Ópalo fue llevado a los calabozos
una vez más. Sus guardianes le arrojaron dentro de una celda con nula cortesía.
Esto no le sorprendió. A su lado enseguida encerraron a Cinabrio. Éste se
hallaba en un estado tan lamentable que apenas sí podía pronunciar palabra.
Pese a todo, el conde le preguntó.
-¿Qué
sucedió? ¿Cómo te atraparon?
-Es..
estábamos…protestando, como acordamos.- Fue capaz de musitar con esfuerzo.-
Pero apenas comenzamos un grupo de androides nos atacaron. Jamás habían actuado
así, con tal violencia. Mataron a varios de los nuestros, los demás se
dispersaron presas del pánico. Intenté detener aquella masacre, razonar con
ellos. Pero fue inútil.
-¡Malditos
asesinos!- Rechinó el conde.-
-Dime,
¿has podido contarle algo al rey?-. Quiso saber su compañero, con evidente
interés.-
-No,
no me fue posible.- Se lamentó su interlocutor.-
Su contertulio apenas pudo
incorporarse ayudado por el conde, se sentó contra la pared de la celda y
moviendo la cabeza, sentenció.
-Entonces,
nada de esto ha servido. Fue un sacrificio inútil.
No obstante, Ópalo pudo esbozar una
leve sonrisa y replicar con tono animoso.
-No
todo está perdido, amigo mío. Pude ingeniármelas para darle algo al rey.
-¿Darle
algo?- Inquirió Cinabrio añadiendo con incredulidad.- Por muchos avisos que le
dierais, él solamente se fía de ese Sabio. No tenemos pruebas de nada.
-En
eso te equivocas. Lady Magnetita me dio algunas.
-¿Quién?
- Preguntó su contertulio, mirándole sin comprender.-
-Ya
te lo dije. La antigua camarera mayor de su madre, la princesa Ámbar. Me contó
lo sucedido y me dio las claves para entrar por un pasadizo secreto que ni el
mismo Sabio conocía. Y no únicamente eso…Además, me indicó como encontrar una
tarjeta de memoria.
-Magnífico.-
Afirmó desapasionadamente su interlocutor, conjeturando.- Y la tenéis aquí,
claro. No creo que sirva de mucho.
-No.-
Negó un satisfecho conde, desvelándole.- Pude dársela al rey. La metí en uno de
sus bolsillos cuando me eché encima suyo. La encontrará y cuando la vea,
comprobará que le dije la verdad sobre todo lo que he afirmado. Sailor Némesis
me explicó que, en esa tarjeta hizo duplicados de todo lo que sabía y vio.
Incluso fue capaz de ocultarla antes de que la expulsaran del palacio. A decir
verdad, de eso se ocupó el consejero Karst. Su padre adoptivo.
-Eso
está muy bien.- Convino Cinabrio, tratando de ponerse en pie con dificultad.-
-Ten
cuidado, estás muy malherido.- Le previno su contertulio con visible preocupación.-
-Quiero
estar levantado, para llamar a esos carceleros y decirles lo que pienso.-
Repuso el activista quien inquirió de nuevo.- Pero, ¿y si pese a todo el rey no
pudiera ver esa tarjeta?
-En
tal caso, mi esposa Idina ha recibido una copia. La envié antes de entrar.-
Afirmó él con alivio.-
-Al
menos no somos los únicos que lo sabemos. Espero que haya alguien más.- Comentó
Cinabrio.-
-No
por desgracia, salvo Sailor Némesis y mi esposa.- Repuso el conde.- Somos los
únicos que estamos al corriente. Bueno, si Dios quiere, el mismísimo rey lo
estará de un momento a otro.
-Eso
es bueno saberlo.- Se sonrió su contertulio quien entonces cumplió con su
palabra gritando.- ¡Carceleros! Venid aquí, estúpidos. Quiero deciros algo.
Ópalo se rio a su pesar. Aquel tipo
al menos tenía espíritu desafiante y de lucha. Aunque no tenía ni idea de qué
podría decirles a esos malditos androides que les custodiaban. Sin embargo, su
compañero de cautiverio parecía mantenerse bien en pie ahora.
-Este
tipo es admirable.- Pensó el conde.- No quiere perder la dignidad ante este
hatajo de máquinas.
Y le imitó, levantándose a su vez.
Incluso gritó llamando a los carceleros a coro con él. Al fin dos droidos se
aproximaron.
-¿Qué
deseáis?
-Salir
de aquí.- Repuso tranquilamente Cinabrio, espetando con todo el desprecio que
pudo.- O al menos, que nos hagáis un descuento por ser clientes habituales.
¡Malditas máquinas oxidadas!
Ópalo se rio. ¡Ojalá fuese así de
sencillo! Aunque he ahí que, para su sorpresa, uno de esos androides abrió la
celda y entró. Posiblemente fuese a recompensar ese desafiante gesto de
Cinabrio con algún golpe. De modo que el conde se puso en guardia, listo para
defenderse. No obstante, fue el primero en ser agredido. Un rápido puñetazo en
el estómago le hizo caer doblándose de dolor. Aunque para su asombro, no
provino de ese robot guardián, sino de su propio compañero quien ahora sonrió
malévolamente para declarar con burlesco tinte en su voz.
-Los
humanos sois ingenuos y estúpidos.
-¿Qué?-
Pudo gemir Ópalo, intentando recobrarse sin lograrlo todavía de los efectos de
ese golpe.-
-No
soy Cinabrio. Soy un droido que adoptó la apariencia de ese rebelde tras
aniquilar a la mayor parte de los suyos.- Le reveló ese robot, añadiendo con
sorna.- Y visto que ni tú mismo has
podido distinguirme, mi amo el Hombre Sabio estará muy complacido.
-¡Malditos
seáis!- Pudo escupir el conde intentando levantarse.-
Ahora fue el otro robot quien le
derribó de una patada. Alcanzado en el rostro Ópalo sangraba por la nariz, tuvo
que tapársela con una mano y apenas sí fue capaz de arrastrarse hasta la pared
contraria y apoyar la espalda.
-¿Qué
habéis hecho con Cinabrio?- Quiso saber el prisionero en cuanto pudo recobrarse
lo bastante como para hablar.-
Su
falso compañero le explicó casi con regocijo en el tono.
-Ese
traidor pudo huir, se nos escapó por poco. Pero no es un problema. Su banda de
criminales ha sido prácticamente destruida. No se nos opondrán más. Solamente
deseábamos saber si tenías información comprometedora. Ahora que me has puesto
al corriente se lo comunicaré al Amo Hombre Sabio. Él quedará complacido.
Tendrá que ocuparse del soberano. Ha llegado el momento del cambio.
Y dicho esto salió de la celda
dejando allí al desconcertado, atónito y abrumado Ópalo. Ahora el conde se
maldecía, en su ingenuidad había dado a ese bastardo de Sabio toda la
información que necesitaba. Incluyendo en ello el comprometer la seguridad de
su esposa y la vida del mismísimo rey.
-Perdonadme,
Majestad, Idina. ¡He sido un estúpido! - Se maldijo con amargura.-
Entre tanto, las terribles nuevas de
los ataques habían circulado por la Corte. Tal y como el Sabio le dijera a
Ópalo, el mismo príncipe Diamante acudió al ducado de Green- Émeraude. Junto
con unos droidos, exploró la zona y halló el cuerpo del duque y los restos de
aquella androide.
-¡Malditos
asesinos terrestres!- Espetó, entre furioso y consternado.-
No tardó en querer informar a su
padre para confirmar esa terrible noticia. No obstante, fue el Sabio quien
respondió.
-Príncipe,
debéis volver cuanto antes. -Fue la réplica de éste.- Estoy preocupado. El
enemigo sigue ahí fuera y pese a que pudimos eliminar y destruir a algunos de
los traidores, vuestra seguridad, y la de vuestra familia, está comprometida.
No tenemos manera de saber quiénes están detrás de estos ataques.
-Pues
es evidente que los agentes de Endimión.- Afirmó su interlocutor con plena
seguridad.-
-Eso
no lo dudo, pero desconocemos sus identidades aquí.- Objetó el encapuchado.-
-Volveré
lo antes posible. Debo estar junto a mi familia y darle esta trágica noticia a
Esmeralda.- Suspiró ahora con pesar.-
-La
Duquesa sabrá estar a la altura de las circunstancias. Si lo deseáis puedo
informarle yo de esto, cuando se lo cuente también a vuestro padre, para
evitaros semejante trance.- Le propuso su interlocutor.-
-No.-
Negó el joven.- Es mi obligación. No sería digno que le llegase por terceras
personas. Por desgracia soy quien ha encontrado el cuerpo sin vida de su padre
y quien lo trasladará a la capital.- Remachó el chico.-
-Puede
que fuera mejor sepultarle en sus tierras. A fin de cuentas, él las tenía en
mucha estima. Y su hija podría visitarle allí. Será un pretexto para que pueda
alejarse de la Corte y desahogar su dolor.- Le sugirió el encapuchado.-
-Sí,
tienes razón.- Admitió Diamante.- Esmeralda necesitará unos días para el duelo.
Y posiblemente quiera estar a solas aquí.
Así quedó convenido, en tanto el
marqués de Crimson retornaba de sus tierras sin encontrar nada más que manchas
oscuras con la silueta de sus difuntos progenitores. Lleno de ira juró venganza
contra los asesinos.
-¡Haré
todo lo que esté en mis manos para que lo paguen!- Rechinó entre lágrimas, en
tanto regresaba.-
Petzite se cruzó con su antigua
superiora en un pasillo y observó la cara de preocupación primero y de dolor
después, de la duquesa Esmeralda. La joven estaba muy inquieta por su padre. La
mayor de las hermanas tampoco quiso molestarla y siguió su camino. Quiso la
casualidad que el infante Zafiro se acercase a saludarla.
-Alteza.-
Pudo sonreír Petzite, sin apartar los ojos de él, aunque deseando saber.- ¿Qué
ha sucedido?
-No
lo sé con certeza. Estuve bastante ocupado revisando los sistemas de
alimentación de la caldera.- Le confesó él, quien no obstante, matizó.- Pero tengo
entendido que hemos sido atacados. Mi hermano regresará en breve, partió al
ducado de Green- Émeraude para tratar de contactar con el Duque Cuarzo.
-Espero
que su excelencia esté bien.- Deseó la joven.-
-Sí,
ojalá.- Suspiró Zafiro quien, observando a esa muchacha sonrió, para
disculparse.- Ahora debo irme. Tengo mucho trabajo, debo preparar más droidas y
asegurar el suministro de energía de emergencia por si hubiera que pasar a un
estado de alerta.
Petzite asintió levemente y le vio
alejarse con el rubor todavía instalado en sus mejillas. Aunque no tuvo mucho
tiempo para pensar en su amor imposible. Su hermana Calaverite llegó corriendo
hasta ella.
-Petzite.
El amo Rubeus está de vuelta y ha venido muy furioso.- Le contó con visible
preocupación.- ¡Han atacado sus tierras!
-¿Qué
has dicho?- Inquirió ésta con asombro.-
-Los
terrestres han lanzado una ofensiva.- Le contó su hermana.- Al parecer han
atacado el marquesado de Crimson y el ducado de Green-Émeraude. Al menos eso es
lo que se está diciendo.
La horrorizada Petzite enseguida
comprendió el motivo para esa cara de profunda zozobra que advirtió en Lady
Esmeralda. No pudo evitar preguntar con el temor reflejado en el rostro.
-¿Se
sabe algo de nuestro condado?
-Nada
que yo sepa.- Contestó Calaverite.- ¡Anda, vayamos junto con Rubeus, nos
necesita.- Le pidió a su hermana mayor.
Las dos acudieron de inmediato junto
a su jefe. Calaverite pese a todo todavía sentía algo por él. Aunque el joven
no estaba para recibir bonitas palabras de consuelo, únicamente quería
venganza. Una vez que las mayores llegaron a su lado, él ordenó que llamasen a
las otras.
-¿A
qué esperáis?- Les ordenó con enojo.- Os quiero aquí a las cuatro, tenemos que
limpiar Némesis de traidores pro terrícolas.
Sin atreverse a replicar ambas
asintieron, encaminándose a buscar a sus hermanas menores. Por su parte,
Bertierite estaba practicando ajedrez contra un ordenador. La muchacha había
crecido bastante y ya era casi toda una señorita. Pese a ello, gustaba de
llevar siempre esa especie de body ajustado que emulaba a sus trajes de baño.
Remataba el conjunto ahora con un par de botas por encima de la rodilla, todo
en color azul celeste. Así vestida, estaba tumbada boca abajo en un confortable
sofá, mirando hacia el tablero en 3-D con el que jugaba y elevando ambas
piernas para cruzar los pies de forma distendida.
-¡Vaya!.
Este nivel de dificultad me está dando mucho trabajo. No sé si debo mover la
torre o el alfil.- Musitaba con expresión concentrada contemplando sus piezas,
que eran las negras en esta partida.-
-Ama
Bertierite, te toca mover a ti.- Le recordó su rival.-
Lo hizo moviendo la torre para
enrocarse. El computador respondió de inmediato avanzando un caballo. Bertie
miró al tablero con gesto concentrado, intentando discernir la trampa que a
buen seguro su contrincante informático trataba de tenderle. Aunque no tuvo
ocasión de hacer un nuevo movimiento. La voz de su hermana Petzite la sacó de
su concentración.
-¡Vamos
Bertie! El amo Rubeus nos llama.
-¿Sabes
dónde está Kermesite?- Inquirió Calaverite a su vez.-
-Supongo
que practicando algo de danza.- Repuso despreocupadamente la interpelada,
añadiendo.- Computadora suspende la partida…
En efecto, la menor de las hermanas
se movía con elegancia, pasando grácilmente sobre la punta de los dedos de sus
pies de un extremo al otro de la sala de baile en la que estaba. Lucía aquel
tutú morado que tanto le gustaba y mallas. Girando sobre sí misma al compás de
un tema de música clásica, el cascanueces de Chopin, o dando gráciles saltitos
para volver al punto de partida. Estaba tan ensimismada en su arte que no se
dio cuenta en un principio de que alguien cortó la música. Entonces oyó la voz
de Petzite que le ordenó con sequedad.
-Rubeus
nos ha llamado. Vamos.
No es que estuviera muy presentable
tras sudar y moverse tanto. Pero no había más opción que acudir con celeridad.
-Ya
voy.- Pudo replicar, saliendo deprisa de esa estancia.-
Su amo las aguardaba ya, con su
característica impaciencia. Nada más verlas aparecer las abroncó.
-¿Se
puede saber dónde demonios estabais? Llevo un buen rato esperándoos.
-Perdónanos
amo, cada una estaba entretenida en diferentes actividades de entrenamiento.-
Se disculpó Calaverite. –
-¿Qué
actividades? ¡Vuestro deber es estar atentas a mis órdenes! - Espetó él
haciendo que todas bajasen la cabeza. –
Las dos pequeñas estaban demasiado
avergonzadas por haber llegado tarde, Bertierite temía esos arranques de genio
y Kermesite no podía soportar haber decepcionado a su idolatrado superior. Por
su parte, tanto Petzite como Calaverite, que no ignoraban la tragedia sufrida
por su jefe, no se atrevieron tampoco a oponer nada.
-Aguardamos
tu órdenes, amo.- Fue capaz de decir la mayor de las hermanas al fin, con toda
la humildad que pudo. -
-Tenemos
que prepararnos para una misión importante. Nos ocuparemos de dar su merecido a
todos los traidores que haya entre nosotros. Comenzando por esos rebeldes pro
republicanos, aliados con los terrestres.
En eso estaba Rubeus, cuando le
llegó una orden transmitida por un droido, era un viejo modelo.
-Marqués
de Crimson, su Majestad os reclama urgentemente en sus estancias. Lo mismo que
al infante Zafiro y al príncipe Diamante.
-Muy
bien.- Convino el aludido, calmándose un poco, para agregar con genuina
ignorancia.- Pero desconozco dónde puedan estar los príncipes. Supongo que el
infante Zafiro estará en la caldera y el príncipe Diamante regresando del
ducado de Green-Émeraude.
-Amo,
si me lo permites, creo saber dónde está el infante Zafiro.- Se decidió a
intervenir Petzite.-
-Ve
en su busca pues.- Le ordenó su interlocutor.- Las demás aguardad aquí.
-Sí,
amo Rubeus.- Contestaron todas a un tiempo.-
Entre tanto, Diamante había llegado
a palacio. Nada más entrar se dirigió directamente a los aposentos de
Esmeralda. La joven duquesa estaba arreglándose un poco, ataviada con ese
vestido negro aterciopelado, botas de ante con alto tacón hasta la rodilla y un
gran collar de piedras de su mismo nombre.
-Espero
estar presentable para cuando el príncipe regrese.- Se decía con una mezcla de
inquietud y esperanza.- Supongo que habrá hablado con mi padre. ¡Ojalá que esté
todo bien!
Le sorprendió por tanto que el
mismísimo príncipe llamara a su puerta. Ella se
agitó, ruborizándose de inmediato, abrió con la mejor de sus sonrisas,
aunque nada más ver el gesto entristecido y grave de Diamante, la borró de su
rostro.
-Alteza.
¿Qué ocurre?- Pudo preguntar con un tono de prevención y temor.-
-Esmeralda.-
Fue capaz de suspirar él, tratando de no enfrentar sus ojos malva a los
avellana de ella.- Lo lamento mucho. Debo darte una terrible noticia.
La chica palideció cuando él tuvo
finalmente el valor de notificarle el asesinato de su padre. Hasta estuvo a
punto de desmayarse. Diamante se adelantó para sujetarla. En medio de todo el
dolor por la pérdida de su ser más querido ella se alegró al menos de que él
tuviera ese detalle.
-¡No!-
gimió ella, abrazándose al consternado príncipe.- ¿Cómo ha sido?- Repetía una y
otra vez, ¡mi padre, no!
Diamante únicamente pudo estrecharla
entre sus brazos intentando darle un mínimo consuelo. Estaba triste y
enfurecido a partes iguales.
-No
sé cómo, pero te aseguro que lo pagarán.- Le prometió él.-
Llegó entonces aquel droida quien,
en nombre de su padre, le ordenaba presentarse en sus estancias de inmediato.
Esmeralda se separó de su abrazo y tratando de sonreír pese a su dolor asintió.
-Alteza,
debéis iros. Yo… estaré bien aquí.
-Volveré
enseguida.- Le aseguró el chico tomando una mano entre las de él, a fin de
insuflarle algún ánimo.-
Después de unos instantes de
contemplar como la pobre chica ahogaba unos sollozos él se alejó. Esmeralda
cerró la puerta de sus habitaciones y entonces rompió a llorar. Al menos
Petzite se sentía mucho más alegre cuando fue a avisar a Zafiro. El joven había
estado revisando algunos sistemas de palacio y estaba algo tiznado de grasa.
Nada más verle ella le transmitió esas órdenes y sacando un fino pañuelo quiso
limpiarle cuidadosamente una mejilla.
-Alteza,
tenéis una mancha.- Le informó con timidez.-
-Gracias.
Me recuerdas a mi madre.- Sonrió él.- Ella solía limpiarnos así a mi hermano y
a mí.
Ella no supo como tomarse eso,
decidió que era sin duda un cumplido.
-El
hecho de compararme con la reina Amatista es un honor que no merezco, Alteza.-
Pudo musitar.-
-No
te hagas de menos. Tú eres una gran chica.- Afirmó él, tomándola de ambos
brazos y aproximándose.-
La joven creyó morirse de vergüenza,
aunque también se sentía en una nube. No quería que el tiempo transcurriese.
Para su desgracia, voces de otras personas, dirigidas al infante, rompieron
aquella especie de hechizo.
-Alteza,
rápido. ¡Vuestro padre!
-¿Qué
ocurre?- Inquirió el atónito Zafiro separándose de Petzite.-
-Señor,
venid enseguida.- Le pidió uno de sus cortesanos.-
Zafiro asintió y corrió siguiendo a
ese individuo. Petzite se quedó allí, sin saber casi como sentirse.
-Mi
príncipe.- Sonrió levemente ella, todavía colorada.-
El que sí se sentía muy mal era
Coraíon. Una hora antes había encontrado aquella extraña tarjeta. No tardó en
colocarla en un aparato adecuado, ese que tenía de su abuelo, y poder acceder a
la información. Al principio se sorprendió. Solamente se veía un largo
pasadizo, como un túnel. Al poco oyó voces. Una de ellas le era familiar por
grabaciones que había visto desde niño.
-¡Mamá!-
Exclamó.-
Y es que su madre era ahora visible
en la imagen, y no estaba sola. Junto a ella, una hermosa mujer de cabellos
morenos ondulados y ojos azul-grisáceos la escoltaba. Las dos se tomaban de las
manos. Fue Ámbar quien, con tono dulce, se dirigió a esa cámara que la grababa
y declaró.
-Mi
querido hijo. Estoy grabando este mensaje para el día en que seas lo bastante
adulto como para comprender. Estoy aquí, en un pasadizo secreto que incluso el
mal que nos acosa ignora. Junto a mí se encuentra mi fiel dama Magnetita. O lo
que es lo mismo, Sailor Némesis, la protectora de este mundo, designada
directamente por la reina Serenity para ayudarnos. Y también mi amada. Sé que
te parecerá raro, pero cuando tu padre murió, una parte mía lo hizo con él.
Solamente Magnetita ha podido devolverme la alegría de vivir. Bueno, ella y tú,
sois lo más preciado que tengo. Quisiera poder explicarte esto y que lo
comprendieras. Por desgracia, hay otras preocupaciones mucho más graves ahora.
Sé que no debe de quedarme mucho. Hay un terrible mal en este planeta, se
oculta en lo más profundo del mismo, pero se manifiesta a través de entes
diabólicos que se ocultan bajo falsas palabras de amistad y ayuda. Aquí tenemos
la amenaza de una tal Marla que quiere poseerme. No puedo dejar que lo haga. Y
si alguna vez pudo controlarme momentáneamente y por su causa te traté mal o te
grité.- Fue capaz de decir, antes de atragantarse con algunos sollozos.- ¡Lo
siento, cariño!, no era tu madre quien te hablaba. Por favor, espero que me
perdones…Lo que más siento es que su influencia sobre mí va ganando terreno, y
puede que llegue un día en el que yo ya no pueda resistirla…
-Tenemos
que irnos ya, Ámbar.- Le susurró afectuosamente la otra mujer, acariciándola
una mejilla.- Yo debo marcharme de la Corte. Nuestros padres nos dejaron unos
minutos para despedirnos. Deben de pensar que seguimos en tus habitaciones. Por
su propia seguridad y la tuya no pueden descubrir este pasadizo, mi amor.
Su interlocutora asintió, deseando
concluir su declaración con una advertencia.
-No
fíes en extraños que vengan de fuera con palabras lisonjeras. Ni de entes que
se oculten tras ropajes que no desvelen su rostro. Cuando Marla ha intentado
controlar mis pensamientos yo también he podido ver algunos de los suyos. Sobre
todo, hijo mío. ¡No te fíes de ningún encapuchado! Son siervos del mal que
quieren destruirnos , y tratarán de volverte contra la Tierra.
-Serenity
y Endimión no son el enemigo. Lo es Caos, quien mora en el interior de este
mundo.- Apuntó la dama Magnetita con tono imperioso aunque dulcificó el mismo
con una sonrisa para dedicarle unas amables palabras a su futuro oyente.-
Coraíon, seguramente no te acordarás de mí cuando veas esto, pero he llegado a
quererte como a un hijo. Mira esta grabación con mucha atención. He dejado
cámaras en estado latente por muchas estancias de palacio. Si ese mal encarna
alguna vez y anida en cualquiera de ellas, será registrado y grabado en esta
tarjeta que te dejamos. Es lo último que podemos hacer para protegerte. Por
favor, cuídate mucho y haz honor al sacrificio que tu madre y yo vamos a hacer
por ti.
Y no dijeron más, las dos mujeres
apoyaron la frente una contra la otra y se dieron un ligero beso en los labios.
Al fin el mensaje concluyó. Tras el mismo el espantado rey pudo oír y ver
muchas de esas grabaciones que daban fe de lo que su madre le había advertido.
Incluyendo algunas que captaban a su consejero conspirando contra él y los suyos.
-¡No
puede ser!- Exclamó Coraíon entonces.- Mi amada esposa Amatista y Ópalo tenían
razón. Es todo culpa del Sabio. Y él la mató y ha tratado de volver loco a mi
amigo. ¡Maldito sea!
No tardó en acudir a un droido, un
viejo modelo que tenía de los tiempos de su abuelo. Le programó para que fuera
a buscar a sus hijos y a cuantos nobles pudiera encontrar, lo antes posible.
-No
me fio de los droidos de la guardia. Es el Sabio quien les da las órdenes.-
Rechinó entre dientes.- ¡Ese bastardo traidor encapuchado!
-Me
herís con esos lacerantes comentarios, Majestad.- Fue la sarcástica réplica que
obtuvo.-
Ante él, flotando a su estilo
habitual y acariciando ese bola que ahora refulgía en tonos rosados, estaba ese
individuo.
-¡Tú!
¿Cómo has entrado aquí?- Demandó saber el rey.-Te ordeno que comparezcas ante
mí y los notables de Némesis para explicar esto. Serás juzgado por traición.
-¿Que
me ordenáis?- Se burló su interlocutor elevando su rosada bola.- Mucho me temo,
rey Coraíon que ya no vais a poder darle más órdenes a nadie.
Y fue concluir esa frase y comenzar
a reír con histriónicas carcajadas. Coraíon enseguida quiso salir y llamar a la
guardia, pero la puerta de su habitación estaba cerrada al tiempo que una
extraña nube vaporosa se iba esparciendo por toda la estancia.
-¿Qué
es esto?- Exclamó el monarca mirando en derredor.-
-Vuestro
fin.- Replicó el Sabio con regocijo.- Sí, Majestad. Ya no me sois útil. Ahora
será vuestro hijo quien ocupe vuestro lugar y sea mi marioneta para concluir la
misión que tengo asignada.
-No
te lo permitiré. ¡Te haré pedazos! - Estalló su contrincante, intentando alcanzarle.-
Pero era inútil, el Sabio seguía
riéndose y levitó fuera de su alcance. Coraíon se trastabillo. Los efectos de
ese gas comenzaban a pasarle factura. Sentía una gran dificultad para respirar.
Al fin el soberano cayó al suelo, arrastrándose hacia su cama como pudo. Su
enemigo entre tanto aprovechó para hacerse con esa tarjeta, sentenciando.
-Esto
no es para que lo vea ningún curioso. Es una pena, Coraíon. Vuestra madre y esa
entrometida de Sailor Némesis queriendo salvaros han sido al fin las causantes
de vuestra muerte. Si hubierais seguido en la ignorancia esto no habría
ocurrido. Al menos no todavía.
El interpelado quiso replicar, pero
no era capaz de hablar, sus cuerdas vocales se paralizaban. Al menos esa nube
iba remitiendo. El Sabio entonces desapareció teletransportándose de allí. Al
cabo de unos minutos que a Coraíon le
parecieron eternos, tocaron a la puerta.
-¡Majestad!¿Estáis
bien?. Responded.- Inquirió la voz de Rubeus.-
Pero el interpelado era incapaz de
elevar la voz lo bastante. Así tras unos instantes, Rubeus insistió.
-Majestad.
¿Estáis ahí? ¿os sucede algo?
-Derribemos
la puerta.- Le ordenó Diamante que había llegado a tiempo de oír eso.-
Entre ambos arremetieron contra esa
puerta que, pese a ser maciza, no tenían ningún tipo de blindaje especial. Al
fin lograron vencer su resistencia y abrirla. El primogénito del rey entró
descubriendo a su padre tumbado en la cama. A duras penas respiraba, los ojos
se le entrecerraban y daba la impresión de estar apagándose por momentos.
-¡Padre!-
Exclamó, tratando de reanimarle.- ¡Rápido Rubeus, que venga un médico!
-Enseguida,
Alteza.- Asintió el interpelado que salió corriendo en busca de alguno.-
Fue entonces cuando se cruzó con uno
de los cortesanos. No tardó en preguntarle.
-¿Dónde
está el doctor Jaspe?- Inquirió haciendo referencia al nuevo médico de
palacio.-
-No
lo sé, Señor Rubeus.- Repuso aquel tipo.-
-Ve
en busca de un médico y avisa al Infante Zafiro. ¡El rey está muy grave! - Le
indicó el pelirrojo que prosiguió con su carrera.-
Aquel individuo corrió a su vez dirigiéndose a la sala de
calderas. Allí vio al infante Zafiro quien estaba acompañado de una de las
hijas del conde de Ayakashi, según creyó recordar. Le llamó y el joven se
apresuró a seguirle. Ahora llegaron para reunirse con Diamante que intentaba
auxiliar a su padre. Coraíon le miraba casi con los ojos saliéndose de las
órbitas, aferrándose con una mano a la pechera de su hijo.
-El…Sabio.-
Intentaba decir, sin ser capaz de articular más palabras.-
-Sí,
padre, le haré llamar. Espero que él pueda ayudarte.- Se apresuró a responder
el asustado joven.-
-No…hijo…no…
confíes…-Intentaba decirle con todas sus fuerzas empero, apenas un gemido
apagado podía salir de sus labios.-
Sin embargo, Diamante no era capaz
de entenderle. En ese instante Zafiro se unió a él, intentando ayudar.
-¡Padre,
aguanta! Han ido a buscar al médico.- Le dijo tratando de sonar más tranquilo.-
Aunque la vida se le escapaba a
Coraíon, al fin, Rubeus llegó junto con el médico.
-Abran
paso.- Ordenó a algunos cortesanos curiosos que se arremolinaban en el exterior
de las estancias reales.-
Y
más atrás, observando aquello sin inmutarse, el Sabio levitaba en el pasillo.
Jaspe llegó al fin y trató de reconocer al soberano. Enseguida quiso
administrarle alguna droga estimulante para reanimarle, pero fue inútil. El rey
luchaba por seguir respirando pero, poco a poco su cuerpo se iba paralizando,
hasta que, finalmente perdió la batalla, dejando de existir.
-¡Padree!-
Gritó Diamante abrazándose a él.-
-¡Sabio!-
Le reclamó un desesperado Zafiro.- Haz algo, por favor.
-Ojalá
pudiera, Señor. Pero me temo que el rey ha debido de ser envenenado. Esos
mismos rebeldes que nos distrajeron con sus ataques han podido colarse a través
de un pasadizo secreto muy antiguo. Desconocíamos su existencia, pero debieron
de hallarlo de algún modo.
Aunque podía ahorrarse las explicaciones,
ambos príncipes lloraban amargamente la pérdida de su padre. Ellos no podían
saber sin embargo que, con su último aliento de vida, Coraíon se vio rodeado de
su amada esposa y de su madre. Ambas le miraban pese a todo con gesto
alentador.
-Me
muero y ese malvado ha ganado. Tendrá a nuestros hijos, Amatista, a tus nietos,
mamá. En su poder. Y es por mi culpa. Por haberme dejado engañar por él.
-No
debes culparte. Todo lo que suceda deberá de ocurrir así, amor mío.- Le sonrió
Amatista.-
-Pero
debes tener fe en tus hijos. Mis nietos deberán sufrir pero finalmente serán
capaces de vencer.- Sentenció Ámbar.- Ahora debemos dejarles esta lucha a
ellos. Nuestro momento ha pasado. Ven con nosotras, cariño. A un lugar en el
que ya no sufrirás.
Y así, el alma de Coraíon pudo
partir junto a ellas sintiéndose más aliviada. Cosa que desgraciadamente no
podían saber los que allí quedaban llorándole. Al poco rato la noticia se
extendió por toda la Corte y el planeta. El funeral de Estado se celebró dos
días después. De luto riguroso Esmeralda y las hermanas, junto a Rubeus y
Turmalina, Kiral y Akiral, secundaron a los dos desconsolados príncipes.
-He
echado a faltar al conde de Ayakashi.- Musitó Zafiro, estando cercano a la hija
mayor del mismo.-
-Alteza,
nuestro padre hace días que no se comunica con nosotras. – Suspiró Petzite.-
Esperamos que nada malo le haya sucedido.
-Ojalá
que no.- Convino el chico.-
En ese instante, el Sabio pasó a su
lado e intervino comentando.
-El
conde Ópalo salió en una misión encomendada por su Majestad poco antes de
morir. Iba en busca de pruebas para incriminar a esos terroristas y demostrar
su relación con la Tierra. Pero mucho me temo que tampoco yo sé dónde pueda
encontrase ahora.
Y en eso precisamente el encapuchado
no mentía. Volviendo al día anterior, justo tras la muerte del soberano, Ópalo
fue sacado de su celda por dos androides quienes lo llevaron a rastras hacia un
oscuro corredor.
-Bueno,
supongo que ese bastardo ha decidido matarme y enterrarme aquí.- Se sonrió
resignado a su suerte.-
-Vais
a ser llevado al astropuerto para embarcar en una nave.- Le informó un droido.-
Eso le extrañó. No esperaba que ese
encapuchado le enviase al destierro. Quizás pudiera escapar de a donde fuera
que le mandase y volver para luchar contra él cuando estuviera preparado.
-Mi
error fue dar la cara. Ir de frente y decirle a ese mal nacido lo que pensaba
de él. - Se lamentaba.- Pero la próxima vez seré más prudente. No me verá
venir. – Pensó en tanto le conducían fuera de los calabozos.-
Una vez salió de ellos y del
palacio, recorrió un largo túnel. A final del mismo pudo ver una gran extensión
bajo cúpula que albergaba una pequeña lanzadera. Allí, a la puerta, le aguardaba
la duquesa Turmalina.
-¿Qué
haces tú aquí?- Se sorprendió el conde una vez más.-
-Quería
despedirme. Sé que has sido acusado de delitos muy graves, Ópalo.- Afirmó ella
con pesar, eso sí, admitiendo.- Aunque no creo que hayas tenido nada que ver
con el asesinato del rey.
Aquello impactó a su contertulio,
enseguida preguntó, exclamando entre atónito y horrorizado.
-¿El
asesinato del rey?¿De qué demonios estás hablando?
-¿Es
que no lo sabes?- Inquirió ella a su vez mirándole perpleja.-
-He
estado encerrado en una maldita celda durante más de un día entero. No sé que
ha pasado en palacio.- Repuso él.-
-Debemos
partir, señora duquesa.- Intervino uno de los droidos.-
-Solamente
serán unos minutos, No creo que eso os cause ningún quebranto. Ahora apartaos,
deseo despedirme del Conde de Ayakashi en privado. - Replicó ella con tono
autoritario.-
-Como
vos digáis.- Obedeció el androide.-
Y en tanto los robots guardianes se
alejaban unos pocos metros Turmalina le hizo a Ópalo un breve resumen de la
situación. El noble estaba lleno de rabia y de tristeza y estalló.
-¿Es
que no lo ves? ¡Ha sido él! Ese Sabio maldito. Nos está eliminando uno a uno.
-¡Basta,
Ópalo!- le pidió ella con incredulidad e incluso pesar al oponer.- Han sido los
agentes terrestres infiltrados. Ellos liberaron una sustancia tóxica en los
aposentos del soberano.
-¡No
seas ilusa! - Exclamó su interlocutor, siendo sujetado por esos androides que
habían acudido prestos cuando él se agitó, profetizando con una mezcla de
impotencia y amargura.- Algún día verás la verdad y entonces será ya muy tarde.
Acabará contigo lo mismo que está haciendo con nosotros. Abre los ojos y
reacciona antes de que seas la siguiente, Turmalina. ¡Sabes que yo jamás te
mentiría en algo así!
La duquesa ordenó a esos robots que
volvieran a apartase, cosa que estos hicieron. Aunque miró ahora con temor a su
contertulio y dudó. ¿Y si Ópalo estuviera diciéndole la verdad?. Desde luego no
le creía capaz de haber atentado contra la vida del rey. Aparte de ser su leal
vasallo, habían sido amigos. Aunque no deseaba pensar que él estuviera en lo
cierto. ¿En qué le convertiría eso a ella? Sería una colaboracionista y una
traidora. ¡No!, a buen seguro el pobre conde de Ayakashi había perdido la
razón.
-Abogaré
por ti ante el príncipe Diamante.- Le prometió intentando sonar conciliadora.-
Seguro que todo esto ha sido un malentendido.
Ópalo sonrió sardónicamente,
moviendo la cabeza. ¡Era inútil! Turmalina jamás aceptaría aquello. Mejor
dicho. Estaba claro que no quería aceptarlo. A su pesar él lo podía comprender
mejor que nadie. Durante años había estado en esa misma situación de comodidad,
cercano al poder y sin cuestionarse ningún consejo del Sabio. Y por si fuera
poco todas las apariencias estaban en su contra, habiendo perdido todas las
pruebas a su favor. Al fin suspiró resignadamente para declarar.
-Entonces
hazme únicamente un favor. Si algo me sucediera contacta con mi esposa, hazle
saber que hice cuanto pude. Y que la quiero, a ella y a nuestras hijas.
Eso casi desconcertó más a
Turmalina. No le hacía ninguna gracia la idea de presentarse ante la legítima
mujer de su ex amante y menos para decirle aquello. Sin embargo, esbozó una
débil sonrisa y asintió.
-Claro,
pero ya verás como todo volverá a la normalidad pronto. Podrás ir con ella a
decirle tú mismo lo que quieras.
Y con esa pequeña esperanza Ópalo
fue conducido fuera de allí. Turmalina recordaba aquello con una mezcla de
temor y consternación, tras haber oído al Sabio responder a la hija mayor del
Conde. De hecho, después el funeral los días siguieron pasando y nada se supo
de él. La nave que lo transportaba había desaparecido en su ruta. Nadie tuvo
conocimiento nunca de hacia dónde se dirigía. Aunque, lo que más
sorprendió a la duquesa fue que las
propias hijas del Señor de Ayakashi dejasen al poco tiempo de preguntarse por
él.
-¿Tendrá
que ver quizás con esas extrañas exposiciones a la energía oscura?- Se
preguntaba la noble.-
Ella
desde luego nunca quiso someterse a eso. Y es que, cada vez que las hermanas
Ayakashi, Rubeus, e incluso Esmeralda, (quien tras el funeral de Coraíon fue en
efecto al sepelio de su padre acompañada de los príncipes y se quedó allí
guardándole duelo durante unos días), y el propio Diamante, tomaban una sesión,
su comportamiento se tornaba más extraño. Turmalina no podía precisar
exactamente en qué. Aunque le daba la impresión de que estaban más ausentes y
suspicaces, centrándose únicamente en sus labores. De hecho vio como, poco a
poco, el príncipe se volvió más frío, secundado por Rubeus quien tenía grandes
deseos de vengarse de la Tierra también merced a las cosas que el Hombre Sabio
le había contado, y a lo que él mismo vio cuando estuvo tras aquellos
disidentes y en una posterior visita en el ducado de Green. Por no hablar de la
propia muerte de sus padres por quienes asimismo se ofició un responso y hubo
un funeral en el marquesado de Crimson, donde acudieron a su vez los nobles más
destacados y los príncipes. Aunque, como en el caso de los demás, la tristeza o
el dolor por aquello se había visto gradualmente reemplazado por el odio y el
revanchismo. Además, el joven pelirrojo acudía asiduamente a ver a ese
consejero. Una de tantas veces el Sabio le comentó.
-Rubeus.
He estado hablando con el príncipe Diamante sobre ti.
-¿De
verdad?- Se interesó el chico observando a su interlocutor con ojos bien
abiertos. -
-Le
he comentado cosas acerca de tu trabajo con las cuatro hermanas y el empeño que
pones en cumplir con tu cometido. Está muy satisfecho. Y me ha dicho que
cuentas con su total confianza.
Aquello
hizo sonreír al complacido joven. Esa era una magnífica noticia, aunque
enseguida el Sabio ensombreció su tono para desvelarle.
-Y
te necesitará antes de lo que crees. Puesto que negros nubarrones se ciernen
sobre nuestro planeta.
-¿A
qué te refieres?- Quiso saber el chico ahora con gesto inquieto. –
-Aún
es pronto. No puedo decirte más por ahora, pero sigue adiestrando a tu equipo
con el mismo tesón que hasta ahora. Necesitaremos gente capaz para los retos
que están por venir. Sé que eres un muchacho sano, que gusta de relacionarse
con jovencitas. Sin embargo, debo pedirte que, al menos con las cuatro
hermanas, te centres únicamente en su preparación. Otra cosa podría muy
peligrosa para vosotros en las actuales circunstancias. De hecho, es arriesgado
pero necesario, Tanto tú como tus subordinadas deberéis aumentar la dosis de
energía oscura que recibís para ser capaces de cumplir con vuestros cometidos.
Rubeus
asintió, aquello de los riesgos no le preocupaba demasiado, pero no quería
perder la oportunidad de lo que él consideraba una inmejorable ocasión para
ascender. Y por otro lado, había
comprobado que, tras las repetidas exposiciones a esa energía, sus fuerzas
habían aumentado. Incluso emulando a las hermanas había adquirido unos extraños
poderes. Ahora era capaz de lanzar proyectiles de energía a modo de esferas de color rosado o
bermellón. Desde luego que cumpliría con su cometido y seguiría el consejo del
Sabio. Tanto él como las cuatro hermanas comenzaron a someterse pues con mayor
regularidad a esa toma de energía. Ellas por su parte, tomaban asiento ya con
indiferente cotidianeidad en esa sala especial en donde era irradiadas. Allí,
mientras tenía lugar el proceso, una voz resonaba en sus mentes.
-Hermanas
Ayakashi, Némesis es vuestro padre y vuestra madre. No tenéis más familia.
Vivís para servir fielmente al príncipe Diamante y a vuestro superior, Rubeus.
Y para escuchar los consejos del Sabio, que es quien sagazmente os dirige en la
mejor forma posible hacia el éxito de vuestra misión. Tenéis que hacer cuanto
os sea necesario para asegurar el futuro y la victoria de nuestro mundo sobre
los enemigos que tenemos en la Tierra. En particular, contra esa malvada reina
Serenity y sus crueles guerreras. Ellas son el origen del mal que perturba y
daña a nuestro planeta. Solamente desean nuestra destrucción.
-Sí,
amo Hombre Sabio.- Repetían ellas mecánicamente, totalmente sugestionadas,
durante aquel proceso.- Debemos destruirlas antes de que ellas nos destruyan a
todos nosotros.
Por
su parte Esmeralda, apenas repuesta de su duelo, veía como Diamante cada vez la
ignoraba más. El consejero de la Corte
le dijo que se debía a todo lo malo que había tenido que soportar por parte de
la Tierra y al embrujo de Serenity. El encapuchado también tuvo ocasión de
charlar amistosamente con la joven duquesa. Cierto día, en unas estancias del
palacio, el Sabio la hizo llamar.
-¿Deseabas
verme?- le preguntó ella –
-Pasa,
Esmeralda.- Le pidió él con amabilidad ofreciéndole una silla que señaló con la
manga de uno de sus brazos para que la chica se sentase. – Por favor…
La
muchacha obedeció con gesto expectante. Sin mayor dilación el Sabio le dijo con
tono grave.
-Tengo
noticias terribles. Y he pensado que tú, como la más leal servidora de nuestra
difunta reina, debes ser la primera en saberlas.
-¿Antes
aún que el príncipe Diamante o el infante Zafiro?- Se sorprendió la muchacha. –
-Sería
demasiado doloroso para ellos conocer lo que te voy a revelar. Confío en ti
puesto que eres de nobles intenciones y amas a nuestro gentil príncipe.- Remató
el Sabio –
Y
de entre los pliegues de su hábito extrajo una bola de cristal en tanto le
explicaba a la chica.
-Cuando
el príncipe fue a la Tierra grabamos estas imágenes de sus audiencias.
Esmeralda
pudo ver e incluso escuchar algunas de las groserías que Diamante tuvo que
sufrir. Las guerreras guardianas no se recataron de insultarle y humillarle. El
Sabio le mostró además unas imágenes de la propia Serenity donde la soberana le
calificaba como inexperto embajador ante las sonrisas de sus cortesanas.
-¡Malditas
rameras! – Pudo escupir la muchacha llena de ira. - ¿Cómo se atrevieron a
insultar así a nuestro gentil príncipe?
-Y
eso no es todo. – Agregó consternadamente el Sabio. - Por suerte tenemos
informadores que obtuvieron más datos.
Para
horror de la chica algunos retazos de conversaciones de las guardianas
terrestres se referían a conspiraciones. La palabra Némesis salió a relucir e
igualmente el nombre de Amatista, su difunta soberana. Y por si fuera poco,
pudo ver al propio Diamante mirando a esa maldita reina terrestre de un modo
que parecía embrujado. Al concluir, Esmeralda hervía de indignación y rabia. El
Sabio por su parte le comentó.
-Desde
que os estáis exponiendo al cristal negro vuestras percepciones y poderes han
aumentado, pero todavía queda un largo camino por recorrer. Seguimos siendo
vulnerables. Solamente te pido que vigiles bien a Diamante para que los ardides
de esa malvada reina no le alcancen. Te confesaré que estoy muy preocupado. Si
ella lograse hechizar a nuestro joven heredero sería terrible. Y creo que ya lo
ha intentado cuando él estuvo allí.
¡Claro!, pensó ella, ahora todo encajaba. Por
qué sino ese deseo tan antinatural de Diamante por aquella mujer. Desde hacía
un tiempo no dejaba de nombrarla casi en cualquier conversación, por
intrascendente que fuese. Era evidente para Esmeralda que su pobre príncipe
estaría siendo víctima de un embrujo. La muchacha se sentía impotente y le
preguntó al Sabio con tono desesperado.
-¿Y
qué puedo hacer yo? No soy rival para los poderes que tiene esa mujer.
-Lo
serás cuando aumentes tu exposición al cristal negro. No temas. Dentro de poco
podrás ser capaz de anular su maligna influencia sobre Diamante. Pero debo
advertírtelo, podrías correr riesgos.
-No
me importa. – Afirmó ella con determinación, sentenciando. – Por nuestro amado
príncipe haría cualquier cosa.
El
Sabio asintió complacido, para declarar ahora con tono de satisfacción.
-Sabía
que podía contar contigo Esmeralda. Ahora eres tú la única que puede ocupar el
lugar de nuestra reina y proteger a su hijo. Así cumplirás la palabra que le
diste a nuestra amada soberana antes de que ella fuese tan vilmente asesinada.
Igual que le sucedió a tu padre, el pobre Duque Cuarzo, quien se hubiese
sentido muy orgulloso de ti.
Ella
asintió y aunque tras esas exposiciones a la energía oscura, el evocar a su
progenitor casi no le producía ya ninguna emoción, no sucedía así al pensar en
Diamante o incluso al recordar a la madre de este. Por ello aceptó de buen
grado someterse a mayores dosis todavía. Deseaba ser más poderosa y ganarse la
atención del príncipe. Y con cada sesión de aquellas irradiaciones, la que
fuera una chica de nobles intenciones y carácter, fue albergando cada vez más
odio hacia la reina Serenity y lo que representaba. En su opinión era
sencillamente una ramera, ducha en el arte de la traición, la manipulación y el
engaño. La culpaba sin dudar de que planease la muerte de la reina de Némesis.
Y sobre todo, la muchacha tuvo cada vez más deseos de ocupar el corazón
del heredero al trono a toda costa.
-No
os preocupéis mi gentil príncipe Diamante.- Pensaba ella con más rabia y
obsesión, llegando a ser algo enfermizo. - Yo os libraré del embrujo de esa
asesina, y honraré la memoria de vuestra madre. Me cueste lo que me cueste.
Zafiro, pese a ser menos pasional,
también comenzaba a querer venganza. El Sabio se ocupaba a su vez de
proporcionarle cada vez más herramientas para sus inventos e ideas. Al
principio el joven no daba la impresión de querer aceptar esas ideas
conspirativas que acusaban a la Tierra. Aunque la muerte del rey Coraíon fue el
punto de inflexión. Más cuando, tras una investigación, se descubriera un
pasadizo secreto que comunicaba con las habitaciones reales y en el que se
hallaron restos de cápsulas venenosas.
-Esta
claro que alguien estuvo aquí y liberó gas letal desde este lugar. Nuestro
pobre padre fue cobardemente envenenado sin que nadie pudiera enterarse.-
Concluyó el Infante cuando tuvo una charla con su hermano mayor.-
-¿Estas
seguro de eso?- Quiso asegurarse Diamante entre horrorizado y lleno de ira.-
Y el Sabio, presente en aquella
reunión, intervino apoyando a Zafiro.
-
Lo siento príncipe. Para mí tampoco hay ya ninguna duda. Vuestro hermano tiene
razón. El doctor Jaspe concuerda asimismo en ello. Recordad que os lo advertí.
-
Sí, es verdad. Me lo dijiste varias veces pero no quise creerlo. No pensé que
esos malditos terrestres osaran llegar tan lejos. ¡Atreverse a asesinar a mi
padre! Esto no va a quedar así. ¡Ya es momento de nuestra venganza! – Espetó el
ahora enrabietado heredero al trono. -¡Juro que lo pagarán, pagarán con sangre
y fuego todo esto!..- Escupía entre dientes. -
Sin
pérdida de tiempo convocó a la asamblea de nobles del reino que a su vez
clamaba también venganza. Entonces, espoleado por aquel ambiente de odio a los
terrícolas, el joven se erigió delante de todos ellos subido en la tarima del
trono y gritó.
-¿Queréis
venganza? ¡La tendréis y no seré coronado como rey hasta que lo logre, os juro
que destruiré Cristal Tokio hasta los cimientos y mataré a todos sus
habitantes! Siguiendo con nuestro programa de rearme ordenaré construir la
mayor flota espacial que se haya visto jamás. ¡Acabaremos con esos asesinos de
la Tierra para siempre! Entonces y solamente entonces, me proclamaré rey, no
únicamente de Némesis sino de la Tierra y de la Luna - y la eufórica asamblea
aclamó a su nuevo soberano quien ahora se sentía completamente embriagado por
sus deseos de venganza, así sentenció. – Recobraré lo que es mío por derecho y
os daré la retribución que merecéis. Al fin, la hora del desquite de Némesis ha
llegado.
Así, en un aparte durante un receso
de la asamblea, el Hombre Sabio le sugirió llevar una señal de duelo por su
padre. El encapuchado quiso dirigirse a él estando los dos a solas.
-Majestad…
-Tal
y como he dicho, no seré digno de ser llamado así hasta que no cumpla con mi
promesa.- Le recordó severamente el príncipe.-
-Perdonadme,
Alteza.- Rectificó humildemente el Sabio, para proseguir.- En mi opinión, como
muestra de respeto y devoción al recuerdo de vuestros amados padres, y evocando vuestros legítimos derechos,
deberíais llevar una marca que los haga patentes ante todos, especialmente,
para los habitantes de la Tierra.
-¿De
qué marca me hablas?- Quiso saber el joven.-
-De
la marca de la Luna Negra, Alteza.- Le respondió su interlocutor, refrescando
su memoria.- Acordaos que muchos de los colonos que aquí llegaron, los pioneros,
fueron liderados por vuestro abuelo Corindón. Él era un líder de ese clan.
Aquellos que ya entonces se opusieron a la tiranía de los soberanos
terrestres. Una media luna negra, con
las puntas hacia abajo, era su símbolo. En total oposición al emblema de la
monarquía terrestre.
Diamante asintió pues recordó en efecto la luna dorada que
la Reina Serenity llevaba en su frente con las puntas hacia arriba. Aunque
enseguida objetó, algo remiso tras pensar en esa hermosa soberana.
-Pero
no creo que ella tenga la culpa. Quizás sea ir demasiado lejos.
-Por
el contrario, Alteza. No culpo a Serenity. Es más, el símbolo que ella lleva ha
sido corrompido por los manejos de su malvado esposo. Vos debéis librarla del
mismo.
-Y
hacer que ella adopte el mío.- Completó el joven, con evidente agrado, al
remachar.- Tienes toda la razón, Hombre Sabio. Ella debe ser liberada de ese
malvado que tiene como marido.
-Si
vos así lo estimáis, mi príncipe. Es lo que debe hacerse. - Convino su
interlocutor.-
-Quiero
tener esa marca, ya.- Le ordenó Diamante.-
-Como
ordenéis, Alteza.- Asintió el Sabio bajo su capucha.-
Y sacando uno de sus extraños dedos
que brillaban con colores iridiscentes de su manga derecha, disparó una pequeña
cantidad de energía en la frente del príncipe. Al poco una media luna negra con
las puntas hacia abajo se dibujó en ella. Cuando pudo verse en un espejo,
Diamante sonrió con expresión de triunfo. Ahora estaba totalmente decidido.
Nada le haría apartarse de su objetivo. No tardó en reanudar el pleno y
dirigirse a todos sus notables.
-
Escuchad- declaró el joven mostrando su frente a los allí congregados. - Ésta
será desde ahora nuestra marca. La marca del clan de la Luna Negra. Desde este
momento ordeno que todos mis súbditos deberán llevarla. Por mi parte, yo
obligaré a la reina Serenity a cambiar su marca por la nuestra y será mi
esposa, como botín para nuestro mundo.
-
Pero príncipe ¿Os casaríais con una enemiga? - Objetó la horrorizada Esmeralda,
allí presente, sin poder creer lo que oía. -
-
Sí, - afirmó Diamante explicando sin ningún tipo de recato ya, algo que el
propio Sabio le había sugerido a su vez en sus frecuentes charlas privadas
cuando escuchaba en confidencia los deseos del joven. - Porque de ese modo
gobernaría de derecho ambos reinos. Además, quiero que sus bellos ojos me miren
con amor.
Y
aunque esto último era una idea exclusivamente suya, para él era otro
razonamiento de tanto o mayor peso que el anterior. Pese a ello, todos los
allegados al príncipe se miraron algo sorprendidos, pero finalmente les pareció
muy bien. Máxime cuando el Sabio intervino arengando a los allí congregados.
-Todos
debéis jurar eterna fidelidad a nuestro príncipe soberano y futuro rey de
Némesis y la Tierra. Arrodillaos y juradle lealtad al príncipe Diamante. – Les
conminó con tono teatral y grandilocuente.-
Así, los asistentes a ese histórico
momento doblaron la rodilla, jurando ser fieles hasta la muerte a su nuevo
gobernante. Y estaban realmente dichosos de hacerlo. Excepto, claro está
Esmeralda, quien, a pesar de imitar al resto en el gesto y las palabras de
lealtad que pronunciaron los demás, para su horror confirmaba así lo que el
Sabio le desvelara. Entonces el consejero intervino una vez más, apresurándose
a vitorear a Diamante.
-
¡Larga vida y prosperidad a nuestro príncipe y futuro rey, y a la Luna Negra!,
nueva marca de su dinastía.
Esmeralda no quiso oír más, se giró
lentamente alejándose del salón del trono mientras el resto de la corte se
sumía en una especie de celebración. Pero ella no tenía ganas de festejar nada.
Estaba muy dolida por los planes del príncipe, ¡casarse con esa reina que tanto
daño les había hecho y a la que ella culpaba de la muerte de la madre de
Diamante! ¡Cómo extrañaba ahora a su padre!. En un instante de debilidad
hubiese querido tenerle allí y confesarle todo lo que sentía, su amor no
correspondido, su tristeza y su amarga desesperación por lo que juzgaba una
locura para Diamante y Némesis. Pero la dura realidad se imponía. El duque
Cuarzo fue asesinado por agentes de la Tierra. ¡Espías de Serenity!.
-Si
mi padre viviera a buen seguro que me hubiese dicho que mi deber como súbdita
leal es obedecer los mandatos del príncipe.- Suspiró con pesar.- Además, la
propia reina Amatista me pidió que le protegiera. Y eso haré. Aunque sea de él
mismo.- Decidió con determinación.-
Curiosamente,
pese a ir perdiendo poco a poco sus mejores emociones y los cariñosos recuerdos
que había guardado de la reina y de su padre, esa misión persistía. La tenía
muy dentro del corazón. Por ello, Esmeralda no podía marcharse y dejar sólo a
Diamante precisamente en esos terribles momentos.
-Es
ahora cuando más me necesita. De no ser por él, me retiraría a mis tierras y
olvidaría completamente esto. - Se decía tratando de darse ánimos.-
Aunque siempre
había albergado la esperanza de que su rango fuera el suficiente como para
poder disfrutar del amor del príncipe. Esa ilusión, pequeña pero factible, de
que éste no encontrase ninguna princesa casadera. Realmente no las había ya
exceptuando algunas de linajes terrestres casi olvidados, como el de la propia
madre de Diamante que fueron absorbidos por el Milenio de Plata. Eso le había
dado una posibilidad. Siendo duquesa de Némesis, una importante noble de dicho
planeta, las leyes le hubiesen permitido desposarse con un infante o incluso un
príncipe, si éste no encontraba otra pretendiente más elevada. Aunque bien
podía jurar Esmeralda que a ella nunca le interesó el trono, sólo deseaba que
su amor por el príncipe fuera correspondido. Ahora se daba perfecta cuenta de
que eso no sería posible. Pese a lo mucho que eso la hería, viéndolo con
pragmatismo, le idea del príncipe no era tan descabellada. Serenity, tal y como
decía Diamante, sería una reina consorte ideal para unir a ambos mundos y
sellar así una alianza que elevaría el poderío de Némesis amén de reparar la
injusticia del destierro secular que sufrían los nativos de este planeta. Con
la unión de ambos linajes y un posible heredero común todos saldrían ganando.
Política, militar y económicamente, razonándolo fríamente eso sería lo más
adecuado. Quería pensar así con la cabeza pero su corazón se revolvía una y
otra vez. Eso no podía ser bueno para su planeta, ni para Diamante. ¡No podía
ser, ella no lo permitiría! Volvió a recordar a la difunta soberana.
-Se
lo juré a la reina Amatista Nairía en su lecho de muerte.- Musitó entre
dientes.-Cuidaré de él.
Aunque también se debatía entre este juramento y el de fidelidad que había hecho a
la corona, y pretender ir contra los deseos de éste era traición. No sabía qué
hacer. Pero encontraría una manera. ¡Esa ramera terrestre jamás se quedaría con
su príncipe! Ella moriría antes que permitirlo. Estaba pensativa cuando Rubeus
se acercó a ella y se apoyó en una columna próxima con los brazos cruzados,
mientras le decía con bastante sorna.
-
No parece que el anuncio de nuestro amado príncipe te haya hecho mucha gracia,
Esmeralda. Te veo muy reflexiva. ¿Es que estás haciendo cábalas sobre tu futuro
en la Corte?...
-
No sé de qué me estás hablando. - Contestó ella visiblemente molesta, tratando
inútilmente de evitar que se le notara. -
-
Yo creo que sí.- Respondió Rubeus mientras se sonreía con regocijo del gesto de
contrariedad de su interlocutora, sobre todo cuando añadió. – Recuerda que hace
tiempo ya te lo advertí. Si Diamante se casa con Serenity me temo que tus días
de protagonismo en la Corte estarán contados. Eso, claro está, de no ser que la
nueva reina te ofrezca ser también su dama de compañía. Como su camarera mayor
seguro que sabrías prepararle bien la alcoba para cuando tuviese que recibir en
ella a nuestro príncipe y futuro rey.
-¡Eso
jamás! - Escupió Esmeralda entre dientes bastante enojada ahora, imprecando a
su interlocutor. – Rubeus, eres un miserable. Tu ambición no se detiene ante
nada. Tú serías capaz de servir como reina a la mujer que mandó envenenar
a nuestra legítima soberana y que
orquestó la muerte de nuestros padres.
Aquellas recriminaciones parecieron
molestar a su contertulio durante unos instantes, aunque retornando a su
pragmatismo enseguida replicó.
-
Yo serviré a la persona que nuestro príncipe elija para ser su reina. Tengo un
juramento de lealtad hacia él.- Le contestó el muchacho añadiendo con retintín
a modo de amenaza - y tú también lo tienes, procura no olvidarte de eso. O
alguien te lo tendrá que recordar, de un modo u otro.
Ahora Rubeus se deleitaba en
contemplar como Esmeralda temblaba de furia a pesar de que la joven tratara a
toda costa de controlarse. Ella nunca le había caído bien, la creía una niña
mimada que había tenido la suerte de estar sirviendo a la reina por
recomendación y por su linaje distinguido. Demasiado altanera y orgullosa y con
mucha ambición para haberse fijado en él. A decir verdad, Rubeus se había
sentido atraído por ella desde el primer día. Pero al cabo de múltiples
desprecios, sobre todo de aquel con el que humilló cuando llegó a hacerla esa
velada propuesta de matrimonio, había llegado a profesarla una auténtica animadversión.
Esto era mutuo, Esmeralda le había considerado como un oportunista que se había
refugiado al lado del príncipe. Siempre adulándole e incitando a Diamante a
todo tipo de excesos y tratando sistemáticamente de apartar al príncipe de su
lado. Además de haber intentado hacer de ella misma una más de sus conquistas,
de someterla como a las cuatro hermanas que le servían o a cualquier otra mujer
de la corte que le llamase la atención. En opinión de la chica, Rubeus era sólo
un niño mal criado pero muy peligroso por su gran influencia con el príncipe.
Hasta ese momento los dos se trataban lo menos posible y siempre con una helada
indiferencia, con una falsa cortesía. A
medida que fueron experimentando mayor exposición a la energía oscura su mutua
antipatía fue creciendo. Rubeus por ejemplo, pasó de ser un muchacho vital y
espontaneo a alguien más frio y calculador. Con una clara ambición de ascenso y
de poder. En Némesis parecía ahora que quien estuviera más cerca del príncipe
podría llegar a ser la persona más influyente de la Corte. Ahora que las cartas se ponían boca arriba
Esmeralda sabía que él estaba disfrutando con su enfado y que eso era lo que
ese estúpido engreído quería. Decidió cambiar de táctica y le dijo con la voz
más calmada y fría.
-
Rubeus, yo también acataré mi juramento, serviré al príncipe en lo que me pida.
Y seguro que tú con lo valiente que eres, serás el primero en marchar contra la
Tierra si ésta nos amenaza. Aunque claro, eso podría ser peligroso y quizás
prefieras quedarte en retaguardia aconsejando a su Alteza. - Dijo ahora de
forma bastante irónica. -
-
Puedes estar segura de que no temo a nada, ni a nadie. - Contestó él enojándose
a su vez con pulla. - Me ofreceré voluntario para cualquier misión contra la
Tierra que el príncipe disponga.
-
No esperaba menos de ti. - Replicó Esmeralda de nuevo utilizando la ironía para despedirse de la forma más fría que
pudo. - Ahora discúlpame, debo atender otros asuntos.
Y sin esperar la réplica de Rubeus,
se dio media vuelta y se marchó. Ganas le hubieran dado de fulminarle con los
poderes emanados de la energía oscura que estaba adquiriendo. Y es que, desde
hacía ya algún tiempo, la joven pudo comprobar cómo era capaz de lanzar rayos e
incluso crear vendavales teñidos con esa misma negra opacidad que estaba
absorbiendo en sus exposiciones.
-No
es el momento adecuado.- Meditó con un malsano regocijo en tanto se
alejaba.- Sin embargo, algún día me
ocuparé de darte tu merecido…
Mientras tanto en la sala, el resto de los presentes
seguían proclamando su adhesión al todavía príncipe. Así, en pocos días,
comenzaron los preparativos para la invasión. Tal como Diamante prometió se
prosiguió la construcción de una gran cantidad de naves de combate que se
dirigirían hacia la Tierra. Algunas ya habían sido iniciadas antes de la muerte
de su padre. Por aquel entonces Coraíon frenó parte de los recursos que su hijo
hubiera deseado destinar a las mismas, alegando que existían necesidades más
importantes. Ahora no obstante, Diamante supeditó todo al incremento de aquella
flota. Durante semanas inspeccionaba los trabajos a diario y al terminar la
jornada se sentaba en su trono con una
copa de vino en las manos, observando complacido los progresos. Su hermano
Zafiro pese a todo era un poco más realista y siempre le recordaba.
-
Diamante ¿Crees que este gran esfuerzo merecerá la pena? No olvides que lo
principal es mantener la reacción de la caldera para poder dominar la energía
oscura que es lo que le da calor y luz a nuestro planeta.
-
Es por vengar a nuestros padres y a nuestro mundo. - Replicó él con brusquedad.
- Cualquier sacrificio será poco…
-
Lo sé y lo entiendo - convino Zafiro que no obstante, objetó. - Pero me he
estado encargando de la caldera durante años y quizá no soporte tanta presión.
Necesitaremos aumentar mucho su energía y eso nos llevará tiempo.- Añadió algo
preocupado por el tono de su hermano. -
-
Claro y de eso te encargarás tú.- Contestó Diamante ahora usando un tinte e voz
más conciliador para añadir. - Ya sé que lo llevabas haciendo hasta ahora de
forma extraoficial. Pero el Hombre Sabio me ha contado como te has esforzado y
deseo premiarte, hermano. Tú serás el jefe oficial de la caldera. Eres el mejor
ingeniero de Némesis y la persona en la que más confío.
-
¡Muchas gracias!,- exclamó Zafiro que sonrió muy contento. Diamante le devolvió
la sonrisa a lo que el más joven de los hermanos repuso con renovado
entusiasmo. - ¡No te preocupes, cuenta conmigo, lo conseguiremos!
El
Hombre Sabio apareció en ese momento, su voz sonó triunfal cuando reportó.
-Los
preparativos están listos. Nuestra flota puede partir hacia la Tierra en cuanto
lo dispongáis, Alteza.
-Entonces
no perdamos ni un segundo más. – Ordenó el príncipe. -
-Vuestros
deseos son órdenes, Señor. – Replicó humildemente el encapuchado. -
-Y
recuerda, hombre Sabio. - Le indicó Diamante. – Serenity debe ser respetada. No
quiero que sufra ningún daño. Atacad y destruid todo excepto el palacio donde
ella habita.
-Se
cumplirán tus órdenes a rajatabla, mi príncipe.- Replicó el consejero haciendo
una sentida reverencia bajo su sayal. –
El encapuchado se retiró. Alguien le
vio salir flotando del salón de palacio. Era la duquesa Turmalina. Aquella
mujer incrédula al principio pensaba cada día más en Ópalo y en sus
desesperadas advertencias.
-Esto
no está bien. Aquí suceden cosas muy extrañas. Ya nada ni nadie es como antes.-
Pensaba con creciente temor.-
Y es que ella era de las pocas que
seguía sin someterse a esa energía oscura. Le había dado largas al Sabio
pretextando que deseaba viajar a su ducado para ponerse al día en las mejoras
del mismo.
-Yo
no entiendo de alta política. Lo que siempre quise fue mi poseer mi propia
heredad. Y ahora me da la impresión de estar estorbando aquí. - Argumentaba
ante el consejero en una de las veces que él la llamó a sus estancias.- Y allí
tengo mucho por hacer.
-Bien.-
Convino éste.- En tal caso, podrías solicitar al príncipe un permiso para
viajar a tu casa. Estoy seguro de que Diamante te lo concederá…
Y Turmalina así lo esperaba. Estaba
realmente deseosa de salir de allí. Su antiguo amante tuvo razón. Némesis se
estaba abocando hacia un conflicto contra la Tierra. Y mientras su mundo se
preparaba para la guerra en el exterior, algunos resistentes trataban de
hacerle frente en el interior. La propia duquesa había oído cosas. Aquel líder
disidente, el republicano Cinabrio, pudo escapar y no perdía ocasión de atentar
contra droidas o infraestructuras a fin de sabotearlas. Eso sí, de forma que
ninguna persona resultase dañada. Se rumoreaba también que tenía un poderoso
aliado o aliada, eso último no estaba claro.
-Ese
hombre estuvo junto con Ópalo, estaban colaborando. Quizás si hablase con él
pudiera sacarme de dudas.- Pensó Turmalina.-
Pese a que era una idea
descabellada, la duquesa había comenzado a creer que aquel individuo no era un
terrorista sino, en efecto, un libertador de su propio pueblo. Aunque pararse
tan solo a considerar verle entrañaba un enorme riesgo. Podrían descubrirla y
acusarla de traición. No dudaba de que su destino sería entonces similar al del
conde de Ayakashi. Y por otro lado, recordaba la promesa que le hizo.
-Tengo
que ir a ver a su mujer. Ella merece saber lo qué pasó.- Se decía con tintes de
culpabilidad.-
Y tras unos días de dura lucha
interior, de zozobra y de indecisión, finalmente se armó de valor. Pidiendo una
audiencia con el príncipe le puso al corriente de sus intenciones, al menos de
las confesables.
-Alteza.
Humildemente os solicito permiso para regresar a mi ducado. Hace mucho tiempo
que no estoy allí y debo atenderlo.
Diamante la escuchó sentado en su
trono y asintió de forma displicente. Al fin, replicó con desapasionado tono.
-Podéis
ir. Aquí no tengo ninguna tarea para vos. Os agradezco eso sí, los servicios
prestados a la familia Real, duquesa.
-Os
doy las más efusivas gracias, Alteza.- Contestó ella inclinándose de forma muy
pronunciada.- Ha sido para mí un honor serviros.
Y tras recibir la venia del príncipe
la mujer se retiró. Iría a su heredad por supuesto, aunque también tenía en
mente otros destinos.
-Lo
único que espero es que el Sabio no descubra mis intenciones.- Meditaba con
temor.-
Desgraciadamente para ella el
encapuchado tenía ojos y oídos en todas partes. Ahora, en la soledad de su
estancia privada, acariciaba su bola con la imagen de Turmalina apareciendo en
ella y decía.
-Vaya,
al parecer la duquesa está empezando a ser demasiado curiosa. Bien, la
dejaremos investigar un poco más, de momento. Puede que hasta llegue a serme
útil. Y además, tengo otras prioridades que atender, después me ocuparé de que
esa pobre estúpida no sea una molestia…
Y tras esas siniestras palabras
desapareció dejando el lugar en el que estaba en una completa oscuridad.
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