para ti lo de tu padre, pero nuestros hijos no tienen la culpa de
eso. ¡Por favor, piénsalo!
Su esposa rehuyó su mirada, en el fondo sabía que su
marido tenía razón. Estaba desahogando con los pobres niños gran parte de su
dolor y frustración. Bajó la cabeza y admitió con tono apagado.
-No he sido la misma en estos últimos días. Lo sé,
lo siento, Mike.
-Tú siempre has sido una mujer de buen corazón y
dulce, cariñosa con los niños. Me enamoré de ti, entre otras cosas por eso.
Su
interlocutora asintió despacio. Era cierto, desde su vuelta había agriado
bastante su carácter, cosas que antes no tomaba en consideración ahora la
irritaban. Incluso a los pobres críos de la escuela les reñía y hasta castigaba
por tonterías que simplemente eran deslices infantiles. Otra vez le venía a la
mente aquella aciaga noche, cuando rescató a Patty, esa chiquilla maltratada y
a otros dos niños, ayudada por Nehie. Entonces su ira y su deseo de venganza la
habían convertido en algo cercano a un monstruo. Por fortuna tuvo a su querida
amiga para mostrárselo. Ahora ni muchísimo menos era igual, pero se daba
perfecta cuenta de que no llevaba el camino adecuado. Sus pequeñines no la
recibían como antes, con saludos joviales y sonrisas. Algunos se quedaban por
el contrario en silencio cuando la veían entrar, pero en un silencio temeroso.
Ella no quería seguir actuando así. Lo que más amaba en el mundo era su familia
y a sus pequeños alumnos. Y no quería perder eso. Era una de las razones
principales por las que no deseaba volver a ser una justiciera, pero ahora,
obligada por la necesidad, y todavía con el pesar del recuerdo de la muerte de
su padre, volvía a crisparse. Tras meditar sobre aquello se volvió a su esposo
y musitando con un tono más calmado y entristecido admitió.
-Últimamente no he sido la mejor esposa, ni la mejor
madre. Tampoco la mejor de las maestras. Sí, tienes toda la razón. Me
avergüenzo de mi comportamiento. Mis padres se sentirían muy decepcionados si
me viesen actuar así. Te prometo que mejoraré. – Pudo agregar sonriendo de
forma tenue y algo forzada, aunque con sus ojos haciéndole aguas. –
-Cariño.- Repuso él elevando ligeramente la barbilla
de su esposa con uno de sus dedos.- No seas tan dura contigo misma. Es algo que
a todos nos puede ocurrir. Has sufrido mucho y has estado bajo mucha tensión.
Pero todo se arreglará. Solamente date tiempo. Mira, te diré lo que vamos a
hacer. Si tú crees que es tu deber, te apoyaré…y cuando resuelvas este problema
junto con tus compañeras, me has de prometer que te liberarás de todo este
lastre.
-Gracias Michael.- Contestó la muchacha con emoción.
Para sentenciar con patente agradecimiento en su voz en tanto sonreía, ahora sí
que con más alivio. - Te lo prometo…
Su esposo sonrió también, aunque de manera más clara
y le dio un afectuoso beso en los labios. Idina se sintió mucho mejor. Michael
era un buen hombre, la quería y estaba realmente preocupado por su bienestar. Idina
también le amaba. En muchos aspectos le recordaba a su padre. Era paciente y trataba
de ver siempre el mejor lado de ella. La
joven sabía que a veces no era tarea
fácil la vida conyugal, sus propios padres tuvieron sus desacuerdos pero se
quisieron siempre. Se sentía agradecida de que alguien como su esposo hubiese
llegado a su vida. Tras esa reflexión los dos se sentaron en el sofá del salón.
Al poco tiempo llegó Loren. La pequeña exhibía un papel en una de sus manos y
lo enseñó a sus padres. Estaba muy satisfecha e ilusionada.
- ¡Mami, mira! ¡Papi, mira! he dibujado nuestra casa
con el jardín y el sol...
Idina
miró encantada el dibujo, para ser una niña de tan pocos años Loren dibujaba
muy bien, tenía bastante talento para ello. A su madre le alegró poder cambiar
de tema aunque fuera momentáneamente.
- Sí cariño, es muy bonito, enséñaselo a papá.- Le
indicó Idina a su hija y Loren, llena de entusiasmo, le dejó ver el dibujo a su
padre. -
- ¡Mi niña va a ser una gran pintora! Dibujas muy
bien...vaya un Picasso.- Comentó éste.-
-No, es una casa. - Le corrigió la cría , provocando
las carcajadas de sus padres.-
-¿Y quién es
ese que está ahí? - Le preguntó animadamente Michael señalando a una esquina
donde la pequeña había dibujado una especie de animal, junto a una caseta. -
- Ese es nuestro perro – aseveró ella convencida. -
- Pero hija, si nosotros no tenemos.- Objetó Michael.
-
- Por eso - repuso la niña explicando a su padre la
situación - ¡Tenemos que tener uno, que sea grande y peludo!
- ¡Pero Loren! No podemos tener perro, no tendríamos tiempo
de cuidarlo.- Objetó Idina con una media sonrisa divertida. -
- Yo lo cuidaría - aseguró la pequeña. - Le daría de
comer, le bañaría.
- Sí, ya - dijo su madre con otra sonrisa de
incredulidad para completar jocosamente. - Y....le sacarás a pasear y lo
llevarás al veterinario.
- Sí, claro. - Afirmó la niña que al poco se quedó
pensativa y preguntó. - Mamá ¿qué es peterianario?..
Sus
padres se rieron otra vez....Idina, una vez pudo dejar de hacerlo, le explicó con
tono cariñoso a su hija.....
- Veterinario, se dice veterinario. Es una persona
que se dedica a cuidar a los animales, como un médico cuida a la gente. Hay que
llevar a las mascotas para vacunarlas y que las miren de vez en cuando, hija.
Como a las personas, para que tengan siempre buena salud.
- Bueno cariño.- Intervino Michael tratando de
zanjar el tema. - Ya lo hablaremos ¿eh?...ahora vete a jugar a tu cuarto, luego
te vemos.
Loren
miró alternativamente a sus padres y les insistió a ambos antes de irse...
-¿Me lo prometes, papi?....
-¿El qué, hija? - preguntó el aludido cansinamente.
-
-¡Lo del perro! – Le recordó Loren algo impaciente y
con una mirada de gran interés inquirió. - ¿Me lo prometes?...
- Te he dicho que ya hablaremos - sentenció Michael
que añadió con una media sonrisa jovial. -Hala. Sube a tu cuarto...
Loren
ya no insistió más y subió a su habitación, Idina y Michael la vieron alejarse
por las escaleras. La madre de la cría se acordaba de su propia casa, siendo
niña. Pensaba en sus perros Tot y Tat, con los que tanto había jugado de
pequeña y de adolescente. Sobre todo recordaba la vez que su padre y su madre
le trajeron a Tot, cuando era un cachorrito de apenas un par de meses.
-¡Qué alegría me dio aquello.- Suspiraba la mujer en
tanto rememoraba.- Era un perrito tan mono…
Idina
estaba en su cuarto jugando con su muñeca Mimí y otros muñecos cuando su madre
la llamó.
-Cariño ven, tenemos una sorpresa.
La cría fue corriendo, su padre estaba allí con una
caseta muy bonita de color rojo, Alan y Lance también se acercaron y el mayor
preguntó.
-Anda papá ¿para qué es esa caseta de perro?
-Es que vamos a tener un invitado. – Le sonrió jovialmente
su padre. –
-¿Un invitado?- Quiso saber Idina mirando confusa hacia
todos los lados para preguntar.- ¿Dónde está?
-Aquí- replicó su madre con expresión sonriente
sacando una cesta de mimbre. –Acércate mi niña…
La cría se aproximó a mirar. Cooan abrió el cesto,
metió las manos y con suma delicadeza sacó una especie de bolita peluda que
gemía muy ligeramente. Al verlo los niños se quedaron con la boca abierta.
-¡Hala!- exclamó Lance diciendo atónito. – ¡Si es un
perrito!
-¡Qué bonito! – Pudo decir su hermana sonriendo de
forma luminosa. –
Se atrevió a pasar una mano por encima del animalito
que se sentía calentito y suave. Entonces su padre, dejando la caseta
firmemente apoyada en el suelo, le dijo con afecto.
-Vamos Idina, ponle en su nueva casa.
No sin emoción y algo temblorosamente la cría tomó
al pequeño can de las manos de su madre y con mucho cuidado lo depositó dentro
de la casita. Cooan dejó un platito de leche cerca y el animalito se acercó
enseguida a beber algo agazapado al principio, avanzando con desconfianza,
aunque enseguida dio buena cuenta de la leche con rápidos lametones.
-¡Cómo bebe, debe de tener mucha hambre! – Afirmó
Alan –
-¿Ya tiene nombre?- Preguntó Lance. –
-Todavía no.- Repuso Tom, añadiendo divertido.-
Habrá que buscarle uno…
A los pocos instantes el perrito dio un pequeño
golpe en la caseta y entonces Idina declaró
inspirada al oír ese ruido.
-Podríamos llamarle Tot.
-Sí, suena bien. ¡Y nunca mejor dicho! – Convino
alegremente su padre. -
El resto de los miembros de la familia convinieron
en ello. Y así le llamaron, durante doce años fue el perro de la familia,
incluso Nehie llegó a conocerlo cuando vino por vez primera a su casa, se
acordaba de las dos jugando con él, correteando divertidas y de cómo Tot lamía
las mejillas de la entonces pequeña soberana, que no dejaba de reír...
-Idina… –se escuchó entonces la voz de Michael. -
Ella salió de sus recuerdos. Parecía desconcertada
mirando a su esposo como si no le conociera. Éste le preguntó entre sorprendido
y algo inquieto.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, perdóname, estaba recordando. Eso es todo –
musitó su mujer con voz queda para susurrar para sí – papá…mamá…
Michael asintió y le dijo a su esposa con voz conciliatoria y
suplicante.
- Cariño. Hace un momento con Loren has vuelto a ser
tú. Has sacado tu lado bondadoso y lleno de amor por los tuyos. Tus hijos te necesitan así, tal como eres. Yo
te necesito de esa misma manera. Por favor. Piénsatelo ¿eh?...recuerda lo que hemos
hablado.
- Está bien,- concedió ella dando un suspiro para
añadir ya con mejor ánimo. - Lo haré...
Él
le dio otro beso, esta vez en la mejilla y se fue a otra habitación. Idina
quedó pensativa. Todo aquello era muy difícil de asimilar para ella. Por un
lado tenía los recuerdos y el dolor por la pérdida de su padre, de otro un gran
compromiso con las gentes de Bios, incluidos su esposo y sus hijos. Sin embargo,
estos mismos tiraban de ella para que no se pusiera en peligro, ni tampoco les
arriesgase. La muchacha estaba convencida de que su familia no se vería
mezclada y temía mucho más a que el loten se extendiera, amenazando el futuro
de Tom y Loren. Pero su marido parecía estar muy inquieto por su seguridad, la
de él mismo y la de los niños, si la descubrían. No le podía culpar por eso. Es
más, sabía que tenía razón. Realmente era una situación muy complicada, pensaba
en ello tratando de decidirse y a su mente venían ahora los recuerdos de cuando
conoció a Michael. Ella por aquel entonces, casi había perdido las esperanzas
de casarse algún día y de formar una familia...
-¡Desde luego parece que alguien le hubiese puesto
ahí!- Sonreía ahora acordándose de aquello.-
Idina, como otro de tantos fines de su jornada, limpiaba
el aula de los restos de la clase de manualidades. Suspiraba cansinamente. Era
tarde, pero no tenía otra cosa más estimulante que hacer. Pensaba en sus amigas
y compañeras todas con sus novios o sus esposos y ella más sola que la una. Además
de manchada hasta las orejas.
-¡Me encantan estas manualidades!- Suspiró con sorna
hacia sí misma.-
Y es que cada vez que tocaba hacer algo con el barro
siempre pasaba lo mismo. ¡Ojalá que se encontrase algún día con un chico guapo
con el que salir a estas horas para variar! Quizás fuese culpa suya. No se
ocupaba mucho de hacer vida social más allá de sus clases. Pero le era difícil.
No podía contar con Amatista ni, con Sandy para salir. Cada una tenía su propia
familia que atender. Por otro lado, sus primas Kat y Ky ya no estaban a su
lado, sino en la Tierra. Y no era su estilo lanzarse por ahí a ligar. ¡Si al
menos hubiera podido salir con Nehie! entre las dos podrían haber ido a
discotecas o algo así para conocer chicos guapos. Pero claro, había un pequeño
problema. Su querida amiga era la reina de la Luna Nueva. Y tenía muchas otras
cosas de las que preocuparse. Estaba distraída pensando en ello cuando escuchó
tocar a la puerta de clase, fue a abrir descubriendo precisamente a un muchacho
que no estaba nada mal.
-¡Vaya, éste podría ser un buen príncipe azul. Da el
perfil, alto, moreno!- Se sonrió para sí en tanto lo pensaba. -
- Disculpe - le dijo el individuo en cuestión. -Buscaba
el despacho del director. ¿No es aquí, verdad?
-¡Pues no! - sonrió Idina. - Esta es la clase de los
peques. El despacho del director está al fondo del pasillo a la derecha. Pero
no creo que ahora esté, ya es tarde.
- ¡Vaya! ¡Qué mala suerte! - se lamentó el chico que
alegó. - Como vi luces creí que aun estaría aquí, señorita…
- Idina Rodney - se apresuró a presentarse ella
ofreciéndole la mano. - Es un placer, señor…
- Johnson, Michael Johnson,- respondió éste
estrechándosela al momento. -
La
joven maestra se dio cuenta un poco tarde de que le había tendido una mano
llena de barro, el chico se soltó unos instantes después mirándose la suya que
se había puesto perdida también.
-¡Oh, cuánto lo siento!- se disculpó azoradamente
Idina. - ¡Perdóneme!, es que estaba limpiando la clase de manualidades y no me
acordé...
- No pasa nada. - Se apresuró a decir el muchacho,
limpiándose con un pañuelo que sacó de un bolsillo para preguntar. - ¿Cómo es
que está usted aquí tan tarde? Si el resto del personal se ha ido no debería
seguir trabajando a estas horas.
- Ya, pero es que tengo que limpiar esto para la clase
de mañana. - Respondió la chica algo envarada. – Los peques son un encanto pero
manchan mucho…y es mi responsabilidad…
Lo cierto es que prefería estar haciendo algo allí
que aburrida como una ostra en su casa, pero eso no se lo iba a contar. Y ya
que ese chico había aparecido allí, al menos podría darle un poco de
conversación. De modo que quiso saber a su vez.
- ¿Y usted?
Venía a ver al director por algo en especial. ¿Tiene algún hijo aquí?
-¡No, que va!- se sonrió Michael asegurando. -Soy
joven para eso. ¿No cree?
Y desde luego que así era. La muchacha calculó que
posiblemente tendría su misma edad…
- Sí, claro. Disculpe - musitó ella que tenía la
inquietante sensación de no parar de meter la pata. – No quise decir…
-¡A decir verdad, creo que los dos somos muy jóvenes
para llamarnos de usted! - rio jovialmente Michael sin dejarla terminar. – No
te preocupes.
- Sí, es cierto - convino la chica sonriendo más
aliviada. -
- El director es un viejo amigo de mi padre y venía
a saludarle. - Le explicó su interlocutor. - Acabo de llegar de la Tierra y…
- ¡Es usted profesor!- le cortó Idina visiblemente
interesada añadiendo. - Y va a trabajar aquí por casualidad.
-¡No, que va! - se rio nuevamente él, divertido por
aquel ímpetu de la chica. -Y te he dicho que no me llames de usted. - Le
recordó para contarle de seguido. - Soy licenciado en Ciencias Ambientales y he
ganado una oposición al consejo del planeta para estudiar y tratar de controlar
el impacto ambiental del desarrollo sobre el mismo.
-¡Qué interesante!- repuso su interlocutora mirándole
fijamente a los ojos , desde luego que eran de un tono azul celeste muy bonito,
al menos a ella se lo parecían, aunque se centró de inmediato para indicarle. -
Pues el director estará aquí mañana a primera hora.
- Muchas gracias - contestó él que, amablemente se
ofreció. - ¿Quieres que te ayude? Ya que
no tengo otra cosa que hacer...
-¡Oh gracias! pero no podría aceptar, se pondrá, digo,
te pondrás perdido.- Objetó ella con visible apuro. -
- No me preocupa eso. - Sonrió Michael pasando la
punta de un pañuelo sobre la nariz de Idina para quitarle un trocito de barro
según agregaba divertido. – Al contrario. Será un placer para mí. Así, con un
poco de suerte, me invitarás a tomar
algo y podrás contarme como se vive aquí, en Bios.
La muchacha le miró como si no hubiera entendido
bien. ¿Cómo que invitarle? Se suponía que los hombres se ofrecían a invitar
ellos cuando querían una cita, o quedar con una mujer. Bueno, seguro que
algunas la tildarían de machista por pensar de ese modo. Y aquel muchacho debió
de leerle el pensamiento puesto que se rio con desenfado para proclamar.
-Digo yo que, después de ayudarte a limpiar este
desastre, qué menos que me invites a algo, ¿no?...
Idina
miró a su alrededor. ¡Era cierto! Si hasta había pegotes de arcilla en el
techo. No se lo pensó dos veces y aceptó encantada, aunque afirmando con una
leve sonrisa que fue aumentando a medida que decía.
-Pero te invito solamente a un refresco. Con mi
sueldo no puedo permitirme demasiados excesos…
-¡Ja, ja, ja!…Será más que suficiente.- Respondió su
contertulio quitándose la chaqueta para arengar.- Bueno, vamos allá. ¡Operación
limpieza en marcha!
Su interlocutora sonrió esta vez de forma amplia. ¡Era
su día de suerte!, algún ángel misericordioso había escuchado sus plegarias y
un chico guapo le había llovido del cielo. Se aprestó a la limpieza junto a él.
Entre los dos fue mucho más fácil y rápido, siguieron charlando de varias cosas
en tanto trabajaban de modo que la tarea se hizo mucho más llevadera. Una vez
terminaron fueron a tomarse un refresco tras lavarse en los servicios lo mejor
que pudieron para quitarse las manchas. Lo pasaron muy bien. A los refrescos
siguieron dos hamburguesas y esta vez fue él quien la invitó. La muchacha
descubrió que Michael era locuaz, bastante animado y alegre. Le gustaba mucho
la naturaleza. Desde luego tenían bastantes cosas en común dado que ella le
contó que creció en Portland, cerca de los bosques. Quedaron en verse de nuevo
y a esa improvisada cena siguieron otras, y otras. Después algunas salidas
hasta que empezó un noviazgo y de allí a los pocos meses, una proposición de
boda que ella aceptó, algo le decía que esa podría ser su última y gran
oportunidad. Recordaba con nostalgia y no sin alguna lágrima la expresión
orgullosa de su padre llevándola al altar y la emoción de su madre. Los padres
de Michael también eran buena gente, del Estado de Ohio, si no recordaba mal.
Los habían visto por última vez haría un par de meses. No pudieron ir al
funeral pero le enviaron sus condolencias, pues también habían apreciado mucho
a su consuegro. Tras casarse los dos se fueron de Luna de Miel a Hawái, Idina
recordaba que sus padres estuvieron allí. Eso fue hacía ya unos cuantos años y
desde luego que no se arrepentía. Michael y ella habían vivido felices y en paz
y tenido dos preciosos hijos. Después recordó cuando ella le confesó quién era en
realidad. Todavía lo evocaba no sin una sonrisa. A los pocos meses de casarse,
decidió que había llegado el momento. Sentada en el sofá le esperó hasta que él
llegó.
-Hola cariño – la saludó su esposo contento como
siempre de verla. –
-¿Qué tal el día?- le preguntó ella que estaba
jugueteando con su collar. –
-Lo de siempre, muchos informes y poco tiempo para
salir a ver el paisaje. – Se lamentó él que adoraba el trabajo sobre el terreno.
– ¿Tú que tal?...
- Bien, los peques un encanto como siempre.- Replicó
ella que enseguida quiso abordar el tema que le preocupaba.- Oye Mike – le dijo
ahora con un tono más serio. – Verás, quisiera contarte algo.
-Si es que tenemos que ir a cenar a casa de tus
padres, estupendo. Tu madre cocina muy bien. – Sonrió él agregando con humor.-
Pero nos pilla algo lejos de Bios.
-Es acerca de mí. He querido contártelo desde que te
conocí. No es bueno que tengamos secretos.
La expresión del chico se tornó ahora seria y
sentándose junto a su mujer la miró a los ojos y le preguntó.
-¿Qué ocurre, cariño?
-¿Has oído hablar alguna vez de esas mujeres que
luchan contra los delincuentes y que han detenido a muchos de ellos?
-Sí, ¡se las llama mujeres policías! – se rio él,
puesto que esa pregunta le había descolocado por completo dado que había esperado
otra cosa más seria. –
-Me refiero a las justicieras. – Matizó Idina que no
había ni tan siquiera sonreído ante ese comentario. –
-Sí, claro. Desde que era un niño. - Afirmó el chico
que sin embargo, comentó. - Hace mucho que no se oye nada de ellas. Creo que
desde la proclamación de la reina Serenity. Dijeron que eran como una especie
de guardianas suyas…
-No, esas eran las guerreras luchadoras, llamadas
también sailors. – Le corrigió su esposa. –
-¿No eran las mismas?- Preguntó él sin darle
demasiada importancia. –
-No, son amigas, pero no son las mismas mujeres. Las
guerreras de la justicia son las actuales princesas planetarias. - Le explicó
pacientemente Idina. – Las justicieras no son de su grupo. Aunque a veces
colaboraban juntas.
-Bueno, en cualquier caso se habrán retirado hace
mucho, teniendo en cuenta que yo ni había nacido y ya actuaban…- Se encogió de
hombros él, remachando.- Mis padres me contaron cosas sobre ellas cuando era un
crío. Y sonaban a cuentos de super héroes más que a otra cosa.
Idina no quiso prolongar aquello más. A este paso se
iban a andar por las ramas y perdería el hilo de la conversación. De modo que se
decidió y mirando a su esposo a los ojos le confesó de sopetón.
-Mike, yo soy una de las justicieras. La Dama del
Fuego.
Su esposo la observó incrédulo, aunque hizo algo que
la chica no esperaba, apenas pudo evitar echarse a reír. Señalándola con
regocijo ante la atónita expresión de ella.
-¡Muy bueno…ya te comprendo! Quieres que juguemos a
eso esta noche…¿Verdad pillina?
Posiblemente razones no le faltasen a su esposo para
tomárselo de esa manera. Lo cierto es que, tras comenzar el noviazgo, ella le
confesó una de las veces en las que habían intimado en casa de él que era
virgen, que no había mantenido nunca relaciones con un hombre. Al menos hasta
ese nivel. Mike fue muy respetuoso y lo comprendió. Fue en la noche de bodas
cuando ella se entregó y al principio le dolió mucho pero después, con el
tiempo y la práctica, llegó a disfrutar plenamente de las relaciones sexuales
con su pareja. Idina empezó a pensar que sus primas habían tenido razón. ¡Lo
que se había estado perdiendo en todo ese tiempo! Además, su novio era muy
creativo y le encantaba que ambos usaran disfraces, ¡casi más que hacer el amor
la pareja a veces interpretaba películas! Muchas veces ella no sabía si
alcanzaba un orgasmo o un ataque de risa. Por ello, ahora tenía que soportar
estoicamente las carcajadas de su marido que añadió con sorna.
-¡Vale!, ya lo he pillado. Tú…, tú… - no podía
continuar por la risa aunque tras un momento finalmente logró decir. – Tú eres
la justiciera, con esa minifalda, ese antifaz y esas botas, ¡buff! Yo soy el
malo, me atrapas y me castigas en nombre de, creo que era de la Luna, ¿no?... Y
me atas con tu látigo…
- Ese lema lo utilizaba Sailor Moon, que es la
actual reina Serenity. Y el látigo es de la Dama del Trueno, créeme. Lo sé muy
bien. - Le explicó ella con tono resignado para asegurar. – Yo uso un arco de
fuego con flechas ardientes. Y castigaba en nombre de la justicia.
-¡Cómo las de Cupido! – volvió a reír Michael que
llevándose ambas manos al pecho sentenció. – ¡Oh!, y ya me has alcanzado. ¡Estoy
loco por ti, nena! Anda, vamos a la cama… que ya no puedo esperar más.- Remachó
llorando de risa.- Anda, castígame un poquito…que he sido muy malo…
Idina suspiró moviendo la cabeza, a su pesar hasta
ella misma se reía. No podía culparle. Decidió que eso sólo se podía terminar
de una manera. Se levantó, se alejó un par de pasos y aferró su collar ante la
atónita mirada de su esposo que ahora le preguntó con desconcierto.
-¿Y ahora qué vas a hacer?
La chica sonrió, y con un tono enigmático le pidió.
-Espera y lo verás. - Y ante el estupor de su marido
invocó su poder exclamando. - ¡Corazón Puro del Fuego, dame el Poder!...
Y lo que pasó después Michael no iba a olvidarlo
nunca. Tras ver con un gesto desencajado por el asombro como su esposa era
envuelta en un haz de luz entre rojiza y anaranjada y giraba sobre sí misma en
tanto su ropa desaparecía y era sustituida por aquel antifaz, ese corpiño
blanco con ribetes entre malva y rojo y una minifalda a juego, con unas botas
rojas de medio tacón hasta la rodilla.
-¡Pero!, ¿pero qué?…pudo balbucear el chico
añadiendo. – Si es una broma no tiene gracia...
-Soy la Dama del Fuego. ¿Me crees ahora, cariño? - Inquirió melosamente su mujer.-
El chico asintió todavía anonadado. Entonces ella
materializó su famoso arco ardiente cargado con una saeta cuyo calor Mike podía
percibir incluso a dos metros de distancia como estaba. Idina le apuntó eso sí, sin tensar la cuerda,
aunque su marido se asustó de todos modos interponiendo sus manos
instintivamente. Ella bajó el arco y tras sonreír ahora con regocijo le
inquirió.
-¿Alguna pregunta, cielo?
-Solo una. – Pudo decir él, con humor pese a todo. -
¿No te quemas con eso tan cerca?
Ella sonrió, negando con la cabeza. Y al tiempo
respirando aliviada. Había creído en que Michael podría encajar aquello. Al
principio tuvo miedo de revelarle el secreto pero debía confiar y apoyarse en
él si querían construir una vida en común. Eso era lo que sus padres hicieron
siempre y lo que ella quería lograr para formar su propio hogar. Si su esposo
la amaba de veras la aceptaría. Se alegró de que su corazonada fuese cierta.
-Anda, siéntate. -Le pidió con tono amable ella,
señalando el sofá y afirmando solidariamente.- Comprendo que esto no es fácil
de encajar. Yo también quedé alucinada cuando me desvelaron este secreto.
Su marido la escuchaba ahora con enorme atención.
Ella le relató algunas de sus batallas y le explicó que aquellos poderes le
habían sido legados, no quiso decir por quién, pero Mike no era tonto y pudo
suponerlo con facilidad.
-¡Joer!, menos mal que le caí bien a mi suegra. No
quiero ni pensar en qué me hubiese podido pasar si le hubiera dicho algo
inconveniente a Connie, cuando me llevaste por primera vez a cenar a casa de
tus padres. – Suspiró él haciendo ahora sí que su mujer estallase en carcajadas,
más cuando remachó con tono entre
humorístico y sinceramente amedrentado. – ¡Seguro que me hubiese flambeado!
Y una vez calmados charlaron durante un buen rato.
La muchacha le prometió que se había retirado porque había visto cosas
terribles y que únicamente anhelaba vivir en paz y ser feliz. También afirmó
que jamás regresaría salvo si se viese forzada a ello porque algo muy grave
sucediera.
-Y contigo al fin he encontrado mi felicidad. – Le
dijo en tanto le besaba. –
Luego, sonriente, la muchacha le susurró de forma
más melosa.
-Y no hay muchos que puedan decir que se han
acostado con una justiciera. Conmigo desde luego, de eso solamente puede
presumir uno.
-¿Quién?- inquirió cómicamente su esposo para
ganarse un capón.-
-A este paso todavía voy a tener que usar mi arco.-
Sonrió ella con fingido enfado.-
-No te va a hacer falta… ya me has puesto muy
caliente.- Afirmó él de forma pícara.-
-¿Ah sí?- se sonrió la chica a su vez casi para
retarle con voz entre melosa y algo lasciva.- Espero que me lo demuestres…
Su marido sonrió asintiendo con plena disposición a
ello y esa noche desde luego pasó a su historia conyugal. De hecho Idina aún se
ruborizaba solo de pensarlo. ¡Si la hubiesen visto sus primas! ¡Directamente a
la cama sin quitarse el uniforme! Bueno, eso lo hizo después. Tras esa noche
sin embargo, ella le había prometido a su esposo dejar de ser una justiciera y
dedicarse por completo a su vida, su familia y su trabajo. Al menos hasta
ahora. Pero la joven sabía que debía luchar nuevamente por defenderle a él, a
los niños y al resto de las buenas personas de Bios…
-Bueno. Es una obligación moral. No tengo más
remedio. Aunque antes tengo algo que hacer.
Recordó
a su hijo. Llevaba mucho rato sin salir de su habitación. De modo que ella se
dirigió hacia ese cuarto. Allí estaba Tom, sentado en su silla, mirando sobre
su mesita de trabajo, con el libro abierto y los ejercicios de matemáticas sin
terminar.
-¿Aun no has acabado?- le preguntó Idina al niño,
más sorprendida que enfadada.- Ya casi va a ser la hora de cenar.
Pero
el crio no contestó, solo al acercase pudo ella ver que había estado llorando y
que tenía las mejillas húmedas. Preocupada por eso le levantó con suavidad la
barbilla y le preguntó.
-¿Qué te pasa, hijo?
-Es…es que…no los entiendo…- Pudo balbucear el
pequeño.-
Aquello
le causó a su madre un profundo pesar. Quizás el niño había tratado de
decírselo pero ella, tan centrada en sus propios problemas y con su irritabilidad
a flor de piel, ni se había percatado. Tom no era un mal chico, ni mucho menos.
Quizás algo movido, pero aunque vaguease a veces siempre hacía sus tareas. De
hecho Idina había observado que ciertas cosas le costaban a su hijo. Y eso no
era culpa del pobre crio. Pudiera ser algún déficit de aprendizaje o
hiperactividad. Y apenas sí se había dado cuenta de eso en los últimos tiempos.
Ahora ella se sentía mal, había dejado que su propio enfado la cegase, de modo
que, de forma mucho más cariñosa, se sentó a su lado, y tras sonreírle
animosamente le dijo…
-No te preocupes cielo, verás…Yo te enseñaré como se
hacen. Es muy fácil…
-¿Tú los sabes hacer?- Inquirió el niño casi con
tono escéptico.-
-Pues claro - afirmó su interlocutora.- Para algo
soy maestra, ¿no? Recuerdo que, cuando era pequeña y algo no me salía bien
porque no lo comprendía, tu abuela Cooan siempre me lo explicaba. Y tu abuelo Tom
muchas veces se sentaba así, conmigo, igual que lo estoy yo ahora contigo…
Y tratando
de no volverse a emocionar con esos recuerdos se centró en aquellos problemas.
Tras dar un vistazo a ese librillo vio que se trataba de quebrados y le explicó
al crío…
-Mira Tom, tienes que hacer esto. Cuando te pidan
multiplicar las fracciones multiplica entre sí, los números de arriba o numeradores,
y después multiplica entre sí los de abajo o denominadores. ¿Lo ves? Y le hizo
una rápida demostración con uno de esos problemas.- Y luego si puedes, la
simplificas…
-¡Ah! ya lo entiendo.- Exclamó el niño realmente
contento, para querer saber entonces.- ¿Y para dividirlas? Es que siempre me
hago un lío.
-Para eso tiene que multiplicar, pero en aspa.
Observa. - Le pidió su madre, indicándole.- El numerador de una por el
denominador de la otra. Así. ¿Ves? O simplemente dale la vuelta a la segunda
fracción y así usas la recíproca.
Tom
asintió. Y su madre se lo detalló paso
por paso, escribiéndoselo en un folio aparte para luego animarle.
-Venga, ahora tú…y no tengas miedo si no te salen,
yo estoy a tu lado, hijo…
El
pequeño efectivamente supo hacer las más fáciles pero se atascaba en algunas
algo más complicadas, las que debía además sumar y tenían denominadores distintos.
Su madre le explicó pacientemente como hallar el denominador común y el mínimo
común múltiplo. Al fin, tras casi una hora, terminaron.
-Gracias, mamá.- Sonrió el niño, visiblemente
feliz.-
-De nada, cariño.- Repuso ella abrazándole con
ternura para pedirle, eso sí, de un modo amable pero firme.- Siempre que tengas
dudas o no sepas hacer algo acude a tu padre o a mí. Te queremos y estamos para
ayudarte. Pero nunca nos mientas. Eso no tiene justificación.
-¡Vale mamá! - Asintió él, que parecía haber aprendido
también esa lección.-
-Bueno, ahora puedes ir a jugar con tus amigos. Pero
recuerda, en media hora te quiero aquí
para la cena.- Y tras sopesarlo por un instante, matizó con tono más
afectuoso.- Digamos mejor en una hora.
El
crio muy contento asintió de nuevo, esta vez con rapidez, y salió corriendo del
cuarto.
-¡No corras tanto! – Quiso decir Idina pero se
sonrió, casi al terminar la frase. Se recordaba a sí misma haciendo algo
parecido cuando quería jugar con sus amigas.- Bueno, por esta vez, no he tenido
que convertirme en justiciera para solucionar esto. ¡Quizás esto sea todavía
más heroico después de todo! - Se decía más contenta y satisfecha consigo misma
según bajaba al salón, se hacía con el video teléfono y marcaba el número de
sus amigas en tanto se arengaba.- ¡Ahora vamos a ponernos en marcha!…
Sin
pensárselo más llamó a sus compañeras, pese a todos los posibles riesgos estaba
decidida. Amatista fue la primera en recibir la llamada. Su amiga le preguntó cuándo
podrían entrenarse. Respondió que primero deberían hablar con Sandy. Idina
aceptó esperar hasta tener noticias de su amiga. Ésta, por su parte, tras la
conversación mantenida con su familia, estaba preparada para afrontar aquel
desafío. Amatista y Leval también tuvieron algunas palabras sobre ello. Su
esposo respetaba mucho las decisiones de su mujer y sólo le pidió que no
interfiriese en su investigación y que se mantuviese a salvo siendo prudente.
-Desde luego que lo seré.- Le prometió ella.- Los
días de ser impulsiva y no pensar antes de atacar, han pasado hace mucho.
Él asintió, confiando en la palabra de su esposa. A
su vez debía tener paciencia y esperar a la señal de sus contactos para poder
intervenir. Mientras tanto, y a la tarde siguiente, las tres amigas por fin se
reunieron para entrenarse en un local que habían alquilado. Entraron con
apariencia normal, una vez seguras de que nadie podría observarlas, cerraron la
puerta de acceso y se transformaron. Así, ya como justicieras, decidieron entrenar.
- Vamos a empezar por recordar nuestros poderes y
armas.- Indicó Amatista. - Será lo más apropiado...
- Vaya, creo que necesito un par de tallas más de
traje, los años no pasan en balde. – Valoró apuradamente Idina mientras se
intentaba estirar el uniforme que le apretaba la cintura. -
-¡Pues a mí me va bien! - Comentó Sandy con un no
disimulado entusiasmo. - ¡Qué suerte tener la misma talla que Petz!...
-¿Nunca te lo habías probado antes?- le preguntó
Amatista sorprendida. -
- La verdad, para una situación real, no. Y en casa nunca tuve curiosidad hasta el otro
día, bueno y unos añitos antes cuando mi suegra me regaló la piedra. - Le
respondió Sandy contando a sus amigas como se transformó. -
-¡Qué suerte tienen algunas!- Susurró entre dientes
Amatista a Idina que asintió solidariamente, pues a ambas les apretaba el
traje, ya que habían adquirido algo de chicha. -
- ¿Decíais algo? - Quiso saber su compañera con
visible regocijo, no era tonta y se daba perfecta cuenta de lo que estaban murmurando.
- ¿Eh, chicas?...
- No, que nos dejemos de tonterías. - Repuso
Amatista quién probó a lanzar un par de rayos que se estrellaron
inofensivamente en un madero. - Ahora el boomerang.- Arrojó su arma que volvió
a ella sin problemas lo que la hizo declarar con alivio. - Al menos en esto
sigo estando en forma...
-¡Allá voy!- exclamó Idina que materializó su arco y
tras algunos intentos creó una flecha de fuego que disparó contra el mismo
madero incendiándolo. - ¡Qué bien! , yo
también sigo manteniéndome - aseguró saltando de contenta. -
-¡Veamos como lo hago yo! - añadió la Dama del Rayo que,
con excesivo entusiasmo, materializó una jabalina y lanzó un rayo de energía
muy potente que destrozó una estantería entera -...
- ¡Contrólate Sandy! , nos vas a destrozar el local
y vale muy caro. - Le pidió una espantada Amatista al ver aquello. -
- Lo siento,- respondió su azorada compañera al
contemplar el estropicio. - Pero entre mis poderes naturales y los de la
transformación. No esperaba tanta fuerza, deberé medirme un poco.
Sus
compañeras asintieron con visible gesto de asombro. Así pasaron un par de horas,
tras la toma de contacto las chicas decidieron separarse y volver a sus casas,
ya seguirían en días sucesivos. Entonces fue cuando Idina recibió una comunicación
de Nehie. Al día siguiente ella y Heather estaría allí.
-Cruzaremos mañana por el espejo que tengo en
palacio. Te lo digo para que estés avisada. Responde e indícanos a qué hora de Bios
te vendría bien.
Idina pensó en ello. Quizás sería mejor cuando sus
hijos y esposo no estuvieran. Iba a ser complicado dado que ella también
estaría ausente en el trabajo.
-Bueno, ya se me ocurrirá algo. No creo que Heather se
sorprenda mucho por viajar a través del espejo, le dirán que es tecnología
secreta y esas cosas. Pero me preocupa lo otro…
Y es que la muchacha se alegraba de la visita de
ambas aunque suspiró, ¡a ver como arreglaba aquello! Por Neherenia no había
ningún problema, incluso podría apoyarlas como Sailor Shadow, pero su amiga
Heather era otra historia. Nada sabía de sus identidades secretas.
-Tendré que pedirle a Nehie que nos cubra.- Pensaba
tratando de buscar alguna solución.-
Asthel por su parte se reunió con Madeleine y
acordaron ir al cine. Vieron la holopelícula de rigor y se dieron algunos
besitos en la oscuridad. Ahora no cabía duda de que iban a ser novios. A la salida,
él la acompañó a casa. Allí, cuando la despedía, fueron sorprendidos por la
madre de ella. Los dos se quedaron bastante cortados, pero la mujer sonrió
jovialmente y le preguntó a la muchacha.
- Madeleine ¿quién es este chico tan alto y tan
guapo?... ¿Un amigo quizás...?.
- Es Asthel.- Le contestó apuradamente Maddie -¿te
acuerdas de él? Iba conmigo a la guardería y ahora está en la clase de al lado.
-¿Cómo está usted, señora? Me alegro de verla -
saludó el chico tímidamente. -
- Llámame Estela.- Le pidió la madre de su novia,
agregando divertida. - Así que sales con mi niña ¿eh? –
Al oír eso, siendo evidentemente cierto, Asthel se
puso algo colorado y la muchacha también
mientras reprobaba a su madre, aunque por otro motivo.
- Mamá, te he dicho que no me llames niña, ya soy
mayor. - Le recordó la chica visiblemente avergonzada -...
- Es verdad, hija perdona, pero siempre lo olvido. -
Replicó desenfadadamente ésta para dirigirse al muchacho y proponerle. - Oye
Asthel, vente a casa un día a cenar.
- No quisiera molestar.- Pudo decir él sintiéndose verdaderamente incómodo. –Yo…
- No molestas en absoluto,- repuso jovialmente la
mujer. - No te preocupes...así conoces a mi marido. Te espero el sábado
próximo, díselo a tus padres y vente ¿eh?
Desde luego por la forma en que esa señora tuvo de
proponérselo cualquiera se negaba…Asthel tuvo que asentir para declarar.
- Bueno...será un placer. Entonces me voy
ya...adiós.- Fue capaz de despedirse el chico que saludó tímidamente con la
mano y se marchó. – Encantado de conocerla, señora…
Una
vez que se hubo ido su novio, Madeleine le reprochó a su madre el que le
asustase.
- Mamá...yo quería haberme despedido de él...
- Sí, ya me lo imagino, hija.- Sonrió su madre
comprensiva. - Yo también tuve tu edad, parece buen muchacho. No te preocupes,
presiento que ocasiones mejores tendrás para despedirle. Anda vamos, entremos
en casa.
- Mamá.- Le preguntó Madeleine ahora más contenta. -¿De
verdad te parece buen chico? - Estela asintió y sonrió mientras cerraba la
puerta de la calle tras ellas. -
En
cuanto Asthel llegó a su casa le contó a su madre lo que había ocurrido.
Amatista, que había vuelto y se había duchado hacía un rato tras su agotador
entrenamiento, escuchó muy atenta, riéndose mucho de la timidez de su hijo.
Incluso le confesó con desenfado.
- Yo también estaba muy cortada las primeras veces
que iba a casa de tu padre. Por fortuna, tu abuela Bertie siempre lo comprendió
y era muy amable conmigo. ¡Hay que ver cómo pasan los años!, de chiquilla quería
que la tierra me tragase. Ahora que estoy en la situación de madre y me pongo
en el lugar de tu abuela entonces, esto me hace mucha gracia.
- Pues yo no veo el motivo para reírse,- rebatió
Asthel bastante sorprendido y algo avergonzado. -
-Habrá que corresponder a esa invitación.- Afirmó su madre indicándole al chico. - Dile
a Madeleine que venga a cenar la semana siguiente...
- Pero mamá,- objetó él sintiéndose cada vez agobiado.
- Acabamos de empezar a salir. No es que llevemos siendo novios desde hace un
montón de tiempo, ni vamos a casarnos ya, para que queráis que vayamos a cenar.
- Hazme caso, hijo. - Le insistió Amatista,
asegurando. - Cuanto antes se conoce a los padres, mejor. Aunque claro, ella ya
nos conoce.- Rememoró. -Dime, ¿esa chica sigue metida en esos líos de
activistas? - Preguntó ahora ya con un talante más serio. -
- No, mamá - negó Asthel explicándole a su
interlocutora. - En cuanto comenzaron los disturbios lo dejó, me contó además
que muchos tenían peor humor, creo que lo decía por el Loten.
- Sí,- corroboró su interlocutora confiándole a su
vez. - Tu padre me ha contado que está detrás de algo respecto a ellos. Pero
ahora tiene ganas de que le llegue alguna cosa que le permitirá acabar con esto
de una vez. No sé…pruebas o algo de eso.
- Espero que sea muy pronto, bueno me iré a la cama enseguida,
hoy estoy muy cansado. Además, mañana tenemos partido de clasificación. - Le
contó Asthel bostezando. -
- Hasta mañana, hijo. Que duermas bien - Le deseó su
madre besando al muchacho, que se había inclinado, en la frente. -
Amatista
le vio ir a su habitación y sonrió con patente orgullo. Su hijo ya iba camino
de hacerse todo un hombre. ¡Con su primera novia y todo! Aquello le traía
muchos y bellos recuerdos de cuando ella misma era una cría. Entonces se creía
que ya lo sabía todo. Movió la cabeza riéndose de su propia inexperiencia e
ignorancia de entonces.
-No estaría nada mal que mi hijo me llevase hacia
atrás en el tiempo para darme unos cuantos consejos a mí misma.- Se sonrió para
pensar acto seguido.- Si eso no estuviera prohibido…
Recordó alguna que otra ocasión en las que Leval le
hablase sobre paradojas temporales. Sus propios padres le explicaron que, a la
luz de sus experiencias, era mejor no jugar con esas cosas. Supuso que así sería
y lo dejó correr. Al fin entró al cuarto de su hija Maray para verla. La niña ya
dormía desde hacía rato. Su madre en tanto la contemplaba deseó que todo
acabase pronto y que pudiesen vivir tranquilos una vez más, como en los
primeros años de Bios.
-Fueron tiempos muy felices.- Suspiró Amatista
evocando.- Cuando los dioses se fueron, tras rechazar a la nada. Paz y
tranquilidad…
Y es que después de tantos sufrimientos y batallas
había creído que ese capítulo de su vida había terminado para siempre. Pero
ahora no tenía otra opción. Sus hijos eran lo primero y les protegería con
todos los medios a su alcance. Suspiró haciéndose del todo consciente de las
razones de sus propios padres. No podía estar más de acuerdo con ellos. Ante
todo apartar a los niños de cualquier mal. Por desgracia, ella sabía que su
propio hijo estaba llamado desde su nacimiento para hacer algo que sería
fundamental para todos. No obstante, ojalá que pudiera disfrutar durante el
mayor tiempo posible de una vida normal y feliz. Y eso incluía enamorarse,
tener novia, llevarla a casa para presentarla. Al menos tenía ahí a Maray que
no parecía estar predestinada para nada que no fuera convertirse en una estupenda
jovencita repleta de sueños e ilusiones. En fin…en cuanto retornase su marido
se lo contaría. No obstante Leval aún no había llegado. Estaría afanándose en
investigar, ¡ojalá que pudiera arreglar todo este asunto pronto!
-Cariño. - Deseaba ella pensando en su esposo, tras
acariciar el sedoso pelo castaño de su hija.- Espero que resuelvas esto muy
pronto y que podamos ayudarte a hacerlo. Por nuestros hijos y el resto de las
personas que vivimos aquí.
Leval
por su parte no tenía motivos para estar muy feliz. Estaba algo impaciente y
decidió ir a ver a Juan. Éste no le llamaba y creía que ya tendría que haberlo
hecho. Llegó a su hotel y se dirigió a su habitación. Tocó a la puerta y nadie
respondió...volvió a llamar, nada. Tampoco hubo respuesta. Empujó la puerta y
estaba cerrada. Decidió llamar al conserje del hotel, éste lo lamentó mucho y
le dijo que no podía abrirle. Leval le explicó que era un asunto de seguridad militar
y le enseñó su acreditación. El intimidado conserje, deseoso de no interferir
una investigación militar le abrió, esta vez sí, la puerta. El oficial le pidió
que entrase con él. El conserje aceptó, no sin algún resquemor.
-No se preocupe, yo le protejo.- Le aseguró a ese
temeroso individuo.-
Y así fue, Leval entró delante, no quería sorpresas
ni que ningún inocente sufriera daños en una posible trampa, pero todo estaba
muy tranquilo. Despacio abrió la puerta de la suite donde el agente encubierto se
alojaba, todo estaba aparentemente en orden. Escuchó tras una puerta un murmullo,
como de agua corriendo. El conserje se acercó, era la puerta del baño. La abrió
con cuidado y lo que vio le hizo soltar una exclamación.
-¡Dios mío! , venga aquí, venga...- llamó
vehementemente al militar que entró deprisa y se detuvo pasmado por lo que vio.
-
Sobre
la bañera que sobraba agua y estaba manchada de sangre estaba Juan, o mejor
dicho el cuerpo. Atónito, lo miró más de cerca, tenía las venas de las muñecas
cortadas y había muerto desangrado. El conserje salió disparado de allí, presto a llamar a la policía, pero en la mayor
de las discreciones. Aquello no era muy recomendable que digamos para su
negocio. Leval estaba de acuerdo con eso, no quería que el tema se airease. Ahora
sabía que esos tipos en verdad no bromeaban porque estaba seguro de que eso no
había sido un suicidio, pero no tendría pruebas para demostrarlo.
- ¡Mierda...mierda! - musitó para preguntarse con
rabia. - ¿Y ahora qué?.... ¡maldita sea!
Tengo que hablar con Mazoui. Si esos tipos han asesinado a Juan estamos todos
en peligro. Debo volver a casa inmediatamente, pero la policía me hará
preguntas. Eso es lo que me faltaba, no puedo decirles lo que estoy investigando,
los traficantes tendrán chivatos dentro, estoy seguro.
Decidió
marcharse de allí, se transportó a su casa y se lo contó a Amatista. Ella se
sorprendió de verle aparecer de esa forma, sobre todo tan agitado. Por supuesto
la mujer olvidó lo que quería contarle. En su lugar escuchó con la boca abierta
y horrorizada lo que había sucedido. Su marido le pidió que no hiciese nada
hasta que él pensara algo y después volvió al hotel para declarar ante la
policía que ya se había presentado en el
lugar y le aguardaba con impaciencia. Para su sorpresa Logan también estaba
allí. Y éste les indicó a los policías que detuvieran al perplejo Leval.
- Ha sido él, agentes, puede transportarse a
voluntad,- explicó muy oportunamente dado que todos le vieron aparecer allí de
la nada. - Por eso la puerta estaba cerrada....no le fue muy difícil retornar y
llamar a un testigo para hacerse con una coartada.
- Pero, coronel Logan - le inquirió el atónito inspector que llevaba la
investigación -, ¿está usted seguro? Yo creo que se trata de un suicidio...
-¿Suicidio?- sonrió cédric que rebatió dando un
contundente argumento. - No, si observa usted el arma homicida se dará cuenta
de que es propiedad del acusado.
Y
así era. Para sorpresa de Leval que no
pudo ni amagar un intento de protesta al verla, el arma homicida era... ¡un machete
de campaña de su propiedad! el que tenía en su despacho de adorno. ¡Y sus
huellas estaban en él! La policía le detuvo sin que se resistiese y ni tan
siquiera pronunciase una palabra. Estaba demasiado perplejo como para hablar.
De esta forma le leyeron sus derechos y bien custodiado, le llevaron al
calabozo. Logan esbozó una siniestra sonrisa de triunfo y fue junto a ellos.
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