Los años pasaron, los moradores de Némesis
prosiguieron con sus vidas trabajando duramente. Pese a los problemas derivados
de esa extraña energía oscura la siguieron empleando para abastecer al planeta.
Los cambios genéticos también dañaron seriamente algunos órganos y funciones
vitales y la esperanza de vida para los habitantes de ese pequeño mundo se
redujo todavía más, a veces de forma dramática. Muchos de los pioneros por mor
de la edad y las durísimas condiciones de aquel planeta fueron muriendo. Pese a
su fortaleza también le llegó el turno a Mei Ling, la ya anciana científica
enfermó gravemente, sus dolencias fueron a más, aumentadas por el hostil
entorno. Al menos tuvo el consuelo de ver crecer a su nieto Grafito hasta que
éste se convirtió en un adolescente sano y fuerte, y de que él, junto con
Richard y Kimberly, y la hija que estos habían tenido haría unos cinco años, a
la que llamaron Idina, fuesen a visitarla.
-Parece que nuestros desvelos van dando fruto.-
Musitó la agotada anciana, acostada en la cama de un hospital.-
-Claro, mamá Mei.- Le sonreía su hijo, tomando
afectuosamente las manos de ella entre una de las suyas.- Y en cuanto te cures,
seguirás ayudando a que así sea.
-Cariño, todo tiene un final. Y yo he llegado al
mío.- Suspiró la aludida.-
-¡Que va abuela Mei, te vas a poner bien! - La animó
Grafito.-
El
jovencito, de cabello rubio ceniza y ojos rojizos, estimaba mucho a aquella
buena mujer quien siempre le dio sabios consejos mostrándose cariñosa y jovial
con él. Animándole a lograr cualquier cosa que se propusiera y dándole ejemplo
para ello. Le dolía verla tan débil ya, apenas capaz de murmurar y aferrada a
la mano de su hijo, el padre del propio chico.
-Anda, Grafito, dejemos descansar a tu abuela un
rato, lleva a tu hermana fuera.- Intervino Kimberly.-
El
interpelado asintió, tomando a una pequeña cría, de ojos vivamente azules y
pelo castaño claro con tonalidades algo violáceas, de la mano. La niña se dejó
conducir fuera de la habitación musitando.
-¿Está malita la abuela Mei?
-Seguro que pronto se pondrá bien.- Le sonrió
alentadoramente su hermano mayor, indicándole.- Hala vamos…
Y junto a su madre salieron de allí. Aquel era un
cuarto pequeño, apenas sí cabían ellos y los instrumentos médicos, amén por
supuesto de la cama y la enferma.
-Únicamente siento que hayas tenido que vivir en
estas condiciones tan duras. Ha sido muy injusto.- Suspiró un emocionado
Richard, sin ser capaz de evitar que algunas lágrimas le rodaran por las
mejillas.- ¡Tú te merecías más, las dos merecisteis mucho más!
-Mi amor...- Susurró su madre.- He vivido muy feliz,
primero con tu mamá Sonia, y después contigo, tu esposa y tu hijos, mis
maravillosos nietos.- Sonrió débilmente.- Nadie podría haberme dado más.
Mei
Ling apenas sí podía ver ya de forma borrosa a su hijo, en cambio pudo
percatarse de un leve destello en el fondo de la habitación. Una figura fue
tomando forma y ella sonrió de modo más amplio. ¡Era su amada Sonia! Y estaba allí, vestida de blanco y con esa
radiante belleza de su juventud. No dijo nada, solamente le sonrió.
-Debo irme ya.- Suspiró la anciana.- Sonia me llama.
Te quiero, Richard…te queremos, las dos…
-¡Mamá Mei!- Exclamó el aludido, al comprobar que
las constantes vitales de la mujer se deterioraban a gran velocidad.-
Llamó
a la doctora, ésta vino con rapidez. Él se apartó para dejarla hacer junto con
el otro médico que entró en su ayuda. Desafortunadamente, tras intentar ayudar
a la paciente, los dos movieron la cabeza. Ahora únicamente una línea aparecía
en el monitor que medía el pulso y los registros cardiacos…
-¡Mamá Mei!- Rompió a llorar él.-
-Lo lamento muchísimo, Richard. Lo único que puedo
decirte es que se ha ido sin dolor y con una sonrisa. Disfrutando del cariño de
los suyos hasta el final. - Trató de animarle la voz de la doctora.-
El
interpelado asintió, fue apenas capaz de replicar todavía muy emocionado…
-Gracias Topacita.
-¡Ojalá hubiese podido hacer más!- Suspiró la
veterana doctora, añadiendo compungida.- Tu madre fue una gran maestra. Nos
enseñó muchas cosas y aportó sus grandes conocimientos y su bondad para hacer
de Némesis un lugar mucho mejor dónde vivir.
Al
entrar Kimberly y Grafito llevando de la mano a la pequeña Idina, Richard se
abrazó a ellos. A todos les dio mucha tristeza aquello, pero en Némesis estaban
acostumbrados. Desgraciadamente era difícil llegar a una edad avanzada, aunque
Mei Ling sí que vivió bastantes años para lo que se acostumbraba.
-Sí, es cierto.- Pudo decir él, tratando e
controlarse ante sus hijos.-La abuela Mei vivió feliz por teneros a su lado.
Ahora, está junto a la abuela Sonia.
-Claro que sí, y nos cuidarán a todos nosotros desde
el cielo.- Convino una no menos emocionada Kimberly.-
Se fueron con los críos dejando que preparasen el
cuerpo de la difunta. Al día siguiente se ofició el funeral que fue muy hermoso.
Por expreso deseo de Mei Ling se la cremó y sus cenizas se mezclaron en una
urna con las que había guardado de su esposa durante todos esos años.
-Así siempre estarán juntas, ¡para toda la
Eternidad! - Declaró un emocionado Richard.- Vinisteis a buscarme, me
encontrasteis, me disteis todo vuestro amor. Ahora ya sois libres y, al igual
que en vida, nada podrá separaros. Disfrutad de vuestra Luna de Miel perpetua visitando
las estrellas.
Y
haciendo buenas las palabras del desolado hijo de ambas, al poco esa urna se
lanzó al espacio. De este modo las dos lo recorrerían por siempre unidas, como
lo estuvieron en vida.
-Mami.- Quiso saber Idina mirando hacia el negro
firmamento.- ¿Ahora las abuelas van a ser ángeles?
-Claro, mi vida.- Le sonrió tiernamente Kimberly
añadiendo con afecto.- Y desde ahí arriba cuidarán de nosotros.
De
entre los congregados allí, un anciano pasó junto a ellas y las saludó, luego
se dirigió al hijo de la fallecida.
-Lo siento mucho, Richard.- Le dijo Lignito, quien
caminaba trabajosamente apoyándose en un bastón.- Tu madre fue una buena mujer.
Y también una estupenda amiga. Siempre se portó bien conmigo.
-Gracias.- Respondió éste. – Sé que lo dices de veras.
-Puede que al hacerme viejo comprenda cada vez más
todo lo que ella me decía.- Admitió su interlocutor.-
De
hecho Lignito ya no predicaba, ni apenas salía de casa. Su esposa y su hija se
cuidaban de casi todo. No obstante, él quiso estar presente en esta ocasión. Y
así se lo expresó a su amigo, confesando también.
-Has hecho en verdad que tu madre Mei se haya
reunido con tu madre Sonia en el Cielo. ¡Ojalá ellas puedan ver a la mía donde
quiera que esté y saludarla de mi parte!
-No dudo de que así lo harán.- Le sonrió afablemente
su contertulio.-
Tras devolverle la sonrisa Lignito se alejó,
caminando renqueante para irse junto con su familia. Su esposa Anhidrita, de
cabellos cobrizos tachonados de algunas canas, y su hija, la hermosa Azurita,
de pelo anaranjado y ojos verdes, dieron sus condolencias a la familia del
fallecido antes de irse.
-Muchas gracias.- Le susurró Grafito a la guapa
joven que le había sonreído.-
Ésta sin
embargo se alejó siguiendo a sus padres. El chico se la quedó mirando. Estaba
realmente embobado cada vez que la veía. Le gustaba desde que la conoció, haría
unos pocos amos. Empero era una chica mayor que él. Siendo sincero no albergaba
demasiadas esperanzas de que ella le correspondiera.
-Se hace tarde.- Dijo su padre sacándole de aquellos
pensamientos.- Debemos volver a casa. Tenemos trabajo que hacer.
-Sí, papá.- Suspiró resignadamente el joven.-
-Nosotras vamos al parque.- Comentó Kim, llevando de
la mano a su pequeña que parecía muy contenta con esa posibilidad.-
Así lo hicieron, una vez concluido el sepelio
Richard se marchó con Grafito. Entre tanto, Kimberly se quedó con su hija y charló un poco con
Topacita quien también había acudido. Las dos tomaron asiento en banco, sito en
uno de los escasos y pequeños domos acondicionados como jardines que existían
en el planeta, mientras la cría jugueteaba por ahí.
-Bueno. ¿Qué tal está tu hija?- Inquirió Kim.-
-Maray siempre fue delicada de salud. – Le comentó
su contertulia.- Yo no paro de investigar para encontrar algo que pueda
fortalecer su sistema inmunitario. Y muchas de las medicinas que hemos
desarrollado se las debo precisamente a tu suegra.- Admitió con agradecimiento
y tristeza en su voz.- Se volcó siempre para ayudarme.
-Estoy convencida de que podrás encontrar algo para
que Maray viva una buena y larga vida. Como espero que hagan Idina y Grafito. -
Quiso animarla Kim.-
-Gracias, amiga mía.- Asintió la doctora, queriendo
saber también.- ¿Y tu madre, qué tal está?
-Bueno, pues muy mayor y con achaques. Ya sabes, eso
es algo consustancial a todos los que aquí vivimos.- Suspiró la aludida con
resignación.-
-Tiene una naturaleza fuerte. Nacer en la Tierra o
en otros planetas, ha hecho que los pioneros resistieran mucho más que las
personas ya nacidas aquí.- Repuso Topacita, intentando alentar a su amiga a su
vez.- Creo que la tendrás contigo durante muchos años.
Aunque
viendo la cara de inquietud de Kimberly, tras dedicar una mirada a su pequeña
que estaba jugando distraídamente con una muñeca, la doctora enseguida añadió.
-Y los jóvenes, vivirán una vida mejor y más
saludable que la nuestra. Gracias, entre otros muchos, a los desvelos y el
trabajo de Mei Ling.
-Dios lo quiera así.- Afirmó su interlocutora
comentando.- El que no parece estar demasiado bien es el rey.
-El rey Corindón está muy anciano ya, y enfermo.- Le
contó Topacita susurrándole con prevención.-
-Desde el trágico accidente que le costó la vida a
su hijo Karst, no volvió a ser el mismo. – Afirmó Kimberly, relatando.- Además
del dolor por la pérdida del príncipe heredero, la reina entró en una gravísima
depresión y no pudo salir.
Todos
conocían lo que sucediera años atrás. Cuando el joven príncipe Karst se
aventuró en una pequeña nave a reconocer el espacio cercano a Némesis. Esa
misión tenía como objeto la prospección de asteroides y la localización de
cometas para obtener agua y materias primas minerales. Desgraciadamente, esa
nave tan endeble debió de chocar contra alguno de esos cuerpos celestes y fue
destruida. La soberana quedó rota por el dolor. Cayó enferma al poco tiempo y
ni los cuidados de Topacita, ni los ánimos de su nuera, ni del monarca,
pudieron hacer nada.
-Cuando Bauxita murió, el rey cayó en una profunda
depresión también. Aunque se sobrepuso cuanto pudo manteniéndose en su puesto.
– Añadió Kim.- Todo por el gobierno de este planeta.
-La princesa Ámbar tampoco fue la misma. Amaba mucho
a su esposo. Al menos, cuando su hijo el príncipe Coraíon nació, ella se dedicó
a cuidarle con mucho amor y diligencia.- Comentó Topacita.- Esperando en vano
el retorno de su esposo y después teniéndole como único consuelo.
No
quiso comentar nada más. Aunque ella había visto otras cosas bastante
perturbadoras en la Corte. Y es que la entonces joven estudiante de medicina,
estaba en palacio por mor de su rango nobiliario, como una de las cortesanas
reales. Era una camarera a las órdenes de la recién llegada Lady Magnetita.
Estando en una sala privada, a la espera de algún requerimiento, oyó un
terrible grito de dolor. No tardó en acudir, provenía de la cámara de la
princesa.
-Alteza, ¿estáis bien?- Quiso saber la preocupada
Topacita.-
Encontró
a Magnetita abrazando a la princesa. Ámbar lloraba enterrando su cabeza entre
los brazos de su camarera principal en tanto el pequeño Coraíon lloraba a su
vez en la cuna.
-¡Mi esposo!..- Gemía llena de dolor.-¡Nooo! ¡Mi
esposo!
Topacita
no supo que hacer, se quedó ahí, clavada sin atreverse a dar un paso. Al fin,
Magnetita le susurró entre lágrimas.
-Vete. Yo estaré con ella. Necesita estar sola.
La
muchacha asintió, impactada por esa terrible escena. Luego lo supo. La nave del
príncipe Karst había sido destruida por una lluvia de meteoritos. El dolor y el
luto llenaron la Corte.
-Fue terrible.- Terminó rememorando ahora con voz
queda ante Kimberly que la escuchaba con mucha atención.- La pobre no levantó
cabeza desde entonces.
- Sí, luego fue la propia princesa quien, años más tarde,
murió de enfermedad. Algunos dicen que por la depresión en la que estaba sumida
tras el trágico fin de su marido. - Suspiró su contertulia moviendo la cabeza
con pesar.- La pobre familia Real ha tenido muy mala suerte.
Topacita
asintió, aunque estaba preocupada. Kimberly no mencionó aquel escándalo que
hubo en la corte. De hecho, muy pocos, aparte de los allegados a la familia
real, estaban al corriente. Por otra parte, la doctora pensó que esa enfermedad
que presuntamente mató a la princesa Ámbar se parecía mucho a la de su hija
Maray.
-No fue ninguna enfermedad, desde luego.- Se decía
convencida.- Esa es la excusa que se dio. Se trató de algo mucho peor.
Seguramente tuvo relación con su secreto.
Quiso hacer memoria. Ya en esos años ella había
empezado a ejercer la medicina y, pese a que lo intentó, nada pudo hacer por la
soberana o la esposa del príncipe Karst. Es más, ni le permitieron examinarla. La
princesa estaba acostada en su lecho con ambos brazos vendados y una tez muy
pálida. Sin querer recibir alimentos ni tan siquiera una sonda.
-Pero Alteza.- Se atrevía a sugerirle ella.- Tenéis
que recobraros.- Debo poneros suero. O al menos, daros algo de beber.
-No, no deseo nada.- Pudo musitar la débil princesa,
que tenía una mirada febril.-
-Vuestro padre me ha ordenado cuidar de vos.- Fue
capaz de responder una alarmada Topacita.- Si algo os pasara, yo…
-No temas por eso. Nadie te culpará.- Le aseguró la
princesa, suspirando.- Magnetita…
Topacita
bajó la mirada, aquella fue otra desgracia. La Dama Magnetita había sido
enviada de vuelta al ducado de su padre, Karst. Allí iba a desposarse, aunque
eso fue imposible, esa mujer sufrió una muerte trágica. Al menos eso se
comentó, un terrible accidente. Empero, algunas voces comentaban cosas
realmente perversas, como que se suicidó, en un desesperado intento por no
llevar a cabo ese matrimonio. La razón… aparte de su disgusto por el
pretendiente, se rumoreaba que era…
-Pon mi canción, y no dejes que se acabe…, hasta que
me vaya...- Le susurró Ámbar con las pocas fuerzas que le quedaban a la atónita
y consternada Topacita, sacándola de esos pensamientos. – Ella, ella no…mi
niño…-Murmuró la paciente casi de forma ininteligible.-
Así lo rememoró la doctora. Sin
embargo, había algunas cosas que todavía hoy, no llegaba a comprender. Algo
raro sucedió. La misma princesa trató de decirle algo más en su lecho de
muerte, pero ella lo tomó por meros delirios. La dejó descansar intentando pese
a todo administrarle algo de suero alimenticio. Empero, eso no sirvió y en
apenas unas horas, Ámbar murió. Algo tuvo que pasar, dado que, pese a estar tan
afectada, con ese tratamiento tendría que haber salido adelante.
-Siempre hubo cosas que no me cuadraron.- Meditó la
facultativa.-
Dudaba en contárselo a su amiga, pero finalmente dejó
a un lado esas extrañas sospechas. Lo que sí quiso confesarle, dado que
confiaba en ella, fue otra cosa, de modo que tomó la palabra afirmando con
prevención.
-Lo que voy a decirte es algo muy clasificado. Diría
que incluso está dentro de la confidencialidad entre médico y paciente. Aunque
ya no creo que importe mucho. Solamente te pido que guardes el secreto. Confío
en ti.
-Claro.- Convino su contertulia mirándola con
interés y sorpresa.-
-Verás.- Musitó la doctora.- El rey Corindón está probando
un tratamiento que he desarrollado. Gracias al mismo ha superado algunos
síntomas y dolencias. Y hasta me atrevería a decir que lleva viviendo unos años
más de los que habría podido en condiciones normales…
-¡Vaya!, eso es, maravilloso.- Sonrió tímidamente
Kimberly.-
-Sí que lo es.- Comentó Topacita quien sin embargo
no parecía estar demasiado contenta cuando agregó.- Únicamente deseo que mi
hija tenga la misma suerte que nuestro rey. El caso es que, a veces, el propio
Corindón parece haber perdido un poco la cabeza.
-¿A qué te refieres?- Quiso saber él.-
-Como te decía, aparte de ese tratamiento, ha tenido
cuadros de alucinaciones o de psicosis.- Le contó la preocupada doctora.- Y eso
no es todo. La propia princesa Ámbar antes de morir, estaba muy rara. Culpaba
al planeta de la muerte de su esposo. -Desveló con vaguedad. -
-Pobre mujer, es natural. El príncipe Karst salió en
misión por Némesis y los que aquí vivimos.- Creyó comprender Kimberly.- Le
perdió por eso…supongo que el dolor por su muerte tan prematura debió de
enloquecerles a los dos.
Topacita
la miró y movió la cabeza. Iba a atreverse a decir algo más para precisar sus
palabras cuando la pequeña hija de su amiga llegó a la carrera sujetando una
flor.
-¡Mira mami! - Exclamó la niña mostrándosela
orgullosa.- ¡Qué flor tan bonita!
-Cariño.- La reconvino Kimberly con suavidad y al
tiempo con firmeza.- No debes arrancar las flores. Eso está prohibido.
La
cría enseguida la miró con expresión triste y bajó su cabecita. Fue la doctora
quien, con tono afectuoso, le aconsejó.
-Es mejor que esté vivas y felices en el jardín.
Tenemos muy poquitas flores.
-Sólo quería enseñársela a mamá.- Musitó la niña.-
-Bueno cielo, la próxima vez me vienes a buscar y
voy contigo a verlas. Así no tendrás que cortarlas. ¿Vale? -Le propuso
conciliatoriamente su madre.-
Idina
asintió sintiéndose mejor, sonrió de nuevo y las dos adultas correspondieron a
ese gesto. Tras un rato más de conversación se despidieron. Topacita iba
pensando en todos aquellos acontecimientos. Tiempo antes de la muerte de la
princesa Ámbar. Ella era joven entonces y su hija muy pequeña. Maray había
empezado a tener algunos síntomas que la alarmaron. Sin embargo, la trataba con
optimismo pensando en que, con sus investigaciones, podría solventar eso. Pero
su trabajo en ese momento se centraba en atender a la familia real. Habían
pasado casi un par de años tras el terrible suceso de la muerte del príncipe
Karst y ella finalmente terminó su carrera de medicina y se convirtió en doctora.
Había sido requerida a reconocer a la princesa. Al llegar, saludó con la mejor
de sus sonrisas cuando fue conducida a la estancia donde ésta descansaba.
-¿Qué tal os encontráis, Alteza?- Le preguntó
afablemente.-
-Algo débil, pero mejoraré.- Afirmó resueltamente
esa hermosa joven de cabellos dorados.-
Enseguida
vio la pequeña camita en la que el pequeño príncipe Coraíon descansaba. Dormía
plácidamente ajeno a todo el sufrimiento que arrostraba su madre que insistía
en tenerle a su lado en todo momento. Topacita suspiró, la misma princesa le
dijo, tratando de mostrarse entera e incluso un poco más animada.
-Él es la razón de mi vida. Por eso debo de
recuperarme. Me necesita. No puedo dejarle.
-Lo haréis, Alteza. No os preocupéis.- Le aseguró la
doctora.-
Alguien
llamó a la puerta, tras el delante de rigor Topacita vio entrar a esa joven
alta y morena, su antigua jefa de las camareras de palacio, que sonrió
amablemente.
-¿Cómo os encontráis hoy, Alteza?. Espero que algo
mejor.
-Sí, muchas gracias, Magnetita.
-Mi padre se complacerá en saberlo.- Afirmó esa
joven, agregando con tono animado.- Y veo que el príncipe Coraíon descansa
también.
-Sois muy gentil al preocuparos.- Le agradeció
sobriamente Ámbar.-
-¿Necesitáis algo, señora?- Inquirió esa joven con
visible interés.- ¿Puedo hacer alguna cosa por vos?
-No, no por ahora, gracias.- Repuso ésta con tono
algo azorado.-
-Con vuestro permiso me retiro entonces.- Repuso
Magnetita inclinándose ligeramente para saludar -Me alegra volver a verte,
Topacita.
-Lo mismo digo.- Convino ésta.-
Ámbar
no dijo nada aunque miró a Magnetita durante unos largos instantes, lo mismo
que Topacita. Al salir esa muchacha, la doctora observó a la princesa quien,
pensando quizás que ésta le demandaba una explicación por algo, comentó.
-Magnetita es muy amable. Desde que Karst la adoptó
en su familia y la trajo a la Corte es un gran apoyo para mí.
-¿Es adoptada? No lo sabía, pensé que era hija del
Consejero Karst.- Comentó Topacita con evidente desconcierto.-
No
la había tratado apenas fuera de sus obligaciones. De hecho, cuando ella
comenzaba a ir por palacio no la vio muy a menudo hasta que entró al servicio
de la princesa. Pudiera ser que Magnetita hubiese estado viviendo en los
dominios de Karst, en casi la otra parte del planeta.
-No sé mucho de su vida. Creo que vino en una nave
con otros colonos pero que perdió a su familia en uno de esos sabotajes de
algunos criminales fugados.- Le contó Ámbar, añadiendo.- Karst la adoptó y la
educó en su casa. Y luego que vino a la Corte. La verdad, ha sido un consuelo
enorme para mí tras el fallecimiento de mi esposo.- Suspiró ahora con
tristeza.-
Topacita
asintió despacio. Todo cuanto aliviase el dolor de la princesa por la pérdida
de su amado esposo era bienvenido. Aunque entonces no podía haber sabido lo que
realmente ocurría. Y ese secreto que averiguó después debía quedarse sepultado.
Dejó esos recuerdos a un lado cuando al
fin llegó a casa y entró, siendo saludada por su joven hija Maray.
-Hola mamá. ¿Qué tal fue el funeral?- Se interesó la
joven.-
-Como todos, momentos tristes, con recuerdos llenos
de emoción y dando ánimos a la familia.- Repuso su contertulia sin darle más
importancia para querer saber por su parte.- ¿Cómo estás, cariño?
-Mejor.- Sonrió la muchacha.- Deseando tener más
fuerzas para salir a dar un paseo.
-Ten un poco de paciencia.- Sonrió afectuosamente su
madre mesándole los cabellos.-
-Es que, me gustaría…- Suspiró la joven que
respiraba un poco agitada pese a estar en reposo.- Al menos ir al jardín
central y ver las flores…
Topacita
enseguida vio lo que sucedía, era uno de los síntomas de la enfermedad de su
hija. No perdió tiempo en ir a por unas pastillas que había estado
desarrollando. Con un poco de agua se las hizo tomar. Al rato la convaleciente
se encontró bastante mejor.
-Gracias, mamá.- Repuso la reconocida Maray.-
-Bueno.- Declaró su contertulia con tinte jovial
para obviar aquel momento en tanto le preguntaba.- ¿Has tenido noticias de
Cuarzo?
-Sí, me envió un holo mensaje.- Admitió la chica
ruborizándose.- Me ha dicho que vendrá pronto a visitarme. Y yo…, yo solamente
quisiera poder recibirle bien… ¡debo de estar horrible! - Musitó con algo de
pesar.-
-Cielo, estás preciosa.- Afirmó su progenitora.- Y
él te quiere tanto que no te verá de otra forma más que como a un ángel.
-A este paso voy a serlo de verdad. O no podré salir
de aquí de otra manera. - Suspiró la chica intentando incorporarse.-
Aunque
su madre ensombreció su gesto al escuchar aquello. Su tono fue más seco ahora
cuando dijo con visible malestar.
-Nunca digas eso. Eres muy joven y te curarás. No
permitiré que nada malo te suceda.
-Lo siento, mamá.- Se disculpó la avergonzada chica,
mirándola con apuro para añadir enseguida con tono reconocido.- Sé qué haces
todo lo que puedes.
Así
era, Topacita investigaba noche y día para hallar un remedio para el mal de su
hija. No sabía su origen, aunque curiosamente no parecía tener relación con la
energía oscura que existía en Némesis. Quizás fuese algo que hubiera sido
potenciado por ella, pero no de manera directa.
-Lo malo es precisamente eso.- Pensaba consternada.-
Si fuera por causa de esa maldita energía, podría intentar aislar a mi hija de
ella todo lo posible.
De
hecho, eso tampoco le vendría mal a la muchacha, ni a nadie desde luego. Cuanto
más lejos de esa influencia, mejor. Por ello, desde que Maray era muy niña,
Topacita y su esposo Topace, habían frecuentado la compañía de Aragonito, duque
de Emeraude, otro importante notable del planeta que era familia suya. De hecho
era el tío de Topacita, hermano de su padre Bismuto. Sus territorios tenían una concentración de
energía oscura muy baja, bastante menor que la media de Némesis. Posiblemente
debido al terreno, el tipo de roca era más impermeable y bloqueaba esa energía
de algún modo. Por ese motivo, ella y Topace había llevado allí a su hija muy a
menudo. Tanto Maray como Cuarzo, el hijo de Aragonito, crecieron juntos, casi como
hermanos, y al llegar a la adolescencia, pese a ser primos segundos, se
enamoraron. Lo hermoso es que su amor era verdadero y eso alegró a ambas
familias. En Némesis por mor de la escasez de pobladores no se veían mal ese
tipo de uniones de familiares. Y esta en concreto era perfecta. Así que ya
daban por descontada la boda de los dos y una alianza matrimonial que haría de
sus clanes combinados los más poderosos del planeta tras la familia Real. Sin
embargo, eso no le preocupaba mucho a Topacita ahora.
-Mi esposo siempre en la Corte, con el tío
Aragonito, pactando y discutiendo sobre cómo medrarán y el poder que ejercerán.
Planificando la vida de nuestros hijos e incluso de los nietos que todavía no
tenemos. -Meditó con cierta dosis de amargura.- Y mientras mi madre está tan
mayor y tan débil.- Suspiró.-
Y
es que su progenitora acusaba ya mucho los signos de su edad. En el reino de la
Luna de la que era originaria, eso no habría sido así. Desgraciadamente en
Némesis, los cuerpos y las mentes se desgastaban mucho más deprisa. En el caso
de la señora Zirconita más que la debilidad de su cuerpo, era su fragilidad
mental la que preocupaba y entristecía a partes iguales a su hija. En los
últimos dos años, era como si su cerebro se hubiese ido apagando poco a poco.
Aquella anciana se comportaba como si fuese una niña otra vez, y solamente
hablaba de la Corte de la Luna Nueva, de lo bien que lo pasaba allí, de su
madre y de su amiga Alice.
-La pobre mamá ha perdido la cabeza.- Suspiraba
Topacita sintiéndose impotente ante eso.- ¡Ojalá estuviera tan lúcida como
cuando era joven, me ayudaría mucho a evitar esas cábalas palaciegas! Y sobre
todo, me entristece muchísimo verla así y no poder hacer nada.
-¿Qué pasa?- Quiso saber Maray al verla en ese
estado, con la mirada triste y bajando la cabeza.- Oye mamá, lo siento, no
quise decir eso. Claro que me recuperaré.- Afirmó intentando sonar más
animada.-
-Pensaba en tu abuela, cariño.- Le confesó su
interlocutora.-
-¡Ojalá pudiera ir a visitarla! - Replicó la muchacha.-
Aunque esté tan delicada siempre me cuenta cosas muy hermosas de su antigua
vida en la Luna. Desde que era pequeña me hablaba de sus parques y jardines, de
sus lagos y de la belleza de sus palacios…Me gustaría que aquí, en Némesis,
pudiéramos tener algo parecido a lo que hicieron allí. Su padre, el bisabuelo
Briseo Bismuto y su madre, la bisabuela Anaris, trabajaron mucho para llenar la
Luna de vida. Eso me contaba cuando yo era niña.
-Bueno, quizás aquí no es lo mismo que en la Luna,
pero nuestro mundo comienza a tener sus zonas de hermosos parques también.-
Sonrió Topacita, remachando animosamente.- Todavía nos queda mucho por hacer, y
por ello, tú y los de tu generación deberéis acabar lo que nosotros y nuestros
mayores comenzamos.
-Te prometo que me pondré bien y haré lo que pueda.-
Sonrió cálidamente la chica.-
Eso
animó a su madre. Se alegraba por haber logrado subir la moral de su hija. Le
dio un beso en la mejilla y la dejó descansar. Tenía que seguir investigando.
En casa de Lignito entre tanto, el anciano se sentaba a la mesa para cenar,
junto con su esposa e hija. Fue Anhidrita la que comentó en un tono de voz que
parecía sincero.
-Una pena lo de Mei Ling. Era una buena mujer.
-Sí que lo era..- Convino él.-
-Bueno, sí. A pesar de su enfermedad.- Intervino la
joven Azurita.-
-¿Enfermedad? – Inquirió su madre sin comprender.-
Hija mía, en este mundo se enferma con mucha facilidad. Ella había superado con
mucho la media de edad que tenemos.
-No me refiero a eso. Sino a... ya sabes.- Comentó
la adolescente.- Esa orientación suya. Papá siempre dijo que esa era su única
tacha.
-Al final, eso no le impidió ser una buena madre y
una excelente persona.- Suspiró David teniendo que reconocerlo.-
Y
es que cada día que pasaba el ahora llamado Lignito se iba arrepintiendo más de
las opiniones de su juventud. ¡Echaba tanto de menos a su familia! A su padre,
su hermana Leah, su tía Stephanie, pero sobre todo a su madre. ¡Lo que hubiera
dado por ser capaz de abrazarla una vez más y decirle cuanto la quería y que no
le importaba otra cosa! Ahora, escuchando hablar así a su propia hija, le
pesaba. Sin embargo, fue él quien la educó de esa manera. Y más le dolió al
oírla responder.
-Bueno, técnicamente no era la madre de Richard, ni
la abuela de Grafito e Idina.
-Actuó como tal siempre.- Rebatió Anhidrita.-
-Nunca tuvo hijos propios, vale que no podía
tenerlos.- Admitió su hija, para sin embargo denunciar.- Pero las personas con
esas inclinaciones son peligrosas. Tú siempre lo has dicho, papá. – Y sonriendo
levemente añadió.- Mirad, a propósito de eso he recordado un chiste. O más bien
una adivinanza que oí el otro día, en el
servicio religioso, decía…- Y casi tratando de no reírse, les contó.- Imaginad
que en la nave de los pioneros hubieran llegado diez hombres gais y diez
mujeres lesbianas. Al llegar murieron todos. ¿Qué les mató?
- La energía oscura, supongo.- Elucubró su madre.-
-No.- Se sonrió Azurita, especulando divertida.- ¿Acaso
creéis que enfermaron?
-Evidentemente las enfermedades o el paso de los
años. – Dictaminó Lignito corrigiendo.- Aunque lo has expuesto como si hubieran
muerto al poco de llegar.
-¿Un accidente, verdad?- Se aventuró a insistir
Anhidrita.-
-Casi, pero no.- Sonrió triunfalmente su hija.-
-¿Entonces qué?- Inquirió su padre.-
-Pues, ¡ja, ja!...- Rio la joven, tratando de controlarse
para responder.- Muy sencillo, se desviaron del camino recto.
-Entonces acabaron en otro planeta.- Dedujo su
madre.-
-¡No mamá! - Se rio ya la chica, explicándole.- Se
desviaron del camino recto en otro sentido. Llegaron a Némesis, se asentaron y
todo eso, pero…como eran unos desviados, no pudieron tener descendencia.
¡Imagínate! Hombres con hombres y mujeres con mujeres…Así, por mucho que
quisieran, ese grupo de invertidos jamás podrían tener hijos. Por eso son un
peligro para nuestro mundo. No deben aumentar o estaremos condenados. Eso nos
contó el reverendo Azabache.
-Pero podrían haber inseminado a las mujeres con el
esperma de los hombres.- Replicó su madre.-
-Digamos que la nave se les estropeó, tanto como sus
instintos. Sin esa tecnología su aberración estaba condenada a la extinción. -
Se rio la joven una vez más.-
Lignito
se levantó entonces tratando de ocultar su malestar. Apenas sí pudo decir
templando la voz.
-Disculpadme, ha sido un día largo, estoy cansado.
-Claro, hasta mañana, papá.- Replicó Azurita con
afecto, no dándose cuenta de la tristeza que su padre evidenciaba en sus ojos.-
-Hasta mañana, cariño.- Convino su mujer quien sí
pareció notar algo, aunque no hizo ningún comentario.-
Y
David se marchó a su habitación, su esposa a buen seguro tardaría aún en
acostarse y él se habría dormido para entonces. A su vez, ambas mujeres
continuaron charlando un poco. Fue Anhidrita quién reconvino suavemente a su
hija.
-No deberías decir esas cosas. Tu padre está muy
sensible ahora. Por muy desviada que fuera Mei Ling, no dejaba de ser la madre
de su amigo Richard.
-¿La madre de Richard?- Se rio Azurita.- ¡Por
favor!. Su verdadera madre era la otra, esa tal Sonia.
-Richard las quería mucho a las dos, y tu propio padre
las apreciaba. Debes darte cuenta de eso, hija.- Insistió Anhidrita con un tono
algo más duro.- Y ambas fueron buenas madres para su amigo. E incluso, a veces
se comportaron como tales con tu padre quien siempre añoró a la suya propia.
-No habla nunca de ella. Y cuando le he preguntado
siempre me ha respondido con evasivas. Lo único que sé es que papá se marchó de
su planeta natal para venir aquí.- Comentó Azurita con tono de genuina curiosidad
y extrañeza.-
-Hay algunos recuerdos que no son agradables para tu
padre. Sufrió mucho cuando se marchó de su hogar, escapando por poco de un
desastre anterior al gran Sueño.- Le recordó su madre.-
Aquella
era la versión que Azurita conocía por boca de él. Algo terrible ocurrió y su
padre se vio forzado a separarse para siempre de su familia.
-Y desde que llegaron a Némesis, Sonia y Mei Ling le
apoyaron siempre. Ellas venían de ese mismo mundo y le conocían desde que él
era un niño. Y eran buenas personas. Yo las conocí bien. Por eso, aunque sea
cierto lo que dices, te pido que midas
tus palabras, hija.- Remachó Anhidrita con un tinte más entristecido que
reprobatorio.-
-Sí, claro, lo siento. No quise ofenderle.- Se
apresuró a disculparse la joven.-
Su
madre suspiró, recordaba a su vez cuando, siendo joven, Lignito y ella se
conocieron. Y fue precisamente a causa de que ella trabajaba junto con Sonia.
Esa buena mujer se percató de cómo ambos jóvenes se miraban cuando un día les
presentó. Anhidrita no pudo dejar de fijarse en ese muchacho, el amigo de
Richard que vino con este de visita. Entonces ella no lo imaginaba siquiera,
pero ese atractivo joven alto y rubio sería su futuro esposo.
-Hola, mamá Sonia.- Saludó Richard al ver a ésta
trabajando en uno de los viveros.-
-Hola cariño.- Sonrió la mujer.-
-Hola, señora Calderón.- Intervino entonces aquel
joven.-
Anhidrita
estaba activando algunos riegos por goteo. La presencia de ese chico captó
enseguida su atención. Ya conocía a Richard pero, pese a ser bastante agradable,
no dejaba de ser un muchacho al que miraba como si de un hermano se tratase. Y
además, este ya salía con Kim, una joven muy agradable de la familia Crimson
Kurozuki. En cambio, aquel hombre que venía con él…
-¿Qué tal va todo, David?- Repuso Sonia a su vez,
refiriéndose ahora a su compañera.- Mira, os voy a presentar, ella es
Anhidrita. Este joven se llama Lignito, pero yo siempre tiendo a usar el nombre
que tenía antes de su llegada.
Aquel
chico sonrió algo forzadamente pero enseguida reparó en ella. La misma Anhidrita
le miraba con manifiesto interés, aunque retornando a su trabajo, comentó.
-Estaba tratando de regar, pero debe de faltar agua.
Nos llega muy poca a los viveros de esta parte del cuadrante.
-Hace unas semanas se pudo traer mucha de un
asteroide, pero supongo que la habrán destinado prioritariamente a consumo
directo.- Afirmó Richard.-
-Seguramente habrá sido así. Es una lástima,
deberían aportar más a esta zona. Las flores que cultiváis son muy hermosas.-
Afirmó Lignito.-
-Y no solamente las flores. Las frutas, verduras y
hortalizas también.- Le recordó Sonia.- Y esos cultivos son fundamentales para
una dieta saludable.
Aquella mujer estaba bastante graciosa ahora, con
los brazos en jarras en tanto lucía un delantal con una divertida manzana
dibujada en él, dado que la fruta mostraba un rostro sonriente, con la leyenda,
“ dame agua y te daré fruto.” Todos se rieron con aquello y en tanto Richard
iba a comprobar las conducciones de agua yendo con su madre, Anhidrita se quedó
a solas con ese joven. Algo cohibida como estaba fue él quien comentó.
-Vuestra labor es tan hermosa como fundamental. Me
alegra ver que, cuando construimos cúpulas y domos, estos se usan para proteger
tantas cosas bonitas y útiles.
-Gracias. Aquí todos debemos contribuir.- Se sonrojó
la muchacha jugueteando un poco con su pelo de color cobre, en tanto le
dedicaba una intensa mirada con esos ojos azules profundos que poseía.-
-Entre todos lograremos poco a poco que este mundo
sea un auténtico vergel, y que la vida sea mejor en él.- Aseveró su interlocutor.-
-¿Quieres que te muestre todo lo que estamos
cultivando?- Inquirió ella esperanzada porque ese chico aceptase.-
Y
Lignito sonrió asintiendo con visible interés, aunque sus ojos estaban más
puestos en su bella guía que en lo que ésta le mostró. Tras esa primera vez,
quedaron más a menudo y al final se enamoraron. Se casaron y Azurita vino al
mundo. Aunque su esposo siempre tuvo aquella espina clavada, el haberse
separado de su familia. Y sonriendo un poco tras aquellos recuerdos, Anhidrita
quiso zanjar la anterior cuestión y suavizar el ambiente preguntando a su hija
precisamente por sus propios intereses amorosos.
-¿Has vuelto a ver a ese joven?
-¿A cuál?- Pretendió desconocer la aludida.-
-No te creas que soy tonta.- Afirmó socarronamente
su interlocutora.-
-Hace tiempo que no.- Suspiró ahora Azurita,
confesando con algo de pesar.- Se pasa el tiempo junto al príncipe. Me dice que
es necesario para consolidar su posición y para que se vea con buenos ojos
nuestro compromiso.
-Bueno, sabes que ese chico me parece un estupendo
partido.- Convino su madre, añadiendo más animosa.- Y además, os queréis, que
es lo importante.
-No sé si a papá le parecerá bien. No creo que le
guste demasiado.- Objetó una preocupada Azurita.-
-Eso no es verdad. Él aprecia mucho a esa familia.-
La despreocupó su contertulia, susurrándole ahora entre divertida y hasta
atónita.- Los hombres no suelen ser muy perceptivos, figúrate que tu padre está
preocupado creyendo que estás interesada en Azabache.
-¿Qué?- Se rio la joven moviendo la cabeza con
incredulidad.- ¡Qué tontería! Es un hombre muy sabio y predica la palabra de
Dios. Pero nada más. Yo le admiro pero no es precisamente el tipo de hombre que
me interese en ese otro aspecto. Para empezar es bastante mayor que yo.
-Pues piensa entonces que, a su debido tiempo, tu
padre se alegrará de oír eso.- Le sonrió cómplicemente su madre.- No tengas
miedo. Estará tan aliviado de haberse equivocado que se mostrará conforme y
apoyará tu matrimonio al cien por cien
cuando llegue el momento.
La joven se sonrió también. Se alegraba de que así
fuese. Entre tanto y ya en el dormitorio, su padre consideraba aquella
posibilidad no sin inquietud. Ese tal Azabache era un individuo realmente más
fanático de lo que él mismo fue. Un defensor de las doctrinas de Corbin que,
para su desgracia, le transmitiera él mismo, desde que ese tipo era un
muchacho. De hecho, le sucedió en la parroquia como predicador. Y eso no era lo
que más le preocupaba. Lignito no era tonto y se daba cuenta del interés que
ese hombre asimismo ponía en su hija. Ella, como jovencita inexperta no se
percataba. Al contrario, admiraba tanto a ese idiota que repetía con devoción
todas sus ridículos sermones. Para muestra esa especie de adivinanza torticera
y esas palabras tan llenas de desdén y de odio que Azurita había pronunciado
durante la cena.
-No creo que me quede mucho, solamente espero que mi
hija no siga frecuentando a ese cretino. Y que se haga más tolerante. ¡Ojalá que no se sienta atraída por él también
en otras cosas!– Deseó al acostarse.-
Y
soñó con su madre una vez más, cuando él era tan solo un niño y ella le
abrazaba y le arropaba por las noches. Asimismo, vino a su mente ese triste
recuerdo de cuando supo que era una invertida, como entonces la llamó. El
reflejo de la expresión de ella, llena de tristeza y de temor.
-Lo siento, mamá.- Musitaba en sueños.- No quise
hacerte tanto daño…
A
su memoria acudió una de aquellas veces, en las que siendo un niño, su madre
estaba a su lado, junto con su padre. Su hermana Leah no había nacido todavía.
Paseaban los tres por un gran y hermoso parque.
-Mami, papi.- Les pidió él a los dos.- ¿Podemos ir a
la pastelería de Gin?
-Es algo temprano para comer pasteles, hijo. Hace
poco que has almorzado.- Objetó su madre.-
-Bueno, caminemos un poco más y así pasará el tiempo
y todos tendremos hambre.- Propuso su padre con jovialidad.-
-Sí, claro.- Sonrió débilmente su esposa.-
David brincó entusiasmado por esa idea. Ahora corría por delante
de sus progenitores, el niño se fijó en que su padre trataba de darle la mano a su madre, ella dudó por unos momentos
pero al fin la tomó. Los dos caminaban así, para alegría del pequeño. Ahora,
Lignito se vio allí, como adulto, observando aquella escena como si de otro
caminante más se tratara, inadvertido por los demás. Se quedó mirando a esa
infantil versión suya corretear y echar un vistazo con curiosidad a los
deslizadores que pasaban y a otras
cosas. No obstante, él se concentró en la conversación que mantenían sus padres
quienes, a simple vista, daban toda la impresión de ser una pareja muy bien avenida.
-Mañana le llevaré
a que la doctora Sullivan le mire.- Comentaba su madre.-
-Pero Daphne.- Se
sorprendió su marido, mirándola extrañado.- Si ya estuviste en la consulta hará
una semana..
-Sí, lo sé, pero
me preocupa la salud de nuestro hijo. A veces se agota demasiado.- Comentó ella
con tono inquieto.-
-No sé.- Admitió
su interlocutor.- Si crees que es necesario, llévale. O si lo prefieres, puedo
ir yo con él antes de la escuela.
-No, mejor voy yo
misma.- Se apresuró a replicar su esposa que pareció incluso algo nerviosa, al
agregar.- Es que, Julieth y yo ya hemos hablado sobre el tema más, y no tiene
que ponerme en antecedentes como a ti.
-¡Ja, ja! Ahora ya
la llamas Julieth.- Se rio su esposo.- ¡Cuánta confianza has tomado con ella!
No me extraña, yendo tan a menudo a su consulta.
-¿Qué quieres
decir con eso, Martin?.- Se molestó su mujer.-
Ambos se detuvieron en su caminar,
el pequeño David no se percató de eso, el Lignito adulto sí que lo hizo
siguiendo muy interesado aquella conversación.
-¿Por qué te pones
así?. Solamente era una broma.- Contestó un perplejo e incluso algo molesto
Martin.-
-Yo, lo siento.-
Suspiró ella.- Verás, es que me preocupa que nuestro hijo tenga alguna cosa,
eso es todo. Ya viste en la escuela que tenía un poco de fiebre…Sencillamente
no quiero que me tomes por hipocondriaca…pero me asusta que tenga algo más
serio y no lo sepamos ver.
-Daphne, le han
hecho muchas pruebas y por ahora solamente tiene alguna alergia leve. O puede
que lo de ahora sea únicamente un resfriado. - Quiso tranquilizarla él.-
-Tienes razón,
perdona.- Sonrió levemente la mujer, tomando a su marido de las manos para
musitar con tinte temeroso en su voz.- Es que, si algo malo le sucediera a
David, yo…
Lignito oyó eso y sonrió, su madre
siempre le quiso, estaba claro. Aunque entonces, una voz femenina que
pertenecía a una individua de largo cabello moreno, ojos azules, que llevaba un
vestido violeta con zapatos de alto tacón a juego, intervino hablando
directamente con él. Daba la impresión de ser la única en aquel lugar que se
percataba de su existencia, pasando tan desapercibida como él ante los
paseantes, le comentó con tono entre
sarcástico y burlón.
-¡Menuda cínica
cobarde! Su hijo le importaba un bledo. Solamente era el medio para el fin que realmente
deseaba.
-¿Quién es usted?-
Quiso saber Lignito entre asombrado y enojado al escuchar aquello.-
-¿Qué quién soy?.-
Se sonrió su interlocutora, señalando con una mano hacia delante de donde
estaban y añadiendo.- La que va a mostrarte la verdad.
Sin haberse dado cuenta se vio a sí
mismo junto a esa individua en un despacho médico, era una consulta. Allí, una
mujer de alrededor de treinta y tantos, rubia, de pelo rizado y bastante
atractiva, estaba auscultando al pequeño David. Su madre estaba ahí de pie,
observando con manifiesto interés.
-Bueno.- Dictaminó
aquella individua.- David, estás muy bien, tesoro. Solamente es un catarro.
-Eso es estupendo,
¿verdad, cariño?- Sonrió Daphne mirando al crío con afecto.- ¡Qué buena es la
doctora Julieth!
El pequeño asintió, Lignito veía
aquello con una sonrisa, mirando de reojo a esa extraña mujer morena. Aunque
entonces, oyó a su madre decirle a su yo infantil.
-Cielo, tengo que
hablar un poco con la doctora. ¿Me puedes esperar fuera?
- Que vaya a la
habitación de mi hija. Le llevaré yo misma. Ahora mismo vengo, Daphne.- Sonrió
la facultativa.-
-No tardaremos
mucho, tesoro.- Sonrió su madre dándole un cálido beso en la frente al pequeño,
animándole.- Hala, vete a jugar.
La doctora le tomó de la mano
entonces , guiándole hasta un cuartito con algunos juguetes. Allí le explicó al
crio con simpatía.
-Aquí dormía mi
hija Helen cuando era más pequeña, luego se pasó a otra habitación más grande. Como ya es casi una adolescente
no quiere estos juguetes pero a mí me dio pena tirarlos. Aunque a los niños que
vienen a la consulta les encanta jugar aquí cuando tienen que esperar. ¿Te
gusta?
-¿Y mi mamá?- Preguntó
el niño.-
-No te preocupes,
hablamos de unas cosas de mayores y ahora mismito viene a buscarte. Mientras,
pásatelo bien.- Le animó jovialmente la médico.-
Lignito sonrió una vez más,
recordaba los buenos ratos que pasaba en aquella habitación, con muchos
juguetes, entretenido durante unos minutos que siempre transcurrían muy deprisa
hasta que su madre venía a recogerle.
-¡Qué bonito!- Se
sonrió aquella mujer morena con evidente sarcasmo, interrumpiendo esos
recuerdos, para añadir.- Mira, mira lo que tu mami y la doctora hacían mientras
tú jugabas. Ellas también se lo pasaban bien jugando a otras cosas…
Lignito siguió a esa mujer que le
guio una vez más hasta el despacho-consulta de la doctora. La facultativa de
hecho les precedía y entró antes en él. Allí aguardaba la madre de David. Nada
más entrar, Julieth le comentó no sin sorpresa.
-David sólo se ha enfriado, tampoco hacía falta que lo
trajeras.- Afirmó incluso con cierta inquietud.- De hecho es la tercera vez en
dos semanas que has venido con él.
-Lo sé.- Suspiró Daphne levantándose de la silla en la
que estaba sentada y acercándose a la doctora.-
Y la
madre de David abrazó a su interlocutora obsequiándola con un apasionado beso
en los labios que ésta correspondió. No tardaron en empezar a desnudarse
mutuamente. Tumbadas sobre la camilla de reconocimiento dieron rienda suelta a
sus deseos. Lignito abrió la boca horrorizado, mientras su interlocutora se
reía exclamando.
-¡Guau! No se les daba nada mal. No me hubiese importando
el haber estado jugando con ellas. A mí me ponen mucho las chicas vestidas de
doctoras y de enfermeras…sobre todo había una enfermera en particular que me
gustaba mucho…
-¡Ya basta!- Exclamó él, dirigiéndose a esa extraña.-
¿Quién demonios eres?
-Caliente, calentito, - se burló su interlocutora,
afirmando ya más seria.- Si quieres saberlo, ve al cuadrante X.
-¿Cuadrante X?.- Repitió él.-
Esa individua se
limitó a señalar hacia la camilla en donde aquellas amantes estaban dándose
placer. Lignito no quiso mirar más, aunque por fortuna, su madre y esa otra
mujer habían terminado su apasionado escarceo. Todavía jadeantes se besaron una
vez más en la boca.
-Tenemos que dejar de hacer esto.- Pudo susurrar Julieth
en tanto se vestía. –
-Sí, pero…no sé cómo podría verte sino.- Opuso Daphne
quién también se dio prisa en ponerse su ropa.- Es la única manera. Ya me
entiendes…
-¿Y tu esposo no sospecha nada?-Inquirió la facultativa.-
-No que yo sepa. Además, David estaba enfermo, él mismo
lo vio.- Añadió su interlocutora que ya había vuelto a poder hablar sin
jadeos.-
Finalmente,
ya vestidas y bien arregladas, como de costumbre, cada vez que consumaban
alguno de esos encuentros, salieron. Daphne fue a por su hijo y, tras
despedirse de la doctora con un simple saludo, tomó a su pequeño de la mano y
retornó a casa. Lignito salió de aquella ensoñación, escuchando como fondo la
voz de esa individua…
-Yo conocí a otra de las amantes de tu mamaíta. Esa
morena a la que odiabas tanto. Puedo decirte cosas que no sabes de sus
historias. Cuadrante X…te esperaré…
Por su parte Crimson también estaba en su casa con
su mujer. Él era otro de los que sentía su salud minarse cada vez más. El
marquesado que le fuera concedido hacía años provocó que su deterioro fuese aún
más rápido. Su esposa ya se lo había advertido en numerosas ocasiones. Y las
más de las veces discutían.
-El rey Corindón ya no debía estar muy bien de la
cabeza cuando te concedió este agujero inmundo como marquesado. Y tú tampoco lo
estabas al aceptar. – Era la enésima censura que ella le hacía.-
Aquella
mujer, cuyos cabellos rubios habían encanecido muy prematuramente, se quejaba
amargamente de su suerte. Decía odiar ese territorio aunque no se marchaba de
allí. Su esposo como de costumbre, quiso rebatirle con los mismos argumentos.
-Creo recordar que, cuando nos casamos, fuiste tanto
o más feliz que yo, al ser la marquesa Cordierita de Crimson. Bien que
presumías de ello en todas las reuniones sociales.
-Eso fue antes de saber que la energía oscura de
esta parte de Némesis es muy superior a la media. Y a que muchas personas dejasen
de venir aquí a vernos precisamente por esa razón. - Replicó ésta con visible
malestar.- Aparte de aislarnos del resto de la gente, nos está matando a ti, y
a mí. Y menos mal que nuestros hijos Lamproite y Berilo está en la corte.
- Otras veces te quejas de que apenas sí les ves.-
La criticó él a su vez.-
-Una cosa no quita la otra.- Replicó ella.- Son mis
hijos y les echo en falta. Pero prefiero que estén lo más lejos posible de aquí,
para evitar que les pase como a nosotros.
-Este sitio mejora cada día. Debido sobre todo al
duro trabajo que llevo haciendo durante años.- Se reivindicó él aseverando con
orgullo.- Somos una de las familias más influyentes y ricas de Némesis. Y lo
seremos más cada año que pase…
E
invariablemente su esposa, tras toser repetidas veces, replicaba con tono
entristecido.
-No sé de qué nos servirá eso cuando ya no estemos
aquí para verlo. No creo que nos queden demasiados años.
Crimson
Rubí se aproximó a ella entonces y con más suavidad le dijo.
-En ese caso, piensa en la herencia de nuestros
hijos. Los dos siguen aprendiendo en la Corte y las veces que voy a verles
siempre trato que su Majestad nos conceda algo más de terreno, en un sitio más
adecuado.
-Querrás decir, el príncipe Coraíon. El nieto de Corindón.-
Precisó su esposa.- En la práctica es quien gobierna ya, no el demente de su
abuelo.
Su
esposo asintió. Era cierto, el anciano Corindón apenas sí aparecía en público,
estaba enfermo además y los pocos que le trataban todavía comentaban que no dejaba
de decir cosas sin sentido. Por suerte, su nieto parecía ser un buen
gobernante. Al menos, uno con el que Crimson Rubí tenía una estupenda relación.
-Coraíon confía en mí desde que era un crío. Me
ocupé de que así fuese. Y también hice
lo posible para nuestros hijos cultivasen su amistad. - Afirmó él.
Añadiendo esperanzado.- Dentro de poco
sucederá oficialmente a su abuelo, y cuando eso ocurra podrá tomar algunas
decisiones con respecto a nosotros…
-¡Ese maldito Corindón parece inmortal! – Se quejó Cordierita.-
Y es debido a Topacita, es muy buena doctora, demasiado.- Se lamentó ahora.-
-No te quejes por eso. Ella nos ha ayudado mucho
también.- Replicó su marido, perplejo al oírla hablar así.- Y su propia hija
está enferma. Se ha dedicado a estudiar y a investigar desde muy joven para
intentar curarla.
-Sí, y tanto ella como su familia, además de tener
un ducado de los mejores que hay en Némesis. están planeando unirse a los
Green. Y en tanto consolidan esa alianza les viene muy bien que el rey siga con
vida. - Le recordó su contertulia, regañando a su esposo una vez más al
agregar.- Mira que te lo dije. Trata de que alguno de nuestros hijos y su hija
se conozcan, que se emparejen. Podríamos haber emparentado con ellos.
-Eso no es tan sencillo.- Suspiró Rubí, alegando
molesto.- ¿Crees que no lo intenté? Pero los Green son una familia más
importante, con mejores territorios que nosotros. Sus hijos se conocen desde
críos. Y además, se gustan. Contra eso no puedo hacer nada…
-Que nuestros hijos tomen nota.- Le respondió su
esposa, sentenciando resignadamente. – Tanto Lamproite como Berilo. Eso es algo
que nunca les convendrá olvidar. Sobre todo a nuestro hijo menor, sin posición
y sin buenas tierras no eres nada.
De
hecho, Berilo era el hermano menor. Y si ya veían un panorama complicado para
su primogénito quién, en el mejor de los casos heredaría su difícil marquesado,
para el más joven no parecía existir mucho futuro. Su primogénito precisamente
estaba en el palacio real de Némesis ejerciendo como ayudante del príncipe y su
hermano pequeño le ayudaba. Eran esos unos puestos muy codiciados. Ya siendo un
apuesto joven de veinte años, el príncipe Coraíon sería el futuro soberano y
todos los clanes deseaban emplazar a alguno de sus representantes junto a él.
Por el momento, al menos en ese aspecto, la familia de Crimson estaba muy bien
posicionada. Los siguientes días ambos hermanos estaban muy cerca del príncipe
heredero tratando de apoyarle en todo cuanto podían. En un rato que tuvieron
libre pudieron charlar precisamente sobre eso.
-El anciano rey ya no pinta nada.- Comentaba
Lamproite.- Por eso, tenemos que ser los hombres de confianza del futuro
soberano. Eso nos ha dicho nuestro padre.
-Sí, sobre todo yo, tú heredarás el marquesado.-
Suspiró su hermano Berilo.-
-No temas, si jugamos bien nuestras cartas a buen
seguro que tú serás recompensado con tu propio territorio.- Afirmó su
contertulio.-
-¡Ojalá que así sea!- Deseó su interlocutor.-
Debemos tener cuidado, ese oportunista del Conde de Ayakashi no deja de
asociarse al príncipe a la menor ocasión.
Berilo
se refería a un joven, descendiente del clan Gneis. Pese a no ser el
primogénito de su clan y tener apenas
los dieciocho años, era un chico bastante locuaz y con don de gentes, que se
había ido ganando la confianza del heredero. Entre otras cosas porque era un
tipo emprendedor, con ambición por ascender. Su familia era una de las pioneras
aunque no tan poderosa e influyente como otras. Ópalo era un muchacho decidido
y amigo de aprovechar sus oportunidades. Su padre Granito no poseía mucho territorio,
pero logró la concesión de una remota región del planeta bastante sombría y el
príncipe Coraíon lo elevó a la dignidad de condado en recompensa a los
servicios de Ópalo. La verdad, ni los propios Lamproite, ni Berilo, tenían
demasiado claro que servicios había sido aquellos. Por supuesto no osaron
preguntarle al príncipe. Y ese tipo, que no parecía tenerles en demasiada
estima, tampoco se lo iba a decir.
-Ópalo es un trepa.- Afirmó Berilo con evidente
incomodidad.- Nosotros llevamos también
mucho tiempo junto al príncipe, siendo leales consejeros, y no nos ha
distinguido con esos favores. Pero él se pasa el día tratando de agradarle.
Menos mal que algunas de sus iniciativas fueron evitadas por el propio rey
Corindón en persona.
-Paciencia hermano, ya nos ocuparemos de ese
advenedizo.- Afirmó Lamproite reflexionando.- Es curioso, el rey ha vetado los
intentos de su nieto por contactar con la Tierra. Ha expresado su deseo de
mantener lo votado hace tantos años. Pensaba que nuestro padre comentó que, en
ese entonces, estuvo a favor de contactar.
-¿Recuerdas lo que padre nos dijo siempre de él?
Algo debo decir a favor del viejo rey.- Repuso Berilo citando aquellas
palabras.- Al ser elegido soberano se comprometió a mantener su palabra y lo ha
hecho siempre. Cuando se votó en contra, afirmó que respetaría esa decisión,
pese a no compartirla.
-Pero su nieto es otra historia. Coraíon no está
atado por la palabra dada por su abuelo. Quizás haya una oportunidad.- Comentó
Lamproite.-
-No sé qué podría convenirnos más. Contactar con la
Tierra o permanecer aislados.- Declaró un meditabundo Berilo, afirmando eso sí,
con malestar.- Sea como sea, ese
intrigante de Ópalo ya ha conseguido un condado propio.
-No sufras,
la región de Ayakashi tampoco es una ganga precisamente. Yo no la hubiera
querido para nada.
-Bueno, eso para ti es fácil de decir. Tú heredarás
el marquesado familiar.- Le recordó su interlocutor.-
-Sí, pero piensa un poco. Nuestro padre se ha pasado
la vida intentando mejorar ese insalubre lugar. La energía oscura es muy fuerte
allí. Prefiero estar viviendo en la Corte, aquí es donde se tiene el verdadero
poder. Con suerte, si Ópalo se casa algún día, tendrá que ocuparse de su
condado y su descendencia, eso le apartará de nuestro camino. Al menos durante
algún tiempo. – Declaró Lamproite. -
-Y hablando de casamientos, ¿qué pasa contigo? ¿has
logrado ya que esa muchacha se interese por ti?.- Inquirió Berilo.-
-Estoy en ello.- Todo en su momento.- Repuso enigmáticamente
el interpelado.-
Estaban
en esa conversación cuando vieron llegar a la doctora. Topacita les saludó
afablemente.
-Hola caballeros.
-Hola, doctora Topacita.- Respondió educadamente
Lamproite quien de inmediato se interesó.- ¿Qué tal su hija?
-Mejor, gracias.- Sonrió débilmente ésta quien
cambiando de tema les preguntó.- ¿Está el príncipe Coraíon? Tengo que ver a su Majestad.
-Su alteza está despachando algunos asuntos, nos
encargó que vigilásemos por palacio y que estuviéramos al tanto para cuando
usted llegara.- Repuso Lamproite.- No se preocupe, la conduciré a las estancias
del rey.
-No es necesario, gracias.- Le respondió la
facultativa.- Iré enseguida y veré como se encuentra.
-Últimamente dice cosas muy extrañas.- Intervino
Berilo.-
Su
hermano le fulminó con la mirada, el chico entonces guardó silencio aunque la
doctora quiso saber.
-¿Qué cosas?
-Nada, no son de importancia.- Se apresuró a
contestar Lamproite.-
Su
interlocutora no insistió, de todos modos ya había escuchado al anciano monarca
decir algunas de ellas. Se dejó conducir hasta la antecámara real. Al llegar
los hermanos la dejaron allí y se despidieron cortésmente. Ya a una prudencial
distancia, Berilo comentó con sorna.
-Estuvo bien eso de preguntarle por su hija. Nunca
se sabe, si está tan enferma lo mismo ese petimetre de Cuarzo cancela el
compromiso de la boda y te deja el campo libre.
-¿Y qué iba a hacer yo con una mujer que no se
levanta apenas de la cama?- Replicó indolentemente Lamproite.-Ya te dije que no
me interesa.
-¿Qué más quieres?- Se rio su hermano menor.
Añadiendo con picardía. – Sí, sé en quién tienes puestos los ojos. Pero esta
otra sería muchísimo mejor partido. Además, estaría donde le corresponde estar,
en su lecho, para darte herederos. Mientras, tú podrías gobernar sus
territorios y los tuyos. Y acordarte de tu querido hermano menor…
Su
interlocutor se rio. ¡Si fuese tan sencillo! Aunque, por otro lado, a él
siempre le había gustado Azurita. Era una muchacha bella y sus padres, aunque
no poseían demasiadas tierras, estaban muy bien considerados en la Corte.
Quizás si la desposaba podría obtener un jugoso regalo de bodas a sumar a su
patrimonio. No sería tan impresionante como el patrimonio de los
Green-Emeraude, pero bastaría. Además, ni él sentía nada por esa tal Maray, ni
esa muchacha le conocía apenas. Y desde luego, con una esposa tan enferma su
vida iba a ser realmente desgraciada. ¡No! Prefería su idea y ser capaz de
medrar directamente en puestos palaciegos. Con el apoyo de una familia con tan
larga tradición en el campo de la ciencia y la investigación como la de Azurita
su posición sin duda se fortalecería.
-El poder real no está en un campo de tierras
baldías, sino en la capacidad de hacerlas dar fruto.- Le comentó a su hermano
Berilo.- Por eso, aliarte con personas que tengan el conocimiento te dará más
poder.
-¡Pues tendrás que ponerte a estudiar mucho
entonces! - Se rio su interlocutor.-
Lamproite se rio a su vez, de todos modos tuvieron
que dejar aquella chanza porque el mayor de los dos vio aproximarse al
príncipe, con un leve codazo se lo hizo notar a su hermano. Ambos se dirigieron
rápidamente hacia él…
Por su parte Topacita llegó ante la puerta de las
habitaciones del rey que estaban bien custodiadas. Los guardias al reconocerla
enseguida le franquearon el paso. Una vez dentro la dejaron a solas con el
anciano Corindón que trató de incorporarse del lecho al verla.
-Calma, Majestad.- Le pidió suavemente ella.- No os
mováis…
-Debes tener cuidado, no queda mucho tiempo.-
Replicó el soberano.- Ella volverá…
La
doctora no comprendía a qué se estaría refiriendo aquel anciano. Le pesaba
verle igual que a su propia madre.
Quizás el veterano rey lo intuyó puesto que le susurró para sorpresa de
Topacita.
-No estoy senil, al menos no todavía. A veces sí que
digo tonterías delante de algunos, porque quiero dar esa impresión. Es más
seguro.
-No lo comprendo, Majestad.- Pudo decir la atónita
facultativa.-
-Tenemos que ser muy cuidadosos.- Le explicó el
soberano con tono apenas audible.-
De
hecho, le hizo una seña y ella se aproximó, Corindón le susurró al oído.
-Mi hijo no murió en un accidente, sé que de algún
modo aquello fue provocado. Ya desde hace años he sentido que algo no está bien
en este planeta. Cuando iba a recorrerlo estudiando posibles territorios para
colonizar… esa maldita energía negativa…
-Sí, señor, es terrible.- Suspiró la doctora
creyendo entender a qué se refería.- ¡Ojalá que encontremos la forma de
contenerla! -
-Nunca podremos hacerlo.- Susurró su contertulio
quien le confesó dejándola todavía más estupefacta.- ¡Verás, tiene vida propia.
Yo la he visto!...
-¿Verla? ¿verla dónde, mi Señor?- Quiso saber
Topacita.-
-Andaba por aquí, primero bajo la apariencia de esa
hermosa chica…- Iba a añadir algo aunque en ese instante un ataque de tos le
frenó en seco.- Ella las mató,…mi amigo y Karst y su esposa…su hija, murieron
de tristeza…
-Sosegaos, Majestad.- Le pidió la doctora, cada vez
más preocupada por su salud y esas extrañas palabras.-
-Vendrá a por mí, debe de sospechar que yo lo sé.-
Sentenció el rey con una mezcla de resignación y temor.- De momento le ha
convenido a sus planes el que yo siga con vida y he tratado de convencerla de
que sea así. Pero esa circunstancia no tardará en cambiar. Por eso me queda
poco, muy poco y tú, querida, tienes que apartarte de su camino o irá a por ti
también.
-Calmaos señor, tenéis a vuestra guardia en la misma
puerta. Y yo os cuidaré, como siempre.- Le sonrió alentadoramente Topacita.- No
permitiré que nada malo os suceda.
Y
es que por unos instantes había llegado a creer a ese pobre viejo. En el fondo
era un infeliz que había perdido la razón entre su avanzada edad, la desgracia
de la muerte de su hijo y otros terribles y tristes acontecimientos. Todos
sabían que la lanzadera en la que iba el malogrado príncipe Karst sufrió
múltiples impactos de meteoritos. Estaba muy cerca de Némesis y los radares no
detectaron nada anormal, ni otra nave, ni objeto que pudiese haberla atacado. A
eso siguió la profunda depresión de la reina Bauxita y su fallecimiento, y ese
escándalo de la princesa Ámbar que llevó más tarde a la muerte de esta. Sin
embargo, Corindón la quiso como a una hija y quizás, en su atormentada y
enferma mente, deseaba culpar a otra cosa.
Aunque la propia doctora debía admitir que algunas cosas no le
encajaban.
-No es mi papel hacer de detective, pasó lo que pasó.-
Meditó la galena deseando dejar eso a un lado.-
Por su parte, el rey dio la impresión de querer
decirle algo, pero guardó silencio. La doctora le administró sus medicinas y le
dejó descansar. Salió justo cuando el
príncipe Coraíon concluía su reunión y este fue informado de su presencia por
Lamproite.
-La doctora está con su Majestad ahora, Alteza.-
Comentó el joven.-
-Bien, aguardaré hasta que salga y le pediré un
informe.- Repuso el príncipe.-
Entonces
la vio y fue hasta ella, Topacita hizo una respetuosa inclinación y Coraíon,
lejos de dar rodeos, le pidió.
-Caminemos doctora, quiero que me cuente como está
mi abuelo.
-Muy bien, Alteza.- Asintió ella.-
La facultativa
le reveló lo que sucedía, el joven la escuchó con verdadero interés y cuando
ella hubo terminado, contestó.
-Es fundamental que mi abuelo pueda resistir un poco
más. Hay asuntos urgentes que requerirán mi atención y puede que deba salir del
planeta. – Le explicó de modo confidencial.-
- ¿Salir de Némesis, Alteza?- Se sorprendió su
contertulia.- ¿A dónde?
-No puedo decirle más. Únicamente que la necesito,
¿cuento con usted, doctora? ¿Seguirá ocupándose de mi abuelo?
-Por supuesto que sí.- Convino ella asintiendo con
vigor.- Haré todo cuanto esté en mi mano.
-Muy bien. Gracias por todo. Por cierto. ¿Qué tal va
su hija?- Le preguntó amablemente él, dejando al margen el tono palaciego.-
-Maray mejora poco a poco.- Repuso Topacita.- Entre
su juventud y su amor por el joven Cuarzo, espero que saldrá adelante.
-Así sea. Les deseo toda la felicidad.- Sonrió
Coraíon, despidiéndose de ella.- Ahora debo dejaros.
Así
la doctora se marchó. Pasaron algunos días y, en efecto, el joven príncipe se
ausentó encargando al duque de Green, uno de sus hombres de confianza y al
propio Lamproite, que se ocupasen de los asuntos de Némesis, asistiendo al rey
en su ausencia. Ninguno de los dos quiso preguntarle con detalle a dónde iba.
Pero para ambos, sobre todo en el caso del hijo de Crimson Rubí, aquella fue
una magnífica oportunidad de cimentar su prestigio e influencia. Además,
gracias a eso, Lamproite fue capaz de pedir formalmente la mano de Azurita. Los
padres de la chica no pusieron objeción ninguna. Sobre todo un aliviado
Lignito, tal y como su esposa pronosticó, vio eso mucho mejor que su temida
alternativa acogiendo muy favorablemente esa unión. Azurita desde luego aceptó
entusiasmada. Le gustaba mucho Lamproite, al que juzgaba muy apuesto. Asimismo,
en opinión de la joven y también de su madre, ese chico era una figura ascendente en la
Corte. De modo que estarían enlazando con la grandeza del planeta.
-Dile a tu hermano que podrá contar con un condado
muy pronto. Y tú, futuro marqués de Crimson, estarás a mi lado si me sirves
bien ahora. - Le aseguró Coraíon a Lamproite antes de marcharse.-
Éste
se alegró, aunque no todo fue perfecto. El príncipe se fue junto con el conde
Ópalo Ayakashi quien parecía gozar de su total confianza y el propio padre de
Lamproite y Berilo enfermó gravemente. La doctora Topacita tuvo que
multiplicarse dado que en los meses que siguieron todo se sucedió al mismo
tiempo, la adelantada boda de Lamproite y Azurita para que Rubí pudiera
presenciarla, el decaimiento final del Soberano y el anuncio de los esponsales
de Maray con Cuarzo. Y es que la familia Green, viendo como los Crimson subían
tanto, decidió que debían contrarrestar de algún modo aquello. Para los novios
eso desde luego no importaba, eran felices sabiendo que se tendrían el uno al
otro y que podrían casarse antes de lo esperado.
-No puedo esperar, cariño.- Le sonreía Maray, algo
más recobrada, en tanto paseaba con su prometido por los jardines del ducado de
Green- Emeraude. – Quiero que estemos juntos, como marido y mujer.
-Y no tendremos que hacerlo mucho ya.- Sonrió
alentadoramente él.- Pronto celebraremos
nuestros esponsales.
Maray
estaba muy dichosa y sonreía escuchando hablar a su prometido. Recorría esos
jardines llenos de flores y con algunos árboles bajo uno de los mayores domos
construidos en Némesis y se sentía la mujer más feliz de ese mundo. A veces,
eso sí, se veía obligada a parar y sentarse durante unos momentos, presa del
agotamiento.
-¿Qué tal te encuentras?- Quería saber su concernido
novio.-
-Mejor que nunca, estando aquí contigo.- Le sonreía
ella pese a todo, mirándole con arrobo.-
Él
le devolvió la sonrisa y tras una breve pausa prosiguieron su paseo. Algo
alejados, Topacita y su esposo Topace les observaban.
-Nuestra hija está muy feliz, eso me alegra.-
Comentó él.-
-Sí, ojalá que pueda ir fortaleciéndose con esa
misma ilusión como motor.- Suspiró su interlocutora.-
Aun
así su mirada contenía un poso de tristeza y su esposo lo percibió.
-¿Qué ocurre?- quiso saber.-
-Es que…será muy duro tener que decírselo.- Suspiró
Topacita con sus ojos haciendo aguas.-
-¿Te refieres a...?- Pudo replicar él.-
-Sí. Nuestra hija tiene una constitución muy
delicada. Apenas sí mejora con los tratamientos y sé que, cuando se case, lo
primero que deseará es darle un hijo a Cuarzo. Y eso sería muy peligroso para
ella.
-Pero si les cuentas algo de eso, no digo ya a
nuestra hija, sino a la familia de él…- Opuso un inquieto Topace.-
-Sé lo que sucedería. Posiblemente quisieran anular
el compromiso. Ante todo quieren tener vástagos que hereden nuestros
territorios.- Asintió ella, afirmando con pesar.- Es un dilema, conozco a Maray
y si ella lo supiese antes que ellos a buen seguro que se lo confesaría a su
marido. Posiblemente a él no le importase pero a su familia…estoy convencida de
que nuestra hija sería capaz de sacrificar su felicidad y renunciar a él para
que buscase a otra capaz de darle esos herederos que el padre de Cuarzo tanto
ansía, y eso la mataría igualmente. A veces creo que únicamente su amor por su
prometido es lo que le da fuerzas para seguir luchando.
Hubo
un denso silencio que pareció durar siglos hasta que Topace, suspirando
largamente tomó la palabra y comentó con tono reflexivo.
-En tal caso, si de cualquiera de las dos maneras su
vida estará en peligro, deja al menos que sea feliz. ¿Quién sabe? Tú sigues
investigando y has avanzado mucho. No dudo de que podrás ayudarla a ser madre y
a recobrarse.
Su
mujer asintió queriendo aferrarse a esa pequeña esperanza. Entre tanto, en otro
lugar de Némesis, y tras varios días con esas extrañas pesadillas en las que
aparecía aquella mujer repitiéndole ese mensaje, un preocupado Lignito acudió a
aquel punto que esa anónima individua le indicó en sus sueños.
-El cuadrante X.- Se dijo mientras bajaba del deslizador
y caminaba despacio hacia allí, apoyándose en su bastón y enfundado en un traje
espacial.-
Esa
parte de Némesis daba acceso a una de las simas más profundas del planeta.
Cerca existía un complejo que trataba de aprovechar aquella energía oscura que
brotaba del corazón de aquel mundo. En ese lugar preciso era tan densa y
concentrada que hasta podía verse a veces como una especie de columna parecida
al humo se elevaba de entre las grietas debido a que no estaba aislada del
espacio exterior por cubierta o domo alguno.
Por supuesto era una zona acordonada y nadie iba allí sin trajes
protectores o la debida acreditación. Lignito la poseía. Caminó de hecho
salvando cualquier control con el pretexto de hacer una revisión de rutina. Los
guardias, al ver sus credenciales, no le pusieron objeciones. Era un trabajador
veterano y conocido por muchos. Aunque ya en edad más que avanzada como para
haberse jubilado. No obstante, él deseaba honrar la memoria de sus padres,
haciendo cuanto pudiese por los habitantes del planeta que les acogió.
-Veremos si es que estoy senil o es que hay algo
aquí realmente.- Pensaba.-
Avanzó
un poco más, no podía ver a nadie en las cercanías. Por ello le sorprendió
escuchar una voz. Al principio creyó que era del transmisor que llevaba en el
traje, pero sonaba desde fuera del mismo. Era de mujer y supo enseguida que la
había oído antes.
-¡Vaya, al final has venido!- Oyó lo que parecía un
tono de sorpresa y aprobación que le halagó.- Eres valiente, enhorabuena.
Se
giró hacia su derecha y entonces la vio. Era esa misma mujer, la de sus sueños,
o quizás pesadillas. Morena, de ojos azules muy intensos, con un vestido malva
escotado y provocativo y calzando unos zapatos de mucho tacón. Esa moda desde
luego estaba muy desfasada. Era de los tiempos de su niñez. Muchos antes
incluso del Gran Sueño. Siglos atrás. Y por supuesto que no pegaba nada en el
exterior desprotegido de Némesis. Apenas pudiendo superar su asombro, replicó
preguntando.
-¿Quién eres?... ¿Por qué te apareces en mis sueños?
¿Y cómo puedes estar ahí, así? ¿Acaso eres una alucinación?
Y es que iba desprovista de cualquier traje o medida
protectora. Ningún ser humano podría estar ahí, tan cercano a la fuente de esa
energía, y además sin la protección de ningún domo directamente expuesto a las
condiciones del espacio exterior.
-¿Qué importa lo que sea yo? Lo que de seguro sé es que
ansias conocer la verdad. Y yo puedo revelártela - Contestó ella añadiendo con
un tinte de regocijo en su voz.- No te preocupes por mí, no me afectan estas
condiciones, es más, las considero realmente agradables.
-Dime, ¿cómo te llamas?- Insistió él.-
-Me llamo…bueno,
mejor dicho mi nombre fue Marla. -Contestó esa especie de aparición.-
Ahora se me conoce por otros muchos… pero eso no importa.- Se sonrió
sibilinamente para agregar.- David, dime. ¿Qué quisieras saber?
-Desearía que me aclarases aquello…de la amante de
mi madre. ¿Cómo es posible que tú?...en fin, hace muchos años de aquello. Y tú
eres muy joven.
-Lo consideraré como un cumplido.- Replicó su
interlocutora con expresión divertida.- Pero es verdad que las conocí. Verás,
no suelo ser sincera pero, en este caso, el placer de serlo superará con mucho
a cualquier engaño, no tendría sentido mentir.
-¿Qué quieres decir con eso?- Se alteró Lignito.-
Por
toda réplica, aquel extraño ser elevó una de sus manos y la pasó por delante de la cara de él. Al
momento ante David se abrió una especie de ventana en la que pudo ver un sitio
que le era familiar.
-Eso es…¡La pastelería de Gin! . La recuerdo de
cuando era niño.- Musitó con asombro.-
Y
no solamente eso, además, observó a dos personas sentadas en una mesa, ¡eran
sus padres! Aunque siendo los dos mucho más jóvenes. No podía oír de lo que
hablaban, aunque en un momento dado, su madre se levantó yendo al servicio.
Allí, tras salir de una cabina del retrete, se encontró con esa mujer morena
que él había conocido, esa tal Sabra…
-Tu madre y esa otra mujer se conocieron poco antes.
Y se veían a escondidas, en lugares
discretos para consumar sus pasiones. Por ejemplo, aquí. Como ves todo ocurrió
ante las narices del simple de tu padre.- Se burló la tal Marla mientras él
asistía a un apasionado beso entre su madre y esa mujer.-
Después
como un caleidoscopio de imágenes, las vio a ambas, quedando juntas, amándose.
Y finalmente un día, observó cómo su propio padre las descubría en una
discoteca, enlazadas en un intercambio de besos y caricias. El progenitor de
David huyó lleno de dolor y rabia. Aunque a la salida, un extraño individuo le
abordó…
-¿Quién es ese hombre?.- Quiso saber el chico.-
-Un peón que trabajó para nosotros, solamente eso.-
Replicó indolentemente su interlocutora.-
No
obstante, aquel hombre le dijo a Martin que era como el padre de Lignito se
llamaba, que él podría tener a Daphne, si hacía todo cuanto le dijera. Aquel
desesperado chico aceptó. Y así fue. Tras una serie de extrañas manipulaciones
que parecían ser debidas a un libro, Martin acabó topándose con Sabra en esa
misma discoteca tiempo después y la provocó de manera que ésta le agrediese.
Daphne estaba allí e interpretó aquello de un modo bien distinto a la realidad.
-¡Mi padre, entonces!…- Musitó él atónito y
espantado.-
-Sí, cambió el destino. Debo decir que, por mucho
que me repugnen los hombres, al menos debo darle el crédito que se merece.
Deseaba a tu madre y no paró hasta conseguirla. Yo hubiese hecho lo mismo por
cualquier medio, igual que él. -Sentenció Marla.-
Pero
eso no quedó ahí, hubo un juicio, una abogada alta y de pelo castaño y ojos
grandes y verdes, bastante hermosa, representó a Sabra. Marla no pudo evitar
una mueca de desprecio.
-¡Esa zorra!- Por una vez me alegré de que una mujer
perdiera contra un hombre. ¡Y para que yo diga eso!...
Tras
otra manipulación, Daphne llegó a pensar que su amante la había traicionado. ¡Y
la causante fue precisamente esa mujer morena que estaba junto a Lignito! Éste
la miró con asombro y espanto. ¿Cómo era posible?
-Lo pasé realmente bien. – Le confesó Marla
afirmando divertida.- Solamente me faltó poder liarme con tu mamaíta.
-¿Qué eres tú en realidad?- Inquirió David una vez
más con horror.-
-Lo que sea yo es lo que menos te debe importar
ahora.- Replicó secamente esa individua. –
Y
sin darle tiempo a responder le mostró más imágenes. Su madre, llena de odio y
deseos de revancha, cometió perjurio ante el tribunal, calificando a su amante
de una celosa obsesionada con ella. Dijo amar a Martin de corazón. Todo ante el
horror de Sabra y de su abogada quienes no comprendían lo que estaba sucediendo.
Después, el tiempo pasó. Daphne y Martin se casaron y al poco nació él. Pero la
madre de David se sentía desgraciada…
-¡Todo lo que ella me contó, era cierto! - Sollozó
el hombre, lleno de pesar.- Esa Sabra no era culpable de nada. Las engañaron a
las dos.
Y
para rematar vio como él mismo o, mejor dicho, su versión infantil, sorprendía
a su madre y a la doctora Sullivan en la cama. ¡En su propia casa! Y su padre
estaba allí también, quedándose tan perplejo como él. Pero el pequeño David
estaba enfermo y se desmayó. Sus aterrados padres dejaron al margen cualquier
otra consideración y trataron de auxiliarle. Lo mismo que la doctora. Ésta se
marchó poco después del planeta. Sus progenitores trataron de reconciliarse por
el bien de la familia, fruto de ese intento nació Leah. Más adelante sin
embargo, su madre se enamoró de una jovencita muy alta. Aunque ésta no
compartía sus inclinaciones.
-¡Y mira lo que le pasó a esa boba!- Se sonrió
Marla.-
Alguien
le echó ácido por la cara desfigurando a esa desgraciada. Pero eso pasó por una
razón. ¡El propio David siendo niño se lo contó al reverendo Corbin! Y este
hizo unas llamadas.
-¡Dios mío!- Exclamó Lignito al darse cuenta de
ello.- Tomaron a esa pobre chica por la amante de mi madre. ¡Y fue culpa mía!
Recuerdo como espié en el teléfono de mamá…
Al enterarse de ello y atar cabos la madre de David
tuvo tal ataque de ira y dolor que fue
al colegio arremetiendo contra el Obispo Corbin y el director. Luego llegó a la
clase de su hijo y quiso sacarle de allí. El niño se negó llamándola invertida
y su madre, con visible desesperación y herida en lo más profundo, le abofeteó.
-Recuerdo aquello con toda claridad. Me marcó.-
Confesó él, realmente impactado y añadiendo con gran tristeza por su pobre
madre.- Entonces la odié. Pero ahora comprendo por qué lo hizo…todos la
arrastramos y la arrinconamos sin dejarle ninguna otra salida…
Su
padre llegó junto con el director del centro, Daphne, llorosa y vencida, se
marchó tras decirle a David que siempre le querría.
-Ya no volví a verla hasta muchos años después.-
Recordó consternadamente él.- Y fue tarde para cambiar muchas cosas.
-¡Pues tu mamaíta se lo pasó muy bien en la Tierra!-
Se rio Marla.-
Y Lignito
pudo ver más imágenes de su madre. Como huyó, llorando tras dejarle un mensaje
a la única persona en la que podía apoyarse, su hermana menor Stephanie, la tía
de David. Daphne coincidió en la nave con Mei Ling, allí se hermanaron
contándose mutuamente sus problemas. Después llegaron a la Tierra y tras conseguir
establecerse le llegaron a su madre noticias de la muerte de su hermano By como
ella cariñosamente le apodaba.
-El pobre tío Byron…- Musitó David, recordando.-
-Sí, yo misma estuve a punto de conseguir que se
matase, le mandé hacia una nave que explotó. Todavía no sé cómo logró
sobrevivir. Pero los esbirros de ese Corbin finalmente hicieron el trabajo. -Le
contó esa individua, afirmando con una mezcla de regocijo y desprecio. – El
reverendo era un perro detestable pero sabía hacer las cosas. Tengo que
admitirlo.
-¡Ese malnacido! - Escupió David, siseando con
amargura.- Y pensar que casi creí que era una especie de santo. ¡Cómo me
engañó!
-Y tu mami quiso volver entonces, pero debido a una
amenaza de impacto de unos asteroides los vuelos hacia tu mundo desde otros
planetas, fueron interrumpidos.- Terció Marla para contarle.- Tu mamaíta,
desesperada, buscó incluso a su antiguo amor.
Y
Lignito asistió a eso también. Indagando con la ayuda de Mei Ling, Daphne al
fin pudo reunirse con Sabra. Tras reencontrarse, su madre descubrió que su
antigua amante se había convertido en un vampiro. Llena de dolor por no poder
retornar a su mundo y creyendo que quizás su familia habría sido exterminada
por un cataclismo planetario, quiso convertirse en lo mismo. Lo logró
finalmente a cambio de probar una especie de compuesto…
-Admito que yo quise también que me convirtiesen en
vampiro. Pero ahora veo que tuve suerte. Esto que soy ahora es mucho mejor…- Se
regocijó Marla, quien ignorando una vez más la pregunta de Lignito acerca de quién
o qué era realmente, le señaló más imágenes.-
David
vio cómo su madre se debatía en un estado de extraña mezcla entre estar muerta
y viva, y como se deterioraba físicamente. Al fin, sabiendo que tanto su amado
hijo como el resto de la familia estaban vivos, y que a ella en cambio le
quedaba muy poco de existencia, Daphne quiso retornar a su planeta. Finalmente
lo logró y lo primero que hizo al volver fue querer verle a él. El propio
Lignito se contempló a sí mismo ahora, como un joven de apenas dieciocho años,
quien lejos de alegrarse por su reencuentro, torturaba a su madre con unas
crueles palabras, llenas de odio y desprecio, rechazándola e insultándola sin
compasión.
-¡Estúpido crio ignorante!- Sollozó David,
censurándose a sí mismo.- ¿Cómo puedes tratarla así?
-¡Oh! Pobrecito.- Se burló Marla, fingiendo un tono
meloso y falsamente jovial al ver como las lágrimas caían por las mejillas de
su interlocutor.- ¿No me digas que esto te hace llorar?
-Si yo hubiera sabido entonces por todo lo que mi
madre tuvo que pasar.- Gimió él, que comenzaba a ver borroso.- No habría… no
hubiese actuado así…
Su
interlocutora le miró con escepticismo, preguntándole con melosa sorna.
-¿Te encuentras bien, abuelito? ¿Te estás quedando
sin aire quizás?
-Tengo que irme de aquí.- Pudo decir el aludido
comenzando a darse cuenta de lo que le sucedía.-
-¿No deseas saber qué fue de ella y del resto de tu
familia?- Le preguntó Marla, dándole a elegir.- Si te marchas ahora no tendrás
otra oportunidad.
Lignito
comenzaba a sentirse mal, estaba muy cansado, apenas sí podía respirar. Pero
pese a todo no podía quedarse sin conocer el destino de su madre y sus otros
seres queridos.
-Por favor.- Musitó, jadeando ahora a la busca de
oxígeno.- Muéstramelo..
-Solamente porque me lo pides tan educadamente.- Se
burló su contertulia, agitando una de sus manos y haciendo aparecer más
imágenes.-
Había
pasado la fiesta de los compromisos nupciales. Las dos parejas fueron a despedirse.
-Bueno.- Suspiró Martin, que ahora abrazaba a su ex
mujer.- Os deseo mucha felicidad.
-Lo mismo os decimos.- Sonrió Daphne.-
-Hoy, si os parece bien, Leah se quedará con
nosotros.- Intervino la tía de David, esa mujer llamada Stephanie, hermosa y
rubia como su madre, e incluso más alta, agregando con amabilidad.- Desearéis
pasar vuestra primera noche de casadas a solas.
-Lo mismo podría aplicarse a vosotros dos.- Sonrió
Sabra.-
-Bueno, para decidirlo, podríamos preguntarle a ella
dónde quiere estar.- Propuso desenfadadamente Martin.-
Esa
cría rubita y de ojos azules miró alternativamente a las dos parejas y
respondió.
-Donde vaya David.
Daphne
y su nueva esposa se miraron con cara de circunstancias, entonces estaba claro
que no iba a ser con ellas. Fue entonces cuando Stephanie comentó con tono jovial
para animarlas.
-Se fue pronto. Creo que había quedado con alguien.
-Sí, nuestro hijo también tiene sus propios
intereses amorosos.- Afirmó orgullosamente Martin.-
En realidad
él se acordaba que le dijo eso a su madre como excusa. Lo que verdaderamente
hizo fue reunirse con ese tal Basalto que le aguardaba y abordar una lanzadera
que acabaría por llevarle a Némesis.
-¡Pobres ilusos!- Se rio Marla que, moviendo sus
manos nuevamente hizo cambiar el escenario, explicando.- Tras varios días sin
saber de ti, ya no estaban tan contentos…
Y
ese tiempo transcurrió ante los ojos de Lignito. Pudo ver a su madre llorando.
Esa Sabra se inclinaba a su lado, preocupada por ella aunque intentando consolarla.
-Seguro que aparecerá. Ya lo verás.
-Algo me dice que no.- Sollozaba Daphne.- Que jamás
le volveré a ver…
Su
esposa movió la cabeza con incredulidad, añadiendo enseguida con el tono más
suave y animoso que pudo.
-Entiendo que ha sido muy difícil para él, y que ni
tu hijo, ni yo hemos empezado bien. Pero te prometo que trataré de ser
comprensiva. Y siempre estaré dispuesta a ayudarte. Si te dijo que no deseaba
verte junto a mí te daré el espacio que necesites. Invítale a venir a visitarte
cuando me vaya a la base.
-No es eso.- Suspiró su mujer.- Es que tengo un
presentimiento terrible. Como si ya no estuviera.
-¿Tiene que ver con lo sucedido aquí?- Inquirió
Sabra, ahora con mayor preocupación.- La verdad, nadie sabe qué ha pasado, pero
han estado haciendo pruebas y todo apunta a que un fenómeno muy extraño tuvo
lugar. Estábamos en el local de Gin celebrando y después, no recuerdo…bueno me
desperté en la cama contigo y todo parecía normal. Aunque, cuando fui a la
base, hablé con la capitana Hunter, coincidió en que había experimentado los
mismos síntomas. Incluso su esposo Giaal, pese a ser un extraterrestre con esos
poderes mentales tan notables, estaba totalmente desconcertado. Algo muy raro pasó,
de eso no cabe duda.
-Yo tampoco soy capaz de acordarme de esos momentos.
No sé si eso tendrá o no que ver.- Musitó su atormentada esposa, añadiendo.- Ni
mi hermana, ni Martin saben nada de él tampoco. Podría entender que no se
hubiese comunicado conmigo por estar dolido. ¡Pero no hacerlo ni con su padre y
con su tía que le ha criado. ¡Ni siquiera con Leah, él adora a su hermana
pequeña! No, Sabra, esto no es normal. Lo presiento, algo terrible ha debido de
pasarle.
Su
contertulia no dijo nada, se limitó a bajar la mirada. Al fin suspiró,
admitiendo.
-Hay algo que mi superiora me contó. No sé si estará
relacionado. Verás, algunas naves despegaron poco antes de que eso tan extraño
sucediera. Y una o dos al menos, no estaban registradas.
-¿Y si mi hijo ha ido en alguna de ellas?- Inquirió
la desasosegada Daphne.-
-Haré todo lo que sea necesario. Le pediré ayuda a
la capitana Hunter. Si esas naves han ido a Bios o a la Tierra e incluso a
Kinmoku, se podrá investigar. Habrá algún rastro. No pierdas la esperanza. Te
prometo que seguiré indagando.
Su
cónyuge se abrazó a ella sintiéndose mejor. Lignito veía eso ahora y sin dejar
de llorar, respirando trabajosamente admitió.
-Ella quería a mi madre de veras. Pese a lo que traté
de hacerle, deseaba ayudarla a encontrarme. Lo siento, no fui capaz de aceptar
que su amor era verdadero.
Y
ante sus ojos vio más imágenes. Rápidamente los años pasaron, pudo ver a su
hermana pequeña convertida en una hermosa joven, tan alta como su tía Stephanie,
y comentándole a ésta llena de ilusión.
-¿Crees que podré llegar a ser una modelo tan buena
como tú?
-Claro.- Sonrió ésta.- Y he hablado en persona con
Madame Turner.
-¿Con la directora de modas Deveraux?- Exclamó la
alborozada muchacha.-
-Sí, cariño, y le he pedido permiso para
matricularte en nuestra sede de aquí. Me lo ha concedido y ha asegurado que,
cuando completes tu formación tendrás una oportunidad de ir a la Tierra. Pero
deberás hacer méritos y ganártelo por ti misma. Yo no puedo hacer más.
-¡Haré lo que sea! Me esforzaré.- Le prometió la
muchacha llena de alegría.- Tú, papá, mamá y Sabra, estaréis muy orgullosos de
mí.
-Hazlo, tesoro. Aunque ya estamos muy orgullosos de ti.- Le
aseguró ésta.-
Y
una niña rubita de unos seis años aproximadamente, que estaba junto a ellas,
tomó una mano de Leah, exclamando muy entusiasmada.
-¡Vas a ser una super modelo, hermanita! ¡Como mamá!
La
aludida se permitió una fugaz sonrisa. Sin embargo, la alegría en su rostro se
desvaneció cuando, tras un suspiro, musitó con voz queda.
-¡Ojalá David estuviera aquí para verme ahora!
-¿Quién es David?- Quiso saber esa cría.-
-Nuestro hermano mayor, Charlotte.- Le explicó Leah,
sonriendo tiernamente a la pequeña, para aclararle.- El hijo de papá y de tu
tía Daphne…
El
aludido la observó con una mezcla de gran orgullo y tristeza, pero estaba cada
vez más mareado.
-Aguanta un poco más, no te pierdas el gran final.-
Le instó Marla.-
Más
escenas de la vida de su familia desfilaron ante él. Ahora, para su sorpresa,
vio a su padre con el pelo encanecido, sentado en una terraza junto a Sabra.
La mujer llevaba una especie de uniforme
militar y parecía que ostentaba una alta graduación. Ambos conversaban tomando
un café, una jovencita de cabello moreno se acercó a ellos.
-¿Desean alguna cosa más?
-No gracias, Aurora.- Repuso él.-
-¿Qué tal tus padres y tu abuela Ginger?- Se
interesó Sabra con amabilidad.-
-¡Oh, bien!, mis
padres están de viaje. Y mi abuela descansando en casa.
La chica se alejó para atender a más
clientes y Martín, suspirando con tinte resignado, le preguntó a su
acompañante.
-Entonces. No has
encontrado nada, ¿verdad?
-No.- Admitió su
contertulia moviendo la cabeza.- Llevo años investigando, se lo prometí a Dap.-
Fui a la Tierra, a Kinmoku, a Bios, incluso pregunté en la Luna a la reina
Alice y no obtuve resultados. Hasta la almirante Hunter se involucró, habló con
su amigo el general Malden, nada.
-¿Daphne lo sabe?
– Inquirió él.-
-No se lo he dicho
todavía, pero no creo que haga falta. Al menos ahora, se centra en Leah que
está deseando ir a la Tierra para desfilar en la casa Deveraux de allí, y en
nuestro hijo, ya sabes que John va a cumplir siete años la próxima semana.
Eso llegó a impactar a Lignito. ¿Acaso
tuvo su madre otro hijo? ¿Quizás pudo tenerlo con esa mujer? Pero la respuesta
le llegó enseguida, por parte de la propia Sabra quien posó una mano sobre las
de Martin para sonreír y decirle con un afecto realmente sorprendente.
-Sabes que te lo
agradezco desde el fondo de mi corazón. Fue una forma maravillosa de unirme a
vuestra familia.
-No debes darme
las gracias, Sabra. Sentí que os lo debía.- Musitó él.-
-Cuando pensé en
ello al principio creía que estaba loca. Pero se lo pregunté a Daphne y me
apoyó. Antes de atreverme a decírselo tuve miedo, supuse que a ella le
parecería algo inapropiado o terrible, pero fue al contrario. Me dijo, cariño,
esa sería la mejor forma posible de unirnos a todos.
-Yo tampoco lo
esperaba, y Stephanie fue muy comprensiva también.- Asintió él mirándola a los
ojos y esbozando una leve sonrisa.- Incluso comentó que, de este modo, nuestra
hija Charlotte tendría un hermanito de su edad con quien jugar.
Lignito no podía dar crédito a lo
que escuchaba. ¿Acaso esos dos habían engañado a su madre y a su tía?. Pero en
tal caso, no se lo habrían confesado tan abiertamente, ni ellas lo habrían
aceptado sin más. Y en efecto, se llevó una gran sorpresa al oír a su padre.
-John Byron es tan
hijo de ellas como tuyo y mío. Admito que, cuando me propusiste que donase mi
esperma para inseminarte, también lo juzgue como una locura. Pero luego
comprendí que, de ese modo, todos estaríamos realmente emparentados con lazos
de sangre.
Su contertulia asintió cordialmente,
no obstante entristeció su mirada para admitir.
-Sí, pese a todo,
Daphne jamás olvidará a David…sé que ese dolor lo lleva clavado en el corazón y
no puedo hacer nada para librarla de él. Lo mismo que tú. También sufres por tu
hijo, y lo lamento mucho…
Martin asintió con expresión entristecida. Lignito cayó entonces
de rodillas, llevándose las manos a la garganta…movía la cabeza entre sollozos
apagados. Quiso ponerse en pie pero le fallaron las fuerzas. Aquellas imágenes
desaparecieron y al fin se vio en donde realmente estaba. La propia Marla le avisó con un tono lleno de
sarcasmo.
-¡Vaya despiste!. No debiste alejarte tanto de los
domos con un simple traje espacial. Tus reservas de oxígeno están agotadas.
-No les hagas daño, por favor.- Suplicó su
interlocutor intentando arrastrarse de regreso al domo más próximo.-
-¿Yo?. ¿Dañarles? No te preocupes.- Se sonrió ella
dictaminando divertida.- Dije que iba a ser sincera y lo seguiré siendo. Aunque
quisiera, y te aseguro que me encantaría, no podría hacerlo. Tengo grandes
poderes eso es cierto, pero tu adorable familia está fuera de mi alcance. Por
otra parte, ya sufres bastante viendo las cosas tal cual han sido. No necesito
molestarme en hacer nada más. Y tengo otras muchas cosas más importantes que
atender, no te ofendas.
-Debo… volver...- Pudo musitar él, tratando de moverse
a duras penas.-
Aunque
ni apoyándose en su bastón lograba incorporarse. Marla no tardó en arreciar en
sus ácidos y despiadados comentarios.
-Míralo por el lado bueno. Tras unos años más,
Daphne murió la primera. A buen seguro debido a la pena de no tenerte más junto
a ella. ¡Pero mira, mira…no te desmayes todavía!…- Se rio Marla conjurando
imágenes de aquello.-
Y
el abatido anciano aun vio algo más, la escena de un funeral. Su hermana Leah ya
adulta, estaba allí presente en un cementerio, junto con un chico moreno y alto
de unos veinte años y otra joven de cabellos rubios también. Stephanie, y
Martin, ambos en edad madura, se abrazaban llenos de congoja, y Sabra, con
canas tiñendo sus morenos cabellos, y de uniforme, musitaba una oración ante un
ataúd.
-Amor mío, te fuiste antes que yo, siempre creí que
por mor de mi profesión sería al revés. Ahora únicamente espera, no sólo por
mí, sino por todos los que te amamos. ¡Ojalá que hayas visto al fin a David!
Un
individuo vestido con un traje de luto se
aproximó a ella, y le preguntó con tono lleno de respeto.
-¿Podemos proceder comandante Kensington?
-La interpelada asintió enjugando alguna lágrima
traidora que le resbalaba por las mejillas, y aquel féretro fue hecho descender
a un profundo agujero mientras los familiares le arrojaban flores…
Lignito lloraba viendo eso… Pese a ello, su interlocutora
no se ablandaba, alegando eso sí con falsa e irónica dulzura.
-Anímate, enseguida vas a poder volver a ver a tu
mamá y a pedirle que te cuente más cosas.
-No lo creo. Estará en el Cielo.- Suspiró el
anciano, afirmando con pesar.- Y yo iré al Infierno. Lo he merecido por mi
actitud…
-¡Oh, no! - Le susurró su interlocutora, agachada junto
a su escafandra con falsa dulzura, para trocar ese tono en otro lleno de
malignidad y sorna.- Tu madre estará ardiendo en el Infierno. De eso no tengas
ninguna duda. Bueno, si es que todavía conservas la fe en lo que predicabas.
Esa malvada desviada, llena de lujuria por las de su sexo, ¡ja, ja, ja!… espero
verla por allí cuando vaya de visita, para que pasemos los buenos ratos de los
que no pude disfrutar con ella mientras vivía…Imagínate, ¡orgias eternas entre
mujeres!
-¡Eres!...- Eres.- Quiso susurrar Lignito, desplomándose
al suelo, totalmente agotado y sin ser capaz de inspirar apenas debido al
agotamiento de sus reservas de oxígeno.-
-Soy el mal, cariño. Pura y simplemente eso. - Se
sonrió ampliamente su contertulia. –
- Y sin embargo, te doy las gracias.- Balbució él
con sus últimas energías.-
-¿Qué?- Se sorprendió su contertulia quien pareció
ahora desconcertada al preguntar.- ¿Por qué?
-No sé qué pretendías…realmente, pero…ha merecido la
pena… verles una vez más, saber que fueron felices…y sí, estoy seguro. Yo estaba
equivocado, ahora…lo sé… y…mi madre habrá ido al… Paraíso. No estaba en tu mano…
el poderlo evitar. ¿Verdad? Por eso…la odias tanto…
-No te equivoques, no la odio a ella en particular.
Una sola vida humana no significa nada para mí. - Replicó su interlocutora
exhibiendo una nueva sonrisa sarcástica para sentenciar.- Os aborrezco a todos y
lo mejor es que voy a transmitiros ese odio, lleno de ambición y de egoísmo,
para que os destruyáis con él.
Dicho
esto Marla se limitó a alejarse mirándole con desdén y Lignito quedó allí,
sufriendo y en agonía. Lo último que oyó fueron el resonar de aquellos pasos de
tacones a través de su intercomunicador. Después todo fue oscuridad, al término
de su vida. O quizás no del todo. Ahora estaba sumido en el silencio y la
negrura, al menos hasta que una voz dulce que, de inmediato reconoció, le habló.
Entonces una pálida luz se hizo delante de él. Ese destello comenzó a brillar
cada vez más y David fue capaz de ver una silueta de mujer, con largos y rubios
cabellos, que llevaba una inmaculada túnica, sonreía llena de afecto y ternura cuando
se aproximó a él.
-¡Mamá!- Fue capaz de decir, o quizás pensar el
anciano.-
-Mi amor.- Replicó al instante esa aparición que sin
embargo no parecía haber despegado los labios.- No sufras más. Todo ha sido
perdonado. Ahora podrás reunirte con nosotros…
Y
tras de ella, una especie de agujero de luz apareció como si fuera el extremo
de un túnel. Ahora David sintió que volvía a ser joven otra vez y percibió una
gran cantidad de agradable calor, experimentando al tiempo un sentimiento de enorme
paz y felicidad. Empero, pudo objetar con un leve atisbo de inquietud.
-Pero ella dijo…
-Nada debes temer ya, cariño. – Contestó
afectuosamente su madre, quien por unos instantes dio la impresión de tornar
ese jubiloso tono en otro lleno de censura, para sentenciar.- En cuanto a ese
ser con forma de mujer, ignórala, en verdad representa el mal. Es cierto que te
ha contado lo que sucedió en nuestra familia. Pero con el único propósito de
mortificarte. Aun así, has sabido ver lo bueno que tuvimos, perdonarme y
perdonarte. Un ser como ese, que únicamente conoce el odio y el vacío, jamás
será capaz de comprenderlo. Por eso ha perdido su poder sobre ti.
-Pero tengo otra familia. Mi esposa, mi hija. -
Objetó él, sintiendo pesar por dejarles.-
-Ten fe. -Le animó Daphne.- A ellos y a otros muchos
todavía les quedarán arduas pruebas que superar. Sin embargo, lo bueno y lo malo
tienen su propósito en esta historia y algún día todo se resolverá. Ahora debes
venir conmigo. Me han permitido acudir a tu encuentro para guiarte. Y esta vez,
mi querido hijo, nada ni nadie nos podrá separar…
Y
sintiéndose de nuevo confortado como cuando era un niño, David aceptó la mano
de aquel ente de luz que en la vida terrenal fue su madre, fundiéndose los dos en un abrazo para desaparecer entre
ese blanco resplandor, rumbo a la eternidad.
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